20 Historia de la bella Zumurrud y Alischar, hijo de Gloria (de la noche 316 a la 331)
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HISTORIA DE LA BELLA ZUMURRUD Y ALISCHAR, HIJO DE GLORIA
Se cuenta que en la antigüedad del tiempo, en lo pasado de la edad y del momento, había en el país del Khorasán un mercader muy rico que se llamaba Gloria, y tenía un hijo llamado Alischar, hermoso como la luna llena.Y un día el rico mercader Gloria, ya de muy avanzada edad, se sintió atacado de mortal dolencia. Y llamó a su hijo junto a sí y le dijo: "¡Oh hijo mío! Como está muy próximo el término de mi destino, deseo hacerte un encargo". Muy apesadumbrado, dijo Alischar: "¿Y cuál es, ¡oh padre mío!?"
El mercader Gloria le dijo: "He de encargarte que no te crees nunca relaciones ni frecuentes la sociedad, porque el mundo se puede comparar a un herrero: si no te quema con el fuego de la fragua, o no te saca un ojo o los dos con las chispas del yunque, seguramente te ahogará con el humo. Y además, ha dicho el poeta:
- ¡Ilusión! ¡No creas que, cuando el Destino te traicione, encontrarás amigos de corazón fiel en tu camino negro!
- ¡Oh soledad! ¡Cara soledad bendita, al que te cultiva enseñas la fuerza del que no se desvía y el arte de no fiarse más que de sí mismo!
- ¡Si lo examina tu atención, verás que el mundo es nefasto por sus dos caras: una la constituye la hipocresía, y la otra la traición!
- ¡En futilidades, tonterías y frases absurdas suele consistir el dominio del mundo! ¡Pero si el Destino coloca en tu camino un ser excepcional, trátale con frecuencia sólo para mejorarte!
Y dijo Gloria el mercader: "Haz bien, si puedes. Y no esperes que te recompensen con la gratitud o un bien parecido. ¡Oh hijo mío! ¡Desgraciadamente, no todos los días hay ocasión de hacer el bien!" Y Alischar respondió: "¡Escucho y obedezco! ¿Son esos todos tus encargos?" Gloria el mercader dijo: "No derroches las riquezas que te dejo; sólo te considerarán con arreglo al poder que tengas en la mano. Y ha dicho el poeta:
- ¡Cuando yo era pobre, no tenía amigos; y ahora pululan a mi puerta y me quitan el apetito!
- ¡Oh! ¡A cuántos feroces enemigos les domó mi riqueza, y cuántos enemigos tendría si mi riqueza disminuyese!
- ¡Junta tu idea con la idea del consejero, para asegurar mejor el resultado! ¡Cuando quieras mirarte el rostro, te bastará con un espejo, pero si quieres mirar tu oscuro trasero, no podrás verlo sino con la combinación de dos espejos!
- "Además, hijo mío, tengo que darte un último consejo: ¡huye del vino! Es causa de todos los males. Te expones a perder la razón y a ser objeto de befa y de desdén.
- "Tales son mis encargos en el umbral de la muerte. ¡Oh hijo mío, acuérdate de mis palabras! Sé un hijo excelente, y acompáñete mi bendición toda la vida".
Fue llorado por su hijo y por toda su familia, y le hicieron funerales, a los cuales asistieron los más altos y los más bajos, los más ricos y los más pobres. Y cuando se le enterró, inscribieron estos versos en la losa de su tumba:
¡Nací del polvo, al polvo vuelvo y polvo soy! ¡Nadie sabrá nada de mis sentimientos ni experiencias! ¡Es como si no hubiera vivido nunca!
Hasta aquí en cuanto al mercader Gloria. Ocupémonos ahora de Alischar, hijo de Gloria.
Muerto su padre, siguió Alischar comerciando en la tienda principal del zoco, y cumplió a conciencia los encargos paternales, especialmente en lo que se refería a sus relaciones con los demás. Pero al cabo de un año y un día, que transcurrieron con exactitud hora tras hora, se dejó tentar por jóvenes pérfidos, hijos de zorra, adulterinos sin vergüenza. Y alternó hasta el frenesí con ellos, y conoció a sus astutas madres y hermanas, hijas de perro. Y se sumergió hasta el cuello en el libertinaje, y nadó en el vino y en el despilfarro, caminando por vía bien opuesta al camino recto. Porque como no estaba a la sazón sano de espíritu, se hacía este menguado razonamiento: "Ya que mi padre me ha dejado todas sus riquezas, me conviene utilizarlas para que no las hereden otros. Y quiero aprovechar el momento y el placer que pasan, pues no he de vivir dos veces".
Y le pareció tan bien este razonamiento, y siguió Alischar juntando con tanta regularidad la noche y el día por sus extremos, sin escatimar ningún exceso, que pronto viose reducido a vender la tienda, la casa, los muebles y hasta la ropa, y no le quedó más que lo que llevaba encima.
Entonces pudo ver claro y evidente cómo había procedido, y cerciorarse de la excelencia de los consejos de su padre Gloria. Todos los amigos a quienes trató con fastuosidad antes y a cuya puerta fue a llamar sucesivamente, encontraron algún motivo para despedirle. Así es que, reducido al límite extremo de la miseria, se vio obligado, un día en que no había comido nada desde la víspera, a salir del miserable khan en que se alojaba, y a mendigar de puerta en puerta por las calles.
De este modo llegó a la plaza del mercado, en la cual vio una gran muchedumbre formando corro. Quiso acercarse para averiguar lo que ocurría, y en medio del círculo formado por mercaderes, corredores y compradores, vio...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 317ª noche
Ella dijo:... en medio del círculo formado por mercaderes, corredores y compradores, vio a una joven esclava blanca, de elegante y delicioso aspecto, con una estatura de cinco palmos, con rosas por mejillas, pechos bien sentados, ¡qué trasero! Sin temor a engañarse, se le podrían aplicar estos versos del poeta:
- ¡Ha salido sin defecto del molde de la Belleza! ¡Sus proporciones son admirables: ni muy alta ni muy baja; ni muy gruesa ni muy flaca; y redondeces por todas partes!
