miércoles, octubre 21, 2020

15 P2 Historia de Feliz Bello y Feliz-Bella - segunda de dos partes

Hace parte de 

17 Historia de Feliz Bello y Feliz-Bella (de la noche 236 a la 248)






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 Y CUANDO LLEGO LA 243ª NOCHE
Ella dijo:
... se alegraba hasta el límite de la alegría.
En estas condiciones, el viaje fué agradable y nada fatigoso, y así llegaron a Damasco.
Inmediatamente el sabio persa fué al zoco con Feliz-Bello, y alquiló en el acto una gran tienda, que restauró por completo. Después mandó hacer anaquelerías tapizadas de terciopelo, y en ellas colocó por orden sus frascos de valor, sus dictamos, sus bálsamos, sus polvos, sus jarabes exquisitos, sus triscas finas conservadas en oro puro, sus tarros de porcelana con reflejos metálicos, en donde maduraban las añejas pomadas compuestas con los jugos de trescientas hierbas raras, y entre los frascos grandes, los alambiques y las retortas, colocó el astrolabio de oro.
Tras de lo cual se puso su traje de médico y el gran turbante de siete vueltas, y preparó también a Feliz-Bello, que había de ser su ayudante, despachando las recetas, machacando en el mortero, haciendo los saquillos y escribiendo los remedios que él le dictara. Para ello le vistió con una camisa de seda azul y un chaleco de casimir, y le pasó alrededor de las caderas un mandil de seda de color de rosa con franjas de oro. Después le dijo: "¡Oh Feliz-Bello! ¡Desde este momento tienes que llamarme padre, y yo te llamaré hijo, pues si no, los habitantes de Damasco creerían que hay entre los dos lo que tú comprendes!" Y Feliz-Bello dijo: "¡Escucho y obedezco!".
Y apenas se abrió la tienda que el persa destinaba a consulta, acudieron de todas partes en tropel los vecinos, unos para exponer lo que les pasaba, otros nada más que para admirar la belleza del joven, y todos para quedar estupefactos y encantados a un tiempo al oír a Feliz-Bello conversar con el médico en lengua persa, que ellos no conocían, y les parecía deliciosa en labios del joven ayudante. Pero lo que llevó hasta el límite extremo el asombro de los habitantes fué el modo de adivinar las enfermedades el médico persa.
Efectivamente, el médico miraba a lo blanco de los ojos durante unos minutos al enfermo que recurría a él, y luego le presentaba una gran vasija de cristal, y le decía: "¡Mea!" Y el enfermo meaba en la vasija, y el persa elevaba la vasija hasta la altura de sus ojos y la examinaba, y después decía: “¡te pasa tal y cual cosa!” Y el enfermo exclamaba siempre: "¡Por Alah! ¡Verdad es!" Con lo cual todo el mundo levantaba los brazos, diciendo: "¡Ya Alah! ¡Qué prodigioso sabio! ¡Nunca hemos oído cosa parecida! ¿Cómo podrá conocer por la orina la enfermedad?"
No es, pues, de extrañar que el médico persa adquiriera fama en pocos días por su ciencia extraordinaria entre todas las personas notables y acomodadas, y que el eco de todos sus prodigios llegase a los mismos oídos del califa y de su hermana El-Sett Zahia.
Y un día que el médico estaba sentado en medio de la tienda y dictaba una receta a Feliz-Bello, que se hallaba a su lado con el cálamo en la mano, una respetable dama, montada en un borrico con silla de brocado rojo y adornos de pedrería, se paró a la puerta, ató la rienda del burro a la argolla de cobre que coronaba el armazón de la silla, y después hizo seña al sabio para que la ayudase a bajar. El persa se levantó en seguida solícito, corrió a darle la mano, y le rogó que se sentase, al mismo tiempo que Feliz-Bello, sonriendo discretamente, le presentaba un almohadón.
Entonces la dama sacó de debajo de su vestido un frasco lleno de orines, y preguntó al persa: "¿Eres realmente tú, ¡oh venerable jeique! el médico procedente del Irak-Ajami, que hace esas curas admirables en Damasco?" El contestó: "Soy el mismo, y tu esclavo".
Ella dijo: "¡Nadie es esclavo más que de Alah! Sabe, pues, ¡oh maestro sublime de la ciencia! que este frasco contiene lo que comprenderás, y su propietaria, aunque virgen todavía, es la favorita de nuestro soberano el Emir de los Creyentes. Los médicos de este país no han podido acertar la causa de la enfermedad que la tiene en cama desde el día de su llegada a palacio. Y por eso Sett Zahia, hermana de nuestro señor, me ha enviado a traerte este frasco, para que descubras esa causa desconocida".
Oídas estas palabras, dijo el médico: "¡Oh mi señora! ¡Has de decirme el nombre de la enferma, para que yo pueda hacer mis cálculos y saber precisamente la hora más favorable para hacerle tomar las medicinas!" La dama respondió: "Se llama Feliz-Bella".
Entonces el médico se puso a trazar en un pedazo de papel que tenía en la mano numerosísimos cálculos, unos con tinta roja y otros con tinta verde. Después sumó los guarismos verdes y los guarismo rojos, y dijo: "¡Oh mi señora!" ¡He descubierto la enfermedad! Es una afección conocida con el nombre de "temblar de los abanicos del corazón". A tales palabras, la dama contestó: "¡Por Alah! ¡Es verdad! ¡Pues los abanicos de su corazón tiemblan tanto, que los oímos!" El médico prosiguió: "Pero antes de prescribir los remedios he de saber de qué país es ella. Y esto es muy importante, porque así averiguaré, en cuanto haga mis cálculos, el influjo de la ligereza o de la pesadez del aire en los abanicos de su corazón. Además, para juzgar el estado en que se conservan esos abanicos delicados, tengo que saber asimismo el tiempo que hace que está en Damasco y su edad exacta". La dama contestó: "Se ha criado, según parece, en Kufa, ciudad del Irak; y tiene diez y seis años, pues nació, según nos ha dicho, el año del incendio del zoco de Kufa. En cuanto a su residencia en Damasco, es cosa de pocas semanas nada más...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y CUANDO LLEGO LA 244ª NOCHE
Ella dijo:
"...pocas semanas nada más".
Al oír estas palabras, el sabio persa dijo a Feliz-Bello, cuyo corazón se agitaba como un molino: "¡Hijo mío, prepara los remedios tal y cual, según la fórmula de Ibn-Sina artículo séptimo!".
Entonces la dama se volvió hacia el adolescente, al cual empezó a mirar con mayor atención, para decirle a los pocos momentos: "¡Por Alah! ¡La enferma se te parece mucho, y su rostro es tan hermoso y dulce como el tuyo!" Después le dijo al sabio: "Dime, ¡oh noble persa! este joven ¿es hijo o esclavo tuyo?" El otro contestó: "Es mi hijo, ¡oh respetable! y tu esclavo". Y la anciana dama, muy halagada con tanta consideración, respondió: "¡Verdaderamente, no sé qué admirar más aquí, si tu ciencia, ¡oh médico sublime!' o tu descendencia!" Y siguió conversando con el sabio, mientras Feliz-Bello acababa de arreglar los paquetitos de los remedios y los colocaba en una caja, en el cual deslizó una esquela para enterar a Feliz-Bella de su llegada a Damasco con el médico persa. Después de lo cual selló la caja y escribió en la tapadera su nombre y las señas de su casa en caracteres cúficos, ilegibles para los habitantes de Damasco, pero descifrables para Feliz-Bella, que conocía muy bien las escrituras cúficas, lo mismo que la árabe corriente. Y la dama cogió la caja, dejó diez dinares de oro en el mostrador del médico, se despidió de los dos, y salió para irse directamente a palacio y apresurarse a subir a la habitación de la enferma.
La encontró con los ojos medio cerrados y bañados en llanto, como siempre estaban. Se acercó a ella, y le dijo: "¡Ah hija mía! ¡Ojalá estos remedios te alivien tanto como he gozado al ver al que los ha hecho! ¡Es un joven tan hermoso como un ángel, y la tienda en que se encuentra es un lugar delicioso! He aquí la caja que me ha dado para ti". Entonces Feliz-Bella, por no rechazar la oferta, cogió la caja, y con una mirada indiferente examinó la tapadera, pero de pronto se le mudó el color al ver en la tapa estas palabras escritas en cúfico: "Soy Feliz-Bello, hijo de Primavera, de Kufa". Sin embargo tuvo bastante dominio de sí misma para no desmayarse ni descubrirse. Y sonriendo, preguntó a la anciana: "¿De modo, que se trata de un hermoso joven? ¿Y cómo es?" La dama contestó: "¡Es un conjunto de delicias, que me resulta imposible describirlo! ¡Tiene unos ojos! ¡Y unas cejas! ¡Ya Alah! ¡Pero lo que arrebata el alma es un lunar que tiene en la comisura izquierda de los labios, y un hoyuelo que al sonreír se le forma en la mejilla derecha!"
Cuando oyó estas palabras, Feliz-Bella ya no tuvo duda de que era aquél su dueño querido, y dijo a la anciana dama: "¡Ya que es así, ojalá sea de buen agüero ese rostro! Dame los remedios". Y los cogió, y sonriendo se los tomó de una vez. Y en aquel momento vió la esquela, que abrió y leyó. Entonces saltó de la cama, y exclamó: "¡Mi buena madre, comprendo que estoy curada! Estos remedios son milagrosos. ¡Oh qué bendito día!" Y la dama exclamó: "¡Sí, por Alah! ¡Esto es una bendición del Altísimo! Y Feliz-Bella añadió: "¡Por favor, tráeme de comer y beber, pues me siento morir de hambre, ya que hace cerca de un mes que no puedo tragar la comida!"
Entonces la anciana, después de haber mandado a los esclavos que sirviesen a Feliz-Bella fuentes cargadas de toda clase de asados, frutas y bebidas, se apresuró a visitar al califa, para anunciarle la curación de su esclava por la ciencia inaudita del médico persa. Y el califa dijo: "¡Ve pronto a llevarle mil dinares de mi parte!" Y la anciana se apresuró a ejecutar la orden, no sin haber pasado por el aposento de Feliz-Bella que le entregó otro regalo para Feliz-Bello en una caja precintada.
Cuando la dama llegó a la tienda, entregó los mil dinares al médico de parte del califa y la caja a Feliz-Bello, que la abrió y leyó su contenido. Pero entonces fué tal su emoción, que rompió en sollozos y cayó desmayado, pues Feliz-Bella en su esquela le relataba toda su aventura, y su rapto por orden del gobernador, y su envío como regalo al califa Abd El-Malek, de Damasco.
Al ver aquello, la buena anciana dijo al médico: "¿Por qué se ha desmayado de pronto su hijo después de romper en llanto?" El médico contestó: "¿Cómo no va a ser así, ¡oh venerable! cuando la esclava Feliz-Bella, a quien he curado, es propiedad de éste al que crees mi hijo, y que no es otro que el hijo del ilustre mercader Primavera, de Kufa? ¡Y nuestra venida a Damasco no ha tenido más objeto que buscar a la joven Feliz-Bella, que había desaparecido un día arrebatada por una maldita vieja de ojos traidores! ¡Así es, ¡oh madre nuestra! que desde ahora ciframos en tu benevolencia nuestra esperanza más querida, y no dudamos de que nos ayudarás a recobrar el más sagrado de los bienes!" Después añadió: "Y en prenda de nuestro agradecimiento, he aquí, para empezar, los mil dinares del califa. ¡Tuyos son! ¡Y el porvenir te demostrará que la gratitud por tus beneficios ocupa en nuestro corazón un sitio de honor...!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y CUANDO LLEGO LA 245ª NOCHE
Ella dijo:
"... la gratitud por tus beneficios ocupa en nuestro corazón un sitio de honor!" Entonces la buena señora empezó por apresurarse a ayudar al médico para que Feliz-Bello, desmayado, recobrara el conocimiento, y después dijo: "Podéis contar con el favor de mi buena voluntad y mi abnegación". Y les dejó para ir enseguida junto a Feliz-Bella, a la cual encontró con el rostro radiante de júbilo y salud. Y se acercó a ella sonriente, y le dijo: "Hija mía, ¿por qué no has tenido desde el principio confianza en tu madre? De todos modos, ¡cuánta razón te asistía para llorar todas las lágrimas de tu alma al verte separada de tu dueño, el hermoso y dulce Feliz-Bello, hijo de Primavera, de Kufa!" Y al ver la sorpresa de la joven, se dió prisa a añadir: "Puedes contar, hija mía, con toda mi discreción y mi voluntad maternal para contigo. ¡Te juro que te reuniré con tu amado, aunque me costara la vida! ¡Tranquiliza, pues, tu alma, y deja que la anciana trabaje para tu bien, según su saber!"
Abandonó entonces a Feliz-Bella, que le besaba las manos llorando de alegría, y fué a hacer un paquete en el cual puso ropas de mujer, alhajas y todos los accesorios necesarios para un completo disfraz, y volvió a la tienda del médico, e hizo seña a Feliz-Bello para hablar aparte con él. Entonces Feliz-Bello la llevó a la trastienda, detrás de una cortina, y se enteró por ella de sus proyectos, que le parecieron perfectamente combinados, y se dejó guiar por el plan que ella le sometió.
Con lo cual la buena dama vistió a Feliz-Bello con ropas de mujer que había llevado, y le alargó los ojos con kohl, y agrandó y ennegreció el lunar de la mejilla, y después le puso brazaletes en las muñecas, y le colocó alhajas en la cabellera cubierta con un velo de Mosul, y hecho aquello echó la última ojeada a su tocado, y le pareció que estaba encantador así y mucho más hermoso que todas las mujeres juntas del palacio del sultán. Entonces le dijo: "¡Bendito sea Alah en sus obras! Ahora, hijo mío, tienes que andar como las jóvenes todavía vírgenes, yendo a pasito corto, moviendo la cadera derecha y enarcando hacia atrás la izquierda, sin dejar de dar ligeras sacudidas a tus nalgas sabiamente. ¡Haz un corto ensayo de esas maniobras antes de salir!"
Entonces Feliz-Bello se puso a ensayar en la tienda los ademanes consabidos, y lo hizo tan bien, que la buena dama exclamó: "¡Maschalah! ¡Ya pueden dejar de alabarse las mujeres! ¡Qué maravillosos movimientos de nalgas y qué meneo de riñones tan espléndido! Sin embargo, para que la cosa resulte completamente admirable, es menester que des a tu cara una expresión más lánguida, inclinando el cuello un poco más y mirando con el rabillo del ojo. ¡Así! ¡Perfectamente! Ya puedes seguirme". Y se fué con él a palacio.
Cuando llegaron a la puerta de entrada del pabellón reservado al harem, avanzó el jefe de los eunucos y dijo: "Ninguna persona extraña puede entrar sin orden especial del Emir de los Creyentes. ¡Atrás, pues, con esa joven, o si quieres, entra tú sola!" Pero la dama anciana dijo: ¿Qué has hecho de tu cordura, ¡oh corona de los guardianes!? ¡Tú, que generalmente eres la misma delicia y la urbanidad, adoptas ahora un tono que le sienta muy mal a tu aspecto exquisito! ¿No sabes, ¡oh dotado de nobles modales! que esta esclava es propiedad de Sett Zahia, hermana de nuestro amo el califa, y que Sett Zahia, en cuanto sepa tu falta de consideración respecto a su esclava preferida, no dejará de hacer que te destituyan y hasta de mandar decapitarte? ¡Y tú mismo habrás sido de esta manera el causante de tu infortunio!" Después la dama se volvió hacia Feliz-Bello, y le dijo: "¡Ven, esclava, olvida por completo esa falta de miramiento de nuestro jefe, y sobre todo no le digas nada a tu señora! ¡Anda, vamos ya!" Y le cogió de la mano y le hizo entrar; mientras Feliz-Bello inclinaba mimosamente la cabeza a derecha e izquierda, sonriendo con los ojos al jefe de los eunucos, que meneaba la cabeza.
Ya en el patio del harem, la dama dijo a Feliz-Bello: "Hijo mío, te hemos hecho reservar una habitación en el interior del harem, y allá vas a irte en seguida tú sólo. Para dar con el aposento, entras por esta puerta, tomas la galería que encuentres delante, vuelves a la izquierda, y después a la derecha, y otra vez a la derecha; cuentas en seguida cinco puertas, y abres la sexta, que es la de la habitación que se te ha reservado, y a la cual irá a buscarte Feliz-Bella, a quien voy a avisar.
Y yo me encargaré de que salgáis los dos de palacio sin llamar la atención de guardias ni de eunucos".
Entonces Feliz-Bello entró en la galería, y en su turbación, se equivocó de camino; volvió a la derecha, y después a la izquierda por un pasillo paralelo al otro, y penetró en la sexta habitación...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y CUANDO LLEGO LA 246ª NOCHE
Ella dijo:
... en la sexta habitación
Así llegó a una sala alta, coronada por una hermosa cúpula, y cuyas paredes estaban adornadas con versículos en caracteres de oro que corrían por todas partes, enlazados en mil líneas perfectas; las paredes estaban tapizadas con seda de color de rosa; las ventanas tapizadas con finas cortinas de gasa, y el suelo cubierto con inmensas alfombras de Khorassan y Cachemira; en los taburetes aparecían colocadas copas con frutas, y encima de las alfombras se extendían fuentes cubiertas con un paño protector, que dejaba adivinar, por sus formas y sus perfumes admirables, esa famosa pastelería, delicia de las gargantas más descontentadizas, y que sólo Damasco, entre todas las ciudades de Oriente y del universo entero, sabía dotar de sus cualidades tan exquisitas.
Y Feliz-Bello estaba muy lejos de figurarse lo que le reservaban en aquella sala los poderes desconocidos.
En medio de la estancia había un trono cubierto de terciopelo; único visible; y Feliz-Bello, sin atreverse a retroceder, por temor a que le encontraran vagando por los corredores, fué a sentarse en el trono, y aguardó su destino.
Apenas llevaba allí algunos momentos, cuando llegó a sus oídos un rumor de seda repercutido por la bóveda, y vió entrar por una de las puertas laterales a una joven de aspecto regio, sin más ropa que la interior, sin velo en la cara ni pañuelo en la cabellera, y la seguía una esclava muy bella, con los pies descalzos, que llevaba flores en la cabeza y en la mano un laúd de madera de sicomoro. Y aquella dama no era otra que Sett Zahia, hermana del Emir de los Creyentes.
Cuando Sett Zahia vió aquella persona velada que habíase sentado en la sala se acercó a ella afablemente v le preguntó: ¿Quién eres, ¡oh extranjera! a quien no conozco? ¿Por qué llevas echado el velo en el harem, donde nadie puede verte?" Pero Feliz-Bello, que se había apresurado a ponerse en pie, no se atrevió a pronunciar palabra y tomó la determinación de fingirse mudo. Y Sett Zahia le preguntó: "¡Oh joven de ojos hermosos! ¿Por qué no me contestas? Si por casualidad eres alguna esclava despedida de palacio por mi hermano el Emir de los Creyentes, date prisa a decírmelo, e iré a interceder por ti, pues nunca me niega nada". Pero Feliz-Bello no se atrevió a contestar. Y Sett Zahia se figuró que aquel silencio de la joven obedecía a la presencia de la esclavita que estaba allí con los ojos muy abiertos, mirando con asombro a aquella persona velada y tan tímida. Sett Zahia le dijo entonces: "Ve, querida, y quédate detrás de la puerta para impedir que entre nadie en la sala". Y cuando salió la esclava, se acercó más a Feliz-Bello, que tuvo deseos de apretarse más el velo y le dijo: "¡Oh joven! dime ahora quién eres y tu nombre y el motivo de tu venida a esta sala, en la cual sólo entramos el Emir de los Creyentes y yo. Puedes hablarme con el corazón en la mano, pues te encuentro encantadora y tus ojos me gustan mucho. ¡Verdaderamente, te encuentro deliciosa, hija mía!" Y Sett Zahia, que gusta en extremo de las vírgenes blancas y delicadas, antes de que le contestara cogió a la joven por la cintura, atrayéndola hacia si, y le llevó la mano a los pechos para acariciárselos, mientras le desabrochaba el vestido con la otra mano. ¡Pero se quedó estupefacta al observar que el pecho de la joven era tan liso como el de un muchacho! Y primero retrocedió, pero después se acercó y le quiso levantar la falda para aclarar tal asunto.
Cuando Feliz-Bello adivinó aquella intención, juzgó más prudente hablar, y cogió la mano a Sett Zahia, y llevándosela a los labios, dijo: "¡Oh mi señora, me entrego enteramente a tu bondad y me coloco bajo tus alas pidiéndote protección!" Sett Zahia dijo: "Te la otorgo por completo. Habla". Y él dijo: "¡Oh mi señora! Yo no soy una mujer: Me llamo Feliz-Bello, y soy hijo de Primavera, de Kufa. Y si he llegado hasta aquí arriesgando mi vida, ha sido para volver a ver a mi esposa Feliz-Bella, la esclava que el gobernador de Kufa me robó para enviarla como regalo al Emir de los Creyentes. ¡Por la vida de nuestro Profeta! ¡Oh señora mía! ¡Apiádate de tu esclavo y de su esposa!" Y Feliz-Bello se echó a llorar.
Sett Zahia se apresuró a llamar a la esclava y le dijo: "¡Corre enseguida a la habitación de Feliz-Bella, y dile: Mi ama Zahia te llama!" Después se volvió...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y CUANDO LLEGO LA 247ª NOCHE
Ella dijo:
... Después se volvió hacia Feliz-Bello, y le dijo: "Calma tu espíritu, ¡oh joven! ¡No te pasarán más que cosas felices!"
Y mientras tanto, la buena anciana había ido a buscar a Feliz-Bella y le había dicho: "Sígueme aprisa, hija mía. ¡Tu esposo querido está, en la habitación que le he reservado!" Y la guió, pálida de emoción, al aposento en donde creía encontrar a Feliz-Bello. Y su dolor fué muy grande, y no menor su terror, al no verle allí; y la vieja dijo: "¡Seguramente se habrá extraviado por los pasillos! ¡Vuelve, hija mía; a tu habitación mientras yo voy en busca suya!"
Y entonces fué cuando la esclava entró en el aposento de Feliz-Bella, a la cual encontró toda trémula y muy pálida, y le dijo: "¡Oh Feliz-Bella! ¡Mi ama Sett Zahia te llama!" Entonces Feliz-Bella ya no tuvo duda de su perdición y de la de su amado, y tambaleándose siguió a la gentil esclava que le indicaba el camino.
Pero apenas había entrado en la sala, cuando la hermana del califa se acercó a ella con la sonrisa en los labios, la cogió de la mano y la llevó junto a Feliz-Bello, que seguía con el velo puesto, diciéndoles a ambos: "¡He aquí la dicha!" Y los dos jóvenes se conocieron al momento, y cayeron desmayados uno en brazos de otro.
Entonces la hermana del califa, ayudada por la esclava, les roció con agua de rosas, les hizo recobrar el conocimiento y les dejó solos. Volvió al cabo de una hora, y los encontró sentados, abrazándose estrechamente y con los ojos llenos de lágrimas de ventura y gratitud por su bondad. Entonces les dijo: "¡Ahora tenemos que festejar vuestra unión bebiendo juntos por la eterna duración de vuestra felicidad!" Y enseguida, a una seña suya, la risueña esclava llenó de vino exquisito las copas, y se las presentó. Y bebieron, y Sett Zahia les dijo: "¡Cuánto os amáis, oh hijos míos! Debéis de saber versos admirables sobre el amor y canciones muy bellas acerca de los amantes. ¡Me gustaría que cantaseis algo! ¡Tomad ese laúd y haced resonar con vuestro arte el alma de su madera melodiosa!"
Entonces Feliz-Bello y Feliz-Bella besaron las manos de la hermana del califa, y templando el laúd, cantaron alternativamente estas maravillosas estrofas:

-¡Te traigo hermosas flores bajo mi velo de Kufa, y frutas todavía empolvadas con el oro del sol!
-¡Todo el oro del Sudán está en tu piel, amada mía! ¡Los rayos del sol están en tus cabellos, y el terciopelo de Damasco, en tus ojos!
-¡Heme aquí ¡Vengo a buscarte durante la hora en que las noches tibias son propicias...! ¡El aire es leve, la noche se hace sedosa y transparente, y hacia nosotros llega el murmullo de las hojas y el agua!
-¡Aquí me tienes, oh mi gacela de las noches! Tus ojos han deslumbrado a todas las tinieblas. ¡Quiero sumergirme en tus ojos, como el ave que se embriaga sobre el mar!
-¡Acércate más y toma en mis labios sus rosas! ¡Déjame después salir lentamente de mi cáliz y acabar de desnudarme para ti desde los hombros hasta los tobillos!
-¡Oh mi muy amada!
-¡Heme aquí! El secreto de mi carne de luna tiene la forma del dátil maduro. ¡Ven...! ¡Se te aparecerá todo el mar, el mar lleno de olas en que las aves se embriagan!

Apenas habían expirado las últimas notas de aquel canto en los labios de Feliz-Bella, desfallecida de felicidad, cuando súbitamente se descorrieron las cortinas y el califa en persona entró en la sala. Al verle, se levantaron los tres apresuradamente, y besaron la tierra entre sus manos. Y el califa les sonrió a todos, y fue a sentarse en medio de ellos en la alfombra, y mandó a la esclava que trajera vino y llenara las copas. Después dijo: "¡Vamos a beber para festejar la vuelta de Feliz-Bella a la salud!" Y bebió lentamente. Dejó entonces la copa, y notando la presencia de aquella esclava, a quien no conocía, preguntó a su hermana: "¿Quién es esa joven que está ahí y cuyas facciones me parecen tan bellas bajo el velo ligero?" Sett Zahia contestó: "¡Es una compañera sin la cual no puede vivir Feliz-Bella, pues no puede comer ni beber a gusto si no la tiene cerca!"
Entonces el califa levantó el velo de la supuesta esclava y se quedó pasmado de su belleza. En efecto, Feliz-Bello todavía no tenía pelo en las mejillas, sino tan sólo un leve bozo que daba una sombra adorable a su blancura, sin contar con el lunar de almizcle que sonreía bellamente en su barbilla.
Y el califa, en extremo encantado, exclamó: "¡Por Alah! ¡Oh Zahia! ¡Desde esta noche quiero también tomar por concubina a esta nueva adolescente, y le reservaré, como a Feliz-Bella, una habitación digna de su hermosura y un tren de casa como a mi esposa legítima!'
Y Sett Zahia respondió: "¡Por cierto, oh hermano mío, que esta joven es un bocado digno de ti!" Después añadió: "Ahora precisamente recuerdo una interesante historia que he leído en un libro escrito por uno de nuestros sabios. Y el califa preguntó: "¿Y cuál es esa historia?'
Sett Zahia dijo: "Sabe, ¡oh Emir de los Creyentes! que hubo en la ciudad d Kufa un joven llamado Feliz-Bello, hijo de Primavera...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


PERO CUANDO LLEGO LA 248ª NOCHE
Ella dijo:
"...un joven llamado Feliz-Bello, hijo de Primavera. Era dueño de una esclava muy hermosa, a la cual amaba, y que le amaba también, pues a ambos les habían criado juntos en la misma cuna, y se habían poseído desde los primeros tiempos de la pubertad. Y fueron dichosos años enteros, hasta que un día el tiempo se volvió contra ellos, arrebatándoles el uno al otro. Una vieja fué la que sirvió de instrumento de desgracia al destino feroz. Raptó a la esclava y se la entregó al gobernador de la ciudad, que se apresuró a enviársela como regalo al rey de aquel tiempo.
"Mas el hijo de Primavera, al saber la desaparición de la que amaba, no descansó hasta que la encontró en el propio palacio del rey, en medio del harem. Pero en el momento en que ambos se congratulaban de verse reunidos y derramaban lágrimas de alegría, el rey entró en la sala en que se encontraban, y les sorprendió juntos. Su furor llegó al colmo, y sin tratar de poner en claro el asunto, les mandó cortar la cabeza.
"Ahora bien -prosiguió Zahia como el sabio que escribió esta historia no da su parecer sobre el procedimiento, quisiera preguntarte, ¡oh Emir de los Creyentes! tu opinión acerca del acto del rey, y saber lo que habrías hecho en su lugar y en las mismas condiciones".
El Emir de los Creyentes, Abd El-Malek ben-Meruán, respondió sin vacilar: "Este rey debió haberse guardado de obrar con tanta precipitación, y mejor habría sido que perdonase a los dos jóvenes, por tres razones: la primera, porque ambos se querían de veras y desde mucho antes: la segunda, porque eran en aquel momento los huéspedes del rey, puesto que estaban en su palacio; y la tercera, porque un rey no debe proceder sino con prudencia y mesura. ¡Deduzco de todo esto que cometió un acto indigno de un buen rey!"
Al oír estas palabras, Sett Zahia se echó a los pies de su hermano, y exclamó: "¡Oh Príncipe de los Creyentes! ¡Sin saberlo, acabas de juzgarte a ti mismo en el acto que vas a realizar! ¡Te conjuro, por la sagrada memoria de nuestros antepasados y de nuestro augusto padre, el íntegro, a que seas equitativo en el caso que voy a someterte!"
Y el califa, sorprendidísimo, dijo a su hermana: "¡Puedes hablar con toda confianza! ¡Pero levántate!" Y la hermana del califa se levantó, y se volvió hacia los dos jóvenes, y les dijo: "¡Poneos de pie!" Y se pusieron de pie. Y Sett Zahia dijo a su hermano: "¡Oh Emir de los Creyentes! esta esclava tan dulce y tan bella, que está cubierta con el velo, no es sino el joven Feliz-Bello, hijo de Primavera. ¡Y Feliz-Bella es la que se crió con él, y más adelante llegó a ser su esposa! Y su raptor no es otro que el gobernador de Kufa, llamado Ben-Yussef El-Thekafi. Ha mentido al decirte en su carta que había comprado la esclava por diez mil dinares. Te pido que le castigues, y perdones a estos dos jóvenes tan disculpables.
¡Otórgame su indulto, pensando en que son tus huéspedes y les resguarda tu sombra!"
A estas palabras de su hermana, el califa respondió: "¡Cierto que sí! ¡No tengo costumbre de desdecirme!"
Después se volvió hacia Feliz-Bella y le preguntó: "¡Oh Feliz-Bella! ¿Declaras que ése es tu esposo Feliz-Bello?" Ella contestó: "¡Tú lo has dicho, oh príncipe de los Creyentes!" Y el califa dijo: "¡Os devuelvo el uno al otro!" Tras lo cual miró a Feliz-Bello, y le preguntó: "¿Puedes decirme siquiera cómo has podido penetrar aquí y enterarte de la estancia de Feliz-Bella en mi palacio?"
Feliz-Bello contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡Concede a tu esclavo algunos momentos de atención, y te contará toda su historia!" Y en seguida puso al califa al corriente de toda la aventura, sin omitir ni un detalle, desde el principio hasta el fin.
El califa quedó en extremo asombrado, y quiso ver al médico de Persia que había ejercido una intervención tan prodigiosa, y le nombró médico de palacio en Damasco, y le colmó de honores y consideraciones. Después albergó a Feliz-Bello y Feliz-Bella en su alcázar durante siete días y siete noches, y dió en honor suyo grandes fiestas, y los mandó a Kufa cargados de regalos y honores. Y destituyó al gobernador y nombró en su lugar a Primavera, padre de Feliz-Bello. Y así todos vivieron en el colmo de la felicidad durante una larga y deliciosa vida.

