miércoles, febrero 21, 2024

21 Historia de las seis jóvenes de distintos colores

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21 Historia de las seis jóvenes de distintos colores (de la noche 331 a la 338)



HISTORIA DE LAS SEIS JOVENES DE DISTINTOS COLORES

Cuentan que un día entre los días el Emir de los Creyentes El-Mamún tomó asiento en el trono que había en la sala de su palacio, e hizo que se congregaran entre sus manos, además de sus visires, a sus emires y a los principales jefes de su imperio, a todos los poetas y a cuantas gentes de ingenio delicioso se contaban entre sus íntimos. Por cierto que el más íntimo entre los más íntimos reunidos allí era Mohammad El Bassri. Y el califa El-Mamún se encaró con él y le dijo: "¡Oh, Mohammad, tengo deseos de oírte contar alguna historia nunca oída!" El aludido contestó: "¡Fácil es complacerte, oh Emir de los Creyentes! Pero ¿quieres de mí una historia oída con mis orejas, o prefieres el relato de un hecho que yo presenciara y observara con mis ojos?" Y dijo El-Mamún: "¡Me da lo mismo, oh Mohammad! ¡Pero quiero que sea de lo más maravilloso!" Entonces dijo Mohammad El-Bassri
"Sabe ¡oh Emir de los Creyentes! que en estos últimos tiempos conocí a un hombre de fortuna considerable, nacido en el Yamán, que dejó su país para venir a habitar en Bagdad, nuestra ciudad, con objeto de llevar en ella una vida agradable y tranquila. Se llamaba Alí El-Yamaní. Y como al cabo de cierto tiempo encontró las costumbres de Bagdad absolutamente de su gusto, hizo venir del Yamán todos sus efectos, así como su harem, compuesto de seis jóvenes esclavas, hermosas cual otras tantas lunas.
La primera de estas jóvenes era blanca, la segunda morena, la tercera gruesa, la cuarta delgada, la quinta rubia y la sexta negra. Y en verdad que las seis alcanzaban el límite de las perfecciones, avalorando su espíritu con el conocimiento de las bellas letras y sobresaliendo en el arte de la danza y de los instrumentos armónicos.
La joven blanca se llamaba...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y cuando llegó la 332ª noche 