- ¡Así es que la misma Belleza se enamoró de su imagen, realzada por el ligero velo que sombreaba sus facciones modestas y altivas a la vez!
- ¡La luna es su rostro; la rama flexible que ondula, su cintura; y su aliento, el suave perfume del almizcle!
- ¡Parece formada de perlas líquidas; porque sus miembros son tan lisos, que reflejan la luna de su rostro, y también parecen formados por lunas!
- Pero ¿dónde está la lengua que pudiera describir el milagro de claridad que constituye su trasero brillante?
Pero pronto se puso al lado de la esclava el jefe de los corredores, y por encima de las cabezas agrupadas, exclamó: "¡Oh mercaderes, dueños de riquezas, ciudadanos o habitantes libres del desierto, el que abra la puerta de la subasta no ha de incurrir en censura! ¿He aquí ante vosotros la soberana de todas las lunas, la perla de las perlas, la virgen llena de pudor, la noble Zumurrud, incitadora de todos los deseos y jardín de todas las flores! ¡Abrid la subasta!, ¡oh circunstantes! ¡Nadie censurará a quien abra la subasta! ¡He aquí ante vosotros a la soberana de todas las lunas, a la pudorosa virgen Zumurrud, jardín de todas las flores!"
En seguida uno de los mercaderes gritó: "¡Abro la subasta con quinientos dinares!" Otro dijo: "¡Diez más!" Entonces gritó un viejo deforme y asqueroso, de ojos azules y bizcos, que se llamaba Rachideddín: "¡Cien más!" Pero dijo una voz: "¡Cien más todavía!" En aquel momento, el viejo de ojos azules y feos, pujó mucho de pronto, gritando: "¡Mil dinares!"
Entonces los demás compradores encarcelaron su lengua y guardaron silencio. Y el pregonero se volvió hacia el dueño de la esclava joven y le preguntó si le convenía el precio ofrecido por el viejo y si había que cerrar el trato. Y el dueño de la esclava respondió: "¡Conforme! Pero antes tiene que consentir mi esclava también, pues le he jurado no cederla más que al comprador que le guste. Por consiguiente, has de pedirle el consentimiento, ¡oh corredor!" Y el corredor se acercó a la hermosa Zumurrud, y le dijo: "¡Oh soberana de las lunas! ¿Quieres pertenecer a ese venerable anciano, el jeique Rachideddín?"
Al oír estas palabras, la hermosa Zumurrud dirigió una mirada al individuo que le indicaba el corredor, y le encontró tal como acabamos de describirle. Y apartose con un ademán de repugnancia y exclamó: "¿No conoces, ¡oh jefe corredor! lo que decía un poeta viejo, aunque no tan repulsivo como éste? Pues escucha:
Le pedí un beso. Ella me miró. ¡Y su mirada no fue de odio ni de desdén, sino de indiferencia!
¡Sin embargo, sabía que yo era rico y considerado! Pasó y cayeron de un pliegue de su boca estas palabras:
"¡No me agradan las canas; no me gusta poner algodón mojado entre mis labios!"
Al oír estos versos, dijo el corredor a Zumurrud:
"¡Por Alah! ¡Razón tienes para rechazarle! ¡Además, mil dinares no son bastante precio! ¡En mi opinión, vales diez mil!"
Volviose luego hacia la multitud de compradores y preguntó si no deseaba otro a la esclava por el precio ya ofrecido. Entonces se acercó un mercader y dijo: "¡Yo!" Y la hermosa Zumurrud le miró, y vio que no era asqueroso como el viejo Rachideddín, y que sus ojos no eran azules ni bizcos; pero notó que se teñía de colorado la barba, a fin de parecer más joven de lo que era.
Entonces exclamó: "¡Qué vergüenza enrojecer y ennegrecer así la faz de la ancianidad!" E inmediatamente improvisó estos versos:
- ¡Oh tú que estas enamorado de mi cintura y de mi rostro, no lograrás atraer mis miradas por mucho que te disfraces con colores ajenos!
- ¡Tiñes de oprobio tus canas, sin lograr ocultar tus defectos!
- ¡Cambias de barbas como cambias de cara, y te conviertes en tal espantajo, que si te mirase una mujer preñada, abortaría!
Y vio que era tuerto, y se echó a reír, diciendo: "¿No sabes, ¡oh corredor! las frases del poeta acerca del tuerto? Pues óyelas:
¡Créeme, amigo: no seas nunca compañero de un tuerto, y desconfía de sus embustes y de su falsedad!
¡Tan poco se ganará tratándole, que Alah se cuidó de sacarle un ojo para que inspirara desconfianza!
Entonces el corredor le indicó un cuarto comprador, y le preguntó: "¿Quieres a éste?"
Zumurrud lo examinó, y vio que era un hombrecillo chico, con una barba que le llegaba al ombligo, y dijo en seguida: "En cuanto a ese barbudillo, mira cómo lo describe el poeta:
- ¡Tienes una barba prodigiosa, que es planta inútil y molesta, triste como una noche de invierno, larga, fría y oscura!"
Entonces la hermosa joven miró uno por uno con la mayor atención a todos los circunstantes, y acabó por fijar su mirada en Alischar, hijo de Gloria. Y el aspecto del joven la inflamó súbitamente con el amor más violento, porque Alischar, hijo de Gloria, era en verdad de una belleza extraordinaria, y nadie le podía ver sin sentirse inclinado hacia él con ardor. Así es que la joven Zumurrud se apresuró a señalárselo al corredor, y dijo:
- "¡Oh corredor! quiero a ese joven de rostro gentil y cintura ondulante, pues lo encuentro delicioso y de sangre simpática, más ligera que la brisa del Norte; y de él dijo el poeta:
- ¡Oh jovencillo! ¿Cómo te olvidarán los que hayan visto tu belleza?
