viernes, junio 21, 2024

30 P3 Historia de los artificios de Dalila la taimada y de su hija Zeinab la embustera con Ahmad-La-Tiña, Hassan-La-Peste y Ali-Azogue - tercera de cuatro partes

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30 Historia de los artificios de Dalila la taimada y de su hija Zeinab la embustera con Ahmad-La-Tiña, Hassan-La-Peste y Ali-Azogue (de la noche 432 a la 465)

       30.1 Alí Azogue y de sus aventuras con Dalila y su hija Zeinab, y con Zaraik, el hermano de Dalila y con el mago judío Azaria






Pero cuando llegó la 450ª noche

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Ella dijo:
... y después de sentarse ambos en una de las gradas de mármol de la fuente pública, junto al odre, que dejaron en el suelo, el aguador contó:
"Has de saber ¡oh mi generoso amo! que mi padre era el jeique de la corporación de aguadores de El Cairo, no de los aguadores que venden agua al por mayor en las casas, sino de los que, como yo, la venden al por menor, llevándola a la espalda y despachándola por las calles.
"Cuando murió mi padre, me dejó de herencia cinco camellos, una mula, la tienda y la casa. ¡Aquello era más de lo que necesitaba para vivir dichoso un hombre de mi condición! Pero ¡oh mi amo! el pobre nunca está satisfecho, ¡y el día en que por casualidad se siente satisfecho al fin, muere! Así, pues, yo pensaba para mi ánima: "¡Voy a aumentar mi herencia con el tráfico y el comercio!" Y al punto fui en busca de diversos prestamistas que me confiaron mercancías. Cargué aquellas mercancías en mis camellos y en mi mula, y me marché a traficar en Hedjaz durante la época de peregrinación a la Meca. Pero ¡oh mi amo! el pobre no se enriquece nunca, ¡y si se enriquece, muere! Fui tan desgraciado con mi tráfico, que antes de terminarse la peregrinación perdí cuanto poseía, y me vi obligado a vender mis camellos y mi mula para atender a las necesidades del momento. Y me dije: «¡Si vuelves a El Cairo, te cogerán tus acreedores y te meterán en la cárcel!» Entonces me agregué a la caravana de Siria, y fui a Damasco, a Alepo y de allí a Bagdad.
"Una vez llegado a Bagdad, pregunté por el jefe de la corporación de aguadores y me presenté a él. Como buen musulmán, empecé por recitarle el capítulo liminar del Korán y le deseé la paz. A la sazón me interrogó por mi estado, y le conté todo lo que me había sucedido. Y sin tardanza me dió un ajustador, un odre y dos tazas para que pudiese ganarme la vida. Y salí una mañana por el camino de Alah, con mi odre a la espalda, y empecé a circular por los diversos barrios de la ciudad, cantando mi  pregón, como los aguadores de El Cairo. Pero ¡oh mi amo! el pobre permanece pobre porque tal es su destino!
"En efecto, no tardé en ver cuán grande era la diferencia entre los habitantes de Bagdad y los de El Cairo. En Bagdad, ¡oh mi amo! la gente no tiene sed; ¡y los que por casualidad se deciden a beber no pagan! ¡Porque el agua es de Alah! Al oír las respuestas de los primeros individuos a quienes hice mis ofertas cantadas, advertí todo lo malo que era el tal oficio. Pues cuando a uno de ellos le brindé mi taza, hubo de contestarme: "¿Pero acaso me diste de comer, para darme de beber ahora?"
Yo continué entonces mi camino, asombrándome de la funesta manera de comenzar allí en mi oficio, y brindé la taza a otro; pero me contestó: "¡La ganancia está en Alah! Sigue tu camino ¡oh aguador!" No quise desalentarme, y continué caminando por los zocos, parándome delante de las tiendas bien acreditadas; pero nadie me hizo seña de que le sirviera agua ni quiso dejarse tentar por mis ofertas y el tintineo de mis vasos de cobre. Y así permanecí hasta mediodía, sin haber ganado con qué comprarme una bizcochada de pan y un cohombro. Porque ¡oh mi amo! el destino del pobre le obliga a tener a veces hambre. ¡Pero el hambre, oh mi amo! es menos dura que la humillación! Y el rico experimenta bastantes humillaciones y las soporta peor que el pobre, que no tiene nada que perder ni que ganar. Así yo, por ejemplo, si me he enfadado por tu cólera, no es por mí, sino por mi agua, que es un don excelente de Alah. Pero tu cólera para conmigo ¡oh mi amo! se debe a motivos que afectan a tu persona.
"El caso es que, al ver que mi estancia en Bagdad comenzaba de manera tan triste, pensé para mi ánima: "¡Más te hubiera valido ¡oh pobre! morir en una cárcel dentro de tu país que en medio de esas gentes a quienes no les gusta el agua!" Y mientras me obstinaba en tales pensamientos, vi de pronto levantarse en el zoco una gran polvareda y correr gente en cierta dirección. Entonces, como mi oficio consiste en ir a donde va muchedumbre, corrí con todas mis fuerzas, llevando mi odre a la espalda, y me dejé llevar por la corriente. Y a la sazón vi un cortejo espléndido compuesto por dos filas de hombres que llevaban en la mano bastones, ostentaban gorros enriquecidos con perlas, iban vestidos con hermosos albornoces de seda y al costado les colgaban magníficos alfanjes incrustados ricamente. Y marchaba al frente de ellos un jinete de aspecto terrible, ante el cual todas las cabezas se inclinaban hasta la tierra. Entonces pregunté: «¿A qué se debe este cortejo? ¿Y quién es ese jinete?» Me contestaron: «¡Bien se ve, por tu acento egipcio y tu ignorancia, que no eres de Bagdad! Ese cortejo es el del mokaddem Ahmad-la-Tiña, jefe de policía de la Derecha del califa, que está encargado de mantener el orden por los arrabales. Y el que ves a caballo es él mismo. ¡Disfruta de muchos honores y de un sueldo de mil dinares al mes, exactamente igual que su colega. Hassán-la-Peste, jefe de la Izquierda! ¡Y cada uno de sus hombres cobra cien dinares mensuales! ¡Precisamente acaban de salir del diwán ahora, y van a su casa para hacer la comida de mediodía!»
"Entonces ¡oh mi amo! me puse a vocear mi pregón a estilo egipcio, tal como me viste hace poco, acompañándome con el tintineo de mis vasos sonoros. Y lo hice de modo que me oyó y me vió el mokaddem Ahmad, y guiando hacia mí su caballo me dijo: "¡Oh hermano de Egipto, por tu canto te reconozco! ¡Dame una taza de tu agua!" Y cogió la taza que le brindé, la volcó y tiró al suelo el contenido para hacérmela llenar por segunda vez y verterla en el suelo de nuevo, exactamente igual que tú, ¡oh mi amo! y beber de un sorbo la tercera taza que me hizo que le llenase. Luego exclamó en alta voz: «¡Viva El Cairo con sus habitantes, ¡oh aguador, hermano mío! ¿Por qué viniste a esta ciudad en donde no se estima y remunera a los aguadores?» Y le conté mi historia y le hice comprender que estaba sin dinero y huido a causa de mis deudas y de mis apuros. Entonces exclamó: «Bien venido seas, pues, a Bagdad!» Y me dió cinco dinares de oro, y encarándose con todos los hombres de su cortejo les dijo, «¡Por el amor de Alah, recomiendo a vuestra liberalidad este hombre de mi patria!» ¡Al punto cada hombre del cortejo me pidió una taza de agua, y después de bebérsela, dejó en ella un dinar de oro! De modo que al cabo de aquella ronda tenía yo más de cien dinares de oro en la caja de cobre que colgaba de mi cinturón. Luego me dijo el mokaddem Ahmad-la-Tiña: «¡Esta será tu remuneración cada vez que nos sirvas de beber durante tu estancia en Bagdad!» Así es que en pocos días se llenó varias veces mi caja de cobre; y conté los dinares y vi que poseía mil y pico.
Entonces pensé para mi ánima: «Ya te llegó la hora de volver a tu país, ¡oh aguador! pues por muy bien que se esté en tierra extraña, se encuentra uno en su patria mejor todavía. ¡Y además, tienes deudas, y has de pagarlas!» Entonces me dirigí al diwán, donde ya me conocían y me trataban con muchos miramientos; y entré a despedirme de mi bienhechor, recitándole estos versos...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.