Ella dijo:
La joven blanca se llamaba Cara-de-Luna; la morena se llamaba Llama-de-Hoguera; la gruesa, Luna-Llena; la delgada, Hurí-del-Paraíso; la rubia, Sol-del-Día; la negra, Pupila-del-Ojo.
Un día feliz, Alí El-Yamaní, con la quietud disfrutada por él en la deleitosa Bagdad, y sintiéndose en una disposición de espíritu mejor aún que de ordinario, invitó a sus seis esclavas a un tiempo a ir a la sala de reunión para acompañarle, y a pasar el rato bebiendo, departiendo y cantando con él. Y las seis se le presentaron enseguida, y con toda clase de juegos y diversiones se deleitaron juntos infinitamente.
Cuando la alegría más completa reinó entre ellos, Alí El-Yamaní cogió una copa, la llenó de vino, y volviéndose hacia Cara-de-Luna, le dijo: "¡Oh blanca y amable esclava! ¡Oh Cara-de-Luna! ¡Déjanos oír algunos acordes delicados de tu voz encantadora!" Y la esclava blanca, Cara-de-Luna, cogió un laúd, templó sus sonidos y ejecutó algunos preludios en sordina que hicieron bailar a las piedras y levantarse los brazos. Y después se acompañó el canto con estos versos que hubo de improvisar:
¡Esté lejos o cerca, el amigo que tengo ha impreso para siempre su imagen en mis ojos, y para siempre ha grabado su nombre en mis miembros fieles!
¡Para acariciar su recuerdo, me convierto, por completo en un corazón, y para contemplarle, me convierto completamente en un ojo!
El censor que me reconviene de continuo me ha dicho: "¿Olvidarás por fin ese amor inflamado?" Y yo le digo: "¡Oh censor severo, déjame y vete! ¿No ves que te alucinas pidiéndome lo imposible?"
Al oír estos versos, el dueño de Cara-de-Luna se conmovió de gusto, y después de haber mojado los labios en la copa, se la ofreció a. la joven, que se la bebió. La llenó él por segunda vez, y con ella en la mano se volvió hacia la esclava morena, y le dijo: "¡Oh Llama-de-Hoguera, remedio de las almas! ¡Procura, sin besarme, hacerme oír los acentos de tu voz, cantando los versos que te plazcan!" Y Llama-de-Hoguera cogió el laúd y lo templó en otro tono; y preludió con unos tañidos que hacían bailar a las piedras y a los corazones y enseguida cantó:
¡Lo juro por esa cara querida! ¡Te quiero, y a nadie más que a ti querré hasta morir! ¡Y nunca haré traición a tu amor!
¡Oh rostro brillante que la belleza envuelve con sus velos, a los más bellos seres enseñas lo que puede ser una cosa bella!
¡Con tu gentileza has conquistado todos los corazones, pues eres la obra pura salida de manos del Creador!
Al oír estos versos, el dueño de Llama-de-Hoguera se conmovió de gusto, y después de haber mojado los labios en la copa, se la ofreció a la joven, que se la bebió. La llenó él entonces otra vez, y con ella en la mano se volvió hacia la esclava gruesa, y le dijo: "¡Oh Luna-Llena, pesada en la superficie, pero de sangre tan simpática y ligera! ¿Quieres cantarnos una canción de hermosos versos claros como tu carne?" Y la joven gruesa cogió el laúd y lo templó, y preludió de tal modo, que hacía vibrar las almas y las duras rocas, y tras de algunos gratos murmullos, cantó con voz pura:
¡Si yo pudiera lograr agradarte, objeto de mi deseo, desafiaría a todo el universo y a su ira, sin aspirar a otro premio que tu sonrisa!
¡Si hacia mi alma que suspira avanzaras con tu altivo paso cimbreante, todos los reyes de la tierra desaparecerían sin que yo me enterase!
¡Si aceptaras mi humilde amor, mi dicha sería pasar a tus pies toda mi vida, oh tú hacia quien convergen los atributos y adornos de la belleza!
Al oír estos versos, el dueño de la gruesa Luna-Llena se conmovió de gusto, y después de haber mojado los labios en la copa, se la ofreció a la joven, que se la bebió. Entonces la llenó él otra vez, y con ella en la mano se volvió hacia la esclava delgada, y le dijo: "¡Oh esbelta Hurí-del-Paraíso! ¡Ahora te toca a ti proporcionarnos el éxtasis con hermosos cantos!" Y la esbelta joven se inclinó hacia el laúd, como una madre hacia su hijo, y cantó los siguientes versos:
¡Extremado es mi ardor por ti, y lo iguala tu indiferencia! ¿Dónde rige la ley que aconseja sentimientos tan opuestos?
¿En casos de amor, hay un Juez supremo para recurrir a él? ¡Dejaría a ambas partes iguales, dando el exceso de mi ardor al amado, v dándome a mí el exceso de su indiferencia!
Al oír estos versos, el dueño de la delgada y esbelta Hurí-del-Paraíso se conmovió de gusto, y después de haber mojado los labios en la copa, se la ofreció a la joven, que se la bebió. Después de lo cual la llenó él otra vez, y con ella en la mano se volvió hacia la esclava rubia, y le dijo...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y cuando llegó la 333ª noche 


Ella dijo:
... se volvió hacia la esclava rubia, y le dijo: "¡Oh Sol-del-Día, cuerpo de ámbar y oro! ¿Quieres bordarnos más versos sobre un delicado motivo de amor?" Y la rubia joven inclinó su cabeza de oro hacia el sonoro instrumento, cerró a medias sus ojos claros como la aurora, preludió con algunos acordes melodiosos, que hicieron vibrar sin esfuerzo las almas y los cuerpos por dentro como por fuera, y tras de haber iniciado los transportes con un principio no muy fuerte, dio a su voz, tesoro de los tesoros, su mayor arranque y cantó:
¡Cuando me presento ante él, el amigo que tengo
Me contempla y asesta a mi corazón
La cortante espada de sus miradas
Y yo le digo a mi pobre corazón atravesado:
¿Por qué no quieres curar tus heridas?
¿Por qué no te guardas de él?
¡Pero mi corazón no me contesta, y cede siempre a la inclinación que le arrastra hacia debajo de los pies del amado!