- ¡Dejen de mirarte quienes deploran los tormentos con que llenas el corazón!
- ¡Los que quieran preservarse de tus encantos prodigiosos, cubran con un velo tu hechicera cara!
- ¡Oh señor mío, compréndelo! ¿Cómo no amarte? ¿No es esbelta tu cintura y combados tus riñones?
- ¡Compréndelo!, ¡oh señor mío! ¿No es patrimonio de sabios, de gente exquisita y de espíritus delicados el amor a cosas tales?
- ¡Sus mejillas están llenas y lisas; su saliva leche dulce al beberla, es un remedio para las enfermedades; su mirada hace soñar a los prosistas y a los poetas, y sus proporciones dejan perplejos a los arquitectos!
- ¡El licor de sus labios es un vino enervante; su aliento tiene el perfume del ámbar y sus dientes son granos de alcanfor!
- ¡Por eso Raduán, guardián del Paraíso, le rogó que se fuera, temeroso de que sedujese a las huríes!
- ¡La gente tosca y de entendimiento torpe deplora sus gestos y su conducta! ¡Como si la luna no fuera bella en todos sus cuartos, como si su marcha no fuera armoniosa en todas las partes del cielo!
- ¡Por fin consintió en conceder una cita ese cervatillo de cabellera rizada, y de mejillas llenas de rosas y mirada encantadora! ¡Y aquí estoy, puntual, con el corazón alborotado y el mirar anhelante!
- ¡Me prometió esta cita, cerrando los ojos para decirme que sí! Pero si sus párpados están cerrados, ¿cómo podrán cumplir su promesa?
- Tengo amigos poco sagaces, que me han preguntado: "¿Cómo puedes querer apasionadamente a un joven cuyas mejillas sombrea ya un bozo tan fuerte?"
- Yo les dije: "¡Cuán grande es vuestra ignorancia! ¡Los frutos del jardín del Edén se cogieron en sus hermosas mejillas! ¿Cómo hubieran podido dar esas mejillas tan hermosos frutos si no fueran ya frondosas?"
Oídas estas palabras, el corredor levantó los brazos admirado, y exclamó: "¡Oh, dichoso aquel que tenga esta perla en su morada, y la conserve como el tesoro más oculto!"
Y se acercó a Alischar, hijo de Gloria, señalado por la joven, se inclinó ante él hasta el suelo, le cogió la mano y se la besó, y luego dijo...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente
Pero cuando llegó la 319ª noche
Ella dijo:... se inclinó ante él hasta el suelo, le cogió la mano y se la besó, y luego le dijo: "¡En verdad, oh, mi señor! que es mucha tu suerte al poder comprar este tesoro por la centésima parte de su valor, y el Donador no te ha escatimado sus dones. ¡Tráigate, pues, esta joven la felicidad!"
Al oír estas palabras, Alischar bajó la cabeza, y no pudo dejar de reírse interiormente de la ironía del Destino, y dijo para sí: "¡Por Alah! ¡No tengo con qué comprar un pedazo de pan, y me creen bastante rico para adquirir esta esclava! ¡De todos modos no diré ni que sí ni que no, para no cubrirme de vergüenza delante de todos los mercaderes!"
Y bajó la vista y no dijo palabra.
Como no se movía, Zumurrud le miró para alentarle a la compra; pero él seguía con los ojos bajos sin verla. Entonces ella dijo al corredor: "Cógeme de la mano y llévame junto a él, que quiero hablarle personalmente y determinarle a que me compre, pues he resuelto pertenecer a él sólo, y no a otro". Y el corredor la cogió de la mano y la llevó junto a Alischar, hijo de Gloria.
La joven se quedó de pie, alardeando de su belleza, delante del mozo, y le dijo: "¡Oh amado dueño mío! ¡Oh joven que haces arder mis entrañas! ¿Por qué no ofreces el precio de compra? ¿0 por qué no calculas tú el valor que te parezca más equitativo? ¡Quiero ser tu esclava a cualquier precio!
Alischar levantó la cabeza, meneándola con tristeza, y dijo: "La venta y la compra nunca son obligatorias".
Zumurrud exclamó: "¡Ya veo, oh dueño muy amado! que encuentras muy alto el precio de mil dinares. ¡No ofrezcas más que novecientos, y te pertenezco!" Bajó Alischar la cabeza y nada contestó. Ella dijo: "¡Cómprame entonces por ochocientos!" El bajó la cabeza. Ella añadió: "¡Por setecientos!" Y él bajó otra vez la cabeza. Zumurrud siguió rebajando hasta que le dijo: "¡Sólo por cien dinares!"
Entonces le dijo: "¡Ni siquiera tengo los cien dinares completos!" Ella se echó a reír, y le dijo: "¿Cuánto te falta para reunir la cantidad de cien dinares? Pues si hoy no los tienes todo, ya pagarás otro día lo que falte". El contestó: "¡Oh dueña mía! ¡Sabe, por fin, que no tengo ni cien dinares ni uno! ¡Por Alah! No poseo ni una moneda blanca, ni una roja, ni un dinar de oro, ni un dracma de plata. De modo que no pierdas más tiempo conmigo y busca otro comprador".
Cuando Zumurrud comprendió que el joven carecía de dinero, le dijo: "¡De todos modos, cierra el trato! ¡Dame la mano, envuélveme en tu manto y pasa un brazo alrededor de mi cintura, que es como sabes, la señal de aceptación!" Alischar, que ya no tenía motivos para negarse, se apresuró entonces a hacer lo que le mandó Zumurrud, y ésta sacó al momento de su faltriquera un bolsillo que le entregó y le dijo: "¡Ahí dentro hay mil dinares; tienes que ofrecer novecientos a mi amo, y conservar los otros cien para nuestras necesidades más apremiantes!" Y enseguida Alischar entregó al mercader los novecientos dinares, y se apresuró a coger a la esclava de la mano y llevársela a su casa.
