martes, noviembre 19, 2024

40 P5 Las aventuras de Hassan-Al-Bassri - quinta de cinco partes

42 Las aventuras de Hassan-Al-Bassri (de la noche 576 a la 615)




Ir a la cuarta parte

Pero cuando llegó la 608ª noche

Ella dijo:
"¡... Escúchame, pues, Hassán! ¡Renuncia a este proyecto temerario, y no te expongas a rendir tu alma!". Al oír estas palabras de la vieja, Hassán quedose tan turbado, que se cayó desvanecido; y cuando volvió en sí, lloró tan amargamente, que se le inundaron de lágrimas las vestiduras, y en el límite de la desesperación, exclamó: "¡Así, pues, ¡oh mi caritativa tía! es preciso que me vuelva desesperado, después de haber venido de tan lejos, y en el momento en que estoy próximo a conseguir mi propósito! ¿Cómo, tras las seguridades que me diste, iba yo a dudar del éxito de mi empresa y del alcance de tu poder? ¿No eres tú quien manda en las tropas de las Siete Islas, y para quien no es imposible ninguna hazaña de este género?"
Ella contestó: "¡Sí, por cierto, hijo mío, tengo mucho ascendiente sobre mis tropas y sobre cada una en particular de las amazonas que las componen! ¡Por eso, para apartarte de tu proyecto insensato, quiero que escojas entre todas estas jóvenes guerreras la que más te guste, y te la daré en vez de tu esposa! ¡Y después regresarás con ella a tu país, y estarás al abrigo de la venganza de nuestro rey! ¡De no hacerlo así, son inevitables mi pérdida y la tuya!"
Pero a este consejo de la vieja, Hassán sólo contestó con nuevas lágrimas y nuevos sollozos. Y conmovida ante el exceso de su dolor, la vieja le dijo: "¡Por Alah sobre ti, ¡oh Hassán! ¿Qué más quieres que haga en favor tuyo? ¡Si llega a descubrirse ya que te he dejado arribar a nuestras islas, no me pertenecerá mi alma!"
Y exclamó Hassán: "¡Por Alah, ¡oh mi señora! te aseguro que no he mirado de manera inconveniente a esas jóvenes, ni he prestado mucha atención a su desnudez!" Y dijo la vieja: "¡Pues precisamente has hecho mal, ¡oh Hassán! porque en toda tu vida volverás a disfrutar de un espectáculo semejante! ¡De todos modos, si no te incita ninguna de esas vírgenes a decidirte a regresar a tu país y poner así en salvo tu alma, te cargaré de riquezas y productos preciosos de nuestras islas, y te colmaré de bienes que te harán rico y dichoso para el resto de tus días!" Pero Hassán se precipitó a los pies de la vieja, le abrazó las rodillas, y le dijo llorando: "¡Oh bienhechora mía! ¡oh pupila de mis ojos! ¡Oh soberana mía! ¿Cómo voy a regresar a mi país después de haber sufrido tantas fatigas y afrontado tantos peligros? ¿Cómo podría dejar esta isla sin haber visto a la bienamada cuyo amor me condujo aquí? ¡Ah! ¡Piensa ¡oh mi señora! que quizá sea la voluntad del Destino que yo encuentre a mi esposa tras de todos los sufrimientos que hube de soportar!" Y cuando dijo estas palabras, Hassán no pudo reprimir el impulso de su alma, e improvisó estas estrofas:
¡Oh reina de la belleza! ¡Ten piedad del prisionero de dos pupilas que subyugaron a los reyes de los Khosroes!
¡Ni las rosas, ni los nardos, ni las esencias aromáticas podrían substituir con sus virtudes aromáticas a tu aliento!
¡La brisa de las llanuras del paraíso se detiene en tus cabellos para perfumar a los felices que la respiran!
¡Las pléyades que brillan por la noche toman de tus ojos su claridad, y los astros nocturnos son los únicos dignos de servir de collar a tu garganta!, ¡oh blanca joven!
Cuando la anciana amazona oyó estos versos de Hassán, vió que verdaderamente sería cruel arrebatarle para siempre la esperanza de volver a ver a su esposa, y se compadeció de su dolor, y le dijo: "Hijo mío, aleja de tu pensamiento la aflicción y la desesperación. ¡Porque ya estoy en absoluto decidida a intentarlo todo para devolverte a tu esposa!" Luego añadió: "Al instante voy a empezar a trabajar en favor tuyo con toda mi alma, ¡oh pobre! ¡Porque bien veo que el enamorado carece de oído y de entendimiento! Te dejo, pues, para ir al palacio de la reina de esta isla en que nos encontramos, que es una de las siete islas Wak-Wak. Porque es preciso que sepas que cada una de estas siete islas está habitada y gobernada por una de las siete hijas de nuestro rey, las cuales son hermanas por el mismo padre, pero no de la misma madre. Y la que aquí nos gobierna es la mayor de las hermanas, y se  llama la princesa Nur Al-Huda. Y voy en su busca para hablarle en favor tuyo. ¡Calma, pues, tu alma, refresca tus ojos, y espera mi vuelta con el corazón tranquilo". Y se despidió de él y se dirigió al palacio de la princesa Nur Al-Huda.
Llegada que fué a presencia de la princesa, la vieja amazona, que era respetada y querida por las hijas del rey y por el propio rey a causa de su sabiduría y de la educación y los cuidados que había dado y tenido con las jóvenes princesas, se inclinó y besó la tierra entre las manos de Nur Al-Huda. Y al punto levantose la princesa en honor suyo, y la besó y la hizo sentarse a su lado, y le dijo: "¡Inschalah! Ojalá sean de buen presagio las nuevas que me traes! ¡Y si tienes que hacerme alguna petición o pedirme algún favor habla! ¡Heme aquí escuchándote atenta! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Pero cuando llegó la 609ª noche

Ella dijo:
"¡... habla! ¡Heme aquí escuchándote atenta!". La vieja Madre-de-las-Lanzas contestó: "¡Oh reina del siglo y del tiempo! ¡oh hija mía! vengo a ti para anunciarte un acontecimiento extraordinario que espero te sirva de distracción y de diversión. Has de saber, en efecto, que he encontrado tendido en la playa de nuestra isla a un joven de belleza maravillosa que lloraba con amargura. ¡Y como le interrogara acerca de su estancia allí, me contestó que su destino habíale arrojado a nuestras costas cuando iba en busca de su esposa! ¡Y como yo le rogara que me dijese quién era su esposa, me hizo de ella una descripción que hubo de sumirme en una gran emoción a causa tuya y a causa de tus hermanas las demás princesas! ¡Y para decir toda la verdad, debo revelarte, ¡oh reina mía! que jamás vieron mis ojos entre los genn y los efrits un joven tan hermoso como aquél!"
Cuando la princesa Nur Al-Huda hubo oído estas palabras de la vieja, montó en una cólera terrible, y gritó a la anciana amazona: "¡Oh vieja de maldición, oh hija de los mil cornudos de la infamia! ¿cómo te has atrevido a introducir a un varón en medio de nuestras vírgenes, en nuestros dominios? ¡Ah! ¡vástago de impudicia! ¿quién me dará a beber un buche de tu sangre, o comer un bocado de tu carne?".
Y la anciana guerrera se puso a temblar como una caña en medio de la tempestad, y cayó a las plantas de la princesa, que hubo de gritarle: "¿Es que no temes el castigo que atraerán sobre ti mi venganza y mi enojo? ¡Por la cabeza de mi padre, el gran rey de los genn, que no sé qué me retiene en este momento para no hacer que te corten en pedazos, a fin de que en el porvenir sirvas de escarmiento a los guías de infamia que quieran introducir en nuestras islas viajeros!"
Luego añadió: "¡Pero, ante todo, date prisa a ir en busca de ese adamita temerario que ha osado violar nuestras fronteras!" Y levantose la vieja, sin saber ya en su terror distinguir su mano derecha de su mano izquierda, y salió para ir en busca de Hassán. Y pensaba: "¡Esta afrentosa calamidad que Alah me envía por mediación de la reina, me ha sido suscitada sólo por culpa de ese joven Hassán! ¿Por qué no le obligué a abandonar esta isla y a dejarnos ver la anchura de su espalda?" Y llegó de tal suerte al paraje en que se hallaba Hassán, y le dijo en cuanto le divisó: "Levántate, ¡oh tú, cuyo término final está próximo! ¡Y ven a ver a la reina, que tiene que hablarte!". Y Hassán siguió a la vieja, diciendo: "¡Ya salam! ¿En qué abismo voy a ser precipitado?" Y de aquella manera llegó al palacio, entre las manos de la princesa. Y le recibió ella sentada en su trono y con el rostro enteramente cubierto por su velo. Y Hassán no encontró nada mejor que hacer en tan penosa circunstancia que empezar por besar la tierra ante el trono, y después de la zalema dirigir un cumplimiento en verso a la princesa.
Entonces se encaró ella con la anciana y le hizo una seña que significaba: "¡Interrógale!" Y la anciana dijo a Hassán: "¡Nuestra poderosa reina te devuelve la zalema y te pregunta cuál es el nombre de tu esposa y cuál es el nombre de tus hijos!" Y ayudado por el Destino, contestó Hassán, encarándose con la princesa: "Reina del universo, soberana del siglo y del tiempo, ¡oh única de la época y de las edades! por lo que respecta a mi miserable nombre, sabe que me llamo Hassán el atribulado. ¡Pero respecto al nombre de mi esposa, lo ignoro! ¡En cuanto a mis hijos, uno se llama Nasser y otro Manssur!" La reina le preguntó por mediación de la anciana: "¿Y por qué te ha dejado tu esposa?" El dijo: "¡Por Alah, que no lo sé! ¡Pero debió hacerlo a pesar suyo!" La reina le preguntó: "¿De dónde se marchó ¿Y cómo?" El dijo: "¡Se marchó de Bagdad, del propio palacio del califa Harún Al-Raschid, Emir de los Creyentes! ¡Y le bastó ponerse su manto de plumas y elevarse por los aires!".
La reina preguntó: "¿Y no te dijo nada al marcharse?" El contestó: "Dijo a mi madre: «¡Si tu hijo, torturado por el dolor de mi ausencia, quiere algún día encontrarme, no tendrá más que ir en busca mía a las islas Wak-Wak! Y ahora, adiós, ¡oh madre de Hassán! ¡En verdad que me aflige mucho tener que marcharme así, y me entristezco con toda el alma, pues los días de la separación le desgarrarán el corazón y ennegrecerán vuestra vida; pero ¡ay, que ya no puedo más! ¡Siento que invade mi alma la embriaguez del aire, y es preciso que tienda el vuelo por el espacio!» ¡Así habló mi esposa! ¡Y tendió el vuelo! ¡Y desde entonces es negro el mundo ante mis ojos, y en mi pecho habita la desolación!"
La princesa Nur Al-Huda contestó, meneando la cabeza: "¡Por Alah! ¡sin duda que, si tu esposa no quisiera verte más, no habría revelado a tu madre el paraje en que se hallaba! ¡Pero, por otra parte, si te amase, verdaderamente, no te habría abandonado así!"
Entonces juró Hassán con los más firmes juramentos que su esposa le amaba verdaderamente, que le había dado mil pruebas de su afecto y de su abnegación, pero que no pudo resistir a la tentación del aire y a la de su instinto original, que era el vuelo de las aves. Y añadió: "¡Oh reina, ya te he contado mi triste historia! ¡Y heme aquí ante ti, suplicando de tu clemencia que me perdones este paso audaz, y me ayudes a buscar a mi esposa y a mis hijos! ¡Por Alah sobre ti, ¡oh soberana mía! no me rechaces!"
Cuando la princesa Nur Al-Huda hubo oído estas palabras de Hassán, reflexionó durante una hora de tiempo; luego levantó la cabeza, y dijo a Hassán: "¡Por más que reflexiono acerca del género de suplicio que mereces, no encuentro más que uno suficiente para castigar tu temeridad!" Entonces, aunque muy aterrada, la vieja se arrojó a los pies de su ama, y le cogió la orla de su traje, cubriéndose con ella la cabeza, y le dijo: "¡Oh gran reina ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Y cuando llegó la 610ª noche

Ella dijo:
"... Entonces, aunque muy aterrada, la vieja se arrojó a los pies de su ama, y le cogió la orla de su traje, cubriéndose con ella la cabeza, y le dijo: "¡Oh gran reina! ¡por mis títulos de nodriza que te ha criado, no te apresures a castigarle, máxime sabiendo ya que es un pobre extranjero que afrontó muchos peligros y experimentó muchas tribulaciones! Y sólo merced a la larga vida que le tiene decretado el Destino, pudo resistir los tormentos que saliéronle al paso. ¡Y lo más grande y más digno de tu nobleza ¡oh reina! es que lo perdones y no violes a costa suya los derechos de la hospitalidad! Además, considera que únicamente el amor le impulsó a esta empresa fatal; y que se debe perdonar mucho a los enamorados. Por último, ¡oh reina mía y corona de nuestra cabeza! has de saber que si me atreví a hablarte de este joven tan hermoso, es porque ninguno entre los hijos de los hombres sabe como él construir versos e improvisar odas. ¡Y para comprobar mi aserto, no tendrás más que mostrarle al descubierto tu rostro, y verás cómo sabe celebrar tu belleza!" Al oír estas palabras de la anciana, la reina sonrió, y dijo: "¡En verdad que no faltaba ya más que eso para colmar la medida!" Pero, no obstante la severidad de su actitud, la princesa Nur había quedado conmovida hasta el fondo de sus entrañas por la belleza de Hassán, y nada más de su gusto que experimentar las dotes del joven, lo mismo con versos que con lo que siempre es consecuencia de los versos. Así, pues, fingió dejarse convencer por las palabras de su nodriza, y levantándose el velo, mostró al descubierto su rostro.
Al ver aquello, Hassán lanzó un grito tan estridente, que se estremeció el palacio; y cayó sin conocimiento. Y la vieja le prodigó los cuidados oportunos y le hizo volver en sí; luego le preguntó: "¿Pero qué tienes, hijo mío? ¿Y qué viste para turbarte de ese modo?"
Y Hassán contestó: "¡Ah! ¡lo que he visto, ya Alah! ¡La reina es mi propia esposa, o por lo menos, se parece a mi esposa como la mitad de una haba partida se parece a su hermana!"
Y al oír estas palabras, la reina se echó a reír de tal manera, que se cayó de lado y dijo: "¡Este joven está loco! ¡Pues decir que soy su esposa! ¡Por Alah! ¿y desde cuándo son fecundadas las vírgenes sin auxilio del varón y tienen hijos del aire y del tiempo?"
Luego encaróse con Hassán, y le dijo riendo: "¡Oh querido mío! ¿Quieres decirme, al menos, para que me entere, en qué me parezco a tu esposa y en qué no me parezco a ella? ¡Porque noto que, a pesar de todo, sientes una perplejidad grande con respecto a mí!"
El joven contestó: "¡Oh soberana de reyes, asilo de grandes y pequeños! ¡Fué tu belleza quien me volvió loco! ¡Porque te pareces a mi esposa en los ojos más luminosos que estrellas, en la frescura de tu tez, en el encarnado de tus mejillas, en la forma erecta de tus hermosos senos, en la dulzura de tu voz, en la ligereza y elegancia de tu cintura y en otros muchos atractivos de que no hablaré por respeto a lo que permanece velado! ¡Pero, mirando bien tus encantos, encuentro entre tú y ella una diferencia, visible solamente para mis ojos de enamorado, y que no te podría expresar con la palabra!"
Cuando la princesa Nur Al-Huda oyó estas frases de Hassán comprendió que el corazón del joven jamás se decidiría por ella; y concibió un violento despecho, y se juró descubrir cuál de sus hermanas las princesas era aquella de quien Hassán habíase convertido en esposo sin consentimiento del rey, padre de todas. Y se dijo: "¡Me vengaré así de Hassán y de su esposa, saciando en ambos mi justo rencor!" Pero ocultó sus pensamientos en el fondo de su alma, y encarándose con la vieja, dijo: "¡Oh nodriza! ve pronto a buscar a mis seis hermanas, a cada una en la isla que habita, y diles que me pesa en extremo su ausencia, pues hace ya más de dos años que no me han visitado. ¡E invítales de parte mía a que vengan a verme, y tráetelas contigo! ¡Pero líbrate sobre todo de decirles una palabra de lo que ha sucedido ni de anunciarles la llegada de un extranjero joven que va en busca de su esposa! ¡Ve, y no tardes!"
La anciana, que no podía suponer las intenciones de la princesa, salió del palacio en seguida, y rápida como el relámpago, voló a las islas en que se hallaban las seis princesas, hermanas de Nur Al-Ruda. Y  sin dificultad logró decidir a las cinco primeras a que la siguieran. Pero cuando llegó a la séptima isla, donde habitaba la princesa más joven con su padre, el rey de reyes de los genn, le costó mucho trabajo hacerla acceder al deseo de Nur Al-Huda. Porque, no bien fué la princesa más joven a pedir a su padre el rey permiso para ir con la Madre-de-las-Lanzas a visitar a su hermana mayor, el rey, conmovido hasta el límite de la conmoción por aquella demanda, exclamó: "¡Ah hija mía bienamada, preferida de mi corazón! Algo en mi alma me dice que no te veré ya como te alejes de este palacio. Y además, esta noche he tenido un sueño aterrador que voy a contarte. Sabe, pues, hija mía, ¡oh pupila de mis ojos! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Pero cuando llegó la 611ª noche