Al oír estos versos, el dueño de la esclava rubia Sol-del-Día se conmovió de gusto, y después de haber mojado sus labios en la copa, se la ofreció a la joven, que se la bebió. Tras de lo cual la llenó él otra vez, y con ella en la mano se volvió hacia la esclava negra, y le dijo: "¡Oh Pupila-del-Ojo, tan negra en la superficie y tan blanca por dentro! ¡Tú, cuyo cuerpo lleva el color de luto y cuyo rostro cordial causa la dicha de nuestros umbrales, di algunos versos que sean maravillas tan rojas como el sol!"
Entonces la negra Pupila-del-Ojo cogió el laúd y tocó variantes de veinte maneras diferentes. Después de lo cual volvió a la primera música y entonó esta canción que cantaba a menudo, y que había compuesto al modo impar:
¡Ojos míos, dejad correr abundantemente las lágrimas, pues ha sido asesinado mi corazón por el fuego de mi amor!
¡Todo este fuego que me abrasa, toda esta pasión que me consume, se los debo al amigo cruel que me hace languidecer, al cruel que constituye la alegría de mis rivales!
¡Mis censores me reconvienen y me animan a renunciar a las rosas de sus mejillas floridas!
Pero ¿qué voy a hacer si tengo el corazón sensible a las flores y a las rosas?
¡Ahora, he aquí la copa de vino que circula allá lejos!
¡Y los sonidos de la guitarra invitan al placer a nuestras simas, y a la voluptuosidad a nuestros cuerpos!...
¡Pero a mí no me gusta más que su aliento!
¡Mis mejillas ¡ay de mí! están marchitas por el fuego de mis deseos! Pero ¡qué me importa! ¡He aquí las rosas del paraíso: sus mejillas!
¡Qué me importa, puesto que le adoro! ¡A no ser que mi crimen resulte demasiado grande por querer a la criatura!
Al oír estos versos, el dueño de Pupila-del-Ojo se conmovió de gusto, y después de mojar los labios en la copa, se la ofreció a la joven, que se la bebió.
Tras de lo cual, las seis se levantaron a un tiempo, y besaron la tierra entre las manos de su amo, y le rogaron que les dijera cuál le había encantado más y qué voz y versos le habían sido más gratos. Y Alí El-Yamaní se vio en el límite de la perplejidad, y estuvo contemplándolas mucho rato, admirando sus hechizos y sus méritos con miradas indecisas, y pensaba en su interior que sus formas y colores eran igualmente admirables.
Y acabó por decidirse a hablar, y dijo:
"¡Loor a Alah, el Distribuidor de gracias y belleza, que me ha dado en vosotras seis mujeres maravillosas, dotadas de todas las perfecciones! Pues bien; declaro que os prefiero a todas por igual, y que no puedo faltar a mi conciencia otorgando a una de vosotras la supremacía. ¡Venid, pues, corderas mías, a besarme todas a un tiempo!"
Al oír estas palabras de su amo, las seis jóvenes se echaron en sus brazos, y durante una hora le hicieron mil caricias, a las que correspondió él.
Y luego las formó en corro ante sí, y les dijo: "No he querido cometer la injusticia de determinar mi elección de una de vosotras, concediéndole la preferencia entre sus compañeras. Pero lo que no he hecho yo, podéis hacerlo vosotras. Todas estáis versadas igualmente en la lectura del Korán y en la literatura; habéis leído los anales de los antiguos y la historia de nuestros padres musulmanes; por último, estáis dotadas de elocuencia y dicción maravillosas. Quiero, pues, que cada cual se prodigue las alabanzas que crea merecer; que realce sus artes y cualidades y rebaje los hechizos de su rival. De modo que la lucha ha de trabarse, por ejemplo, entre dos rivales de colores o formas diferentes, entre la blanca y la negra, la gruesa y la delgada, la rubia y la morena; pero en esa lucha no se han de usar más armas que las máximas hermosas, las citas de sabios, la autoridad de los poetas y el auxilio del Korán...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