Pero cuando llegó la 451ª noche

Ella Dijo:
"... y entré a despedirme de mi bienhechor, recitándole estos versos:
¡La morada del extranjero en tierra extranjera es semejante a un edificio construido en el aire!
¡Sopla el viento, se derrumba el edificio, y el extranjero lo abandona! ¡Más le hubiera valido no construirlo!
Luego le dije: "¡He aquí que parte para El Cairo una caravana, quisiera agregarme a ella para volver con los míos!" Entonces me dio él una mula y cien dinares, y me dijo: "A mi vez ¡oh jeique! quisiera encargarte una comisión de confianza.¿Conoces a mucha gente en El Cairo?" Yo contesté: "¡Conozco a toda la gente generosa que allá habita!" El me dijo: "Entonces toma esta carta y entrégasela en propia imano a mi antiguo compañero Alí Azogue, de El Cairo; y dile de mi parte: "¡Tu jefe te envía sus zalemas y sus votos! ¡Ahora está con el kalifa Harún Al-Raschid!"
"Cogí la carta, besé la mano del mokaddem Ahmad, y abandoné Bagdad para venir a El Cairo, donde llegué hace cinco días apenas. Empecé por buscar a mis acreedores, a quienes pagué religiosamente con todo el dinero que había ganado en Bagdad merced a la generosidad de Ahmad-la-Tiña. Tras de lo cual volví a ponerme mi ajustador de cuero, cargué mi odre a la espalda y me hice aguador como antes, tal cual me ves, ¡oh mi amo! ¡Pero en vano busco por todo El Cairo al amigo de Ahmad-la-Tiña, a Alí Azogue, pues no puedo dar con él para entregarle la carta que llevo siempre entre los pliegues de mi ropa!
"Y tal es ¡oh mi amo! la aventura que me acaeció con el más generoso de mis clientes".
Cuando el aguador hubo acabado de contar su historia, Alí Azogue se levantó y le abrazó como el hermano abraza al hermano, y le dijo: "¡Oh aguador, semejante mío, perdóname mi cólera de hace poco para contigo! ¡Sin duda el hombre que encontraste en Bagdad y era más generoso que yo, el único más generoso que yo, es mi antiguo jefe! ¡Porque el Alí Azogue a quien buscas, el primer compañero de Ahmad-la-Tiña, soy yo mismo! ¡Regocija, pues, tu alma, refresca tus ojos y tu corazón y dame la carta de mi superior!" Entonces el aguador hubo de entregarle la carta, abriéndola el otro, y leyendo en ella lo que sigue:
"¡La zalema del Mokaddem Ahmad-la-Tiña al más ilustre y al primero de sus hijos, Alí Azogue! "Te escribo ¡oh adorno de los más hermosos! en una hoja que volará hacia ti con el viento.
"¡Si fuese pájaro, yo mismo a tus brazos volaría transportado por el deseo! Pero, ¿podrá volar aún el pájaro a quien cortaron las alas? "Porque has de saber ¡oh el más hermoso! que estoy ahora a la cabeza de los cuarenta alguaciles de Ayub Lomo-de-Camello, todos ellos, como nosotros, antiguos bravos, autores de mil soberbias hazañas. Y fui nombrado por nuestro amo el califa Harún Al-Raschid, jefe de policía de Su Derecha, encargado de custodiar la ciudad y los arrabales, con un sueldo de mil dinares al mes, sin contar los ingresos extraordinarios y ordinarios por parte de las gentes que desean congraciarse conmigo. "Si tú ¡oh el más querido! quieres dar un vasto meidán al vuelo de tu genio y abrirte la puerta de las bienandanzas y las riquezas no tienes más que venir a Bagdad para reunirte con tu amigo. Aquí acometerás altas empresas, y te prometo obtenerte entonces los favores del califa, una plaza digna de ti y de nuestra amistad y un tratamiento tan considerable como el mío.
"¡Ven, pues, hijo mío, a reunirte conmigo y a dilatarme el corazón con tu presencia deseada! "¡Y sean contigo la paz de Alah y sus bendiciones, ¡ya Alí!"
Cuando Alí Azogue hubo leído esta carta de su jefe Ahmad-la-Tiña, se estremeció de alegría y de emoción, y blandiendo su largo bastón en una mano y la carta en la otra mano, ejecutó una danza fantástica sobre los escalones de la fuente, atropellando a las viejas y a los mendigos. Después besó varias veces la carta, llevándosela a la frente luego; y se quitó su cinturón de cuero y lo vació, dejando en las manos del aguador todas las monedas de oro que contenía, para darle gracias por la buena noticia y la comisión. Y se apresuró a reunirse en el subterráneo con los bergantes de su banda para anunciarles su inmediata partida a Bagdad.
Cuando estuvo entre ellos, les dijo: "¡Hijos míos, os dejo encomendados unos a otros!" Entonces exclamó su lugarteniente: "¿Cómo, maestro? ¿Es que nos abandonas?" Alí contestó: "¡Me espera mi destino en Bagdad, entre las manos de mi jefe Ahmad-la-Tiña!" el otro dijo: "¡Precisamente nos hallamos en un momento de apuro! ¡Nuestro almacén de provisiones está vacío! ¿Y qué va a ser de nosotros sin ti?" Alí contestó: "Antes de llegar a Bagdad, en cuanto entre en Damasco, ya encontraré la manera de enviaros algo con que podáis atender a todas vuestras necesidades. ¡No temáis, pues, hijos míos!" Luego se quitó la ropa que llevaba, hizo sus abluciones y se vistió con un traje ceñido a la cintura y con un largo capote de viaje de amplias mangas; guardó en su cinturón de cuero dos puñales y un machete; se puso a la cabeza un tarbusch extraordinario y empuñó una inmensa lanza de cuarenta y dos codos de longitud, y hecha con nudos de bambú que podían meterse a voluntad unos con otros. Después saltó a lomos de su caballo y se marchó.
Apenas había salido de El Cairo, cuando divisó ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente


Y cuando llegó la 452ª noche

Ella dijo:
... Apenas había salido de El Cairo, cuando divisó una caravana, a la cual se agregó al enterarse que se dirigía a Damasco y a Bagdad. Aquella caravana era del síndico de los mercaderes de Damasco, hombre muy rico que volvía desde la Meca a su país. Y he aquí que Alí, que era joven, hermoso y todavía no tenía pelo en las mejillas, le gustó en extremo al síndico de los mercaderes, a los camelleros y a los muleteros, y a la vez que se defendía de sus diversos atentados nocturnos, supo hacerle una porción de servicios apreciables, protegiéndolos centra los beduinos salteadores y los leones del desierto; de modo que a su llegada a Damasco le demostraron su agradecimiento gratificándole cada cual con cinco dinares. Y Alí, que no se olvidaba de sus compañeros de El Cairo, se apresuró a enviarles todo aquel dinero, sin guardar para él más que lo estrictamente necesario para continuar su camino y llegar a Bagdad por fin.
Y así fué como Alí Azogue, de El Cairo, abandonó su país para ir a Bagdad, buscando su destino entre las manos de su maestro Ahmad-la-Tiña, el antiguo jefe de aquellos bravos.
No bien hubo entrado en la ciudad, se dedicó a buscar la vivienda de su amigo preguntando a varias personas que no supieron o no quisieron indicársela. Y llegó de tal suerte a una plaza llamada Al-Nafz, donde vio a unos muchachos que estaban jugando bajo la dirección de otro más pequeño que todos ellos y al que llamaban Mahmud el Aborto. Y precisamente se trataba de aquel Mahmud el Aborto que era hijo de la hermana casada de Zeinab. Y Alí Azogue pensó para sí: "¡Ya Alí! las nuevas de las personas nos las facilitan sus hijos!"
Y para atraerse a los chicos, al punto se dirigió a la tienda de un confitero y compró un pedazo grande de halawa con aceite de sésamo y azúcar; luego se acercó a los pequeñuelos que jugaban, y les dijo: "¿Cuál de vosotros quiere halawa todavía caliente?" Pero Mahmud el Aborto no dejó acercarse a los demás chicos, y fué a ponerse delante de Alí él solo, y le dijo: "¡Dame halawa!" Entonces Alí le dió el pedazo, deslizándole en la mano al mismo tiempo una moneda de plata. Pero cuando el Aborto vió el dinero, creyó que aquel hombre se lo daba para atentar contra él y seducirle, y le gritó:
"¡Vete! ¡Yo no me vendo! ¡Yo no hago cosas feas! ¡Pregunta a los demás por mí y te lo dirán!"
Alí Azogue, que en aquel momento no pensaba en liviandades ni en nada semejante, dijo al pequeño pervertido: "Hijo mío, lo que te doy es para pagarte un informe que deseo de ti; y si te pago es porque los bravos pagan siempre los servicios que sean de otros bravos. ¿Puedes decirme solamente dónde está la vivienda del mokaddem Ahmad-la-Tiña?" El Aborto contestó: "¡Si no es más que eso lo que deseas de mí, la cosa es fácil! Echaré a andar delante de ti, y cuando llegue frente a la casa-de Ahmad-la-Tiña, con mis pies descalzos lanzaré contra la puerta un guijarro. De este modo nadie me verá hacerte la indicación. ¡Y así sabrás cuál es la vivienda de Ahmad-la-Tiña!" Y efectivamente, echó a correr delante de Azogue, y al cabo de cierto tiempo cogió con sus pies descalzos un guijarro, y sin moverse, lo lanzó contra la puerta de una casa. Y maravillado de la puntería, de la precocidad, de la destreza, de la desconfianza, de la malicia y de la sutileza del pillastre, exclamó Azogue: "¡Inschalah, ya Mahmud! el día en que también me nombren jefe de policía, te escogeré para que seas el primero entre tres bravos!" Luego Alí llamó a la puerta de Ahmad-la-Tiña.
Cuando Ahmad-la-Tiña oyó los golpes dados en la puerta, saltó sobre ambos pies en el límite de la emoción, y dijo a voces a su lugarteniente Lomo-de-Camello: "¡Oh Lomo-de-Camello! ¡ve a abrir en seguida al más hermoso entre los hijos de los hombres! ¡El que llama a mi puerta no es otro que Alí Azogue, mi antiguo lugarteniente de El Cairo! ¡Lo conozco por su manera de llamar!" Y Lomo-de-Camello ni por un instante dudó que fuese precisamente Alí Azogue quien estaba al otro lado de la puerta, y se apresuró a abrirla y a introducirle donde esperaba Ahmad-la-Tiña. Y abrazáronse tiernamente los dos antiguos amigos; y después de las primeras efusiones y las zalemas reiteradas como si se tratase de un hermano suyo, Ahmad-la-Tiña le vistió con un traje magnífico, diciéndole: "¡Cuando el califa me nombró jefe de Su Derecha y me dio ropas para mis hombres, reservé este traje para ti, pensando que te encontraría un día u otro!"
Luego le hizo sentarse en medio de ellos, en el sitio de honor; e hizo servir un festín prodigioso para festejar su encuentro; y se pusieron todos a comer, a beber y a regocijarse durante toda aquella noche.
Al día siguiente por la mañana, cuando llegó para Ahmad la hora de ir al diwán al frente de sus cuarenta, dijo a su amigo Alí: "¡Ya Alí! tienes que ser prudente al comienzo de tu estancia en Bagdad. ¡Guárdate, pues, de salir de casa para no atraerte la curiosidad de estos habitantes, que son pegajosos! ¡No creas que Bagdad sea El Cairo! ¡Bagdad es la corte del califa, y los espías hormiguean aquí como en Egipto las moscas, y los estafadores y sacadineros pululan por aquí como por allá las ocas y los sapos!"
Y contestó Alí Azogue: "¡Oh maestro! ¿acaso vine a Bagdad para encerrarme como una virgen entre las cuatro paredes de una casa?" Pero Ahmad le aconsejó que tuviera paciencia, y se marchó al diwán al frente de sus alguaciles.
En cuanto a Alí Azogue...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.