Ella dijo:
"... Sabe, pues, hija mía, ¡oh pupila de mis ojos! que esta noche un ensueño pesó sobre mi sueño y oprimió mi pecho. En efecto, durante mi ensueño, paseábame por entre un tesoro oculto a todas las miradas y cuyas riquezas sólo se mostraban a mis ojos. Y admiraba yo cuanto veía; pero no se detenían mis miradas más que sobre siete piedras preciosas que brillaban con resplandor espléndido en medio de todo lo demás. Pero la más pequeña era la más hermosa y la más atrayente. Así es que, para admirarla mejor y ponerla al abrigo de las miradas, la cogí en mi mano, la apreté contra mi corazón y abandoné el tesoro, llevándomela conmigo. Y cuando la tenía ante mis ojos bajo los rayos del sol, un pájaro de especie extraordinaria, y como nunca se ha visto en estas islas, cayó de pronto sobre mí, me arrancó la piedra preciosa y emprendió el vuelo. Y quedé sumido en el estupor y en el dolor más vivo. Y al despertar, tras de toda una noche de tormentos, hice venir a los intérpretes de ensueños y les pedí la explicación de lo que en mi ensueño había visto. Y me contestaron: «¡Oh rey nuestro! ¡Las siete piedras preciosas son tus siete hijas, y la piedra más pequeña, arrebatada de entre tus manos por el pájaro, es tu hija más pequeña, que por fuerza arrancarán a tu afecto! ¡Y he aquí, hija mía, que ahora tengo mucho miedo a dejarte que te alejes con tus hermanas y la Madre-de-las-Lanzas para ir a ver a tu  hermana mayor Nur Al-Huda, pues no sé qué contratiempos pueden surgir en tu viaje, ya al ir, ya al volver!"
Y Esplendor (que ella propia era la esposa de Hassán), contestó: "¡Oh soberano y padre mío! ¡oh gran rey! no ignoras que mi hermana mayor, Nur Al-Huda, ha preparado en honor mío una fiesta, y me espera con la más viva impaciencia. Y hace ya más de dos años que pienso siempre en ir a verla; y debe tener ahora toda clase de motivos para no estar muy satisfecha de mi conducta. Pero no temas nada, ¡Oh padre mío! Y no olvides que hace algún tiempo, cuando hice con mis compañeras un viaje lejano, también me creíste perdida para siempre; y me guardaste luto. ¡Y sin embargo, volví sin contratiempos y con buena salud!
¡De la misma manera me ausentaré esta vez todo lo más un mes, al cabo del cual regresaré, si Alah quiere! Además, si se tratase de alejarme de nuestro reino, comprendo tu emoción; pero aquí, en nuestras islas, ¿a qué enemigo puedo temer? ¿Quién podrá llegar a las islas Wak-Wak, después de haber cruzado la Montaña-de-las-Nubes, las Montañas Azules, las Montañas Negras, los Siete Valles, los Siete Mares y la Tierra de Alcanfor Blanco, sin perder mil veces su alma en el camino? ¡Ahuyenta,  pues, de tu espíritu toda inquietud, ¡oh padre mío! refresca tus ojos y tranquiliza tu corazón!"
Cuando el rey de los genn oyó estas palabras de su hija, consintió en dejarla marchar, aunque de muy mala gana, y haciéndole prometer que no estaría con su hermana más que unos días. Y le dió una escolta de mil amazonas, y la besó con ternura. Y Esplendor se despidió de él, y después de ir a besar a sus dos hijos al sitio en donde estaban ocultos, sin que nadie sospechara su existencia, pues desde su llegada se los confió a dos esclavas abnegadas, siguió a la vieja y a sus hermanas, encaminándose a la isla en que reinaba Nur Al-Huda. Y he aquí que, para recibir a sus hermanas, Nur Al-Huda se había puesto un traje de seda roja, adornado con pájaros de oro cuyos ojos, picos y uñas eran de rubíes y esmeraldas; y cargada de atavíos y pedrerías, hallábase sentada sobre el trono en la sala de audiencias. Y ante ella manteníase de pie Hassán; y a su derecha estaban formadas en filas unas jóvenes con espadas desnudas; y a su izquierda había otras jóvenes con largas lanzas puntiagudas.
En aquel momento llegó la Madre-de-las-Lanzas con las seis princesas. Y pidió audiencia, y por orden de la reina introdujo primero a la mayor de las seis, que se llamaba Nobleza-de-la-Raza. Iba vestida con un traje de seda azul y era aún más bella que Nur Al-Huda. Y se adelantó hasta el trono, y besó la mano de su hermana, que hubo de levantarse en honor suyo y la besó y la hizo sentarse a su lado.
Luego se encaró con Hassán, y le dijo: "Dime, ¡oh adamita! ¿es ésta tu esposa?" Y contestó Hassán: "¡Por Alah, ¡oh mi señora! que es maravillosa y bella como la luna al salir; tiene cabellera de carbón, mejillas delicadas, boca sonriente, senos erguidos, coyunturas finas y extremidades exquisitas! y diré, para celebrarla, en verso:
¡Avanza vestida de azul, y se la creería un pedazo arrancado del azul de los cielos!
¡En sus labios trae una colmena de miel, en sus mejillas un pénsil de rosas, y en su cuerpo, corolas de jazmín!
¡Al ver su talle recto y fino y su grupa monumental, se la tomaría por una caña hundida en un montículo de movible arena!
"Así la veo, ¡oh mi señora! ¡Pero entre ella y mi esposa hay una diferencia que se niega a expresar mi lengua!"
Entonces Nur Al-Huda hizo seña a la vieja nodriza para que introdujera a su segunda hermana. Y entró la joven, vestida con un traje de seda color de albaricoque. Y era aún más bella que la primera; y se llamaba Fortuna-de-la-Casa. Y tras de besarla, su hermana la hizo sentarse al lado de la anterior, y preguntó a Hassán si reconocía en ella a su esposa. Y Hassán contestó...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Pero cuando llegó la 612ª noche

Ella dijo:
"... y preguntó a Hassán si reconocía en ella a su esposa. Y Hassán contestó: "¡Oh soberana mía! arrebata la razón de quienes la miran, y encadena los corazones de quienes se acercan a ella; y he aquí los versos que me inspira:
¡La lucha del verano en medio de una noche de invierno, no es más hermosa que tu llegada, ¡oh joven!
Las trenzas negras de tus cabellos, prolongadas hasta tus tobillos, y las bandas tenebrosas que te ciñen la frente, me impulsan a decirte:
"¡Ensombreces la aurora con el ala de la noche!" Pero tú me contestas: "¡No, no! ¡sólo es una nube que ha ocultado la luna!"
"¡Así la veo, oh soberana mía! ¡Pero entre ella y mi esposa hay una diferencia que mi lengua es impotente para describir!"

Entonces Nur Al-Huda hizo seña a la Madre-de-las-Lanzas, que apresurose a introducir a la tercera hermana. Y entró la joven vestida con un traje de seda granate; y era aún más bella que las dos primeras, y se llamaba Claridad-Nocturna. Y después de besarla, su hermana la hizo sentarse al lado de la anterior, y preguntó a Hassán si reconocía en ella a su esposa.
Y Hassán contestó: "¡Oh reina mía y corona de mi cabeza! en verdad que hace huir la razón de los más prudentes, y mi asombro ante ella me induce a improvisar estos versos:
¡Te balanceas ligera cual la gacela, ¡oh llena de gracia! y tus párpados, a cada movimiento, lanzan flechas mortales!
¡Oh sol de belleza! ¡Tu aparición llena de gloria los cielos y las tierras, y tu desaparición tiende tinieblas sobre la faz del universo!


"Así la veo, ¡oh reina del tiempo! ¡Pero, a pesar de todo, mi alma se niega a reconocer en ella a mi esposa, no obstante la semejanza extremada de las facciones y el ademán!" Entonces, a una seña de Nur Al-Huda, la vieja amazona introdujo a la cuarta hermana, que se llamaba Pureza-del-Cielo. Y la joven iba vestida con un traje de seda amarilla con dibujos a lo ancho y a lo largo. Y besó a su hermana, que la hizo sentarse al lado de las otras. Y al verla Hassán, improvisó estos versos:


¡Aparece como la luna llena en una noche feliz, y sus miradas mágicas alumbran nuestro camino!
¡Si me acerco a ella para calentarme con el fuego de sus ojos, al punto veome rechazado por los centinelas que la defienden: sus dos senos firmes y duros cual la piedra del granito!


"Y no la describo toda entera, porque para ello tendría que improvisar una oda larga. ¡Sin embargo, ¡oh mi señora! debo decirte que no es mi esposa, aunque su semejanza con ella asombre! Entonces Nur Al-Huda hizo entrar a su quinta hermana, que se llamaba Blanca-Aurora, y que se adelantó moviendo las caderas; y era tan flexible como una rama de ban y tan ligera como un tierno pavo real. Y tras de haber besado a su hermana mayor, sentose en el sitio que le asignaron, al lado de las demás, y se arregló los pliegues de su traje de seda verde labrado de oro. Y Hassán, al verla, improvisó estos versos:
¡La flor roja de la granada no está mejor velada con sus hojas verdes que vestida estás tú ¡oh joven! con esa camisa encantadora!
Y si te pregunto: "¿Qué vestidura es esa que tan bien sienta a tus mejillas solares?" Me respondes: "¡No tiene nombre, porque es mi camisa!"
Y exclamo yo: "¡Oh maravillosa camisa tuya, causa de tantas heridas mortales! ¡te llamaré la camisa que parte corazones!

¿Y no eras tú aún más maravillosa, ¡oh joven!? Si te yergues con tu belleza para deslumbrar ojos humanos, tus caderas te dicen: "¡No te muevas! ¡no te muevas! ¡Lo que va detrás de nosotras es demasiado abrumador para nuestras fuerzas!"

Y si entonces avanzo implorándote ardientemente, tu belleza me dice: "¡Anda! ¡anda!" Pero cuando me dispongo a obrar, me dice tu pudor: "¡No! ¡no!"

Cuando Hassán hubo recitado estos versos, toda la concurrencia quedó maravillada de su talento; y la propia reina, a pesar de su rencor, no pudo por menos de mostrarle su admiración. Así es que la vieja amazona, protectora de Hassán, se aprovechó del buen cariz que tomaba el asunto para tratar de volver a Hassán a la gracia de la vengativa princesa, y le dijo: "¡Oh soberana mía! ¿te había engañado al hablarte del arte admirable de este joven para la construcción de versos? ¿Y acaso no es delicado y discreto en sus improvisaciones? ¡Te ruego, pues, que olvides por completo la audacia de su empresa, y le agregues a tu persona en adelante como poeta, utilizando su talento, para las fiestas y ocasiones solemnes!"
Pero la reina contestó: "¡Sí!" ¡mas quisiera acabar la prueba ante todo! ¡Haz que entre ahora mi hermana pequeña...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Y cuando llegó la 613ª noche

Ella dijo:
"¡... Sí! ¡mas quisiera acabar la prueba ante todo! ¡Haz que entre ahora mi hermana pequeña!" Y salió la vieja, y un instante después volvió llevando de la mano a la joven menor, la cual se llamaba Ornamento-del-Mundo, ¡y no era otra que Esplendor!
¡Así entraste, ¡oh Esplendor! e ibas vestida sólo con tu belleza, desdeñando atavíos y velos engañosos! ¡Pero qué Destino tan lleno de calamidades te seguía los pasos! ¡Tú lo ignorabas, sin saber todavía cuanto estaba escrito con respecto a ti en el libro de la suerte!
Cuando Hassán, que se hallaba de pie en medio de la sala, vió llegar a Esplendor, lanzó un grito estridente y cayó en tierra, privado de sentido. Y al oír aquel grito. Esplendor se volvió y reconoció a Hassán. Y conmovida de ver a su esposo, a quien creía tan lejos, se desplomó cuán larga era, contestando con otro grito, y perdió el conocimiento.
Al ver aquello, la reina Nur Al-Huda no dudó ni por un instante de que su última hermana fuese la esposa de Hassán, y no pudo disimular más tiempo sus celos y su furor. Y gritó a sus amazonas: "¡Coged a ese adamita y arrojadle de la ciudad!" Y las guardias ejecutaron la orden, y se llevaron a Hassán y fueron a arrojarle de la ciudad a la playa. Luego la reina encaróse con su hermana, a la cual habían hecho volver de su desmayo, y le gritó: "¡Oh libertina! ¿Cómo te arreglaste para conocer a ese adamita? ¡Y cuán criminal fué en todos sentidos tu conducta! ¡No solamente te casaste sin el consentimiento de tu padre y de tu familia, sino que abandonaste a tu esposo y dejaste tu casa! ¡Y así has envilecido tu raza y la nobleza de tu raza! ¡Esa ignominia no puede lavarse más que con tu sangre!" Y gritó a sus mujeres: "¡Traed una escala, y atad a ella por los cabellos a esa criminal, y azotadla hasta  que brote sangre!" Luego salió de la sala de audiencias con sus hermanas, y fué a su aposento para escribir a su padre el rey una carta en la cual le enteraba con todos sus detalles de la historia de Hassán y su hermana, y al mismo tiempo que el oprobio salpicado sobre toda la raza de los genn, le participaba el castigo que creyó oportuno imponer a la culpable. Y terminaba la carta pidiendo a su padre que le respondiera lo más pronto posible para decirle su opinión acerca del castigo definitivo que pensaba infligir a la hija criminal. Y confió la carta a una mensajera rápida, que apresuróse a llevársela al rey.
Cuando el rey leyó la carta de Nur Al-Ruda, vió ennegrecerse el mundo ante sus ojos, e indignado hasta el límite de la indignación por la conducta de su hija menor, contestó a su hija mayor que todo castigo sería leve en comparación con el delito, y que había de condenar a muerte a la culpable; pero que, a pesar de todo, dejaba el cuidado de ejecutar esta orden a la prudencia y justicia de la joven.
Y he aquí que, mientras Esplendor, abandonada en manos de su hermana, gemía atada por los cabellos a la escala, y esperaba el suplicio, Hassán, a quien habían arrojado a la playa, acabó por volver de su desmayo, y hubo de pensar en la gravedad de su desgracia, cuyo alcance, por cierto, no suponía aún. ¿Qué iba a esperar ya? Ahora que ningún poder lograría socorrerle, ¿qué iba a intentar y cómo iba a arreglarse para salir de aquella isla maldita? Y se incorporó, presa de la desesperación, y echó a andar sin rumbo a lo largo del mar, confiando todavía en hallar algún remedio para sus males. Y entonces acudieron a su memoria estos versos del poeta:
¡Cuando no eras más que un germen en el seno de tu madre, formé tu destino con arreglo a Mi justicia, y lo orienté en el sentido de Mi Visión!
¡Deja, pues, ¡oh criatura! que sigan su curso los acontecimientos: no puedes oponerte a ello!
¡Y si la adversidad se cierne sobre tu cabeza, deja a tu destino el cuidado de desviarla!
Este precepto de prudencia reanimó un tanto el valor de Hassán, que continuó caminando a la ventura por la playa y tratando de adivinar lo sucedido durante su desmayo, y por qué le habían abandonado de aquel modo sobre la arena. Y mientras reflexionaba de tal suerte, encontróse con dos pequeñas amazonas de unos diez años que estaban pegándose puñetazos. Y no lejos de ellas, vió tirado en tierra un gorro de cuero sobre el cual aparecían trazados dibujos y escrituras. Y se acercó a las niñas, procuró separarlas, y les preguntó por el motivo de su querella. Y le dijeron que se disputaban la posesión de aquel gorro. Entonces Hassán les preguntó si querían que actuara de juez y si se entregaban a él para que las pusiera de acuerdo acerca de la posesión del gorro. Y en cuanto las niñas aceptaron la proposición, Hassán cogió el gorro, y les dijo: "¡Pues bien; voy a tirar al aire una piedra, y el gorro será para aquella de vosotras dos que antes me la traiga ...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Y cuando llegó la 614ª noche