Y cuando llegó la 334ª noche 


Ella dijo: "... la autoridad de los poetas y el auxilio del Korán". Y las seis jóvenes contestaron oyendo y obedeciendo, y se aprestaron a la lucha encantadora.
La primera que se levantó fue la esclava Cara-de-Luna, que hizo seña a la negra Pupila-del-Ojo para que se pusiera delante de ella, y enseguida dijo:
"¡Oh, negra! En los libros de los sabios, se dice que habló así la Blancura: ¡Soy una luz esplendorosa! ¡Soy una luna que se alza en el horizonte! ¡Mi color es claro y evidente! Mi frente brilla con el resplandor de la plata. Y mi belleza inspiró al poeta que ha dicho:
¡La blanca de mejillas finas, suaves y pulidas, es una bellísima perla esmeradamente guardada!
¡Es derecha como la letra aleph; la letra mim es su boca; sus cejas son dos nuns al revés y sus miradas son flechas que dispara el arco formidable de sus cejas!
¡Pero si quieres conocer sus mejillas y su cintura, he de decirte: Sus mejillas, pétalos de rosas, flores de arrayán y narcisos. Su cintura, una tierna rama flexible que se balancea con gracia en el jardín, y por la cual se daría todo el jardín y sus vergeles!
"Pero prosigo, ¡oh negra!
"Mi color es el color del día; también es el color de la flor de azahar y de la estrella de la mañana.
"Sabe que Alah el Altísimo, en el Libro venerado, dijo a Musa (¡con él la plegaria y, la paz!), quien tenía la mano cubierta de lepra: "¡Métete la mano en el bolsillo, y cuando la saques la encontrarás blanca, o sea pura e intacta!"
"También está escrito en el Libro de nuestra fe: "¡Los que hayan sabido conservar la cara blanca, es decir, indemne de toda mancha, serán los elegidos por la misericordia de Alah!"
"Por lo tanto, mi color es el rey de los colores, y mi belleza es mi perfección, y mi perfección es mi belleza.
"Los trajes ricos y las hermosas preseas sientan bien siempre a mi color y hacen resaltar más mi esplendor, que subyuga almas y corazones.
"¿No sabes que siempre es blanca la nieve que cae del cielo? ¿Ignoras que los creyentes han preferido la muselina blanca para la tela de sus turbantes?”
"¡Cuántas más cosas admirables podría decirte acerca de mi color! Pero no quiero extenderme más hablando de mis méritos, pues la verdad es evidente por sí misma, como la luz que hiere la mirada. ¡Y además, quiero empezar a criticarlo ahora mismo, ¡oh negra!, color de tinta y de estiércol, limadura de hierro, cara de cuervo, la más nefasta de las aves!
"Empieza por recordar los versos del poeta que hablan de la blanca y la negra:
¿No sabes que el valor de una perla depende de su blancura, y que un saco de carbón apenas cuesta un dracma?
¿No sabes que las cosas blancas son de buen agüero y ostentan la señal del paraíso, mientras las caras negras no son más que pez y alquitrán, destinados a alimentar el fuego del infierno?
"Sabe también que según los anales de los hombres justos, el santo Nuh (Noé) se durmió un día, estando a su lado sus dos hijos Sam (Sem) y Ham (Cam). Y de pronto se levantó una brisa que le arremangó la ropa y le dejó las interioridades al descubierto. Al ver aquello, Ham se echó a reír, y como le divertía el espectáculo -pues Nuh, segundo padre de los hombres, era muy rico en rigideces suntuosas-, no quiso cubrir la desnudez de su padre. Entonces Sam se levantó gravemente, y se apresuró a taparlo todo bajando la ropa. A la sazón despertose el venerable Nuh, y al ver reírse a Ham, le maldijo, y al ver el aspecto serio de Sam, le bendijo.
Y al momento se le puso blanca la cara a Sam, y a Ham se le puso negra. Y desde entonces, Sam (Los pueblos semíticos) fue el tronco del cual nacieron los profetas, los pastores de los pueblos, los sabios y los reyes, y Ham que había huido de la presencia de su padre, fue el tronco del cual nacieron los negros, los sudaneses.
¡Y ya sabes, ¡oh negra! que todos los sabios, y los hombres en general, sustentan la opinión de que no puede haber un sabio en la especie negra ni en los países negros!"
Oídas estas palabras de la esclava blanca, su amo le dijo: "¡Ya puedes callar! ¡Ahora le toca a la negra!"
Entonces, Pupila-del-Ojo, que había permanecido inmóvil, se encaró con Cara-de-Luna, y le dijo:
"¿No conoces, ¡oh blanca ignorante! el pasaje del Korán en que Alah el Altísimo juró por la noche tenebrosa y el día resplandeciente? Pues Alah el Altísimo, en aquel juramento, empezó por mentar la noche y luego el día, lo cual no habría hecho si no prefiriese la noche al día. Y además, el color negro de los cabellos y pelos, ¿no es signo y ornato de juventud, así como el blanco es indicio de vejez y del fin de los goces de la vida? Y si el color negro no fuera el más estimable los colores...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y cuando llegó la 335ª noche 