Y cuando llegó la 453ª noche

Ella dijo:
... En cuanto a Alí Azogue, tuvo paciencia para permanecer encerrado tres días en casa de su amigo. Pero al cuarto día, sintió que se le contraía el corazón y se le oprimía el pecho, y preguntó a Ahmad si era ya tiempo de comenzar las hazañas que debían ilustrarle y hacerle merecedor de los favores del califa. Ahmad contestó: "Cada cosa a su hora, hijo mío. ¡Déjame a mí solo el cuidado de ocuparme de ti y predisponer para contigo al califa antes de que emprendas tus hazañas!"
Pero en cuanto salió Ahmad-la-Tiña, Alí Azogue no pudo estarse quieto, y se dijo: "¡Voy a tomar un poco de aire nada más para dilatarme el pecho!" Y dejó la casa y empezó a recorrer las calles de Bagdad, trasladándose de un lugar a otro y deteniéndose a veces en casa de un pastelero o en la tienda de un cocinero para tomar un bocado o devorar cualquier cosa de pastelería. Y he aquí que divisó un cortejo de cuarenta negros vestidos de seda roja, cubiertos con gorros altos de fieltro blanco y armados de grandes machetes de acero. Iban ordenados de dos en dos; y detrás de ellos, montada en una mula con ricos jaeces, cubierta con un casco de oro coronado por una paloma de plata, y vestida con una cota de malla de acero, avanzaba, en medio de su gloria y su esplendor, la directora de las palomas, Dalila la Taimada.
... Precisamente acababa de salir del diwán y volvía al khan. Pero al pasar por delante de Alí Azogue, a quien no conocía y que no la conocía a ella, quedó asombrada de su belleza, de su juventud, de su buen aspecto, de su apostura elegante, de su apariencia agradable y sobre todo de su semejanza en la expresión de la mirada con el propio Ahmad-la-Tiña, su enemigo. Y al punto dijo unas palabras a uno de sus negros, que fue a informarse a hurtadillas, entre los mercaderes del zoco, acerca del nombre y la condición del hermoso joven; pero ninguno pudo decirle nada. Así es que cuando Dalila regresó a su pabellón del khan, llamó a su hija Zeinab y le dijo que le llevara la mesa de la arena adivinatoria; luego añadió: "¡Hija mía, acabo de encontrarme en el zoco con un joven tan hermoso, que la belleza le reconocería como uno de sus favoritos! ¡Pero ¡oh hija mía! su mirada se asemeja de un modo muy extraño a la de nuestro enemigo Ahmad-la-Tiña! ¡Y mucho me temo que ese extranjero a quien nadie en el zoco conoce, haya venido a Bagdad para jugarnos alguna mala pasada! ¡Por eso voy a consultar acerca de él a mi mesa adivinatoria!"
Tras estas palabras, agitó la arena a estilo cabalístico, murmurando palabras talismánicas y leyendo al revés unos renglones de escritura hebrea; luego en un libro mágico combinaciones algebraicas y químicas de números y letras, y encarándose con su hija, le dijo: "Oh hija mía! ese hermoso joven se llama Alí Azogue y viene de El Cairo! ¡Es amigo de nuestro enemigo Ahmad-la-Tiña, que no le ha hecho venir a Bagdad más que para jugarnos una mala pasada y vengarse así de la que tú misma le jugaste emborrachándole y quitándole el traje a él y a sus cuarenta. Además, sé que vive en casa de Ahmad-la-Tiña".
Pero le contestó su hija Zeinab: "¡Oh madre mía! y después de todo; ¿qué nos importa el tal individuo? ¡No hagas caso de ese jovenzuelo imberbe!"
La vieja contestó: "¡La arena adivinatoria acaba de revelarme también que la suerte de ese joven sobrepujará con mucho a mi suerte y a la tuya!" Zeinab dijo: "Ahora vamos a verlo, ¡oh madre!" Y enseguida se puso su ropa mejor, después de haberse sombreado la mirada con su barrita de kohl y juntado las cejas con su pasta negra fumada, y salió para ver si encontraba al consabido joven.
Empezó a recorrer lentamente los zocos de Bagdad balanceando sus caderas y guiñando los ojos por debajo de su velo, y lanzando miradas destructoras de corazones, y prodigando a su paso sonrisas para unos, promesas tácitas para otros, coqueterías, mimos, arrumacos, respuestas con las pupilas, preguntas con las cejas, asesinatos con las pestañas, despertares con los brazaletes, música con sus cascabeles y fuego en todas las entrañas, hasta que ante el escaparate de un vendedor de kenafa se encontró con el propio Alí Azogue, a quien conoció por su hermosura. Entonces se acercó a él, y como por inadvertencia le dio con él hombro un golpe que le hizo vacilar, y fingiéndose enfadada porque la habían tropezado, le dijo: "¡Vivan los ciegos! ¡oh clarividente!"
Al oír estas palabras, Alí Azogue se limitó a sonreír junto a la bella joven cuya mirada le traspasaba ya de una parte a otra, y contestó: "¡Oh, cuán hermosa eres, jovenzuela! ¿A quién perteneces?" Ella entornó por debajo del velo sus ojos magníficos, y contestó: "¡A todo ser bello que se parezca a ti!" Azogue preguntó: "¿Estás casada o eres virgen?" Ella contestó: "¡Casada para suerte tuya!" El dijo: "¿Será, entonces, en mi casa o en tu casa?" Ella contestó: "Prefiero en mi casa. Sabe que estoy casada con un mercader, y soy hija de un mercader. Y hoy es la vez primera que por fin puedo salir de casa, porque mi esposo acaba de ausentarse por una semana. Y he aquí que en cuanto él marchó quise divertirme, y dije a mi servidora que guisara para mí manjares muy apetitosos. ¡Pero como los más apetitosos manjares no serían deliciosos sin la sociedad de los amigos, he salido de casa en busca de alguien tan hermoso y tan bien educado como tú para que comparta mi comida y pase conmigo la noche! Y te he visto, y se me entró en el corazón tu amor. ¿Te dignarás, pues, regocijarte el alma, aliviarte el corazón y aceptar un bocado de comida en mi casa...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.


Pero cuando llegó la 454ª noche

Ella dijo:
".. y aceptar un bocado de comida en mi casa?" El joven contestó: "¡Cuando a uno le invitan, no es posible rehusar!" Entonces echó a andar ella delante de él, y él la siguió de calle en calle, caminando a  cierta distancia.
Y mientras caminaba así detrás de ella, iba pensando él: "¡Ya Alí, lo que hiciste resulta una imprudencia en un extranjero recién llegado! ¿Quién sabe si no te vas a ver expuesto al rencor del marido, que puede caer de improviso sobre ti mientras duermes, y cortarte en venganza tu gallo y los huevos que empolla? Y he aquí que el Sabio ha dicho:
"¡Al que copula en un país extranjero donde le hospedan, le castigará el Gran Hospitalario!"
Será, por consiguiente, más razonable por parte tuya excusarte cortésmente con ella, diciéndole algunas palabras amables". Aprovechó, pues, el momento en que llegaban a un lugar retirado, se acercó a ella, y le dijo: "Mira, ¡oh jovenzuela! toma este dinar para ti y dejemos nuestra entrevista para otro día". Ella contestó: "¡Por el Nombre Más Grande! es absolutamente preciso que seas hoy mi huésped, porque nunca me he sentido tan predispuesta como hoy a los escarceos múltiples y a los juegos ardorosos".
Entonces la siguió, y llegó con ella frente a una vasta casa cuya puerta estaba cerrada con fuerte cerradura de madera. Y la joven hizo ademán de buscar en su vestido la llave, y exclamó luego contrariada: "¡Pues he perdido mi llave! ¿Cómo vamos a arreglarnos para abrir ahora?" Después fingió tomar una decisión, y le dijo: "¡Abre tú!" El dijo: "¿Cómo voy a abrir sin llave una cerradura? ¡No me atrevo a forzarla!"
Por toda respuesta le lanzó ella bajo el velo dos miradas, que le abrieron sus cerraduras más profundas; luego añadió: "¡No tendrás más que tocarla y se abrirá!" Y Azogue puso su mano en la cerradura, y la puerta se abrió. Entraron ambos, y le condujo ella a una sala llena de armas hermosas y alfombrada con hermosos tapices, donde le hizo sentarse. Extendió sin tardanza el mantel, y sentándose junto al joven, se puso a comer en su compañía y a colocarle ella misma la comida entre los labios, bebiendo luego con él y divirtiéndose sin permitirle siquiera que la tocara, o la diera un beso, o un pellizco, o un mordisco; porque en cuanto se inclinaba él hacia ella para besarla, ella interponía la mano vivamente entre su mejilla y los labios del joven, y el beso iba a darle en la mano solamente. Y a las demandas apremiantes de Alí, contestaba Zeinab:
"¡La voluptuosidad no llega a su plenitud más que por la noche!”
Terminada de tal suerte su comida, se levantaron para lavarse las manos y salieron al patio, acercándose al pozo; y Zeinab quiso manejar por sí sola la cuerda y la polea y sacar el cubo del fondo del pozo; pero de pronto lanzó un grito y se asomó al brocal, golpeándose el pecho y retorciéndose los brazos presa de una desesperación extremada; y le preguntó Azogue: "¿Qué te ocurre, ojos míos?" Ella contestó: "Acaba de escurrírseme y caérseme al fondo del pozo mi sortija de rubíes, que me estaba grande. ¡Me la había comprado mi marido ayer por quinientos dinares! Y como me estaba muy grande, la achiqué con cera; pero no me sirvió de nada, pues acaba de caérseme ahí abajo!"
Luego añadió: "¡Ahora mismo voy a ponerme desnuda y a bajar al pozo, que no es profundo, para buscar mi sortija! ¡Vuélvete, pues, de cara a la pared para que pueda desnudarme!" Pero Azogue contestó: ¡Qué vergüenza para mí ¡oh mi señora! si consintiera yo que en mi presencia te tomaras el trabajo de bajar! ¡Yo solo bajaré a buscar en el fondo del agua tu sortija!" Y al momento se desnudó completamente, cogiose con las dos manos a la cuerda de fibras de palmera de la garucha, y se dejó bajar en el cubo al fondo del pozo.
Cuando tocó el agua, soltó la cuerda y se sumergió en busca de la sortija; y le llegaba a los hombros el agua fría y negra en la oscuridad. Y en aquel mismo instante Zeinab la Embustera tiró con viveza del cubo y gritó a Azogue: “¡Ya puedes llamar para que te socorra a tu amigo Ahmad-la-Tiña!" Y se apresuró a salir de la casa llevándose las ropas de Azogue. Luego, sin cerrar detrás de ella la puerta, se volvió con su madre.
Y he aquí que la casa adonde Zeinab había arrastrado a Azogue pertenecía a un emir del diwán, ausente entonces para ir a sus asuntos. Así es que cuando estuvo de regreso en su casa y vio la puerta abierta, no le cupo duda de que allí había entrado un ladrón, y llamó a su palafrenero y empezó a hacer pesquisas por toda la casa; pero al ver que no se habían llevado nada y que no había huellas de ladrones, no tardó en tranquilizarse. Luego, como quería hacer sus abluciones, dijo a su palafrenero: "¡Coge el jarro y llénamelo con agua fresca del pozo!" Y el palafrenero fue al pozo e hizo bajar el cubo, y cuando lo creyó bastante lleno quiso tirar de él; pero lo encontró extraordinariamente pesado. Entonces miró al fondo del pozo y divisó sentada en el cubo una vaga forma negra que le pareció un efrit. Al ver aquello, soltó la cuerda y echó a correr, gritando enloquecido: "¡Ya sidi! ¡en el pozo hay un efrit! ¡Está sentado en el cubo!
Entonces le preguntó el emir: "¿Y cómo es?" El palafrenero dijo: "¡Es terrible y negro! ¡Y gruñía como un cochino!" El emir le dijo: "¡Corre a buscar a cuatro sabios lectores del Korán para que vengan a leer el Korán en presencia de ese efrit y a exorcizarle...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.