Cuando llegaron a la casa, Zumurrud se sorprendió al ver que la habitación se reducía a un miserable cuarto, cuyo único moblaje consistía en una mala estera vieja y rota por varias partes. Se apresuró a dar a Alischar otro bolsillo con mil dinares más, y le dijo: "Corre pronto al zoco, para comprar todos los muebles y alfombras que hagan falta, y comida y bebida. ¡Y escoge lo mejor que haya en el zoco! Además, tráeme una gran pieza de seda de Damasco de la mejor clase, de color de granate, y carretes de hilo de oro, y carretes de hilo de plata, y carretes de hilo de seda, de siete colores diferentes. Y no olvides comprar agujas grandes, y también un dedal de oro".
Y Alischar ejecutó en seguida sus órdenes, y llevó todo aquello a Zumurrud. Entonces ella tendió por el suelo las alfombras, arregló los colchones y divanes, lo colocó todo en orden, y puso el mantel, después de haber encendido los candelabros.
Se sentaron entonces ambos, y comieron y bebieron, y se pusieron muy contentos. Tras de lo cual se tendieron en su cama nueva y se satisficieron mutuamente. Y pasaron toda la noche estrechamente enlazados, entre las puras delicias y los más alegres retozos, hasta por la mañana. Y su amor se consolidó con pruebas indudables y se grabó en su corazón de manera indeleble.
Sin perder tiempo, la diligente Zumurrud se puso enseguida a la labor.
Cogió la pieza de seda de Damasco color de granate, y en pocos días hizo con ella un cortinaje, en cuyo contorno representó con arte infinito figuras de aves y animales, y no hubo un animal en el mundo, pequeño ni grande, que no quedara representado en aquella tela. Y la ejecución era tan asombrosa de parecido y de vida, que se diría movíanse los animales de cuatro pies y se creía oír cantar a las aves. En medio de la cortina estaban bordados grandes árboles cargados de fruta y de sombra tan hermosa que con verla se sentía una gran frescura. ¡Y todo aquello fue ejecutado en ocho días, ni más ni menos! ¡Gloria al que da tanta habilidad a los dedos de sus criaturas!
Terminada la cortina, Zumurrud le dio brillo, la planchó, la dobló y se la entregó a Alischar, diciéndole: "Ve a llevarla al zoco y véndesela a cualquier mercader con tienda abierta, y no por menos de cincuenta dinares. Pero guárdate muy bien de cedérsela a cualquier mercader de paso que no sea conocido en el zoco, pues eso sería causa de una cruel separación entre nosotros. Porque tenemos enemigos que nos acechan. ¡Desconfía de los caminantes!"
Y Alischar respondió: "¡Escucho y obedezco!" Y fue al zoco y vendió por cincuenta dinares a un mercader con tienda abierta la consabida cortina maravillosa...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 320ª noche
Ella dijo:... y vendió por cincuenta dinares a un mercader con tienda abierta la consabida cortina maravillosa. Después compró otra vez seda e hilo de oro y plata, en cantidad suficiente para una nueva cortina o alfombra de gusto, y se lo llevó todo a Zumurrud, que volvió a poner manos a la obra, y en otros ocho días ejecutó una cortina más hermosa aún que la anterior, y que también produjo la cantidad de cincuenta dinares. Y durante el espacio de un año vivieron de tal suerte, comiendo, bebiendo y sin carecer de nada ni dejar de satisfacer su mutuo amor, más ardiente cada día.
Un día salió Alischar de la casa, llevando, según su costumbre, un paquete que contenía un tapiz ejecutado por Zumurrud, y emprendió el camino del zoco para presentárselo a los mercaderes por mediación del pregonero, como siempre. Llegado al zoco, se lo entregó al pregonero, que empezó a pregonarlo delante de las tiendas de los mercaderes, cuando acertó a pasar un cristiano, uno de esos individuos que pululan a la entrada de los zocos, asediando a los parroquianos con sus ofrecimientos.
Este cristiano se aproximó al pregonero y a Alischar y les ofreció sesenta dinares por el tapiz, en vez de los cincuenta por que se pregonaba. Pero Alischar, que sentía aversión y desconfianza hacia aquella clase de individuos, y recordaba, además, el encargo de Zumurrud, no quiso vendérselo. Entonces el cristiano aumentó su oferta y acabó por proponer cien dinares, y el pregonero le dijo al oído a Alischar: "¡Verdaderamente, no desaproveches esta excelente ocasión!" Porque el pregonero ya había sido sobornado secretamente por el cristiano con diez dinares. Y maniobró tan bien sobre el espíritu de Alischar, que le decidió a entregar el tapiz al cristiano, mediante la cantidad convenida. Y lo hizo no sin gran aprensión, cobrando los cien dinares, y volvió a emprender el camino de su casa.
Conforme iba andando, al volver una esquina notó que le seguía el cristiano. Se paró y le preguntó: "¿Cristiano, qué tienes que hacer en este barrio en donde no entra la gente de tu clase?" Este dijo: "Perdona ¡oh señor! pero tengo un encargo que hacer al final de esta calleja. ¡Alah te conserve!"
Alischar siguió su camino y llegó a la puerta de su casa. Y allí notó que el cristiano, después de haber dado un rodeo había vuelto por el otro extremo de la calle y llegaba a su puerta al mismo tiempo que él. Y le gritó, lleno de ira: "¡Maldito cristiano! ¿A qué me sigues de esa manera por donde voy?" El otro contestó: "¡Oh, señor mío! ¡Créeme que me encontraste aquí por casualidad! ¡Pero te ruego que me des un trago de agua, y Alah te recompensará, porque la sed me quema interiormente!" Y Alischar pensó: "¡Por Alah! ¡No se dirá que un musulmán se ha negado a dar de beber a un perro sediento! ¡Voy a darle un poco de agua!" Y entró en su casa, cogió un cántaro de agua, e iba a salir para dársela al cristiano, cuando Zumurrud le oyó levantar el pestillo y salió a su encuentro, conmovida por su ausencia prolongada. Y le dijo, besándole: "¿Cómo tardaste tanto en volver hoy? ¿Vendiste al fin el tapiz, y ha sido a un mercader con tienda o a un transeúnte?"
