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Y cuando llegó la 591ª noche
Ella dijo:
"¡Y eso es ¡oh hermanas mías! lo que de una ojeada pude ver de la princesa Esplendor, hija del rey de reyes del Gennistán!" Cuando las jóvenes hubieron oído estas palabras de su hermana, exclamaron maravilladas: "¡Qué razón tienes ¡oh Hassán! para prendarte de esa joven espléndida! Pero ¡por Alah! date prisa a conducirnos junto a ella para que la veamos con nuestros propios ojos."
Y Hassán, seguro por lo que afectaba a sus hermanas, las condujo al pabellón donde se encontraba la bella Esplendor. Y al ver su belleza sin par, besaron ellas la tierra entre sus manos, y tras de las zalemas de bienvenida, le dijeron: "¡Oh hija de nuestro rey! verdaderamente es prodigiosa tu aventura con nuestro hermano el joven! ¡Y de pie aquí entre tus manos, todas te predecimos la dicha para lo futuro, y te aseguramos que durante toda tu vida no dejarás de felicitarte por tu encuentro con este joven, hermano nuestro, y por su delicadeza de modales, y por su destreza para todo, y por su afección! ¡Piensa, además, en que, en vez de servirse de un intermediario, te ha declarado por sí mismo su pasión, y no te ha pedido nada ilícito! ¡Y si no tuviésemos la certeza de que las jóvenes no pueden pasarse sin hombres, no daríamos ante ti, hija de nuestro rey, un paso tan audaz! ¡Déjanos, pues, casarte con nuestro hermano, y quedarás contenta de él, que nosotras respondemos con nuestro cuello!" Y habiendo dicho estas palabras, esperaron la respuesta.
Pero, como la bella Esplendor no diese contestación alguna, se adelantó Botón-de-Rosa y le cogió la mano con sus manos, y le dijo: "¡Con tu permiso, oh señora nuestra!" Y se encaró con Hassán, y le dijo: "¡Trae tu mano!" Y Hassán le dió la mano, y Botón-de-Rosa la cogió y la unió entre las suyas a la de la princesa, diciéndole a ambos: "¡Os caso con asentimiento de Alah y por la ley de su Enviado!" Y en el límite de la dicha, Hassán improvisó estos versos:
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- ¡Oh mezcla admirable reunida en tu hermosura! Al ver tu glorioso rostro bañado en el agua de la belleza, ¿quién podrá olvidar su radiante esplendor?
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- ¡Te ven mis ojos compuesta preciosamente de rubíes en toda una mitad de tu cuerpo encantador, de perlas en la tercera parte, de almizcle negro en la quinta parte y de ámbar en la sexta parte, ¡oh toda dorada!
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- ¡Entre las vírgenes nacidas de la Eva primera, y entre las bellezas que habitan los múltiples jardines de los cielos, no hay ninguna que pueda compararse contigo!
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- ¿Quieres darme la muerte? ¡No me perdones! ¡Otras muchas víctimas hizo el amor! ¡Y si quieres volverme a la vida, baja hacia mí tus ojos!, ¡oh ornato del mundo!
Estas palabras que tan a las claras mostraban el nuevo mérito de Hassán, por fin acabaron de conquistar el corazón de la recién casada. Y miró a Hassán, sonriendo bajo sus largas pestañas. Y Hassán, que no esperaba más que una seña de sus ojos, la cogió en brazos y se la llevó a su aposento. ¡Y allí, con su permiso, abrió en ella lo que tenía que abrir, y rompió lo que tenía que romper, y destapó lo que estaba sellado! Y se endulzó con todo aquello hasta el límite de la dulzura; y lo mismo le ocurrió a ella. Y experimentaron ambos en poco tiempo el colmo de todas las alegrías del mundo. Y el amor a la joven se incrustó en el corazón de Hassán más que todas las pasiones. ¡Y todos sus pájaros cantaron prolongadamente! Por tanto, ¡gloria a Alah, que une en las delicias a sus creyentes y no les escatima sus dones dichosos! ¡Tú eres, Señor, el que adoramos, tú eres aquél de quien imploramos socorro! ¡Llévanos por el sendero recto, por el sendero de aquellos a quienes colmaste con tus beneficios, y no por el de aquellos que incurrieron en tu cólera ni por el de los extraviados!
Y he aquí que Hassán y Esplendor estuvieron juntos de tal suerte cuarenta días, transcurridos en el seno de las alegrías que proporciona el amor. Y las siete princesas, especialmente Botón-de-Rosa, se esforzaron por variar cada día los placeres de ambos esposos, y hacerles la estancia en el palacio lo más agradable que les fué posible.
Pero al cabo del día cuadragésimo, Hassán vió en sueños a su madre, que le reprochaba por haberla olvidado, mientras ella se pasaba los días y las noches llorando sobre la tumba que hubo de erigirle en la casa.
¡Y se despertó con lágrimas en los ojos lanzando suspiros que partían el alma! Y al oírle llorar, acudieron sus hermanas, las siete princesas; y Botón-de-Rosa, más desolada que todas las otras, preguntó a la hija del rey de los genn qué le había sucedido a su esposo. Y contestó Esplendor: "¡No lo sé!" Y dijo Botón-de-Rosa: "¡Yo misma iré a informarme de lo que le tiene tan triste!"
Y preguntó a Hassán: "¿Qué te ocurre, hermano mío?" Y las lágrimas de Hassán corrieron con más violencia; y acabó por contar su sueño, lamentándose mucho...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 592ª noche
Ella dijo:
"... y acabó por contar su sueño, lamentándose mucho. Entonces le tocó a Botón-de-Rosa llorar y gemir, en tanto que sus hermanas decían a Hassán: "En ese caso, ¡oh Hassán! no podemos retenerte aquí más tiempo ni impedirte que regreses a tu país para volver a ver a tu madre querida. ¡Solamente te suplicamos que no nos olvides y que nos prometas volver para hacernos una visita una vez al año!" Y su hermana Botón-de-Rosa se le colgó al cuello sollozando, y acabó por caer desmayada de dolor. Y cuando recobró el conocimiento, recitó tristemente versos de adiós, y sepultó la cabeza en sus rodillas, rehusando todo consuelo. Y Hassán empezó a besarla y a acariciarla; y hubo de prometerle por juramento que volvería a verla una vez al año. Y mientras tanto, sus otras hermanas, a ruegos de Hassán, se pusieron a hacer los preparativos del viaje. Y cuando estuvo todo dispuesto, le preguntaron: "¿De qué manera quieres volver a Bassra?" El dijo: "¡No lo sé!" Pero acordándose del tambor mágico que le había quitado al mago Bahram y que tenía aquella piel de gallo, exclamó: "¡Por Alah! ¡he ahí la manera! ¡Pero no sé cómo servirme de ese tambor!"
