martes, noviembre 19, 2024

40 P1 Las aventuras de Hassan-Al-Bassri - primera de cinco partes

42 Las aventuras de Hassan-Al-Bassri (de la noche 576 a la 615)




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LAS AVENTURAS DE HASSAN AL-BASSRI

Y Schehrazada dijo al rey Schahriar:
Has de saber, ¡oh rey afortunado! que la historia maravillosa que voy a contarte tiene un origen extraordinario que es preciso que te revele antes de empezar; de otro modo no sería fácil comprender cómo llegó hasta mí.
En efecto, en los años y las edades de hace mucho tiempo, había un rey entre los reyes de Persia y del Khorassán, que tenía bajo su dominación al país de la India, de Sindh y de la China, así como a los pueblos que habitan al otro lado del Oxus en las tierras bárbaras. Se llamaba el rey Kendamir. Y era un héroe de valor indomable y un jinete muy brioso que sabía manejar la lanza, y le apasionaban los torneos, las cacerías y las cabalgatas guerreras; pero prefería mucho más que ninguna cosa la conversación con gente agradable y personas instruidas, y en los festines concedía el sitio de honor junto a él a los poetas y a los narradores.
¡Pero hay más aún! cuando un extranjero, tras de aceptarle su hospitalidad y experimentar los efectos de su esplendidez y de su generosidad, le relataba algún cuento desconocido todavía para el monarca o alguna historia hermosa, el rey Kendamir le colmaba de favores y de beneficios, y no le enviaba a su país hasta que había satisfecho sus menores deseos, y hacía que le acompañara durante todo el viaje un  cortejo espléndido de jinetes y esclavos a sus órdenes. En cuanto a sus narradores habituales y a sus poetas, les trataba con las mismas consideraciones que a sus visires y a sus emires. Y de aquel modo, el palacio habíase convertido en morada grata de cuantos sabían construir versos, ordenar odas o hacer revivir con su palabra el pasado y las cosas muertas.
Así, pues, no hay por qué asombrarse de que, al cabo de cierto tiempo, el rey Kendamir hubiese oído todos los cuentos conocidos de los árabes, de los persas y de los indos, y los conservase en su memoria con los pasajes más hermosos de los poetas y las enseñanzas de los analistas versados en el estudio de los pueblos antiguos. De modo que, después de recapitular cuanto sabía, no le quedó nada que aprender ni nada que escuchar.
Cuando se vió en aquel estado, se sintió poseído de una tristeza extremada y sumido en una gran perplejidad. Entonces, sin saber ya cómo ocupar sus ocios habituales, se encaró con su jefe eunuco, y le dijo:
"¡Vete en seguida en busca de Abu-Alí!" Abu-Alí era el narrador favorito del rey Kendamir; y era tan elocuente y tenía tan altas dotes, que podía hacer durar un cuento un año entero sin interrumpirlo y sin cansar ni una sola noche la atención de sus oyentes. Pero, como todos sus compañeros, había agotado ya su saber y sus recursos de elocuencia, y desde hacía mucho tiempo se encontraba falto de historias nuevas.
El eunuco se apresuró, pues, a buscarle y a introducirle en el aposento del rey. Y el rey le dijo: "¡He aquí ¡oh padre de la elocuencia! que agotaste tu saber y te encuentras falto de historias nuevas! ¡Sin embargo, te hice venir, porque es absolutamente necesario que, a pesar de todo, relates un cuento extraordinario y desconocido para mí, y tal como no hube de oírle! Porque ahora me gustan más que nunca las historias y el relato de las aventuras. Así es que, como logres encantarme con las palabras hermosas que me harás oír, yo corresponderé regalándote inmensas tierras de las que serás el amo, y fortalezas y palacios, con un firmán que te libre de todo género de cuotas y tributos; y también te nombraré mi gran visir y te haré sentarte a mi derecha; y gobernarás a tu arbitrio, con autoridad plena y  entera, en medio de mis vasallos y de los súbditos de mis reinos. ¡Y si lo anhelas, incluso te legaré el trono después de mi muerte, y, mientras yo esté vivo, te pertenecerá cuanto me pertenezca! ¡Pero si tu destino es lo bastante nefasto para que no puedas satisfacer el deseo que acabo de expresarte, y que supone para mi alma mucho más que poseer la tierra entera, desde ahora puedes ir a despedirte de tus parientes y decirles que te espera el palo!"
Al oír estas palabras del rey Kendamir, el narrador Abu-Alí comprendió que estaba perdido irremisiblemente, y repuso: "¡Escucho y obedezco!" Y bajó la cabeza, con el rostro muy pálido, presa de una desesperación sin remedio. Pero al cabo de cierto tiempo, levantó la cabeza, y dijo: "¡Oh rey! tu ignorante esclavo, antes de morir, pide una gracia a tu generosidad!"
Y preguntó el rey: "¿Y qué es ello?" El otro dijo: "Que le concedas sólo un plazo de un año para permitirle encontrar lo que le pides. ¡Y si pasado ese plazo no encuentra el cuento consabido, o, si, aunque le encuentre, no es el más hermoso, el más maravilloso y el más extraordinario que haya llegado a oídos de los hombres, sufriré, sin amargura en mi alma, el suplicio del palo!"
Al oír estas palabras, el rey Kendamir se dijo: "¡Muy largo es ese plazo! ¡Y ningún hombre sabe si ha de vivir aún el día siguiente!" Luego añadió: "¡No obstante, es tan grande mi deseo de oír una historia más, que te concedo ese plazo de un año; pero es con la condición de que no te muevas de tu casa durante todo ese tiempo!" Y el narrador Abu-Alí besó la tierra entre las manos del rey, y se apresuró a regresar a su casa.
