domingo, diciembre 29, 2024

44 Historia del joven holgazán

Hace parte de

44 Historia del dormido despierto




HISTORIA DEL JOVEN HOLGAZAN

Se cuenta -entre muchas cosas- que un día, estando sentado en su trono el califa Harún Al-Raschid, entró un pequeño eunuco que llevaba en las manos una corona de oro rojo incrustada de perlas, de rubíes y de todas las especies más inestimables de gemas y pedrerías. Y aquel eunuco niño besó la tierra entre las manos del califa, y dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! nuestra ama Sett Zobeida me envía a transmitirte sus zalemas y sus homenajes y a decirte, al propio tiempo, que a esta maravillosa corona que aquí ves, y que ya conoces, le falta todavía en su remate una gema grande, y no se ha podido encontrar una lo bastante hermosa para que ocupe este sitio vacío. ¡Y ha mandado hacer pesquisas por todas partes en casa de los mercaderes, y ha revuelto sus propios tesoros; pero hasta el presente no pudo aún encontrar la piedra digna de rematar esta corona! Por eso anhela que por tu cuenta mandes hacer pesquisas a tal fin para satisfacer su deseo".
Entonces el califa se encaró con sus visires, emires, chambelanes y lugartenientes, y les dijo: "¡Buscad todos una gema tan grande y tan hermosa como la que desea Sett Zobeida!"
Y he aquí que todos buscaron una gema así en las pedrerías de sus esposas pero no encontraron nada que se amoldase a lo que anhelaba Sett Zobeida. Y dieron cuenta al califa de la inutilidad de sus investigaciones. Y al califa se le oprimió mucho el pecho al saber tal noticia, y les dijo: "¿Cómo, siendo yo califa y rey de reyes, va a serme imposible poseer cosa tan miserable como una piedra? ¡Maldición sobre vuestras cabezas! ¡Id a investigar en casa de los mercaderes!" E hicieron pesquisas en casa de todos los mercaderes, los cuales contestaron unánimes: "¡No busquéis más! ¡Nuestro señor el califa sólo podrá encontrar esa gema en casa de un joven de Bassra que se llama Abu-Mohammad-Huesos-Blandos!" Y fueron a dar cuenta al califa de lo que habían hecho y sabido, diciéndole: "¡Nuestro señor el califa sólo podrá encontrar esa gema en casa de un joven de Bassra, que se llama Abu- Mohammad-Huesos-Blandos!"
Entonces el califa ordenó a su visir Giafar que mandara avisar al emir de Bassra, a fin de que inmediatamente se pusiera en busca de aquel Abu-Mohammad-Huesos-Blandos para conducirle con toda urgencia a Bagdad, entre sus manos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y cuando llegó la 667ª noche

Ella dijo:
"... en busca de aquel Abu-Mohammad-Huesos-Blandos para conducirle con toda urgencia a Bagdad, entre sus manos. Y al punto escribió Giafar una misiva apropiada, y encargó al portaalfanje Massrur que a toda prisa fuera a Bassra para llevársela por sí mismo al emir El-Zobeidi, gobernador de la ciudad. Y Massrur partió sin tardanza a cumplir su misión.
Cuando el emir El-Zobeidi, gobernador de Bassra, recibió la misiva del califa, hubo de contestar con el oído y la obediencia; y tras de rendir al emisario del califa todos los honores y miramientos debidos, le dió guardias para que le condujeran a casa de Abu-Mohammad-Huesos-Blandos. Y llegó Massrur al palacio habitado por aquel joven; y fué recibido en la puerta por una tropa de esclavos ricamente vestidos, a los cuales dijo: "¡Advertid a vuestro amo que el Emir de los Creyentes le reclama en Bagdad!" Y los esclavos entraron a avisar a su amo.
Algunos instantes después, apareció en el umbral de su morada el propio joven Abu-Mohammad y vió al emisario del califa con los guardias del emir de Bassra; y se inclinó hasta el suelo ante él, y dijo: "¡Obediencia a las órdenes del Emir de los Creyentes!" Luego añadió: "¡Pero os suplico ¡oh honorables! que entréis un instante a honrar mi casa!" Massrur contestó: "¡No podemos retardarnos mucho aquí, a causa de la urgencia de las órdenes del Emir de los Creyentes, que está esperando tu llegada en Bagdad!" Dijo él: "No obstante, es preciso que me deis tiempo para hacer mis preparativos de viaje. ¡Entrad, pues, a descansar!" Todavía pusieron algunas dificultades Massrur y sus acompañantes, por pura fórmula; pero acabaron por seguir al joven.
Y desde el vestíbulo vieron magníficas cortinas de terciopelo azul recamado de oro y mármoles preciosos y tallas de madera y toda clase de maravillas, y por doquiera, igual en las tapicerías que en los muebles, igual en las paredes que en los techos, metales preciosos y titilar de pedrerías. Y el huésped hizo que les condujeran a una sala de baño, deslumbradora de limpieza y perfumada cual un corazón de rosal, tan espléndida como no poseía ninguna el palacio del califa. Y terminado el baño, les vistieron los esclavos a todos con suntuosos trajes de brocado verde, sembrados de motivos de perlas, de oro afiligranado y de pedrerías de todos colores. Y haciendo votos por ellos para después del baño, los esclavos les ofrecieron copas de sorbetes y refrescos en bandejas de porcelana dorada. Tras de lo cual entraron cinco mozalbetes, hermosos como el ángel Harut, que de parte del amo dieron a cada uno una bolsa con cinco mil dinares de oro de regalo, después de hacer los votos consecutivos al baño. Y entonces entraron los primeros esclavos que les habían llevado al hammam; y les rogaron que les siguieran, y les condujeron a la sala de reunión, donde les esperaba Abu-Mohammad, sentado en un diván de seda y apoyando los brazos en cojines orlados de perlas. Y se levantó en honor suyo y les hizo sentarse a su lado, y comió y bebió con ellos toda clase de manjares admirables y bebidas como no las había más que en el palacio de los Kaissares.
Entonces se levantó el joven, y dijo: "¡Soy el esclavo del Emir de los Creyentes! ¡Ya están hechos los preparativos, y podemos partir para Bagdad!" Y salió con ellos, y mientras los otros montaban de nuevo en sus caballos, los esclavos que tenía a sus órdenes le ayudaron a poner el pie en el estribo y a acomodarse en una mula blanca como la plata virgen, cuya silla y cuyos arreos titilaban con todas las luces de los oros y pedrerías que la adornaban. Y Massrur y el joven Abu-Mohammad se pusieron a la cabeza de la escolta y salieron de Bassra para emprender el camino de Bagdad. Y después de un viaje feliz, llegaron a la Ciudad de Paz, y entraron en el palacio del Emir de los Creyentes.
Cuando se le introdujo a presencia del califa, el joven besó por tres veces la tierra entre sus manos y tomó una actitud llena de modestia y de deferencia. Y el califa le invitó a sentarse. Y el joven se sentó respetuosamente al borde del asiento, y con un lenguaje muy distinguido, dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! tu esclavo sumiso ha sabido, sin que se lo digan, el motivo porque se le llamó ante su soberano. ¡Por eso, en vez de una sola gema, ha creído era su deber de humilde súbdito traer al Emir de los Creyentes lo que le ha concedido la suerte!" Y cuando hubo dicho estas palabras, añadió: "¡Si nuestro amo el califa me lo permite, voy a hacer abrir los cofres que traje conmigo en calidad de regalo de un leal a su soberano!" Y le dijo el califa: "No veo inconveniente en ello".
Entonces Abu-Mohammad mandó subir los cofres a la sala de recepción. Y abrió el primer cofre, y entre otras maravillas que arrebataban la razón, sacó de él tres árboles de oro con los troncos de oro, las ramas y las hojas de esmeraldas y aguas marinas y las frutas de rubíes, perlas y topacios en lugar de naranjas, manzanas y granadas.
Luego, mientras el califa se maravillaba de la hermosura de aquellos árboles, abrió el segundo cofre, y entre otros esplendores, sacó de él...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y cuando llegó la 668ª noche

Ella dijo:
"... Luego, mientras el califa se maravillaba de la hermosura de aquellos árboles, abrió el segundo cofre, y entre otros esplendores sacó de él un pabellón de seda y oro, incrustado de perlas, jacintos,  esmeraldas, rubíes y zafiros y otras muchas gemas de nombres desconocidos; y el poste central de aquel pabellón era de madera de áloe indio; y todas las franjas de aquel pabellón estaban salpicadas de gemas de todos colores, y por dentro estaba adornado con dibujos de un arte maravilloso que representaban graciosos retozos de animales y vuelos de pájaros; y todos estos animales y estos pájaros eran de oro, crisolitos, granates, esmeraldas y otras muchas variedades de gemas y metales preciosos.
Y cuando el joven Abu-Mohammad sacó de aquel cofre tan distintos objetos, que iba colocando en la alfombra según los sacaba y de cualquier modo, se puso de pie, y sin mover la cabeza, alzó y bajó las cejas. Y al punto se armó por sí mismo en medio de la sala todo el pabellón con tanta prontitud, orden y simetría como si lo hubiesen manejado veinte personas expertas; y los tres árboles maravillosos fueron a plantarse por sí mismos a la entrada del pabellón para protegerlo con su sombra.
Entonces Abu-Mohammad miró por segunda vez al pabellón y dejó oír un ligerísimo silbido. Y al punto se pusieron a cantar todos los pájaros de gemas que había dentro, y los animales de oro se pusieron a responderles con dulzura y armonía. Y al cabo de un instante, Abu-Mohammad dejó oír otro silbido, y el coro entero se interrumpió en la nota comenzada.
Cuando el califa y todos los presentes vieron y oyeron cosas tan extraordinarias, no supieron si soñaban o estaban despiertos. Y Abu-Mohammad besó una vez más la tierra entre las manos de Al-Raschid, y dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! no creas que te traigo con alma interesada estos pequeños obsequios que tienen la suerte de no disgustarte, sino que te los traigo en calidad de homenaje de un leal a su dueño soberano. Y no son nada en comparación de los que pienso ofrecerte aún, siempre que me lo permitas".
Cuando el califa se repuso un poco del asombro en que le había sumido la contemplación de aquellas cosas como nunca hubo visto, dijo al joven: "¿Puedes decirme ¡oh joven! de dónde te vienen todas esas cosas, siendo un simple súbdito entre mis súbditos? ¡Te conocen por el nombre de Abu-Mohammad-Huesos-Blandos, y sé que tu padre sólo era un ventosista del hammam que murió sin dejarte ninguna herencia! ¿A qué se debe, pues, el hecho de que, en tan poco tiempo y tan joven todavía, hayas llegado a semejante grado de riqueza, de distinción y de poderío?" Y contestó Abu-Mohammad: "¡Te contaré, pues, mi historia, ¡oh Emir de los Creyentes! que es una historia tan maravillosa y está tan llena de hechos extraordinariamente prodigiosos, que si se escribiera con agujas de tatuaje en el ángulo interior del ojo, serviría sin duda de lección rica en provecho para los que quisieran aprovecharse de ella!" Y dijo Al-Raschid, extremadamente intrigado: "¡Date prisa entonces a hacernos oír lo que tienes que decirnos, ¡ya Abu-Mohammad!"
Y dijo el joven:
"Sabe, pues, ¡oh Emir de los Creyentes! (¡Alah aumente tu poderío y tu gloria!) que, en efecto, se me conoce de ordinario con el nombre de Abu-Mohammad-Huesos-Blandos, soy hijo de un antiguo y pobre ventosista de hammam que murió sin dejarnos a mi madre ni a mí nada con qué atender a nuestra subsistencia. Así es que te han dicho verdad quienes te dieron estos detalles; pero no te dijeron por qué ni cómo me vino aquel mote. ¡Pues helo aquí!
Desde mi niñez ¡oh Emir de los Creyentes! era yo el muchacho más holgazán y más perezoso que podría encontrarse sobre la faz de la tierra. Y eran tan grandes, en verdad, mi holgazanería y mi pereza, que si estaba tumbado en el suelo a mediodía y el sol caía a plomo sobre mi cráneo descubierto, no tenía yo arrestos para cambiar de postura, y me dejaba cocer como una colocasia por no mover una pierna o un brazo. Con lo cual no tardé en tener un cráneo a prueba de toda clase de golpes; y si quieres ¡oh Emir de los Creyentes! mandar ahora a tu portaalfanje Massrur que me parta la cabeza, verás cómo se mella su alfanje y se hace trizas contra los huesos de mi cráneo.
Cuando murió mi difunto padre (¡Alah le tenga en su misericordia!), era yo un mozo de quince años; pero no parecía tuviese más de dos años de edad, pues continuaba sin querer trabajar ni moverme de un sitio; y mi pobre madre se veía obligada a servir a la gente del barrio para alimentarme, mientras yo me pasaba los días tumbado de lado, y no tenía fuerza ni para levantar la mano con objeto de espantarme las moscas que habían establecido su domicilio en todos los agujeros de mi cara...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 669ª noche