15 P1 Historia de Feliz Bello y Feliz-Bella - primera de dos partes

Hace parte de 

17 Historia de Feliz Bello y Feliz-Bella (de la noche 237 a la 248)






Ir a la segunda parte

HISTORIA DE FELIZ-BELLO Y FELIZ-BELLA
Se dice (pero Alah es más sabio) que había en la ciudad de Kufa un hombre al que se contaba entre sus vecinos más ricos y considerados, y se llamaba Primavera.
Al primer año de su matrimonio, el mercader Primavera sintió caer sobre su casa la bendición del Altísimo con el nacimiento de un hijo muy hermoso, que vino al mundo sonriendo. Y por eso se llamó al niño Feliz-Bello.
Al séptimo día de nacer su hijo, el mercader Primavera fué al zoco de los esclavos a comprar una criada para su mujer. Llegado a mitad de la plaza central, echó una ojeada circular a las mujeres y a los muchachos que se habían puesto a la venta, y vió, en medio de uno de los grupos, a una esclava de aspecto dulce que llevaba a la espalda, sujeta con un ancho cinturón, a su hija dormida.
El mercader Primavera pensó entonces: "¡Alah es generoso!" Y se acercó al corredor y le preguntó: "¿Cuánto cuesta esta esclava con su hija?" El corredor contestó: "¡Cincuenta dinares, ni más ni menos!"
Primavera dijo: "¡La compro! Escribe el contrato, y toma el dinero". Después de llenar esta formalidad, el mercader Primavera dijo con dulzura a la mujer: "Sígame, sierva mía". Y se la llevó a su casa. Cuando la hija de su tío vió llegar a Primavera con la esclava, le preguntó: "¡Oh hijo de mi tío! ¿Por qué has hecho ese gasto tan inútil? ¡Yo, en cuanto me reponga del parto, podré atender a la casa como antes!" El mercader Primavera contestó con agrado: "¡Oh hija de mi tío! he comprado esta esclava por la niña que lleva a cuestas, y a la cual criaremos con nuestro hijo Feliz-Bello. ¡Y sabe que, si he de juzgar por lo que de sus facciones he visto, cuando crezca esta niña no tendrá igual en belleza en todos los países de Irak, Persia y Arabia!"
Entonces la esposa de Primavera se volvió hacia la sierva, y le preguntó bondadosamente: "¿Cómo te llamas?" Ella contestó: "¡Me llaman Prosperidad!, ¡oh mi señora!" A la esposa del mercader le gustó mucho aquel nombre, y le dijo: "¡Te sienta bien!, ¡por Alah! Y tu hija, ¿cómo se llama?" La esclava contestó: "¡Fortuna!" Entonces la esposa de Primavera, en el límite de la alegría, dijo: "¡Ojalá aciertes! ¡Y Alah, con tu venida, haga que duren la fortuna y la prosperidad en casa de quienes te han comprado!, ¡oh cara blanca!"
Después de lo cual se volvió hacia su esposo Primavera, y le preguntó: "Ya que es costumbre que los amos den nombre a los esclavos que compran, ¿cómo piensas llamar a la niña?" Primavera respondió: "¡Como tú prefieras!" Y su esposa contestó: "¡Llamémosla Feliz-Bella!" Y Primavera dijo: "Así se llamará. No veo ningún inconveniente".
Y así fué cómo se llamó la niña Feliz-Bella, y se la crió con Feliz-Bello, exactamente en las mismas condiciones. Y ambos crecieron, juntos, aumentándose cada día su hermosura; y Feliz-Bello llamaba a la hija de la esclava "mi hermana", y ella le llamaba a él "mi hermano".
Cuando Feliz-Bello llegó a los cinco años, se pensó en celebrar su circuncisión. Se aguardó para ello la fiesta del natalicio del Profeta (¡con él la plegaria y la salvación!), para dar a tal rito preciado toda la manifestación de belleza que encierra. Por lo tanto, se hizo solemnemente la circuncisión de Feliz-Bello, que en vez de llorar, pareció encontrar aquello casi de su agrado, y sonrió gentilmente, cosa que, por otra parte, solía hacer siempre. Se formó una comitiva imponente y numerosa, compuesta de todos los parientes, amigos y conocidos de Primavera y de la hija de su tío; después, precedidos de banderas, desfiló por todas las calles de Kufa. Y Feliz-Bello iba encaramado en un palanquín rojo, sobre una mula ricamente enjaezada de brocado, y a su lado estaba sentada la pequeña Feliz-Bella, que le abanicaba con un pañuelo de seda. Detrás del palanquín seguían las amigas, las vecinas y los niños, que llenaban el aire con sus lu-lu-lúes" de alegría,' mientras el buen Primavera, contentísimo, llevaba de la brida la mula, arrogante y dócil.
Cuando regresaron a casa, los invitados fueron uno tras otro a felicitar al mercader Primavera, diciendo antes de retirarse: "¡Para ti sean la bendición y la alegría! ¡Disfruta durante larga vida la abundancia de los goces del alma...!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Aclaración
El traductor une en este capítulo las noches 236 y 237.