Ya en ella, tras de reflexionar mucho rato, llamó a cinco de sus jóvenes mamalik, que sabían leer y escribir, y que, además, eran los más sagaces, los más abnegados y los más distinguidos de entre sus servidores todos, y a cada uno de ellos le entregó cinco mil dinares de oro. Luego les dijo: "¡Os eduqué y cuidé y alimenté en mi casa para cuando llegara un día como éste! ¡A vosotros incumbe, pues, socorrerme y ayudarme a salir de entre las manos del rey!"
Ellos contestaron: "Ordena, ¡oh amo nuestro! ¡Nuestras almas te pertenecen, y te serviremos de rescate!" El dijo: "¡Escuchad! ¡Cada uno de vosotros partirá para los países extranjeros por los diferentes caminos de Alah! Recorred todos los reinos y todas las comarcas de la tierra en busca de los sabios, las personas sagaces, de los poetas y de los narradores más célebres! ¡Y preguntadles, a fin de transmitírmela, si conocen la Historia de las Aventuras de Hassán Al-Bassri! ¡Y si, por un favor del Altísimo, la conoce alguno de ellos, rogadle que os la cuente y os la escriba a cualquier precio! ¡Porque sólo merced a esa historia podréis salvar a vuestro amo del palo que le espera!"
Luego encaróse con cada uno de ellos en particular, y dijo al primer mameluco: "¡Tú iras por los países de las Indias y del Sindh y por las comarcas y provincias que de ellos dependen!" Y dijo al segundo: "¡Tú irás por Persia y China y por los países limítrofes!" Y dijo al tercero: "¡Tú recorrerás el Khorassán y sus dependencias!" Y dijo al cuarto: "¡Tú explorarás todo el Maghreb de oriente a occidente!" Y dijo al quinto: "¡En cuanto a ti, ¡oh Mobarak! visitarás el país de Egipto y la Siria...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Pero cuando llegó la 577ª noche

Ella dijo:
"... En cuanto a ti, ¡oh Mobarak! visitarás el país de Egipto y la Siria."
Así habló a sus cinco abnegados mamalik el narrador Abu-Alí. Y les escogió para la partida un día de bendición, y les dijo: "¡Partid en este día bendito! ¡Y volved con la historia de que dependerá mi redención!" Y se despidieron ellos de él, y se dispersaron en cinco direcciones diferentes.
Pero, al cabo de once meses, los cuatro primeros regresaron uno tras de otro muy desencantados, y dijeron a su amo que, a pesar de las más exactas pesquisas por los países lejanos que acababan de recorrer, el destino no les había puesto sobre la pista del narrador o del sabio que anhelaban, y no habían encontrado por ninguna parte, ni en las ciudades ni en las tiendas ni en el desierto, más que narradores y poetas vulgares, cuyas historias eran universalmente conocidas; pero en cuanto a las aventuras de Hassán Al-Bassri, ¡ninguno las conocía!
Al oír estas palabras, el pecho del viejo narrador Abu-Alí se oprimió hasta el límite de la opresión, y ante su rostro se ennegreció el mundo. Y exclamó: "¡No hay recurso ni fuerza más que en Alah el Omnipotente! ¡Al presente veo bien que en el libro del Ángel está escrito que me espera en el palo mi destino!" E hizo sus preparativos y su testamento antes de morir con aquella muerte de brea.
¡Y he aquí lo referente a él!
Pero respecto al quinto mameluco, que se llamaba Mobarak, he aquí que recorrió todo el país de Egipto y una parte notable de Siria, sin hallar huella de lo que buscaba. Y ni siquiera los narradores famosos de El Cairo pudieron informarle acerca del particular, aunque su saber superara al entendimiento. ¡Más aún! ¡Ni siquiera oyeron hablar nunca a su padres o a sus abuelos, narradores como ellos, de la existencia de aquella historia! Así es que el joven mameluco tomó el camino de Damasco, aunque no esperaba poder realizar satisfactoriamente aquella empresa.
Y he aquí que, en cuanto llegó a Damasco, se sintió poseído por el encanto de su clima, de sus jardines, de sus aguas y de su magnificencia. Y su entusiasmo habría llegado a los límites extremos si él no tuviese el espíritu tan preocupado por su misión irrealizable. Y como era tarde, recorría las calles de la ciudad en busca de algún khan donde pasar la noche, cuando al volver de los zocos vio una muchedumbre de cargadores, barrenderos, arrieros, cavadores, mercaderes y aguadores, así como otras muchas personas, que corrían presurosos en una misma dirección todo lo más de prisa posible. Y se dijo: "¿Quién sabe dónde irá toda esta gente?"
Cuando se disponía a correr con ellos, le empujó con violencia un joven que acababa de tropezar enganchándose el pie en las orlas de su traje a causa de su precipitación en la marcha. Y el mameluco le ayudó a levantarse, y después de secarle la espalda, le preguntó: "¿Adónde vas de esta manera? ¡Te veo muy preocupado y lleno de impaciencia, y no sé qué pensar al ver también a los demás haciendo lo que tú!" El joven le contestó: "Advierto que eres un extranjero, ya que así ignoras el motivo de nuestra carrera. Pues has de saber que, por mi parte, quiero ser uno de los primeros en llegar allá lejos, a la sala abovedada en que se halla el jeique Ishak Al-Monabbi, el narrador sublime de nuestra ciudad, el que cuenta las historias más maravillosas del mundo. ¡Y como siempre tiene fuera y dentro una gran muchedumbre de oyentes, y los que llegan los últimos no pueden disfrutar como es debido de la historia contada, te ruego que dispenses ahora mi prisa por dejarte!"