Ella dijo:
"... las moscas que habían establecido su domicilio en todos los agujeros de mi cara.
Un día, por una casualidad muy rara entre las casualidades, mi madre, que había estado bregando todo un mes al servicio de quienes le daban trabajo, fué a mí llevando en la mano cinco monedas de plata, fruto de toda su labor. Y me dijo: "¡Oh hijo mío! ¡acabo de saber que nuestro vecino el jeique Muzaffar va a partir para la China! Ya sabes, hijo mío, que ese venerable jeique es un hombre excelente, un hombre de bien que no desprecia ni rechaza a los pobres como nosotros. Toma, pues, los cinco dracmas de plata y levántate para acompañarme a casa del jeique; y le entregarás estos cinco dracmas y le rogarás que en China te compre mercaderías para revenderlas tú aquí luego y de las cuales (¡Alah lo quiera así, compadeciéndose de nosotros!) sacarás sin duda alguna un beneficio considerable. ¡He aquí, pues, ¡oh hijo mío! una buena ocasión de enriquecernos! ¡Y quien rehúsa el pan de Alah es un descreído!"
Al oír este discurso de mi madre, se me aumentó más aún la holgazanería, y me hice completamente el muerto. ¡Y mi madre me suplicó y me conjuró de todas maneras, por el nombre de Alah y por la tumba de mi padre, y por todo! ¡Pero en vano! Porque yo hice como que roncaba.  Entonces me dijo mi madre: "¡Por las virtudes de tu padre, te juro ¡oh Abu-Mohammad-Huesos Blandos! que, si no quieres escucharme y acompañarme a ver al jeique, no volveré a darte de comer ni de beber, y te dejaré morir de inanición!" Y dijo estas palabras con tan resuelto acento, ¡oh Emir de los Creyentes! que comprendía que aquella vez pondría en práctica sus palabras; y dejé oír un sonido sordo que significaba: "¡Ayúdame a sentarme!" Y me cogió del brazo y me ayudó a incorporarme y a sentarme. Entonces, aniquilado de fatiga, me eché a llorar, y entre mis gemidos, suspiraba: "¡Dame mis zapatos!" ¡Y me los llevó, y le dije: "¡Pónmelos!" Y me los puso. Y le dije: "¡Ayúdame a ponerme en pie!" Y me levantó y me hizo ponerme en pie. Y llorando hasta rendir el alma, le dije: "¡Sostenme para que ande!" Y se puso detrás de mí y me sostuvo, empujándome suavemente para hacerme avanzar. Y eché a andar despacio, parándome a cada paso para tomar aliento, e inclinando la cabeza sobre los hombros como para rendir el alma. Y acabé por llegar de esta manera a la orilla del mar, donde vi al jeique Muzaffar rodeado de sus allegados y amigos, disponiéndose a embarcar para ponerse en marcha. Y mi llegada fué acogida con asombro por todos los presentes, que exclamaban al mirarme: "¡Qué prodigio! ¡Es la primera vez que vemos andar a Abu-Mohammad-Huesos-Blandos! ¡Y es la primera vez que sale de su casa!"
Cuando estuve al lado del jeique, le dije: "¡Oh tío mío! ¿eres el jeique Muzaffar?" El me dijo: "Para servirte, ¡oh Abu-Mohammad, oh hijo de mi amigo el difunto ventosista a quien Alah tenga en Su gracia y en Su piedad!" Yo le dije, dándole las cinco monedas de plata: "¡Toma estos cinco dracmas ¡oh jeique! y cómprame con ellos mercaderías de la China! ¡Y quizás así por mediación tuya, tengamos ocasión de enriquecernos!" Y el jeique Muzaffar no se negó a tomar los cinco dracmas; y se los guardó en el cinturón, diciendo: "¡En el nombre de Alah!" Y me dijo: "¡Con la bendición de Alah!"
Y se despidió de mí y de mi madre; y acompañado de varios mercaderes que se habían juntado con él para el viaje, se embarcó con rumbo a China.
Alah escribió la seguridad al jeique Muzaffar, que llegó sin contratiempos al país de la China. Y compró, como todos los mercaderes que iban con él, lo que tenía que comprar, y vendió lo que tenía que vender, y traficó e hizo lo que tenía que hacer. Tras de lo cual, volvió a embarcarse, para regresar al país con sus compañeros, en el mismo navío que habían fletado en Bassra. Y se dieron a la vela y abandonaron la China.
Al cabo de diez días de navegación, una mañana se levantó de pronto el jeique Muzaffar, se golpeó con desesperación las manos, y exclamó: "¡Arriad las velas!" Y los mercaderes le preguntaron, muy sorprendidos: "¿Qué ocurre, ¡oh jeique Muzaffar!?" El dijo: "¡Ocurre que hay que volver a la China!" Y en el límite de la estupefacción, le preguntaron: "¿Por qué, ¡oh jeique Muzaffar!?" El dijo: "¡Habéis de saber que me olvidé de comprar el pedido de mercancías para el cual me dió los cinco dracmas de plata Abu-Mohammad-Huesos-Blandos!" Y le dijeron los mercaderes: "¡Por Alah sobre ti, ¡oh jeique nuestro! no nos obligues por tan poca cosa a volver a China después de todas las fatigas pasadas y los peligros corridos y la ya tan larga ausencia de nuestro país!" El jeique dijo: "¡Es absolutamente preciso que volvamos a China! ¡Porque he empeñado mi palabra en la promesa que hice a Abu-Mohammad y a su pobre madre, la mujer de mi amigo el difunto ventosista!" Los demás le dijeron: "No te detenga eso, ¡oh jeique! ¡Porque estamos dispuestos a pagarte cinco dinares de oro cada cual como intereses de las cinco monedas de plata que has de devolver a Abu-Mohammad-Huesos-Blandos! ¡Y a nuestra llegada le darás todo ese oro!" El jeique dijo: "¡Acepto en nombre suyo vuestra oferta!" Entonces cada mercader pagó al jeique Muzaffar cinco dinares de oro destinados a mí, y prosiguieron su viaje.
Durante la travesía hizo escala el navío, para aprovisionarse, en una isla entre las islas. Y los mercaderes y el jeique Muzaffar desembarcaron para pasear por tierra. Y después de pasear y respirar el aire de aquella isla, se disponía el jeique a embarcarse otra vez, cuando a la orilla del mar vió a un mercader de monos que tenía en venta unos veinte animales de esta especie. Y he aquí que, entre todos aquellos monos, había uno de aspecto muy miserable, pelado, tembloroso y con lágrimas en los ojos. Y cada vez que su amo volvía la cabeza para hablar con el jeique y sus acompañantes, no dejaban los demás monos de saltar sobre su miserable compañero, y morderle y arañarle y mearle en la cabeza.
Y al jeique Muzaffar, que tenía un corazón compasivo, le conmovió el estado de aquel pobre mono, y preguntó al mercader: "¿Cuánto vale ese mono?" El mercader dijo: "Ese no es muy caro, ¡oh mi señor! ¡Para desembarazarme de él, te lo dejo en cinco dracmas solamente!" Y el jeique se dijo: "¡Precisamente es la cantidad que me dió el huérfano! ¡Y voy a comprarle este animal, a fin de que le sirva para enseñarlo por los zocos y ganar así su pan y el de su madre!" Y pagó al mercader los cinco dracmas, e hizo que se llevara el mono al navío un marinero. Tras de lo cual se embarcó con sus compañeros los mercaderes para ponerse en marcha.
Antes de hacerse a la vela, vieron a unos pescadores que se sumergían hasta el fondo del mar, y salían llevando siempre en las manos conchas llenas de perlas.
Y también lo vió el mono...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 670ª noche

Ella dijo:
"... Y también lo vió el mono. Y al punto dió un brinco y saltó al mar. Y se zambulló hasta el fondo del agua para salir al cabo de cierto tiempo, llevando en las manos y en la boca conchas llenas de perlas de tamaño y hermosura maravillosas. Y trepó al navío y entregó al jeique su pesca. Luego le hizo con la mano varias señas, que significaban: "¡Cuélgame algo al cuello!" Y el jeique le colgó al cuello un saco, y el mono saltó de nuevo al mar, y salió con el saco atestado de conchas llenas de perlas más gruesas y más hermosas que las anteriores. Luego volvió a saltar al mar varias veces seguidas, y cada vez iba a entregar al jeique el saco lleno de su pesca maravillosa.
¡Eso fue todo!
Y el jeique y todos los mercaderes estaban en el límite de la estupefacción. Y se decían: "¡No hay poder ni fuerza más que en Alah el Omnipotente! ¡Porque este mono posee secretos que no conocemos nosotros! ¡Pero todo se debe a la suerte de Abu-Mohammad-Huesos-Blandos, el hijo del ventosista!" Tras de lo cual se hicieron a la vela y abandonaron la isla de las perlas. Y después de una navegación excelente, arribaron a Bassra.
En cuanto echó pie a tierra, el jeique Muzaffar fue a llamar a nuestra puerta. Y preguntó desde dentro mi madre: "¿Quién es?" Y contestó él: "¡Soy yo! Abre, ¡oh madre de Abu-Mohammad! ¡Vuelvo de la China!" Y me gritó mi madre: "¡Levántate, Huesos-Blandos! ¡Ahí tienes al jeique Muzaffar, que vuelve de la China! ¡Ve a abrirle la puerta, y a saludarle y a desearle la bienvenida! ¡Y le preguntarás qué te ha traído, confiando en que, por mediación suya, te haya enviado Alah con  qué atender a nuestras necesidades!" Y le dije: "Ayúdame a levantarme y a andar!" Y ella lo hizo así. Y enredándome los pies en la orla de mi ropón, me arrastré hasta la puerta, abriéndola.
Y entró en el vestíbulo el jeique Muzaffar seguido de sus esclavos, y me dijo: "¡La zalema y la bendición con aquel cuyos cinco dracmas han dado buena suerte a nuestro viaje! ¡He aquí, ¡oh hijo mío! lo que ese dinero te ha proporcionado!" E hizo poner en fila en el vestíbulo los sacos de perlas, me entregó el oro que le dieron los mercaderes, y me puso en la mano la cuerda con que estaba atado el mono. Luego me dijo: "¡Ahí tienes todo lo que te han proporcionado los cinco dracmas! ¡En cuanto a este mono, ¡oh hijo mío! no le maltrates, porque es un mono de bendición!" Y se despidió de nosotros y se marchó con sus esclavos.
Entonces ¡oh Emir de los Creyentes! me encaré con mi madre, y le dije: "¡Ya ves ¡oh madre mía! quién de nosotros tenía más razón! Tú me has torturado la vida, diciéndome todos los días: "¡Levántate, Huesos-Blandos, y trabaja!"
Y yo te decía: "¡Quién me ha creado, me hará vivir!" Y me contestó mi madre: "¡Tienes razón, hijo mío! ¡Cada cual lleva colgado al cuello su destino, y haga lo que haga, no escapará a el!"
Luego me ayudó a contar las perlas y a clasificarlas según su tamaño y su hermosura.
Y abandoné la holgazanería y la pereza, y empecé a ir todos los días al zoco para vender las perlas a los mercaderes. Y logré un beneficio inmenso, que me permitió comprar tierras, casas, tiendas, jardines, palacios y esclavos y esclavas y mozos jóvenes.
Y he aquí que el mono me seguía a todas partes, y comía de lo que yo comía y bebía de lo que yo bebía, y jamás me perdía de vista. Pero un día, estando yo sentado en el palacio que hice edificar para mí, el mono me hizo señas de que quería un tintero, un papel y un cálamo. Y le llevé las tres cosas. Y cogió el papel, poniéndoselo en la mano izquierda, como hacen los escribas, y cogió el cálamo, mojándolo en el tintero, y escribió: "¡Oh Abu-Mohammad! ¡ve a buscarme un gallo blanco!  ¡Y ven a reunirte conmigo en el jardín!" Y cuando leí aquellas líneas, fui a buscar un gallo blanco, y corrí al jardín para dárselo al mono, a quien encontré con una serpiente entre sus manos. Y cogió el gallo y le azuzó hacia la serpiente. Y al punto empezaron a pelearse ambos animales, y el gallo acabó por vencer y matar a la serpiente. Luego, al revés de lo que hacen los gallos, la devoró por completo.
Entonces el mono cogió al gallo, le arrancó todas las plumas, y las plantó una tras otra en el jardín. Después mató al gallo y con su sangre regó todas las plumas. Y cogió la molleja del gallo, la limpió y la puso en medio del jardín. Tras de lo cual...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

La pequeña Doniazada dijo a su hermana: "¡Oh hermana mía! ¡por favor, date prisa a decirnos qué hizo el mono de Abu-Mohammad después de plantar en el jardín las plumas del gallo y de regarlas con la sangre del gallo!" Y dijo Schehrazada: "¡De todo corazón amistoso!" Y continuó así: "...Cogió la molleja del gallo, la limpió y la puso en medio del jardín. Tras de lo cual fué ante cada pluma, hizo crujir sus mandíbulas lanzando algunos gritos que no pude comprender y volvió a mí para dar un salto prodigioso que le alzó del suelo y le hizo desaparecer de mi vista por los aires. Y al mismo tiempo, en el jardín todas las plumas del gallo se convirtieron en árboles de oro con ramas y hojas de esmeraldas y aguamarinas que a manera de frutas ostentaban rubíes, perlas y toda clase de pedrerías. Y la molleja del gallo se convirtió en este pabellón maravilloso que me he permitido ofrecerte con tres árboles de mi jardín, ¡oh Emir de los Creyentes!
Entonces, rico ya con aquellos bienes inestimables, de los que cada piedra valía un tesoro, pedí en matrimonio a la hija del cherif de Bassra, descendiente de nuestro Profeta. Y cuando hubo visitado mi palacio y mi jardín, el cherif me concedió su hija. ¡Y ahora vivo con ella entre delicias y felicidades! ¡Y todo fué debido a que durante mi juventud tuve confianza en la generosidad sin límites del Retribuidor, que jamás abandona en la necesidad a sus creyentes!"
Cuando el califa Harún Al-Raschid hubo oído esta historia, maravillose hasta el límite de la maravilla, y exclamó: "¡Los favores de Alah son ilimitados!" Y retuvo al lado suyo a Abu-Mohammad para que dictara a los escribas de palacio esta historia. Y no le dejó partir de Bagdad hasta verle colmado de honores y de regalos de una magnificencia igual a la de que su huésped había hecho alarde para con él.
¡Pero Alah es más generoso y más poderoso!

martes, diciembre 24, 2024

43 Los amores de Zein-Al-Mawassif

Hace parte de

45 Los amores de Zein-Al-Mawassif




LOS AMORES DE ZEIN AL-MAWASSIF

He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que en las edades y los años de hace mucho tiempo, había un joven de lo más hermoso que se llamaba Anís y que sin duda era el más rico, el más generoso, el más delicado, el más excelente y el más delicioso de su tiempo. Y como, además, le gustaba cuanto hay de gustoso en la tierra, -las mujeres, los amigos, la buena comida, la poesía, la música, los perfumes, los jardines, los baños, los paseos y todos los placeres- vivía con la holgura de la vida  dichosa.
Una tarde el hermoso Anís dormía una agradable siesta, como tenía costumbre, echado bajo un algarrobo de su jardín. Y tuvo un ensueño en el cual se vió jugando y entreteniéndose con cuatro hermosos pájaros y una paloma de blancura deslumbrante. Y sentía un placer intenso al acariciarlos, alisando su plumaje y besándolos, cuando un gran cuervo muy feo se abalanzó de pronto a la paloma, con el pico amenazador, dispersando a sus camaradas, los cuatro pájaros tan hermosos. Y Anís se despertó muy afectado, y se incorporó y salió en busca de alguien que le explicase aquel ensueño. Pero estuvo andando durante mucho tiempo sin encontrar a nadie. Y pensaba ya en volverse a su casa, cuando acertó a pasar por las cercanías de una morada de magnífico aspecto, de la cual oyó que, al acercarse él, se elevaba una voz de mujer, encantadora y melancólica, que cantaba estos versos:
¡La dulce aurora de la mañana fresca conmueve el corazón de los enamorados! ¿Pero es mi corazón cautivo el libre corazón de los enamorados?
¡Oh frescura de las mañanas! ¿calmaste alguna vez un amor igual al que siente mi corazón por un joven cervatillo, más delicado que la flexible rama del ban?
Y Anís sintió que le penetraban en el alma los acentos de aquella voz; y acuciado por el deseo de conocer a la que la poseía, se aproximó a la puerta, que encontrábase a medio abrir, y miró adentro. Y vió un jardín magnífico donde se perdían las miradas en parterres armoniosos; calles floridas y boscajes de rosas, jazmines, violetas, narcisos y otras mil flores, habitados por todo un pueblo cantor bajo el cielo de Alah.
Así es que, atraído por la pureza de aquellos lugares, Anís no vaciló en franquear la puerta y adentrarse en el jardín. Y en el fondo de la espesura, a lo último de una avenida cortada por tres arcos, divisó un grupo blanco de jóvenes en libertad...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 655ª noche