Entonces Botón-de-Rosa, que seguía llorando, secó sus lágrimas por un momento, y levantándose, dijo a Hassán: "¡Oh bienamado hermano mío, voy a enseñarte cómo has de servirte de ese tambor!" Y cogió el tambor, y apoyándoselo en el costado, hizo como si tocase sobre la piel de gallo con los dedos. Después dijo a Hassán: "¡Hay que hacer así!" y Hassán dijo: "¡Ya he comprendido, hermana mía!" Y a su vez cogió el tambor de manos de la joven, y tocó como había visto hacerlo a Botón-de-Rosa, pero con mucha fuerza. Y al instante surgieron de todos los puntos del horizonte camellos grandes, dromedarios de carrera, mulas y caballos. Y todo aquel rebaño al galope acudió a alinearse tumultuosamente en una fila muy larga con los camellos primero, detrás los dromedarios, y por último las mulas y los caballos.
Entonces las siete princesas escogieron los animales mejores y despidieron a los demás. Y cargaron a los que habían escogido con fardos preciosos, regalos, efectos y provisiones de boca. Y en el lomo de un gran dromedario de carrera, pusieron un magnífico palanquín con dos asientos para los dos esposos. Y entonces comenzaron las despedidas. ¡Oh! ¡cuán dolorosas fueron! ¡Pobre Botón-de-Rosa! ¡Estabas triste y llorabas! ¡Cómo se derretía tu corazón al besar a Hassán, que se marchaba con la hija del rey! ¡Y gemías cual una tórtola a la que se separase de tu tórtolo violentamente! ¡Ah! ¡no sabías aún ¡oh tierna Botón-de-Rosa! cuánta amargura guarda la copa de la separación! ¡Y no podías esperar que tu bienamado Hassán, cuya dicha preparabas, ¡oh llena de piedad! hubiera de sustraerse a tu dolor tan pronto! ¡Pero abriga la certeza de que le verás! ¡Tranquiliza, pues, tu alma preciosa y refresca tus ojos! ¡A fuerza de llorar, tus mejillas, de rosas que eran, se han hecho semejantes a flores de granado! ¡Cesa de llorar, Botón-de-Rosa!, ¡tranquiliza tu alma preciosa y refresca tus ojos! ¡volverás a ver a Hassán, pues así lo quiere el Destino!
Y la caravana se puso en marcha entre los gritos desgarradores de las despedidas, y desapareció a lo lejos, mientras Botón-de-Rosa caía desvanecida. Y con la rapidez del ave, atravesó la caravana valles y montañas, llanuras y desiertos, y con el asentimiento de Alah, que escribiole la seguridad, llegó a Bassra sin contratiempo.
Cuando llegaron a la puerta de la casa, Hassán oyó a su madre gemir y deplorar dolorosamente la ausencia de su hijo; y se le llenaron de lágrimas los ojos, y llamó a la puerta. Y desde dentro, preguntó la voz cascada de la pobre vieja: "¿Quién hay a la puerta?" Y dijo Hassán: "¡Ábrenos!" Y con sus débiles piernas fue ella a abrir la puerta temblando, y a pesar de tener la vista debilitada por las lágrimas, reconoció a su hijo Hassán. ¡Entonces lanzó un prolongado suspiro y cayó desmayada! Y Hassán le prodigó sus cuidados, con ayuda de su esposa, y la hizo volver en sí. Entonces se le colgó al cuello ella, y se besaron con ternura, llorando de alegría. Y tras de los primeros transportes, Hassán dijo a su madre: "¡Oh madre, he aquí a tu hija, mi esposa, que te traigo para servirte!"
La vieja miró a Esplendor, y al verla tan bella, quedó deslumbrada y creyó que perdía la razón. Y le dijo: "¡Quienquiera que seas, hija mía, bien venida seas a la casa que iluminas!" Y preguntó a Hassán: "Hijo mío ¿cómo se llama tu esposa?" El joven contestó: "Esplendor, ¡oh madre mía!" Ella dijo: "¡Oh conveniencia del nombre! ¡Qué bien inspirado estuvo quien te buscó ese nombre, ¡oh hija de bendición!" Y la cogió de la mano y se sentó a su lado en la vieja alfombra de la casa. Y Hassán, entonces, se puso a contar a su madre toda su historia, desde su desaparición súbita hasta su regreso a Bassra, sin olvidar un detalle. Y la madre quedó maravillada de lo que oía en el límite de la maravilla, y no supo qué hacer para honrar, con arreglo a su rango, a la hija del rey de reyes del Gennistán.
Por lo pronto, se apresuró a ir al zoco a comprar todo género de provisiones de primera calidad, y después fué al zoco de las sederías, y compró diez trajes espléndidos, lo más caro que tenían los mercaderes de más prestigio; y se los llevó a la esposa de Hassán, y la vistió con ellos, poniéndole a la vez los diez, uno encima de otro, para demostrarle así que nada era demasiado para su rango y su mérito. Y la besó como si fuese su propia hija. Y luego se puso a guisar manjares extraordinarios y pasteles a ningunos otros parecidos. Y no escatimó nada para halagarla, colmándola de cuidados y de atenciones delicadas. Tras de lo cual, se encaró con su hijo, y le dijo: "No sé ¡oh Hassán! pero me parece que la ciudad de Bassra no es digna del rango de tu esposa; más valdría en todos sentidos para nosotros que nos fuésemos a vivir a Bagdad, la Ciudad de Paz, bajo el ala protectora del califa Harún Al-Raschid. ¡Y además, hijo mío, henos aquí muy ricos repentinamente, y temo mucho que, de seguir en Bassra, donde se nos conoce por pobres, llamemos la atención de un modo sospechoso, y a causa de nuestras riquezas se nos acuse de practicar la alquimia! ¡Lo mejor, a mi entender, es que nos vayamos cuanto antes a Bagdad, donde desde un principio nos tomarán por príncipes o emires lejanos!" Y Hassán contestó a su madre: "¡Excelente idea!" Y se levantó en aquella hora y en aquel instante, y vendió los muebles y la casa. Tras de lo cual, cogió el tambor mágico e hizo resonar la piel de gallo.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y calló discretamente.
Y cuando llegó la 593ª noche
Ella dijo:
"... Tras de lo cual, cogió el tambor mágico e hizo resonar la piel de gallo. Y al punto surgieron del fondo de los aires grandes dromedarios que fueron a ponerse en fila a lo largo de la casa. Y Hassán y la madre de Hassán y la esposa de Hassán cogieron lo que habían guardado como lo mejor por ser cosas preciosas y ligeras de peso, y montando en su palanquín, pusieron los dromedarios a paso de carrera. Y en menos tiempo del que se necesita para distinguir la mano derecha de la mano izquierda, llegaron a orillas del Tigris en las puertas de Bagdad. Y Hassán tomó la delantera, y fué en busca de un corredor para que le adquiriese, por el precio de cien mil dinares, un magnífico palacio propiedad de un visir entre los visires. Y apresuróse a conducir allá a su madre y a su esposa. Y amuebló el palacio con un lujo fastuoso, y compró esclavos de ambos sexos, y mozos jóvenes y eunucos. Y no escatimó nada para que su tren de casa fuese el más notable de toda la ciudad de Bagdad.