Pero el joven mameluco se cogió a la ropa del habitante de Damasco, y le dijo: "¡Oh hijo de gentes de bien! te suplico que me lleves contigo a fin de que encuentre un buen sitio cerca del jeique Ishak. ¡Porque yo también anhelo vivamente oírle, y por él precisamente es por quien vengo de mi lejano país!" Y contestó el joven: "¡Sígueme, pues, y corramos!" Y empujando a derecha y a izquierda a las gentes pacíficas que entraban a sus casas, se abalanzaron a la sala donde celebraba sus sesiones el jeique Ishak Al-Monabbi.
Y he aquí que, al entrar en aquella sala de techo abovedado del que descendía una frescura dulce, Mobarak divisó, sentado en un sillón en medio del círculo silencioso de cargadores, mercaderes, notables, aguadores y demás, a un venerable jeique de rostro señalado por la bendición, de frente aureolada de esplendor, que hablaba con una voz grave, continuando la historia que hubo de comenzar hacía más de un mes ante sus oyentes fieles. Pero la voz del jeique no tardó en animarse contando las hazañas insuperables de su guerrero. Y de pronto levantose de su asiento, sin poder ya contener su vehemencia, y empezó a recorrer la sala de un extremo a otro entre sus oyentes, haciendo voltear el alfanje del guerrero cortador de cabezas y destrozando en mil añicos a los enemigos. ¡Mueran los traidores! ¡Y sean malditos y abrasados en el fuego del infierno! ¡Y Alah preserve al guerrero! ¡Ya está preservado! ¡Pero no! ¿Dónde están nuestras espadas, dónde están nuestros palos para volar a su socorro? ¡He aquí! ¡Sale triunfante de la refriega, aplastando a sus enemigos, derribados con ayuda de Alah! ¡Así, pues, gloria al Todopoderoso, dueño de la valentía! ¡Y vaya ahora el guerrero a la tienda en que le espera la enamorada, y que las bellezas diversas de la joven le hagan olvidar los peligros corridos por ella! ¡Y loores a Alah, que ha creado a la mujer para que ponga bálsamo en el corazón del guerrero y fuego en sus entrañas!
Como el jeique Ishak ponía fin a la sesión con aquellas palabras esa tarde, los oyentes se levantaron en el límite del éxtasis, y repitiendo las últimas palabras del narrador, salieron de la sala. Y el mameluco Mobarak, maravillado de arte tan admirable, se acercó al jeique Ishak, y después de besarle la mano, le dijo: "¡Oh mi señor, soy un extranjero, y deseo pedirte una cosa...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Y cuando llegó la 578ª noche

Ella dijo:
"¡... Oh mi señor, soy un extranjero, y deseo pedirte una cosa!" Y el jeique le devolvió su zalema, y contestó: "¡Habla! El extranjero no es para nosotros extranjero. ¿Qué te hace falta?" El otro contestó: "¡Vengo desde muy lejos a ofrecerte un regalo de mil dinares de oro de parte de mi amo el narrador Abu-Alí del Khorassán! ¡Porque te considera el maestro de todos los narradores de este tiempo, y quiere probarte así su admiración!"
El jeique Ishak contestó: "¡Ciertamente, nadie sabrá ignorar la fama del ilustre Abu-Alí del Khorassán! Acepto, pues, de todo corazón amistoso el regalo de tu amo, y quisiera en cambio enviarle alguna cosa por mediación tuya. ¡Dime, pues, lo que más le gusta, a fin de que mi regalo le agrade más aún!"
Al oír estas palabras tanto tiempo esperadas, el mameluco Mobarak se dijo: "¡Heme aquí al cabo de mis deseos! ¡Y éste será mi último recurso!" Y contestó: "Alah te colme con sus bendiciones, ¡oh mi señor! ¡Pero los bienes de este mundo son numerosos sobre la cabeza de Abu-Ali, que no desea más que una cosa, y es adornar su espíritu con lo que no conoce! ¡Así es que me ha enviado a ti para pedirte por favor que le enseñes algún cuento nuevo con el que pueda endulzar los oídos de nuestro rey! ¡Por ejemplo, nada podría conmoverle más que saber por ti, si acaso la conoces, la historia que se llama las AVENTURAS DE HASSAN AL-BASSRI".
El jeique contestó: "¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos! ¡tu deseo será satisfecho, y con creces, porque conozco esa historia, y por cierto que soy el único narrador que la conoce sobre la faz de la tierra! Y razón tiene en buscarla tu amo Abu-Alí, pues sin duda es una de las historias más extraordinarias que existen, y en otro tiempo me la contó un santo derviche, muerto ya, que la sabía por otro derviche, muerto ya, que la sabía por otro derviche, muerto también. Y para hacer honor a la generosidad de tu amo, no solamente voy a contártela, sino a dictártela con todos sus detalles desde el principio al fin. ¡Sin embargo, para esta donación, de mi parte pongo una condición expresa que te comprometerás, por juramento, a cumplir si quieres tener esa copia!"
El mameluco contestó: "¡Estoy dispuesto a aceptar todas las condiciones, aun poniendo en peligro mi alma!"
El narrador dijo: " Pues bien, como esta historia es de las que no se cuentan a cualquiera, y no está hecha para todo el mundo, sino sólo para personas escogidas, vas a jurarme, en nombre tuyo y en el de tu amo, que jamás dirás una palabra de ella a cinco clases de personas: las ignorantes, porque su espíritu grosero no sabría estimarla; los hipócritas, que se asustarían al oírla; los maestros de escuela, incapaces y atrasados, que no la comprenderían; los idiotas, porque son como los maestros de escuela y los engreídos, que no podrían sacar de ella una enseñanza provechosa".