Ella dijo:
"¡... Pues bien; voy a tirar al aire una piedra, y el gorro será para aquella de vosotras dos que antes me la traiga". Y dijeron las pequeñas amazonas: "¡Excelente idea!" Entonces Hassán cogió un guijarro de la playa y lo lanzó a lo lejos con todas sus fuerzas. Y en tanto que las muchachas corrían en pos del guijarro, Hassán se puso el gorro en la cabeza, para probárselo, y se lo dejó puesto. Pero, al cabo de unos instantes, volvieron las niñas, y gritaba la que había cogido el guijarro: "¿Donde estás, ¡oh hombre!? ¡He ganado yo!"
Y llegó hasta el sitio en que estaba Hassán, y se puso a mirar por todos lados, sin ver a Hassán. Y su hermana también miraba en torno suyo por todas direcciones, pero no veía a Hassán. Y Hassán se preguntaba: "¡El caso es que estas pequeñas amazonas no son ciegas! ¿Por qué no me ven, entonces?" Y les gritó: "¡Estoy aquí! ¡Venid!" Y las chiquillas miraron en la dirección de donde partía la voz, pero no vieron a Hassán; y tuvieron miedo, y se echaron a llorar. Y Hassán se acercó a ellas y las tocó en el hombro, y les dijo: "¡Heme aquí! ¿Por qué lloráis, niñas?" Y las muchachas levantaron la cabeza, pero no vieron a Hassán. Y se aterraron tanto entonces, que echaron a correr con todas sus fuerzas, lanzando gritos estridentes, como si las persiguiese un genni de mala especie. Y a la sazón se dijo Hassán: "¡No cabe duda! ¡Este gorro está encantado! ¡Y su encanto consiste en hacer invisible a quien lo lleva en la cabeza!" Y se puso a bailar de alegría, diciéndose: "¡Alah me lo envía! ¡Porque, con este gorro en la cabeza, puedo correr a ver a mi esposa sin que a mí me vea nadie!"
Y al punto retornó a la ciudad, y para comprobar mejor las virtudes de aquel gorro, quiso experimentar su efecto ante la amazona vieja. Y la buscó por todas partes, y acabó por encontrarla en su aposento del palacio, sujeta con una cadena a una anilla empotrada en la pared, por orden de la princesa. Entonces, para asegurarse de si era invisible realmente, se acercó a un estante en el que habían colocado vasos de porcelana, y tiró al suelo el vaso más grande, que fué a romperse a los pies de la vieja. Y lanzó entonces ella un grito de espanto, creyéndolo una fechoría de los malos efrits que estaban a las órdenes de Nur Al-Huda. Y le pareció oportuno pronunciar las fórmulas conjuratorias, y dijo: "¡Oh efrit! ¡Por el nombre grabado en el sello de Soleimán, te ordeno que me digas tu nombre!"
Y contestó Hassán: "¡No soy un efrit, sino tu protegido Hassán Al-Bassri! ¡Y vengo a libertarte!" Y diciendo estas palabras, se quitó su gorro mágico y dejóse ver y reconocer. Y exclamó la vieja: "¡Ah! ¡Desgraciado de ti, infortunado Hassán! ¿Acaso no sabes que la reina se ha arrepentido ya de no haber hecho que te dieran la muerte a su vista, y que por todas partes ha enviado esclavos en tu persecución, prometiendo un quintal de oro como recompensa a quien te entregue a ella, muerto o vivo? ¡No pierdas un instante, pues, y salva tu cabeza apelando a la fuga!" Luego puso a Hassán al corriente de los suplicios terribles que para hacer morir a su hermana preparaba la reina con el asentimiento del rey de los genn.
Pero Hassán contestó: "¡Alah la salvará y nos salvará a todos de las manos de esa princesa cruel! ¡Mira este gorro! ¡Está encantado! ¡Y merced a él puedo andar por todas partes siendo invisible!" Y exclamó la anciana: "¡Loores a Alah, que reanima las osamentas de los muertos, ¡oh Hassán! y te ha enviado para salvación nuestra ese gorro! ¡Date prisa a libertarme, a fin de que te enseñe el calabozo en que está encerrada tu esposa!" Y Hassán cortó las ligaduras de la vieja, y la cogió de la mano, y se cubrió la cabeza con el gorro encantado. Y al punto se hicieron invisibles ambos. Y la vieja le condujo al calabozo en que yacía su esposa Esplendor atada por los cabellos a una escala y esperando a cada instante la muerte en medio de suplicios. Y la oyó él recitar a media voz estos versos:
¡La noche es oscura, y triste es mi soledad! ¡oh ojos míos, dejad que corra el manantial de mis lágrimas! ¡Mi bienamado está lejos de mí! ¿De dónde ha de llegarme la esperanza, si mi corazón y la esperanza han partido con él?
¡Brotad, oh lágrimas mías ¡brotad de mis ojos! pero ay! ¿conseguiréis apagar alguna vez el fuego que me devora las entrañas? ... ¡Oh fugitivo amante! ¡sepultada en mi corazón está tu imagen, y ni los mismos gusanos de la tumba conseguirán borrarla!
Y aunque hubiera preferido no obrar precipitadamente, a fin de evitar a su esposa una emoción demasiado grande, Hassán, al oír y ver a su bienamada Esplendor, no pudo resistir por más tiempo los tormentos que le agitaban, y se quitó el gorro y se abalanzó a ella, rodeándola con sus brazos. Y ella le reconoció, y se desmayó contra su pecho. Y ayudado por la vieja, Hassán cortó las ligaduras, y con mucho cuidado, la hizo volver en sí, y se la sentó en las rodillas, haciéndole aire con la mano. Y abrió los ojos ella, y con lágrimas en las mejillas, le preguntó: "¿Has bajado del cielo, o has salido del seno de la tierra? ¡Oh esposo mío! ¡ay! ¡Ay! ¿Qué podemos contra el Destino? ¡Lo que está escrito debe suceder! ¡Date prisa, pues, a dejar que mi destino siga su curso, y vuélvete por donde viniste para no causarme el dolor de verte a ti también víctima de la crueldad de mi hermana!"
Pero Hassán contestó: "¡Oh bienamada! ¡oh luz de mis ojos! ¡he venido para libertarte y llevarte conmigo a Bagdad, lejos de este país cruel!" Pero exclamó ella: "¡Ah Hassán! ¿qué nueva imprudencia vas a cometer todavía? ¡Por favor, retírate, y no aumentes mis sufrimientos con los tuyos!" Pero Hassán contestó: "¡Oh Esplendor, alma mía! has de saber que no saldré de este palacio sin ti y sin nuestra protectora, que es esta buena tía que aquí ves. ¡Y si me preguntas de qué medio voy a valerme, te enseñaré este gorro ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Y cuando llegó la 615ª noche

Ella dijo:
¡... Y si me preguntas de qué modo voy a valerme, te enseñaré este gorro!" Y Hassán le hizo ver el gorro encantado, lo probó ante ella, desapareciendo de repente en cuanto se lo puso en la cabeza, y le contó luego cómo lo había arrojado en su camino Alah para que fuese causa de su liberación. Y con las mejillas cubiertas de lágrimas de alegría y de arrepentimiento, Esplendor dijo a Hassán: "¡Alah! de todos los sinsabores que hemos sufrido tengo yo la culpa por haber abandonado sin permiso tuyo nuestra morada de Bagdad. ¡Oh mi señor bienamado! ¡por favor, no me hagas ya los reproches que merezco, pues bien veo ahora que una mujer debe saber todo lo que su esposo vale! ¡Y perdóname mi falta, para la cual imploro indulgencia ante Alah y ante ti! ¡Y discúlpame un poco teniendo en cuenta que mi alma no supo resistirse a la emoción que la embargó al ver el manto de plumas!"

¡Y contestó Hassán: "¡Por Alah, ¡oh Esplendor! que sólo yo soy culpable por haberte dejado sola en Bagdad! ¡Debí llevarte conmigo siempre! ¡Pero puedes estar tranquila de que en el porvenir así lo haré!" Y habiendo dicho estas palabras, se la echó a la espalda, cogió también de la mano a la vieja, y se cubrió la cabeza con el gorro. Y los tres se tornaron invisibles. Y salieron del palacio, y a toda prisa se encaminaron a la séptima isla, en que estaban ocultos sus dos hijitos, Nasser y Manssur.
Entonces Hassán, aunque se hallaba en el límite de la emoción por haber vuelto a ver a sus dos hijos sanos y salvos, no quiso perder tiempo en efusiones de ternura; y confió ambos niños a la vieja, la cual  se los colocó a horcajadas uno en cada hombro. Después, sin que la viese nadie, Esplendor consiguió atrapar tres mantos de plumas completamente nuevos; y se los pusieron. Luego cogiéronse de la mano los tres, y abandonando sin pena las islas Wak-Wak, volaron hacia Bagdad.
Y he aquí que Alah les escribió la seguridad, y tras de un viaje hecho por pequeñas etapas, llegaron a la Ciudad de Paz una mañana. Y aterrizaron en la terraza de su morada; y bajaron por la escalera y penetraron en la sala donde estaba la pobre madre de Hassán, a quien los pesares y las inquietudes habían puesto enferma y casi ciega. Y Hassán escuchó un instante a la puerta, y oyó gemir y desesperarse dentro a la pobre mujer. Entonces llamó, y la voz de la vieja hubo de preguntar: "¿Quién hay a la puerta?" Hassán contestó: "¡Oh madre mía! ¡el Destino, que quiere reparar sus rigores!"
Al oír estas palabras, sin saber aún si aquello era una ilusión o la realidad, la madre de Hassán corrió con sus débiles piernas a abrir la puerta. Y vió a su hijo Hassán con su esposa y sus hijos, y a la vieja amazona, que se mantenía discretamente detrás de ellos. Y como la emoción era demasiado fuerte para ella, la anciana cayó desvanecida en brazos de los recién llegados. Y Hassán la hizo volver en sí bañándola con sus lágrimas. Y Esplendor avanzó hacia ella y la colmó de mil caricias, pidiéndole perdón por haberse dejado vencer por su instinto original. Después hicieron adelantarse a la Madre-de-las-Lanzas y se la presentaron como su salvadora y la causante de su liberación. Y entonces Hassán contó a su madre todas las aventuras maravillosas que le habían sucedido, y que es inútil repetir. Y a la vez glorificaron al Altísimo, que permitió se reunieran.
Y desde entonces vivieron todos juntos la vida más deliciosa y más llena de dicha. Y merced al tambor mágico, no dejaron de ir cada año todos en caravana a visitar a las siete princesas, hermanas de Hassán, que vivían sobre la Montaña de las Nubes, en el palacio de cúpula verde. ¡Y después de numerosos años, fué a visitarle la Destructora inexorable de alegrías y placeres! ¡Loores y gloria a Quien domina en el imperio de lo visible y de lo indivisible, al Viviente, al Eterno, que no conoce la muerte!
Cuando Schehrazada hubo contado de tal modo aquella historia, la pequeña Doniazada se colgó a su cuello, y la besó en la boca, y le dijo: "¡Oh hermana mía! ¡cuán maravillosa y gustosa es esa historia, y cuán encantadora y deleitosa es! ¡Ah! ¡cuánto quiero a Botón-de-Rosa, y cómo siento que Hassán no la tomara por esposa al mismo tiempo que a Esplendor!"
Y el rey Schahriar dijo: "¡Asombrosa es esa historia, Schehrazada! ¡Y me hizo olvidarme de muchas cosas que desde mañana quiero poner en ejecución!"
Y dijo Schehrazada: "¡Sí, ¡oh rey! pero nada es, comparada con la que todavía tengo que contarte, relativa al CUESCO HISTÓRICO!" Y exclamó el rey Schahriar: "¿Cómo dices Schehrazada? ¿Y qué cuesco histórico es ese que no conozco?"
Schehrazada dijo: "¡Es el que voy a someter mañana al rey, si estoy con vida aún!" Y el rey Schahriar se dijo: "¡En verdad que no la mataré mientras no me haya instruido acerca de lo que dice!"
Y en aquel momento Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.







40 P4 Las aventuras de Hassan-Al-Bassri - cuarta de cinco partes

42 Las aventuras de Hassan-Al-Bassri (de la noche 576 a la 615)




Ir a la tercera parte

Pero cuando llegó la 599ª noche

Ella dijo:
"... Ya ves, hijo mío, que a pesar de la inmensidad de nuestra desdicha, no debe la desesperación entrar en tu corazón, puesto que puedes encontrar a tu esposa en las islas Wak-Wak".
Al oír estas palabras de su madre, Hassán sintió que una esperanza repentina refrescaba los abanicos de su alma, y levantándose al instante, dijo a su madre: "¡Parto para las islas Wak-Wak!" Luego pensó:  "¿Dónde podrán estar situadas esas islas cuyo nombre se asemeja al grito de un ave de rapiña? ¿Estarán en los mares de la India, o del Sindh, o de Persia o de China?" Y para esclarecer su espíritu acerca del particular, salió de la casa, y todo se puso negro y sin límites a sus ojos, y fué en busca de los sabios y los letrados de la corte del califa, y les preguntó por turno si conocían los mares en que estaban situadas las islas Wak-Wak. Y contestaron todos: "¡No lo sabemos! ¡Y no hemos oído en nuestra vida hablar de la existencia de esas islas!" Entonces Hassán comenzó otra vez a desesperarse, y regresó a la casa con el pecho oprimido por el viento de la muerte. Y dijo a su madre, dejándose caer en el suelo: "¡Oh madre! ¡no es a las islas Wak-Wak adonde tengo que ir, sino más bien a los lugares donde se ha aposentado la Madre de los Buitres (la Muerte)!"
Y rompió en lágrimas, con la cabeza en la alfombra. Pero de pronto se levantó, y dijo a su madre: "¡Alah me envía el pensamiento de volver al lado de las siete princesas que me llaman hermano suyo, para preguntarles el camino de las islas Wak-Wak!" Y sin más tardanza, se despidió de la pobre madre, mezclando sus lágrimas con las de ella, y montó en el dromedario de que no había prescindido desde su regreso. Y llegó felizmente al palacio de las siete hermanas, en las Montañas de las Nubes.
Cuando sus hermanas le vieron llegar, le recibieron con los transportes de la felicidad más viva. Y le besaron, lanzando gritos de alegría y deseándole la bienvenida. Y cuando le tocó a Botón-de-Rosa el turno de besar a su hermano, vió con los ojos de su corazón amante el cambio operado en las facciones de Hassán y la turbación de su alma. Y sin hacerle la menor pregunta, rompió en lágrimas sobre su hombro. Y Hassán lloró con ella, y le dijo: "¡Ah! ¡Botón-de-Rosa, hermana mía, sufro cruelmente, y vengo a ti para buscar el único remedio que puede aliviar mis males! ¡Oh perfumes de Esplendor! ¡no os traerá ya el viento para refrescar mi alma!"
Tras pronunciar estas palabras, Hassán lanzó un grito desesperado y cayó privado de conocimiento.
Al ver aquello, las princesas, asustadas, se aglomeraron en torno a él, llorando, y Botón-de-Rosa le roció el rostro con agua de rosas y le regó con sus lágrimas. Y por siete veces trató de incorporarse Hassán, y por siete veces cayó en tierra. Por último pudo volver a abrir los ojos después de un desmayo más largo que los otros todavía, y contó a sus hermanas toda la triste historia, desde el principio hasta el fin. Luego añadió: "¡Y ahora ¡oh compasivas hermanas! vengo a preguntaros por el camino que conduce a las islas Wak-Wak! ¡Porque, al partir, mi esposa Esplendor dijo a mi pobre madre: "¡Si algún día quiere encontrarme tu hijo, no tendrá más que buscarme en las islas Wak-Wak!"
Cuando las hermanas de Hassán oyeron estas últimas palabras, bajaron la cabeza, presa de un estupor sin límites y estuvieron mirándose sin hablar durante largo rato. Por último, rompieron el silencio y exclamaron todas a la vez: "Alza tu mano hacia la bóveda del cielo ¡oh Hassán! e intenta cojerla o tocarla. ¡Más fácil aún sería que llegar a esas islas Wak-Wak en que se halla tu esposa con tus hijos!"
Al oír estas palabras, las lágrimas de Hassán corrieron a torrentes e inundaron sus vestiduras. Y cada vez más emocionadas con su dolor, las siete princesas se esforzaron por consolarle. Y Botón-de-Rosa le rodeó tiernamente el cuello con sus brazos, y le dijo besándole: "¡Oh hermano mío! tranquiliza tu alma y refresca tus ojos, soportando con paciencia el destino adverso, porque ha dicho el Maestro de los Proverbios: "¡La paciencia es la llave del consuelo, y el consuelo hace lograr el propósito!" Y ya sabes ¡oh hermano mío! que todo destino debe cumplirse; ¡pero jamás muere en el año noveno el que ha de vivir diez años! anímate, pues, y seca tus lágrimas; y yo haré cuanto pueda por facilitarte los medios de que llegues al lado de tu mujer y de tus hijos, si tal es la voluntad de Alah (¡exaltado sea!). ¡Ah!¡Qué maldito manto de plumas! ¡Cuántas veces tuve la idea de decirte que lo quemaras y me contuve por no contrariarte! En fin, lo que está escrito, está escrito! ¡Vamos a tratar de remediar, entre todos tus males, el más irremediable!" Y se encaró con sus hermanas y se echó a sus pies, y las conjuró a que la auxiliaran para descubrir el medio de que su hermano encontrase el camino de las islas Wak-Wak. Y sus hermanas se lo prometieron de todo corazón amistoso.
Y he aquí que las siete princesas tenían un tío, hermano de su padre, que quería muy particularmente a la mayor de las hermanas; e iba a verla con regularidad una vez al año. Y el tal tío se llamaba Abd Al-Kaddús...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Y cuando llegó la 600ª noche