Ella dijo:
". ..Y si el color negro no fuera el más estimable de los colores, Alah no lo habría hecho tan querido al núcleo de los ojos y del corazón. Por eso son tan verdaderas estas palabras del poeta:
¡Si me gusta tanto su cuerpo de ébano, es porque es joven y encierra un corazón cálido y pupilas de fuego!
¡En cuanto a lo blanco, me horroriza en extremo! ¡Escasas son las veces que me veo obligado a tragar una clara de huevo, o a consolarme, a falta de otra cosa, con carne color de clara de huevo!
¡Pues nunca me veréis experimentar amor extremado por un sudario blanco, o gustar de una cabellera del mismo color!
"Y dijo otro poeta:
¡Si me vuelve loco el exceso de mi amor a esa mujer negra de cuerpo brillante, no lo extrañéis, oh amigos míos!
¡Pues a toda locura, según dicen los médicos, preceden ideas negras!
"Dijo asimismo otro:
¡No me gustan esas mujeres blancas, cuya piel parece cubierta de harina tamizada!
¡La amiga a quien amo es una negra cuyo color es el de la noche y cuya cara es la de la luna! ¡Color y rostro inseparables, pues si no existiese la noche, no habría claridad de luna!
"Y además, ¿cuándo se celebran las reuniones íntimas de los amigos más que de noche? ¿Y cuánta gratitud no deben los enamorados a las tinieblas de la noche, que favorecen sus retozos, les preservan de los indiscretos y les evitan censuras? Y en cambio; ¿qué sentimiento de repulsión no les inspira el día indiscreto, que los molesta y compromete? ¡Sólo esta diferencia debería bastarte, oh blanca!
Pero oye lo que dice el poeta:
¡No me gusta ese muchacho pesado, cuyo color blanco se debe a la grasa que le hincha; me gusta ese joven negro, esbelto y delgado, cuyas carnes son firmes!
¡Pues por naturaleza he preferido siempre como cabalgadura para el torneo de lanza, un garañón nuevo, de finos corvejones, y he dejado a los demás montar en elefantes!
"Y otro dijo:
¡El amigo ha venido a verme esta noche, y nos acostamos juntos deliciosamente! ¡La mañana nos encontró abrazados todavía!
¡Si he de pedir algo al Señor, es que convierta todos mis días en noches, para no separarme nunca del amigo!
"De modo ¡oh blanca! que si hubiera de seguir enumerando los méritos y alabanzas del color negro, faltaría a la sentencia siguiente: "¡Palabras claras y cortas valen más que un discurso largo!"
Pero todavía he de añadir que tus méritos valen bien poco comparados con los míos. ¡Eres blanca, efectivamente, como la lepra es blanca, y fétida, y sofocante! Y si te comparas con la nieve, ¿olvidas que en el infierno no sólo hay fuego, sino que en ciertos sitios la nieve produce un frío terrible que tortura a los réprobos más que la quemadura de la llama? Y al compararme con la tinta, ¿olvidas que con tinta negra se ha escrito el Libro de Alah, y que es negro el almizcle preciado que los reyes se ofrecen entre sí? Por último, y por tu bien, te aconsejo que recuerdes estos versos del poeta:
¿No has notado que el almizcle no sería almizcle si no fuera tan negro, y que el yeso no es despreciable más que por ser blanco?
¡Y en qué estimación se tiene la parte negra del odio mientras se hace poco caso de la blanca!
Cuando llegaba a este punto Pupila-del-Ojo, su amo Alí El-Yamaní, le dijo: "Verdaderamente, ¡oh negra! y tú, esclava blanca, habéis hablado ambas de un modo excelente. ¡Ahora les toca a otras dos!"
Entonces se levantaron la gruesa y la delgada, mientras la blanca y la negra volvían a su sitio. Y aquéllas quedaron de pie una frente a otra, y la gruesa Luna-Llena se dispuso a hablar la primera.
Pero empezó por desnudarse, dejando descubiertas las muñecas, los tobillos, lo brazos y los muslos, y acabó por quedarse casi completamente desnuda, de modo que realzaba las opulencias de su vientre con magníficos pliegues superpuestos, y la redondez de su ombligo umbroso, y la riqueza de sus nalgas considerables. Y no se quedó más que con la camisa fina, cuyo tejido leve y transparente, sin ocultar sus formas redondas, las velaba de manera agradable. Y entonces, después de algunos estremecimientos, se volvió hacia su rival, la delgada Hurí-del-Paraíso, y le dijo...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y cuando llegó la 336ª noche 


Ella dijo:
.. Y entonces, después de algunos estremecimientos, se volvió hacia su rival, la delgada Hurí-del-Paraíso, y le dijo:
"¡Loor a Alah, que me ha creado gruesa, que ha puesto cojines en todas mis esquinas, que ha cuidado de rellenarme la piel con grasa que huele a benjuí de cerca y de lejos, y que, sin embargo, no dejó de darme como añadidura bastantes músculos para que en caso necesario pueda aplicar a mi enemigo un puñetazo que lo convierta en mermelada de membrillo!
"Ahora bien, ¡oh flaca! sabe que los sabios han dicho: "La alegría de la vida y la voluptuosidad consisten en tres cosas: ¡comer carne, montar carne y meter carne en carne!"
"¿Quién podría contemplar mis formas opulentas sin estremecerse de placer? Alah mismo, en el Libro, hace el elogio de la grasa cuando manda inmolar en los sacrificios carneros gordos, o corderos gordos, o terneras gordas.
"Mi cuerpo es un huerto cuyas frutas son: las granadas, mis pechos; los melocotones, mis mejillas; las sandías, mis nalgas.
"¿Cuál fue el pájaro que más echaron de menos en el desierto los Beni-lsrail (hijos de Israel), al huir de Egipto? ¿No era indudablemente la codorniz, de carne jugosa y gorda?
"¿Se ha visto nunca a nadie pararse en casa del carnicero para pedir la carne tísica? ¿Y no da el carnicero a sus mejores parroquianos los pedazos más carnosos?
"Oye, además, ¡oh flaca! lo que dijo el poeta respecto a la mujer gruesa como yo:

¡Mírala andar cuando mueve hacia los dos lados dos odres balanceados, pesados y temibles en su lascivia!
¡Mírala, cuando se sienta, deja impresas, en el sitio que abandona, sus nalgas, como recuerdo de su paso!
¡Mírala bailar cuando con movimientos de caderas hace estremecerse a nuestras almas y caer nuestros corazones a sus pies!
"En cuanto a ti, ¡oh flaca! ¿A qué puedes parecerte, como no sea a un gorrión desplumado? ¿Y no son tus piernas lo mismo que patas de cuervo? ¿Y no se parecen tus muslos al palo del horno? ¿Y no es tu cuerpo seco y duro como el poste de un ahorcado?
"De ti, mujer descarnada, se trata en estos versos del poeta:
¡Líbreme Alah de verme obligado nunca a abrazar a esa mujer flaca ni de servir de frotadero a su pasaje obstruido por guijarros!
¡En cada miembro tiene un asta que choca y se bate con mis huesos, hasta el punto de que me despierto con la piel amoratada y resquebrajada!"
Cuando Alí El-Yamaní oyó estas palabras de la gruesa Luna-Llena, le dijo: "¡Ya te puedes callar! ¡Ahora le toca a Hurí-del-Paraíso!" Entonces la delgada y esbelta joven miró a la gruesa Luna-Llena, sonriendo, y le dijo:
"¡Loor a Alah, que me ha creado dándome la forma de la frágil rama del álamo, la flexibilidad del tallo del ciprés y el balanceo de la azucena!
"Cuando me levanto, soy ligera: cuando me siento, soy gentil; cuando bromeo, soy encantadora; mi aliento es suave y perfumado, porque mi alma es sencilla y pura de todo contacto que manche.
"Nunca he oído ¡oh gorda! que un amante alabe a su amada diciendo: "¡Es enorme como un elefante; es carnosa como alta es una montaña!"
"En cambio, siempre he oído decir al amante para describir a su amada: "Su cintura es delgada, flexible y elegante. ¡Su andar es tan ligero, que sus pasos apenas dejan huellas! Sus juegos y caricias son discretas, y sus besos están llenos de voluptuosidad. Con poca cosa se la alimenta, y le apagan la sed pocas gotas de agua. ¡Es más ágil que el gorrión y más viva que el estornino! ¡Es flexible como el tallo del bambú! Su sonrisa es graciosa y graciosos son sus modales. Para atraerla hacia mí no necesito hacer esfuerzos. Y cuando hacia mí se inclina, inclínase delicadamente; y si se me sienta en las rodillas, no se deja caer con pesadez, sino que se posa como una pluma de ave".
"Sabe, pues, ¡oh gorda! que yo soy la esbelta, la fina, por la cual arden los corazones todos. ¡Soy la que inspiro las pasiones más violentas y vuelvo locos a los hombres más sensatos!
"En fin, yo soy la que comparan con la parra que trepa por la palmera y que se enlaza al tronco con tanta indolencia. Soy la gacela esbelta, de hermosos ojos húmedos y lánguidos. ¡Y tengo bien ganado mi nombre de Hurí!
"En cuanto a ti, ¡oh gorda! déjame decirte las verdades...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y cuando llegó la 337ª noche 