Ella dijo:
"... Y en el fondo de la espesura, a lo último de una avenida cortada por tres arcos, divisó un grupo blanco de jóvenes en libertad. Y se encaminó por aquel lado, y llegó hasta el primer arco, en el que se leía esta inscripción grabada en caracteres color de bermellón:
¡Oh casa! ¡Ojalá no trasponga tu umbral nunca la tristeza, ni nunca pese el tiempo sobre la cabeza de tus habitantes!
¡Ojalá dures eternamente, ¡oh casa! para abrir tus puertas a la hospitalidad, y jamás seas demasiado estrecha para los amigos!
Y llegó al segundo arco y leyó en él esta inscripción grabada en letras de oro:
¡Oh casa de dicha! ¡Ojalá dures tanto tiempo como han de regocijarse tus boscajes con la armonía de tus pájaros!
¡Que los perfumes de la amistad te embalsamen tanto tiempo como han de languidecer tus flores por saberse tan bellas!¡Y que tus poseedores vivan en la serenidad tanto tiempo como han de ver tus árboles madurar sus frutos, y han de lucir nuevas estrellas en la bóveda de los cielos!
Y llegó de tal suerte debajo del tercer arco, en el que leyó estos versos grabados en caracteres azules:
¡Oh casa de lujo y de gloria! ¡Ojalá te eternices en tu belleza bajo la cálida luz y bajo las tinieblas dulces, a despecho del tiempo y las mudanzas!
Cuando hubo franqueado el último arco, llegó al final de la avenida; y ante él, al pie de los peldaños de mármol lavado que conducían a la morada, vió a una joven que debía tener más de catorce años de edad, pero que indudablemente no había cumplido los quince años. Y estaba tendida en una alfombra de terciopelo y apoyada en cojines. Y la rodeaban y estaban a sus órdenes otras cuatro jóvenes. Y era hermosa y blanca como la luna, con cejas puras y tan delicadas cual un arco formado con almizcle precioso, con ojos grandes y negros cargados de exterminios y asesinatos, con una boca de coral tan pequeña como una nuez moscada y con un mentón que decía perfectamente: "¡Heme aquí!" Y sin disputa habría abrasado de amor con tantos encantos a los corazones más fríos y más endurecidos.
Así es que el hermoso Anís se adelantó hacia la bella joven, se inclinó hasta el suelo, se llevó la mano al corazón, a los labios y a la frente, y dijo: "La zalema contigo, ¡oh soberana de las puras!" Pero ella le contestó: "¿Cómo te atreviste ¡oh joven impertinente! a entrar en paraje prohibido y que no te pertenece?" El contestó: "¡Oh mi señora! ¡la culpa no es mía, sino tuya y de este jardín! ¡Por la puerta entreabierta he visto este jardín con sus parterres de flores, sus jazmines, sus mirtos y sus violetas, y he visto que todo el jardín con sus parterres y sus flores se inclinaba ante la luna de belleza que se sentaba aquí mismo donde te hallas tú! ¡Y mi alma no pudo resistir al deseo que la impulsaba a venir a inclinarse y rendir homenaje con las flores y los pájaros!"
La joven se echó a reír, y le dijo: "¿Cómo te llamas?" Dijo él: "Tu esclavo Anís, ¡oh mi señora!" Dijo ella: "¡Me gustas infinitamente, ya Anís! ¡Ven a sentarte a mi lado!"
Le hizo, pues, sentarse al lado suyo, y le dijo: "¡Ya Anís! ¡tengo ganas de distraerme un poco! ¡Sabes jugar al ajedrez?" Dijo él: "¡Sí, por cierto!" Y ella hizo señas a una de las jóvenes, quien al punto les llevó un tablero de ébano y marfil con cantoneras de oro, y los peones del ajedrez eran rojos y blancos y estaban tallados en rubíes los peones rojos y tallados en cristal de roca los peones blancos. Y le preguntó ella: "¿Quieres los rojos o los blancos?" El contestó: "¡Por Alah, ¡oh mi señora! que he de coger los blancos, porque los rojos tienen el color de las gacelas, y por esa semejanza y por muchas otras más, se amoldan a ti perfectamente!" Ella dijo: "¡Puede ser!" Y se puso a arreglar los peones.
Y empezó el juego.
Pero Anís, que prestaba más atención a los encantos de su contrincante que a los peones del ajedrez, se sentía arrebatado hasta el éxtasis por la belleza de las manos de ella, que parecíanle semejantes a la pasta de almendra, y por la elegancia y la finura de sus dedos, comparables al alcanfor blanco. Y acabó por exclamar: "¿Cómo voy a poder ¡oh mi señora! jugar sin peligro contra unos dedos así?" Pero le contestó ella embebida en su juego: "¡Jaque al rey! ¡Jaque al rey, ya Anís! ¡Has perdido!"
Luego, como viera que Anís no prestaba atención al juego, le dijo: "¡Para que estés más atento al juego, Anís, vamos a jugar en cada partida una apuesta de cien dinares!"
El contestó: "¡Bueno!" Y arregló los peones. Y por su parte, la joven, que tenía por nombre Zein Al-Mawassif, se quitó en aquel momento el velo de seda que le cubría los cabellos y apareció cual una resplandeciente columna de luz. Y Anís, que no lograba separar sus miradas de su contrincante, continuaba sin darse cuenta de lo que hacía: tan pronto cogía peones rojos en vez de peones blancos, como los movía atravesados, de modo que perdió seguidas cinco partidas de cien dinares cada una. Y le dijo Zein Al-Mawassif: "Ya veo que no estás más atento que antes. ¡Juguemos una apuesta más fuerte! ¡A mil dinares la partida!" Pero Anís, a pesar de la suma empeñada, no se condujo mejor; y perdió la partida.
Entonces le dijo ella: "¡Juguemos todo tu oro contra todo el mío!" Aceptó él, y perdió. Entonces se jugó sus tiendas, sus casas, sus jardines y sus esclavos, y los perdió unos tras de otros. Y ya no le quedó nada entre las manos.
Entonces Zein Al-Mawassif se encaró con él y le dijo: "Eres un insensato, Anís. Y no quiero que tengas que arrepentirte de haber entrado en mi jardín y de haber entablado amistad conmigo. ¡Te devuelvo, pues, cuanto perdiste! ¡Levántate, Anís, y vete en paz por donde viniste!" Pero Anís contestó: "¡No, por Alah, ¡oh soberana mía! que no me apena lo más mínimo lo que perdí! Y si mi vida me pides, te perteneceré al instante. ¡Pero, por favor, no me obligues a abandonarte!"
Ella dijo: "¡Puesto que no quieres recuperar lo que has perdido, ve, al menos, en busca del kadí y de los testigos, y tráeles aquí para que extiendan una donación en regla de los bienes que te he ganado!" Y fué Anís a buscar al kadí y a los testigos. Y el kadí, aunque estuvo a punto de que se le cayera el cálamo de entre los dedos al ver la belleza de Zein Al-Mawassif, redactó el acta de donación e hizo poner en ella sus sellos a los dos testigos.
Luego se marchó...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y calló discreta.

Y cuando llegó la 656ª noche

Ella dijo:
"... Y el kadí, aunque estuvo a punto de que se le cayera el cálamo de entre los dedos al ver la belleza de Zein Al-Mawassif, redactó el acta de donación e hizo poner en ella sus sellos a los dos testigos.
Luego se marchó.
Entonces Zein Al-Mawassif se encaró con Anís y le dijo, riendo: "Ahora puedes marcharte, Anís. ¡Ya no nos conocemos!" Dijo él: "¡Oh soberana mía! ¿vas a dejarme partir sin la satisfacción del deseo?" Ella dijo: "¡Con mucho gusto accederé a lo que quieres, Anís; pero todavía me queda que pedirte algo! ¡Aun tendrás que traerme cuatro vejigas de almizcle puro, cuatro onzas de ámbar gris, cuatro mil piezas de brocado de oro de la mejor calidad y cuatro mulas enjaezadas!" Dijo él: "Por encima de mi cabeza, ¡oh mi señora!"
Ella preguntó: "¿Cómo te arreglarás para proporcionármelas, si ya no posees nada?" Dijo él: "¡Alah proveerá! Tengo amigos que me prestarán todo el dinero que me haga falta". Ella dijo: "Entonces date prisa a traerme lo que te he pedido". Y Anís, sin dudar que sus amigos fuesen en su ayuda, salió para ir a buscarlos.
Entonces Zein Al-Mawassif dijo a una de sus mujeres, que se llamaba Hubub: "Sal detrás de él, ¡oh Hubub! y espíale. Y cuando veas que todos los amigos de que habló se niegan a ir en su ayuda y le rechazan con un pretexto o con otro, te acercarás a él, y le dirás: "¡Oh amo mío, Anís! mi ama Zein Al-Mawassif me envía a ti para decirte que quiere verte al instante!" Y le traerás contigo, y le introducirás en la sala de recepción. ¡Y entonces sucederá lo que suceda!"
Y Hubub contestó con el oído y la obediencia, y se apresuró a salir detrás de Anís y a seguir sus pasos.
En cuanto a Zein Al-Mawassif, entró en su casa y empezó por ir al hammam para tomar un baño. Y después del baño, sus doncellas le prodigaron los cuidados que requiere un tocado extraordinario; luego depilaron lo que tenían que depilar, frotaron lo que tenían que frotar; alargaron lo que tenían que alargar y oprimieron lo que tenían que oprimir. Luego la vistieron con un traje bordado de oro fino, y le pusieron en la cabeza una lámina de plata para que sirviera de sostén a una rica diadema de perlas que por detrás se hacía un nudo cuyos dos cabos, adornados cada uno con un rubí del tamaño de un huevo de paloma, le caían por los hombros deslumbradores cual la plata virgen. Luego acabaron de trenzar sus hermosos cabellos negros, perfumados de almizcle y de ámbar, en veinticuatro trenzas que le arrastraban hasta los pies. Y cuando terminaron de adornarla, y quedó semejante a una recién casada, se echaron a sus plantas, y le dijeron con voz temblorosa de admiración: "¡Alah te conserve en tu esplendor, ¡oh ama nuestra Zein Al-Mawassif! y aleje de ti por siempre la mirada de los envidiosos, y te preserve del mal de ojo!" Y mientras ella ensayaba en la habitación un modo gallardo de andar, no cesaron de hacerle mil y mil cumplimientos desde el fondo de su alma.
Entretanto, volvió la joven Hubub con el hermoso Anís, al que se llevó cuando sus amigos le rechazaron negándose a ir en su ayuda. Y le introdujo a la sala en donde se hallaba su ama Zein Al-Mawassif.
Cuando el hermoso Anís advirtió a Zein Al-Mawassif en todo el esplendor de su belleza, se detuvo deslumbrado, y se preguntó: "¿Pero es ella, o una de las recién casadas que sólo se ven en el paraíso?" Y Zein Al-Mawassif, satisfecha del efecto producido en Anís, fue a él sonriendo, le cogió de la mano y le condujo hasta el diván amplio y bajo en que se sentaba ella, y le hizo sentarse al lado suyo. Luego ordenó por señas a sus mujeres que llevaran una mesa grande y baja, hecha de un solo trozo de plata, y en la cual había grabados estos versos gastronómicos:
¡Hunde las cucharas en las salseras grandes, y regocija tus ojos y regocija tu corazón con todas estas especies admirables y variadas!
¡Guisados y cochifritos, asados y cocidos, confituras y helados, fritadas y compotas al aire libre o al horno!
¡Oh codornices! ¡oh pollos! ¡oh capones! ¡oh enternecedores! ¡os adoro!
¡Y vosotros, corderos cebados durante tanto tiempo con alfónsigos, y ahora rellenos de uvas en esta bandeja, ¡oh excelencias!
¡Aunque no tenéis alas como las codornices y los pollos y los capones, me gustáis mucho!
¡En cuanto a ti, ¡oh kabab a la parrilla! que Alah te bendiga! ¡Jamás me verá tu color dorado decirle que no!
¡Y a ti, ensalada de verdolaga, que en esta escudilla bebes el alma misma de los olivos, te pertenece mi espíritu, ¡oh amiga mía!
¡A la vista de esta pareja de pescados asentados en el fondo del plato sobre menta fresca, te estremeces de placer en mi pecho, ¡oh corazón mío!
¡Y tú, bienhadada boca mía, cállate y sueña con comer estas delicias de las que por siempre hablarán los anales!
Entonces las doncellas les sirvieron los manjares perfumados. Y ambos comieron juntos hasta la saciedad y se endulzaron. Y les llevaron los frascos de vino, y bebieron ambos en la misma copa. Y Zein Al-Mawassif se inclinó hacia Anís, y le dijo: "¡He aquí que hemos comido juntos el pan y la sal, y ya eres mi huésped! No creas, pues, que voy a quedarme ahora con la menor cosa de lo que te ha pertenecido. ¡Así es que, quieras o no, te devuelvo cuanto te he ganado!" Y Anís no tuvo más  remedio que aceptar como regalo los bienes que le habían pertenecido. Y se arrojó a los pies de la joven, y le expresó su gratitud. Pero ella le levantó, y le dijo: "Si verdaderamente, Anís, quieres agradecerme este don, no tienes más que seguirme a mi lecho. ¡Y allí me probarás positivamente si eres un buen jugador de ajedrez...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 658ª noche