El respondió, visiblemente turbado: "He tardado un poco porque el zoco estaba lleno, pero de todos modos acabé por vendérsela a un mercader". Ella dijo con cierta duda en la voz: "¡Por Alah! Mi corazón no está tranquilo. Pero ¿adónde vas con ese cántaro?" El dijo: "Voy a dar de beber al pregonero del zoco, que me ha acompañado hasta aquí". Pero no la satisfizo esta respuesta, y mientras salía Alischar, recitó muy ansiosa, estos versos del poeta:
¡Oh corazón mío que piensas en el amado; pobre corazón lleno de esperanzas y que crees eterno el beso! ¿No ves que a tu cabecera vela, con los brazos tendidos, la Separadora, y que en la sombra te acecha pérfido el Destino?
Cuando Alischar se dirigía hacia afuera, encontrose con el cristiano, que ya había entrado en el zaguán por la puerta abierta. Al verlo el mundo se ennegreció delante de sus ojos, y exclamó: "¿Qué haces ahí, perro, hijo de perro? ¿Y cómo osaste penetrar en mi casa sin mi permiso?" El otro contestó: "¡Por favor, oh mi señor, perdóname! Cansado de haber andado todo el día y sin poderme tener ya en pie, me vi obligado a pasar el umbral, pues al cabo no hay tanta diferencia entre la puerta y el zaguán. ¡Además, no pido más que el tiempo suficiente para tomar aliento y me voy! ¡No me rechaces, y Alah no te rechazará!"
Y cogió el cántaro que sostenía Alischar muy perplejo, bebió lo necesario y se lo devolvió. Y Alischar se quedó de pie enfrente, esperando que se fuera. Pero pasó una hora, y el cristiano no se movía. Entonces, Alischar, sofocado, le gritó: "¿Quieres marcharte ahora mismo y seguir tu camino?" Pero el cristiano le contestó: "¡Oh señor mío! No serás de aquellos que hacen un beneficio a alguien para obligarle a estar lamentándolo toda la vida, ni de aquellos de quienes dijo el poeta:
¡Se desvaneció la raza generosa de los que, sin contar, llenaban la mano del pobre antes de que se les tendiese!
¡Ahora hay una raza vil de usureros que calculan el interés de un poco de agua prestada al pobre del camino!
"Yo, mi señor, ya he apagado la sed con el agua de tu casa; pero ahora me atormenta de tal manera el hambre, que me contentaría con lo que te haya quedado de la comida, aunque fuera un pedazo de pan seco y una cebolla, nada más". Alischar, cada vez más enfurecido, le gritó: "¡Vaya, vaya! ¡Fuera de aquí! ¡Basta de citas poéticas! ¡No queda nada en la casa!" El otro contestó, sin moverse del sitio: "¡Señor, perdóname! Pero si no hay nada en tu casa, tienes encima los cien dinares que te ha producido el tapiz. Te ruego, pues, por Alah, que vayas al zoco más cercano a comprarme una torta de trigo, para que no se diga que abandoné tu casa sin que se haya partido entre nosotros el pan y la sal".
Cuando Alischar oyó estas palabras, dijo para sí: "No hay duda posible. Este maldito cristiano es un loco y un extravagante. Y lo voy a echar a la calle y a azuzar contra él a los perros vagabundos". Y cuando se preparaba a empujarle afuera, el cristiano, inmóvil, le dijo: "¡Oh mi señor! ¡Es un solo pedazo de pan el que deseo, y una sola cebolla para poder matar el hambre! ¡De modo que no hagas mucho gasto por mí, que sería demasiado! Porque el prudente se contenta con poco; y un pan seco basta para apagar el hambre que tortura al sabio, cuando el mundo no bastaría para saciar el falso apetito del tragón.
Cuando Alischar vio que no le quedaba más remedio que ceder, dijo al cristiano: "¡Voy al zoco a buscar de comer! ¡Espérame aquí sin moverte!" Y salió de la casa después de haber cerrado la puerta, y sacó la llave de la cerradura para metérsela en el bolsillo. Fue apresuradamente al zoco, compró queso asado con miel, pepinos, plátanos, hojaldre y pan recién salido del horno, y se lo trajo todo al cristiano, diciéndole: "¡Come!"
Pero éste se negó, diciendo: "¡Oh mi señor! ¡Qué generosidad la tuya! ¡Lo que traes basta para alimentar a diez personas! ¡Es demasiado, a menos que quieras honrarme comiendo conmigo!"
Alischar respondió: "Yo estoy harto. ¡Come solo!" El otro exclamó: "¡Oh mi señor, la sabiduría de las naciones nos enseña que el que se niega a comer con su huésped es indudablemente un bastardo adulterino...!"
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 321ª noche
Ella dijo:"... el que se niega a comer con su huésped es indudablemente un bastardo adulterino." Estas palabras no tenían réplica posible. Alischar no se atrevió a negarse, y se sentó al lado del cristiano, y se puso a comer con él distraídamente. Y el cristiano se aprovechó de la distracción de su huésped para mondar un plátano, partirlo, y deslizar en él con destreza banj puro mezclado con extracto de opio, en dosis suficiente para derribar a un elefante y dormirlo durante un año. Mojó el plátano en la miel blanca, en la cual nadaba el excelente queso asado, y se lo ofreció a Alischar, diciéndole: "¡Oh mi señor! ¡Por la verdad de la fe, acepta de mi mano este suculento plátano que mondé para ti!" Alischar que tenía prisa por acabar, cogió el plátano y se lo tragó.