Ella dijo:
"... Y he aquí que las siete princesas tenían un tío, hermano de su padre, que quería muy particularmente a la mayor de las hermanas; e iba a verla con regularidad una vez al año. Y el tal tío se llamaba Abd Al-Kaddús. Y en su última visita había dado a su preferida, la mayor de las princesas, un saquito lleno de sahumerios, diciéndole que no tenía más que quemar un poco de estos sahumerios, si algún día se encontraba en cualquier circunstancia en que creyese tener necesidad de su auxilio. Así es que, cuando Botón-de-Rosa la hubo suplicado de aquel modo que interviniese, la mayor de las princesas pensó que acaso su tío pudiera salvar al pobre Hassán. Y dijo a Botón-de-Rosa: "¡Ve en seguida a buscarme el saco de perfumes y el pebetero de oro!" Y Botón-de-Rosa corrió en busca de ambas cosas, y las entregó a su hermana, que abrió el saco, tomó de él un poco de perfume y lo echó en el pebetero en medio de la brasa, pensando mentalmente en su tío Abd Al-Kaddús, y llamándole.
En cuanto disipóse la humareda del pebetero, he aquí que se alzó un torbellino de polvo que iba acercándose, y tras él apareció, montado en un elefante blanco, el jeique Abd Al-Kaddús. Y se apeó de su elefante, y dijo a la mayor de las hermanas y a las princesas, hijas de su hermano: "¡Heme aquí! ¿A qué se debe que haya llegado a mi olfato el olor del perfume? ¿En qué puedo serte útil, hija mía?" Y la joven se colgó de su cuello y le besó la mano, y contestó: "¡Oh mi tío querido! Ya hace más de un año que no venías a vernos, y tu ausencia nos inquietaba y nos atormentaba. ¡Por eso he quemado el perfume, para verte y quedarme tranquila!"
Dijo él: "Eres la más encantadora de las hijas de mi hermano, ¡oh preferida mía! Sin embargo, no creas que, porque retardé este año mi llegada, te he olvidado. ¡Precisamente quería venir a verte mañana! ¡Pero no me ocultes nada, pues sin duda tienes que pedirme alguna cosa!"
Ella contestó: "Alah te guarde y prolongue tus días, ¡oh tío mío! ¡Ya que me lo permites, quisiera pedirte una cosa, efectivamente!" Dijo él: "¡Habla! ¡Te la concedo de antemano!" Entonces la joven hubo de contarle toda la historia de Hassán y añadió: "¡Y ahora, por todo favor, te pido que digas a nuestro hermano Hassán qué tiene que hacer para llegar a esas islas Wak-Wak!”
Al oír estas palabras, el jeique Abd Al-Kaddús bajó la cabeza y se metió un dedo en la boca, reflexionando profundamente durante una hora de tiempo. Luego se sacó de la boca el dedo, levantó la cabeza, y sin decir una palabra, se puso a trazar sobre la arena varias figuras. Por fin rompió el silencio, y dijo a las princesas, meneando la cabeza: "¡Hijas mías, decid a vuestro hermano que se atormenta inútilmente! ¡Es imposible que pueda ir a las islas Wak-Wak!" Entonces las jóvenes se encararon con Hassán, y le dijeron, con lágrimas en los ojos: "¡Ay oh hermano nuestro!" Pero Botón-de-Rosa le cogió de la mano, le hizo acercarse, y dijo al jeique Abd Al-Kaddús: "¡Mi buen tío, pruébale lo que acabas de decirnos, y dale consejos prudentes, que los escuchará con corazón sumiso!" Y el anciano dió a besar su mano a Hassán, y le dijo: "¡Has de saber, hijo mío, que te atormentas inútilmente! ¡Es imposible que puedas ir a las islas Wak-Wak, aun cuando acudieran en tu ayuda toda la caballería volante de los genn, los cometas errantes y los planetas giratorios! Porque esas islas Wak-Wak, hijo mío, son islas habitadas por amazonas vírgenes, y donde reina precisamente el rey de reyes del Gennistán, padre de tu esposa Esplendor. Y de esas islas, a las que no ha ido nadie nunca y de las que nadie ha vuelto, te separan siete vastos mares, siete valles sin fondo y siete montañas sin cima. ¡Y se hallan situadas en los confines extremos de la tierra, allende los cuales no existe nada que se sepa! Así es que no creo que de ningún modo llegues a salvar los obstáculos diversos que de ellas te separan. ¡Y me parece que el partido más prudente que puedes tomar es volverte a tu casa o permanecer aquí con tus hermanas, que son encantadoras! Pero en cuanto a las islas Wak-Wak, ¡no pienses más en ellas!"
Al oír estas palabras del jeique Abd Al-Kaddús, Hassán se puso amarillo como el azafrán, lanzó un grito desesperado y cayó desmayado. Y las princesas no pudieron reprimir sus sollozos; y la más joven desgarró sus vestiduras y se maltrató el rostro; y empezaron a llorar y a lamentarse todas juntas en torno de Hassán. Y una vez que él recobró el conocimiento, no pudo por menos de llorar, apoyando la cabeza en el regazo de Botón-de-Rosa. Y el anciano acabó por conmoverse ante aquel espectáculo, y compadecido de tanto dolor, encaróse con las princesas, que se quejaban lamentablemente, y les dijo con tono agrio: "¡Callaos!" Y las princesas reprimieron los gritos que pugnaban por salir de sus gargantas, y aguardaron con ansiedad lo que iba a decir su tío. Y el jeique Abd Al-Kaddús apoyó su mano en el hombro de Hassán, y le dijo: "¡Cesa en tus gemidos, hijo mío, y cobra ánimos! Porque, con ayuda de Alah, te proporcionaré un medio mejor de conseguir tu propósito. ¡Levántate, pues, y sígueme...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 601ª noche

Ella dijo:
"... Y el jeique Abd Al-Kaddús apoyó su mano en el hombro de Hassán, y le dijo: "¡Cesa en tus gemidos, hijo mío, y cobra ánimos! Porque, con ayuda de Alah, te proporcionaré un medio mejor de conseguir tu propósito. ¡Levántate, pues, y sígueme!" Y Hassán, a quien estas palabras habían vuelto a la vida de repente, se irguió sobre sus pies, se despidió rápidamente de sus hermanas, besó varias veces a Botón-de-Rosa, y dijo al anciano: "¡Soy tu esclavo!"
Entonces el jeique Abd Al-Kaddús hizo montar a Hassán con él a la grupa del elefante blanco, y habló a la bestia inmensa, que se puso en movimiento. ¡Y rápido cual el granizo que cae, el rayo que hiere y el relámpago que brilla, el gran elefante agitó sus miembros por el viento y echó a volar y se sumergió en las llanuras del espacio, devorando a su paso las distancias!
Y he aquí que en tres días y tres noches de semejante velocidad recorrieron un camino de siete años. Y llegaron a una montaña azul cuyos alrededores todos eran azules, y en medio de la cual había una caverna con la entrada obstruida por una puerta de acero azul. Y el jeique Abd Al-Kaddús llamó a aquella puerta, y salió a abrirle un negro azulado que llevaba en una mano un sable azul y en la otra un escudo de metal azul. Y con una prontitud increíble, el jeique arrebató aquellas armas de las manos del negro, que retiróse al punto para dejarle pasar, y seguido por Hassán, entró en la caverna, cuya puerta cerró detrás de ellos el negro.
Entonces caminaron aproximadamente una milla por una ancha galería en que la luz era azul y las rocas transparentes y azules, y al extremo de la cual se encontraron frente a dos enormes puertas de oro. Y el jeique Abd Al-Kaddús abrió una de aquellas puertas, y dijo a Hassán que le esperara hasta que estuviese de vuelta. Y desapareció en el interior. Pero al cabo de una hora, regresó llevando de la brida a un caballo azul, todo teñido y enjaezado de colores azules, en el cual hizo que montase Hassán. Y abrió entonces la segunda puerta de oro, y ante ellos se desplegó de pronto el espacio azul, y a sus pies una inmensa pradera sin horizonte. Y el jeique dijo a Hassán: "Hijo mío, ¿sigues siempre decidido a partir y a afrontar los peligros sin número que te esperan? ¿O acaso quieres mejor, como yo te aconsejaría, volver sobre tus pasos y regresar al lado de mis sobrinas las siete princesas, que sabrán  consolarte de la pérdida de tu esposa Esplendor?"
Hassán contestó: "¡Mil veces prefiero afrontar los peligros de la muerte a sufrir por más tiempo los tormentos de la ausencia!" El jeique repuso: "Hijo mío Hassán, ¿no tienes una madre para la cual será tu ausencia una fuente inagotable de lágrimas? ¿Y no querrás mejor volver junto a ella para consolarla?" El joven contestó: "¡No volveré al lado de mi madre sin mi esposa y mis hijos!" Entonces le dijo el jeique Abd Al-Kaddús: "¡Pues bien, Hassán; parte bajo la protección de Alah!" Y le entregó una carta en que estaba escrita con tinta azul la dirección siguiente: "Al muy ilustre y muy glorioso jeique de los jeiques, nuestro señor el venerable Padre-de-las-Plumas".
Luego le dijo: "Toma esta carta, hijo mío, y ve adonde te conduzca tu caballo. Llegará a la montaña negra, cuyos alrededores son negros, y se parará delante de una caverna negra. Entonces echarás pie a tierra, y después de haber atado la brida a la silla, dejarás entrar al caballo solo en la caverna. Y esperarás a la puerta, y verás salir a un anciano negro, vestido de negro, y negro por todas partes, excepción hecha de una luenga barba blanca que le baja hasta las rodillas. Entonces le besarás la mano, te pondrás en tu cabeza la orla de su traje, y le entregarás esta carta que te doy para que te sirva de presentación cerca de él. ¡Porque es el jeique Padre-de-las-Plumas! ¡es mi señor y la corona de mi cabeza! ¡Y sólo él puede ayudarte sobre la tierra en tu temeraria empresa! Tratarás, pues, de que te sea propicio, y harás cuanto él te diga que hagas. ¡Uassalam!"
Entonces Hassán se despidió del jeique Abd Al-Kaddús, y espoleó los flancos de su caballo azul, que relinchó y partió como una flecha. Y el jeique Abd Al-Kaddús volvió a la gruta azul. Y durante diez días dejó Hassán que el caballo caminase a su antojo, con tanta velocidad, que no le adelantarían el vuelo de los pájaros ni los remolinos de las tempestades. ¡Y anduvo de tal suerte un trayecto de diez años en línea recta! Y llegó, por último, al pie de una cadena de montañas negras, de cima invisible, que se extendían de Oriente a Occidente. Y conforme se iba acercando a estas montañas, el caballo se puso a relinchar, aflojando su marcha...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Pero cuando llegó la 602ª noche

Ella dijo:
"... Y conforme se iba acercando a estas montañas, el caballo se puso a relinchar, aflojando su marcha. Y al instante, de todas partes a la vez, más numerosos que las gotas de lluvia, acudieron unos caballos negros que fueron a olfatear al caballo azul de Hassán y a restregarse contra él. Y Hassán quedó asombrado de su número, y temió que quisiesen estorbarle el camino; pero prosiguió su marcha y llegó a la entrada de la caverna negra que había en medio de rocas más negras que el ala de la noche. Y aquella era precisamente la caverna de que le había hablado el jeique Abd Al-Kaddús. Y se apeó, y tras de haber atado la brida al arzón de la silla, dejó entrar solo a su caballo en la caverna; y se sentó a la puerta, como hubo de ordenarle el jeique.
Pero no habría transcurrido una hora, cuando vió salir de la gruta a un venerable anciano, vestido de negro, y negro él mismo de pies a cabeza, excepción hecha de la luenga barba blanca que le llegaba a la cintura. Era el jeique de los jeiques, el muy glorioso Alí Padre-de-las-Plumas, hijo de la reina Balbis, esposa de Soleimán (¡con todos ellos la paz de Alah y sus bendiciones!). Y Hassán, al verle, se echó a sus pies, poniendo sobre su cabeza la orla del traje del anciano, colocándose así bajo su protección. Luego le presentó la carta de Abd Al-Kaddús. Y el jeique Padre-de-las-Plumas tomó la carta, y sin decir una sola palabra, entró otra vez en la gruta. Y ya comenzaba Hassán a desesperar, como no le veía volver, cuando he aquí que apareció, pero vestido entonces de blanco. E hizo a Hassán señas de que le siguiera, y echó a andar delante de él por la gruta. Y Hassán le siguió, y llegó tras del otro a una inmensa sala cuadrada, pavimentada de pedrerías y cada uno de cuyos cuatro rincones lo ocupaba un anciano vestido de negro y sentado sobre una alfombra, en medio de una cantidad infinita de manuscritos, con un pebetero de oro en que ardían perfumes ante él; y cada uno de aquellos cuatro sabios estaba rodeado por otros siete sabios, discípulos suyos, que copiaban los manuscritos y leían o reflexionaban. Pero cuando entró el jeique Alí Padre-de-las-Plumas, todos aquellos venerables personajes se levantaron en su honor; y los cuatro sabios principales abandonaron sus rincones y fueron a sentarse junto a él en medio de la sala. Y cuando todo el mundo hubo ocupado su sitio, el jeique Alí se encaró con Hassán y le dijo que contara su historia ante aquella asamblea de sabios.
Entonces Hassán, muy emocionado, empezó primero por derramar lágrimas a torrentes; luego, no bien pudo secarlas, con la voz entrecortada por sollozos, se puso a contar toda su historia, desde su rapto, llevado a cabo por Bahram el Gauro, hasta su encuentro con el jeique Abd Al-Kaddús, discípulo del jeique Padre-de-las-Plumas y tío de las siete princesas. Y en tanto que duró el relato, no le interrumpieron los sabios; pero, cuándo hubo concluido, exclamaron todos a una, encarándose con su maestro: "¡Oh venerable maestro! ¡Oh hijo de la reina Balkis! digna de piedad es la suerte de este joven, pues sufre como esposo y como padre. Y quizá podamos contribuir a devolverle esa joven tan bella y esos dos hijos tan hermosos!" Y contestó el jeique Alí: "Venerables hermanos míos, se trata de un asunto de importancia. Y tan bien como yo sabéis vosotros cuán difícil es llegar a las islas Wak-Wak, y cuánto más difícil todavía es volver de ellas. Y ya sabéis toda la dificultad que hay, una vez que se llega a esas islas después de todos los obstáculos salvados, en acercarse a las amazonas vírgenes, guardias del rey de los genn y de sus hijas. En esas condiciones, ¿cómo queréis que Hassán encuentre a la princesa Esplendor, hija de su poderoso rey?" Los jeiques contestaron: ¿"Quién podrá negar que tienes razón venerable padre? ¡Pero ese joven te ha sido recomendado particularmente por nuestro hermano el honorable e ilustre jeique Abd Al-Kaddús, y no puedes por menos de acoger sus intenciones de un modo favorable!"
Y Hassán, por su parte, al oír estas palabras, se arrojó a los pies del jeique, se cubrió la cabeza con la orla del manto del anciano, y abrazándole las rodillas le conjuró a que le devolviera a su esposa y a sus hijos. Y asimismo besó las manos de todos los jeiques, que unieron sus ruegos a los de él, suplicando al maestro de todos, al jeique Padre-de-las-Plumas, que tuviese piedad del infortunado joven. Y el jeique Alí contestó: "¡Por Alah!, que en mi vida vi a ninguno despreciar la existencia tan resueltamente como este joven Hassán! ¡No sabe lo que desea ni lo que le espera este temerario! ¡Pero, en fin, quiero hacer por él cuanto de mí dependa!"
Habiendo hablado así, el jeique Alí Padre-de-las Plumas reflexionó durante una hora de tiempo en medio de sus viejos discípulos respetuosos; luego levantó la cabeza, y dijo a Hassán: "¡Ante todo, voy a darte una cosa que te resguardará en caso de peligro!" Y se arrancó de la barba un mechón de pelos del sitio donde eran más largos, y se los entregó a Hassán, diciéndole...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y cuando llegó la 603ª noche

Ella dijo:
"... Y se arrancó de la barba un mechón de pelos del sitio donde eran más largos, y se los entregó a Hassán, diciéndole: "¡Esto hago por ti! ¡Si alguna vez te hallaras en medio de un gran peligro, no tienes más que quemar un pelo de este mechón, y al instante iré en socorro tuyo!" Luego alzó la cabeza hacia la bóveda de la sala, y dió una palmada, como para llamar a alguien. Y al punto descendió de la bóveda, presentándose entre sus manos, un efrit entre los efrits alados. Y le preguntó el jeique: "¿Cómo te llamas, ¡oh efrit!?" El efrit dijo: "Tu esclavo Dahnasch ben-Forktasch, oh jeique Alí Padre-de las-Plumas!" Y le dijo el jeique: "¡Aproxímate!" Y el efrit Dahnasch se aproximó al jeique Alí, que acercó su boca al oído del otro y le dijo algo en voz baja. Y el efrit contestó con un movimiento de cabeza que significaba: "¡Está bien!" Y el jeique se encaró con Hassán, y le dijo: "Mira, hijo mío, súbete a la espalda de ese efrit. El te transportará a las regiones de las nubes, y desde allí te bajará a una tierra que es de alcanfor blanco. Y allí ¡oh Hassán! te dejará el efrit, porque no puede llegar más lejos. Y entonces habrás de caminar completamente solo por esa tierra de alcanfor blanco. Y una vez que hayas salido de ella, te encontrarás frente a las islas Wak-Wak. ¡Y allí, Alah proveerá!"
Entonces Hassán besó de nuevo las manos del jeique Padre-de las-Plumas, se despidió de los demás sabios, dándoles las gracias por sus bondades, y se puso a horcajadas sobre los hombros de Dahnasch, que elevose con él por los aires. Y el efrit le llevó a la región de las nubes, y desde allí bajó con él a la tierra de alcanfor blanco, donde hubo de dejarle para desaparecer luego.
Así, ¡oh Hassán, oriundo de Bassra! tú, a quien antaño admiraban en los zocos de tu ciudad natal y hacías volar todos los corazones y pasmarse de tu hermosura a los que te miraban; tú, que viviste dichoso tanto tiempo entre las princesas y suscitaste en sus almas tanta ternura y tanto dolor! he aquí que, impulsado por tu amor a Esplendor, llegas, en alas del efrit, a esta tierra de alcanfor blanco, donde vas a experimentar lo que ninguno antes que tú y ninguno después que tú ha experimentado ni experimentará jamás.
En efecto, cuando el efrit le hubo dejado en aquella tierra, Hassán echó a andar en línea recta por un suelo brillante y perfumado. Y anduvo así mucho tiempo, y acabó por vislumbrar a lo lejos, en medio de una pradera, una especie de tienda. Y se dirigió por aquel lado y acabó por llegar muy cerca de tal tienda. Pero como en aquel momento caminaba por un césped muy espeso, dió con el pie sobre algo que se ocultaba entre la hierba; y lo miró y vió que era un cuerpo blanco como una masa de plata y del tamaño de una de las columnas de la ciudad de Iram. Y he aquí que era un gigante, y la tienda que Hassán veía no era otra cosa que su oreja, la cual le servía de pantalla para el sol. Y al verse despertado así de su sueño, el gigante se levantó rugiendo, y sintió tanta cólera, que se le llenó de aliento el vientre, mientras los esfuerzos tan considerables que para ello realizaba hacían gemir a su trasero; lo que produjo, a manera de trueno, una serie de cuescos extraordinarios que tiraron a Hassán de bruces en tierra, lanzándole por el aire después con los ojos desorbitados de terror. Y antes de que volviese a caer al suelo, el gigante le atrapó al vuelo por el cuello, en el sitio en que la piel es más blanda, y con la fuerza de su brazo le tuvo suspendido en el aire, cual el gorrión en la garra del halcón. Y volteándole con el brazo, se dispuso a aplastarle contra la tierra, pulverizándole los huesos y convirtiendo su longitud en anchura.
Cuando Hassán comprendió lo que le iba a suceder, agitóse con todas sus fuerzas, y exclamó: "¡Ah! ¿quién me salvará? ¡Ah! ¿quién me libertará? ¡Oh gigante, ten piedad de mí!"
Al oír aquellos gritos de Hassán, se dijo el gigante: "¡Alah, que no canta mal este pájaro! Y me gustan sus trinos. ¡Así es que se lo voy a llevar a nuestro rey!" Y le cogió delicadamente por un pie para no hacerle daño, y penetró en una espesa floresta, dentro de la cual, en medio de un claro, aparecía sentado sobre una roca que le servía de trono el rey de los gigantes de la tierra de alcanfor blanco. Y estaba rodeado de sus guardias, que eran cincuenta gigantes de una estatura de cien codos cada uno. Y el que llevaba a Hassán se acercó al rey, y le dijo: "¡Oh rey nuestro! ¡he aquí un pajarillo que he cogido y que te traigo a causa de su hermosa voz! ¡Porque trina de un modo agradable!" Y dió dos golpes en la nariz de Hassán, que no entendía el lenguaje del gigante, creyó que había llegado su última hora, y empezó a temblar, exclamando: "¡Ah! ¿quién me salvará? ¡Ah! ¿quién me libertará?" Al oír aquella voz, el rey se convulsionó y se bamboleó de alegría, y dijo al gigante: "¡Por Alah, que es encantador! ¡Hay que llevárselo en seguida a mi hija para que la divierta!" Y añadió, encarándose con el gigante: "¡Sí! date prisa a meterlo en una jaula y a colgarlo en la habitación de mi hija, junto a su lecho, a fin de que la distraiga con sus cantos y sus trinos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Y cuando llegó la 604ª noche