Y exclamó el mameluco: "¡Lo juro ante la faz de Alah y ante ti! ¡oh mi señor!" Luego se desciñó el cinturón y extrajo de él un saco que contenía mil dinares de oro, y se lo entregó al jeique Ishak. El jeique, a su vez, le presentó un tintero y un cálamo, y le dijo: "¡Escribe!"
Y se puso a dictarle palabra por palabra toda la historia de las AVENTURAS DE HASSAN AL-BASSRI, tal como le fué transmitida por el derviche. Y aquel dictado duró siete días y siete noches sin  interrupción. Tras de lo cual el mameluco volvió a leer al jeique lo que había escrito, y aquél rectificó diversos pasajes y corrigió las faltas ortográficas. Y en el límite de la alegría, el mameluco Mobarak besó la mano al jeique, y después de decirle adiós, se apresuró a emprender el camino del Khorassán. Y, como la dicha le tornaba ligero, no invirtió en llegar más que la mitad del tiempo que de ordinario necesitaban las caravanas.
He aquí que sólo faltaban diez días para que expirase el año fijado como plazo por el rey, y para que se levantase delante de la puerta de palacio el palo que sería el suplicio de Abu-Alí. Y se había desvanecido por completo la esperanza en el alma del infortunado narrador, y había congregado éste a todos sus parientes y a sus amigos para que le ayudasen a soportar con menos terror la hora espantosa que le esperaba. Y de improviso, en medio de las lamentaciones, hizo su entrada el mameluco Mobarak, blandiendo el manuscrito, y se acercó a su amo, y después de besarle la mano, le entregó las hojas preciosas, la primera de las cuales ostentaba en letras grandes el título: HISTORIA DE LAS AVENTURAS DE HASSAN AL-BASSRI.
Al ver aquello, el narrador Abu-Alí se levantó y abrazó a su mameluco, y le hizo sentarse a su diestra, y se quitó sus propios trajes para ponérselos a él, y le colmó de muestras de honor y de beneficios; luego, tras de haberle libertado, le dió como regalo diez caballos de raza noble, cinco yeguas, diez camellos, diez mulas, tres negros y dos mozos jóvenes. Tras de lo cual cogió el manuscrito que le salvaba la vida, y lo copió de nuevo él mismo en letras de oro sobre un papel magnífico con su caligrafía más hermosa, poniendo anchos espacios entre las palabras, de manera que la lectura se hiciese grata y fácil. Y empleó en aquel trabajo nueve días enteros, tomándose apenas tiempo para pegar los ojos o comer un dátil. Y el décimo día, a la hora señalada para su empalamiento, puso el manuscrito en una arquilla de oro y subió a ver al rey...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Y cuando llegó la 579ª noche

Ella dijo:
"... Y el décimo día, a la hora señalada para su empalamiento, puso el manuscrito en una arquilla de oro y subió a ver al rey.
Al punto el rey Kendamir reunió a sus visires, a sus emires y a sus chambelanes, así como a los poetas y a los sabios, y dijo a Abu-Alí: "¡La palabra de los reyes debe difundirse! ¡Léenos, pues, esa historia prometida! ¡Y a mi vez, no olvidaré yo lo que se convino entre nosotros en un principio!"
Abu-Alí sacó de la arquilla de oro el maravilloso manuscrito, y desenrolló la primera hoja y comenzó su lectura. Y desenrolló la segunda hoja, y la tercera hoja y muchas hojas más, y continuó leyendo en medio de la admiración y de la maravilla de toda la asamblea. ¡Y fué tan extraordinario el efecto producido en el rey, que quiso éste levantar la sesión aquel día! Y allí se comió, se bebió, y se volvió a comenzar; y así hasta el final.
Entonces el rey Kendamir, entusiasmado hasta el límite del entusiasmo, y seguro para en lo sucesivo de que nunca más tendría un instante de aburrimiento, puesto que en su mano poseía semejante historia, se levantó en honor de Abu-Alí, y le nombró acto seguido gran visir suyo, destituyendo de su cargo al antiguo, y después de haberle puesto su propio manto real, le donó como propiedad hereditaria una provincia entera de su reino con sus ciudades, villas y fortalezas y le retuvo a su lado como compañero íntimo y confidente. Luego le hizo guardar la arquilla con el manuscrito precioso en el armario de los papeles para sacarlo después y que le leyeran la historia cuantas veces se presentara a las puertas de su alma el fastidio.
"Y ésa es precisamente ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada- la historia maravillosa que voy a poder contarte, gracias a una copia exacta que ha llegado hasta mí".
Se cuenta -¡pero Alah es más sabio y más prudente y más bienhechor!- que, en los años que se presentaron y transcurrieron hace mucho tiempo, había en la ciudad de Bassra un joven que era el más gracioso, el más hermoso y el más delicado entre todos los mozos jóvenes de su tiempo. Y se llamaba Hassán (Hermoso), y verdaderamente nunca nombre alguno había convenido de manera tan perfecta a un hijo de los hombres.
Y el padre y la madre de Hassán le querían con un amor grande, porque no le tuvieron hasta los días de su extrema senilidad, y fué merced al consejo de un sabio lector de libros mágicos, que les hizo comer las partes situadas entre la cabeza y la cola de una serpiente de la calidad de las serpientes grandes, según prescripción de nuestro señor Soleimán (¡con El la paz y la plegaria!). Y he aquí que, al llegar el término fijado, Alah el que todo lo oye, el que todo lo ve, decretó la admisión del mercader, padre de Hassán, en el seno de Su Misericordia y el mercader murió en la paz de su Señor (¡Alah le tenga siempre en Su piedad!).