Y cuando llegó la 455ª noche

Ella dijo:
"... para que vengan a leer el Korán en presencia de ese efrit y a exorcizarle!" Y el palafrenero salió al punto corriendo en busca de los sabios lectores del Korán, que se instalaron alrededor del pozo. Y comenzaron a recitar los versículos conjuratorios, mientras el palafrenero y su amo tiraban de la cuerda y sacaban el cubo fuera del pozo. Y en el límite del espanto, vieron todos al efrit consabido, que no era otro que Alí Azogue saltar del cubo sobre ambos pies y exclamar: "¡Alah Akbar!" Y se dijeron los cuatro lectores: "¡Es un efrit de los creyentes, porque pronuncia el Nombre!" Pero el emir no tardó en ver que era un hombre de la especie de los hombres, y le dijo: "¿Acaso eres un ladrón?"
El joven contestó: "¡No, por Alah! pero soy un pobre pescador. Estando dormido a orillas del Tigris, he copulado con el aire en sueños, y como al, despertarme me encontré mojado, me metí en el agua para lavarme; pero un remolino me arrastró al fondo del agua, y una corriente subterránea me impulsó entre las sábanas líquidas hasta este pozo donde estaban mi destino y mi salvación, gracias a ti".
Ni por un instante dudó el emir de la veracidad de aquel relato, y dijo: "¡Todo sucede porque así está escrito!" Y le dio un manto viejo para que se cubriese y le despidió condoliéndose de su estancia en el  agua fría del pozo.
Cuando Alí Azogue llegó a casa de Ahmad-la-Tiña, donde ya estaban muy inquietos por su ausencia, y contó su aventura, se burlaron mucho de él, especialmente Ayub Lomo-de-Camello, que le dijo: "¡Por Alah! ¿Cómo puedes haber sido jefe de banda en El Cairo, dejándote engañar y robar en Bagdad por una jovenzuela?" Y Hassán-la-Peste, que precisamente estaba de visita en casa de su colega, preguntó a Azogue: "¡Oh, inocente egipcio! ¿conoces por lo menos el nombre de la joven que jugó contigo, y sabes quién es y de quién es hija?" Alí contestó: "¡Sí, por Alah! ¡es hija de un mercader y esposa de un mercader! ¡Pero no me dijo su nombre!" Al oír estas palabras soltó una carcajada Hassán-la-Peste, y le dijo: "¡Voy a describírtela! ¡La que tú crees una mujer casada, es una joven virgen, y de ello te respondo! ¡Se llama Zeinab! ¡Y no es hija de ningún mercader, sino de Dalila-la-Taimada, directora de nuestras palomas mensajeras! Con su dedo meñique hacían dar vueltas a todo Bagdad ella y su madre, ¡ya Alí! y se trata de la misma que embaucó a tu maestro, robándole los trajes a él y a sus cuarenta aquí presentes!"
Y como Alí Azogue reflexionara profundamente, Hassán-la-Peste le preguntó: "¿Qué piensas hacer ahora?" Alí contestó: "¡Casarme con ella! ¡Porque la amo locamente a pesar de todo!" Entonces le dijo Hassán: "¡En ese caso te auxiliaré, pues sin mí ya puedes abandonar de antemano un proyecto tan temerario, renunciando a él y acallando tu hígado con respecto a la lista jovenzuela!"
Azogue exclamó: "¡Ya Hassán, ayúdame con tus consejos!" Hassán le dijo: "¡De todo corazón amistoso! ¡Pero con la condición de que en lo sucesivo no bebas más que en la palma de mi mano, ni obres más que bajo mis banderas! ¡Y en tal caso, te prometo el logro de tu proyecto y la satisfacción de tus deseos!" El joven contestó: "¡Ya Hassán, soy tu criado y tu discípulo!" Entonces le dijo la-Peste: "¡Empieza por desnudarte completamente!" Y Azogue se quitó el manto viejo que llevaba, y quedose desnudo por completo.
Entonces Hassán-la-Peste cogió un puchero lleno de pez y una pluma de gallina, y barnizó con aquello todo el cuerpo de Azogue y la cara, de modo que le dio apariencia de un negro; luego, para completar la semejanza, le tiñó de rojo vivo los labios y el borde de los párpados, le dejó secar un momento, le tapó con un paño blanco la venerable herencia de su padre, y le dijo después: "¡Hete aquí transformado en negro, ¡ya Alí! y también vas a convertirte en cocinero! ¡Porque has de saber que el cocinero de Dalila, de Zeinab, de los cuarenta negros y de los cuarenta perros de la raza de aquellos que sirvieron a los pastores de Soleimán, es un negro como tú!
Vas a procurar encontrarte con él, y le hablarás en lengua negra, y después de las zalemas, le dirás: "¡Hace mucho tiempo, hermano negro, que no nos hemos reunido para beber nuestra bebida fermentada, la excelente buza, y comer kabad de cordero! ¿Vamos a festejar el día de hoy?" Pero te contestará que se lo impiden sus ocupaciones y los cuidados de su cocina. Entonces tratarás de emborracharle y de interrogarle de la calidad y cantidad de los manjares que guisa para Dalila y su hija, del alimento de los cuarenta negros y los cuarenta perros, del sitio en que están las llaves de la cocina y de la despensa, y de todo. ¡Y todo te lo dirá! Porque el borracho no oculta nada de lo que deja de contar cuando no le domina la embriaguez. Una vez que hayas adquirido de él estos diversos datos, le narcotizas con bang; te vestirás con sus propios trajes; te meterás en el cinturón sus cuchillos de cocina; cogerás el cesto de provisiones; irás al zoco a comprar carne y verduras; volverás a la cocina; irás a la despensa para sacar lo que necesites, como manteca, aceite, arroz y otras cosas por el estilo; guisarás los manjares conforme a las indicaciones aprendidas; los presentarás bien, echarás bang en ellos, y te irás a servírselos a Dalila, a su hija, a los cuarenta negros y a los cuarenta perros, durmiéndoles de aquel modo.
Entonces les quitarás todos sus efectos y sus ropas, y me los traerás. ¡Pero si ¡ya Alí! deseas obtener por esposa a Zeinab, has de apoderarte, además de las cuarenta palomas mensajeras del califa, meterlas en una jaula y traérmelas también...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y calló discretamente.