Instalado de aquel modo, Hassán llevó desde entonces en la Ciudad de Paz una vida deliciosa con su esposa Esplendor, rodeados ambos de cuidados minuciosos por parte de la venerable y anciana madre, que todos los días se ingeniaba para confeccionar un manjar nuevo y ejecutar las recetas de cocina que aprendía de sus vecinas y que se diferenciaban mucho de las recetas de Bassra; porque en Bagdad había muchos platos que no podían fabricarse en ninguna otra parte sobre la faz de la tierra. Y he aquí que al cabo de nueve meses de llevar aquella vida encantadora y disfrutar de aquella alimentación especial, la esposa de Hassán parió felizmente dos hijos varones y gemelos, como lunas. Y al uno se le llamó Nasser, y al otro Manssur.
Pero, al cabo de un año, el recuerdo de las siete princesas se ofreció a la memoria de Hassán a la vez que el recuerdo del juramento que les había hecho. Y experimentó el más vivo deseo de volver a ver a Botón-de-Rosa principalmente. Hizo, pues, los preparativos necesarios para aquel viaje, compró las telas más hermosas y las cosas más hermosas que pudo encontrar en Bagdad y en todo el Irak y le parecieron más dignas de ofrecerse como regalos, y participó a su madre el proyecto que había formado, añadiendo: "Sólo quiero recomendarle una cosa hasta el límite de la recomendación y mientras dure mi ausencia: que guardes cuidadosamente el manto de plumas de mi esposa Esplendor, que tengo escondido en el sitio más secreto de la casa. ¡Porque, ¡oh madre mía! has de saber que si, para nuestra mayor desgracia, mi esposa querida tuviese ocasión de volver a ver ese manto, se acordaría al instante de su instinto original, que es el vuelo de las aves, y no podría por menos de volar de aquí, aun contra los impulsos de su corazón! ¡Ten, pues, mucho cuidado, madre mía, de no mostrarle ese manto! ¡Porque, si tal desgracia sucediera, sin duda moriría yo de pena o me mataría! Además, te recomiendo que la cuides bien, ya que está delicada y acostumbrada a los mimos, y que no dejes de servirla por ti misma con preferencia a las servidoras, que no saben como tú lo que es preciso y lo que no es preciso, lo que conviene y lo que no conviene, lo que es fino y lo que es grosero. Y sobre todo, madre mía, no la permitas poner el pie fuera de la casa, ni sacar la cabeza por una ventana, ni siquiera subir a la terraza del palacio, pues temo mucho que el aire libre y el espacio la incite de alguna manera o por alguna parte. ¡He ahí mis recomendaciones! ¡Y si quieres mi muerte, no tienes más que despreciarlas!"
Y contestó la madre de Hassán: "¡Guárdeme Alah de desobedecerte! ¡oh hijo mío ¡Roguemos al Profeta! ¿Acaso me he vuelto loca para tener necesidad de tantas recomendaciones o infringir la menor de tus órdenes? ¡Parte, pues, tranquilo, ¡oh Hassán! y calma tu espíritu! ¡Y a tu regreso, con la gracia de Alah, no tendrás más que preguntar a Esplendor si ha marchado todo con arreglo a tus deseos! ¡Pero, a mi vez quiero pedirte una cosa, ¡oh hijo mío! y es que no prolongues tu ausencia lejos de nosotras más que el tiempo preciso para ir y volver tras una corta estancia junto a las siete princesas!"
Así se hablaron uno a otro Hassán y la madre de Hassán. Y no sabían lo que les reservaba lo desconocido en el libro del Destino, en tanto que la bella Esplendor oía todas las palabras que se dijeron y las fijaba en su memoria.
Así, pues, Hassán prometió a su madre que no se ausentaría más que estrictamente el tiempo necesario, y se despidió de ella, y fue a besar a su esposa Esplendor, y a sus dos hijos, Nasser y Manssur, que mamaban al pecho de su madre. Tras de lo cual, tocó la piel de gallo del tambor...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 594ª noche
Ella dijo:
"... Tras de lo cual, tocó la piel de gallo del tambor y montó en un dromedario de carrera que hubo de presentarse; y después de reiterar por segunda vez a su madre todas sus recomendaciones, le besó la mano. Luego habló al dromedario, que estaba en cuclillas, y al punto se levantó sobre sus cuatro patas y salió disparando por los aires mejor que por tierra, entregando sus miembros al viento y devorando a su paso la distancia. Y no fué ya más que un punto en la lejanía del espacio.
No tiene utilidad, en verdad, decir la intensidad de alegría con que fue recibido Hassán a su llegada ante las siete princesas, y sobre todo la dicha que sintió Botón-de-Rosa y cómo adornaron el palacio con guirnaldas de flores y lo iluminaron. Mejor será que le dejemos contando a sus hermanas cuanto tenía que contarles, especialmente el nacimiento de sus dos hijos gemelos Nasser y Manssur; dejémosle, además, dedicarse con ellas a la caza y a las diversiones; hacedme el favor, ¡oh mis honorables y generosos oyentes que me rodeáis! de volver conmigo al palacio de Hassán, en Bagdad, donde dejamos a la anciana madre de Hassán y a su esposa Esplendor. ¡Hacedme ese favor, ¡oh mis señores de mano abierta! y veréis y oiréis lo que vuestros oídos honorables y vuestros ojos admirables jamás oyeron, escucharon ni sospecharon! Y desciendan sobre vosotros las bendiciones del Distribuidor y sus favores más escogidos. ¡Escuchadme bien, señores!
Es el caso ¡oh ilustrísimos! que cuando partió Hassán, su esposa Esplendor no se movió ni abandonó un instante a la madre de Hassán en el transcurso de dos días. Pero, a la mañana del tercer día, besó la mano de la anciana señora, dándole los buenos días, y le dijo: "¡Oh madre mía, quisiera ir al hammam, pues hace mucho tiempo ya que no tomo baños a causa de estar criando a Nasser y a Manssur!" Y la anciana señora dijo: "¡Ya Alah! ¡qué palabras tan fuera de lugar, hija mía! ¡Qué calamidad sería ir al hammam! ¿No sabes que tú y yo somos extranjeras que no conocemos para nada los hammams de esta ciudad? ¿Y cómo vas a ir allí sin que te conduzca tu esposo, que te habría de preceder para pedir de antemano una sala y asegurarse de que todo está limpio y de que no caen de la bóveda piojos, chinches y polillas? Pero tu esposo se halla ausente, y yo no conozco a nadie que pueda reemplazarle en una circunstancia tan grave; y no puedo acompañarte yo misma a causa de mi mucha edad y de mi debilidad. ¡No obstante, si quieres, hija mía, haré que te calienten agua aquí mismo, y te lavaré la cabeza y te daré un baño delicioso en el hammam de nuestra casa!