De tal suerte encontrose el joven Hassán como único heredero de los bienes de su padre. Pero como estaba mal educado por sus padres, que le habían querido mucho, se apresuró a frecuentar el trato de los jóvenes de su edad, y en su compañía no tardó en comerse en festines y en disipaciones las economías de su padre. Y ya no le quedó nada entre las manos. Entonces su madre, que tenía un corazón compasivo, no pudo sufrir el verle triste, y con su propia parte de herencia, le abrió en el zoco  una tienda de orfebrería.
Y he aquí que la belleza de Hassán pronto atrajo hacia la tienda, con asentimiento de Alah, las miradas de todos los transeúntes; y no atravesaba el zoco ninguno que no se parase ante la puerta para contemplar la obra del Creador y maravillarse de ella. Y de tal suerte se convirtió la tienda de Hassán en centro de una aglomeración continua de mercaderes, de mujeres y de niños que reuníanse allá para verle manejar el martillo de orfebre y admirarle a su antojo.
Y he aquí que, un día entre los días, estando Hassán sentado en el interior de su tienda, y mientras fuera aumentaba la acostumbrada aglomeración, acertó a pasar por allí un persa de larga barba blanca y gran turbante de muselina blanca. Su rostro y sus modales indicaban desde luego que era un notable y un hombre de importancia. Y tenía en la mano un libro antiguo. Y se detuvo delante de la tienda y se puso a mirar a Hassán con atención sostenida. Luego acercóse más a él, y dijo de manera que fuese oído: "¡Por Alah! ¡Excelente orfebre!" Y empezó a mover la cabeza con los signos más evidentes de una admiración sin límites. Y permaneció allí quieto hasta que los transeúntes se dispersaron para la plegaria de la tarde.
Entonces entró en la tienda y saludó a Hassán, que le devolvió la zalema con gran ternura, y le dijo: "¡En verdad, hijo mío, que eres un joven muy agraciado! Y como yo no tengo hijos, quisiera adoptarte, a fin de enseñarte los secretos de mi arte, único en el mundo, y que millares y millares de personas me suplicaron inútilmente que les enseñara. Y ahora mi alma y la amistad que nació en mi alma por ti me impulsan a revelarte lo que hasta hoy oculté cuidadosamente, para que después de mi muerte seas tú el depositario de mi ciencia. De tal suerte pondré entre tú y la pobreza un obstáculo infranqueable, y te libraré de ese trabajo fatigoso del martillo y de ese oficio poco lucrativo, indigno de tu persona encantadora, ¡oh hijo mío! y que ejerces en medio del polvo, del carbón y de la llama!" Y contestó Hassán: "¡Por Alah! ¡oh mi venerable tío! que sólo deseo ser tu hijo y el heredero de tu ciencia! ¿Cuándo quieres, pues, comenzar a iniciarme?" El persa contestó: "¡Mañana!" Y levantándose en seguida, cogió con sus dos manos la cabeza de Hassán y le besó. Luego salió sin añadir una palabra más...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Pero cuando llegó la 580ª noche

Ella dijo:
"... cogió con sus dos manos la cabeza de Hassán y le besó. Luego salió sin añadir una palabra más.
Entonces Hassán, extremadamente turbado con todo aquello, se apresuró a cerrar su tienda y corrió a su casa para contar a su madre, lo que acababa de ocurrir. Y la madre de Hassán repuso, muy conmovida: "¿Qué me cuentas, ya Hassán? ¿Y cómo puedes creer en las palabras de un persa hereje?" Hassán dijo: "¡Ese venerable sabio no es un hereje, pues lleva un turbante de muselina blanca como el de los verdaderos creyentes!"
Ella contestó: "¡Ah hijo mío, desengáñate! ¡Esos persas son unos miserables, unos seductores! ¡Y su ciencia es la alquimia! ¡Y sólo Alah sabe las asechanzas que traman en la negrura de su alma, y el número de estratagemas de que se valen para despojar a la gente!"
Pero Hassán se echó a reír, y dijo: "¡Oh madre mía, nosotros somos pobres, y no tenemos, en verdad, nada que pueda tentar la codicia de los demás! ¡En cuanto a ese persa, en toda la provincia de Bassra no hay ninguno que tenga un rostro y unos modales mejores! ¡Y he visto en él las señales más evidentes de la bondad y de la virtud! ¡Demos gracias a Alah, que hizo que su corazón se compadeciera de mi cualidad!"
Al oír estas palabras, nada contestó ya la madre. Y Hassán aquella noche no pudo cerrar los ojos, de tan perplejo e impaciente como estaba.
Al día siguiente, se presentó muy temprano en el zoco con sus llaves, y abrió su tienda antes que todos los demás mercaderes. Y al punto vió entrar al persa, y se levantó con viveza en honor suyo y quiso besarle la mano; pero el otro no lo consintió, y le estrechó en sus brazos, y le preguntó: "¿Estás casado, oh Hassán?" Hassán contestó: "No, por Alah! ¡Soy soltero, aunque mi madre no cesa de inclinarme al matrimonio!"
El persa dijo: "¡Muy bien entonces! ¡Porque si fueses casado, nunca habrías podido entrar en la intimidad de mis conocimientos!"