Y CUANDO LLEGO LA 238ª NOCHE
Ella dijo:
"... disfruta durante larga vida la abundancia de los goces del alma!"
Después transcurrieron tiempos felices, y los dos niños llegaron a cumplir los doce años de edad.
Entonces Primavera fué a buscar a su hijo Feliz-Bello, que jugaba a matrimonios con Feliz-Bella, y le llamó aparte, y le dijo: "¡He aquí, ¡oh hijo mío! que acabas de cumplir doce años, gracias a la bendición de Alah! De modo que desde hoy ya no has de llamar a Feliz-Bella hermana tuya, pues ahora he de decirte que Feliz-Bella es hija de nuestra esclava Prosperidad, aunque la hayamos criado contigo en la misma cuna y la tratemos como a hija nuestra. Además, desde ahora es menester que se cubra la cara con el velo, pues tu madre me ha dicho que Feliz-Bella ha llegado la semana pasada a la época de la nubilidad. Así es que tu madre le va a buscar un esposo, que será para nosotros un esclavo adicto".
Al oír estas palabras, Feliz-Bello dijo a su padre: "Pues ya que Feliz-Bella no es hermana mía, quiero casarme con ella". Primavera contestó: "¡Hay que pedirle permiso a tu madre!"
Entonces Feliz-Bello fué a buscar a su madre, y le besó la mano, que se llevó a la frente; después le dijo: "Deseo casarme en secreto con Feliz-Bella, hija de nuestra esclava Prosperidad". Y la madre de Feliz-Bello contestó: "¡Feliz-Bella te pertenece, hijo mío! Tu padre la había comprado en nombre tuyo".
Inmediatamente Feliz-Bello corrió a buscar a Feliz-Bella, y la cogió de la mano, y la amó, y ella le amó a él, y la misma noche durmieron juntos, como esposos dichosos.
Después, y sin cesar tal estado de cosas, vivieron ambos en el colmo de la felicidad durante cinco años benditos. Y en toda la ciudad de Kufa no había joven más bella, ni más dulce, ni más deliciosa que la mujer del hijo de Primavera. Ni la había tan instruida ni tan sabia. En efecto, Feliz-Bella había consagrado sus ratos de ocio a aprender el Corán, las ciencias, la hermosa escritura cúfica y la corriente, las bellas letras y la poesía, y el manejo de los instrumentos musicales. Y había llegado a adquirir tal habilidad en el arte del canto, que sabía cantar de más de quince modos distintos, y basándose en una sola palabra del primer verso de una canción, podía prolongar durante varias horas, y hasta una noche entera, variaciones infinitas que arrebataban con sus ritmos y sus trémolos.
Así es que Feliz-Bello y su esclava Feliz-Bella, muchas veces, a las horas de calor, se sentaban en su jardín sobre el mármol desnudo que rodeaba el estanque, en donde la frescura del agua y de la piedra llenábanles de delicias. Allí comían sandías exquisitas, de pulpa fusible y ligera, y almendras y avellanas, y grano tostado y salado, y otras mil cosas admirables. Y dejaban de comer para respirar rosas y jazmines, o para recitarse poemas encantadores. Y entonces Feliz-Bello rogaba a su esclava que preludiase, y Feliz-Bella cogía la guitarra de cuerdas dobles, de la cual sabía extraer sonidos sin par. Y ambos cantaban canciones como éstas, entre otras mil maravillosas:
¡Oh joven, llueven flores y aves! ¡Vamos con el viento hacia la cálida Bagdad de sonrosadas cúpulas!
¡No emir mío! ¡Quedémonos todavía en el jardín, junto al llamear de las palmas de oro, y, oh delicia, con las manos en la nuca soñemos!
¡Ven, oh joven! ¡Llueven diamantes en las hojas azules, y sobre el azul, es bella la curva de las ramas! ¡Levántate, oh ligera, y sacude las gotas furtivas que lloran en tus cabellos!
¡No emir mío, siéntate aquí y reclina la cabeza en mis rodillas! ¡Embriágate entre mi ropa con todo el perfume de mis pechos floridos... y luego oye la suave brisa que canta al Hacedor!
Otras veces, ambos jóvenes modulaban versos como los siguientes, acompañándose con el daff:
¡Soy feliz y ligera como una ágil danzarina!
¡Oh labios, haced más lentos vuestros trinos sobre las flautas! ¡Guitarras, paraos bajo los dedos para escuchar la canción de las palmeras!
¡Las palmeras están de pie! ¡Como las jóvenes, murmuran en sordina en la noche clara, y el remolino de sus cabelleras melodiosas responde a la brisa musical!
¡Ah! ¡Soy feliz y ligera como una ágil danzarina!
¡Esposa encantadora y perfumada! ¡Al oír las notas de tu voz, las piedras se levantan bailando, y vienen ordenadamente a construir un edificio armonioso!
¡Que aquel que creó la belleza del amor nos otorgue la ventura, esposa encantadora y perfumada!
¡Oh negrura de mis ojos! ¡Por ti voy a dar azulado a mis párpados con la varita de cristal, y a macerar mis manos en la pasta de alheña!
¡Así te parecerán mis dedos frutos del azufaifo, o si lo prefieres, dátiles finos!
¡Después me perfumaré los pechos, el vientre y todo el cuerpo con incienso delicado, para que mi piel se derrita en tu boca con suavidad, oh negrura de mis ojos!
Y de tal modo, el hijo de Primavera y la hija de Prosperidad pasaban las noches y las mañanas en una vida deliciosa...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y CUANDO LLEGO LA 239ª NOCHE
Ella dijo:
... en una vida deliciosa.
Pero ¡ah! lo que está escrito en la frente del hombre por los dedos de Alah, no puede borrarlo la mano del hombre; y aunque la criatura poseyera alas, no le sería posible huir del Destino.
Tal fué la causa de que Feliz-Bello y Feliz-Bella tuvieran que experimentar durante cierto tiempo las vicisitudes de la suerte. Pero de todos modos, la nativa bendición que habían traído consigo a la tierra había de librarles de las desdichas irremediables.
Efectivamente, el gobernador de la ciudad de Kufa había oído al califa hablar de la hermosura de Feliz-Bella, esposa del hijo del mercader Primavera. Y dijo para sí: "¡Sin remedio he de encontrar la manera de apoderarme de esta Feliz-Bella, cuyas perfecciones y arte para cantar me ponderan tanto! ¡Será un magnífico regalo para mi amo el Emir de los Creyentes Abd El-Malek ben-Meruán!"
Por consiguiente, el gobernador de Kufa resolvió un día ejecutar su proyecto, y con tal fin mandó llamar a una vieja muy astuta, que de ordinario estaba encargada de adquirir e instruir especialmente a las esclavas jóvenes. Y le dijo: "¡Te ruego que vayas a casa del mercader Primavera y hagas conocimiento con la esclava de su hijo, la joven Feliz-Bella, de la cual se dice que está muy versada en el arte del canto, y que es muy hermosa! Y de cualquier manera has de traérmela aquí, porque quiero enviarla como regalo al califa Abd El-Malek".
La vieja respondió: "¡Escucho y obedezco!" Y se fué inmediatamente a hacer los preparativos necesarios.
A primera hora de la mañana se vistió de estameña, y se echó al cuello un enorme rosario de millares de cuentas, se ató una calabaza a la cintura, cogió una muleta, y se dirigió con lento paso a casa de Primavera, parándose a cada momento para suspirar muy devota: "¡Alabado sea Alah! ¡No hay más Dios que Alah! ¡Sólo a Alah es preciso recurrir! ¡Alah es el más grande!" Y no dejó de proceder del mismo modo durante todo el camino, con gran admiración de los transeúntes, hasta que llegó a la puerta de la casa en que vivía Primavera.
Llamó, y dijo: "¡Alah es generoso! ¡Oh Donador! ¡Oh Bienhechor!"
Entonces fué a abrirle el portero, que era un anciano respetable, antiguo servidor de Primavera. Vió a la vieja devota, y después de examinarla no le pareció su aspecto muy tranquilizador, sino muy al contrario. Y por su parte él también desagradó mucho a la vieja, que le dirigió una mirada atravesada. Y el portero sintió instintivamente la mirada, y también instintivamente, y para conjurar el mal de ojo, formuló con el pensamiento: "¡Mis cinco dedos en tu ojo izquierdo!" Después, y en alta voz, le preguntó: "¿Qué quieres, mi anciana tía?" Ella respondió: "Soy una pobre vieja que no piensa más que en rezar. Y como veo que se acerca la hora de la oración, quisiera entrar en esta morada para hacer mis devociones este día santo".
El buen portero se indignó, y le dijo con brusquedad: "¡Vete! ¡Esta casa no es mezquita ni oratorio, sino el hogar del mercader Primavera y su hijo Feliz-Bello!" La vieja respondió: "¡Ya lo sé! Pero ¿hay mezquita ni oratorio más digno de la oración que la morada bendita de Primavera y su hijo Feliz-Bello? Sabe también, ¡oh portero de cara seca!, que soy mujer conocida en Damasco, en el palacio del Emir de los Creyentes. Y he salido de allí para visitar los santos lugares y rezar en todos los sitios dignos de veneración".
Pero el portero contestó: "Bueno es que seas una devota; pero ésa no es razón para que entres aquí. Sigue tu camino". Pero la vieja se resistió e insistió tanto tiempo, que el rumor de su voz hubo de llegar a oídos de Feliz-Bello que salió para enterarse de la causa del altercado, y oyó a la vieja que decía al portero: "¿Cómo se puede impedir a una mujer de mi categoría entrar en la casa de Feliz-Bello, hijo de Primavera, cuando las puertas más cerradas de los emires y los grandes siempre se me abren de par en par?"
Al oír estas palabras, Feliz-Bello sonrió, según su costumbre, y rogó a la vieja que entrara. Entonces la vieja le siguió, y llegó con él a la habitación de Feliz-Bella. Y le deseó la paz de la manera más sentida, y a la primera ojeada quedó estupefacta de su belleza.
Cuando Feliz-Bella vió entrar a la santa vieja, se apresuró a levantarse en honor suyo, y le devolvió su zalema con respeto, y le dijo: "¡Sea de buen agüero para nosotros tu venida, buena madre! ¡Dígnate descansar!" Pero ella contestó: "Acaban de anunciar la hora de la oración, hija mía. ¡Déjame rezar!" Y volviose enseguida en dirección a la Meca, y se arrodilló en actitud de orar. Y así estuvo hasta la noche sin moverse, y nadie se atrevía a interrumpir su función augusta. Y además parecía tan sumida en el éxtasis, que no hacía caso alguno de lo que ocurría a su alrededor.
Por fin, Feliz-Bella se atrevió, y acercose tímidamente a la santa, y le dijo con voz dulce y respetuosa: "¡Madre mía, da descanso a las rodillas, aunque no sea más que una hora!" La vieja contestó: "¡El que no cansa el cuerpo en este mundo no puede aspirar al reposo reservado a los puros y elegido en lo futuro!" Feliz-Bella, extremadamente deificada, repuso: "¡Por favor, oh madre nuestra honra nuestra mesa con tu presencia y consiente en compartir con nosotros el pan y la sal!" La vieja respondió: "No me hagas caso, y ve a reunirte con tu esposo. Vosotros, que sois jóvenes y hermosos, ¡comed, bebed y sed felices...!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y CUANDO LLEGO LA 240ª NOCHE
Ella dijo:
"...vosotros, que sois jóvenes y hermosos, ¡comed, bebed y sed felices!"
Entonces Feliz-Bella fué a buscar a su amo y le dijo: "¡Oh mi señor! ¡Te ruego que vayas a suplicar a esa santa que en adelante se aposente en nuestra casa, pues su rostro, macerado en la piedad, iluminará nuestra morada!" Feliz-Bello contestó: "Tranquilízate. Ya he mandado que le preparen una habitación con su lecho, y una esterilla nueva, y su jarro, y su palangana. Y nadie la molestará".
En cuanto a la vieja, se pasó toda la noche rezando y leyendo en alta voz el Corán. Después, al amanecer, se lavó y fué a buscar a Feliz-Bello y a su amiga, y les dijo: "¡Vengo a despedirme de vosotros! ¡Alah os tenga en su guarda!" Pero Feliz-Bello le dijo: "¡Oh madre nuestra! ¿Cómo nos vas a dejar con tan poco sentimiento, cuando nosotros nos estábamos ya alegrando de ver nuestra casa bendecida para siempre por tu presencia y te habíamos preparado la mejor habitación para que hagas tus devociones sin que te molesten?"
Y la vieja contestó: "¡Alah os conserve a los dos y haga durar sus bendiciones y sus gracias para vosotros! Ya que la caridad musulmana ocupa un sitio de honor en vuestro corazón, me alegro mucho de que me albergue vuestra hospitalidad. ¡Pero os pido únicamente que advirtáis a vuestro portero, que tiene una cara tan seca, que no se oponga más a dejarme entrar aquí cuando pueda venir! Ahora mismo voy a visitar los santos lugares de Kufa, en los cuales haré votos a Alah para que os retribuya según vuestros méritos. ¡Luego volveré a endulzarme con vuestra, hospitalidad!" Después los dejó, mientras ambos le cogían las manos y se las llevaban a los labios y a la frente.
¡Oh pobre Feliz-Bella! ¡Si supieras el motivo de que aquella vieja de betún entrara en tu casa y los negros destinos que urdía contra tu dicha y tranquilidad! Pero ¿cuál es la criatura que puede adivinar lo oculto y arrancar el velo al porvenir?
La maldita vieja salió, y se dirigió al palacio del gobernador, y se le presentó enseguida. Entonces éste le preguntó: "¿Qué has hecho, ¡oh desenredadora de telas de arañas!? ¡Oh taimada sublime y sutil!"
La vieja dijo: "Haga lo que haga, ¡oh mi señor! no soy más que tu discípula y la protegida de tus miradas. Escucha. He visto a la joven Feliz-Bella, esclava del hijo de Primavera. ¡Jamás el vientre de la fecundidad modeló belleza semejante!" El gobernador exclamó. "¡Ya Alah!" Y prosiguió la vieja: "Está amasada con delicias. ¡Es un fluir continuo de dulzuras y de encantos ingenuos!" El gobernador exclamó: "¡Oh, ojo mío! ¡Latido de mi corazón!" La vieja añadió: "¿Qué dirías si oyeras el timbre de su voz, más fresca que el rumor del agua debajo de una bóveda sonora? ¿Qué harías si vieras sus ojos de antílope y sus miradas modestas?"
El gobernador exclamó: "¡No podría hacer más que admirarla con toda mi admiración, pues repito que la destino a nuestro amo el califa! ¡Apresúrate, pues, a triunfar!" La vieja dijo: "¡Te pido para ello un mes entero!" Y el gobernador respondió: "¡Dispón de ese tiempo, siempre que dé resultado! Y en mí encontrarás una generosidad que te dejará satisfecha. Para empezar, toma mil dinares como señal de mi buena voluntad".
Y la vieja guardó los mil dinares en el cinturón, y desde aquel día empezó a visitar con regularidad a Feliz-Bello y Feliz-Bella en su casa, y ellos, por su parte, le demostraban cada día más miramientos y consideraciones.
Y así las cosas, la vieja llegó a ser la consejera inseparable de aquella casa. Y un día le dijo a Feliz-Bella: "Hija mía, la fecundidad no ha visitado aún tus caderas juveniles. ¿Quieres venir conmigo a pedir la bendición a los santos ascetas, a los jeiques amados de Alah, a los santones y walíes que están en comunicación con el Altísimo? Conozco a esos walíes, hija mía, y sé el poder inmenso que tienen para hacer milagros y realizar las cosas más prodigiosas en nombre de Alah. Curan a los ciegos y a los inválidos, resucitan a los muertos, vuelan por el aire, nadan por el agua. En cuanto a la fecundación de las mujeres, ¡es el privilegio más fácil que les otorgó Alah! ¡Y alcanzarás ese resultado sin más que tocar la orla de su ropón o besar las cuentas de su rosario!"
Al oír estas palabras de la vieja, Feliz-Bella sintió agitarse en su alma el deseo de la fecundidad, y dijo a la anciana: "Tengo que pedir a mi amo Feliz-Bello permiso para salir. Aguardemos que regrese". Pero la vieja respondió: "Te basta con avisar a su madre". Entonces la joven fué enseguida a buscar a la madre de Feliz-Bello, y le dijo: "Te suplico, por Alah, ¡oh mi señora! que me concedas permiso para ir con esta santa vieja a visitar a los walíes amigos de Alah, y pedirles la bendición en su santa morada. Y te prometo estar aquí de vuelta antes que llegue mi amo Feliz-Bello". Entonces la esposa de Primavera contestó: "¡Hija mía, piensa en el disgusto que tendría tu amo si volviese y no te encontrase! Me diría: ¿Y cómo ha podido salir Feliz-Bella sin permiso mío? ¡Es la primera vez que tal ocurre!".
En este momento intervino la vieja, y dijo a la madre de Feliz-Bello: "¡Por Alah! ¡Haremos una rápida vuelta por los lugares santos, no la dejaré siquiera que se siente para descansar, y la traeré sin demora!" Entonces la madre de Feliz-Bello dió el consentimiento, pero suspirando a pesar suyo.
La vieja se llevó, pues, a Feliz-Bella y la guió directamente a un pabellón aislado del jardín de palacio; allí la dejó sola un momento, y corrió a comunicar su llegada al gobernador, que fué enseguida al pabellón...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y CUANDO LLEGO LA 241ª NOCHE
Ella dijo:
... al gobernador, que fué en seguida al pabellón, y en el umbral quedose como deslumbrado por tal belleza.
Cuando Feliz-Bella vió entrar a aquel hombre desconocido, se apresuró a velarse la cara, rompió en sollozos, y buscó con la mirada un sitio por donde pudiera huir; pero fué en vano.
Entonces, como la vieja no aparecía, Feliz-Bella ya no dudó de la traición de la maldita, y se acordó de ciertas palabras que su fiel portero le había dicho respecto a los ojos llenos de artificios de aquella mujer.
En cuanto al gobernador, seguro de que Feliz-Bella era la misma que tenía delante, volvió a salir, cerrando la puerta, y fué a dar rápidamente algunas órdenes: escribió una carta al califa Abd El-Malek ben Meruán, y confió la carta y la joven al jefe de sus guardias, mandándole que emprendiera en seguida el camino de Damasco.
Entonces el jefe de los guardias se llevó por la fuerza a Feliz. Bella, la colocó encima de un ágil dromedario, se puso delante de ella, y partió a toda prisa hacia Damasco, seguido por algunos esclavos.
En cuanto a Feliz-Bella, durante todo el camino se tapó la cara con el velo, y sollozó en silencio, indiferente a las paradas, a las sacudidas, a los descansos y a las marchas. Y el jefe de los guardias no le pudo sacar una palabra ni una seña, y así siguió hasta la llegada a Damasco. El jefe se dirigió sin demora al palacio del Emir de los Creyentes, entregó la esclava y la carta al jefe de los chambelanes, recibió la respuesta que le dieron, y se volvió a Kufa del mismo modo que había venido.
Al día siguiente, el califa entró en el harem y manifestó a su esposa y a su hermana la llegada de la esclava nueva, diciéndole: "El gobernador de Kufa acaba de enviarme como regalo una esclava joven; y me escribe para decirme que esa esclava, comprada por él, es hija de un rey, apresada en su país por mercaderes de esclavos". Y su esposa le respondió: "¡Alah acreciente tus goces y sus beneficios!" Y la hermana del califa preguntó: "¿Cómo se llama? ¿Es morena o blanca?" El califa contestó: "¡Aun no la he visto!"
Entonces la hermana del califa, llamada Sett Zahia, que era de tierno corazón, sintió lástima, y se acercó a la joven, y le preguntó: "¿Por qué lloras, hermana mía?" ¿No sabes que desde ahora estás segura, y que tu vida transcurrirá ligera y sin preocupaciones? ¿Adónde podías ir a parar mejor que al palacio del Emir de los Creyentes?" Al oír estas palabras, la hija de Prosperidad levantó los ojos sorprendida, y preguntó: "Pero ¡oh mi señora! ¿En qué ciudad estoy, para que sea éste el palacio del Emir de los Creyentes?" Sett Zahia contestó "¡En la ciudad de Damasco! ¿Pero tú no lo sabías? ¿Y el mercader que te vendió no te ha advertido que lo hacía por cuenta del califa Abd El-Malek ben-Meruán? Ya lo sabes, hermana, eres propiedad del Emir de los Creyentes, que es mi hermano. Sécate, pues, las lágrimas y dime tu nombre".
Al oír semejantes palabras, la joven ya no pudo reprimir los sollozos que la ahogaban, y murmuró: "¡Oh mi señora, en mi tierra me llaman Feliz-Bella!"
A la sazón entró el califa. Avanzó hacia Feliz-Bella sonriendo bondadosamente, se sentó a su lado, y le dijo: "¡Quítate el velo de la cara!, ¡oh joven!" Pero Feliz-Bella, en vez de descubrirse la cara, se aterró sólo de pensarlo, y se tapó completamente con la tela hasta por debajo de la barbilla, con mano temblorosa. Y el califa no quiso enojarse por una acción tan extraordinaria, y dijo a Sett Zahia: "Te confío a esta joven, y espero qué dentro de pocos días la hayas acostumbrado a ti, y la animes, y consigas que sea menos tímida". Después dirigió otra mirada a Feliz-Bella y nada pudo ver, fuera de las finas muñecas. Pero con aquello le bastó para que la amara en extremo; muñecas tan admirablemente modeladas no podían pertenecer más que a una perfecta beldad. Y se retiró.
Entonces Sett Zahia se llevó a Feliz-Bella, y la condujo al hammam del palacio, y después del baño la vistió con un traje muy hermoso, y le colocó en el peinado varias sartas de perlas y pedrerías, y después le acompañó el resto del día, tratando de acostumbrarla a ella. Pero Feliz-Bella, aunque muy confusa con los miramientos que le prodigaba la hermana del califa, no podía dejar de llorar, ni quería tampoco revelar la causa de sus penas, porque pensaba que con ello no variaría su destino. Guardó, pues, para sí aquel agudo dolor, y siguió consumiéndose día y noche, de tal modo, que al poco tiempo cayó gravemente enferma; y desesperaron de salvarla después de haber experimentado en ella la ciencia de los médicos más famosos de Damasco.
En cuanto a Feliz-Bello, hijo de Primavera, al anochecer regresó a su casa, y según costumbre, se echó en el diván, y llamó: "¡Oh Feliz-Bella!"
Pero, por primera vez, nadie contestó. Entonces se levantó súbito y llamó de nuevo: "¡Oh Feliz-Bella!" Pero nadie contestó. Porque todas las esclavas se habían escondido, y ninguna de ellas se atrevía a moverse. Entonces Feliz-Bello se dirigió al aposento de su madre, entró precipitadamente, y encontró a su madre sentada, muy triste, con la mano en la mejilla y absorta en sus pensamientos. Al verla, creció su inquietud, y preguntó, todo lleno de espanto: "¿Dónde está Feliz Bella?"
Pero la esposa de Primavera no contestó más que con lágrimas, y después suspiró: "¡Alah nos proteja!, ¡oh hijo mío! Feliz-Bella, en ausencia tuya, ha venido a pedirme permiso para salir con la vieja e ir, según me dijo, a visitar a un santo walí que realiza milagros. ¡Ah, hijo mío! mi corazón no estuvo tranquilo nunca desde que esa vieja entró en nuestra casa. ¡Tampoco la ha mirado jamás con buenos ojos, nuestro portero, el servidor anciano y fiel que nos crió a todos! ¡Siempre he tenido el presentimiento de que esa vieja nos había de traer mala suerte con sus oraciones harto prolongadas y sus miradas tan astutas!" Pero Feliz-Bello interrumpió a su madre para preguntar: "¿A qué hora exactamente ha salido Feliz-Bella?" La madre contestó: "Esta mañana temprano, después de haberte ido al zoco". Y Feliz-Bello exclamó: "Ya ves, madre mía, para lo que nos sirve variar nuestras costumbres y otorgar a nuestras mujeres libertades de las cuales no saben qué hacer, y que tienen que serles funestas. ¡Ah, madre mía! ¿Por qué permitiste salir a Feliz-Bella? ¿Quién sabe por dónde se pudo extraviar, o si se ha caído al agua, o si la sepultó un alminar que se haya derrumbado? ¡Pero voy a escape a ver al gobernador para obligarle a hacer investigaciones inmediatamente!"
Y Feliz-Bello, fuera de sí, corrió al palacio, y el gobernador la recibió sin hacerle esperar, por consideración hacia su padre Primavera, que era una de las personas más notables de la ciudad. Y Feliz- Bello, sin atender siquiera a las fórmulas obligatorias de la zalema dijo al gobernador: "Mi esclava ha desaparecido de nuestra casa esta mañana en compañía de una vieja a la cual habíamos dado albergue Vengo a rogarte que me ayudes a buscarla". El gobernador, adoptando un tono lleno de interés, contestó: "¡En seguida, hijo mío! Estoy dispuesto a todo por consideración a tu digno padre. Ve a buscar de mi parte al jefe de la guardia, y cuéntale el caso. Es hombre muy avisado y lleno de recursos, y sin duda alguna encontrará a la esclava dentro de pocos días".
Entonces Feliz-Bello corrió a ver al jefe de la guardia, y le dijo "Vengo a verte de parte del gobernador para encontrar a mi esclava que ha desaparecido de mi hogar".
El jefe de la guardia, que estaba sentado en la alfombra, con las piernas cruzadas, resolló dos o tres veces, y al fin preguntó: "¿Con quién se ha marchado?" Feliz-Bello respondió: "Con una vieja cuyas señas son éstas y aquéllas. Y la vieja va vestida de estameña, y lleva al cuello un rosario con millares de cuentas". Y el jefe de la guardia dijo: "¡Por Alah! ¡Dime en dónde está la vieja, y enseguida iré a buscar a la esclava!"
A estas preguntas, Feliz-Bello contestó: "Pero ¿y qué sé yo dónde está la vieja? ¿Vendría aquí si supiera dónde está?" El jefe de la guardia mudó la postura, colocando las piernas en sentido inverso, y dijo: "¡Hijo mío, únicamente Alah el Omnisciente es capaz de descubrir las cosas invisibles!" Entonces, Feliz-Bello, irritado hasta el límite, exclamó: "¡Por el Profeta! ¡A ti solo te haré responsable de esto! ¡Y en caso necesario iré a ver al gobernador, y hasta al Emir de los Creyentes, para que sepan quién eres!"
El otro contestó: "¡Puedes ir adonde te parezca! ¡No he estudiado hechicería, para adivinar las cosas ocultas!"
Enseguida Feliz-Bello volvió a casa del gobernador, y le dijo: ¡He ido a ver al jefe de la guardia y ha pasado tal y cuál cosa!" Y el gobernador dijo: "¡No es posible! ¡Hola, guardias, id a buscar a ese hijo de perro!" Y cuando llegó el jefe, el gobernador dijo: "¡Te mando que hagas las pesquisas más minuciosas para encontrar a la esclava de Feliz-Bello, hijo de Primavera! Envía a tus jinetes en todas direcciones. Corre tú también, y busca por todas partes. ¡Pero tienes que encontrarla!" Y al mismo tiempo le guiñó el ojo para que no hiciera nada. Después se volvió hacia Feliz-Bello, y le dijo: "¡En cuanto a ti, hijo mío, no quiero que tengas que reclamar en adelante esa esclava más que a mí! ¡Y si por acaso -pues todo puede suceder- no se encontrara a la esclava, yo mismo te daré en su lugar diez vírgenes de la edad de las huríes, de pechos turgentes y nalgas duras y firmes como cubos de granito! ¡Y obligaré también al jefe de la guardia a darte de su harem diez esclavas jóvenes tan intactas como mis ojos! Pero tranquiliza tu alma, pues sabe que el Destino te otorgará siempre lo que te esté reservado, y por otra parte, nunca lograrás lo que no te haya destinado la suerte...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y CUANDO LLEGO LA 242ª NOCHE
Ella dijo:
"... nunca lograrás lo que no te haya destinado la suerte". Entonces Feliz-Bello se despidió del gobernador, y volvió desesperado a su casa, después de haber vagado toda la noche en busca de Feliz-Bella. Y a la jornada siguiente tuvo que guardar cama, presa de una extensa debilidad y de una calentura que creció de día en día, según perdía la esperanza que le quedaba respecto a las pesquisas ordenadas por el gobernador. Y los médicos consultados contestaron: "¡Su enfermedad no tiene otro remedio que el regreso de su esposa!'
A todo esto, llegó a la ciudad de Kufa un persa muy versado en medicina, arte de drogas, ciencia de las estrellas y arena adivinatoria. Y el mercader Primavera se apresuró a llamarle a casa de su hijo.
Entonces, el sabio persa, después de haber sido tratado por Primavera con los mayores miramientos, se acercó a Feliz-Bello y le dijo: "¡Dame la mano!" Y le cogió la mano, le tomó el pulso un buen rato, le miró con atención la cara, después sonrió, y se volvió hacia el mercader Primavera, diciéndole: "¡La enfermedad de tu hijo reside en su corazón!" Y Primavera respondió: "¡Por Alah! Verdad dices, ¡oh médico!" El sabio prosiguió: "Y la causa de esa enfermedad es la desaparición de una persona querida. ¡Pues bien! ¡Os voy a decir, con ayuda de los poderes misteriosos, el sitio en que se encuentra esa persona!"
Y dichas tales palabras, el persa se acurrucó, sacó de un talego un paquete de arena, que desató y extendió delante de él; luego puso en medio de la arena cinco guijarros blancos y tres guijarros negros, dos varitas y una uña de tigre; los colocó en un plano, después en dos planos, y luego en tres planos; los miró, pronunciando algunas frases en lengua persa, y dijo: "¡Oh vosotros que me oís! ¡Sabed que la persona se encuentra en este momento en Bassra!" Después reflexionó y dijo: "¡No! Los tres ríos que ahí veo me han engañado. La persona se encuentra en este momento en Damasco, dentro de un gran palacio, y en el mismo estado de languidez que tu hijo, ¡oh ilustre mercader!"
Al oír estas palabras, Primavera exclamó: "¿Y qué hemos de hacer, ¡oh venerable médico!? Por favor, ilumínanos, y no habrás de quejarte de la avaricia de Primavera. Pues ¡por Alah! te daré con qué vivir en la opulencia durante el espacio de tres vidas humanas". Y el persa contestó: "¡Tranquilizad ambos vuestras almas, y que se refresquen vuestros párpados cubriendo vuestros ojos sin inquietud! ¡Pues yo me encargo de reunir a los dos jóvenes, y eso es más fácil que hacer de lo que tú te figuras!" Después añadió, dirigiéndose a Primavera: "¡Saca del bolsillo cuatro mil dinares!" Y Primavera se desató inmediatamente el cinturón, y colocó delante del persa cuatro mil dinares y otros mil.
Y el persa dijo: "¡Ahora que tengo con qué cubrir gastos, voy a ponerme al momento en camino para Damasco, llevando conmigo a tu hijo! ¡Y si Alah quiere, regresaremos con su amada!" Después se volvió hacia el joven tendido en la cama, y le preguntó: "¡Oh hijo del distinguido Primavera! ¿Cómo te llamas?" El otro respondió: "¡Feliz-Bello!" El persa dijo: "¡Pues bien, Feliz-Bello, levántate y que tu alma se vea en adelante libre de toda inquietud, pues desde este momento puedes dar por seguro que has recobrado a tu esclava!"
Y Feliz-Bello, súbitamente movido por el buen influjo del médico, se levantó y se sentó. Y el médico prosiguió: "Afirma tus ánimos y tu valor. No te preocupes por nada. ¡Come, bebe y duerme! Y dentro de una semana, en cuanto recuperes las fuerzas, volveré a buscarte para hacer el viaje contigo". Y se despidió de Primavera y Feliz-Bello, y se fué a hacer también sus preparativos para el viaje.
Entonces Primavera dió a su hijo otros cinco mil dinares, y le compró camellos que mandó cargar de ricas mercaderías y de aquellas sedas de Kufa de colores tan hermosos, y le dió caballos para él y para su acompañamiento. Y al cabo de la semana, como Feliz-Bello había seguido las prescripciones del sabio y se había repuesto admirablemente, Primavera supuso que su hijo podía emprender sin inconveniente el viaje a Damasco. De modo que Feliz-Bello se despidió de su padre, de su madre, de Prosperidad y del portero, y acompañado de todos los buenos deseos que los brazos de los suyos invocaban sobre su cabeza, salió de Kufa con el sabio persa.
Y Feliz-Bello había llegado en aquellos instantes a la perfección de la juventud, y sus diez y siete años habían dado un sedoso vello a sus mejillas levemente sonrosadas, lo cual hacía más seductores todavía sus encantos, de modo que nadie le podía mirar sin pararse extático. Y el sabio persa no tardó en experimentar el efecto delicioso de los hechizos del joven, y le quiso con toda su alma, muy de veras, y se privó durante todo el viaje de todas las comodidades a fin de que él las aprovechara. Y cuando le veía contento, se alegraba hasta el límite de la alegría...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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domingo, octubre 18, 2020