Pero cuando llegó la 456ª noche

Ella dijo:
"... has de apoderarte, además, de las cuarenta palomas mensajeras del califa, meterlas en una jaula y traérmelas también!"
Al oír estas palabras, Alí Azogue se llevó la mano a la frente por toda respuesta, y sin decir nada salió en busca del cocinero negro. Le encontró en el zoco, se arrimó a él, y después de las zalemas de reconocimiento, le invitó a beber buza. Pero el cocinero pretextó sus ocupaciones, e invitó a Alí a que le acompañara al khan. Allí obró Azogue, exactamente conforme con las instrucciones de Hassán-la-Peste, y una vez que hubo emborrachado a su huésped le interrogó acerca de los platos del día. El cocinero contestó: "¡Oh hermano negro! a diario, para la comida de mediodía, hay que preparar cinco platos diferentes y de diferente color para Sett Dalila y Sett Zeinab; y el mismo número de platos para la comida de la noche. Pero hoy me han pedido dos platos más. Y he aquí los platos que voy a guisar para mediodía: lentejas, guisantes, una soja, un cochifrito de carnero y sorbete de rosa; en cuanto a los dos platos suplementarios, son: arroz con miel y azafrán, y una bandeja de granos de granada con almendras mondadas, azúcar y flores".
Alí le preguntó: "¿Y cómo les sirves de ordinario la comida a tus amas?" El otro contestó: "A cada una le pongo su mantel aparte". Alí preguntó: "¿Y a los cuarenta negros?" El cocinero dijo: "¡Les doy habas cocidas con agua y condimentadas con manteca y cebollas, y para beber, un cántaro de buza! ¡Bastante es para ellos!" Alí preguntó: "¿Y a los perros?" El cocinero dijo: "¡A esos les doy tres onzas de carne para cada uno y los huesos sobrantes de la comida de mis amas!"
Cuando Azogue estuvo en posesión de estas diversas indicaciones, echó con presteza bang en la bebida del cocinero, que en cuanto la absorbió se cayó al suelo como un búfalo negro. Entonces Azogue se apoderó de las llaves que colgaban de un clavo y distinguió la llave de la cocina por las telas de cebollas y las plumas que tenía pegadas, y la llave de la despensa por el aceite y la manteca de que estaba impregnada. Y fué cogiendo y comprando todas las provisiones que necesitaba, y guiado por el gato del cocinero, a quien engañaba la semejanza de Alí con su amo, circuló por todo el khan como si habitase en él desde su infancia, guisó los manjares, puso los manteles y sirvió de comer a Dalila, a Zeinab, a los negros y a los perros, después de haber echado bang en la comida, sin que nadie extrañase el condimento ni al cocinero.
Cuando Azogue vio que en el khan dormía todo el mundo por efecto del narcótico, comenzó por desnudar a la vieja, y la encontró extremadamente fea y detestable en absoluto. Se apoderó de su traje de parada y de su casco, y penetró en el aposento de Zeinab, a la que amaba y en honor de la cual estaba realizando su primera hazaña.
La desnudó completamente, y la encontró maravillosa y de lo más deseable, y cuidada y limpia y oliendo bien; pero como era muy escrupuloso, no quiso abrirla sin su consentimiento, y se contentó con  tocarla y palparla por todas partes, como entendido, para juzgar mejor acerca de su valor futuro, de su consistencia, de su grado de ternura, de su aterciopelado y de su sensibilidad; y para efectuar esta última experiencia, la hizo cosquillas en la planta de los pies, y en vista del violento puntapié que ella le dio, hubo de comprender que era sensible en extremo. Entonces, seguro ya de su temperamento, se llevó sus vestidos, y fue a despojar a todos los negros; luego subió a la terraza, entró en el palomar y se apoderó de todas las palomas, metiéndolas en una jaula, y tranquilamente, sin cerrar las puertas, regresó a casa de Ahmad-la-Tiña, donde le esperaba Hassán-la-Peste, que maravillado de su destreza, le felicitó y le prometió su concurso a fin de obtener para él a Zeinab en matrimonio.
En cuanto a Dalila la Taimada, fue la primera en salir del sueño en que la había sumido el bang. Necesitó algún tiempo para recobrar completamente el sentido; pero cuando comprendió que la habían  narcotizado, se cubrió con sus acostumbradas vestiduras de vieja y corrió primeramente al palomar, encontrándolo vacío de sus palomas. Y bajó entonces al patio del khan, y vio a sus perros dormidos todavía y echados como muertos en sus perreras. Buscó a los negros, y los halló sumergidos en el sueño, como también al cocinero. A la sazón, en el límite del furor, fue corriendo al aposento de su hija Zeinab, y la vio durmiendo, toda desnuda y colgándole del cuello un hilo y un papel. Abrió el papel, y leyó en él las siguientes palabras: "¡Yo Alí Azogue, de El Cairo, y nada más que yo, soy el bravo, el valiente, el listo, el diestro autor de todo esto!" Al ver aquello, pensó Dalila: "¿Quién sabe si ese maldito no le ha roto el candado?" Y se inclinó con viveza sobre su hija, examinándola, y vio que su candado seguía intacto.
Esta seguridad la consoló un poco y la decidió a despertar a Zeinab, haciéndole aspirar contrabang. Luego de contarle lo que acababa de suceder, y añadió: "¡Oh hija mía! ¡después de todo debes estar agradecida a ese Azogue, porque no te ha roto el candado, aunque hubiera podido hacerlo impunemente!
En vez de hacer sangre a tu pájaro, se ha contentado con llevarse las palomas del califa. ¿Qué va a ser de nosotras ahora?"
Pero enseguida dio con un medio de recobrar las palomas y dijo a su hija: "Espérame aquí. ¡No voy a ausentarme por mucho tiempo!" Y salió del khan y se dirigió a casa de Ahmad-la-Tiña y llamó a la puerta.
Al punto exclamó Hassán-la-Peste, que estaba allí: "¡Es Dalila la Taimada! La conozco por su manera de llamar. ¡Ve a abrirle en seguida, ¡ya Alí!". Y Alí, en compañía de Lomo-de-Camello, fue a abrir la puerta a Dalila, que entró con cara sonriente y saludó a toda la concurrencia.
Y he aquí que precisamente Hassán-la-Peste, Ahmad-la-Tiña y los demás, estaban en aquel momento sentados en tierra alrededor del mantel, y comían pichones asados, rábanos y cohombros. Y cuando entró Dalila, la-Peste y la-Tiña se levantaron en honor suyo, y le dijeron: "¡Oh, vieja llena de espiritualidad, madre nuestra, siéntate a comer de estos pichones con nosotros! ¡Te hemos reservado tu parte de festín!"
Al oír estas palabras, Dalila sintió ennegrecerse el mundo ante ella, y exclamó: "¿No os da a todos vosotros vergüenza robar y asar las palomas que el califa prefiere a sus propios hijos?"
Ellos contestaron: "¿Y quién ha robado las palomas del califa, ¡oh madre nuestra!?" Ella dijo: "¡El egipcio Alí Azogue!"
Este contestó: "¡Oh madre de Zeinab! cuando hice asar estas palomas, no sabía que eran mensajeras! ¡De todos modos, aquí tienes una que vuelve a ti!" Y le ofreció uno de los pichones asados. Entonces Dalila cogió un trozo de alón, se lo llevó a los labios, lo saboreó un instante y exclamó: "¡Por Alah, mis palomas viven todavía, porque no es su carne ésta! ¡Las alimenté con grano mezclado con almizcle, y las distinguiría en el olor y en el sabor que conservan!"
Al oír estas palabras de Dalila, toda la asistencia se echó a reír, y dijo Hassán-la-Peste: "¡Oh madre nuestra, tus palomas están seguras en mi casa! ¡Y consentiré gustoso en devolvértelas, pero con una condición!"
Ella dijo: "¡Habla, ya Hassán! ¡De antemano accedo a todas las condiciones, y entre tus manos tienes mi cabeza...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.http://content.screencast.com/users/Lecturas/folders/1001%20noches_400/media/abe3058f-0178-45a5-bd2f-a844bc001a52/456.mp3?downloadOnly=true