Luego añadió: "¿Tienes cobre en tu tienda, hijo mío?" Hassán dijo: "¡Ahí tengo una bandeja vieja, toda mellada, de cobre amarillo!" El persa dijo: "¡Eso mismo es lo que me hace falta! ¡Empieza, pues, por encender tu hornillo, pon al fuego tu crisol y haz funcionar tus fuelles! ¡Coge luego esa bandeja vieja de cobre y córtala en pedacitos con tus tijeras!" Y Hassán se apresuró a ejecutar la orden. Y el persa dijo: "¡Ahora pon esos pedazos de cobre en el crisol, y activa el fuego hasta que se licúe todo el metal!" Y Hassán echó al crisol los pedazos de cobre, activó el fuego y se puso a soplar con la caña sobre el metal hasta la licuefacción. Entonces levantóse el persa y se acercó al crisol y abrió su libro, y ante el líquido hirviente leyó unas fórmulas en lengua desconocida; luego, levantando la voz, gritó: "¡Hakh! ¡makh! ¡bakh! ¡Oh vil metal, que el sol te penetre con sus virtudes! ¡Hakh! ¡makh! ¡bakh! ¡Oh vil metal, que la virtud del oro ahuyente tus impurezas! ¡Hakh ¡makh! ¡bakh! ¡Oh cobre, conviértete en oro!" Y al pronunciar estas palabras, el persa alzó la mano hacia su turbante, y sacó de entre los pliegues de la muselina un paquete de papel doblado, que abrió; y cogió unos polvos amarillos como el azafrán, que apresuróse a echar en medio del cobre líquido dentro del hornillo. ¡Y al instante se solidificó el líquido y se convirtió en un pan de oro, del oro más puro!
Al ver aquello, Hassán quedó estupefacto en el límite de la estupefacción; y a una seña del persa, cogió su lima de ensayo y frotó con ella un extremo del pan brillante; y comprobó que era oro de la calidad más fina y más estimada. Entonces, poseído de admiración, quiso coger la mano al persa y besársela; pero éste no se lo permitió, y le dijo: "¡Oh Hassán! ve ya al zoco a vender este pan de oro! ¡Y cobra el importe, y vuelve a tu casa a guardar el dinero, sin decir una palabra de lo que sabes!" Y Hassán fué al zoco, y entregó el pan al pregonero, lo pregonó y obtuvo por él en seguida mil dinares de oro y después dos mil al segundo pregón. Y se adjudicó en ese precio el pan a un mercader, y Hassán cogió los dos mil dinares y fué a llevárselos a su madre, volando de alegría. Y la madre de Hassán, al ver todo aquel oro, no pudo en un principio pronunciar palabra, de tan llena de asombro como estaba; luego, cuando Hassán, riendo, le contó que aquello procedía de la ciencia del persa, ella alzó las manos y exclamó, aterrada: "¡No hay más dios que Alah, y no hay fuerza y poder más que en Alah! ¿Qué hiciste, ¡oh hijo mío! con ese persa versado en la alquimia?"
Pero Hassán contestó: "¡Precisamente ¡oh madre! ese venerable sabio está instruyéndome en la alquimia! ¡Y ha empezado por hacerme ver cómo se cambia un vil metal en el oro más puro!" Y sin prestar atención ya a las objeciones de su madre, Hassán cogió de la cocina el almirez grande de cobre en que su madre machacaba ajo y cebolla y confeccionaba las albóndigas de trigo molido, y corrió a su tienda en busca del persa, que le esperaba. Y tiró al suelo el almirez de cobre, y se puso a activar el fuego. Y el persa le preguntó: "¿Pero qué quieres hacer, ya Hassán?" Hassán contestó: "¡Quisiera convertir en oro el almirez de mi madre!" Y el persa se echó a reír, y dijo: "¡Eres un insensato, Hassán, al querer mostrarte en el zoco por dos veces en el mismo día con lingotes de oro que despertarían las sospechas de los mercaderes, los cuales adivinarían que nos dedicamos a la alquimia, y atraerían sobre nuestra cabeza algo muy enojoso!"
Hassán contestó: "¡Tienes razón! ¡Pero quisiera que me enseñaras el secreto de la ciencia!" El persa se echó a reír más fuerte aún que la primera vez, y dijo: "¡Eres un insensato, Hassán, al creer que la ciencia y los secretos de la ciencia pueden enseñarse así, en plena calle o en las plazas públicas, y que se pueden aprender en medio del zoco, a la vista de los guardias! ¡Pero si verdaderamente, ya Hassán, abrigas el firme propósito de instruirte de un modo completo, no tienes más que recoger tus herramientas y seguirme a mi casa!"
Y Hassán contestó sin vacilar: "¡Escucho y obedezco!" Y levantándose, recogió sus herramientas, cerró su tienda y siguió al persa.
Pero por el camino Hassán se acordó de las palabras de su madre acerca de los persas, y como le invadían el espíritu mil pensamientos, se detuvo en su marcha, sin saber a punto fijo lo que hacía, y con la cabeza baja se puso a reflexionar profundamente. Y el persa, que habíase vuelto, le vió en aquel estado y se echó a reír, luego le dijo: "¡Eres un insensato, Hassán! ¡Porque si estuvieras tan dotado de razón como de gentileza, no te detendrías ante el buen destino que te aguarda! ¿Cómo es posible que vaciles cuando quiero hacer tu felicidad?"
Luego añadió: "¡Sin embargo, hijo mío, para que no tengas la más ligera duda acerca de mis intenciones, prefiero revelarte los secretos de mi ciencia en tu propia casa!" Y Hassán contestó: "¡Sí, ¡por Alah! así se tranquilizará mi madre!" Y dijo el persa: "¡Precédeme, pues, para enseñarme el camino!"
Y Hassán echó a andar delante, y el persa detrás; y de tal suerte llegaron a casa de la madre.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Pero cuando llegó la 581ª noche

Ella dijo:
"... y de tal suerte, llegaron a casa de la madre. Y Hassán rogó al persa que esperara en el vestíbulo, y corriendo como un potro que triscase por los prados en la primavera, fué a prevenir a su madre de que tenían por huésped al persa. Y añadió: "Puesto que va a comer de nuestra comida en nuestra casa, estaremos ligados por el pan y la sal, y así ya no podrás inquietarte por mí en lo sucesivo".