Ella dijo:
"... no tienes más que seguirme a mi lecho. ¡Y allí me probarás positivamente si eres un buen jugador de ajedrez!" Y saltando sobre ambos pies, contestó Anís: "¡Por Alah, ¡oh mi señora! que en el lecho vas a ver cómo el rey blanco supera a todos los jinetes!" Y diciendo estas palabras, la cogió en brazos, y cargado con aquella luna, corrió a la alcoba, cuya puerta hubo de abrirle la servidora Hubub. Y allí jugó con la joven una partida de ajedrez siguiendo todas las reglas de un arte consumado, e hizo que la sucediese una segunda partida y una tercera partida, y así sucesivamente hasta la partida decimoquinta, haciendo portarse tan valientemente al rey en todos los asaltos, que la joven, maravillada y sin alientos, hubo de darse por vencida, y exclamó: "Triunfaste, ¡oh padre de las lanzas y de los jinetes!" Luego añadió: "¡Por Alah sobre ti, ¡oh mi señor! di al rey que descanse!" Y se levantó riendo y puso fin por aquella noche a las partidas de ajedrez.
Entonces, nadando con alma y cuerpo en el océano de las delicias, reposaron un momento en brazos uno de otro. Y Zein Al-Mawassif dijo a Anís: "Llegó la hora del descanso bien ganado, ¡oh invencible Anís! ¡Pero, para juzgar mejor todavía de tu valer, deseo saber por ti si en el arte de los versos eres tan excelente como en el juego de ajedrez! ¿Podrías, pues, ordenar rítmicamente los diversos episodios de nuestro encuentro y de nuestro juego, de manera que se nos quedaran bien en la memoria?" Y contestó Anís: "La cosa es muy sencilla para mí, ¡oh señora mía!" Y se sentó en la cama perfumada, y mientras Zein Al-Mawassif le pasaba el brazo por el cuello y le acariciaba dulcemente, improvisó él esta oda sublime:
¡Levantaos para escuchar la historia de una joven de catorce años y un cuarto de año, a quien encontré en un paraíso, y era más bella que las lunas en el cielo de Alah!
¡Como una gacela, se balanceaba en el jardín y las ramas flexibles de los árboles se inclinaban hacia ella, y la cantaban los pájaros! ¡Y aparecí, y le dije; "¡La zalema contigo, ¡oh sedosa de mejillas, oh soberana! ¡Dime, para que lo sepa, el nombre de aquella cuyas miradas me vuelven loco!"
¡Con acento más dulce que el tintineo de las perlas en la copa, me dijo: "¿No darás con mi nombre tú solo? ¿Tan ocultas están mis cualidades, que no puede mi rostro reflejarlas a tu vista?
¡Contesté: "¡No, por cierto! ¡No, por cierto! ¿Sin duda te llamas Ornamento de las Cualidades? ¡Dame una limosna, ¡oh Ornamento de las Cualidades! (traducción de Zein Al-Mawassif)
¡Y en cambio, ¡oh joven! aquí tienes almizcle, aquí tienes ámbar, aquí tienes perlas, aquí tienes oro y alhajas y todas las gemas y sedas!"
¡Entonces brilló en sus dientes jóvenes el relámpago de su sonrisa, y me dijo: "¡Heme aquí, pues! Heme aquí, ¡oh caros ojos míos!"
¡Éxtasis de mi alma, ¡oh su cintura desceñida! ¡oh su camisa descubierta! ¡oh su carne al desnudo! ¡oh diamantes! ¡Satisfacción de mis deseos! ¡Emanaciones suyas, que eran perfumes al besar! ¡Olor de piel suprema calor de regazo! ¡Oh frescura, mil besos!
¡Si la hubieseis visto, censores que me impugnáis! ¡Escuchad! ¡Os cantaré toda mi embriaguez, y quizás comprendáis!
¡Su inmensa cabellera, color de noche, se despliega triunfal sobre la blancura de su espalda hasta llegar al suelo! ¡Y las rosas de sus mejillas incendiarias alumbrarían el infierno!
¡Un arco precioso son sus cejas puras; matan sus párpados, cargados de flechas; y es un alfanje cada una de sus miradas!
¡Su boca es un frasco de vino añejo; su saliva es agua de fuente; sus dientes son un collar de perlas acabadas de coger del mar!
¡Su cuello, cual el cuello del antílope, es elegante y está tallado admirablemente; su pecho es una losa de mármol sobre la que descansan dos copas invertidas!
¡Su vientre tiene un hoyo que embalsama con los perfumes más ricos; y debajo, enfrontando mi espera, gordo y rollizo, alto como un trono de rey, asentado entre dos columnas de gloria, está aquel que es la locura de los más cuerdos!
¡Por unos lados liso y por otros barbudo, es tan sensible, que se encabrita como un mulo en cuanto se le toca!
¡Tiene los ojos rojos, tiene los labios carnosos y dulces, tiene el hocico fresco y encantador!
¡Si te aproximas a él con valentía, le encontrarás caliente, sólido, resuelto y suntuoso, sin temer las fatigas, ni los asaltos, ni las batallas!
¡Así eres, ¡oh Zein Al-Mawassif! completa de encantos y de cortesía! ¡Y por eso no olvidaré las delicias de nuestras noches, ni la hermosura de nuestros amores!
Al oír esta oda improvisada en honor suyo, Zein Al-Mawassif se sintió transportada de placer y se expansionó hasta el límite de la expansión...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y cuando llegó la 659ª noche

Ella dijo:
"Al oír esta oda improvisada en honor suyo, Zein Al-Mawassif se sintió transportada de placer y se expansionó hasta el límite de la expansión. Y dijo a Anís, besándole: "¡Oh Anís, qué excelencia! ¡Por Alah, ya no quiero vivir más que contigo!" Y pasaron juntos el resto de la noche entre escarceos diversos, caricias, copulaciones y otras cosas semejantes, hasta la mañana. Y dejaron transcurrir el día, uno junto a otro, tan pronto descansando como comiendo y bebiendo y divirtiéndose hasta la noche. Y continuaron viviendo de tal suerte durante un mes en medio de transportes de alegría y de voluptuosidad.
Pero, al cabo del mes, la joven Zein Al-Mawassif, que era una mujer casada, recibió una carta de su esposo en que le anunciaba su próximo regreso. Y cuando la hubo leído, exclamó: "¡Ojalá se le rompan las piernas! ¡Alejada sea la fealdad! ¡He aquí que nuestra deliciosa vida va a verse turbada por la llegada de ese rostro de mal agüero!" Y enseñó a su amigo la carta, y le dijo: "¿Qué partido vamos a tomar, ¡oh Anís!?" El contestó: "Me entrego enteramente a ti, ¡oh Zein! ¡Porque, en cuestión de astucias y sutilezas, las mujeres superaron siempre a los hombres!" Ella dijo: "¡Está bien! ¡Pero te advierto que mi marido es un hombre muy violento, y sus celos no tienen límites! ¡Y nos resultará muy difícil el no despertar sus sospechas!" Y reflexionó una hora de tiempo, y dijo: "¡Para introducirte en casa después de su llegada maldita, no veo otro medio que hacerte pasar por un mercader de perfumes y especias! ¡Medita, pues, acerca de este oficio, y sobre todo ten mucho cuidado con contrariarle en nada durante los tratos!" Y se pusieron ambos de acuerdo respecto a los medios de que se valdrían para engañar al marido.
Entretanto, regresó de viaje el marido, y llegó al límite de la sorpresa al ver a su mujer toda amarilla de pies a cabeza. La astuta se había puesto en aquel estado frotándose con azafrán. Y su marido, muy asombrado, le preguntó qué enfermedad tenía; y contestó ella: "Si tan amarilla me ves, ¡ay! no es a causa de una enfermedad, sino a causa de la tristeza y de la inquietud en que estuve durante tu ausencia! ¡Por favor no vuelvas a viajar sin llevar contigo un acompañante que te defienda y te cuide! ¡Y entonces estaré más tranquila por ti!" El contestó: "¡Lo haré de todo corazón! ¡Por vida mía, que es sensata tu idea! ¡Tranquiliza, pues, tu alma, y procura recuperar tu color brillante de otras veces!" Luego la besó y se fué a su tienda, porque era un gran mercader, judío de religión. ¡Y su esposa, la joven, era, asimismo, judía como él!
Y he aquí que Anís, que había adquirido todos los informes referentes al nuevo oficio que tenía que ejercer, esperaba al marido a la puerta de su tienda. Y para entablar amistad con él, le ofreció perfumes y especias a un precio muy inferior al corriente. Y el marido de Zein Al-Mawassif, que tenía el alma endurecida de los judíos, quedó tan satisfecho de aquel negocio y del comportamiento de Anís y de sus buenas maneras, que se hizo su cliente habitual. Y a los pocos días, acabó por proponerle que se asociara con él, en caso de poder aportar suficiente capital. Y no dejó Anís de aceptar una oferta que sin duda le aproximaría a su bienamada Zein Al-Mawassif, y contestó que abrigaba ese mismo deseo y que anhelaba mucho ser socio de un mercader tan estimable. Y sin tardanza redactaron su contrato de asociación, y le pusieron sus sellos en presencia de dos testigos entre los notables del zoco.
Y he aquí que aquella misma tarde el esposo de Zein Al-Mawassif, para festejar su contrato de asociación, invitó a su nuevo asociado a que fuese a su casa para compartir su comida. Y se lo llevó consigo; y como era judío, y los judíos no tienen vergüenza y no guardan a sus mujeres ocultas a las miradas de los extraños, quiso hacerle conocer a su esposa. Y fué a prevenirle de la llegada de su asociado Anís, y le dijo: "Es un joven rico y de buenas maneras. ¡Y deseo que vengas a verle!" Y aunque transportada de alegría al saber aquella noticia, Zein Al-Mawassif no quiso dejar traslucir sus sentimientos, y fingiendo hallarse extremadamente indignada, exclamó: "¡Por Alah! ¿cómo te atreves, ¡oh padre de la barba! a introducir a extraños en la intimidad de tu casa? ¿Y de qué modo pretendes imponerme la dura necesidad de mostrarme a ellos, con el rostro descubierto o velado? ¡El nombre de Alah sobre mí y alrededor de mí! ¿Es que, porque tú hayas encontrado un socio, debo yo olvidar la modestia que conviene a las jóvenes? ¡Antes me dejaría cortar en pedazos!"
Pero contestó el: "¡Qué palabras tan desconsideradas dices, oh mujer! ¿Y desde cuándo hemos resuelto hacer como los musulmanes, que tienen por ley esconder a sus mujeres? ¡Qué vergüenza tan inaudita y qué modestia tan extemporánea! ¡Nosotros somos moisitas, y tus escrúpulos a ese respecto resultan excesivos en una moisita!" Y le habló así. Pero pensaba para su ánima: "¡Qué bendición sobre mi casa es el tener una esposa tan casta, tan modesta, tan prudente y tan llena de timidez!" Luego se puso a hablar con tanta elocuencia, que acabó por convencerla para que fuera a cumplir por sí misma los deberes de hospitalidad para con el recién venido.
Y he aquí que Anís y Zein Al-Mawassif, al verse, se guardaron mucho de aparentar que se conocían. Y durante toda la comida, Anís tuvo los ojos bajos muy honestamente; y fingía gran discreción, y no miraba más que al marido. Y el propio judío pensaba: "¡Qué joven tan excelente!" Así es que, cuando se hubo terminado la comida, no dejó de invitar a Anís para que al día siguiente fuera también a hacerle compañía en la mesa. Y Anís volvió al día siguiente, y al otro día; y cada vez se portaba en todo con un tacto y una discreción admirables.
Pero al judío le había chocado ya una cosa extraña que ocurría en cuanto se encontraba en la casa Anís. Efectivamente, había en la casa un pájaro domesticado...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y cuando llegó la 660ª noche

Ella dijo:
"... Efectivamente, había en la casa un pájaro domesticado, a quien amaestró el judío, y que reconocía y quería mucho a su amo. Pero, mientras duró la ausencia del judío, aquel pájaro hubo de cifrar su afecto en Anís y tomó la costumbre de posársele en la cabeza y en los hombros y hacerle mil caricias, de modo que, cuando su amo el judío regresó de viaje, no quiso el pájaro reconocerle ya, considerándole como un extraño. Y ya no había píos de alegría, aleteos y caricias más que para el joven Anís, socio de su amo. Y el judío pensó para sí: "¡Por Muza y Aarún! ¡pues no me ha olvidado este pájaro! ¡Y su conducta para conmigo da más valor todavía a los sentimientos de mi esposa, que ha caído enferma de dolor por mi ausencia!" ¡Así pensaba! Pero no tardó en chocarle y en hacer que le asaltasen mil ideas torturadoras otra cosa extraña.
Porque notó que su esposa, tan reservada y tan modesta en presencia de Anís, tenía sueños extraordinarios en cuanto se dormía. Tendía los brazos, jadeaba, suspiraba y hacía mil contorsiones pronunciando el nombre de Anís y hablándole como hablan las enamoradas más apasionadas. Y el judío se quedó extremadamente asombrado al comprobar aquello varias noches sucesivas, y pensó: "¡Por el Pentateuco, que esto viene a demostrarme que todas las mujeres son iguales y que, cuando una de ellas es virtuosa y casta y continente como mi esposa, tiene que satisfacer de una manera o de otra sus malos deseos, aunque sea en sueños! ¡Alejado sea de nosotros el Maligno! ¡Qué calamidad son estas criaturas formadas con la llama del infierno!" Luego se dijo: "¡He de poner a prueba a mi esposa! ¡Si resiste a la tentación y permanece casta y reservada, lo del pájaro y lo de los sueños no será más que una coincidencia entre las coincidencias sin resultados!"
Y he aquí que, cuando llegó la hora de la comida acostumbrada, el judío anunció a su esposa y a su socio que estaba invitado a casa del walí con motivo de un gran pedido de mercaderías; y les rogó que esperasen su regreso para empezar a comer. Luego les dejó y salió al jardín. Pero, en vez de ir a casa del walí, se apresuró a volver sobre sus pasos y a subir al piso superior de la casa; allí, desde una habitación cuya ventana daba a la sala de reunión, podría vigilar lo que iba a ocurrir.
No se hizo esperar mucho el resultado, que por parte de los amantes se manifestó con besos y caricias de una intensidad y una pasión increíbles. Y como no quería el judío descubrir su presencia ni dejarles adivinar que no había ido a casa del walí, se vió obligado durante una hora de tiempo a asistir a las manifestaciones desenfrenadas de ambos amantes. Pero, tras de esta espera dolorosa, bajó a reunirse con ellos y entró en la sala con rostro sonriente, como si nada supiera. Y mientras duró la comida, se guardó bien de dejarles adivinar sus sentimientos, y tuvo muchas más consideraciones y atenciones para el joven Anís, quien, por otra parte, se mostró todavía más reservado y más discreto que de costumbre.
Pero cuando se terminó la comida y se marchó el joven Anís, el judío se dijo: "¡Por los cuernos de nuestro señor Muza, que he de abrasarles el corazón al separarlos!" Y sacó del seno una carta que abrió y leyó; luego exclamó: "He aquí que voy a verme obligado a partir de nuevo para un viaje largo. ¡Porque me llega esta carta de mis corresponsales del extranjero, y es preciso que vaya a verles para arreglar con ellos un importante asunto comercial!" Y Zein Al-Mawassif supo disimular perfectamente la alegría que le causaba esta noticia, y dijo: "¡Oh esposo mío bienamado! ¡vas a dejarme morir durante tu ausencia! ¡Dime, por lo menos, cuánto tiempo vas a estar lejos de mí!" Dijo él: "¡Tres años, o acaso cuatro años, ni más ni menos!" Ella exclamó: "¡Oh, pobre Zein Al-Mawassif! ¡Tu mala suerte no te deja nunca disfrutar de la presencia de tu esposo! ¡Oh desesperación de mi alma!"
Pero le dijo él: "¡No te desesperes más por eso! Porque para no dejarte sola esta vez y exponerte a la tristeza, quiero que vengas conmigo! ¡Levántate, pues, y ordena que tus doncellas Hubub, Khutub, Sukub y Rukub te ayuden a hacer tu equipaje para la marcha!"
Al oír estas palabras, a la quebrantada Zein Al-Mawassif se le puso el color muy amarillo, y sus ojos humedeciéronse con lágrimas, y no pudo pronunciar ni una sola palabra. Y su marido, que interiormente se dilataba de contento, le preguntó con acento muy afectuoso: "¿Qué te pasa, Zein?" Ella contestó: "¡Nada, por Alah! ¡Solamente estoy un poco emocionada con esta agradable noticia de saber que ya no voy a separarme de ti!"
Luego se levantó y se puso a hacer los preparativos de la marcha, ayudada por sus doncellas, a la vista de su esposo el judío. Y no sabía cómo enterar de la triste nueva a Anís. Por fin pudo disponer de un momento para trazar sobre la puerta de entrada estos versos de adiós a su amigo:
¡A ti mis penas, Anís! ¡Hete aquí solo, con el corazón sangrando por vivas heridas!
¡Los celos más que la necesidad ocasionan nuestra separación! ¡Y la alegría hubo de entrar en el alma del envidioso a la vista de mi dolor y de mi desesperación!
¡Pero por Alah juro que no me poseerá otro que no seas tú, Anís, aunque venga acompañado de mil intercesores!
Tras de lo cual montó en el camello preparado para ella, y segura de no volver a ver ya a Anís, se metió en su litera, dedicando versos de adiós a la casa y al jardín. Y se puso en marcha toda la caravana, con el judío a la cabeza, Zein Al-Mawassif en medio y las doncellas a la cola. Y esto es lo referente a Zein y a su esposo el judío...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 662ª noche