Ella dijo:
...En cuanto a ti ¡oh gorda!, déjame que te diga las verdades.
"Cuando andas ¡oh montón de grasa y carne! lo haces como el pato; cuando comes, como el elefante: insaciable eres en la copulación, y en el reposo, intratable.
"Además, ¿cuál será el hombre de zib bastante largo para llegar a tu cavidad oculta por las montañas de tu vientre y tus muslos?
"Y si tal hombre se encuentra y puede penetrar en ti, enseguida lo rechaza un envite de tu vientre hinchado.
"Parece que no te das cuenta de que, tan gorda como eres, no vales más que para que te vendan en la carnicería.
"Tu alma es tan tosca como tu cuerpo. Tus chanzas son tan pesadas que sofocan. Tus juegos son tan tremendos, que matan. Y tu risa es tan espantosa, que rompe los huesos de la oreja.
"Si tu amante suspira en tus brazos, apenas puedes respirar; si te besa, te encuentra húmeda y pegajosa de sudor.
"Cuando duermes, roncas; cuando velas, resuellas como un búfalo; apenas puedes cambiar de sitio; y cuando descansas, eres un peso para ti misma; pasas la vida moviendo las quijadas como una vaca y regoldando como un camello.
"Cuando orinas, te mojas la ropa; cuando gozas, inundas los divanes; cuando vas al retrete, te metes hasta el cuello; cuando vas a bañarte, no puedes alcanzarte la vulva, que se queda macerada en su jugo y revuelta en su cabellera nunca depilada.
"Si te miran por la parte delantera, pareces un elefante; si te miran de perfil, pareces un camello; si te miran por detrás, pareces un pellejo hinchado.
"En fin, seguramente fue de ti de quien dijo el poeta:
¡Es pesada como la vejiga llena de orines; sus muslos son dos estribaciones de montaña, y al andar mueve el suelo como un terremoto!
¡Si en Occidente suelta un cuesco, resuena en el Oriente todo!"
A estas palabras de Hurí-del-Paraíso, Alí El-Yamaní, su amo, le dijo: "¡En verdad ¡oh Hurí! que tu elocuencia es notoria! ¡Y tu lenguaje ¡oh Luna-Llena! es admirable! Pero ya es hora de que volváis a vuestros sitios, para dejar hablar a la rubia y a la morena".
Entonces Sol-del-Día y Llama-de-Hoguera se levantaron, y se colocaron una enfrente de otra.
Y la joven rubia fue la primera que dijo a su rival:
"¡Soy la rubia descrita largamente en el Korán! Soy la que calificó Alah cuando dijo: "¡El amarillo es el color que alegra las miradas!" De modo que soy el más bello de los colores.
"Mi color es una maravilla, mi belleza es un límite, y mi encanto es un fin. Porque mi color da su valor al oro y su belleza a los astros y al sol.
"Este color embellece las manzanas y los melocotones, y presta su matiz al azafrán. Doy sus tonos a las piedras preciosas y su madurez al trigo.
"Los otoños me deben el oro de su adorno, y la causa de que la tierra esté tan bella con su alfombra de hojas, es el matiz que fijan sobre ella los rayos del sol.
"Pero en cambio, ¡oh morena! cuando tu color se encuentra en un objeto, sirve para despreciarlo. ¡Nada tan vulgar ni tan feo! ¡Mira a los búfalos, los burros, los lobos y los perros: todos son morenos!
"¡Cítame un solo manjar en que se vea con gusto tu color! Ni las flores ni las pedrerías han sido nunca morenas.
"Ni eres blanca, ni eres negra. De modo que no se te pueden aplicar ninguno de los méritos de ambos colores, ni las frases con que se los alaba".
Oídas estas palabras de la rubia, su amo le dijo: "¡Deja ahora hablar a Llama-de-Hoquera!"
Entonces la joven morena hizo brillar en una sonrisa el doble collar de sus dientes -¡perlas!-, y como además de su color de miel tenía formas graciosas, cintura maravillosa, proporciones armoniosas, modales elegantes y cabellera de carbón que bajaba en pesadas trenzas hasta sus nalgas admirables, empezó por realzar sus encantos en un momento de silencio, y después dijo a su rival la rubia:
"¡Loor a Alah, que no me ha hecho ni gorda deforme, ni flaca enfermiza, ni blanca como el yeso, ni negra como el polvo de carbón, ni amarilla como el cólico, sino que ha reunido en mí con arte admirable los colores más delicados y las formas más atractivas.
"Además, todos los poetas han cantado a porfía mis loores en todos los idiomas, y soy la preferida de todos los siglos y de todos los sabios. "Pero sin hacer mi elogio, que harto hecho está, he aquí sólo algunos de los poemas escritos en honor mío:
"Ha dicho un poeta...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y cuando llegó la 338ª noche 