Pero la madre contestó: "¡Alah nos proteja, hijo mío! ¡El lazo del pan y de la sal es sagrado entre nosotros; pero no lo respetan esos persas abominables, que son adoradores del fuego, pervertidos y perjuros! ¡Ah hijo mío, qué calamidad nos persigue!" Hassán dijo: "¡Cuando veas a ese venerable sabio, no querrás dejarle salir de nuestra casa!"
Ella dijo: "¡No! ¡por la tumba de tu padre, que no he de permanecer aquí mientras esté ese hereje! ¡Y cuando se marche, fregaré las baldosas de la habitación, y quemaré incienso, y ni siquiera te tocaré a ti  durante un mes entero, pues temo que pudiera mancharme con tu contacto!" Luego añadió: "¡Sin embargo, puesto que ya está en nuestra casa y guardamos el oro que nos ha dado, voy a prepararos de comer, y después me marcharé a casa de los vecinos!" Y en tanto que Hassán iba en busca del persa, ella extendió el mantel, y tras de hacer muchas compras, puso en las bandejas pollos asados y cohombros y diez clases de pasteles y confituras, y apresuróse a refugiarse en casa de los vecinos.
Entonces Hassán introdujo en el comedor a su amigo el persa, y le invitó a sentarse, diciéndole: "¡Es preciso que nos liguen el pan y la sal!" Y contestó el persa: "¡Sin duda que ese lazo ha de ser cosa inviolable!" Y se sentó al lado de Hassán, y se puso a comer con él sin dejar de conversar. Y le decía: "¡Oh hijo mío Hassán! ¡por el lazo sagrado del pan y de la sal que existe ahora entre nosotros, creéme, que si no te quisiera con un cariño tan vivo, no te enseñaría las cosas secretas que nos han traído aquí!" Y así diciendo, sacó de su turbante el paquete de polvos amarillos, y mostrándoselo añadió: "¿Ves estos polvos? Pues bien: has de saber que con un poco de ellos puedes transformar en oro diez okes de cobre. Porque estos polvos no son otra cosa que el elixir quintaesenciado, solidificado y pulverizado que extraje de la substancia de mil cuerpos simples y de mil ingredientes a cual más complicados. ¡Y sólo conseguí este descubrimiento al cabo de trabajos y fatigas que ya conocerás un día!"
Y entregó el paquete a Hassán, quien se puso a mirarlo con tanta atención, que no vió al persa sacar rápidamente de su turbante un trozo de bang y mezclarlo a un pastel. Y el persa ofreció el pastel a Hassán, quien sin dejar de mirar los polvos, se lo tragó para caer al punto de espaldas, sin conocimiento, dando en el suelo con la cabeza antes que con los pies.
Inmediatamente, lanzando un grito de triunfo, el persa saltó sobre ambos pies, diciendo: "¡Ah encantador Hassán! ¡Cuántos años hace ya que te busco sin encontrarte! ¡Pero hete ahora entre mis manos sin que hayas de escapar a mis deseos!" Y se alzó las mangas, se ciñó la cintura, y acercándose a Hassán, le dobló en dos, poniéndole la cabeza sobre las rodillas, y en esta posición le ató los brazos a las piernas y las manos a los pies. Luego abrió un arca la vació y metió dentro a Hassán con todo el oro que produjo su operación de alquimia. Después salió a llamar a un mandadero, le cargó el arca a la espalda, y le hizo llevarla a la orilla del mar, en donde había un navío dispuesto a hacerse a la vela. Y el capitán, que no esperaba más que la llegada del persa, levó el ancla. ¡Y empujado por la brisa de tierra, el navío se alejó de la orilla a toda vela! ¡Y he aquí lo referente al persa, raptor de Hassán y del arca en que estaba encerrado Hassán!
¡Pero he aquí ahora lo que atañe a la madre de Hassán! Cuando advirtió que su hijo había desaparecido con el arca y el oro, y que las ropas estaban esparcidas por la habitación, y que la puerta de la casa había quedado abierta, comprendió que en adelante Hassán estaba perdido para ella y que se había ejecutado el designio del Destino. Entonces se entregó a la desesperación, y se golpeó mucho el rostro, y rasgó sus vestiduras, y se puso a gemir, a sollozar, a lanzar gritos dolorosos y a verter llanto, diciendo: "¡Ay! ¡oh hijo mío! ¡ah! ¡Ay del fruto vivo de mi corazón! ¡ah!"
Y se pasó toda la noche corriendo enloquecida, a preguntar por su hijo en casa de todos los vecinos, pero sin resultado. Y desde entonces dejó transcurrir sus días y sus noches entre lágrimas de duelo, junto a la tumba que erigió en medio de su casa y en la cual escribió el nombre de su hijo Hassán y la fecha del día en que fué arrebatado a su afecto. Y también hizo grabar en el mármol de la tumba estos dos versos, a fin de recitárselos llorando sin cesar:
¡Cuando me duermo por la noche, se me presenta una forma engañosa, que viene a errar, triste, en torno de mi lecho y de mi soledad!
¡Quiero estrechar entre mis brazos la amada forma de mi hijo, y me despierto ¡ay! en medio de la casa desierta, cuando ya ha pasado la hora de la visita!