Ella dijo:
"... Y esto es lo referente a Zein y a su esposo el judío.
¡Pero he aquí lo que atañe a Anís!
Cuando al día siguiente vió que no iba al zoco su asociado el mercader judío, quedó extremadamente sorprendido y esperó su llegada hasta la tarde. Pero en vano. Entonces decidióse a ir a ver por sí mismo la causa de semejante ausencia. Y llegó de tal suerte ante la puerta de entrada, y leyó la inscripción que Zein Al-Mawassif había grabado allí. Y comprendió su sentido, y trastornado se dejó caer en tierra, presa de la desesperación. Y cuando se repuso un poco de la emoción que hubo de causarle aquella ausencia de su bienamada, preguntó a los vecinos. Y así fué como se enteró de que su esposo el judío se la había llevado con sus doncellas y un gran equipaje, que cargaron en diez camellos, y con víveres para un viaje muy largo.
Al saber esta noticia, Anís caminó como un insensato por entre las soledades del jardín; e improvisó estos versos:
¡Para llorar el recuerdo de la bienaventurada, detengámonos aquí en el límite de árboles de su jardín, donde se yergue su querida casa, donde sus huellas, como en mi corazón, no pueden ser borradas ni por los vientos del Norte ni por los vientos del Sur!
¡Se marchó, pero mi corazón está con ella, atado al aguijón que apresura la marcha de los camellos!
¡Ah, ven, oh noche! ¡ven a refrescar mis mejillas ardientes y a calmar el fuego que me consume el corazón!
¡Oh brisa del desierto! a ti, cuyo soplo perfumó su aliento, ¿no te ha recetado ningún colirio para secar mis lágrimas, ningún remedio para reanimar mi cuerpo helado?
¡Ay! ¡ay! ¡el conductor de la caravana dió señal de partir en medio de las tinieblas de la noche, antes que el soplo del céfiro matinal viniera a vivificar las cañadas!
¡Se arrodillaron los camellos; hiciéronse los fardos; metíase ella en la litera; se marchó!
¡Ay! ¡se marchó, y me ha dejado sin poder seguir sus huellas! ¡La sigo desde lejos, regando con mis lágrimas el polvo!
Luego, mientras se entregaba de este modo a sus reflexiones y recuerdos, oyó graznar a un cuervo que tenía su nido en una palmera del jardín. E improvisó esta estrofa:
¡Oh cuervo! ¿qué tienes que hacer ya en el jardín de mi bienamada? ¿Vienes a gemir con tu voz lúgubre por los tormentos de mi amor? ¡Ay! ¡ay! ¡gritas a mi oído! y el eco infatigable repite sin cesar: ¡Ay! ¡ay!
Luego, sin poder ya resistirse a tantas penas y tormentos, se echó Anís en el suelo y se sintió invadido por el sopor. Y he aquí que en sueños se le apareció su bienamada; y se encontraba dichoso él con ella; y la oprimía en sus brazos, y hacía ella lo mismo.
Pero despertóse de pronto y quedó desvanecida la ilusión. Y para consolarse, sólo pudo él improvisar estos versos:
¡Salve, imagen de la bienamada! ¡Te me apareces en medio de las tinieblas de la noche, y vienes a calmar por un instante la violencia de mi amor!
¡Me habla ella, me sonríe, me hace mil tiernas caricias; tengo en mis manos toda la felicidad de la tierra, y me despierto bañado en lágrimas!
Así se lamentaba el joven Anís. Y continuó viviendo a la sombra de la casa abandonada, sin alejarse más que para tomar algún alimento en su vivienda.
Y he aquí lo referente a él.
En cuanto a la caravana, cuando llegó a un mes de distancia de la ciudad consabida, hizo alto. Y el judío mandó armar las tiendas cerca de una ciudad situada a orillas del mar. Allí quitó a su esposa los ricos trajes que la cubrían, cogió una vara larga y flexible, y le dijo: "¡Ah, miserable traidora! ¡tu piel manchada sólo se podrá limpiar con esto! ¡Que venga ahora a librarte de entre mis manos ese joven Anís!" Y a pesar de sus gritos y protestas, le fustigó dolorosamente con toda su fuerza.
Luego le envolvió un manto de crines viejo, y fué a la ciudad en busca de un herrador, y le dijo:
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.

Pero cuando llegó la 663ª noche

Ella dijo:
"... y fué a la ciudad en busca de un herrador, y le dijo: "Vas a herrar sólidamente los pies de esta esclava; tras de lo cual le herrarás las manos. ¡Y me servirá de cabalgadura!" Y el herrador asombrado, miró al viejo, y le dijo: "¡Por Alah, que es la primera vez que me llaman para herrar a seres humanos! ¿Pues qué ha hecho esta joven para merecer ese castigo?" El viejo dijo: "¡Por el Pentateuco! ésa es la pena con que nosotros los judíos castigamos a nuestros esclavos cuando tenemos queja de su conducta". Pero el herrador, deslumbrado por la belleza de Zein Al-Mawassif e impresionado en extremo por sus encantos, miró al judío con desprecio e indignación, y le escupió en la cara; y en lugar de tocar a la joven, improvisó esta estrofa:
¡Ojalá ¡oh mulo! te herraran a ti en toda tu piel antes de torturar sus pies delicados! ¡Si fueras sensato, con anillos de oro adornarías sus pies encantadores!
¡Porque bien seguro estoy de que, al comparecer ante el Juez Soberano, será declarada inocente y pura tan bella criatura!
Luego corrió el herrador en busca del walí de la ciudad y le contó lo que había visto, describiéndole la belleza maravillosa de Zein Al-Mawassif y el trato cruel que quería hacerle soportar su esposo el judío. Y el walí ordenó a los guardias que inmediatamente fueran al campamento y trajeran a su presencia a la bella esclava, al judío y a las demás mujeres de la caravana. Y los guardias se apresuraron a ejecutar la orden. Y al cabo de una hora, volvieron e introdujeron en la sala de audiencias, ante el walí, al judío, a Zein Al-Mawassif y a las cuatro doncellas Hubub, Khutub, Sukub y Rukub. Y deslumbrado por la belleza de Zein Al-Mawassif, el walí le preguntó: "¿Cómo te llamas, hija mía?" Ella dijo, moviendo las caderas: "Tu esclava Zein Al-Mawassif, ¡oh amo nuestro!" Y él le preguntó: "¿Y quién es este hombre tan feo?" Ella contestó: "¡Es judío ¡oh mi señor! que me separó de mi padre y de mi madre, y me violentó, y con toda clase de malos tratos quiso forzarme a abjurar de la santa fe de mis padres musulmanes! ¡Y me hace sufrir tortura a diario, y por ese procedimiento intenta vencer mi resistencia! Y en prueba de lo que revelo a nuestro amo, aquí tenéis las huellas de los golpes con que no cesa de martirizarme!" Y con mucho rubor descubrió la parte alta de los brazos y enseñó los verdugones que los surcaban. Luego añadió: "¡Y por cierto ¡oh amo nuestro! que el honorable herrador puede dar testimonio del trato bárbaro que quería hacerme sufrir ese judío! ¡Y mis doncellas confirmarán mis palabras! ¡Por lo que a mí respecta, soy una musulmana, una creyente, y atestiguo que no hay más Dios que Alah y que Mohamed es el Enviado de Alah!
Al oír estas palabras, el walí se encaró con las doncellas Hubub, Khutub, Sukub y Rukub, y les preguntó: "¿Es cierto lo que dice vuestra ama?" Ellas contestaron: "¡Es cierto!" Entonces el walí se encaró con el judío, y con los ojos chispeantes, le dijo: "¡Mal hayas, enemigo de Alah! ¿Por qué arrebataste esta joven a su padre y a su madre, a su casa y a su patria, y la torturaste, e intentaste hacerle renegar de nuestra santa religión y precipitarla en los horribles errores de tu creencia maldita?"
El judío contestó: "¡Oh amo nuestro! ¡por vida de la cabeza de Yacub, de Muza y de Aarún, te juro que esta joven es mi esposa legal!" Entonces exclamó el walí: "¡Que le den una paliza!" Y los guardias le tiraron al suelo y le aplicaron cien palos en la planta de los pies, cien palos en la espalda y cien palos en las nalgas. Y como continuara en sus gritos y vociferaciones, protestando y afirmando que Zein Al-Mawassif le pertenecía legalmente, el walí dijo: "¡Ya que no quiere declarar, que le corten las manos y los pies, y que le fustiguen!"
Al oír esta terrible sentencia, exclamó el judío: "¡Por los cuernos sagrados de Muza! ¡si sólo eso basta para salvarme, declaro que no es mi esposa esta mujer y que se la he quitado a su familia!"
Entonces pronunció el walí: "¡Ya que ha declarado, que le encarcelen! ¡Y que esté preso toda su vida! ¡Sean castigados así los judíos descreídos!" Y al punto los guardias ejecutaron la orden. Y arrastraron al judío hasta la cárcel. Y sin duda allí moriría en su descreimiento y en su fealdad. ¡Que Alah no tenga nunca compasión de él! ¡Y precipite su alma judía en el fuego del último piso del infierno! ¡Pero nosotros somos creyentes! ¡Y reconocemos que no hay más Dios que Alah y que Mohamed es el Enviado de Alah!
En cuanto a Zein Al-Mawassif, besó la mano del walí, y acompañada por sus cuatro doncellas Hubub, Khutub, Sukub y Rukub, volvió a las tiendas y ordenó a los camelleros que levantaran el campo y se pusieran en camino para el país de su bienamado Anís.
Y he aquí que viajó sin contratiempos la caravana, y hacia la noche del tercer día, llegó a un monasterio cristiano que estaba habitado por cuarenta monjes y por su patriarca. Y este patriarca, que se llamaba Danis, estaba precisamente sentado a la puerta del monasterio, tomando el fresco, cuando acertó a pasar por allí en su camello la joven sacando la cabeza fuera de la litera. Y a la vista de aquel rostro de luna, el patriarca sintió que se rejuvenecía su vieja carne muerta; y se le estremecieron los pies, la espalda, el corazón y la cabeza. Y se levantó de su asiento e hizo señas a la caravana para que se detuviese, e inclinándose hasta el suelo ante la litera de Zein Al-Mawassif, invitó a la joven a apearse y descansar con todo su acompañamiento. Y la instó vivamente a pasar la noche en el monasterio, asegurándole que de noche estaban los caminos infestados de bandoleros salteadores. Y Zein Al-Mawassif no quiso rehusar la oferta de esta hospitalidad, aunque viniera de cristianos y monjes; se apeó de su litera y entró en el monasterio seguida por sus cuatro acompañantes.
Y he aquí que el patriarca Danis, abrasado de amor por la belleza y los encantos de Zein Al-Mawassif...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 665ª noche