¡Precisamente tengo todo lo necesario para el caso, y hasta he recibido anteayer una caja de tierra perfumada de Alepo, y ámbar y pasta depilatoria, y henné! Así, pues, hija mía, puedes estar tranquila en cuanto a eso. ¡Será un baño excelente!"
Pero Esplendor contestó: "¡Oh mi señora! ¿desde cuándo se niega a las mujeres permiso para ir al hammam? ¡Por Alah, que si hubieses dicho esas cosas a una esclava misma, no las hubiera soportado, y antes que continuar en vuestra casa te hubiera pedido que la subastaras en el zoco! ¡Los hombres ¡oh mi señora! son tan insensatos, que imaginan que todas las mujeres se parecen y que hay que tomar contra ellas mil precauciones, a cuál más tiránica, para impedirles hacer cosas ilícitas! ¡Tú, sin embargo, debes tener muy bien sabido que, cuando una mujer ha resuelto firmemente hacer una cosa, siempre encuentra manera de conseguir su propósito, a despecho de todos los obstáculos, y que nada puede detenerla en sus deseos, aunque sean irrealizables o estén llenos de desastres!
¡Ah! ¡ay de mi juventud! ¡se sospecha de mí, y no se tiene fe ninguna en mi castidad! ¡Y ya sólo me resta morir!" ¡Y habiendo dicho estas palabras, se puso a verter lágrimas, y a llamar sobre su cabeza las más negras calamidades!
Entonces la madre de Hassán acabó por dejarse conmover por sus lloros y gemidos, comprendiendo, por otra parte, que en adelante no habría modo de apartarla de su propósito. Levantose, pues, a pesar de su mucha edad y de la prohibición expresa de su hijo, y preparó todo lo que se necesitaba para el baño en cuanto a ropa blanca limpia y perfumes. Luego dijo a Esplendor: "¡Vamos, hija mía, ven y no te entristezcas más! ¡Pero líbrenos Alah de la cólera de tu esposo!" Y salió del palacio con ella y la acompañó al hammam más renombrado de la ciudad.
¡Ah! ¡cuánto mejor hubiera hecho la madre de Hassán en no dejarse conmover por las quejas de Esplendor, y en no franquear el umbral de aquel hammam! ¿Pero quién puede leer en el libro de los Destinos, aparte del Único Vidente? ¿Y quién puede decir de antemano lo que ha de hacer entre dos pasos de camino? ¡No obstante, nosotros, que somos musulmanes, creemos y nos confiamos a la Voluntad Suprema! Y decimos: "¡No hay más Dios que Alah y Mohamed es el Enviado de Alah!" Rogad al Profeta, ¡oh creyentes, ilustres oyentes míos!
Cuando la bella Esplendor, precedida por la madre de Hassán, que llevaba el paquete de ropa blanca limpia, hubo penetrado en el hammam, las mujeres que había echadas en el salón central de entrada lanzaron un grito de admiración, de tanto como las sedujo la belleza de la joven...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 595ª noche
Ella dijo:
"... Cuando la bella Esplendor, precedida por la madre de Hassán, que llevaba el paquete de ropa blanca limpia, hubo penetrado en el hammam, las mujeres que había echadas en el salón central de entrada lanzaron un grito de admiración, de tanto como las sedujo la belleza de la joven. ¡Y ya no le quitaron el ojo! ¡Tal fue su deslumbramiento al ver a la joven envuelta en sus velos todavía! ¡Pero cuál no sería su delirio cuando, tras de quitarle la ropa, se quedó desnuda por completo!
¡Oh arpa de Daúd el rey, que encantabas al león Saúl; y tú, hija del desierto, amante de Antara, el guerrero de cabellos crespos, ¡oh virgen Abla! la de hermosas caderas, que sublevaste en todos sentidos a las tribus de Arabia, haciéndolas chocar unas con otras! y tú, Sett Budur, hija del rey Ghayur, señor de El-Budur y de El-Kussur, tú cuyos ojos de incendio turbaron en extremo a los genn y a los efrits; y tú, música de los manantiales, y tú, canto primaveral de los pájaros, ¿a qué quedáis reducidos ante la desnudez de aquella gacela? ¡Loores a Alah, que te creó ¡oh Esplendor! y mezcló en tu cuerpo de gloria los rubíes y el almizcle, el ámbar puro y las perlas, ¡oh toda de oro!
Así, pues, las mujeres del hammam, para considerarla mejor, prescindieron de su baño y su pereza, y la siguieron paso a paso. Y la fama de sus encantos cundió en seguida desde el hammam por todo el contorno, y en un instante invadieron las salas, hasta el punto de no poderse circular por ellas, mujeres atraídas por la curiosidad de ver tal maravilla de belleza. Y entre aquellas mujeres desconocidas encontrábase precisamente una de las esclavas de Sett Zobeida, esposa del califa Harún Al-Raschid. Y aquella joven esclava, que se llamaba Tohfa, quedó aun más estupefacta que las otras de la belleza perfecta de aquella luna mágica; y con los ojos muy abiertos, se inmovilizó en primera fila mirándola bañarse en la piscina. Y cuando Esplendor hubo terminado su baño y estuvo vestida, la esclava no pudo menos de seguirla fuera del hammam, atraída por ella como por una piedra de imán, y echó a andar detrás de ella por la calle hasta que Esplendor y la madre de Hassán llegaron a su morada. Entonces la joven esclava Tohfa, como no podía entrar en el palacio, se limitó a llevarse los dedos a los labios, lanzando a Esplendor, a la vez que una rosa, un beso sonoro. Pero, desgraciadamente para ella, el eunuco que había a la puerta vió la rosa y el beso, y en extremo enfadado, empezó a dirigirle espantosas injurias, poniendo los ojos en blanco; lo cual la decidió, aunque suspirando, a volver sobre sus pasos. Y entró en el palacio del califa, apresurándose a ir al lado de su ama Sett Zobeida.
Y he aquí que Sett Zobeida vió que su esclava preferida estaba muy pálida y muy emocionada; y le preguntó: "¿Dónde estuviste, ¡oh gentil! que vuelves en ese estado de palidez y de emoción?" La esclava dijo: "En el hammam, ¡oh mi señora!" Sett Zobeida preguntó: "¿Y qué viste en el hammam, Tohfa mía, para volver a mí tan trastornada y con los ojos tan lánguidos?" La esclava contestó: "¿Y cómo ¡oh mi señora! no han de languidecer mis ojos y mi alma, y no ha de invadir mi corazón la melancolía, después de ver a la que me ha arrebatado la razón?"