Ella dijo:
"¡... Sí! ¡Date prisa a meterlo en una jaula y a colgarlo en la habitación de mi hija, junto a su lecho, a fin de que la distraiga con sus cantos y sus trinos!"
Entonces el gigante apresurose a meter a Hassán en una jaula con dos grandes recipientes, uno para la comida y otro para el agua. Y también le puso dos cañas para que pudiera saltar y cantar a su antojo; y le llevó a la habitación de la hija del rey, y le colgó a su cabecera.
Cuando la hija del rey vió a Hassán, quedó encantada de su figura y de sus lindas formas, y se puso a hacerle mil caricias y a mimarle de mil modos. Y le hablaba con una voz muy dulce para domesticarle, aunque Hassán no entendía su lenguaje para nada. Pero, como veía que ella no le quería mal, trató de enternecerla con su destino, llorando y gimiendo. Y la princesa tomaba siempre sus gemidos y suspiros por cánticos armoniosos; y con ello experimentaba un placer extremado. Y acabó por sentir una inclinación extraordinaria hacia él; y no podía pasarse sin él a ninguna hora del día ni de la noche. Y al acercársele, sentía que todo su ser se impresionaba; y no comprendía qué manifestaciones pudieran hacerse con un pájaro tan pequeño. Y con frecuencia le hacía señas y le hablaba por gestos; pero tampoco la entendía él, y estaba muy lejos de adivinar todo el provecho que podría sacarse de una joven tan agraciada, aunque fuese giganta.
Pero un día la hija del rey sacó a Hassán de la jaula para limpiarla y cambiarle de ropa. Y cuando le hubo desnudado, vió ¡oh prodigioso descubrimiento! que no estaba del todo desprovisto de lo que tenían los gigantes de su padre, por más que, en proporción, fuese aquello extremadamente diminuto. Y pensó: "¡Por Alah, que es la primera vez que veo un pájaro con estas cosas!" Y empezó a manosear a Hassán, y a darle vueltas y más vueltas en todos sentidos, maravillándose de lo que por instantes iba descubriendo en él. Y en sus manos Hassán parecía exactamente un gorrión entre las manos del cazador. Y al ver que entre sus manos el cohombro se convertía en calabacino, la joven giganta se echó a reír de tal manera, que se cayó de lado. Y exclamó: "¡Qué pájaro más asombroso! ¡Canta como los pájaros, y se porta con las mujeres tan cumplidamente como los hombres gigantes!"
Y como quería devolverle cumplimiento por cumplimiento, lo oprimió contra ella, y se puso a acariciarle por todas partes, cual si fuese un hombre de veras, haciéndole mil proposiciones, aunque no con palabras, pues un pájaro no podría entenderlas, sino con gestos y hechos, de modo que el pájaro hubo de portarse con ella absolutamente como un gorrión con su gorriona. ¡Y desde aquel momento Hassán se convirtió en el gorrión de la hija del rey!
¡Pero, a pesar de verse agasajado y mimado y acariciado cual un pájaro, y a despecho de lo que experimentaba entre las suntuosidades de la gigantesca hija del rey, y de lo que él le hacía sentir a su vez a ella, y no obstante todo el bienestar con que vivía en su jaula, donde la princesa le encerraba cada vez que había concluido su cosa con él, estaba lejos de olvidar a su esposa Esplendor, hija del rey de reyes del Gennistán, y a las islas Wak-Wak, término de su viaje de las cuales sabía que no se encontraba muy distanciado! Y para salir de su apuro, de buena gana hubiera hecho uso del tambor mágico y del mechón de pelos; pero, al cambiarle de ropa, la hija del rey de los gigantes le había dejado sin los objetos preciosos; y por más que los reclamaba por señas y con todos los gestos que se hacen en árabe, no comprendía ella lo que él le pedía, y siempre creía que deseaba la copulación. Con lo cual, cada vez que pedía el tambor, se le respondía con una copulación, y cada vez que reclamaba el mechón de pelos, tenía que efectuar una copulación; sucedió aquello tantas y tantas veces, en verdad, que al cabo de algunos días se quedó el joven en un estado a ningún otro parecido, y ya no se atrevía a hacer un gesto ni la menor seña por temor a la respuesta en acción de la terrible giganta.
¡Eso fué todo!
Y la situación de Hassán no cambiaba; y él se desmejoraba y palidecía en su jaula, sin saber qué partido tomar, cuando un día la giganta, después de caricias más multiplicadas que de ordinario, se adormeció teniéndole oprimido contra ella, y le dejó escaparse. Y al punto precipitóse Hassán al cofre donde estaban sus antiguos efectos, y cogió el mechón de barba, del que hubo de quemar algunos pelos, llamando con el pensamiento al jeique Alí Padre-de-las-Plumas. Y he aquí que...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Pero cuando llegó la 605ª noche

Ella dijo:

"... Y al punto precipitóse Hassán al cofre donde estaban sus antiguos efectos, y cogió el mechón de barba, del que hubo de quemar algunos pelos, llamando con el pensamiento al jeique Alí Padre-de-las-Plumas. Y he aquí que retembló el palacio, y de debajo, de tierra surgió el jeique vestido de negro ante Hassán, que se arrojó a sus plantas. Y le preguntó el jeique: "¿Qué quieres, Hassán?" Y el joven le dijo: "¡Por favor, no hagas ruido, que va a despertarse! ¡Y entonces me veré entre sus manos obligado sin remedio a hacer de pájaro!" Y le mostró con el dedo a la giganta dormida. Entonces el jeique le cogió de la mano, y en virtud de su poder oculto, le condujo fuera del palacio. Luego le dijo: "Cuéntame qué te ha sucedido". Y Hassán le contó cuanto había hecho desde su llegada a la tierra de alcanfor blanco, y añadió: "¡Y por Alah, que si hubiese estado un día más junto a esa giganta, se me habría salido el alma por la nariz!"
Y le dijo el jeique: "¡Ya te previne, sin embargo, de lo que tendrías que sufrir! ¡Pero todo eso sólo es el principio! ¡Y además, tengo que decirte, ¡oh hijo mío! por si te decides a volver sobre tus pasos, que  en las islas Wak-Wak no surtirá ya efecto la virtud de mis pelos, y te verás abandonado a tus propios recursos!" Y dijo Hassán: "¡A pesar de todo, es preciso que vaya en busca de mi esposa! ¡Y todavía me queda este tambor mágico, que en caso de peligro podrá servirme para sacarme de apuros!" Y el jeique Alí miró el tambor, y dijo: "¡Oh! ¡lo reconozco! ¡Es el que pertenecía a Bahram el Gauro, uno de mis antiguos discípulos, el único que ha dejado de seguir la vía de Alah! ¡Pero ¡oh Hassán! has de saber que tampoco ese tambor podrá servirte en las islas Wak-Wak, donde se deshacen todos los encantamientos, y donde los genios que habitan la isla no obedecen más que a su rey!" Y dijo Hassán: "¡El que ha de vivir diez años no morirá en el año noveno! ¡Si mi destino es morir en esas islas, no tengo en ello inconveniente! ¡Te suplico, pues, ¡oh venerable jeique de los jeiques! que me digas el camino que debo seguir para ir allá!" Y entonces el jeique Alí, por toda respuesta, le cogió de la mano, y le dijo: "¡Cierra los ojos y ábrelos!" Y Hassán cerró los ojos para abrirlos un instante después. Y había desaparecido todo, lo mismo el jeique Padre-de-las-Plumas que el palacio de la hija del rey y que la tierra de alcanfor blanco. Y se vió en la playa de una isla cuyos guijarros eran piedras preciosas de distintos colores. Y no sabía él si por fin había llegado a las islas tan deseadas.
Pero apenas había tenido tiempo de echar una ojeada a la derecha y otra ojeada a la izquierda, cuando de pronto cayeron sobre él bandadas de pájaros blancos muy grandes, salidos de los guijarros marinos y de la espuma de las olas y que cubrieron el cielo con una nube densa y baja. Y el vuelo enemigo avanzó contra él en remolinos, con un estrépito de picos amenazadores y de alas agitadas; y al mismo tiempo lanzaron todos los gaznates aéreos un grito ronco, mil veces repetido, en el cual Hassán reconoció por fin las sílabas Wak-Wak que daban nombre a las islas. Entonces comprendió que había llegado a aquellas tierras prohibidas, y que las aves de allí le consideraban como un intruso y trataban de rechazarle hacia el mar. Y Hassán corrió a refugiarse en una cabaña que se erguía no lejos de allí, y se puso a reflexionar acerca de las circunstancias.
De improviso oyó gemir la tierra y la sintió temblar bajo sus pies; y escuchó, reteniendo la respiración, y en lontananza vió espesarse otra nube, de la que poco a poco surgieron al sol puntas de lanzas y de cascos, y brillaron armaduras. ¡Las amazonas! ¿Adónde huir? Y el galope furioso se aproximó en un abrir y cerrar de ojos, rápido cual el granizo que cae, cual el relámpago que brilla. Y ante él aparecieron, formadas en cuadro movible y formidable, guerreras montadas en yeguas leonadas como el oro puro, de cola larga, de jarretes vigorosos, con las riendas altas y libres, más veloces que el viento del Norte cuando sopla con violencia por el lado del mar tempestuoso. Y cada una de aquellas guerreras, armadas para el combate, llevaba al costado un sable pesado, una larga lanza en una mano y en la otra una porción de armas que asustaban al verlas; y con sus muslos oprimían cuatro javelinas que mostraban sus cabezas espantables.
Pero, no bien aquellas guerreras divisaron al audaz Hassán de pie en el umbral de la cabaña, pararon en seco sus yeguas encabritadas. Y al dar en el suelo toda la masa de cascos hizo volar por el cielo los  guijarros de la playa y se hundió profundamente en la arena. Y los nasales dilatados de los animales palpitantes se estremecían al mismo tiempo que las aletas de la nariz de las jóvenes guerreras; y las caras descubiertas bajo los yelmos de viseras altas eran hermosas como lunas; y las grupas redondas y pesadas se juntaban y confundían con las grupas leonadas de las yeguas. Y las luengas cabelleras, morenas, rubias, leonadas y negras, se mezclaban ondulantes con las colas y las crines. Y las cabezas de metal y las corazas de esmeralda refulgían al sol cual inmensas joyas y llameaban sin consumirse.
Pero entonces, de en medio de aquel cuadro de luz, se adelantó una amazona más alta que todas las demás...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Pero cuando llegó la 606ª noche

Ella dijo:
"... Pero entonces, de en medio de aquel cuadro de luz, se adelantó una amazona más alta que todas las demás, cuyo rostro no estaba descubierto bajo el yelmo, sino completamente oculto con la visera calada, y cuyo pecho de senos firmes relucía bajo la protección de una cota de mallas de oro más apretadas que las alas de las langostas. Y detuvo bruscamente su yegua a algunos pasos de Hassán. Y Hassán, sin saber si sería para él hostil u hospitalaria, comenzó por hundir ante ella la frente en el polvo, levantando luego la cabeza y diciéndole: "¡Oh soberana mía! ¡Soy un extranjero a quien el Destino ha conducido a esta tierra, y me pongo bajo la protección de Alah y bajo tu salvaguardia! ¡No me rechaces! ¡Oh soberana mía! ¡Ten piedad del desdichado que va en busca de su esposa y de sus hijos!"
Al oír estas palabras de Hassán, la jinete se apeó de su caballo, y volviéndose hacia sus guerreras, las despidió con un gesto. Y acercóse a Hassán, que al punto hubo de besarle pies y manos y se llevó a la frente el borde de su manto. Y ella le examinó con atención; luego, levantóse la visera, se mostró a él al descubierto. Y al verla, Hassán lanzó un grito y retrocedió espantado; porque, en lugar de una joven tan bella, por lo menos como las guerreras adolescentes que acababa de ver, tenía ante sí una vieja de feo aspecto, que poseía una nariz tan gorda cual una berenjena, cejas atravesadas, mejillas arrugadas y flácidas, ojos que se injuriaban !oh calamidad! ¡Con lo cual se asemejaba del todo a un cerdo! Así es que Hassán, para no verse obligado a mirar por más tiempo aquel rostro, se tapó los ojos con la orla de su vestido. Y la vieja tomó este gesto por una gran prueba de respeto, persuadiéndose de que Hassán sólo lo hacía para no parecer insolente si la miraba cara a cara; y quedó en extremo conmovida por aquella muestra de respeto, y le dijo: "¡Oh extranjero! calma tu inquietud. ¡Desde este momento estás bajo mi protección! ¡Y te prometo mi auxilio en cuanto necesites! Luego añadió: "¡Pero, ante todo, es preciso que nadie te vea en esta isla! ¡Y a ese fin, aunque estoy impaciente por conocer tu historia, voy a correr a traerte los efectos indispensables para disfrazarte de amazona, con objeto de que en lo sucesivo no se te pueda distinguir entre las jóvenes guerreras vírgenes, guardias del rey y de las hijas del rey!" Y se marchó para volver al cabo de algunos instantes con una coraza, un sable, una lanza, un casco y otras armas en un todo semejantes a las que llevaban las amazonas. Y se las dió a Hassán, que cubriose con ellas. Entonces le cogió de la mano y le condujo a una roca que se alzaba a orillas del mar, y sentándose allá con él, le dijo: "¡Ahora ¡oh extranjero! date prisa a contarme la causa que te ha impulsado hasta estas islas que ningún adamita se atrevió a abordar antes que tú!" Y después de haberle dado las gracias por sus bondades, Hassán contestó: "¡Oh mi señora! ¡mi historia es la de un desdichado que ha perdido el único bien que poseía, y recorre la tierra con la esperanza de encontrarlo!" Y le contó sus aventuras sin omitir un detalle.
Y la vieja amazona le preguntó: "¿Y cómo se llama la joven esposa tuya, y cómo se llaman tus hijos?" El dijo: "¡En mi país mis hijos se llamaban Nasser y Manssur, y mi esposa se llamaba Esplendor! ¡Pero ignoro el nombre que llevan en el país de los genn!" Y acabando de hablar, Hassán se echó a llorar abundantes lágrimas.
Cuando la vieja hubo oído la historia de Hassán y hubo visto su dolor, quedó completamente conquistada por la compasión, y le dijo: "Te juro, ¡oh Hassán! que no se interesaría por su hijo una madre más de lo que yo quiero interesarme por tu suerte. Y puesto que dices que acaso se encuentre tu esposa en medio de mis amazonas, mañana te las haré ver desnudas a todas en el mar. ¡Y después haré que desfilen una por una delante de ti para que me digas si entre ellas reconoces a tu esposa!"
Así habló la vieja Madre-de-las-Lanzas a Hassán Al-Bassri. Y le tranquilizó, afirmándole que, por medio de aquella estratagema, no dejarían de descubrir a la joven Esplendor. Y pasó con él aquel día, y le paseó por la isla, haciéndole admirar todas sus maravillas. Y acabó por quererle con un cariño grande, y le decía: "Cálmate, hijo mío! ¡Te he puesto en mis ojos! ¡Y aunque para tu placer me pidieras a todas mis guerreras, que son jóvenes vírgenes, te las daría de todo corazón amistoso!" Y le contestaba Hassán: "¡Oh mi señora! ¡Por Alah que no te abandonaré hasta que mi alma me abandone!"
Y he aquí que al día siguiente, conforme con su promesa, la vieja Madre-de-las-Lanzas se puso a la cabeza de sus guerreras al son de los tambores. Y disfrazado de amazona, hallábase sentado Hassán en la roca que dominaba el mar. ¡Y de tal modo asemejábase a alguna hija entre las hijas de los reyes! ...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Y cuando llegó la 607ª noche