Apenas había llegado el plátano a su estómago, cayó Alischar al suelo privado de sentido. Entonces el cristiano brincó como un lobo pelado y se precipitó afuera, pues en la calleja de enfrente permanecían en acecho varios hombres con un mulo, y a su cabeza estaba el viejo Rachideddín, el miserable de los ojos azules al cual no había querido pertenecer Zumurrud, y que había jurado poseerla a la fuerza a todo trance. Este Rachideddín no era más que un innoble cristiano, que profesaba exteriormente el islamismo para gozar sus privilegios cerca de los mercaderes, y era el propio hermano del cristiano que acababa de traicionar a Alischar, y que se llamaba Barssum.
Este Barssum corrió, pues, a avisar a su miserable hermano del resultado de su ardid, y los dos, seguidos por sus hombres, penetraron en la casa de Alischar, se precipitaron en la inmediata habitación, alquilada por Alischar para harem de Zumurrud, lanzáronse sobre la hermosa joven, a la cual amordazaron y agarraron para transportarla en un momento a lomos del mulo, que pusieron al galope, a fin de llegar en pocos instantes, sin que nadie les molestara en el camino, a casa del viejo Rachideddin.
El viejo miserable de ojos azules y bizcos mandó entonces llevar a Zumurrud a la estancia más apartada de la casa, y se sentó cerca de ella, después de haberle quitado la mordaza, y le dijo: "Hete aquí ya en mi poder, bella Zumurrud, y no será el bribón de Alischar quien venga ahora a sacarte de mis manos. Empieza, pues, antes de acostarte en mis brazos y de experimentar mi valentía en el combate, por abjurar de tu descreída fe y consentir en ser cristiana, como yo soy cristiano. ¡Por el Mesías y la Virgen! ¡Si no te rindes inmediatamente a mi doble deseo, te someteré a los peores tormentos y te haré más desdichada que una perra!"
Al oír estas palabras del miserable cristiano, los ojos de la joven se llenaron de lágrimas, que rodaron por sus mejillas, y sus labios se estremecieron y exclamó:
- "¡Oh malvado de barbas blancas! ¡Por Alah! ¡Podrás hacer que me corten en pedazos, pero no conseguirás que abjure de mi fe; podrás apoderarte de mi cuerpo por la violencia, como el cabrón en celo con la cabra joven, pero no someterás mi espíritu a la impureza compartida!
- ¡Y Alah sabrá pedirte cuenta de tus ignominias tarde o temprano!"
¡Esto en cuanto a ellos dos!
En cuanto a Alischar, quedó tendido sin sentido en el zaguán de su casa hasta el día siguiente.
Entonces volvió en sí y abrió los ojos, disipada ya la embriaguez del banj y desaparecidos de su cabeza los vapores del opio. Se sentó entonces en el suelo, y con todas sus fuerzas llamó: "¡Ya Zumurrud!" Pero no le contestó nadie.
Levantose anhelante y entró en la habitación, que encontró vacía y silenciosa. Se acordó del cristiano importuno, y como también éste había desaparecido, ya no dudó del rapto de su amada Zumurrud.
Entonces se tiró al suelo, dándose golpes en la cabeza y sollozando; después se desgarró los vestidos, y lloró todas las lágrimas de la desolación; y en el límite de la desesperanza, se lanzó fuera de su casa, recogió dos piedras grandes, una con cada mano, y empezó a recorrer enloquecido todas las calles, golpeándose el pecho con las piedras y gritando: "¡Ya Zumurrud, Zumurrud!"
Y los chiquillos le rodearon, corriendo como él y gritando: "¡Un loco, un loco!" Y los conocidos que le encontraban le miraban con lástima y lamentaban la pérdida de su razón, diciendo: "¡Es el hijo de Gloria! ¡Pobre Alischar!"
Y siguió vagando de aquel modo y haciéndose sonar el pecho a guijarrazos, cuando le encontró una buena vieja, que le dijo: "Hijo mío, ¡así goces de la seguridad y la razón! ¿Desde cuándo estás loco?"
Y Alischar le contestó con estos versos:
- ¡La ausencia de una mujer me hizo perder la razón! ¡Oh vosotras que creéis en mi locura, traedme a la que hubo de causarla, y daréis a mi espíritu la frescura de un díctamo!
Enterada la buena vieja, estuvo reflexionando una hora, y luego levantó la cabeza y le dijo a Alischar:
"¡Levántate, hijo mío, y ve pronto a comprarme un cesto de buhonero, en el cual colocarás, después de adquirirlos en el zoco, pulseras de cristal de colores, anillos de cobre plateado, pendientes, dijes y otras varias cosas como las que venden las piadosas por las casas a las mujeres. Y yo me pondré el cesto en la cabeza, y recorreré las casas de la ciudad, vendiendo esas cosas a las mujeres. Y así podré hacer averiguaciones que nos orientarán, y si Alah quiere, contribuirán a que encontremos a tu amada Sett Zumurrud! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 322ª noche
Ella dijo:"...encontraremos a tu amada Sett Zumurrud". Y Alischar se puso a llorar de alegría. Y después de haber besado la mano a la cena vieja, se apresuró a comprar y entregarle lo que le había indicado.
Entonces la vieja fue a vestirse a su casa. Se tapó la cara con un velo de miel oscuro, se cubrió la cabeza con un pañuelo de cachemira, se envolvió en un velo grande de seda negra, se puso en la cabeza consabida cesta, y cogiendo un bastón para sostener su respetable vejez, empezó a recorrer lentamente los harenes de personajes y mercaderes por los distintos barrios, y no tardó en llegar a la casa del viejo achideddín, el miserable cristiano que pasaba por musulmán, el maldito a quien Alah confunda y abrase en el fuego del infierno y atormente hasta la extinción del tiempo. ¡Amin!
Y llegó precisamente en el momento en que la desventurada joven, arrojada entre las esclavas y criadas de la cocina y dolorida aún de los golpes que había recibido, yacía medio muerta en una mala estera.