Sett Zobeida se echó a reír, y dijo: "¿Qué me cuentas ¡oh Tohfa! y de quién me hablas?" La esclava dijo: "¿Qué adolescente delicada o qué joven, qué pavo real o qué gacela ¡oh mi señora! la igualarán jamás en encantos y en belleza? Sett Zobeida dijo: "¡Oh loca Tohfa! ¿querrás por fin decidirte a decirme su nombre?"
La esclava dijo: "No lo sé, ¡oh mi señora! ¡Pero ¡oh mi señora! por los méritos de tus beneficios sobre mi cabeza, te juro que ninguna criatura en la faz de la tierra, en el pasado, en el presente o en el futuro, es comparable a ella! Todo lo que de ella sé es que habita en el palacio situado a orillas del Tigris y que tiene una puerta grande por el lado de la ciudad y otra puerta por el lado del río. ¡Y me han dicho, además, en el hammam, que era esposa de un rico mercader llamado Hassán Al-Bassri! ¡Ah mi señora! si me ves toda temblorosa entre tus manos, no es solamente la emoción suscitada por su belleza, sino del temor extremado que me invade al pensar en las consecuencias funestas que sobrevendrían si, por desgracia, nuestro señor el califa llegara a oír hablar de ella. ¡Seguramente haría que mataran al marido, y despreciando todas las leyes de equidad, se casaría con esa milagrosa joven! ¡Y de tal suerte vendería los bienes inestimables de su alma inmortal por la posesión temporal de una criatura hermosa, pero perecedera!"
Al oír estas palabras de su esclava Tohfa, Sett Zobeida, que sabía cuán prudente y mesurada era de ordinario en sus discursos, quedó estupefacta, y le dijo: "Pero ¡oh Tohfa! ¿estás bien segura, al menos, de que no has visto en sueños solamente semejante maravilla de belleza?" La esclava contestó: "Juro por mi cabeza y por el peso del agradecimiento que debo a tus bondades para conmigo, ¡oh mi señora! que no sólo la he visto, sino que acabo de arrojar una rosa y un beso a esa joven que no tiene igual en ninguna tierra y en ningún clima, lo mismo entre los árabes que entre los turcos o los persas!"
Sett Zobeida exclamó entonces: "¡Por la vida de mis antepasados los Puros, que es preciso que yo también contemple a esa piedra preciosa única, y que la vea con mis ojos!"
Al punto hizo llamar al porta alfanje Massrur, y después que él hubo besado la tierra entre sus manos, le dijo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 596ª noche
Ella dijo:
"... Al punto hizo llamar al portaalfanje Massrur, y después que él hubo besado la tierra entre sus manos, le dijo: "¡Oh Massrur! ¡ve a toda prisa al palacio que tiene dos puertas, una que da al río y otra que mira a la ciudad! ¡Y allí preguntarás por la joven que habita en él, y me la traerás, bajo pena de tu cabeza!" Y contestó Massrur: "¡Oír es obedecer!" Y salió, sacando la cabeza antes que los pies, y corrió al palacio consabido que, en efecto, era el de Hassán. Y franqueó la puerta grande a la vista del eunuco, que le reconoció y se inclinó ante él hasta tierra. Y llegó a la puerta de entrada, a la cual llamó.
Al momento fué a abrir la anciana madre de Hassán. Y Massrur entró en el vestíbulo y deseó la paz a la anciana señora. Y la madre de Hassán le devolvió su zalema, y le preguntó: "¿Qué deseas?"
El dijo: "¡Soy Massrur el porta alfanje! Vengo enviado aquí por El-Sayeda Zobeida, hija de El-Kassem, esposa de Al-Emir Al-Mumenin Harún Al-Raschid, sexto de los descendientes de Al-Abbas, tío del Profeta (¡con El la paz de Alah y sus bendiciones!) ¡Y vengo para llevar conmigo al palacio, a presencia de mi señora, a la hermosa joven que habita en esta morada!"
Al oír estas palabras, exclamó la aterrada y temblorosa madre de Hassán: "¡Oh Massrur! ¡somos extranjeras aquí, y mi hijo, el esposo de la joven en cuestión, se halla ausente, de viaje! ¡Y antes de partir me ha prohibido expresamente que la dejara salir de la casa, ni conmigo ni con ninguna otra persona, y bajo ningún pretexto! ¡Y tengo miedo de que, por dejarla salir, sobrevenga, a causa de su belleza, algún accidente que obligue a mi hijo a darse la muerte a su regreso! ¡Te suplicamos, pues, ¡oh bienhechor Massrur! que tengas piedad de nuestra aflicción, y no nos pidas una cosa que está por encima de nuestra voluntad y de nuestros medios concederte!"
Massrur contestó: "¡Nada temas, mi buena señora! ¡en la certeza de que ningún accidente sensible acaecerá a la joven! Se trata sencillamente de que mi señora Sett Zobeida vea esa joven hermosura para asegurarse por sus propios ojos si la fama exagera la nota de sus encantos y de su esplendor. Por cierto que no es la primera vez que se me ha encargado una misión análoga; y puedo asegurarte que ni una ni otra tendréis que arrepentiros de vuestra sumisión a semejante deseo, ¡sino al contrario! ¡Y además, lo mismo que voy a conduciros con toda seguridad entre las manos de Sett Zobeida, me comprometo a traeros sanas y salvas a vuestra casa!"
Cuando la madre de Hassán comprendió que toda resistencia sería inútil y hasta perjudicial, dejó a Massrur en el vestíbulo y entró a vestir a Esplendor y a adornarla, y a vestir también a los dos pequeñuelos, Nasser y Manssur. Y cogió en brazos a ambos pequeñuelos y dijo a Esplendor: "Ya que tenemos que ceder ante el deseo de Sett Zobeida, ¡vamos todos juntos!" Y pasó al vestíbulo antes que ella, y dijo a Massrur: "¡Ya estamos dispuestas!" Y Massrur salió y abrió la marcha, seguido por la madre de Hassán, que llevaba a los dos pequeñuelos e iba a su vez seguida de Esplendor, completamente envuelta en sus velos. Y de tal suerte las condujo Massrur al palacio del califa hasta ponerlas delante del ancho trono bajo en que aparecía, reposando sentada majestuosamente, El-Sayeda Zobeida rodeada por la muchedumbre numerosa de sus esclavas y de sus favoritas, en la primera fila de la cuales se mantenía la pequeña Tohfa.