Ella dijo:
"... Y he aquí que al día siguiente, conforme con su promesa, la vieja Madre-de-las-Lanzas se puso a la cabeza de sus guerreras al son de los tambores. Y disfrazado de amazona, hallábase sentado Hassán en la roca que dominaba el mar. ¡Y de tal modo asemejábase a alguna hija entre las hijas de los reyes!
Entretanto, las jóvenes guerreras se apeaban de sus caballos a una señal de la vieja Madre-de-las-Lanzas que mandaba en ellas, desembarazándose de sus armas y de sus corazas. Y surgieron derechas como husos y brillantes ¡oh delirio de lises y de rosas! cual las lises surgen de sus hojas y las rosas de sus espinas. Y blancas y ligeras, se metieron en el mar. Y la espuma mezclóse con sus cabelleras libres y retorcidas o peinadas y enhiestas como torres. Y las protuberancias de las olas se confundían con las protuberancias de sus grupas vírgenes. Y se creerían corolas deshojadas sobre el agua.
Pero entre tantos rostros de luna y talles flexibles, entre tantos ojos negros y dientes blancos, entre tantas cabelleras de colores distintos y grupas de bendición, por más que miró Hassán no reconoció la  incomparable belleza de su bienamada Esplendor. Y dijo a la vieja: "¡Oh mi buena madre, no está Esplendor entre ellas!"
Y contestó la anciana jinete: "¿Quién sabe, hijo mío? ¡Quizá la distancia no te permita enterarte bien!" Y dió una palmada, y salieron del agua todas las jóvenes y fueron a ponerse en fila sobre la arena, húmedas de pedrerías aún. Y una tras otra, flexibles y ondulantes, pasaron por delante de la roca en que estaba Hassán con la Madre-de-las-Lanzas, sin llevar encima de sí, por toda armadura, más que sus cabellos esparcidos por la espalda, y ataviadas solamente con las joyas de su carne desnuda.
¡A la sazón, ¡oh Hassán! fué cuando viste lo que viste! ¡Oh conejos de todos los colores y de todas las variedades entre los muslos de aquellas jóvenes hijas de reyes! Estabais gordos, érais redondos, estabais rollizos, érais blancos, érais cual cúpula, érais grandes, érais abovedados, érais altos, érais estrechos, érais abombados, estabais cerrados, estabais intactos, érais estrechos, érais cual sargos, érais pesados, érais morrudos, érais mudos, érais cual nidos, estabais sin orejas, érais cálidos, érais cual tiendas, estabais pelados teníais hocicos, érais sordos, estabais escondidos, érais pequeños, estabais hendidos, érais sensibles, érais cual golfos marinos, estabais secos, érais excelentes; pero de ningún modo podríais compararos con la historia de Esplendor.
Así es que Hassán dejó pasar a todas las jóvenes, y dijo a la anciana Madre-de-las-Lanzas: "¡Oh mi señora! ¡Por tu vida sobre mí, que no hay entre todas esas jóvenes ni una sola que de cerca o de lejos se parezca a Esplendor!" Y la vieja guerrera le dijo, asombrada: "¡Entonces, ¡oh Hassán! después de todas las que viste, no quedan más que las siete hijas de nuestro rey! ¡Te ruego, pues, que me des algunas señas por las cuales pueda yo reconocer a tu esposa cuando llegue la ocasión, y descríbemela con sus particularidades! ¡Y retendré tu descripción en la memoria, e informada de ese modo, no dejaré de encontrar a la que deseas!"
Y Hassán contestó: "Describírtela, ¡oh señora! es morir de impotencia; porque ninguna lengua sabría expresar todas sus perfecciones. Pero quiero darte una idea aproximada. Tiene ¡ oh mi señora! un rostro tan blanco cual un día de bendición; una cintura tan fina, que el sol no lograría alargar su sombra en el suelo; una cabellera negra y larga, que cae sobre su espalda como la noche sobre el día; unos senos que agujerean las telas más duras; una lengua cual la de las abejas; una saliva como el agua de la fuente Salsabil; unos ojos como el manantial de Kausar; una fragilidad de rama de jazmín; unos dientes cual granizos; un grano de belleza en la mejilla derecha y un antojo en el ombligo; una boca cual una cornalina, que bebe en copa y jarro; mejillas cual anémonas de Nemán; un vientre elástico y deslumbrador, tan espacioso y tan blanco como una tina de mármol; una grupa más sólida y mejor construida que la cúpula del templo de Iram; muslos vaciados en el molde de la perfección, tan dulces como los días de la reunión tras de la ausencia amarga, entre los cuales se asienta el trono del califa, santuario del reposo y de la embriaguez, y cuyo logogrifo lo describió el poeta así:
¡Mi nombre, objeto de tantos desvelos; se compone de dos letras ramosas! ¡Multiplicad cuatro por cinco y seis por diez y lo obtendréis! (La palabra árabe Koss, el "Kussos" de los griegos, se compone de dos letras, la primera de las cuales, la Kaf, se representa por 20, y la segunda, la Sin, por 60.)
Y cuando hubo dicho estas palabras, Hassán no pudo reprimir por más tiempo sus lágrimas, y se echó a llorar. Luego exclamó: "¡Mi tormento ¡oh Esplendor! es tan amargo como el tormento del derviche que ha perdido su escudilla, o el sufrimiento del peregrino que tiene una herida en el talón, o el dolor del amputado que se ve sin piernas y sin brazos!"
Cuando la anciana amazona hubo oído todo, aquello, bajó la cabeza durante un momento, sumida en profunda reflexión, y luego dijo a Hassán: "¡Qué calamidad! ¡Oh Hassán! ¡Te perderás sin remedio y me perderás contigo! ¡Porque la joven que acabas de describirme es sin duda una de las siete hijas de nuestro poderoso rey! ¡Qué propósitos abrigas y cuán loca es tu audacia! ¡Entre tú y ella hay la distancia que entre la tierra y el cielo, y si persistes en tu deseo, correrás a tu perdición! ¡Escúchame, pues, Hassán! ¡Renuncia a ese proyecto temerario, y no te expongas a rendir tu alma...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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40 P3 Las aventuras de Hassan-Al-Bassri - tercera de cinco partes

42 Las aventuras de Hassan-Al-Bassri (de la noche 576 a la 615)




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Y cuando llegó la 591ª noche

Ella dijo:
"¡Y eso es ¡oh hermanas mías! lo que de una ojeada pude ver de la princesa Esplendor, hija del rey de reyes del Gennistán!" Cuando las jóvenes hubieron oído estas palabras de su hermana, exclamaron maravilladas: "¡Qué razón tienes ¡oh Hassán! para prendarte de esa joven espléndida! Pero ¡por Alah! date prisa a conducirnos junto a ella para que la veamos con nuestros propios ojos."
Y Hassán, seguro por lo que afectaba a sus hermanas, las condujo al pabellón donde se encontraba la bella Esplendor. Y al ver su belleza sin par, besaron ellas la tierra entre sus manos, y tras de las zalemas de bienvenida, le dijeron: "¡Oh hija de nuestro rey! verdaderamente es prodigiosa tu aventura con nuestro hermano el joven! ¡Y de pie aquí entre tus manos, todas te predecimos la dicha para lo futuro, y te aseguramos que durante toda tu vida no dejarás de felicitarte por tu encuentro con este joven, hermano nuestro, y por su delicadeza de modales, y por su destreza para todo, y por su afección! ¡Piensa, además, en que, en vez de servirse de un intermediario, te ha declarado por sí mismo su pasión, y no te ha pedido nada ilícito! ¡Y si no tuviésemos la certeza de que las jóvenes no pueden pasarse sin hombres, no daríamos ante ti, hija de nuestro rey, un paso tan audaz! ¡Déjanos, pues, casarte con nuestro hermano, y quedarás contenta de él, que nosotras respondemos con nuestro cuello!" Y habiendo dicho estas palabras, esperaron la respuesta.
Pero, como la bella Esplendor no diese contestación alguna, se adelantó Botón-de-Rosa y le cogió la mano con sus manos, y le dijo: "¡Con tu permiso, oh señora nuestra!" Y se encaró con Hassán, y le dijo: "¡Trae tu mano!" Y Hassán le dió la mano, y Botón-de-Rosa la cogió y la unió entre las suyas a la de la princesa, diciéndole a ambos: "¡Os caso con asentimiento de Alah y por la ley de su Enviado!" Y en el límite de la dicha, Hassán improvisó estos versos:
¡Oh mezcla admirable reunida en tu hermosura! Al ver tu glorioso rostro bañado en el agua de la belleza, ¿quién podrá olvidar su radiante esplendor?
¡Te ven mis ojos compuesta preciosamente de rubíes en toda una mitad de tu cuerpo encantador, de perlas en la tercera parte, de almizcle negro en la quinta parte y de ámbar en la sexta parte, ¡oh toda dorada!
¡Entre las vírgenes nacidas de la Eva primera, y entre las bellezas que habitan los múltiples jardines de los cielos, no hay ninguna que pueda compararse contigo!
¿Quieres darme la muerte? ¡No me perdones! ¡Otras muchas víctimas hizo el amor! ¡Y si quieres volverme a la vida, baja hacia mí tus ojos!, ¡oh ornato del mundo!
Y al oír estos versos, exclamaron las jóvenes a una, encarándose con Esplendor: "¡Oh princesa! ¿nos regañarás ahora por haberte traído un joven que se ha expresado de tan excelente manera y en versos tan hermosos?" Y preguntó Esplendor: "¿Pero es poeta?" Ellas dijeron: "¡Claro que lo es! ¡Improvisa y compone con una facilidad maravillosa poemas y odas de millares de versos, en los que reina siempre un sentimiento muy vivo!"
Estas palabras que tan a las claras mostraban el nuevo mérito de Hassán, por fin acabaron de conquistar el corazón de la recién casada. Y miró a Hassán, sonriendo bajo sus largas pestañas. Y Hassán, que no esperaba más que una seña de sus ojos, la cogió en brazos y se la llevó a su aposento. ¡Y allí, con su permiso, abrió en ella lo que tenía que abrir, y rompió lo que tenía que romper, y destapó lo que estaba sellado! Y se endulzó con todo aquello hasta el límite de la dulzura; y lo mismo le ocurrió a ella. Y experimentaron ambos en poco tiempo el colmo de todas las alegrías del mundo. Y el amor a la joven se incrustó en el corazón de Hassán más que todas las pasiones. ¡Y todos sus pájaros cantaron prolongadamente! Por tanto, ¡gloria a Alah, que une en las delicias a sus creyentes y no les escatima sus dones dichosos! ¡Tú eres, Señor, el que adoramos, tú eres aquél de quien imploramos socorro! ¡Llévanos por el sendero recto, por el sendero de aquellos a quienes colmaste con tus beneficios, y no por el de aquellos que incurrieron en tu cólera ni por el de los extraviados!
Y he aquí que Hassán y Esplendor estuvieron juntos de tal suerte cuarenta días, transcurridos en el seno de las alegrías que proporciona el amor. Y las siete princesas, especialmente Botón-de-Rosa, se esforzaron por variar cada día los placeres de ambos esposos, y hacerles la estancia en el palacio lo más agradable que les fué posible.
Pero al cabo del día cuadragésimo, Hassán vió en sueños a su madre, que le reprochaba por haberla olvidado, mientras ella se pasaba los días y las noches llorando sobre la tumba que hubo de erigirle en la casa.
¡Y se despertó con lágrimas en los ojos lanzando suspiros que partían el alma! Y al oírle llorar, acudieron sus hermanas, las siete princesas; y Botón-de-Rosa, más desolada que todas las otras, preguntó a la hija del rey de los genn qué le había sucedido a su esposo. Y contestó Esplendor: "¡No lo sé!" Y dijo Botón-de-Rosa: "¡Yo misma iré a informarme de lo que le tiene tan triste!"
Y preguntó a Hassán: "¿Qué te ocurre, hermano mío?" Y las lágrimas de Hassán corrieron con más violencia; y acabó por contar su sueño, lamentándose mucho...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Y cuando llegó la 592ª noche

Ella dijo:
"... y acabó por contar su sueño, lamentándose mucho. Entonces le tocó a Botón-de-Rosa llorar y gemir, en tanto que sus hermanas decían a Hassán: "En ese caso, ¡oh Hassán! no podemos retenerte aquí más tiempo ni impedirte que regreses a tu país para volver a ver a tu madre querida. ¡Solamente te suplicamos que no nos olvides y que nos prometas volver para hacernos una visita una vez al año!" Y su hermana Botón-de-Rosa se le colgó al cuello sollozando, y acabó por caer desmayada de dolor. Y cuando recobró el conocimiento, recitó tristemente versos de adiós, y sepultó la cabeza en sus rodillas, rehusando todo consuelo. Y Hassán empezó a besarla y a acariciarla; y hubo de prometerle por juramento que volvería a verla una vez al año. Y mientras tanto, sus otras hermanas, a ruegos de Hassán, se pusieron a hacer los preparativos del viaje. Y cuando estuvo todo dispuesto, le preguntaron: "¿De qué manera quieres volver a Bassra?" El dijo: "¡No lo sé!" Pero acordándose del tambor mágico que le había quitado al mago Bahram y que tenía aquella piel de gallo, exclamó: "¡Por Alah! ¡he ahí la manera! ¡Pero no sé cómo servirme de ese tambor!"
Entonces Botón-de-Rosa, que seguía llorando, secó sus lágrimas por un momento, y levantándose, dijo a Hassán: "¡Oh bienamado hermano mío, voy a enseñarte cómo has de servirte de ese tambor!" Y cogió el tambor, y apoyándoselo en el costado, hizo como si tocase sobre la piel de gallo con los dedos. Después dijo a Hassán: "¡Hay que hacer así!" y Hassán dijo: "¡Ya he comprendido, hermana mía!" Y a su vez cogió el tambor de manos de la joven, y tocó como había visto hacerlo a Botón-de-Rosa, pero con mucha fuerza. Y al instante surgieron de todos los puntos del horizonte camellos grandes, dromedarios de carrera, mulas y caballos. Y todo aquel rebaño al galope acudió a alinearse tumultuosamente en una fila muy larga con los camellos primero, detrás los dromedarios, y por último las mulas y los caballos.
Entonces las siete princesas escogieron los animales mejores y despidieron a los demás. Y cargaron a los que habían escogido con fardos preciosos, regalos, efectos y provisiones de boca. Y en el lomo de un gran dromedario de carrera, pusieron un magnífico palanquín con dos asientos para los dos esposos. Y entonces comenzaron las despedidas. ¡Oh! ¡cuán dolorosas fueron! ¡Pobre Botón-de-Rosa! ¡Estabas triste y llorabas! ¡Cómo se derretía tu corazón al besar a Hassán, que se marchaba con la hija del rey! ¡Y gemías cual una tórtola a la que se separase de tu tórtolo violentamente! ¡Ah! ¡no sabías aún ¡oh tierna Botón-de-Rosa! cuánta amargura guarda la copa de la separación! ¡Y no podías esperar que tu bienamado Hassán, cuya dicha preparabas, ¡oh llena de piedad! hubiera de sustraerse a tu dolor tan pronto! ¡Pero abriga la certeza de que le verás! ¡Tranquiliza, pues, tu alma preciosa y refresca tus ojos! ¡A fuerza de llorar, tus mejillas, de rosas que eran, se han hecho semejantes a flores de granado! ¡Cesa de llorar, Botón-de-Rosa!, ¡tranquiliza tu alma preciosa y refresca tus ojos! ¡volverás a ver a Hassán, pues así lo quiere el Destino!
Y la caravana se puso en marcha entre los gritos desgarradores de las despedidas, y desapareció a lo lejos, mientras Botón-de-Rosa caía desvanecida. Y con la rapidez del ave, atravesó la caravana valles y montañas, llanuras y desiertos, y con el asentimiento de Alah, que escribiole la seguridad, llegó a Bassra sin contratiempo.
Cuando llegaron a la puerta de la casa, Hassán oyó a su madre gemir y deplorar dolorosamente la ausencia de su hijo; y se le llenaron de lágrimas los ojos, y llamó a la puerta. Y desde dentro, preguntó la voz cascada de la pobre vieja: "¿Quién hay a la puerta?" Y dijo Hassán: "¡Ábrenos!" Y con sus débiles piernas fue ella a abrir la puerta temblando, y a pesar de tener la vista debilitada por las lágrimas, reconoció a su hijo Hassán. ¡Entonces lanzó un prolongado suspiro y cayó desmayada! Y Hassán le prodigó sus cuidados, con ayuda de su esposa, y la hizo volver en sí. Entonces se le colgó al cuello ella, y se besaron con ternura, llorando de alegría. Y tras de los primeros transportes, Hassán dijo a su madre: "¡Oh madre, he aquí a tu hija, mi esposa, que te traigo para servirte!"
La vieja miró a Esplendor, y al verla tan bella, quedó deslumbrada y creyó que perdía la razón. Y le dijo: "¡Quienquiera que seas, hija mía, bien venida seas a la casa que iluminas!" Y preguntó a Hassán: "Hijo mío ¿cómo se llama tu esposa?" El joven contestó: "Esplendor, ¡oh madre mía!" Ella dijo: "¡Oh conveniencia del nombre! ¡Qué bien inspirado estuvo quien te buscó ese nombre, ¡oh hija de bendición!" Y la cogió de la mano y se sentó a su lado en la vieja alfombra de la casa. Y Hassán, entonces, se puso a contar a su madre toda su historia, desde su desaparición súbita hasta su regreso a Bassra, sin olvidar un detalle. Y la madre quedó maravillada de lo que oía en el límite de la maravilla, y no supo qué hacer para honrar, con arreglo a su rango, a la hija del rey de reyes del Gennistán.
Por lo pronto, se apresuró a ir al zoco a comprar todo género de provisiones de primera calidad, y después fué al zoco de las sederías, y compró diez trajes espléndidos, lo más caro que tenían los mercaderes de más prestigio; y se los llevó a la esposa de Hassán, y la vistió con ellos, poniéndole a la vez los diez, uno encima de otro, para demostrarle así que nada era demasiado para su rango y su mérito. Y la besó como si fuese su propia hija. Y luego se puso a guisar manjares extraordinarios y pasteles a ningunos otros parecidos. Y no escatimó nada para halagarla, colmándola de cuidados y de atenciones delicadas. Tras de lo cual, se encaró con su hijo, y le dijo: "No sé ¡oh Hassán! pero me parece que la ciudad de Bassra no es digna del rango de tu esposa; más valdría en todos sentidos para nosotros que nos fuésemos a vivir a Bagdad, la Ciudad de Paz, bajo el ala protectora del califa Harún Al-Raschid. ¡Y además, hijo mío, henos aquí muy ricos repentinamente, y temo mucho que, de seguir en Bassra, donde se nos conoce por pobres, llamemos la atención de un modo sospechoso, y a causa de nuestras riquezas se nos acuse de practicar la alquimia! ¡Lo mejor, a mi entender, es que nos vayamos cuanto antes a Bagdad, donde desde un principio nos tomarán por príncipes o emires lejanos!" Y Hassán contestó a su madre: "¡Excelente idea!" Y se levantó en aquella hora y en aquel instante, y vendió los muebles y la casa. Tras de lo cual, cogió el tambor mágico e hizo resonar la piel de gallo.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y calló discretamente.