Pero cuando llegó la 457ª noche

Ella dijo:
"¡...Habla, ya Hassán! ¡De antemano accedo a todas las condiciones, y entre tus manos tienes mi cabeza!" Hassán dijo: "¡Pues bien; si quieres recobrar tus palomas, no tienes más que complacer en su deseo a Alí Azogue, de El Cairo, que es el primero de los nuestros!" Ella preguntó: "¿Y cuál es su deseo?" Alí dijo: "¡Que me des en matrimonio a tu hija Zeinab!"
La vieja contestó: "¡Para mí y para ella es un honor! ¡Lo pondré por encima de mi cabeza y de mis ojos! Pero no puedo forzar a mi hija a casarse mal de su grado. ¡Empieza, pues, por devolverme mis palomas! ¡Porque no es con estratagemas como hay que conseguir a mi hija, sino con los procedimientos de la galantería!"
Entonces Hassán dijo a Alí: "¡Devuélvele las palomas!" Azogue entregó la jaula a Dalila, que le dijo: "Si verdaderamente deseas unirte como es debido a mi hija, ¡oh muchacho! no es a mí a quien tienes que dirigirte ahora, sino a su tío, mi hermano Zoraik, el vendedor de pescado frito. ¡Porque el tutor legal de Zeinab es él, y ni yo ni ella podemos hacer nada sin su consentimiento! ¡Pero te prometo que hablaré de ti a mi hija, e intercederé por ti con mi hermano Zoraik!"
Y se fue, riendo, a contar a su hija Zeinab lo que acababa de ocurrir y cómo la pedía en matrimonio Alí Azogue. Y Zeinab contestó: "¡Oh madre mía! ¡Por mi parte no me opongo a ese matrimonio, porque Alí es guapo y amable, y además, estuvo muy circunspecto conmigo al no romper durante mi sueño lo que pudo romper!" Pero contestó Dalila: "¡Oh hija mía! ¡estoy segura de que antes de lograr que consienta tu tío Zoraik, perderá Alí en la empresa sus brazos y sus piernas, si no pierde hasta la vida!" ¡Y he aquí lo referente a ellas!
En cuanto a Alí Azogue, preguntó a Hassán-la-Peste: "¡Dime ya quién es ese Zoraik y dónde está su tienda, para que al instante vaya a pedirle en matrimonio la hija de su hermana!" La-Peste contestó: "¡Hijo mío, puedes despedirte de la bella Zeinab desde este instante, como no pienses obtenerla más que de ese bribón que se llama Zoraik! ¡Porque has de saber ¡ya Alí! que el viejo Zoraik, actualmente vendedor de pescado frito, es un antiguo jefe de banda conocido en todo el Irak por sus hazañas que superan a las mías, a las tuyas y a las de nuestro hermano Ahmad-la-Tiña! Se trata de un compadre tan astuto y tan diestro que es capaz, sin moverse, de horadar las montañas, de coger del cielo las estrellas y de robar el kohl que embellece los ojos de la luna. Ninguno de nosotros puede igualarle en supercherías, en malicias y en jugarretas de toda clase. Cierto es que ahora se ha corregido, y habiendo  renunciado a su antiguo oficio de ladrón y jefe de banda, ha abierto tienda y se ha hecho vendedor de pescado frito. Lo que, a pesar de todo, no obsta para que le queden algunas de sus argucias pasadas.
Y para darte ¡ya Alí! una idea de la sagacidad de este forajido, no te contaré más que la última estratagema que se le ocurrió, y pone en práctica, para atraer a su tienda clientes y dar salida a su pescado. A la puerta de su tienda ha colgado de un cordón de seda una bolsa con mil dinares, que es toda su fortuna, y ha hecho que el pregonero público vaya anunciando por todo el zoco: "¡Oh vosotros todos, ladrones del Irak, bribones de Bagdad, salteadores del desierto, bandidos de Egipto, escuchad la noticia! ¡Y vosotros todos, genn y efrits del aire y de debajo de la tierra, escuchad la noticia! ¡El que pueda apoderarse de la bolsa colgada en la tienda de Zoraik vendedor de pescado frito, será su legítimo poseedor!"
Fácilmente comprenderás que en vista de semejante anuncio se han apresurado a acudir a la tienda clientes que, mientras intentan apoderarse de la bolsa, compran pescado; pero no han tenido éxito en su  tarea ni los más hábiles; porque el taimado Zoraik instaló todo un mecanismo que por medio de un bramante se pone en contacto con la bolsa colgada. Así es que apenas la tocan, empieza a funcionar el mecanismo, compuesto de una combinación asombrosa de campanillas y cascabeles que arman tal estrépito, que aunque se encuentre Zoraik en lo último de la tienda o esté ocupado con algún cliente, oye el ruido y le da tiempo para impedir el robo de su bolsa. No tiene entonces nada más que inclinarse a coger un pedazo grueso de plomo de una provisión de ellos que hay amontonados a sus pies, y tirárselo con todas sus fuerzas al ladrón, rompiéndole un brazo o una pierna o destrozándole el cráneo a veces. Así, pues, ¡ya Alí! te aconsejo la abstención para que no te parezcas a esas gentes que van detrás de un entierro y se lamentan sin saber siquiera el nombre del muerto.
Tú no puedes luchar con un pillastre de esa talla. Y en tu lugar, yo me olvidaría de Zeinab y del casamiento con Zeinab; porque el olvido es el principio de la dicha. ¡y quién olvida una cosa puede pasarse sin ella en lo sucesivo!"
Cuando oyó Alí Azogue estas palabras del prudente Hassán-la-Peste, exclamó: "¡No, ¡por Alah! no podré nunca decidirme a olvidar a esa jovenzuela de ojos oscuros, de sensibilidad extremada, de temperamento extraordinario! ¡Sería deshonroso para un hombre como yo! ¡Es preciso, pues, que vaya a intentar apoderarme de esa bolsa y obligar de tal suerte al viejo bandido a que consienta en mi matrimonio, dándome la joven a cambio de la bolsa cogida!" Y al instante buscó trajes como los que usan las jóvenes y se vistió con ellos después de alargarse los ojos con Kohl y teñirse las uñas con henné. Tras de lo cual se echó modestamente por la cara el velo de seda, y ensayó a andar balanceándose como las mujeres, y lo consiguió a maravilla. ¡Pero no fué eso todo! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.Pero cuando llegó la 457ª noche