Entonces, entregando ambos pequeñuelos a Esplendor, que seguía envuelta siempre en sus velos, la madre de Hassán besó la tierra entre las manos de Sett Zobeida, y después de la zalema hubo de cumplimentarle. Y Sett Zobeida, le devolvió su zalema, le tendió la mano, que la anciana se llevó a los labios, y le rogó que se levantase. Luego se encaró con la esposa de Hassán, y le dijo: "¿Por qué ¡oh bienvenida! no te desembarazas de tus velos? ¡Aquí no hay hombres!" E hizo seña a Tohfa, que al punto se acercó a Esplendor, ruborizándose, y empezó por tocar la orla de su velo, llevándose después a los labios y a la frente los dedos que rozaron el cendal. Luego le ayudó a quitarse el velo grande y le levantó por sí misma el velillo del rostro.
¡Oh Esplendor! ¡Ni la luna llena cuando sale de debajo de una nube, ni el sol con todo su brillo, ni el tierno balanceo de la rama en la tibieza de la primavera, ni las brisas del crepúsculo, ni el agua riente, ni nada de cuanto encanta a los humanos por la vista, por el oído o por el entendimiento, hubiera podido arrebatar, cual tú lo hiciste, la razón de las que te miraban! ¡Con el irradiar de tu belleza, se iluminó y resplandeció todo el palacio! ¡Con la alegría de tu presencia, saltaron como corderos los corazones y bailaron en los pechos! ¡Y la locura soplaba sobre todas las cabezas! Y las esclavas te contemplaban con admiración, musitando: "¡Oh Esplendor!" Pero nosotros ¡oh oyentes míos! decimos: "Loores a Alah, que formó el cuerpo de la mujer cual el lirio del valle, y lo dió a sus creyentes como un anticipo del Paraíso...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 597ª noche
Ella dijo:
"... Pero nosotros ¡oh oyentes míos! decimos: "Loores a Alah, que formó el cuerpo de la mujer cual el lirio del valle, y lo dió a sus creyentes como un anticipo del Paraíso!"
Cuando Sett Zobeida se repuso del deslumbramiento en que se encontraba, se levantó de su trono y se acercó a Esplendor, a quien hubo de abrazar y oprimir contra su seno, besándole los ojos. Luego la hizo sentarse al lado suyo en el trono, y se quitó y le puso al cuello un collar de diez sartas de perlas gruesas que llevaba ella desde que se casó con Al-Raschid.
Luego le dijo: "¡Oh soberana de los encantos! ¡en verdad que se equivocó mi esclava Tohfa al hablarme de tu belleza! ¡Porque tu belleza está por encima de todas las palabras! Pero dime, ¡oh perfecta! ¿conoces el canto, el baile o la música? ¡Porque, cuando se es como eres tú, se sobresale en todo!" Esplendor contestó: "¡En verdad ¡oh mi señora! que no sé cantar, ni bailar, ni tocar el laúd y la guitarra; y no sobresalgo en ninguna de las artes que por lo general conocen las jóvenes. Sin embargo, poseo una ciencia única, que quizá te parezca maravillosa: ¡consiste en volar por los aires como los pájaros!"
Al oír estas palabras de Esplendor, exclamaron todas las mujeres: "¡Oh encanto! ¡Oh prodigio!" Y Sett Zobeida dijo: "¿Cómo vacilar en creerte dotada de semejante aptitud, aunque me asombre en extremo? ¿No eres ya más armoniosa que el cisne y más ligera a la vista que las aves? ¡Pero si quieres encadenar nuestra alma tras de ti, consiente en hacer ante nuestros ojos la prueba de un vuelo sin alas!" Ella dijo: "¡Alas poseo precisamente, oh mi señora! pero no las llevo encima. ¡No obstante, puedo tenerlas, si tal es tu voluntad! ¡No tienes más que pedir a la madre de mi esposo que me traiga mi manto de plumas!"
Al punto Sett Zobeida se encaró con la madre de Hassán, y le dijo: "¡Oh venerable dama, madre nuestra! ¿quieres ir a buscar ese manto de plumas, para que yo vea el uso que hace de él tu encantadora hija?" Y pensó la pobre mujer: "¡Henos aquí perdidos sin remisión a todos! ¡La vista de su manto va a traerle a la memoria su instinto original, y sólo Alah sabe lo que ha de suceder!". Y contestó con temblorosa voz: "¡Oh mi señora, mi hija Esplendor se halla turbada por tu majestad, y no sabe ya lo que se dice! ¿Acaso se han llevado alguna vez trajes de plumas, que son una vestidura que no conviene más que a los pájaros?"
Pero intervino Esplendor, y dijo a Sett Zobeida: "¡Por tu vida ¡oh mi señora! te juro que mi manto de plumas está guardado en un cofre escondido en nuestra casa!" Entonces Sett Zobeida se quitó del brazo un brazalete precioso que valía tanto como todos los tesoros de Khosroes y de Kaissar, y se lo ofreció a la madre de Hassán, diciéndole: "¡Oh madre nuestra! ¡por mi vida sobre ti, te conjuro a que vayas a tu casa a buscar ese manto de plumas, únicamente para verlo una vez! Y lo recuperarás enseguida en el mismo estado que lo traigas".
Pero la madre de Hassán juró que nunca había visto aquel manto de plumas ni nada que se le pareciese. Entonces gritó Sett Zobeida: "¡Ya Massrur!" Y al punto el portaalfanje del califa se presentó entre las manos de su soberana, que le dijo: "¡Massrur, corre en seguida a casa de estas damas, y busca en ella por todas partes un manto de plumas que está guardado en un cofre escondido!"
Y Massrur obligó a la madre de Hassán a que le entregara las llaves de la casa, y corrió a hacer pesquisas por todas partes hasta que acabó por encontrar el manto de plumas en un cofre escondido bajo tierra. Y se lo llevó a Sett Zobeida, quien, después de admirarlo largamente y maravillarse del arte con que estaba hecho, se lo entregó a la bella Esplendor.
Entonces Esplendor empezó por examinarlo pluma a pluma, y comprobó que estaba intacto como el día en que se lo arrebató Hassán. Y lo desdobló y se metió dentro, recogiéndose los extremos y abrochándoselo. ¡Y se tornó semejante a un gran pájaro blanco! ¡Y ante el asombro de los circunstantes, patinó primero durante algún tiempo, volvió sobre sus pasos sin tocar el suelo, y se elevó hasta el techo balanceándose! Luego descendió ligera y aérea, y se puso a horcajadas en un hombro a sus dos hijos, diciendo a Sett Zobeida y a las damas: "Veo que os han gustado mis vuelos. Voy, pues, a daros más gusto aún". Y tomó impulso, y se lanzó a la ventana más alta, posándose en el alféizar. Y desde allí exclamó: "¡Os advierto que os abandono!"