14 P4 Historia de Kamaralzaman y la princesa Budur - cuarta de cuatro partes

 






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PERO CUANDO LLEGO LA 212ª NOCHE
Ella dijo:
...se había enterado de la misión encantadora que en adelante había de corresponder a todos sus órganos delicados.
Entonces, como se acercaba la hora en que los padres iban a entrar, Hayat-Alnefus dijo a Budur: "Hermana mía, ¿qué hay que decirle a mi madre, que me pedirá que le enseñe la sangre de mi virginidad?" Budur sonrió, y dijo: "¡La cosa es fácil!" Y fué a hurtadillas a coger un pollo y lo mató, y embadurnó con su sangre los muslos de la joven y las toallas, y le dijo: "¡No tienes más que enseñarles eso! Tal es la costumbre, que no permite investigaciones más hondas". La joven le preguntó: "Pero hermana mía, ¿por qué no quieres quitármelo tú misma, por ejemplo, con el dedo?" Budur contestó: "¡Ojos míos, porque, según te dije ya, te reservo para Kamaralzamán!"
Entonces entraron a ver a su hija el rey y la reina, pronto a estallar de furor contra ella y su esposo si no se hubiera consumado todo. Pero al ver la sangre, y los muslos enrojecidos, se alegraron ambos, y se esponjaron, y abrieron de par en par las puertas del aposento. Entonces entraron todas las mujeres, y resonaron gritos de júbilo, y el "lu- lu-jul" de triunfo, y la madre, en el colmo del orgullo, colocó en un almohadón las toallas rojas, y seguida de toda la comitiva, dió así la vuelta al harem. Y todo el mundo se enteró así del fausto acontecimiento; y el rey dió una gran fiesta, y mandó sacrificar para los pobres un número considerable de carneros y camellos pequeños.
En cuanto a la reina y a las invitadas, volvieron a la habitación de Hayat-Alnefus, a la cual besaron todas entre los ojos, llorando y se estuvieron con ella hasta la noche, después de haberla llevado al hammam, envuelta en sedas, para que no pasara frío.
Y Sett Budur siguió sentándose todos los días en el trono de la isla de Ébano, haciéndose querer por sus súbditos, que la creían hombre, y le deseaban larga vida. Pero al llegar la noche iba a buscar con mucho gusto a su joven amiga Hayat-Alnefus, la cogía en brazos, y se tendía con ella en el colchón. Y ambas, enlazadas hasta por la mañana, como esposo y esposa, se consolaban con toda clase de juegos y retozos delicados, aguardando la vuelta de su amado Kamaralzamán. ¡Eso en cuanto a ellas!
Y vamos ahora con Kamaralzamán. Se había quedado en la casa del buen jardinero musulmán, situada a extramuros de la ciudad habitada por los invasores inhospitalarios y sucios procedentes de los países de Occidente. Y su padre, el rey Schahramán, en las islas de Khadelán, al ver en el bosque los despojos ensangrentados, ya no dudó de la pérdida de su amado Kamaralzamán; y se puso de luto, lo mismo que todo el reino; y mandó edificar un monumento funerario, en el cual se encerró, para llorar en silencio la muerte de su hijo.
Y por su parte, Kamaralzamán, a pesar de la compañía del anciano, jardinero, que hacía cuanto podía por distraerle hasta la llegada de un barco que le llevase a la isla de Ébano, vivía triste, y recordaba con dolor los hermosos tiempos pretéritos.
Pero un día que el jardinero había ido, según costumbre, a dar una vuelta por el puerto con objeto de encontrar un barco que quisiera llevarse a su huésped, Kamaralzamán estaba sentado muy triste en el jardín, y se recitaba versos viendo jugar a las aves, cuando de pronto llamaron su atención los gritos roncos de dos aves grandes. Levantó la cabeza hacia el árbol del cual procedía el ruido, y vió una riña encarnizada a picotazos, arañazos y aletazos. Pero pronto cayó sin vida, precisamente delante de él, una de las aves, mientras la vencedora emprendía el vuelo.
Y he aquí que en el mismo instante dos aves mucho mayores, que habían visto el combate posadas en un árbol vecino, fueron a colocarse a los lados de la muerta; una se puso a la cabeza y otra a los pies, y después ambas abatieron tristemente el cuello, y echáronse a llorar.
Al ver aquello, Kamaralzamán se conmovió en extremo, y pensó en su esposa Sett Budur, y luego, por simpatía hacia las aves, se echó a llorar también.
Pasado un rato, Kamaralzamán vió a las dos aves abrir con las uñas y los picos una huesa, y enterrar a la muerta. Luego echaron a volar, y a los pocos momentos volvieron adonde estaba el hoyo, pero llevando agarrado, una por una pata y otra por una ala, el ave matadora, que hacía grandes esfuerzos para huir y daba gritos espantosos. La colocaron sin soltarla en la tumba de la difunta, y con pocos y rápidos picotazos la despanzurraron para vengar su crimen, le arrancaron las entrañas, y tendieron el vuelo, dejándola en tierra palpitante y agónica...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.