Llamó a la puerta la vieja, y una esclava abrió y la saludó amistosamente. Y la vieja le dijo: "Hija mía, tengo cosas bonitas que vender ¿Hay en casa quién las compre?" La criada dijo: "¡Ya lo creo!" la llevó a la cocina, en donde la vieja se sentó con gran compostura, rodeándola en seguida las esclavas. Fue muy benévola en la venta, y les cedió, por precios muy módicos, pulseras, sortijas y pendientes, de modo le se granjeó su confianza y ganó sus simpatías por su lenguaje virtuoso y la dulzura de sus modales.
Pero al volver la cabeza vio a Zumurrud tendida, e interrogó a las esclavas, que le dijeron cuanto sabían. E inmediatamente comprendió que estaba en presencia de la que buscaba. Se acercó a la joven y dijo: "¡Hija mía! ¡Aléjese de ti todo mal! ¡Alah me envía para socorrerte! ¡Eres Zumurrud, la esclava amada de Alischar, hijo de Gloria!" Y la enteró del objeto de su venida, disfrazada de vendedora, le dijo: "Mañana por la noche estate dispuesta a dejarte raptar; asómate a la ventana de la cocina que da a la calle, y cuando veas que alguien, entre la oscuridad, se pone a silbar, ésa será la seña. Responde silbando también, y salta sin temor a la calle. ¡Alischar en persona estará allí y te salvará!" Y Zumurrud besó las manos a la vieja, que se apresuró a salir y enterar a Alischar de lo que acababa de suceder, añadiendo: "Irás allá, al pie de la ventana de la cocina de ese maldito, harás tal v cual cosa".
Entonces Alischar dio mil gracias a la vieja por sus favores, quiso hacerle un regalo; pero no lo aceptó ella y se fue deseándole buen éxito y felicidades, y le dejó recitando versos sobre la amargura de la separación.
A la noche siguiente, Alischar se encaminó a la casa descripta por la buena vieja y acabó por encontrarla. Se sentó al pie de la pared y aguardó a que llegara la hora de silbar. Pero cuando llevaba allí un rato, como había pasado dos noches de insomnio, le venció de pronto el cansancio y se durmió. ¡Glorificado sea el Único, que nunca duerme!
Mientras Alischar permanecía aletargado al pie de la pared, el Destino envió hacia allí, en busca de alguna ganga, a un ladrón entre los ladrones audaces, que, después de dar vuelta a la casa sin encontrar salida, llegó al sitio en que dormía Alischar. Y se inclinó hacia éste, y tentado por la riqueza de su traje, le robó hábilmente el hermoso turbante y el albornoz, y se los puso enseguida. En el mismo momento vio que se abría la ventana y oyó silbar a alguien. Miró, y vio una forma de mujer que le hacía señas y silbaba. Era Zumurrud, que le tomaba por Alischar.
Al ver aquello, el ladrón, aunque sin saber lo que significaba, pensó: "¡Me convendrá contestar!" Y silbó. Enseguida salió Zumurrud por la ventana y saltó a la calle con la ayuda de una cuerda. Y el ladrón que era un mozo robusto, la cogió a cuestas y se alejo con la rapidez de un relámpago. .
Cuando Zumurrud vio que su acompañante tenía tanta fuerza, se asombró mucho, y le dijo: "Amado Alischar, la vieja me había dicho que apenas podías moverte por lo que te habían debilitado la pena y el temor. ¡Pero veo que estás más fuerte que un caballo!" Pero como el ladrón no contestaba y corría con mayor celeridad, Zumurrud le pasó la mano por la cara y se la encontró erizada de pelos más duros que la escoba del hammam, de tal modo que parecía un cerdo que se hubiera tragado una gallina, cuyas plumas se le salieran por la boca.
Al encontrarse con aquello, la joven sintió un terror espantoso, y empezó a darle golpes en la cara, gritando: "¿Quién eres y qué eres?" Y como en aquel momento estaban ya lejos de las casas, en campo raso invadido por la noche y la soledad, el ladrón se detuvo un momento, dejó en el suelo a la joven, y gritó: "¡Soy Djiwán el kurdo, el compañero más terrible de la gavilla de Ahmad Ed-Danaf!”
"¡Somos cuarenta mozos que llevamos mucho tiempo privados de carne fresca! ¡La noche próxima será la más bendita de tus noches, pues todos te cabalgaremos sucesivamente, y te pisaremos el vientre, y nos revolcaremos entre tus muslos, y le haremos dar vueltas a tu capullo hasta por la mañana!”
Cuando Zumurrud oyó semejantes palabras de su raptor comprendió todo lo horrible de su situación, y se echó a llorar, golpeándose el rostro y deplorando el error que la había entregado a aquel bandido perpetrador de violencias y a sus cuarenta compañeros. Y después, viendo que su destino aciago la perseguía y que no podía luchar contra él, se dejó llevar de nuevo por su raptor sin oponer resistencia y se contentó con suspirar: "¡No hay más Dios que Alah! ¡Me refugio en El! ¡Cada cual lleva su Destino atado al cuello, y haga lo que quiera, no puede alejarse de él! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 323ª noche
Ella dijo:"...¡Cada cual lleva su Destino atado al cuello, y haga lo que quiera, no puede alejarse de él!"
El terrible kurdo Djiwán se echó de nuevo a cuestas a la joven, y siguió corriendo hasta una caverna oculta entre rocas, donde habían establecido su domicilio la gavilla de los cuarenta y su jefe. Arreglaba allí la casa de los ladrones y les preparaba la comida una vieja, que era precisamente la madre del raptor de Zumurrud. Ella fue la que al oír la seña convenida salió a la entrada de la caverna a recibir a su hijo con la capturada. Djiwán entregó la persona de Zumurrud a su madre, y le dijo: "Cuida bien de esta gacela hasta mi regreso, pues voy a buscar a mis compañeros para que la cabalguen conmigo. Pero como no hemos de volver hasta mañana a mediodía, porque tenemos que realizar algunas proezas, te ruego que la alimentes bien, para que pueda soportar nuestras cargas y nuestros asaltos". Y se fue.