Ella dijo:
"...Ha dicho un poeta:
¡Las morenas tienen en sí un sentido oculto! ¡Si lo adivinas, tus ojos no se dignarán mirar nunca a las demás mujeres!
¡Las encantadoras saben del arte sutil con todos sus rodeos, y se lo enseñarían hasta al ángel Harut!
Otro ha dicho:
¡Amo a una morena encantadora, cuyo color me hechiza, y cuya cintura es recta como una lanza!
¡Cuántas veces me arrebató la sedosa manchita negra, tan acariciada y tan besada, que adorna su cuello!
¡Por el color de su piel lisa, por el perfume delicioso que exhala, se parece al tallo oloroso del áloe!
Y cuando la noche tiende el velo de las sombras, la morena viene a verme. Y la sujeto junto a mí, hasta que las mismas sombras sean del color de nuestros sueños.
"Pero tú ¡oh amarilla! estás marchita como las hojas de la mulukhia (Liliácea comestible) de mala calidad que se coge en Bab El-Luk y que es fibrosa y dura.
"Tienes el color de la marmita de barro cocido que utiliza el vendedor de cabezas de carnero.
"Tienes el color del ocre y el de la grama.
"Tienes una cara de cobre amarillo, parecido a la fruta del árbol Zakum, que en el infierno da como frutos cráneos diabólicos.
"Y de ti ha dicho el poeta:
¡La suerte me ha dado una mujer de color amarillo tan chillón, que me da dolor de cabeza, y mi corazón y mis ojos se estremecen de malestar!
¡Si mi alma no quiere renunciar a verla por siempre, para castigarme me daré tan grandes golpes en la cara que me arrancaré las muelas!"
Cuando Ali El-Yamaní oyó estas palabras, se estremeció de placer, y se echó a reír de tal modo, que se cayó de espaldas, después de lo cual dijo a las dos jóvenes que se sentaran en sus sitios; y para demostrarles a todas el gusto que le había dado oírlas, les hizo regalos iguales de hermosos vestidos y pedrerías terrestres y marítimas.
Y tal es, ¡oh Emir de los Creyentes! prosiguió Mohammad El-Bassri, dirigiéndose al califa El-Mamún, la historia de las seis jóvenes, que ahora siguen viviendo muy a gusto unas con otras en la morada de su amo Alí El-Yamaní en Bagdad, nuestra ciudad".
Extremadamente encantado quedó el califa con esta historia, y preguntó: "Pero ¡oh Mohammad! ¿Sabes siquiera en dónde está la casa del amo de esas jóvenes, y podrías ir a preguntarle si quiere vendérmelas? ¡Si accede, cómpramelas y tráemelas!"
Mohammad contestó: "Puedo decir ¡oh Emir de los Creyentes! que estoy seguro que el amo de estas esclavas no querrá separarse de ellas, porque le tienen enamorado hasta el extremo". Y El-Mamún dijo: "Lleva contigo como precio de cada una diez mil dinares, o sea sesenta mil en total. Los entregarás de mi parte a ese Alí-El-Yamaní y le dirás que deseo sus seis esclavas".
Oídas estas palabras del califa, Mohammad El-Bassri se apresuró a coger la cantidad consabida y fué a buscar al amo de las esclavas, al cual manifestó el deseo del Emir de los Creyentes. Alí El-Yamaní, en el primer impulso, no se atrevió a negarse a la petición del califa, y habiendo cobrado los sesenta mil dinares, entregó las seis esclavas a Mohammad El-Bassri, que las condujo enseguida a presencia de ElMamún.
El califa al verlas, llegó al límite del encanto, tanto por lo vario de sus colores como por sus maneras elegantes, su ingenio cultivado y sus diversos atractivos. Y le dio a cada una en su harem, un sitio escogido, y durante varios días pudo gozar de sus perfecciones y de su hermosura.
A todo esto, el primer amo de las seis, Alí El-Yamaní, sintió pesar sobre sí la soledad, v empezó a lamentar el impulso que le había hecho ceder al deseo del califa. Y un día falto ya de paciencia, envió al califa una carta llena de desesperación, en la cual, entre otras cosas tristes, había los versos siguientes:
¡Llegue mi desesperado saludo a las hermosas de quienes está separada mi alma! ¡Ellas son mis ojos, mis orejas, mi alimento, mi bebida, mi jardín y mi vida!
¡Desde que estoy lejos de ellas, nada distrae mi dolor, y hasta el sueño ha huido de mis párpados!
¿Por qué no las tengo, más celoso que antes, encerradas las seis en mis ojos, y por qué no he bajado mis párpados como tapices encima de ellas?
¡Oh dolor, oh dolor! ¡Preferiría no haber nacido, a caer herido por las flechas -¡sus miradas mortales!- y sacadas de la herida!
Cuando el califa El-Mamún recorrió esta carta, como tenía el alma magnánima, mandó llamar en seguida a las seis jóvenes, les dió a cada una diez mil dinares y vestidos maravillosos y otros regalos admirables, y las mandó devolver a su antiguo amo.
No bien Alí El-Yamaní las vio llegar, más bellas que antes y más ricas y más felices, alcanzó el límite de la alegría, y siguió viviendo con ellas entre delicias y placeres, hasta el día de la última separación.







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