Ella dijo:
"... Y he aquí que el patriarca Danis, abrasado de amor por la belleza y los encantos de Zein Al-Mawassif, no sabía cómo arreglarse para declararle su pasión. Y en efecto, la cosa era muy ardua. Por último creyó dar con un buen medio, que consistió en enviar con la joven al monje menos elocuente entre los cuarenta monjes del monasterio. Y llegó a presencia de la joven aquel monje, con intención de hablar en pro de su patriarca. Pero al ver a aquella luna de belleza, sintió que se le trababa en la boca la lengua con mil nudos, y que su zib, por el contrario, hablaba elocuentemente por debajo de la ropa, irguiéndose como una trompa de elefante.
Y al ver aquello, Zein Al-Mawassif se echó a reír con toda su alma en compañía de Hubub, Khutub, Sukub y Rukub. Luego, viendo que el monje permanecía sin hablar con la herramienta preparada, hizo una seña a sus doncellas, que se levantaron al punto y le echaron de su habitación.
Entonces, al ver que el monje volvía con un aire muy mohíno, se dijo el patriarca Danis: "¡Sin duda no ha sabido convencerla!" Y mandó a ella un segundo monje. Y el segundo monje fué a presencia de Zein Al-Mawassif; pero le sucedió exactamente lo mismo que le había sucedido al primero. Y le echaron, y volvió cabizbajo junto al patriarca, quien envió entonces al tercero, luego al cuarto y al quinto, y así sucesivamente hasta el cuatrigésimo. Y cada vez que enviaba a alguno para preparar el terreno, el monje enviado regresaba sin conseguir ningún resultado, no habiendo podido exponer la misión de su patriarca, y no habiendo manifestado su presencia más que por la elevación de la herencia paterna.
Cuando el patriarca vió todo aquello, se acordó del proverbio que dice: "¡Hay que rascarse con las uñas propias y andar con los propios pies!"
Y resolvió obrar por sí mismo.
Entonces se levantó y entró con paso grave y mesurado en la habitación en que se hallaba Zein Al-Mawassif. ¡Y he aquí lo que pasó! Exactamente igual que a sus monjes le sucedió todo lo que a los otros les había sucedido en cuanto a lengua trabada con mil nudos y elocuencia de herramienta. Y ante la risa y la befa de la joven y sus acompañantes, salió de la habitación con la nariz alargada hasta los pies.
Pero, no bien salió él, Zein Al-Mawassif se levantó, y dijo a sus acompañantes: "¡Por Alah! ¡tenemos que escapar de este monasterio lo más pronto posible, porque mucho me temo que esos monjes terribles y su patriarca repugnante vengan a violentarnos esta noche y a mancharnos con su contacto envilecedor!" Y a favor de las tinieblas, se deslizaron fuera del monasterio las cinco, y volviendo a montar en sus camellos, continuaron la marcha a su país.
Y he aquí lo referente a ellas.
En cuanto al patriarca y a los cuarenta monjes, cuando se despertaron por la mañana y advirtieron la desaparición de Zein Al-Mawassif, sintieron que se les retorcían de desesperación las tripas. Y se  reunieron en su iglesia para cantar como asnos, según tenían por costumbre. Pero en vez de cantar antífonas y de recitar sus plegarias ordinarias, he aquí lo que improvisaron:
El primer monje cantó:
¡Congregaos, hermanos míos, antes de que os abandone mi alma, porque ha llegado mi última hora!
¡El fuego del amor consume mis huesos, la pasión devora mi corazón, y ardo por una belleza que ha venido a esta región para herirnos a todos con flechas mortales, disparadas por las pestañas de sus párpados!
Y el segundo monje respondió con este canto:
¡Oh tú que viajas lejos de mí! ¿por qué, ya que me arrebataste el corazón, no me has llevado contigo?
¡Te marchaste llevándote mi reposo! ¡Ah! ¡ojalá vuelvas pronto para verme expirar en tus brazos!
El tercer monje cantó:
¡Oh tú, cuya imagen brilla en mis ojos, llena mi alma y habita en mi corazón!
¡Tu recuerdo es más dulce para mi espíritu que lo dulce que la miel es para los labios del niño; y tus dientes, que sonríen en mis ensueños, son más brillantes que la espada de Asrael! (El ángel de la muerte)
¡Todo pasó cual una sombra, vertiendo llama devoradora en mis entrañas!
¡Si alguna vez en sueños te acercas a mi lecho, le encontrarás bañado con mi llanto!
El cuarto monje respondió:
¡Reprimamos nuestras lenguas, hermanos míos, y no dejemos escapar más palabras superfluas que nos aflijan los corazones sufridores!
¡Oh luna llena de la belleza! ¡tu amor ha esparcido en mi cabeza oscura sus rayos brillantes, y me han incendiado en una pasión infinita!
El quinto monje cantó, sollozando:
¡Mi único deseo es mi bienamada! ¡Su belleza borra el resplandor de la luna; su saliva es más dulce que el agua preciosa de las uvas; la anchura de sus caderas alaba a su Creador!
¡He aquí que mi corazón se consume en la llama del amor que ella me ha inspirado, y mis ojos manan lágrimas cual gotas de ágata!
Entonces prosiguió el sexto monje:
¡Oh ramas cargadas de rosas! ¡oh estrellas de los cielos! ¿dónde está la que apareció en nuestro horizonte, y cuya influencia mortal hace perecer a los hombres sin ayuda de armas, sólo con su mirada?
Luego el séptimo monje entonó este canto:
¡Mis ojos, que la han perdido, se llenan de lágrimas; el amor se acrecienta y la paciencia disminuye!
¡Oh dulce encantadora, aparecida en nuestros caminos! ¡el amor se acrecienta y la paciencia disminuye!
Y así, sucesivamente, entonaron todos los demás monjes un canto improvisado a su vez por cada cual, hasta que le llegó el turno al patriarca, quien con voz sollozante cantó entonces:
¡Mi alma está llena de turbación, y me ha abandonado la esperanza!
¡Una belleza arrebatadora pasó por nuestro cielo y me robó el reposo!
¡Ahora huye de mis párpados el sueño, y la tristeza los consume!
¡A Ti, Señor, me quejo de mis sufrimientos! ¡Haz que, al partir mi alma, mi cuerpo se desvanezca como una sombra!
Cuando hubieron terminado con sus cánticos, los monjes pegaron la cara a las baldosas de su iglesia, y lloraron mucho tiempo. Tras de lo cual resolvieron dibujar de memoria el retrato de la fugitiva, y colocarlo en el altar de su descreimiento. Pero no pudieron realizar su propósito, porque les sorprendió la muerte y puso término a sus tormentos cuando se hubieron cavado por sí mismos sus tumbas en el monasterio.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente:

Y cuando llegó la 666ª noche

Ella dijo:
"... porque les sorprendió la muerte y puso término a sus tormentos cuando se hubieron cavado por sí mismo sus tumbas en el monasterio. ¡He aquí lo referente a los cuarenta monjes y a su patriarca!
En cuanto a la caravana, la vigilancia de Alah le escribió la seguridad, y tras de un viaje sin contratiempos, llegó al país natal con buena salud. Y ayudada por sus acompañantes, Zein Al-Mawassif descendió de su litera y echó pie a tierra en su jardín. Y entró en la morada, e hizo al punto prepararlo todo, y perfumar el lecho con ámbar precioso, antes de enviar a Hubub para que avisara su regreso a su bienamado Anís.
Y he aquí que en aquel momento Anís, que continuaba pasándose días y noches bañado en lágrimas, estaba echado, somnoliento, en su cama, y tenía un sueño en el que veía distintamente a su bienamada de regreso. Y como tenía fe en los sueños, se levantó muy emocionado, y al punto se  encaminó a la casa de Zein Al-Mawassif para cerciorarse si era verdad el sueño. Y franqueó la puerta del jardín. Y enseguida aspiró en el aire el perfume de ámbar y almizcle de su bienamada. Y voló a la vivienda y entró en la habitación donde esperaba su llegada Zein Al-Mawassif, dispuesta ya. Y cayeron uno en brazos de otro, y permanecieron mucho tiempo enlazados, prodigándose muestras apasionadas de su amor. Y para no desmayarse de alegría y de emoción bebieron en un jarro lleno de una bebida refrescante que tenía azúcar, limones y agua de flores. Tras de lo cual se expansionaron mutuamente, contándose cuanto les había sucedido durante su ausencia; y no se interrumpían más que para acariciarse y besarse tiernamente. Y sólo Alah sabe el número y la intensidad de las pruebas de amor de aquella noche. Y al día siguiente enviaron a la joven Hubub en busca del kadí y de los testigos, quienes acto seguido extendieron su contrato de matrimonio. ¡Y vivieron todos una vida dichosa hasta la llegada de la Segadora de jóvenes y jovenzuelas! ¡Pero gloria y loor a Quien con Su Justicia distribuye belleza y placeres! ¡Y sean la plegaria y la paz para el Señor de los Enviados, Mohamed, que ha reservado el paraíso a sus creyentes!

domingo, diciembre 15, 2024

42 P3 Historia del dormido despierto - tercera de tres partes

Hace parte de
 

42 Historia del dormido despierto




Ir a la segunda parte

Pero cuando llegó la 647ª noche

Ella dijo:
"... Tras de lo cual le abandonó para ir al diwán a arreglar los asuntos del reino.
Entonces Abul-Hassán no quiso retrasar por más tiempo el informar a su madre de cuanto acababa de sucederle. Y corrió a buscarla, y le contó al detalle los sucesos extraños que habían ocurrido, desde el principio hasta el fin. Pero no hay utilidad en repetirlos. Y al ver que ella no conseguía entenderlos bien, no dejó de explicarle que era el propio califa quien le hizo víctima de todas aquellas jugarretas sin otro objeto que divertirse. Y añadió: "¡Pero ya que todo ha terminado con ventaja para mí, glorificado sea Alah el Bienhechor!" Luego se apresuró a dejar a su madre, prometiéndole que volvería a verla todos los días, y emprendió de nuevo el camino de palacio, en tanto que la noticia de su aventura con el califa y de su nueva situación se esparcía por todo el barrio, y desde allí se extendió a todo Bagdad para difundirse después por las provincias cercanas y distantes.
En cuanto a Abul-Hassán, el favor de que gozaba cerca del califa, al revés de volverle arrogante o desagradable, no hizo más que aumentar su buen humor, su carácter jovial y su alegría. Y no se pasaba día en que con sus agudezas llenas de gracia y con sus bromas no divirtiese al califa y a todas las personas de palacio, grandes y pequeñas. Y el califa, que no podía prescindir de su trato, le llevaba con él a todas partes, incluso a los aposentos reservados y a las habitaciones de Sett Zobeida, lo cual era un favor que jamás había otorgado ni siquiera a su gran visir Giafar. Pero no tardó en notar Sett Zobeida que Abul-Hassán, cada vez que se encontraba con el califa en el aposento de las mujeres, obstinábase en fijar los ojos en una de las mujeres del séquito, en la que se llamaba Caña-de-Azúcar, y que bajo las miradas de Abul-Hassán, la joven se ponía roja de placer. Por eso dijo un día a su esposo. "¡Oh Emir de los Creyentes! sin duda habrás notado, como yo, las señas inequívocas de amor que se hacen Abul-Hassán y la pequeña Caña-de-Azúcar. ¿Qué te parecería un matrimonio entre ambos?"
El califa contestó: "Bien. No veo inconveniente. Por cierto que debí pensar en ello hace tiempo. Pero los asuntos del reino me distrajeron de ese cuidado. Y me contraría mucho, pues desde la segunda velada que pasé en su casa, tengo prometido buscar a Abul-Hassán una esposa selecta. Y veo que Caña-de-Azúcar sirve para el caso. Y sólo nos resta ya interrogar a ambos para saber si es de su gusto el matrimonio".
Al punto hicieron ir a Abul-Hassán y a Caña-de-Azúcar, y les preguntaron si consentían en casarse uno con otro. Y Caña-de-Azúcar, por toda respuesta, se limitó a enrojecer en extremo, y se arrojó a los pies de Sett Zobeida, besándole la orla del traje en acción de gracias. Pero Abul-Hassán contestó: "En verdad, ¡oh Emir de los Creyentes! que abrumaste con tu generosidad a tu esclavo Abul-Hassán. Pero antes de tomar por esposa a esta encantadora joven cuyo solo nombre indica ya sus cualidades exquisitas, quisiera, con tu permiso, que nuestra ama le hiciese una pregunta..." Y Sett Zobeida sonrió, y dijo: "¿Y qué pregunta es ésa, ¡oh Abul-Hassán!?"
Abul-Hassán contestó: "¡Oh mi señora! quisiera saber si a mi esposa le gusta lo que a mí me gusta. ¡Tengo que declararte ¡oh mi señora! que las únicas cosas que estimo son la animación del vino, el placer de los manjares y la alegría del canto y de los versos hermosos! Si a Caña-de-Azúcar, pues, le gustan esas cosas, y además es sensible y no dice nunca que no a lo que tú sabes, ¡oh mi señora! consiento en amarla con un amor grande. ¡De no ser así, por Alah, que permaneceré soltero!" Y al oír estas palabras, Sett Zobeida se encaró con Caña-de-Azúcar, riendo, y le preguntó: "Ya lo has oído... ¿Qué contestas a eso?" Y Caña-de-Azúcar respondió haciendo con la cabeza una seña que significaba que sí.
Entonces el califa hizo ir sin tardanza al kadí y a los testigos, que escribieron el contrato de matrimonio. Y con aquel motivo se dieron en palacio grandes festines y hubo grandes festejos durante treinta días y treinta noches, al cabo de los cuales pudieron ambos esposos gozar uno de otro con toda tranquilidad. ¡Y pasaban la vida comiendo, bebiendo y riendo a carcajadas, sin tasar sus gastos! Y nunca estaban vacías en su casa las bandejas de manjares, de fruta, de pastelería y de bebidas, y la alegría y las delicias marcaban todos sus instantes. Así es que, al cabo de cierto tiempo, a fuerza de gastarse el dinero en festines y en diversiones, no les quedó ya nada entre las manos. Y como, preocupado con sus asuntos, el califa hubo de olvidarse de señalar a Abul-Hassán emolumentos fijos, una mañana se despertaron desprovistos de todo dinero, y aquel día no pudieron arreglarse con los traficantes que les hacían todos los adelantos. Y se creyeron muy desdichados, y por discreción no se atrevieron a ir a pedir nada al califa o a Sett Zobeida. Entonces bajaron la cabeza y se pusieron a reflexionar acerca de la situación. Pero Abul-Hassán fué el primero en levantar la cabeza, y dijo: "¡La verdad es que fuimos pródigos! Y no quiero exponerme a la vergüenza de ir a pedir oro, como un mendigo. ¡Y menos quiero que vayas a pedírselo tú a Sett Zobeida! Así es que he pensado lo que tenemos que hacer, ¡oh Caña-de-Azúcar!". Y Caña-de-Azúcar contestó, suspirando: "¡Habla! ¡Dispuesta estoy a ayudarte en tus proyectos, pues no vamos a ir pordioseando, y por otra parte, tampoco vamos a cambiar de vida y a disminuir nuestros gastos, si no queremos exponernos a que los demás nos traten con menos consideración!"
Y dijo Abul-Hassán: "¡Bien sabía yo ¡oh Caña-de-Azúcar! que jamás te negarías a ayudarme en las diversas circunstancias por que los designios del destino nos hicieran atravesar! Pues bien; has de saber que sólo disponemos de un medio para salir del apuro, ¡oh Caña-de-Azúcar!" Ella contestó: "¡Dilo ya!" El dijo: "¡Dejarnos morir...!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 648ª noche