Ella dijo:
"¡...Habla, ya Hassán! ¡De antemano accedo a todas las condiciones, y entre tus manos tienes mi cabeza!" Hassán dijo: "¡Pues bien; si quieres recobrar tus palomas, no tienes más que complacer en su deseo a Alí Azogue, de El Cairo, que es el primero de los nuestros!" Ella preguntó: "¿Y cuál es su deseo?" Alí dijo: "¡Que me des en matrimonio a tu hija Zeinab!"
La vieja contestó: "¡Para mí y para ella es un honor! ¡Lo pondré por encima de mi cabeza y de mis ojos! Pero no puedo forzar a mi hija a casarse mal de su grado. ¡Empieza, pues, por devolverme mis palomas! ¡Porque no es con estratagemas como hay que conseguir a mi hija, sino con los procedimientos de la galantería!"
Entonces Hassán dijo a Alí: "¡Devuélvele las palomas!" Azogue entregó la jaula a Dalila, que le dijo: "Si verdaderamente deseas unirte como es debido a mi hija, ¡oh muchacho! no es a mí a quien tienes que dirigirte ahora, sino a su tío, mi hermano Zoraik, el vendedor de pescado frito. ¡Porque el tutor legal de Zeinab es él, y ni yo ni ella podemos hacer nada sin su consentimiento! ¡Pero te prometo que hablaré de ti a mi hija, e intercederé por ti con mi hermano Zoraik!"
Y se fue, riendo, a contar a su hija Zeinab lo que acababa de ocurrir y cómo la pedía en matrimonio Alí Azogue. Y Zeinab contestó: "¡Oh madre mía! ¡Por mi parte no me opongo a ese matrimonio, porque Alí es guapo y amable, y además, estuvo muy circunspecto conmigo al no romper durante mi sueño lo que pudo romper!" Pero contestó Dalila: "¡Oh hija mía! ¡estoy segura de que antes de lograr que consienta tu tío Zoraik, perderá Alí en la empresa sus brazos y sus piernas, si no pierde hasta la vida!" ¡Y he aquí lo referente a ellas!
En cuanto a Alí Azogue, preguntó a Hassán-la-Peste: "¡Dime ya quién es ese Zoraik y dónde está su tienda, para que al instante vaya a pedirle en matrimonio la hija de su hermana!" La-Peste contestó: "¡Hijo mío, puedes despedirte de la bella Zeinab desde este instante, como no pienses obtenerla más que de ese bribón que se llama Zoraik! ¡Porque has de saber ¡ya Alí! que el viejo Zoraik, actualmente vendedor de pescado frito, es un antiguo jefe de banda conocido en todo el Irak por sus hazañas que superan a las mías, a las tuyas y a las de nuestro hermano Ahmad-la-Tiña! Se trata de un compadre tan astuto y tan diestro que es capaz, sin moverse, de horadar las montañas, de coger del cielo las estrellas y de robar el kohl que embellece los ojos de la luna. Ninguno de nosotros puede igualarle en supercherías, en malicias y en jugarretas de toda clase. Cierto es que ahora se ha corregido, y habiendo  renunciado a su antiguo oficio de ladrón y jefe de banda, ha abierto tienda y se ha hecho vendedor de pescado frito. Lo que, a pesar de todo, no obsta para que le queden algunas de sus argucias pasadas.
Y para darte ¡ya Alí! una idea de la sagacidad de este forajido, no te contaré más que la última estratagema que se le ocurrió, y pone en práctica, para atraer a su tienda clientes y dar salida a su pescado. A la puerta de su tienda ha colgado de un cordón de seda una bolsa con mil dinares, que es toda su fortuna, y ha hecho que el pregonero público vaya anunciando por todo el zoco: "¡Oh vosotros todos, ladrones del Irak, bribones de Bagdad, salteadores del desierto, bandidos de Egipto, escuchad la noticia! ¡Y vosotros todos, genn y efrits del aire y de debajo de la tierra, escuchad la noticia! ¡El que pueda apoderarse de la bolsa colgada en la tienda de Zoraik vendedor de pescado frito, será su legítimo poseedor!"
Fácilmente comprenderás que en vista de semejante anuncio se han apresurado a acudir a la tienda clientes que, mientras intentan apoderarse de la bolsa, compran pescado; pero no han tenido éxito en su  tarea ni los más hábiles; porque el taimado Zoraik instaló todo un mecanismo que por medio de un bramante se pone en contacto con la bolsa colgada. Así es que apenas la tocan, empieza a funcionar el mecanismo, compuesto de una combinación asombrosa de campanillas y cascabeles que arman tal estrépito, que aunque se encuentre Zoraik en lo último de la tienda o esté ocupado con algún cliente, oye el ruido y le da tiempo para impedir el robo de su bolsa. No tiene entonces nada más que inclinarse a coger un pedazo grueso de plomo de una provisión de ellos que hay amontonados a sus pies, y tirárselo con todas sus fuerzas al ladrón, rompiéndole un brazo o una pierna o destrozándole el cráneo a veces. Así, pues, ¡ya Alí! te aconsejo la abstención para que no te parezcas a esas gentes que van detrás de un entierro y se lamentan sin saber siquiera el nombre del muerto.
Tú no puedes luchar con un pillastre de esa talla. Y en tu lugar, yo me olvidaría de Zeinab y del casamiento con Zeinab; porque el olvido es el principio de la dicha. ¡y quién olvida una cosa puede pasarse sin ella en lo sucesivo!"
Cuando oyó Alí Azogue estas palabras del prudente Hassán-la-Peste, exclamó: "¡No, ¡por Alah! no podré nunca decidirme a olvidar a esa jovenzuela de ojos oscuros, de sensibilidad extremada, de temperamento extraordinario! ¡Sería deshonroso para un hombre como yo! ¡Es preciso, pues, que vaya a intentar apoderarme de esa bolsa y obligar de tal suerte al viejo bandido a que consienta en mi matrimonio, dándome la joven a cambio de la bolsa cogida!" Y al instante buscó trajes como los que usan las jóvenes y se vistió con ellos después de alargarse los ojos con Kohl y teñirse las uñas con henné. Tras de lo cual se echó modestamente por la cara el velo de seda, y ensayó a andar balanceándose como las mujeres, y lo consiguió a maravilla. ¡Pero no fué eso todo! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.

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