Y cuando llegó la 593ª noche

Ella dijo:
"... Tras de lo cual, cogió el tambor mágico e hizo resonar la piel de gallo. Y al punto surgieron del fondo de los aires grandes dromedarios que fueron a ponerse en fila a lo largo de la casa. Y Hassán y la madre de Hassán y la esposa de Hassán cogieron lo que habían guardado como lo mejor por ser cosas preciosas y ligeras de peso, y montando en su palanquín, pusieron los dromedarios a paso de carrera. Y en menos tiempo del que se necesita para distinguir la mano derecha de la mano izquierda, llegaron a orillas del Tigris en las puertas de Bagdad. Y Hassán tomó la delantera, y fué en busca de un corredor para que le adquiriese, por el precio de cien mil dinares, un magnífico palacio propiedad de un visir entre los visires. Y apresuróse a conducir allá a su madre y a su esposa. Y amuebló el palacio con un lujo fastuoso, y compró esclavos de ambos sexos, y mozos jóvenes y eunucos. Y no escatimó nada para que su tren de casa fuese el más notable de toda la ciudad de Bagdad.
Instalado de aquel modo, Hassán llevó desde entonces en la Ciudad de Paz una vida deliciosa con su esposa Esplendor, rodeados ambos de cuidados minuciosos por parte de la venerable y anciana madre, que todos los días se ingeniaba para confeccionar un manjar nuevo y ejecutar las recetas de cocina que aprendía de sus vecinas y que se diferenciaban mucho de las recetas de Bassra; porque en Bagdad había muchos platos que no podían fabricarse en ninguna otra parte sobre la faz de la tierra. Y he aquí que al cabo de nueve meses de llevar aquella vida encantadora y disfrutar de aquella alimentación especial, la esposa de Hassán parió felizmente dos hijos varones y gemelos, como lunas. Y al uno se le llamó Nasser, y al otro Manssur.
Pero, al cabo de un año, el recuerdo de las siete princesas se ofreció a la memoria de Hassán a la vez que el recuerdo del juramento que les había hecho. Y experimentó el más vivo deseo de volver a ver a Botón-de-Rosa principalmente. Hizo, pues, los preparativos necesarios para aquel viaje, compró las telas más hermosas y las cosas más hermosas que pudo encontrar en Bagdad y en todo el Irak y le parecieron más dignas de ofrecerse como regalos, y participó a su madre el proyecto que había formado, añadiendo: "Sólo quiero recomendarle una cosa hasta el límite de la recomendación y mientras dure mi ausencia: que guardes cuidadosamente el manto de plumas de mi esposa Esplendor, que tengo escondido en el sitio más secreto de la casa. ¡Porque, ¡oh madre mía! has de saber que si, para nuestra mayor desgracia, mi esposa querida tuviese ocasión de volver a ver ese manto, se acordaría al instante de su instinto original, que es el vuelo de las aves, y no podría por menos de volar de aquí, aun contra los impulsos de su corazón! ¡Ten, pues, mucho cuidado, madre mía, de no mostrarle ese manto! ¡Porque, si tal desgracia sucediera, sin duda moriría yo de pena o me mataría! Además, te recomiendo que la cuides bien, ya que está delicada y acostumbrada a los mimos, y que no dejes de servirla por ti misma con preferencia a las servidoras, que no saben como tú lo que es preciso y lo que no es preciso, lo que conviene y lo que no conviene, lo que es fino y lo que es grosero. Y sobre todo, madre mía, no la permitas poner el pie fuera de la casa, ni sacar la cabeza por una ventana, ni siquiera subir a la terraza del palacio, pues temo mucho que el aire libre y el espacio la incite de alguna manera o por alguna parte. ¡He ahí mis recomendaciones! ¡Y si quieres mi muerte, no tienes más que despreciarlas!"
Y contestó la madre de Hassán: "¡Guárdeme Alah de desobedecerte! ¡oh hijo mío ¡Roguemos al Profeta! ¿Acaso me he vuelto loca para tener necesidad de tantas recomendaciones o infringir la menor de tus órdenes? ¡Parte, pues, tranquilo, ¡oh Hassán! y calma tu espíritu! ¡Y a tu regreso, con la gracia de Alah, no tendrás más que preguntar a Esplendor si ha marchado todo con arreglo a tus deseos! ¡Pero, a mi vez quiero pedirte una cosa, ¡oh hijo mío! y es que no prolongues tu ausencia lejos de nosotras más que el tiempo preciso para ir y volver tras una corta estancia junto a las siete princesas!"
Así se hablaron uno a otro Hassán y la madre de Hassán. Y no sabían lo que les reservaba lo desconocido en el libro del Destino, en tanto que la bella Esplendor oía todas las palabras que se dijeron y las fijaba en su memoria.
Así, pues, Hassán prometió a su madre que no se ausentaría más que estrictamente el tiempo necesario, y se despidió de ella, y fue a besar a su esposa Esplendor, y a sus dos hijos, Nasser y Manssur, que mamaban al pecho de su madre. Tras de lo cual, tocó la piel de gallo del tambor...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Pero cuando llegó la 594ª noche

Ella dijo:
"... Tras de lo cual, tocó la piel de gallo del tambor y montó en un dromedario de carrera que hubo de presentarse; y después de reiterar por segunda vez a su madre todas sus recomendaciones, le besó la mano. Luego habló al dromedario, que estaba en cuclillas, y al punto se levantó sobre sus cuatro patas y salió disparando por los aires mejor que por tierra, entregando sus miembros al viento y devorando a su paso la distancia. Y no fué ya más que un punto en la lejanía del espacio.
No tiene utilidad, en verdad, decir la intensidad de alegría con que fue recibido Hassán a su llegada ante las siete princesas, y sobre todo la dicha que sintió Botón-de-Rosa y cómo adornaron el palacio con guirnaldas de flores y lo iluminaron. Mejor será que le dejemos contando a sus hermanas cuanto tenía que contarles, especialmente el nacimiento de sus dos hijos gemelos Nasser y Manssur; dejémosle, además, dedicarse con ellas a la caza y a las diversiones; hacedme el favor, ¡oh mis honorables y generosos oyentes que me rodeáis! de volver conmigo al palacio de Hassán, en Bagdad, donde dejamos a la anciana madre de Hassán y a su esposa Esplendor. ¡Hacedme ese favor, ¡oh mis señores de mano abierta! y veréis y oiréis lo que vuestros oídos honorables y vuestros ojos admirables jamás oyeron, escucharon ni sospecharon! Y desciendan sobre vosotros las bendiciones del Distribuidor y sus favores más escogidos. ¡Escuchadme bien, señores!
Es el caso ¡oh ilustrísimos! que cuando partió Hassán, su esposa Esplendor no se movió ni abandonó un instante a la madre de Hassán en el transcurso de dos días. Pero, a la mañana del tercer día, besó la mano de la anciana señora, dándole los buenos días, y le dijo: "¡Oh madre mía, quisiera ir al hammam, pues hace mucho tiempo ya que no tomo baños a causa de estar criando a Nasser y a Manssur!" Y la anciana señora dijo: "¡Ya Alah! ¡qué palabras tan fuera de lugar, hija mía! ¡Qué calamidad sería ir al hammam! ¿No sabes que tú y yo somos extranjeras que no conocemos para nada los hammams de esta ciudad? ¿Y cómo vas a ir allí sin que te conduzca tu esposo, que te habría de preceder para pedir de antemano una sala y asegurarse de que todo está limpio y de que no caen de la bóveda piojos, chinches y polillas? Pero tu esposo se halla ausente, y yo no conozco a nadie que pueda reemplazarle en una circunstancia tan grave; y no puedo acompañarte yo misma a causa de mi mucha edad y de mi debilidad. ¡No obstante, si quieres, hija mía, haré que te calienten agua aquí mismo, y te lavaré la cabeza y te daré un baño delicioso en el hammam de nuestra casa!
¡Precisamente tengo todo lo necesario para el caso, y hasta he recibido anteayer una caja de tierra perfumada de Alepo, y ámbar y pasta depilatoria, y henné! Así, pues, hija mía, puedes estar tranquila en cuanto a eso. ¡Será un baño excelente!"
Pero Esplendor contestó: "¡Oh mi señora! ¿desde cuándo se niega a las mujeres permiso para ir al hammam? ¡Por Alah, que si hubieses dicho esas cosas a una esclava misma, no las hubiera soportado, y antes que continuar en vuestra casa te hubiera pedido que la subastaras en el zoco! ¡Los hombres ¡oh mi señora! son tan insensatos, que imaginan que todas las mujeres se parecen y que hay que tomar contra ellas mil precauciones, a cuál más tiránica, para impedirles hacer cosas ilícitas! ¡Tú, sin embargo, debes tener muy bien sabido que, cuando una mujer ha resuelto firmemente hacer una cosa, siempre encuentra manera de conseguir su propósito, a despecho de todos los obstáculos, y que nada puede detenerla en sus deseos, aunque sean irrealizables o estén llenos de desastres!
¡Ah! ¡ay de mi juventud! ¡se sospecha de mí, y no se tiene fe ninguna en mi castidad! ¡Y ya sólo me resta morir!" ¡Y habiendo dicho estas palabras, se puso a verter lágrimas, y a llamar sobre su cabeza las más negras calamidades!
Entonces la madre de Hassán acabó por dejarse conmover por sus lloros y gemidos, comprendiendo, por otra parte, que en adelante no habría modo de apartarla de su propósito. Levantose, pues, a pesar de su mucha edad y de la prohibición expresa de su hijo, y preparó todo lo que se necesitaba para el baño en cuanto a ropa blanca limpia y perfumes. Luego dijo a Esplendor: "¡Vamos, hija mía, ven y no te entristezcas más! ¡Pero líbrenos Alah de la cólera de tu esposo!" Y salió del palacio con ella y la acompañó al hammam más renombrado de la ciudad.
¡Ah! ¡cuánto mejor hubiera hecho la madre de Hassán en no dejarse conmover por las quejas de Esplendor, y en no franquear el umbral de aquel hammam! ¿Pero quién puede leer en el libro de los Destinos, aparte del Único Vidente? ¿Y quién puede decir de antemano lo que ha de hacer entre dos pasos de camino? ¡No obstante, nosotros, que somos musulmanes, creemos y nos confiamos a la Voluntad Suprema! Y decimos: "¡No hay más Dios que Alah y Mohamed es el Enviado de Alah!" Rogad al Profeta, ¡oh creyentes, ilustres oyentes míos!
Cuando la bella Esplendor, precedida por la madre de Hassán, que llevaba el paquete de ropa blanca limpia, hubo penetrado en el hammam, las mujeres que había echadas en el salón central de entrada lanzaron un grito de admiración, de tanto como las sedujo la belleza de la joven...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Pero cuando llegó la 595ª noche

Ella dijo:
"... Cuando la bella Esplendor, precedida por la madre de Hassán, que llevaba el paquete de ropa blanca limpia, hubo penetrado en el hammam, las mujeres que había echadas en el salón central de entrada lanzaron un grito de admiración, de tanto como las sedujo la belleza de la joven. ¡Y ya no le quitaron el ojo! ¡Tal fue su deslumbramiento al ver a la joven envuelta en sus velos todavía! ¡Pero cuál no sería su delirio cuando, tras de quitarle la ropa, se quedó desnuda por completo!
¡Oh arpa de Daúd el rey, que encantabas al león Saúl; y tú, hija del desierto, amante de Antara, el guerrero de cabellos crespos, ¡oh virgen Abla! la de hermosas caderas, que sublevaste en todos sentidos a las tribus de Arabia, haciéndolas chocar unas con otras! y tú, Sett Budur, hija del rey Ghayur, señor de El-Budur y de El-Kussur, tú cuyos ojos de incendio turbaron en extremo a los genn y a los efrits; y tú, música de los manantiales, y tú, canto primaveral de los pájaros, ¿a qué quedáis reducidos ante la desnudez de aquella gacela? ¡Loores a Alah, que te creó ¡oh Esplendor! y mezcló en tu cuerpo de gloria los rubíes y el almizcle, el ámbar puro y las perlas, ¡oh toda de oro!
Así, pues, las mujeres del hammam, para considerarla mejor, prescindieron de su baño y su pereza, y la siguieron paso a paso. Y la fama de sus encantos cundió en seguida desde el hammam por todo el contorno, y en un instante invadieron las salas, hasta el punto de no poderse circular por ellas, mujeres atraídas por la curiosidad de ver tal maravilla de belleza. Y entre aquellas mujeres desconocidas encontrábase precisamente una de las esclavas de Sett Zobeida, esposa del califa Harún Al-Raschid. Y aquella joven esclava, que se llamaba Tohfa, quedó aun más estupefacta que las otras de la belleza perfecta de aquella luna mágica; y con los ojos muy abiertos, se inmovilizó en primera fila mirándola bañarse en la piscina. Y cuando Esplendor hubo terminado su baño y estuvo vestida, la esclava no pudo menos de seguirla fuera del hammam, atraída por ella como por una piedra de imán, y echó a andar detrás de ella por la calle hasta que Esplendor y la madre de Hassán llegaron a su morada. Entonces la joven esclava Tohfa, como no podía entrar en el palacio, se limitó a llevarse los dedos a los labios, lanzando a Esplendor, a la vez que una rosa, un beso sonoro. Pero, desgraciadamente para ella, el eunuco que había a la puerta vió la rosa y el beso, y en extremo enfadado, empezó a dirigirle espantosas injurias, poniendo los ojos en blanco; lo cual la decidió, aunque suspirando, a volver sobre sus pasos. Y entró en el palacio del califa, apresurándose a ir al lado de su ama Sett Zobeida.
Y he aquí que Sett Zobeida vió que su esclava preferida estaba muy pálida y muy emocionada; y le preguntó: "¿Dónde estuviste, ¡oh gentil! que vuelves en ese estado de palidez y de emoción?" La esclava dijo: "En el hammam, ¡oh mi señora!" Sett Zobeida preguntó: "¿Y qué viste en el hammam, Tohfa mía, para volver a mí tan trastornada y con los ojos tan lánguidos?" La esclava contestó: "¿Y cómo ¡oh mi señora! no han de languidecer mis ojos y mi alma, y no ha de invadir mi corazón la melancolía, después de ver a la que me ha arrebatado la razón?"
Sett Zobeida se echó a reír, y dijo: "¿Qué me cuentas ¡oh Tohfa! y de quién me hablas?" La esclava dijo: "¿Qué adolescente delicada o qué joven, qué pavo real o qué gacela ¡oh mi señora! la igualarán jamás en encantos y en belleza? Sett Zobeida dijo: "¡Oh loca Tohfa! ¿querrás por fin decidirte a decirme su nombre?"
La esclava dijo: "No lo sé, ¡oh mi señora! ¡Pero ¡oh mi señora! por los méritos de tus beneficios sobre mi cabeza, te juro que ninguna criatura en la faz de la tierra, en el pasado, en el presente o en el futuro, es comparable a ella! Todo lo que de ella sé es que habita en el palacio situado a orillas del Tigris y que tiene una puerta grande por el lado de la ciudad y otra puerta por el lado del río. ¡Y me han dicho, además, en el hammam, que era esposa de un rico mercader llamado Hassán Al-Bassri! ¡Ah mi señora! si me ves toda temblorosa entre tus manos, no es solamente la emoción suscitada por su belleza, sino del temor extremado que me invade al pensar en las consecuencias funestas que sobrevendrían si, por desgracia, nuestro señor el califa llegara a oír hablar de ella. ¡Seguramente haría que mataran al marido, y despreciando todas las leyes de equidad, se casaría con esa milagrosa joven! ¡Y de tal suerte vendería los bienes inestimables de su alma inmortal por la posesión temporal de una criatura hermosa, pero perecedera!"
Al oír estas palabras de su esclava Tohfa, Sett Zobeida, que sabía cuán prudente y mesurada era de ordinario en sus discursos, quedó estupefacta, y le dijo: "Pero ¡oh Tohfa! ¿estás bien segura, al menos, de que no has visto en sueños solamente semejante maravilla de belleza?" La esclava contestó: "Juro por mi cabeza y por el peso del agradecimiento que debo a tus bondades para conmigo, ¡oh mi señora! que no sólo la he visto, sino que acabo de arrojar una rosa y un beso a esa joven que no tiene igual en ninguna tierra y en ningún clima, lo mismo entre los árabes que entre los turcos o los persas!"
Sett Zobeida exclamó entonces: "¡Por la vida de mis antepasados los Puros, que es preciso que yo también contemple a esa piedra preciosa única, y que la vea con mis ojos!"
Al punto hizo llamar al porta alfanje Massrur, y después que él hubo besado la tierra entre sus manos, le dijo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Y cuando llegó la 596ª noche