Y CUANDO LLEGO LA 216ª NOCHE
Ella dijo:
...y tendieron el vuelo, dejándola en tierra palpitante y agónica. ¡Eso fué todo! Y Kamaralzamán había permanecido inmóvil de sorpresa ante un espectáculo tan extraordinario. Después, cuando las aves se fueron, impulsado por la curiosidad, acercose al sitio en que yacía el ave criminal sacrificada, y al mirar el cadáver, vió en el estómago desgarrado una cosa colorada que le llamó mucho la atención. Se inclinó, y habiéndola recogido, cayó desmayado de emoción. ¡Acababa de encontrar la cornalina talismánica de Sett Budur!
Cuando volvió de su desmayo, estrechó contra su corazón el precioso talismán, causa de tanto suspiro, zozobra, pena y dolor, y exclamó: "¡Plegue a Alah que sea éste un presagio de dicha y la señal de que también encontraré a mi muy amada Budur!" Después besó el talismán y se lo llevó a la frente, y enseguida lo envolvió con esmero en un pedazo de tela, y se lo ató alrededor del brazo, para evitar que se le perdiera otra vez. Y empezó a brincar de alegría.
Cuando se tranquilizó, recordó que el buen jardinero le había encargado que desarraigase un algarrobo añoso que ya no daba hojas ni fruto. Se ajustó, pues, un cinturón de cáñamo, se levantó las mangas, cogió una azada y un canasto, y puso inmediatamente manos a la obra, dando grandes golpes a las raíces del añoso árbol a ras de tierra. Pero de pronto notó que el hierro del instrumento chocaba con un cuerpo metálico y resistente, y oyó como un ruido sordo que se propagaba por debajo del suelo. Separó entonces velozmente la tierra y los guijarros, dejando al descubierto una gran chapa de bronce, que se apresuró a quitar. Entonces columbró una escalera de diez peldaños bastante altos abierta en la roca; y tras de haber pronunciado las palabras propiciatorias la ilah il'Alah, se dió prisa en bajar, y vió una ancha cueva cuadrada, de construcción muy antigua, de los tiempos remotos de Thammud y Aad; y en aquella cueva abovedada encontró veinte tinajas enormes, colocadas en orden a ambos lados. Levantó la tapa de la primera, y comprobó que estaba completamente llena de barras de oro rojo; levantó entonces la segunda tapa, y advirtió que la segunda tinaja estaba repleta de polvo de oro. Y abrió las otras dieciocho, y las encontró llenas alternativamente de barras y polvo de oro. `
Repuesto de su sorpresa, Kamaralzamán salió entonces de la cueva, volvió a poner la chapa, acabó el trabajo, regó los árboles, según costumbre adquirida de ayudar al jardinero, y no acabó hasta por la noche, cuando volvió su anciano amigo.
Las primeras palabras que el jardinero dijo a Kamaralzamán fueron para darle una buena noticia.
Díjole así: "¡Oh hijo mío! tengo la alegría de anunciarte tu próximo regreso al país de los musulmanes. He encontrado, en efecto, un barco fletado por mercaderes ricos que se dará a la vela dentro de tres días. He hablado con el capitán, que está conforme en darte pasaje hasta la isla de Ébano". Al oír estas palabras, Kamaralzamán se alegró mucho, y besó la mano al jardinero, y le dijo: "¡Oh padre mío! ¡Puesto que acabas de darme una buena nueva, yo te he de dar también, a mi vez, otra noticia que creo ha de contentarte...!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y muy discreta, se calló.

Aclaración
El traductor une en este capítulo las noches 213 hasta 216.

PERO CUANDO LLEGO LA 219° NOCHE
Ella dijo:
"...otra noticia que creo ha de contentarte, aunque ignores la avidez de los hombres del siglo, y tu corazón esté puro de toda ambición. ¡Tómate el trabajo de venir conmigo al jardín, y te enseñaré, ¡oh padre mío! la fortuna que te envía la suerte misericordiosa!"
Llevó entonces al jardinero al sitio en que se erguía el algarrobo desarraigado, levantó la chapa, y sin reparar en la sorpresa y espanto de su amigo, le hizo bajar a la cueva, y destapó delante de él las veinte tinajas llenas de oro en barras y en polvo. Y el buen jardinero, como atontado, levantaba las manos y abría extremadamente los ojos ante cada tinaja, diciendo: "¡Ya Alah!" Después Kamaralzamán le dijo: "¡He aquí ahora tu hospitalidad recompensada por el Dador! ¡La propia mano que el extranjero te alargaba para que le socorrieras en la adversidad, con el mismo ademán hace correr por tu morada el oro! ¡Así lo quieren los destinos propicios a las raras acciones animadas por la belleza pura y por la bondad de los corazones espontáneos!"
Al oír estas frases, el anciano jardinero, que no podía articular palabra, se echó a llorar, y las lágrimas resbalaban silenciosas por su larga barba y hasta por su pecho. Logró, por fin, hablar y dijo: "Hijo mío, ¿qué quieres que haga un viejo como yo con este oro y estas riquezas? ¡Verdad es que soy pobre; pero con mi dicha me basta, y será completa si quieres darme sólo un dracma o dos para comprar un sudario, que al morir en mi soledad dejaré a mi lado, a fin de que el caminante caritativo envuelva en él mis despojos para el día de juicio!"
Y esta vez le tocó llorar a Kamaralzamán. Luego dijo al viejo: "¡Oh padre de la sabiduría! ¡Oh jeique de manos perfumadas! ¡La santa soledad en que pasas tus años pacíficos borra ante tus ojos las leyes que dictó el rebaño adánico acerca de lo justo y de lo injusto, de lo falso y lo verdadero! ¡Pero yo he de volver a vivir entre los humanos feroces, y no puedo olvidar tales leyes, so pena de ser devorado! ¡Así, pues, si quieres, repartámonoslo! Tomaré la mitad y tú la otra mitad. ¡Si no, no tocaré absolutamente nada!"
Entonces el anciano jardinero contestó: "Hijo mío, mi madre me parió aquí mismo hace noventa años, y después murió; mi padre murió también. Y el ojo de Alah ha seguido mis pasos, y he crecido a la sombra de este jardín y escuchado el rumor del arroyuelo natal. Tengo cariño a este jardín y a este arroyo, ¡oh hijo mío! y al murmurador follaje, y a este sol, y a esta tierra materna en que mi sombra se alarga en libertad y se conoce a sí misma, y a la luna, que de noche me sonríe por encima de los árboles hasta la mañana. Todo esto habla conmigo, ¡oh hijo mío! Te lo digo para que sepas la razón que me sujeta aquí y me impide partir en tu compañía hacia los países musulmanes. Soy el único musulmán de este país en que vivieron mis antepasados. ¡Blanqueen, pues, en él mis huesos, y que el último musulmán muera con la cara vuelta hacia el sol que ilumina una tierra inmunda ahora, mancillada por los hijos bárbaros del oscuro Occidente!"
Así habló el anciano de las manos temblorosas. Después añadió: "En cuanto a esas tinajas preciosas que te preocupan, toma, si lo deseas las diez primeras, y deja las otras diez en la cueva. Serán el premio de aquel que entierre el sudario en que yo duerma.
"Pero hay más. Lo difícil no es eso, sino embarcar las vasijas en el navío sin llamar la atención y excitar la codicia de los hombres de alma negra que habitan en la ciudad. Ahora bien; en mi jardín hay olivos cargados de fruto y en el sitio adonde vas, en la isla de Ébano, las aceitunas son cosa rara y muy estimada. De modo que ahora mismo voy a comprar veinte tarros grandes, que llenaremos a medias de barras y polvo de oro, acabándolas de llenar con las aceitunas de mi jardín. Y entonces será cuando podamos llevarlos sin temor al barco que va a salir."
Este consejo fué seguido inmediatamente por Kamaralzamán, que se pasó el día preparando los tarros comprados. Y cuando no le quedaba por llenar más que uno, dijo para sí: "Este talismán milagroso, no está bastante seguro arrollado a mi brazo; pueden robármelo mientras duermo o perderse de otra manera. Lo mejor es, seguramente, colocarlo en el fondo de este tarro; después lo cubriré con las barras y el polvo de oro, y encima colocaré las aceitunas" Y enseguida ejecutó su proyecto; y terminado que fué aquello, tapó el último tarro con su tapa de madera blanca, y para distinguirlo de los otros en caso necesario, le hizo una muesca en la base, y después, enardecido por aquel trabajo, grabó con una navaja todo su nombre, Kamaralzamán, en hermosos caracteres enlazados. Concluida tal tarea, rogó a su anciano amigo que avisase a los hombres de la nave para que al día siguiente fueran a recoger los tarros. Y el viejo desempeñó enseguida el encargo, y regresó a casa un tanto fatigado, y se acostó con un poco de calentura y algunos escalofríos.
A la mañana siguiente, el anciano jardinero, que en su vida había estado enfermo, notó que se acrecentaba el mal de la víspera, pero no quiso decírselo a Kamaralzamán, para no amargarle la salida. Se quedó en el colchón, presa de una gran debilidad, y comprendió que iba a llegar su último momento.
Durante el día, los hombres de la nave fueron al jardín a recoger los tarros, y dijeron a Kamaralzamán, que les había abierto la puerta, que les indicase lo que tenían que recoger.
El joven les llevó junto a la verja y les enseñó los veinte tarros, bien colocados, diciéndoles: "¡Están llenos de aceitunas de primera calidad! ¡Os ruego, pues, que tengáis cuidado para no estropearlas!" Luego, el capitán que había acompañado a sus hombres, dijo a Kamaralzamán: "¡Sobre todo, señor, no dejes de ser puntual; porque mañana el viento soplará de tierra y nos daremos a la vela enseguida!"
Y cogieron los tarros y se fueron...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como discreta, se calló.

Aclaración
El traductor une en este capítulo las noches 217 hasta 219.

Y CUANDO LLEGO LA 222ª NOCHE
Ella dijo:
... Y cogieron los tarros y se fueron.
Entonces Kamaralzamán entró en la habitación del jardinero y le encontró la cara palidísima, aunque llena de gran serenidad. Le preguntó cómo estaba, y entonces se enteró de que hallábase enfermo, y a pesar de las palabras que el otro le decía para tranquilizarle, no dejó de alarmarse mucho. Le hizo tomar varios cocimientos de hierbas verdes, pero sin gran resultado. Después le acompañó todo el día, y le veló por la noche, y pudo ver qué el mal se agravaba. Y por la mañana, el buen jardinero, que apenas tenía fuerzas para llamarle hacia su cabecera, le cogió de la mano y le dijo: "¡Kamaralzamán, hijo mío, escucha! ¡No hay más Dios que Alah! ¡Y nuestro señor Mohammed es el enviado de Alah!" Y expiró.
Entonces Kamaralzamán rompió en llanto, y estuvo mucho tiempo llorando a su lado. Se levantó después, le cerró los ojos, le rindió el último tributo, le hizo un sudario blanco, abrió la huesa y enterró al último musulmán de aquel país caído en el descreimiento. Y entonces pensó en embarcarse.
Compró ciertas provisiones, cerró la puerta del jardín, se llevó la llave consigo, y corrió a escape al puerto, cuando el sol estaba ya muy alto; pero fué para ver que el barco, a toda vela, iba ya obedeciendo al viento favorable hacia alta mar.
Extremado fué el dolor de Kamaralzamán al ver aquello pero no lo exteriorizó, para que no se riera a costa suya la gentuza del puerto. Y volvió a emprender tristemente el camino del jardín, del cual era ya único heredero y propietario por fallecimiento del anciano. Y en cuanto llegó a la casita, se desplomó en un colchón, y lloró por sí mismo, y por su amada Budur, y por el talismán que acababa de perder por segunda vez.
La aflicción de Kamaralzamán no tuvo límites cuando se vió obligado por el destino feroz a quedarse hasta fecha desconocida en aquel país inhospitalario; y el pensamiento de haber perdido para siempre el talismán de Sett Budur le desesperaba más, y decía para sí: "¡Mis desdichas empezaron con la pérdida del talismán y volvió la buena suerte cuando lo recobré; y ahora que lo he vuelto a perder, quién sabe las calamidades que me caerán encima!"
Sin embargo, acabó por exclamar: "¡No hay más recurso que Alah el Altísimo!" Después se levantó, y para no exponerse a perder las otras diez tinajas que constituían el tesoro subterráneo, fué a comprar otros veinte tarros; puso en ellos las barras y el polvo, y los acabó de llenar con aceitunas hasta arriba, diciendo para sí: "¡Así estarán preparados el día que Alah quiera que me embarque!" Y volvió a regar las legumbres y los árboles frutales, recitando versos muy tristes relativos a su amor hacia Budur. Eso en cuanto a Kamaralzamán.
En cuanto al buque, tuvo vientos favorables, y no tardó en llegar a la isla de Ébano, y fué a fondear precisamente debajo del malecón en que se elevaba el palacio habitado por la princesa Budur con el nombre de Kamaralzamán.
Al ver aquella nave que entraba a toda vela y ondeando el pabellón, Sett Budur sintió vivos deseos de ir a verla, tanto más cuanto que siempre tenía la esperanza de que había de encontrar algún día a su esposo Kamaralzamán embarcado en alguno de los navíos que venían de lejos. Mandó a algunos de sus chambelanes que la acompañaran, y fué a bordo del buque, del cual le dijeron, por otra parte, que venía cargado de ricas mercaderías.
Al llegar a bordo, mandó llamar al capitán, y le dijo que quería ver la nave. Después, cerciorada de que Kamaralzamán no se encontraba entre los pasajeros, preguntó por curiosidad al capitán: "¿De qué -: viene cargado el barco, capitán?" Este contestó: "¡Oh señor! Además de los mercaderes pasajeros, llevamos en el sollado ricas telas, sederías de todos los países, bordados en terciopelo y brocados, telas pintadas, antiguas y modernas, de muy buen gusto, y otras mercancías de valor; llevamos medicamentos chinos e indios, drogas en polvo y en rama, dictamos, pomadas, colirios, ungüentos y bálsamos preciosos; llevamos pedrería, perlas, ámbar amarillo y coral, tenemos también perfumes de todas clases y especies selectas; almizcle, ámbar gris e incienso, almáciga en lágrimas transparentes, benjuí gurí y esencias de todas las flores; tenemos asimismo alcanfor, cilantro, cardamomo, clavo, canela de Serendib, tamarindo y jengibre: finalmente, hemos embarcado en el último puerto aceitunas superiores, de las llamadas "de pájaro", que tienen una piel muy fina y una pulpa dulce, jugosa, de color del aceite rubio...
En este momento de su narración. Schehrazada vió aparecer la mañana, y discretamente, se calló.