Y así es como vivía con su dolor la pobre madre.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Pero cuando llegó la 582ª noche

Ella dijo:
"... En cuanto al persa que se marchó en el navío con el arca, era realmente un mago muy formidable; y se llamaba Bahram el Gauro, Adorador del Fuego, alquimista de oficio. Y cada año escogía entre los niños de los musulmanes un joven bien formado, para llevárselo y hacer con él lo que le impulsaba a hacer su descreimiento, su perversión y su raza maldita; porque, como ha dicho el Maestro de los proverbios, ¡era "un perro, hijo de perro, nieto de perro; y todos sus antepasados eran perros! ¿Cómo iba a ser entonces otra cosa que un perro, ni hacer otra cosa que las acciones de un perro? Y he aquí que mientras duró el viaje por mar, bajaba una vez al día al fondo del navío, en donde estaba el arca, levantaba la tapa y daba de comer y beber a Hassán, metiéndole él mismo los alimentos en la boca y dejándole sumido siempre en estado de somnolencia. Y cuando el navío llegó al término del viaje, hizo desembarcar el arca y bajó él también a tierra, mientras que el navío reanudaba su rumbo.
Entonces el mago Bahram abrió el arca, desató las ligaduras de Hassán y destruyó el efecto de bang haciéndole aspirar vinagre y echándole en las narices polvo de antibang. Y al punto recobró Hassán el uso de sus sentidos, y miró a derecha e izquierda; y se vió echado en una playa marina cuyos guijarros y arena estaban coloreados de rojo, de verde, de blanco, de azul, de amarillo y de negro; y por eso asombrado de verse en lugar que no conocía, se levantó y vió sentado detrás de él en una roca al persa, que le miraba con un ojo abierto y un ojo cerrado. Y sólo con ver aquello, tuvo el presentimiento de que había sido víctima del mago y de que en adelante estaba a merced suya. Y se acordó de las desgracias que le predijo su madre; y se resignó a los decretos del Destino, diciéndose: "¡Pongo mi confianza en Alah!"
Luego se acercó al persa, que le dejaba avanzar sin moverse, y le preguntó con voz muy alterada: "¿Qué quiere decir esto, padre mío? ¿Es que no hubo entre nosotros una vez el lazo del pan y de la sal?" Y Bahram el Gauro se echó a reír, y exclamó: "¡Por el Fuego y la Luz! ¿Para qué me hablas del pan y la sal a mí, que soy Bahram el Adorador de la Llama y la Chispa, del Sol y de la Luz? ¿Y no sabes que, lo mismo que a ti, he tenido en mi poder a novecientos noventa y nueve jóvenes musulmanes que rapté, y que tú eres el milésimo? ¡Pero, ¡por el Fuego y la Luz! tú eres el más hermoso de todos! ¡Y no creía ¡oh Hassán! que cayeras tan fácilmente en mis redes! ¡Pero ¡gloria al Sol! hete aquí entre mis manos, y pronto verás cuánto te amo!"
Luego añadió: "¡Primero empezarás por abjurar de tu religión y adorar lo que yo adoro!" Al oír estas palabras, la sorpresa de Hassán se tornó en una indignación sin límites, y gritó al mago: "¡Oh jeique de  maldición! ¿qué te atreves a proponerme? ¿Y qué abominación quieres hacerme cometer?"
Cuando el persa vió a Hassán en tal estado de cólera, como tenía otros proyectos con respecto a él, no quiso insistir más aquel día, y le dijo: "¡Oh Hassán! ¡lo que te proponía, al pedirte que abjuraras de tu religión, no era más que una farsa de mi parte para poner a prueba tu fe y añadirte un mérito ante el Retribuidor!" Luego añadió: "¡Mi único objeto, al traerte aquí, es iniciarte, en soledad, en los misterios de la ciencia! ¡Mira esa alta montaña a pico que domina el mar! ¡Es la Montaña de las Nubes! y en ella se encuentran los elementos necesarios para el elixir de las transmutaciones. ¡Y si quieres dejarte conducir a su cima, te juro por el Fuego y la Luz que no tendrás que arrepentirte de ello! ¡Porque si hubiera querido conducirte allí contra tu voluntad, lo hubiese hecho durante tu sueño! Y una vez que hayamos llegado a la cumbre, cogeremos los tallos de las plantas que crecen en esa región situada por encima de las nubes. ¡Y entonces te indicaré lo que tienes que hacer!" Y Hassán, que a pesar suyo sentíase dominado por las palabras del mago, no se atrevió a rehusar, y dijo: "¡Escucho y obedezco!" Luego, recordando dolorido a su madre y a su patria, se echó a llorar amargamente.
Entonces Bahram le dijo: "¡No llores, Hassán! ¡Pronto verás lo que vas a ganar con seguir mis consejos!" Y Hassán preguntó: "¿Pero cómo podremos realizar la ascensión de esta montaña a pico cual una muralla?" El mago contestó: "¡No te detenga esa dificultad! ¡Llegaremos allá con más facilidad que el ave!"
Habiendo dicho estas palabras, el persa sacó de entre su traje un tamboril de cobre en el cual había extendida una piel de gallo y aparecían grabados caracteres talismánicos. Y se puso a tocar con sus dedos en el tamboril. Y al punto se alzó una polvareda, desde el seno de la cual se hizo oír un relincho prolongado; y súbitamente, surgió ante ellos un gran caballo negro alado, que empezó a golpear el suelo con sus cascos, echando llamas por las narices. Y el persa le montó y ayudó a Hassán a encaramarse a la grupa. Y al instante el caballo batió las alas y remontó el vuelo; y en menos tiempo del que se necesita para abrir un párpado y cerrar el otro, les dejó en la cumbre de la Montaña de las Nubes. Luego desapareció.
Entonces el persa miró a Hassán de tan mala manera como en la playa, y lanzando una carcajada estridente, exclamó...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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