Entonces la vieja se acercó a Zumurrud y le dio de beber, y le dijo: "hija mía, ¡qué dichosa serás cuando penetren pronto en tu centro cuarenta mozos robustos, sin contar al jefe, que él solo es tan fuerte como todos los demás juntos! ¡Por Alah! ¡Qué suerte tienes con ser joven y deseable!" Zumurrud no pudo contestar, y envolviéndose la cabeza con el velo, se tendió en el suelo y así permaneció hasta por la mañana.
La noche la había hecho reflexionar, cobró ánimos y dijo para sí: "¿En qué indiferencia condenable caigo al presente? ¿Voy a aguardar sin moverme la llegada de esos cuarenta bandoleros perforadores, que me estropearán al taladrarme y me llenarán como el agua llena un buque hasta hundirlo en el fondo del mar? ¡No, por Alah! ¡Salvaré mi alma y no les entregaré mi cuerpo!"
Y como ya era día claro, se acercó a la vieja, y besándole la mano, le dijo: "Esta noche he descansado bien, mi buena madre, y me siento con muchos ánimos y dispuesta a honrar a mis huéspedes. ¿Qué haremos ahora para pasar el tiempo hasta que lleguen? ¿Quieres, por ejemplo, venir conmigo al sol, y dejar que te despioje y te peine el pelo, buena madre?"
La vieja contestó: "¡Por Alah! ¡Excelente ocurrencia, hija mía, pues desde que estoy en esta caverna no me he podido lavar la cabeza, y sirve ahora de habitación a todas las clases de piojos que se alojan en la cabellera de las personas y en los pelos de los animales! Y cuando anochece, salen de mi cabeza y circulan en tropel por todo mi cuerpo. Y los tengo blancos y negros, grandes y chicos. Hay algunos, hija mía, que tienen un rabo muy largo, y se pasean hacia atrás, y otros de olor más fétido que los follones y los cuescos más hediondos.
Si consigues librarme de esos animales maléficos, tu vida conmigo será muy dichosa". Y salió con Zumurrud fuera de la caverna, y se acurrucó al sol, quitándose el pañuelo que llevaba a la cabeza. Y entonces pudo ver Zumurrud que había allí todas las variedades de piojos conocidas y otras más. Sin perder valor, empezó a quitarlos a puñados y a peinar los cabellos por la raíz con espinas gordas; y cuando no quedó más que una cantidad normal de aquellos piojos, se puso a buscarlos con dedos ágiles y numerosos y a aplastarlos entre dos uñas, según se acostumbraba. Y alisó la cabellera con suavidad, con tanta suavidad, que la vieja se sintió invadida de un modo delicioso por la tranquilidad de su propia piel limpia, y acabó por dormirse profundamente.
Sin perder tiempo, Zumurrud se levantó y corrió a la caverna, en la cual cogió y se puso ropa de hombre; y se rodeó la cabeza con un turbante hermoso, que procedía de un robo hecho por los cuarenta, y salió por allí a escape para dirigirse a un caballo robado también, que por allí pacía con los pies trabados; le puso silla y riendas, saltó encima a horcajadas y salió a galope en línea recta, invocando al Dueño de la salvación.
Galopó sin descanso hasta que anocheció; y al amanecer siguiente reanudó la carrera, sin parar más que alguna que otra vez para descansar, comer alguna raíz y dejar pacer al caballo. Y así prosiguió durante diez días y diez noches.
Por la mañana del undécimo día salió al cabo del desierto que acababa de atravesar y llegó a una verde pradera por donde corrían hermosas aguas y alegraba la vista el espectáculo de frondosos árboles, de umbrías y de rosas y flores que un clima primaveral hacía brotar a millares; allí jugueteaban también aves de la creación y pastaban rebaños de gacelas v de animales muy lindos.
Zumurrud descansó una hora en aquel sitio delicioso, y luego montó de nuevo a caballo, y siguió un camino muy hermoso que corría por entre masas de verdor y llevaba a una gran ciudad cuyos alminares brillaban al sol en lontananza.
Cuando estuvo cerca de los muros y de la puerta de la ciudad vio una muchedumbre inmensa, que al distinguirla empezó a lanzar gritos delirantes de alegría y triunfo, y en seguida salieron de la puerta y fueron a su encuentro emires a caballo y personajes y jefes de soldados, que se prosternaron y besaron la tierra con muestras de sumisión de súbditos a su rey, mientras por todas partes brotaba este clamor inmenso de la multitud delirante: "¡Dé Alah la victoria a nuestro sultán! ¡Traiga tu feliz venida la bendición al pueblo de los musulmanes, oh rey del universo! ¡Consolide Alah tu reinado, oh rey nuestro!" Y al mismo tiempo millares de guerreros a caballo se formaron en dos filas para separar y contener a las masas en el límite del entusiasmo, y un pregonero público, encaramado en un camello ricamente enjaezado, anunciaba al pueblo a toda voz la feliz llegada de su rey.
Pero Zumurrud, disfrazada de caballero, no entendía lo que podía significar todo aquello, y acabó por preguntar a los grandes dignatarios, que habían cogido por cada lado las riendas del caballo: "¿Qué pasa, distinguidos señores, en vuestra ciudad? ¿Y qué me queréis?" Entonces, de entre todos ellos se adelantó un gran chambelán, que, tras de inclinarse hasta el suelo, dijo a Zumurrud:
"El Donador, ¡oh dueño nuestro! ¡No contó sus gracias al otorgárselas! ¡Loor se le dé! ¡Te trae de la mano hasta nosotros para colocarte como nuestro rey sobre el trono de este reino! ¡Loor a El, que nos da un rey tan joven y tan bello, de la noble raza de los hijos de los turcos de rostro brillante! ¡Gloria a El! Porque si nos hubiera enviado algún mendigo o cualquier otra persona de poco más o menos, nos habríamos visto obligados también a aceptarlo por nuestro rey y a rendirle pleitesía y homenaje. Sabe, en efecto...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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