Aclaración
El traductor une en este capítulo las noches 220, 221 y 222.

Y CUANDO LLEGO LA 225ª NOCHE
Ella dijo:
"...que tienen una piel muy fina y una pulpa dulce, jugosa, del color del aceite rubio".
Cuando la princesa Budur oyó nombrar las aceitunas, que le gustaban con delirio, interrumpió al capitán, y le preguntó brillándole los ojos de deseo: "¡Ah! ¿Y cuánta cantidad tienes de esas aceitunas "de pájaro?" Contestó: "Tenemos veinte tarros grandes". Ella dijo: "¿Son muy grandes? ¡Dímelo! ¿Y tienen también aceitunas de las que se llaman rellenas, es decir, de las que les han quitado los huesos para sustituirlos con alcaparras ácidas, y que mi alma prefiere con mucho a las que tienen hueso?" El capitán abrió los ojos, y dijo: "Supongo que también las habrá en esos tarros". Al oírle, la princesa Budur notó que se le hacía la boca agua con el deseo no satisfecho, y dijo: "Quiero comprar uno de esos tarros". Y el capitán contestó: "Aunque al propietario se le escapó el barco en el momento de zarpar y no puedo disponer libremente de ellos, nuestro señor el rey tiene derecho a coger lo que quiera".
Y gritó: "¡Hola! ¡Traiga uno de vosotros del sollado uno de los veinte tarros de aceitunas!" Y enseguida los marineros sacaron del sollado y trajeron uno de éstos.
Sett Budur mandó levantar la tapa, y le maravilló tanto el aspecto admirable de aquellas aceitunas "de pájaro", que exclamó: "Quisiera comprar los veinte tarros. ¿Cuánto costarán, según el precio corriente del zoco?" El capitán contestó: "Según el precio del zoco de la isla de Ébano, creo que cada tarro de aceitunas valdrá cien dracmas".
Sett-Budur dijo a sus chambelanes: "¡Pagad al capitán mil dracmas por: cada tarro!" Y añadió: "Cuando vuelvas al país del mercader, le pagaras eso por las aceitunas". Y se fué, seguida de los que cargaron con los tarros de aceitunas.
La primera diligencia de Sett Budur al llegar a palacio fué entrar en el aposento de su amiga Hayat-Alnefus para avisarle de la llegada de las aceitunas. Y cuando los tarros fueron llevados al interior del harem, según las órdenes dadas, Budur y Hayat-Alnefus, en el colmo de la impaciencia, mandaron traer la fuente mayor de las de dulce, y ordenaron a las esclavas que levantaran con cuidado el primer tarro y vaciaran en ella el contenido todo, formando un montón bien acondicionado, en el que se pudieran distinguir las aceitunas con hueso de las deshuesadas.
¡Y cuál no sería el maravillado pasmo de Budur y su amiga al ver mezclados con las aceitunas barras y polvo de oro! Y esta sorpresa tenía algo de decepción, por pensar que tal mezcla podía haber echado a perder las aceitunas; de modo que Budur mandó traer otras fuentes y vaciar los demás tarros, uno tras otro, hasta el vigésimo. Pero cuando las esclavas hubieron volcado el último, y apareció el nombre de Kamaralzamán en la base, y brilló el talismán en medio de las aceitunas, Budur lanzó un grito, se puso palidísima, y cayó desmayada en brazos de Hayat-Alnefus. ¡Acababa de reconocer la cornalina que llevó en otro tiempo sujeta al nudo de seda del calzón!
Al volver en sí, merced a los cuidados de Hayat-Alnefus, Sett Budur cogió la cornalina talismánica y se la llevó a los labios, exhalando un suspiro de felicidad: después, para que las esclavas no se enteraran de su disfraz, las despidió a todas, y dijo a su amiga: "¡He aquí, ¡oh amada mía querida! el talismán causante de que estemos separados mi esposo adorado y yo! ¡Pero así como he dado con él, pienso volver a encontrar a aquel cuya venida nos llenará de felicidad a ambas!"
Inmediatamente mandó llamar al capitán de la nave, que se le presentó, y besó la tierra entre sus manos, y aguardó que le preguntaran. Entonces Budur le dijo: "¿Puedes decirme, ¡oh capitán! lo que hace en su tierra el amo de los tarros de aceitunas?" El capitán respondió: "Es ayudante de jardinero, y había de embarcarse con sus aceitunas para venir a venderlas aquí, pero no llegó a tiempo al barco".
Budur le dijo: "Pues bien; sabe, ¡oh capitán! que al probar las aceitunas, de las cuales las mejores están, efectivamente, rellenas, he descubierto que el que las ha preparado no puede ser más que uno que fué cocinero mío, pues era el único que sabía dar al relleno de alcaparras ese sabor picante y suave a la vez que me gusta infinito. Y ese maldito cocinero se escapó, temiendo que le castigaran por haber perjudicado a un pinche al tratar de acariciarlo de una manera harto dura y poco proporcionada. Por consiguiente, es menester que te des a la vela y me traigas lo antes posible a ese ayudante de jardinero, porque sospecho mucho que sea mi cocinero, autor del desgarrón de su delicado pinche. Y te recompensaré con liberalidad si cumples mis órdenes con gran diligencia; de lo contrario, no te permitiré volver más a mi reino; y como volvieras, te mandaría matar, lo mismo que a los de tu tripulación...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y discretamente se calló.

Aclaración
El traductor une en este capítulo las noches 223, 224 y 225.

PERO CUANDO LLEGO LA 228ª NOCHE
Ella dijo:
"...te mandaría matar, lo mismo que a los de tu tripulación".
Al oír estas palabras, el capitán no pudo contestar más que oyendo y obedeciendo, y a pesar del perjuicio que salida tan forzada pudiera ocasionar a sus mercaderías, supuso que a la vuelta le indemnizaría el rey, y se dió a la vela. Y le permitió Alah una navegación tan feliz, que llegó en pocos días a la ciudad descreída, y desembarcó de noche con los marineros más robustos de su tripulación.
En aquel momento, Kamaralzamán, que había acabado su labor del día, estaba sentado muy triste, y con lágrimas en los ojos recitaba versos sobre la ausencia. Pero al oír llamar a la puerta, se levantó y fué a preguntar: "¿Quién va? El capitán, fingiendo voz cascada, dijo: "¡Un pobre de Alah!" Al oír esta súplica, dicha en árabe, Kamaralzamán, cuyo corazón latió de piedad, abrió. Pero inmediatamente fué cogido y agarrotado, y los marineros invadieron el jardín, y al ver los veinte tarros colocados como la primera vez, se apresuraron a cogerlos. Después volvieron todos al barco, y se dieron inmediatamente a la vela.
Entonces el capitán, rodeado por sus hombres, se acercó a Kamaralzamán y le dijo: "¡Ah! ¿Conque eres tú el aficionado a muchachos, que desgarraste al niño en la cocina del rey? ¡Cuando llegue el barco, encontrarás el palo dispuesto a hacerte lo propio, como no prefieras que ahora mismo te ensarten estos mozos continentes!" Y le señaló a los marineros, que se guiñaban el ojo al mirarlo, pues les parecía muy bien disfrutar de aquella ganga.
Al oír tales palabras, Kamaralzamán que aunque libertado de las ataduras desde que llegó a la nave no había dicho palabra, dejándose llevar por el Destino, no pudo soportar tamaña imputación, y exclamó:
"¡Me refugio en Alah! ¿No te da vergüenza hablar de ese modo? ¡Oh capitán! ¡Reza por el profeta!" El capitán contestó: "¡Sean con El y con todos los suyos la bendición de Alah y la plegaria! ¡Pero tú fuiste el que ensartó al chico!"
Al oír estas palabras, Kamaralzamán exclamó otra vez; "¡Me refugio en Alah!" El capitán replicó: "¡Tenga Alah misericordia de nosotros! ¡Nos ponemos bajo su custodia!"
Y Kamaralzamán repuso: "¡Os juro a todos vosotros por la vida del Profeta (¡sean con El la plegaria y la paz!), que no entiendo nada de semejante acusación, y que nunca he puesto los pies en esa isla de Ébano a la cual me lleváis, ni en el palacio de su rey! ¡Rezad por el Profeta, oh buena gente!" Entonces todos replicaron, como se acostumbra: "¡Sea con El la bendición!”
Pero el capitán replicó: "¿De modo que nunca has sido cocinero ni has ensartado a ningún niño en tu vida?" Kamaralzamán, en el límite de la indignación, escupió al suelo, y gritó: "¡Me refugio en Alah! ¡Haced de mí lo que queráis, pues, por Alah, mi lengua no se volverá a mover para contestar a tales cosas!" Y ya no quiso decir palabra. Entonces el capitán dijo: "Yo cumplo mi deber con entregarte al rey. ¡Si eres inocente, ya te arreglarás como puedas!"
A todo esto, el barco llegó a la isla de Ébano con felicidad. Y el capitán llevó enseguida a Kamaralzamán a palacio, y solicitó ver al rey. Y como le aguardaban, se le introdujo en la sala del trono.
Y Sett Budur, para no delatarse, por interés tanto suyo como de Kamaralzamán, había combinado un plan muy acertado, sobre todo para ser discurrido por una mujer.
Y cuando miró al que el capitán traía, a la primera ojeada conoció a su adorado Kamaralzamán, y se quedó muy pálida y amarilla como el azafrán. Y todos atribuyeron su cambio de color a la ira por el recuerdo a la ensartadura del niño. Ella le miró mucho tiempo sin poder hablar, mientras Kamaralzamán, con su traje viejo de jardinero, había llegado al límite de la confusión y el temblor. Y estaba muy distante de figurarse que se encontraba en presencia de aquella por quien había vertido tantas lágrimas y experimentado tantas penas, zozobras y malos tratos.
Por fin pudo dominarse Sett Budur, y se volvió hacia el capitán, y le dijo: "¡Como premio por tu fidelidad, te quedarás con el dinero que te di por las aceitunas!" El capitán besó la tierra, y dijo: "¿Y los otros veinte tarros de esta última vez que están todavía en el Bollado?" Budur dijo: "Si has traído otros veinte tarros, apresúrate a mandármelos. ¡Y te pagaré mil dinares de oro!" Y le despidió.
Después se volvió hacia Kamaralzamán, que estaba con los ojos bajos, y dijo a los chambelanes: "¡Coged a ese joven y llevadle al hammam...!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Aclaración
El traductor une en este capítulo las noches 226, 227 y 228.

Y CUANDO LLEGO LA 230ª NOCHE
Ella dijo:
"¡Coged a ese, joven y llevadle al hammam! ¡Después le vestiréis suntuosamente, y me lo volveréis a presentar mañana por la mañana, a la primera hora del diwán!" Y lo mandado se ejecutó al momento.
Sett Budur fué a buscar a su amiga Hayat-Alnefus, y le dijo: "¡Amiga mía, nuestro adorado está de vuelta! ¡Por Alah! he combinado un plan admirable para que nuestro encuentro no sea un golpe funesto para el que de jardinero se ve convertido en rey sin transición. Y es un plan que si se escribiera con una aguja en el ángulo interior del ojo, serviría de lección a los aficionados a instruirse. Y Hayat-Alnefus se puso tan contenta, que se echó en brazos de Sett Budur, y ambas aquella noche fueron muy formales, para prepararse a recibir con toda frescura al amado de su corazón.
Y por la mañana llevaron al diwán a Kamaralzamán, suntuosamente vestido. Y el hammam había devuelto a su rostro todo su resplandor, y el traje ligero y bien ceñido realzaba su cintura fina y sus nalgas montañosas. Y todos los emires, personajes y chambelanes no se sorprendieron al oír al rey decir al gran visir: "¡Darás a este joven cien esclavos para que le sirvan, y le proporcionarás por cuenta del Tesoro emolumentos que sean dignos del cargo que le voy a conferir ahora mismo!". Y le nombró visir entre los visires, y le dió tren de casa y caballos, y mulos y camellos, sin contar arcas llenas y armarios. Después se retiró.
Al día siguiente, Sett Budur -siempre bajo la apariencia de rey de la isla de Ébano- mandó comparecer al nuevo visir, y destituyó de su empleo al gran visir, y después nombró a Kamaralzamán gran visir en su lugar; y Kamaralzamán entró enseguida en el Consejo, y la asamblea fué dirigida por su autoridad.
Sin embargo, cuando se levantó la sesión del diwán, Kamaralzamán empezó a reflexionar profundamente, y dijo para sí: "¡Los honores que me otorga este joven monarca y la amistad con que me honra deben tener seguramente algún origen! Pero ¿cuál será? Los marineros me cogieron y trajeron aquí acusado de haber ensartado a un niño cuando suponían que fuese yo un ex cocinero del rey. Y éste, en vez de castigarme, me envía al hammam, y me da un alto cargo y todo lo demás. ¡Oh Kamaralzamán! ¿Cuál puede ser la causa de suceso tan extraño?”
Reflexionó otro rato, y después exclamó: "¡Por Alah! ¡He dado con la causa; pero sea confundido Eblis! Seguramente este rey, que es muy joven y hermoso, debe de creerme aficionado a muchachos, y sólo me demuestra tanta amabilidad por esto. Pero ¡por Alah! no puedo aceptar semejante función. Y es necesario poner en claro sus proyectos; y si efectivamente pretendiera eso de mí, le devolvería en el acto cuanto me ha dado, y abdicaría mi empleo de gran visir, y me volvería a mi jardín".
Y Kamaralzamán fué inmediatamente a ver al rey, y le dijo: "¡Oh rey afortunado! en verdad que colmaste a tu esclavo de honores y consideraciones que no suelen otorgarse más que a venerables ancianos encanecidos en la sabiduría; y yo no soy más que un joven entre los más jóvenes. ¡De modo que si todo esto no tuviera una causa desconocida, sería el prodigio más inmenso entre los prodigios!"
Oídas estas palabras, Sett Budur sonrió y miró a Kamaralzamán con ojos lánguidos, y le dijo: "Efectivamente, mi hermoso visir, todo eso tiene su causa, y es el cariño que tu belleza ha encendido súbitamente en mi hígado. Pues en verdad que me ha cautivado en extremo tu tez tan delicada y tranquila".
Pero Kamaralzamán dijo: "¡Prolongue Alah los días del rey! Pero tu esclavo tiene una esposa a quien ama, y por la cual llora todas las noches desde una aventura extraña que le alejó de ella. ¡Por eso, oh rey, tu esclavo te pide permiso para irse a viajar después de haber dejado en tus manos los cargos con que has tenido a bien honrarle!"
Pero Sett Budur cogió la mano al joven, y le dijo: "¡Oh mi hermoso visir, siéntate! ¿Por qué vienes a hablarme de viaje y partida? Quédate aquí, junto al que arde por tus ojos y está dispuesto, si quieres compartir su pasión, a hacerte reinar con él en este trono. Porque has de saber que yo también fui nombrado rey a consecuencia del afecto que el rey viejo me manifestó, y de lo amable que para él he sido. Ponte ya al corriente, ¡oh joven gentilísimo! de las costumbres de este siglo, en el cual la prioridad corresponde de derecho a los seres bellos, y no olvides las acertadas frases de uno de nuestros más exquisitos poetas...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Aclaración

El traductor une en este capítulo las noches 229 y 230.