Ella dijo:
"... Al punto hizo llamar al portaalfanje Massrur, y después que él hubo besado la tierra entre sus manos, le dijo: "¡Oh Massrur! ¡ve a toda prisa al palacio que tiene dos puertas, una que da al río y otra que mira a la ciudad! ¡Y allí preguntarás por la joven que habita en él, y me la traerás, bajo pena de tu cabeza!" Y contestó Massrur: "¡Oír es obedecer!" Y salió, sacando la cabeza antes que los pies, y corrió al palacio consabido que, en efecto, era el de Hassán. Y franqueó la puerta grande a la vista del eunuco, que le reconoció y se inclinó ante él hasta tierra. Y llegó a la puerta de entrada, a la cual llamó.
Al momento fué a abrir la anciana madre de Hassán. Y Massrur entró en el vestíbulo y deseó la paz a la anciana señora. Y la madre de Hassán le devolvió su zalema, y le preguntó: "¿Qué deseas?"
El dijo: "¡Soy Massrur el porta alfanje! Vengo enviado aquí por El-Sayeda Zobeida, hija de El-Kassem, esposa de Al-Emir Al-Mumenin Harún Al-Raschid, sexto de los descendientes de Al-Abbas, tío del Profeta (¡con El la paz de Alah y sus bendiciones!) ¡Y vengo para llevar conmigo al palacio, a presencia de mi señora, a la hermosa joven que habita en esta morada!"
Al oír estas palabras, exclamó la aterrada y temblorosa madre de Hassán: "¡Oh Massrur! ¡somos extranjeras aquí, y mi hijo, el esposo de la joven en cuestión, se halla ausente, de viaje! ¡Y antes de partir me ha prohibido expresamente que la dejara salir de la casa, ni conmigo ni con ninguna otra persona, y bajo ningún pretexto! ¡Y tengo miedo de que, por dejarla salir, sobrevenga, a causa de su belleza, algún accidente que obligue a mi hijo a darse la muerte a su regreso! ¡Te suplicamos, pues, ¡oh bienhechor Massrur! que tengas piedad de nuestra aflicción, y no nos pidas una cosa que está por encima de nuestra voluntad y de nuestros medios concederte!"
Massrur contestó: "¡Nada temas, mi buena señora! ¡en la certeza de que ningún accidente sensible acaecerá a la joven! Se trata sencillamente de que mi señora Sett Zobeida vea esa joven hermosura para asegurarse por sus propios ojos si la fama exagera la nota de sus encantos y de su esplendor. Por cierto que no es la primera vez que se me ha encargado una misión análoga; y puedo asegurarte que ni una ni otra tendréis que arrepentiros de vuestra sumisión a semejante deseo, ¡sino al contrario! ¡Y además, lo mismo que voy a conduciros con toda seguridad entre las manos de Sett Zobeida, me comprometo a traeros sanas y salvas a vuestra casa!"
Cuando la madre de Hassán comprendió que toda resistencia sería inútil y hasta perjudicial, dejó a Massrur en el vestíbulo y entró a vestir a Esplendor y a adornarla, y a vestir también a los dos pequeñuelos, Nasser y Manssur. Y cogió en brazos a ambos pequeñuelos y dijo a Esplendor: "Ya que tenemos que ceder ante el deseo de Sett Zobeida, ¡vamos todos juntos!" Y pasó al vestíbulo antes que ella, y dijo a Massrur: "¡Ya estamos dispuestas!" Y Massrur salió y abrió la marcha, seguido por la madre de Hassán, que llevaba a los dos pequeñuelos e iba a su vez seguida de Esplendor, completamente envuelta en sus velos. Y de tal suerte las condujo Massrur al palacio del califa hasta ponerlas delante del ancho trono bajo en que aparecía, reposando sentada majestuosamente, El-Sayeda Zobeida rodeada por la muchedumbre numerosa de sus esclavas y de sus favoritas, en la primera fila de la cuales se mantenía la pequeña Tohfa.
Entonces, entregando ambos pequeñuelos a Esplendor, que seguía envuelta siempre en sus velos, la madre de Hassán besó la tierra entre las manos de Sett Zobeida, y después de la zalema hubo de cumplimentarle. Y Sett Zobeida, le devolvió su zalema, le tendió la mano, que la anciana se llevó a los labios, y le rogó que se levantase. Luego se encaró con la esposa de Hassán, y le dijo: "¿Por qué ¡oh bienvenida! no te desembarazas de tus velos? ¡Aquí no hay hombres!" E hizo seña a Tohfa, que al punto se acercó a Esplendor, ruborizándose, y empezó por tocar la orla de su velo, llevándose después a los labios y a la frente los dedos que rozaron el cendal. Luego le ayudó a quitarse el velo grande y le levantó por sí misma el velillo del rostro.
¡Oh Esplendor! ¡Ni la luna llena cuando sale de debajo de una nube, ni el sol con todo su brillo, ni el tierno balanceo de la rama en la tibieza de la primavera, ni las brisas del crepúsculo, ni el agua riente, ni nada de cuanto encanta a los humanos por la vista, por el oído o por el entendimiento, hubiera podido arrebatar, cual tú lo hiciste, la razón de las que te miraban! ¡Con el irradiar de tu belleza, se iluminó y resplandeció todo el palacio! ¡Con la alegría de tu presencia, saltaron como corderos los corazones y bailaron en los pechos! ¡Y la locura soplaba sobre todas las cabezas! Y las esclavas te contemplaban con admiración, musitando: "¡Oh Esplendor!" Pero nosotros ¡oh oyentes míos! decimos: "Loores a Alah, que formó el cuerpo de la mujer cual el lirio del valle, y lo dió a sus creyentes como un anticipo del Paraíso...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y cuando llegó la 597ª noche

Ella dijo:
"... Pero nosotros ¡oh oyentes míos! decimos: "Loores a Alah, que formó el cuerpo de la mujer cual el lirio del valle, y lo dió a sus creyentes como un anticipo del Paraíso!"
Cuando Sett Zobeida se repuso del deslumbramiento en que se encontraba, se levantó de su trono y se acercó a Esplendor, a quien hubo de abrazar y oprimir contra su seno, besándole los ojos. Luego la hizo sentarse al lado suyo en el trono, y se quitó y le puso al cuello un collar de diez sartas de perlas gruesas que llevaba ella desde que se casó con Al-Raschid.
Luego le dijo: "¡Oh soberana de los encantos! ¡en verdad que se equivocó mi esclava Tohfa al hablarme de tu belleza! ¡Porque tu belleza está por encima de todas las palabras! Pero dime, ¡oh perfecta! ¿conoces el canto, el baile o la música? ¡Porque, cuando se es como eres tú, se sobresale en todo!" Esplendor contestó: "¡En verdad ¡oh mi señora! que no sé cantar, ni bailar, ni tocar el laúd y la guitarra; y no sobresalgo en ninguna de las artes que por lo general conocen las jóvenes. Sin embargo, poseo una ciencia única, que quizá te parezca maravillosa: ¡consiste en volar por los aires como los pájaros!"
Al oír estas palabras de Esplendor, exclamaron todas las mujeres: "¡Oh encanto! ¡Oh prodigio!" Y Sett Zobeida dijo: "¿Cómo vacilar en creerte dotada de semejante aptitud, aunque me asombre en extremo? ¿No eres ya más armoniosa que el cisne y más ligera a la vista que las aves? ¡Pero si quieres encadenar nuestra alma tras de ti, consiente en hacer ante nuestros ojos la prueba de un vuelo sin alas!" Ella dijo: "¡Alas poseo precisamente, oh mi señora! pero no las llevo encima. ¡No obstante, puedo tenerlas, si tal es tu voluntad! ¡No tienes más que pedir a la madre de mi esposo que me traiga mi manto de plumas!"
Al punto Sett Zobeida se encaró con la madre de Hassán, y le dijo: "¡Oh venerable dama, madre nuestra! ¿quieres ir a buscar ese manto de plumas, para que yo vea el uso que hace de él tu encantadora hija?" Y pensó la pobre mujer: "¡Henos aquí perdidos sin remisión a todos! ¡La vista de su manto va a traerle a la memoria su instinto original, y sólo Alah sabe lo que ha de suceder!". Y contestó con temblorosa voz: "¡Oh mi señora, mi hija Esplendor se halla turbada por tu majestad, y no sabe ya lo que se dice! ¿Acaso se han llevado alguna vez trajes de plumas, que son una vestidura que no conviene más que a los pájaros?"
Pero intervino Esplendor, y dijo a Sett Zobeida: "¡Por tu vida ¡oh mi señora! te juro que mi manto de plumas está guardado en un cofre escondido en nuestra casa!" Entonces Sett Zobeida se quitó del brazo un brazalete precioso que valía tanto como todos los tesoros de Khosroes y de Kaissar, y se lo ofreció a la madre de Hassán, diciéndole: "¡Oh madre nuestra! ¡por mi vida sobre ti, te conjuro a que vayas a tu casa a buscar ese manto de plumas, únicamente para verlo una vez! Y lo recuperarás enseguida en el mismo estado que lo traigas".
Pero la madre de Hassán juró que nunca había visto aquel manto de plumas ni nada que se le pareciese. Entonces gritó Sett Zobeida: "¡Ya Massrur!" Y al punto el portaalfanje del califa se presentó entre las manos de su soberana, que le dijo: "¡Massrur, corre en seguida a casa de estas damas, y busca en ella por todas partes un manto de plumas que está guardado en un cofre escondido!"
Y Massrur obligó a la madre de Hassán a que le entregara las llaves de la casa, y corrió a hacer pesquisas por todas partes hasta que acabó por encontrar el manto de plumas en un cofre escondido bajo tierra. Y se lo llevó a Sett Zobeida, quien, después de admirarlo largamente y maravillarse del arte con que estaba hecho, se lo entregó a la bella Esplendor.
Entonces Esplendor empezó por examinarlo pluma a pluma, y comprobó que estaba intacto como el día en que se lo arrebató Hassán. Y lo desdobló y se metió dentro, recogiéndose los extremos y abrochándoselo. ¡Y se tornó semejante a un gran pájaro blanco! ¡Y ante el asombro de los circunstantes, patinó primero durante algún tiempo, volvió sobre sus pasos sin tocar el suelo, y se elevó hasta el techo balanceándose! Luego descendió ligera y aérea, y se puso a horcajadas en un hombro a sus dos hijos, diciendo a Sett Zobeida y a las damas: "Veo que os han gustado mis vuelos. Voy, pues, a daros más gusto aún". Y tomó impulso, y se lanzó a la ventana más alta, posándose en el alféizar. Y desde allí exclamó: "¡Os advierto que os abandono!"
Y en extremo emocionada, dijo Sett Zobeida: "¿Cómo es posible ¡oh Esplendor! que nos dejes ya, privándonos para siempre de tu belleza, ¡oh soberana de las soberanas!?" Esplendor contestó: "¡Ay! sí, ¡oh mi señora! ¡Quien se marcha no vuelve!" Luego encaróse con la pobre madre de Hassán, desolada, sollozante, abatida en la alfombra, y le dijo: "¡Oh madre de Hassán! ¡créeme que me aflige mucho marcharme así, y me entristezco por causa tuya y por tu hijo Hassán, mi esposo, pues los días de la separación desgarrarán su corazón y ennegrecerán nuestra vida, ¡pero ¡ay! no puedo más! Siento que invade mi alma la embriaguez del aire, y es preciso que eche a volar por el espacio. Pero si tu hijo quiere encontrarme algún día, no tendrá más que ir a buscarme a las islas Wak-Wak.
Adiós, pues, ¡oh madre de mi esposo!" Y habiendo dicho estas palabras, Esplendor se elevó por los aires y fué a posarse un instante sobre la cúpula del palacio para alisar sus plumas. Luego reanudó su vuelo, y desapareció en las nubes con sus dos hijos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Y cuando llegó la 598ª noche

Ella dijo:
"... Y habiendo dicho estas palabras, Esplendor se elevó por los aires y fué a posarse un instante sobre la cúpula del palacio para alisar sus plumas. Luego reanudó su vuelo, y desapareció en las nubes con sus dos hijos.
En cuanto a la pobre madre de Hassán, estuvo a punto de expirar de dolor, y quedó sin movimiento, desplomada en el suelo. Y Sett Zobeida se inclinó sobre ella y le prodigó por sí misma los cuidados necesarios; y cuando la hubo reanimado un poco, le dijo: "¡Ah madre mía! ¿por qué en vez de negarlo todo, no me has prevenido de que Esplendor podía hacer semejante uso de esa ropa encantada, de ese manto fatal! ¡Me hubiese guardado mucho entonces de dejarlo en su poder! Pero, ¿cómo iba yo a adivinar que la esposa de tu hijo pertenecía a la raza de los genn aéreos? ¡Te ruego, pues, mi buena madre, que me perdones por mi ignorancia y que no censures con exceso un acto que no premedité!"
Y dijo la pobre vieja: "¡Oh mi señora, yo sola tengo la culpa! ¡Y la esclava nada tiene que perdonar a su soberana! ¡Cada cual lleva colgado al cuello su destino! ¡Y el mío y el de mi hijo, es morir de dolor!" Y buscó ella a los nietos y no los encontró; y buscó a la esposa de su hijo y no la encontró! Entonces rompió en lágrimas y en sollozos, más próxima a la muerte que a la vida. E hizo erigir en la casa tres tumbas, una grande y dos pequeñas, junto a las cuales se pasaba los días y las noches gimiendo y llorando.
Y recitaba estos versos y muchos otros:
¡Oh nietos míos! ¡como la lluvia por las ramas secas, corre mi llanto por mis mejillas arrugadas!
¡El adiós de vuestra marcha, es el adiós a nuestra vida! ¡Vuestra pérdida es la pérdida de nuestra alma, y yo ¡ay! sigo aquí!
¡Vosotros erais mi alma! ¿Cómo habiéndome abandonado mi alma, puedo vivir todavía ¡oh pobres pequeñuelos míos!? ¡Y yo sigo aquí!
¡Y esto es lo referente a ella! Pero respecto a Hassán, cuando hubo pasado tres meses con las siete princesas, pensó en partir para no poner en inquietud a su madre y a su esposa. Y golpeó la piel de gallo del tambor; y se presentaron los dromedarios. Y cargaron cinco dromedarios con lingotes de oro y de plata y cinco con pedrerías. Y le hicieron prometer que volvería a verlas al cabo de un año. Luego le besaron todas, una tras de otra, poniéndose en fila; y cada cual a su vez le dedicó una o dos estrofas muy tiernas, en las que le expresaban cuánto les afligía su partida. Y se balanceaban rítmicamente sobre sus caderas, marcando la cadencia de los versos. Y Hassán les respondió con este poema improvisado:
¡Mis lágrimas son perlas, de las cuales os ofrezco un collar, hermanas mías! ¡He aquí que en el día de la marcha, afirmado sobre los estribos, ya no puedo volver riendas!
¡Oh hermanas mías! ¿Cómo me arrancaré de vuestros brazos amantes? ¡Mi cuerpo se aleja; pero mi alma queda con vosotras! ¡Ay! ¡ay! ¿cómo volver ya riendas con el pie en el estribo?
Después se alejó Hassán en su dromedario, a la cabeza del convoy, y llegó felizmente a Bagdad, la ciudad de Paz. Pero, al entrar en su casa, casi no reconoció Hassán a su madre, de tanto como había cambiado la infortunada a fuerza de lágrimas, de ayuno y de vigilias. Y como no veía que acudiese su esposa con los niños, preguntó a su madre: "¿Dónde está la mujer? ¿Y dónde están los niños?" Y su madre no pudo responder más que con sollozos. Y Hassán echó a correr como un loco por las habitaciones, y en la sala de reunión vió abierto y vacío el cofre en que hubo de guardar el manto encantado. ¡Y se volvió y advirtió en medio de la estancia las tres tumbas!
Entonces se desplomó cuan largo era, sin conocimiento, dando en la piedra con la frente. Y a pesar de los cuidados de su madre, que voló en socorro suyo, permaneció en aquel estado desde por la mañana hasta por la noche. Pero acabó por volver en sí, y desgarró sus vestiduras y se cubrió la cabeza con ceniza y polvo. Luego precipitóse de improviso sobre su espada y quiso atravesarse con ella. Pero su madre se interpuso entre él y la espada, extendiendo los brazos. Y le apoyó la cabeza en su pecho, y le hizo sentarse, aunque no tardó él en retorcerse de desesperación por el suelo como una serpiente. Y se puso ella a contarle poco a poco todo lo que había sucedido durante su ausencia, y concluyó diciéndole: "Ya ves, hijo mío, que a pesar de la inmensidad de nuestra desdicha, no debe la desesperación entrar en tu corazón, puesto que puedes encontrar a tu esposa en las islas Wak-Wak.. .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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