Ella dijo:
"¡... Dejarnos morir!"
Al oír estas palabras, la joven Caña-de-Azúcar exclamó espantada: "¡No, por Alah, yo no quiero morir! ¡Emplea para ti solo ese medio!" Abul-Hassán contestó, sin conmoverse ni enfadarse: "¡Ah, hija de mujer! ¡bien decía yo, de soltero, que nada valía tanto como la soledad! ¡Y la poca solidez de tu juicio acaba de demostrármelo mejor que nunca! ¡Si en vez de contestarme con tanta prontitud te hubieras tomado la pena de pedirme explicaciones, te habrías alegrado en extremo de esa muerte que te propongo y que vuelvo a proponerte! ¿No comprendes que se trata de morir con una muerte fingida y no con una muerte verdadera, a fin de tener oro para todo lo que nos queda de vida?"
Al oír estas palabras, Caña-de-Azúcar se echó a reír, y preguntó: "¿Y cómo vamos a arreglarnos?" Dijo él: "¡Escucha, pues! Y no olvides nada de lo que voy a indicarte. ¡Mira! Cuando yo me muera, o mejor dicho, cuando yo finja morirme, porque soy yo el que primero morirá, cogerás un sudario y me amortajarás. Hecho lo cual, me pondrás en medio de esta habitación en que estamos, en la posición prescrita, con el turbante encima de la cara, y el rostro y los pies vueltos en dirección a la Kaaba santa, hacia la Meca. ¡Luego empezarás a lanzar gritos agudos, a chillar desaforadamente, a verter lágrimas ordinarias y extraordinarias, a desgarrarte las vestiduras y a aparentar que te arrancas el cabello! Y cuando todo esté a punto, irás bañada en llanto y con los cabellos despeinados a presentarte a tu señora Sett Zobeida, y con palabras entrecortadas por sollozos y desmayos diversos, le contarás mi muerte en términos enternecedores; luego te tirarás al suelo, en donde estarás una hora de tiempo para no recobrar el sentido hasta que te notes anegada en el agua de rosas con que no dejarán de rociarte. ¡Y entonces ¡oh Caña-de-Azúcar! verás cómo va a entrar en nuestra casa el oro!"
Al oír estas palabras, Caña-de-Azúcar contestó: "En verdad que es hacedera esa muerte. ¡Y consiento en ayudarte a llevarla a cabo!" Luego añadió: "¿Pero cuándo y de qué manera tengo yo que morirme?" Dijo él: "Primero harás lo que acabo de decirte. ¡Y después Alah proveerá!" Y añadió: "¡Mira! ¡Ya estoy muerto!" Y se tendió en medio de la habitación, y se hizo el muerto.
Entonces Caña-de-Azúcar le desnudó, le amortajó con un sudario, le volvió los pies en dirección a la Meca y le colocó el turbante encima del rostro. Tras lo cual se puso a ejecutar todo lo que Abul-Hassán le había dicho que hiciera en cuanto a gritos penetrantes, chillidos desaforados, lágrimas ordinarias y extraordinarias, desgarrar de trajes, tirones de cabellos y arañar de mejillas. Y cuando estuvo en el estado prescripto, con el rostro amarillo como el azafrán y los cabellos desordenados, fué a presentarse a Sett Zobeida, y empezó por dejarse caer a los pies de su señora cuan larga era, lanzando un gemido capaz de enternecer un corazón de roca.
Al ver aquello, Sett Zobeida, que ya había oído desde su aposento los gritos penetrantes y los chillidos de duelo lanzados por Caña-de-Azúcar desde lejos, no dudó ya al ver en aquel estado a su favorita Caña-de-Azúcar, que la muerte habíase cebado en su esposo Abul-Hassán. Así es que, afligida hasta el límite de la aflicción, le prodigó por sí misma cuantos cuidados requería su estado, y se la echó en las rodillas, y consiguió volverla a la vida. Pero Caña-de-Azúcar, desolada y con los ojos bañados en lágrimas, continuó gimiendo y arañándose y tirándose de los pelos y golpeándose las mejillas, mientras suspiraba entre sollozos el nombre de Abul-Hassán. Y acabó por contar con palabras entrecortadas que por la noche había muerto él de una indigestión. Y dándose en el pecho un golpe último, añadió: "Ya no me queda que hacer más que morirme a mi vez. ¡Pero que Alah prolongue en tanto la vida de nuestra señora!" Y se dejó caer una vez más a los pies de Sett Zobeida; y se desmayó de dolor.
Al ver aquello, todas las mujeres empezaron a lamentarse en torno de ella, y a apenarse por la muerte de aquel Abul-Hassán que tanto las había divertido en vida con sus bromas y su buen humor.
Y sus llantos y suspiros demostraron a Caña-de-Azúcar, que había vuelto de su desmayo a fuerza de agua de rosas con que la rociaron, la parte que tomaban en su pena y en su dolor.
En cuanto a Sett Zobeida, que también lloraba con las mujeres de su séquito la muerte de Abul-Hassán, acabó por llamar a su tesorera, después de todas las fórmulas de pésame que se usan en semejantes circunstancias, y le dijo: "¡Ve en seguida a coger de mi arquilla particular un saco de diez mil dinares de oro, y dáselo a la pobre, a la desolada Caña-de-Azúcar, a fin de que pueda hacer que se celebren dignamente los funerales de su esposo Abul-Hassán!" Y la tesorera se apresuró a ejecutar la orden, y cargó el saco de oro a espaldas de un eunuco, que fué a dejarlo a la puerta del aposento de Abul-Hassán.
Luego Sett Zobeida abrazó a su servidora y le prodigó palabras dulces para consolarla, y la acompañó hasta la salida, diciéndole: "¡Qué Alah te haga olvidar tu aflicción ¡oh Caña-de-Azúcar! y cure tus heridas y prolongue tu vida tantos años como dejó de vivir el difunto...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 649ª noche

Ella dijo:
"¡... Que Alah te haga olvidar tu aflicción ¡oh Caña-de-Azúcar! y cure tus heridas y prolongue tu vida tantos años como dejó de vivir el difunto!" Y la desolada Caña-de-Azúcar besó la mano de su señora, llorando, y regresó a su aposento completamente sola.
Entró, pues, en la habitación donde la esperaba Abul-Hassán, siempre tendido como un muerto y envuelto en el sudario, y cerró la puerta al entrar, y empezó por soltar una carcajada de buen augurio. Y dijo a Abul-Hassán: "¡Levántate ya de entre los muertos ¡oh padre de la sagacidad! y ven a arrastrar conmigo este saco de oro, fruto de tu malicia! ¡Por Alah, que no va a ser hoy cuando nos muramos de hambre!" Y Abul-Hassán, ayudado por su mujer, se apresuró a desembarazarse del sudario, y saltando sobre ambos pies, corrió adonde estaba el saco de oro y lo arrastró hasta el centro de la habitación, y se puso a bailar alrededor en un pie.
Tras de lo cual se encaró con su esposa y la felicitó por el éxito obtenido, y le dijo: "Pero no es esto todo, ¡oh mujer! ¡Ahora te toca a ti morirte como yo lo he hecho, y a mí me toca ganar el saco! Y así veremos si soy tan hábil con el califa como lo has sido tú con Sett Zobeida. ¡Porque conviene que el califa, que tanto se divirtió a expensas mías en otra ocasión, sepa ahora que no sólo es él quien gasta bromas! ¡Pero es inútil perder tiempo en vana palabrería! ¡Vamos, muérete!"
Y Abul-Hassán acomodó a su mujer en el sudario con que le había amortajado ella, la colocó en medio de la estancia, en el mismo sitio en que estuvo él tendido, le volvió los pies en dirección a la Meca y le recomendó que no diese señal de vida, aunque le sintiera llegar. Hecho lo cual, se atavió de mala manera, deshizo a medias su turbante, se frotó los ojos con cebolla para hacer que lloraba copiosamente, y desgarrándose el traje y mesándose la barba y dándose en el pecho grandes puñetazos, corrió en busca del califa, que en aquel momento estaba en medio del diwán, rodeado de su gran visir Giafar, de Massrur y de varios chambelanes.
Al ver en aquel estado de aflicción y de inconsciencia al mismo Abul-Hassán que de ordinario era tan jovial y despreocupado, el califa llegó al límite del asombro y de la aflicción, e interrumpiendo la  sesión del diwán, se levantó de su sitio y corrió hacia Abul-Hassán, a quien pidió que en seguida le manifestase la causa de su dolor. Pero Abul-Hassán, que se llevaba el pañuelo a los ojos, sólo contestó redoblando en sus llantos y sollozos y dejando escapar de sus labios al fin, entre mil suspiros y mil desmayos fingidos, el nombre de Caña-de-Azúcar, mientras decía: "¡Ay! ¡oh pobre Caña-de-Azúcar! ¡Ay! ¡oh infortunada! ¿Qué será de mí sin ti?"
Al oír estas palabras y estos suspiros, el califa comprendió que Abul-Hassán acababa de anunciarle la muerte de su esposa Caña-de-Azúcar, y quedó extremadamente afectado. Y se le saltaron lágrimas de los ojos, y dijo a Abul-Hassán, echándole un brazo por los hombros: "¡Alah la tenga en su misericordia! ¡Y prolongue tus días con todos los que se le arrebataron a esa esclava dulce y encantadora ¡Te la dimos con el fin de que fuese para ti motivo de alegría, y he aquí ahora que se torna en motivo de duelo! ¡Pobre Caña-de-Azúcar!" Y el califa no pudo por menos de llorar ardientes lágrimas. Y se secó los ojos con el pañuelo. Y Giafar y los demás visires y todos los presentes lloraron también ardientes lágrimas, y se secaron los ojos como lo había hecho el califa.
Luego asaltó al califa la misma idea que a Sett Zobeida: e hizo ir al tesorero, y le dijo: "¡Cuenta al instante a Abul-Hassán diez mil dinares para los gastos de los funerales de su difunta esposa! ¡Y dispón que se los lleven a la puerta de su aposento!" Y el tesorero contestó con el oído y la obediencia, y se apresuró a ejecutar la orden. Y Abul-Hassán, más desolado que nunca, besó la mano al califa y se retiró sollozando.
Cuando llegó a la habitación en que le esperaba Caña-de-Azúcar, envuelta siempre en el sudario, exclamó: "¡Pues bien! ¿crees que eres tú sola quien ha ganado tantas monedas de oro como lágrimas has vertido? ¡Mira! ¡Ahí tienes mi saco!" Y arrastró el saco hasta el centro de la habitación, y después de ayudar a Caña-de-Azúcar a salir del sudario, le dijo: "¡Bueno! pero no es esto todo, ¡oh mujer! ¡Ahora hay que obrar de modo que, cuando se sepa nuestra estratagema, no nos atraigamos la cólera del califa y de Sett Zobeida!
He aquí, pues, lo que tenemos que hacer... "Y empezó a instruir a Caña-de-Azúcar sobre sus intenciones acerca del particular.
¡Y tal es lo referente a ellos...!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y cuando llegó la 650ª noche

Ella dijo:
¡... Y tal es lo referente a ellos!
En cuanto al califa, cuando hubo terminado la sesión del diwán, la cual abrevió aquel día, por cierto, se apresuró a ir con Massrur al palacio de Sett Zobeida para darle el pésame por la muerte de su esclava favorita. Y entreabrió la puerta del aposento de su esposa, y la vió echada en su lecho rodeada de sus mujeres, que le secaban los ojos y la consolaban. Y se acercó a ella, y le dijo: "¡Oh hija del tío! ¡ojalá vivas tantos años como se perdieron para tu pobre favorita Caña-de-Azúcar!" Al oír este cumplimiento de pésame Sett Zobeida, que esperaba la llegada del califa para darle ella el pésame por la muerte de Abul-Hassán, quedó extremadamente sorprendida, y creyendo que el califa estaba mal informado, exclamó: "Preservada sea la vida de mi favorita Caña-de-Azúcar, ¡oh Emir de los Creyentes! ¡A mí es a quien toca participar de tu duelo! ¡Ojalá vivas y sobrevivas por mucho tiempo a tu compañero el difunto Abul-Hassán! ¡Si me ves tan afligida, no es más que por causa de la muerte de tu amigo, no por la de Caña-de-Azúcar, que ¡bendito sea Alah! goza de buena salud!"
Al oír estas palabras, el califa, que tenía los mayores motivos para creer que estaba bien informado de la verdad, no pudo por menos de sonreír, y encarándose con Massrur, le dijo: "Por Alah, ¡oh Massrur! ¿qué te parecen estas palabras de tu ama? He aquí que ella, tan sensata y prudente por lo común, tiene los mismos desvaríos que las demás mujeres. ¡Qué verdad es que todas son iguales al final! ¡Vengo a consolarla, y quiere apenarme y engañarme anunciándome una noticia falsa! ¡En fin, háblale tú! ¡Y dile lo que viste y oíste como yo! ¡Quizá cambie entonces de táctica, y no intente ya engañarnos!" Y para obedecer al califa, Massrur dijo a la princesa: "¡Oh mi señora! ¡Nuestro Emir de los Creyentes tiene razón! ¡Abul-Hassán goza de buena salud y de fuerzas excelentes, aunque deplora la pérdida de su esposa Caña-de-Azúcar, tu favorita, muerta anoche de una indigestión! Porque has de saber que Abul-Hassán acaba de salir hace un instante del diván, adonde ha ido a anunciarnos por sí mismo la muerte de su esposa. ¡Y se ha vuelto a su casa muy desolado, y gratificado, merced a la generosidad de nuestro amo, con un saco de diez mil dinares de oro para los gastos de los funerales!"
Estas palabras de Massrur, lejos de persuadir a Sett Zobeida, no hicieron más que confirmarla en la creencia de que el califa tenía ganas de broma, y exclamó: "¡Por Alah, ¡oh Emir de los Creyentes! que no es hoy el día más a propósito para gastar las bromas que acostumbras! Bien sé lo que me digo, y mi tesorera te dirá lo que me cuestan los funerales de Abul-Hassán. ¡Más valdría que tomáramos parte en el duelo de nuestra esclava, en lugar de reír sin tacto y sin medida, como lo estamos haciendo!" Y al oír estas palabras, el califa sintió que le invadía la cólera, y exclamó: "¿Qué dices, ¡oh hija del tío!? ¡Por Alah! ¿es que te has vuelto loca para decir semejantes cosas? ¡Te digo que quien ha muerto es Caña-de-Azúcar! ¡Y además, es inútil que disputemos acerca del asunto, pues inmediatamente voy a darte pruebas de lo que afirmo!" Y se sentó en el diván y se encaró con Massrur, y le dijo: "¡Aunque no tengo necesidad de más pruebas que las que conozco, ve ya al aposento de Abul-Hassán para ver cuál de los dos esposos es el muerto! ¡Y vuelve al punto a decirnos lo que haya!" Y en tanto que Massrur se apresuraba a ejecutar la orden, el califa se encaró con Sett Zobeida, y le dijo: "¡Oh hija del tío! ¡ahora vamos a ver quién de nosotros dos tiene razón! ¡Pero desde el momento en que insistes de ese modo acerca de cosa tan clara, voy a apostar en contra tuya lo que quieras!"
Ella contestó: "¡Acepto la apuesta! ¡Y voy a apostar lo que más me gusta en el mundo, que es mi pabellón de pinturas, contra lo que quieras proponerme, por muy poco valor que tenga!" El dijo: "¡Contra tu apuesta arriesgo lo que más me gusta en el mundo, que es mi palacio de recreo! ¡Creo que de esa manera no abuso! ¡Porque mi palacio de recreo es superior con mucho, en valor y en belleza, a tu pabellón de pinturas!"
Sett Zobeida contestó muy molesta: "¡No se trata de saber ahora, para estar aún más disconforme, si tu palacio es superior a mi pabellón! ¡Por otra parte, no tendrías más que escuchar lo que se dice a espaldas tuyas! Pero antes hemos de sancionar nuestra apuesta. ¡Sea, pues, la Fatiha entre nosotros!" Y dijo el califa: "¡Bueno, sea la Fatiha del Korán entre nosotros!" Y recitaron a la vez el capítulo liminar del libro santo para sellar su apuesta...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 651ª noche