Y en extremo emocionada, dijo Sett Zobeida: "¿Cómo es posible ¡oh Esplendor! que nos dejes ya, privándonos para siempre de tu belleza, ¡oh soberana de las soberanas!?" Esplendor contestó: "¡Ay! sí, ¡oh mi señora! ¡Quien se marcha no vuelve!" Luego encaróse con la pobre madre de Hassán, desolada, sollozante, abatida en la alfombra, y le dijo: "¡Oh madre de Hassán! ¡créeme que me aflige mucho marcharme así, y me entristezco por causa tuya y por tu hijo Hassán, mi esposo, pues los días de la separación desgarrarán su corazón y ennegrecerán nuestra vida, ¡pero ¡ay! no puedo más! Siento que invade mi alma la embriaguez del aire, y es preciso que eche a volar por el espacio. Pero si tu hijo quiere encontrarme algún día, no tendrá más que ir a buscarme a las islas Wak-Wak.
Adiós, pues, ¡oh madre de mi esposo!" Y habiendo dicho estas palabras, Esplendor se elevó por los aires y fué a posarse un instante sobre la cúpula del palacio para alisar sus plumas. Luego reanudó su vuelo, y desapareció en las nubes con sus dos hijos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 598ª noche
Ella dijo:
"... Y habiendo dicho estas palabras, Esplendor se elevó por los aires y fué a posarse un instante sobre la cúpula del palacio para alisar sus plumas. Luego reanudó su vuelo, y desapareció en las nubes con sus dos hijos.
En cuanto a la pobre madre de Hassán, estuvo a punto de expirar de dolor, y quedó sin movimiento, desplomada en el suelo. Y Sett Zobeida se inclinó sobre ella y le prodigó por sí misma los cuidados necesarios; y cuando la hubo reanimado un poco, le dijo: "¡Ah madre mía! ¿por qué en vez de negarlo todo, no me has prevenido de que Esplendor podía hacer semejante uso de esa ropa encantada, de ese manto fatal! ¡Me hubiese guardado mucho entonces de dejarlo en su poder! Pero, ¿cómo iba yo a adivinar que la esposa de tu hijo pertenecía a la raza de los genn aéreos? ¡Te ruego, pues, mi buena madre, que me perdones por mi ignorancia y que no censures con exceso un acto que no premedité!"
Y dijo la pobre vieja: "¡Oh mi señora, yo sola tengo la culpa! ¡Y la esclava nada tiene que perdonar a su soberana! ¡Cada cual lleva colgado al cuello su destino! ¡Y el mío y el de mi hijo, es morir de dolor!" Y buscó ella a los nietos y no los encontró; y buscó a la esposa de su hijo y no la encontró! Entonces rompió en lágrimas y en sollozos, más próxima a la muerte que a la vida. E hizo erigir en la casa tres tumbas, una grande y dos pequeñas, junto a las cuales se pasaba los días y las noches gimiendo y llorando.
Y recitaba estos versos y muchos otros:
Entonces se desplomó cuan largo era, sin conocimiento, dando en la piedra con la frente. Y a pesar de los cuidados de su madre, que voló en socorro suyo, permaneció en aquel estado desde por la mañana hasta por la noche. Pero acabó por volver en sí, y desgarró sus vestiduras y se cubrió la cabeza con ceniza y polvo. Luego precipitóse de improviso sobre su espada y quiso atravesarse con ella. Pero su madre se interpuso entre él y la espada, extendiendo los brazos. Y le apoyó la cabeza en su pecho, y le hizo sentarse, aunque no tardó él en retorcerse de desesperación por el suelo como una serpiente. Y se puso ella a contarle poco a poco todo lo que había sucedido durante su ausencia, y concluyó diciéndole: "Ya ves, hijo mío, que a pesar de la inmensidad de nuestra desdicha, no debe la desesperación entrar en tu corazón, puesto que puedes encontrar a tu esposa en las islas Wak-Wak.. .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Ella dijo:
"... Pero nosotros ¡oh oyentes míos! decimos: "Loores a Alah, que formó el cuerpo de la mujer cual el lirio del valle, y lo dió a sus creyentes como un anticipo del Paraíso!"
Cuando Sett Zobeida se repuso del deslumbramiento en que se encontraba, se levantó de su trono y se acercó a Esplendor, a quien hubo de abrazar y oprimir contra su seno, besándole los ojos. Luego la hizo sentarse al lado suyo en el trono, y se quitó y le puso al cuello un collar de diez sartas de perlas gruesas que llevaba ella desde que se casó con Al-Raschid.
Luego le dijo: "¡Oh soberana de los encantos! ¡en verdad que se equivocó mi esclava Tohfa al hablarme de tu belleza! ¡Porque tu belleza está por encima de todas las palabras! Pero dime, ¡oh perfecta! ¿conoces el canto, el baile o la música? ¡Porque, cuando se es como eres tú, se sobresale en todo!" Esplendor contestó: "¡En verdad ¡oh mi señora! que no sé cantar, ni bailar, ni tocar el laúd y la guitarra; y no sobresalgo en ninguna de las artes que por lo general conocen las jóvenes. Sin embargo, poseo una ciencia única, que quizá te parezca maravillosa: ¡consiste en volar por los aires como los pájaros!"
Al oír estas palabras de Esplendor, exclamaron todas las mujeres: "¡Oh encanto! ¡Oh prodigio!" Y Sett Zobeida dijo: "¿Cómo vacilar en creerte dotada de semejante aptitud, aunque me asombre en extremo? ¿No eres ya más armoniosa que el cisne y más ligera a la vista que las aves? ¡Pero si quieres encadenar nuestra alma tras de ti, consiente en hacer ante nuestros ojos la prueba de un vuelo sin alas!" Ella dijo: "¡Alas poseo precisamente, oh mi señora! pero no las llevo encima. ¡No obstante, puedo tenerlas, si tal es tu voluntad! ¡No tienes más que pedir a la madre de mi esposo que me traiga mi manto de plumas!"
Al punto Sett Zobeida se encaró con la madre de Hassán, y le dijo: "¡Oh venerable dama, madre nuestra! ¿quieres ir a buscar ese manto de plumas, para que yo vea el uso que hace de él tu encantadora hija?" Y pensó la pobre mujer: "¡Henos aquí perdidos sin remisión a todos! ¡La vista de su manto va a traerle a la memoria su instinto original, y sólo Alah sabe lo que ha de suceder!". Y contestó con temblorosa voz: "¡Oh mi señora, mi hija Esplendor se halla turbada por tu majestad, y no sabe ya lo que se dice! ¿Acaso se han llevado alguna vez trajes de plumas, que son una vestidura que no conviene más que a los pájaros?"
Pero intervino Esplendor, y dijo a Sett Zobeida: "¡Por tu vida ¡oh mi señora! te juro que mi manto de plumas está guardado en un cofre escondido en nuestra casa!" Entonces Sett Zobeida se quitó del brazo un brazalete precioso que valía tanto como todos los tesoros de Khosroes y de Kaissar, y se lo ofreció a la madre de Hassán, diciéndole: "¡Oh madre nuestra! ¡por mi vida sobre ti, te conjuro a que vayas a tu casa a buscar ese manto de plumas, únicamente para verlo una vez! Y lo recuperarás enseguida en el mismo estado que lo traigas".