Y CUANDO LLEGO LA 232ª NOCHE
Ella dijo:
"...y no olvides las acertadas frases de uno de nuestros más exquisitos poetas:
¡Nuestro siglo recuerda aquellos tiempos delicados en que vivía el venerable Lot, pariente de Abraham, el amigo de Alah!
¡El anciano Lot tenía una barba cual la sal, que servía de marco a un rostro juvenil, en el cual respiraban las rosas!
¡En su ciudad ardiente, visitada por ángeles, hospedaba a los ángeles, y en cambio daba sus hijas a la muchedumbre!
¡El cielo mismo le libró de su antipática mujer, inmovilizándola al cuajarla en sal fría y sin vida!
¡En verdad os digo que este siglo encantador pertenece a los jóvenes!

Cuando Kamaralzamán oyó estos versos y comprendió su significado, quedose turbadísimo y se sonrojaron como una ascua sus mejillas; después dijo: "¡Oh rey! tu esclavo te confiesa su falta de afición a esas cosas a las cuales no pudo acostumbrarse. ¡Además, soy harto joven para soportar pesos y medidas que no podría tolerar la espalda de un ganapán viejo!”.
Al oír estas palabras, Sett Budur se echó a reír a carcajadas, y luego dijo a Kamaralzamán: "¡Verdaderamente, oh joven delicioso, no sé por qué te asustas! Oye lo que tengo que decirte respecto al particular: o eres un adolescente o una persona mayor. Si eres lo primero, o no has llegado a la edad de la responsabilidad, nada te podrán echar en cara; pues no deben censurarse ni considerarse con mirada dura y violenta los actos sin importancia de los menores; si tienes una edad responsable, y así me lo parece al oírte discutir con tanto raciocinio, ¿por qué has de vacilar o asustarte ya que eres dueño de tu cuerpo y puedes dedicarlo al uso que prefieras, y lo que está escrito sucede?
Sobre todo, piensa que yo soy el que debería asustarse, puesto que soy más pequeño que tú; pero yo me aplico estos versos tan perfectos del poeta:
Estando mirándome el niño, mi zib se movió. Entonces exclamó él: "¡Es enorme!" Y yo le dije: "¡Así es fama!"
El replicó: "¡Apresúrate a demostrarme su heroísmo y resistencia!" Pero yo le dije: "¡Eso no es lícito!" El me replicó: "¡Para mi es muy lícito! ¡Apresúrate a manejarlo!" ¡Entonces lo hice pero sólo por obediencia y cortesía!
Cuando Kamaralzamán oyó tales palabras y versos, vió que la luz se convertía en tinieblas delante de sus ojos, y bajó la cabeza, y dijo a Sett Budur: "¡Oh rey lleno de gloria! ¡Tienes en tu palacio muchas jóvenes y esclavas, y vírgenes muy bellas y tales como ningún rey de este tiempo las posee! ¿Por qué has de abandonar todo eso sólo por mí? ¿No sabes que te es lícito hacer con las mujeres cuanto pueda atraer tus deseos o alentar tu curiosidad y provocar tus ensayos?”
Pero Sett Budur sonrió, cerrando a medias los párpados y mirándole de reojo, y después contestó: "¡Nada más cierto que lo que dices, oh mi prudente visir tan hermoso! Pero ¿qué hacer, cuando nuestra afición varía de deseo, cuando nuestros sentidos se afinan o transforman, y cuando cambia la naturaleza de nuestro humor? Pero dejémonos de una discusión que no conduce a nada, y oigamos lo que dicen respecto a eso nuestros poetas más estimados. Escucha algunos de sus versos:
"Uno ha dicho:
¡He aquí los puestos apetitosos en el zoco de los fruteros! ¡Encuentras a un lado, en la bandeja de palma, los higos gordos, de trasero oscuro y simpático! ¡Oh! ¡Pero mira la bandeja grande en el sitio de preferencia! ¡He aquí los frutos del sicomoro, los frutos pequeños, de trasero sonrosado, del sicomoro!
"El segundo ha dicho:
¡Pregunta a la joven por qué, cuando los pechos se le endurecen y el fruto le madura, prefiere el sabor ácido de los limones a las sandías dulces y a las granadas!
"Otro ha dicho:
¡Oh mi única beldad! ¡Oh muchachito! ¡Tu amor es mi fe! ¡Es para mí la religión preferida entre todas las creencias!
¡Por ti he dejado a las mujeres, hasta el punto de que mis amigos han observado esta abstinencia, y han supuesto ¡ignorantes! que me había hecho monje y religioso!
"Otro ha dicho:
¡Oh Zeinab, de pechos morenos, y tú, Hind, de trenzas teñidas con arte! ¿No sabéis por qué hace tanto tiempo que desaparecí?
He encontrado las rosas -las que suelen verse en las mejillas de las jóvenes-, he encontrado esas rosas, no en las mejillas de una joven, ¡oh Zeinab! sino en las posaderas fundamentales y aterciopeladas de mi amigo. ¡He aquí por qué, ¡oh Hind! ya no podrá atraerme nunca tu cabellera teñida, ni tampoco, oh Zeinab, tu jardín arrasado, al cual le falta el vello, ni siquiera tus posaderas, demasiado lisas, que carecen de granulación!
"Otro ha dicho:
Cuida de no hablar mal de ese gamo joven, comparándole sencillamente, porque es imberbe, con una mujer. Es preciso ser un malvado para decir o pensar semejante cosa. ¡Hay diferencia!
En efecto, cuando te acercas a una mujer, es por delante; y por eso te besa en la cara. Pero el gamo joven, cuando te acercas a él, tiene que encorvarse, y de esa manera ¡figúrate! besa la tierra: ¡Hay diferencia!
"Otro ha dicho:
¡Oh hermoso niño, eras mi esclavo, y te liberté para utilizarte en ataques infecundos! Porque tú, siquiera, no puedes criar huevos en tu seno.
En efecto, ¡qué espantoso sería para mí aproximarme a una mujer virtuosa de anchas caderas! ¡En cuanto la cabalgase, me daría tantos hijos, que no podría contenerlos toda la comarca!
"Otro ha dicho:
Mi esposa me dirigió tantas miradas picarescas y se puso a mover las caderas con tanta elasticidad, que me dejé arrastrar a nuestro lecho; largo tiempo evitado. ¡Pero no pudo lograr que se despertase el querido niño a quien solicitaba!
Entonces me gritó, furiosa: "¡Si no le obligas inmediatamente a endurecerse para cumplir sus deberes y penetrar, no te asombres si mañana, al despertarte, eres cornudo!"
"Otro ha dicho
Generalmente se piden a Alah, mercedes y beneficios levantando los brazos. ¡Pero las mujeres son de otro molde! ¡Para solicitar los favores de su amante levantan las piernas y los muslos! El ademán es seguramente más meritorio, pues se dirige a sus profundidades.
Por último, otro ha dicho:
¡Que ingenuas son a veces las mujeres! ¡Como tienen trasero se figuran que nos lo pueden ofrecer en caso necesario, por analogía! ¡He demostrado a una de ellas, cuánto se equivocaba!
Esta joven había venido a buscarme con una vulva en verdad lo más excelente posible. Pero yo le dije: “¡No hago esas cosas de tal manera!”
Ella me contestó: “¡Si, ya lo sé, este siglo abandona la moda antigua! ¡Pero no importa! ¡Estoy al corriente!” ¡Y se volvió y presentó a mis miradas un orificio tan vasto como el abismo del mar!
Pero yo dije: “¡Te doy las gracias de veras señora mía, te doy mil gracias! ¡Veo que tu hospitalidad es muy amplia! ¡Y temo perderme en un camino cuya brecha resulta mayor que la de una ciudad tomada por asalto!”
Cuando Kamaralzamán oyó todos aquellos versos, comprendió que no había medio de equivocarse acerca de las intenciones de Sett Budur, a quien seguía tomando por el rey, y vió que no le serviría de nada resistirse más; y por otra parte, también sentía curiosidad de saber a qué atenerse sobre la moda nueva de que hablaba el poeta...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Aclaración
El traductor une en este capítulo las noches 231 y 232.

PERO CUANDO LLEGO LA 235ª NOCHE
Ella dijo:
... a Sett Budur le dió tal acceso de risa, que le faltó poco para desmayarse. Después se puso seria de repente, y recobró su antigua voz, dulce y tan cantora, y dijo a Kamaralzamán: "¡Oh esposo amadísimo qué pronto has olvidado nuestras hermosas noches pasadas!" Y se levantó rápidamente, y tirando a lo lejos el traje y el turbante con que estaba disfrazada, apareció completamente desnuda, suelta la cabellera lo largo de la espalda.
Al ver aquello, Kamaralzamán conoció a su esposa Budur, hija rey Ghayur, señor de El-Budur y de El-Kussur. Y la besó, y ella le besó, y la estrechó, y ella le estrechó, y después, ambos llorando de alegría, se confundieron en besos encima del diván.
Y ella, entre otros mil, le recitó estos versos:
¡He aquí a mi amado! ¡Es el bailarín de cuerpo armonioso! ¡Miradle cuando avanza con pie flexible y ligero!
¡Hele aquí! ¡No creáis que sus piernas se quejen del peso enorme que las precede, y que constituiría una buena carga para un camello!
¡He aquí a mi amado! ¡Como alfombra tendí por su camino las flores de mis mejillas!, ¡oh dicha mía! ¡Y el polvo de sus suelas fue un bálsamo bienhechor para mis ojos!
¡En el rostro de mi amado, ¡oh hijas de Arabia! vi bailar a la aurora! ¿Cómo olvidar sus encantos y su dulzura...?
Después de lo cual, la reina Budur contó a Kamaralzamán cuanto le había ocurrido desde el principio hasta el fin. Lo mismo hizo él, y después la reconvino, y le dijo: "¡Es realmente una enormidad lo que has hecho conmigo esta noche!" Ella contestó: "¡Por Alah! ¡No era más que una broma!" Enseguida siguieron sus retozos entre muslos y brazos hasta que amaneció.
Entonces la reina Budur se juntó con el rey Armanos, padre de Hayat-Alnefus, le contó la verdad de su historia, y le reveló que su hija, la joven Hayat-Alnefus, era todavía tan completamente virgen como antes.
Cuando el rey Armanos, dueño de la isla de Ébano, oyó estas palabras de Sett Budur, hija del rey Ghayur, se maravilló hasta el límite del asombro, y mandó que historia tan prodigiosa se escribiera con letras de oro sobre pergaminos ilustres. Después se volvió hacia Kamaralzamán y le preguntó: "¡Oh hijo del rey Scrahramán! ¿Quieres entrar en mi parentela aceptando como segunda esposa a mi hija Hayat-Alnefus, que está aún intacta de toda sacudida?"
Kamaralzamán contestó: "Antes tengo que consultar con mi esposa Sett Budur, a quien debo respeto y amor". Y se volvió hacia la reina Budur, y le preguntó: "¿Puedo contar con tu consentimiento para tomar a Hayat-Alnefus como segunda esposa?" Budur contestó: "¡Sí, por cierto; pues yo misma te la he reservado para festejar tu regreso! ¡Y me contentaré con ocupar el segundo puesto, pues debo mucha gratitud a Hayat-Alnefus por sus amabilidades y su hospitalidad!"
Entonces Kamaralzamán se volvió hacia el rey Armanos, y le dijo: "Mi esposa Sett Budur me ha contestado aceptando lo propuesto, y diciéndome que en caso necesario se daría por muy contenta con ser esclava de Hayat-Alnefus!"
Al oír estas palabras, el rey Armanos se regocijó hasta el límite del regocijo, y fué a sentarse para aquel caso en el trono de justicia, y mandó reunir a todos los emires, visires, chambelanes y notables del reino, y les contó la historia de Kamaralzamán y de su esposa Sett Budur, desde el principio hasta el fin.
Luego les comunicó su proyecto de dar a Hayat-Alnefus por segunda esposa a Kamaralzamán, y nombrarle al mismo tiempo rey de la isla de Ébano en lugar de su esposa la reina Budur. Y todos besaron la tierra entre sus manos, y respondieron: "¡Desde el momento en que Kamaralzamán es el esposo de Sett Budur, que ha reinado antes en este trono le aceptamos con júbilo por nuestro rey, y nos consideramos dichosos con ser sus esclavos fieles!"
Después de estas palabras, el rey Armanos se entusiasmó hasta el límite más extremo del entusiasmo, e inmediatamente mandó llamar a los kadíes, testigos y jefes principales, y extender el contrato de boda de Kamaralzamán con Hayat-Alnefus. Y se sacrificaron millares de reses para los pobres y desgraciados, hubo liberalidad para todo el pueblo y todo el ejército. Y no quedó nadie en el reino que no deseara larga vida y felicidad para el rey Kamaralzamán y sus dos esposas Sett Budur y Hayat-Alnefus.
Y Kamaralzamán, a su vez, alardeó de tanta justicia al gobernar su reino como al contentar a sus dos esposas, pues pasaba una noche con cada una, alternativamente.
En cuanto a Sett Budur y a Hayat-Alnefus, vivieron siempre en perfecta armonía, dando las noches a su esposo, pero disfrutando juntas durante las horas del día.
Tras de lo cual, Kamaralzamán despachó correos a su padre, el rey Schahramán, para comunicarle todos aquellos felices sucesos y decirle que pensaba ir a verle en cuanto hubiera reconquistado una ciudad a orillas del mar que los infieles habían arrebatado a los musulmanes. Mientras tanto, la reina Budur y la reina Hayat-Alnefus, fecundadas por Kamaralzamán, dieron cada una a su esposo un hijo varón, hermoso como la luna. ¡Y todos vivieron con perfecta felicidad hasta el fin de sus días! Y tal es la historia maravillosa de Kamaralzamán y la princesa Budur.



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