Ella dijo:
"... Y recitaron a la vez el capítulo liminar del libro santo para sellar su apuesta. Y en medio de un silencio hostil, esperaron la vuelta del portaalfanje Massrur. ¡Y he aquí lo referente a ellos!
En cuanto a Abul-Hassán, que estaba al acecho para enterarse de lo que iba a ocurrir, vió desde lejos avanzar a Massrur y comprendió el propósito que le guiaba. Y dijo a Caña-de-Azúcar: "¡Oh Caña-de-Azúcar! ¡he aquí que Massrur viene derecho a nuestra casa! Sin duda alguna le han mandado venir con motivo del desacuerdo que seguramente ha surgido entre el califa y Sett Zobeida acerca de nuestra muerte. ¡Date prisa a hacerte la muerta una vez más, a fin de que te amortaje yo sin tardanza!" Al punto se hizo la muerta Caña-de-Azúcar, y Abul-Hassán la amortajó con el sudario y la colocó como la primera vez para sentarse inmediatamente junto a ella, con el turbante deshecho, la cara alargada y el pañuelo en los ojos.
En aquel mismo momento entró Massrur. Y al ver a Caña-de-Azúcar amortajada en medio de la habitación y a Abul-Hassán sumido en desesperación, no pudo menos de emocionarse, y pronunció: "¡No hay más dios que Alah! Muy grande es mi aflicción por ti, ¡oh pobre Caña-de-Azúcar, hermana nuestra! ¡oh tú, antaño tan gentil y tan dulce! ¡Cuán doloroso para todos nosotros es tu destino! ¡Y cuán rápida fué para ti la orden del retorno hacia Quien te ha creado! ¡Ojalá te conceda, al menos, su compasión y su gracia el Retribuidor!"
Luego besó a Abul-Hassán, y se apresuró a despedirse de él, muy triste, para ir a dar cuenta al califa de lo que había comprobado. Y no le desagradaba hacer ver así a Sett Zobeida cuán obstinada era y cuán equivocada estaba en contradecir al califa.
Entró, pues, en el aposento de Sett Zobeida, y después de haber besado la tierra, dijo: "¡Alah prolongue la vida de nuestra señora! ¡La difunta está amortajada en medio de la habitación, y ya tiene hinchado el cuerpo debajo del sudario, y huele mal! ¡En cuanto al pobre AbulHassán, me parece, que no sobrevive a su esposa!"
Al oír estas palabras de Massrur, al califa se le quitó un peso de encima y se regocijó infinitamente; luego, encarándose con Sett Zobeida, que habíase puesto muy amarilla, le dijo: "¡Oh hija del tío! ¿a qué esperas para llamar al escriba que ha de inscribir a mi nombre el pabellón de pinturas?"
Pero Sett Zobeida empezó a injuriar a Massrur, y en el límite de la indignación, dijo al califa: "¿Cómo puedes tener confianza en las palabras de ese eunuco embustero e hijo de embustero? ¿Acaso no he visto aquí por mí misma, y mis esclavas la han visto conmigo hace una hora, a mi favorita Caña-de-Azúcar, que lloraba desolada la muerte de Abul-Hassán?" Y excitándose con sus propias palabras, tiró su babucha a la cabeza de Massrur, y le gritó "Sal de aquí, ¡oh hijo de perro!" Y Massrur, más estupefacto todavía que el califa, no quiso irritar más a su ama, y doblándose por la cintura, se apresuró a escapar, meneando la cabeza.
Entonces, llena de cólera, Sett Zobeida se encaró con el califa, y le dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡nunca imaginé que un día te pusieras de acuerdo con ese eunuco para darme un disgusto tan grande y hacerme creer lo que no es! Porque no me cabe duda de que lo que ha contado Massrur lo convinisteis de antemano con objeto de disgustarme. De todos modos, para probarte de manera indudable que soy yo quien tiene razón, a mi vez voy a enviar a alguien para que se vea cuál de nosotros ha perdido la apuesta. ¡Y si eres tú quien dice verdad seré una insensata y todas mis mujeres serán tan insensatas como su ama! ¡Si, por el contrario, soy yo quien tiene razón, quiero que, además de la ganancia de la apuesta, me concedas la cabeza del impertinente eunuco de pez!"
El califa, que sabía por experiencia propia cuán irritable era su prima, dió inmediatamente su consentimiento a cuanto ella le pedía. Y Sett Zobeida hizo presentarse enseguida a la anciana nodriza que la había criado y en la cual tenía toda su confianza, y le dijo: "¡Oh, nodriza! Ve ahora a casa de Abul-Hassán, el compañero de nuestro Señor el califa, y sencillamente mira quién se ha muerto en esa casa, si es Abul-Hassán o si es su esposa Caña-de-Azúcar. ¡Y vuelve al punto a contarme lo que hayas visto y sepas!"
Y la nodriza contestó con el oído y la obediencia, y a pesar de sus piernas viejas, apretó el paso en dirección a la casa de Abul-Hassán. Pero Abul-Hassán, que vigilaba constantemente las idas y venidas a su casa, divisó desde lejos a la anciana nodriza, que se acercaba trabajosamente; y comprendió por qué la habían enviado, y se encaró con su esposa, y exclamó riendo: "¡Oh Caña-de-Azúcar! ¡ya estoy muerto! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 652ª noche

Ella dijo:
"¡Oh Caña-de-Azúcar! ¡ya estoy muerto!". Y como no tenía tiempo que perder, se amortajó por sí mismo con el sudario y se echó en tierra con los pies en dirección a la Meca. Y Caña-de-Azúcar le puso el turbante encima de la cara; y con la cabellera despeinada, empezó a golpearse las mejillas y el pecho, lanzando gritos de duelo. Y en aquel momento entró la anciana nodriza. ¡Y vió lo que vió! Y se acercó muy triste a la desolada Caña-de-Azúcar, y le dijo: "¡Que Alah otorgue sobre tu cabeza los años que se perdieron para el difunto! ¡Ay hija mía Caña-de-Azúcar! ¡hete aquí sola en la viudez en medio de tu juventud! ¿Qué va a ser de ti sin Abul-Hassán, ¡oh Caña-de-Azúcar!?" Y estuvo llorando con ella algún tiempo. Luego le dijo: "Hija mía, tengo que dejarte, bien a pesar mío. ¡Pero he de volver a toda prisa junto a mi señora Sett Zobeida para librarla de la aflictiva inquietud en que la ha sumido ese embustero descarado, el eunuco Massrur, que le afirmó que eras tú la muerta en vez de Abul-Hassán!" Y Caña-de-Azúcar, gimiendo, dijo: "¡Pluguiera a Alah, ¡oh madre mía! que hubiese dicho la verdad ese eunuco! ¡No estaría aquí llorando como lo hago! ¡Pero no va a tardar mucho en llegarme mi hora! Mañana, lo más tarde, me enterrarán, muerta de dolor!" Y diciendo estas palabras, redobló en sus llantos, suspiros y lamentos. Y más enternecida que nunca, la nodriza la besó otra vez y salió lentamente para no importunarla, y cerró la puerta tras de sí. Y fué a dar cuenta a su señora de lo que había visto y oído. Y cuando acabó de hablar, hubo de sentarse, falta de aliento por lo mucho que había trabajado para su avanzada edad.
Cuando Sett Zobeida oyó la relación de su nodriza, encarose, altanera, con el califa, y le dijo: "¡Ante todo, hay que ahorcar a tu esclavo Massrur, ese eunuco impertinente!" Y en el límite de la perplejidad, el califa hizo ir a su presencia a Massrur, y le miró con cólera y quiso reprocharle su mentira. Pero no le dejó tiempo Sett Zobeida. Excitada por la presencia de Massrur, se encaró con su nodriza, y le dijo: "¡Repite ante ese hijo de perro, ¡oh nodriza! lo que acabas de decirnos!" Y la nodriza, que aún no había recobrado el aliento, se vió obligada a repetir su relación ante Massrur, quien irritado por sus palabras, no pudo por menos de gritarle, a pesar de la presencia del califa y de Sett Zobeida: "¡Ah vieja desdentada! ¿cómo te atreves a mentir tan impúdicamente y a envilecer tus cabellos blancos? ¿Es que vas a hacerme creer que no he visto con mis propios ojos a Caña-de-Azúcar muerta y amortajada?" Y la nodriza, sofocada, adelantó la cabeza con furia, y le gritó: "Tú solo eres el embustero, ¡oh negro de betún! ¡No deberían condenarte a muerte en la horca, sino cortándote en pedazos y haciéndote comer tu propia carne!"
Y replicó Massrur: "¡Cállate, vieja chocha! ¡Ve a contar tus historias a las muchachas del harem!" Pero Sett Zobeida, furiosa ante la insolencia de Massrur, prorrumpió en sollozos, tirándole a la cabeza los cojines, los vasos, los jarros y los taburetes, y le escupió en el rostro, y acabó por dejarse caer en su lecho, llorando.
Cuando el califa hubo visto y oído todo aquello, llegó al límite de la perplejidad, y dió una palmada, y dijo: "¡Por Alah, que no sólo es Massrur el embustero! Yo también soy un embustero, y la nodriza también es una embustera, y tú también eres una embustera, ¡oh hija del tío!" Luego bajó la cabeza y no dijo nada más. Pero, al cabo de una hora de tiempo, levantó la cabeza, y dijo: "¡Por Alah, que nos hace falta saber la verdad ahora! ¡Lo único que nos queda que hacer es ir a casa de Abul-Hassán, para ver con nuestros ojos cuál de todos nosotros es el embustero y cuál es el veraz!" Y se levantó y rogó a Sett Zobeida que le acompañara; y seguido de Massrur, de la nodriza y de la muchedumbre de mujeres, se encaminó al aposento de Abul-Hassán.
Y he aquí que, al ver acercarse aquel cortejo, Caña-de-Azúcar no pudo por menos de inquietarse y conmoverse mucho, aunque Abul-Hassán la había prevenido de antemano que la cosa tendría buen fin, y exclamó: "¡Por Alah! ¡no siempre que se cae queda entero el jarro!" Pero Abul-Hassán se echó a reír, y dijo: "Murámonos ambos; ¡oh Caña-de-Azúcar!" Y tendió en tierra a su mujer, la amortajó con el sudario, se metió por sí mismo en una pieza de seda que sacó de un cofre, y se tendió junto a ella, sin olvidarse de ponerse el turbante encima de la cara con arreglo al rito. Y apenas había terminado sus preparativos, la comitiva entró en la sala.
Cuando el califa y Sett Zobeida vieron el espectáculo fúnebre que se presentaba a sus ojos, se quedaron inmóviles y mudos. Y Sett Zobeida, a quien tantas emociones en tan poco tiempo habían trastornado completamente, se puso de pronto muy pálida, dió un grito y cayó desmayada en brazos de sus mujeres. Y cuando volvió de su desmayo, vertió un torrente de lágrimas, y exclamó: "¡Ay de ti, oh Caña-de-Azúcar! ¡no pudiste sobrevivir a tu esposo, y has muerto de pena!" Pero el califa, que no quería oírle aquello y que, además, lloraba también la muerte de su amigo Abul-Hassán, se encaró con Sett Zobeida, y le dijo: "¡No, ¡por Alah! no es Caña-de-Azúcar quien ha muerto de pena, sino el pobre Abul-Hassán, que no pudo sobrevivir a su esposa! ¡Eso es lo cierto...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y cuando llegó la 653ª noche

Ella dijo:
"... -el califa, que no quería oírle decir aquello, y que, además, lloraba también la muerte de su amigo Abul-Hassán, se encaró con Sett Zobeida, y le dijo: "¡No, ¡por Alah! no es Caña-de-Azúcar quien ha muerto de pena, sino el pobre Abul-Hassán, que no pudo sobrevivir a su esposa! ¡Eso es lo cierto!" Y añadió: "¡Y he aquí que lloras y te desmayas porque te parece que tienes razón!" Y contestó Sett Zobeida: "¡Y a ti te parece que tienes razón, a pesar mío, porque ese maldito esclavo te ha mentido!" Y añadió: "¡Bueno! ¿pero dónde están los servidores de Abul-Hassán? ¡Que vayan a buscarlos ya! ¡Y como han amortajado a sus amos, ellos nos dirán cuál de ambos murió primero, y cuál murió de pena!" Y dijo el califa: "Tienes razón, ¡oh hija mía! ¡Y por Alah, que prometo diez mil dinares de oro a quien me dé la noticia!"
Pero apenas había pronunciado estas palabras el califa, cuando se dejó oír una voz que salía de debajo del sudario de la derecha, y decía: "¡Que me cuenten los diez mil dinares, pues anuncio a nuestro señor el califa, que soy yo, Abul-Hassán, quien se murió el segundo, de dolor sin duda!"
Al oír aquella voz, Sett Zobeida y las mujeres, poseídas de espanto, lanzaron un gran grito y se precipitaron a la puerta, en tanto que, por el contrario, el califa, que comprendió en seguida la jugarreta de Abul-Hassán, se reía de tal manera, que se cayó de trasero en medio de la sala, y exclamó: "¡Por Alah, ya Abul-Hassán, que ahora soy yo quien va a morirse a fuerza de reír!"
Luego, cuando el califa acabó de reír y Sett Zobeida se repuso de su terror, Abul-Hassán y Caña-de-Azúcar salieron de su sudario, y en medio de las risas de todos, decidiéronse a contar el motivo que hubo de impulsarles a gastar aquella broma. Y Abul-Hassán se arrojó a los pies del califa; y Caña-de-Azúcar besó los pies de su ama; y ambos pidieron perdón con acento muy arrepentido. Y añadió Abul-Hassán: "¡Mientras estuve soltero, ¡oh Emir de los Creyentes! desprecié el dinero! ¡Pero esta Caña-de-Azúcar, que debo a tu generosidad, posee tanto apetito, que se come los sacos con su contenido, y por Alah, que es capaz de devorar todo el tesoro del califa con el tesorero!" Y el califa y Sett Zobeida se echaron a reír a carcajadas otra vez. Y perdonaron a ambos e hicieron que acto seguido les contasen los diez mil dinares que ganó con su respuesta Abul-Hassán, y además otros diez mil por haberse librado de la muerte.
Tras de lo cual, el califa, a quien aquella farsa había hecho ocuparse de los gastos y necesidades de Abul-Hassán, no quiso que su amigo careciese de paga fija en adelante. Y dió orden a su tesorero para que mensualmente le pagaran emolumentos iguales a los de su gran visir. Y con más deseos que antes, quiso también que Abul-Hassán siguiese siendo su amigo íntimo y su compañero de copa. ¡Y vivieron todos la más deliciosa vida hasta que llegó la Separadora de amigos, la Destructora de palacios y Constructora de tumbas, la Inexorable, la Inevitable!

Ir a la segunda parte

Las historias completas del podcast de las mil noches y una noche.

Si desea escuchar noche por noche vaya a
http://www.1001noches.co/