Pero la madre de Hassán juró que nunca había visto aquel manto de plumas ni nada que se le pareciese. Entonces gritó Sett Zobeida: "¡Ya Massrur!" Y al punto el portaalfanje del califa se presentó entre las manos de su soberana, que le dijo: "¡Massrur, corre en seguida a casa de estas damas, y busca en ella por todas partes un manto de plumas que está guardado en un cofre escondido!"
Y Massrur obligó a la madre de Hassán a que le entregara las llaves de la casa, y corrió a hacer pesquisas por todas partes hasta que acabó por encontrar el manto de plumas en un cofre escondido bajo tierra. Y se lo llevó a Sett Zobeida, quien, después de admirarlo largamente y maravillarse del arte con que estaba hecho, se lo entregó a la bella Esplendor.
Entonces Esplendor empezó por examinarlo pluma a pluma, y comprobó que estaba intacto como el día en que se lo arrebató Hassán. Y lo desdobló y se metió dentro, recogiéndose los extremos y abrochándoselo. ¡Y se tornó semejante a un gran pájaro blanco! ¡Y ante el asombro de los circunstantes, patinó primero durante algún tiempo, volvió sobre sus pasos sin tocar el suelo, y se elevó hasta el techo balanceándose! Luego descendió ligera y aérea, y se puso a horcajadas en un hombro a sus dos hijos, diciendo a Sett Zobeida y a las damas: "Veo que os han gustado mis vuelos. Voy, pues, a daros más gusto aún". Y tomó impulso, y se lanzó a la ventana más alta, posándose en el alféizar. Y desde allí exclamó: "¡Os advierto que os abandono!"
Y en extremo emocionada, dijo Sett Zobeida: "¿Cómo es posible ¡oh Esplendor! que nos dejes ya, privándonos para siempre de tu belleza, ¡oh soberana de las soberanas!?" Esplendor contestó: "¡Ay! sí, ¡oh mi señora! ¡Quien se marcha no vuelve!" Luego encaróse con la pobre madre de Hassán, desolada, sollozante, abatida en la alfombra, y le dijo: "¡Oh madre de Hassán! ¡créeme que me aflige mucho marcharme así, y me entristezco por causa tuya y por tu hijo Hassán, mi esposo, pues los días de la separación desgarrarán su corazón y ennegrecerán nuestra vida, ¡pero ¡ay! no puedo más! Siento que invade mi alma la embriaguez del aire, y es preciso que eche a volar por el espacio. Pero si tu hijo quiere encontrarme algún día, no tendrá más que ir a buscarme a las islas Wak-Wak.
Adiós, pues, ¡oh madre de mi esposo!" Y habiendo dicho estas palabras, Esplendor se elevó por los aires y fué a posarse un instante sobre la cúpula del palacio para alisar sus plumas. Luego reanudó su vuelo, y desapareció en las nubes con sus dos hijos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 598ª noche
Ella dijo:
"... Y habiendo dicho estas palabras, Esplendor se elevó por los aires y fué a posarse un instante sobre la cúpula del palacio para alisar sus plumas. Luego reanudó su vuelo, y desapareció en las nubes con sus dos hijos.
En cuanto a la pobre madre de Hassán, estuvo a punto de expirar de dolor, y quedó sin movimiento, desplomada en el suelo. Y Sett Zobeida se inclinó sobre ella y le prodigó por sí misma los cuidados necesarios; y cuando la hubo reanimado un poco, le dijo: "¡Ah madre mía! ¿por qué en vez de negarlo todo, no me has prevenido de que Esplendor podía hacer semejante uso de esa ropa encantada, de ese manto fatal! ¡Me hubiese guardado mucho entonces de dejarlo en su poder! Pero, ¿cómo iba yo a adivinar que la esposa de tu hijo pertenecía a la raza de los genn aéreos? ¡Te ruego, pues, mi buena madre, que me perdones por mi ignorancia y que no censures con exceso un acto que no premedité!"
Y dijo la pobre vieja: "¡Oh mi señora, yo sola tengo la culpa! ¡Y la esclava nada tiene que perdonar a su soberana! ¡Cada cual lleva colgado al cuello su destino! ¡Y el mío y el de mi hijo, es morir de dolor!" Y buscó ella a los nietos y no los encontró; y buscó a la esposa de su hijo y no la encontró! Entonces rompió en lágrimas y en sollozos, más próxima a la muerte que a la vida. E hizo erigir en la casa tres tumbas, una grande y dos pequeñas, junto a las cuales se pasaba los días y las noches gimiendo y llorando.
Y recitaba estos versos y muchos otros:
-
- ¡Oh nietos míos! ¡como la lluvia por las ramas secas, corre mi llanto por mis mejillas arrugadas!
-
- ¡El adiós de vuestra marcha, es el adiós a nuestra vida! ¡Vuestra pérdida es la pérdida de nuestra alma, y yo ¡ay! sigo aquí!
-
- ¡Vosotros erais mi alma! ¿Cómo habiéndome abandonado mi alma, puedo vivir todavía ¡oh pobres pequeñuelos míos!? ¡Y yo sigo aquí!
-
- ¡Mis lágrimas son perlas, de las cuales os ofrezco un collar, hermanas mías! ¡He aquí que en el día de la marcha, afirmado sobre los estribos, ya no puedo volver riendas!
-
- ¡Oh hermanas mías! ¿Cómo me arrancaré de vuestros brazos amantes? ¡Mi cuerpo se aleja; pero mi alma queda con vosotras! ¡Ay! ¡ay! ¿cómo volver ya riendas con el pie en el estribo?
Entonces se desplomó cuan largo era, sin conocimiento, dando en la piedra con la frente. Y a pesar de los cuidados de su madre, que voló en socorro suyo, permaneció en aquel estado desde por la mañana hasta por la noche. Pero acabó por volver en sí, y desgarró sus vestiduras y se cubrió la cabeza con ceniza y polvo. Luego precipitóse de improviso sobre su espada y quiso atravesarse con ella. Pero su madre se interpuso entre él y la espada, extendiendo los brazos. Y le apoyó la cabeza en su pecho, y le hizo sentarse, aunque no tardó él en retorcerse de desesperación por el suelo como una serpiente. Y se puso ella a contarle poco a poco todo lo que había sucedido durante su ausencia, y concluyó diciéndole: "Ya ves, hijo mío, que a pesar de la inmensidad de nuestra desdicha, no debe la desesperación entrar en tu corazón, puesto que puedes encontrar a tu esposa en las islas Wak-Wak.. .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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