sábado, abril 13, 2024

26 P1 Historias de El parterre florido del ingenio y el jardín de la galantería - Primera de tres partes

Hace parte de

26 El parterre florido del ingenio y el jardín de la galantería (de la noche 373 a la 393)
       26.1 Al-Raschid y el cuesco (noche 373)
       26.2 El jovenzuelo y su maestro (de la noche 373 a la 375)
       26.3 El saco prodigioso (de la noche 375 a la 376)
       26.4 Al-Raschid-justiciero de amor (noche 376)
       26.5 ¿Para quién la preferencia? ¿Para el joven o para el hombre maduro? (de la noche 376 a la 377)
       26.6 El precio de los cohombros (noche 377)
       26.7 Cabellos blancos (de la noche 377 a la 378)
       26.8 La cuestión zanjada (noche 378)
       26.9 Abu-Nowas y el baño de Sett-Zobeida (de la noche 378 a la 379)
       26.10 Abu-Nowas improvisa (noche 379)
       26.11 El asno (de la noche 379 a la 380)
       26.12 El flagrante delito de Sett-Zobeida (de la noche 380 a la 381)
       26.13 ¿Macho o hembra? (de la noche 381 a la 382)
       26.14 El reparto (noche 382)
       26.15 El maestro de escuela (de la noche 382 a la 383)
       26.16 La inscripción de una camisa (noche 383)
       26.17 La inscripción de una copa (de la noche 383 a la 384)
       26.18 El califa en el cesto (de la noche 384 a la 386)
       26.19 El mondonguero (de la noche 386 a la 389)
       26.20 La joven Frescura de los Ojos (de la noche 389 a la 390)
       26.21 ¿Mujeres o jovenzuelos? (de la noche 390 a la 393)


Cuando Schehrazada hubo acabado de contar esta historia extraordinaria, el rey Schahriar exclamó de repente:

"Siento que me invade el alma un gran fastidio, Schehrazada. ¡Y ten cuidado, porque como esto continúe, me parece que mañana por la mañana estará por un lado tu cabeza y tu cuerpo por el otro!"

Al oír estas palabras, la pequeña Doniazada, compungida, se acurrucó más aún en la alfombra, y Schehrazada contestó sin inmutarse: "En ese caso ¡oh rey afortunado! voy a contarte una o dos historias cortas, lo preciso para pasar el resto de la noche. ¡Al fin y al cabo, Alah es el Omnisciente!"

Y preguntó el rey Schahriar: "¿Pero cómo vas a arreglarte para: encontrar una historia que sea breve y divertida a la vez?" Schehrazada sonrió, y dijo: "Precisamente ¡oh rey afortunado! esas historias son las que mejor conozco. Voy, pues, a contarte al instante una o dos anécdotas entresacadas del PARTERRE FLORIDO DEL INGENIO y del JARDÍN DE LA GALANTERÍA. ¡Y después quiero que me cortes la cabeza!"

Y dijo en seguida:

AL-RASCHID Y EL CUESCO

He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que un día en que el califa Harún Al-Raschid se sentía presa del fastidio y se hallaba en el mismo estado de espíritu en que se halla en este momento Tu Serenidad, salió a pasear por el camino que va de Bagdad a Bassra, llevando en su compañía a su visir Giafar Al-Barmaki, a su copero favorito Abu-Ishak y al poeta Abu-Nowas.

Mientras se paseaban y el califa seguía con la mirada torva y los labios apretados, pasó por el camino un jeique montado en un burro. Entonces el califa se encaró con su visir Giafar, y le dijo: "¡Interroga a ese jeique por el lugar adonde se dirige!" Y Giafar, que desde hacía un momento no sabía qué inventar para distraer al califa, resolvió al punto divertirle a costa del jeique, que iba tranquilamente por su camino, dejando el ronzal suelto sobre el cuello del asno que le conducía. Se acercó, pues, al jeique, y le preguntó: "¿Adónde se va, ¡oh venerable!?"

El jeique contestó: "¡A Bagdad, de vuelta de Bassra, que es mi país!" Giafar preguntó: "¿Y a qué obedece un viaje tan largo?" El otro contestó: "¡Por Alah!; voy en busca de un médico bueno que me recete un colirio para mi ojo." Giafar dijo: "¡La suerte y la curación están entre las manos de Alah!, ¡oh jeique! Pero ¿qué me darás si para evitarte pesquisas y gastos te receto yo mismo aquí un colirio que te cure el ojo en una noche?

El otro contestó: "¡Sólo Alah podría remunerarte con arreglo a tus méritos!" Entonces Giafar se volvió hacia el califa y hacia Abu-Nowas, y les guiñó el ojo; luego dijo al jeique: "Así es, mi buen tío, y no olvides la receta que voy a darte, porque es sencillísima.

Hela aquí: toma tres onzas de soplo de viento, tres onzas de rayos de sol y tres onzas de luz de linterna; lo mezclas todo cuidadosamente en un mortero sin fondo, y durante tres meses lo dejas expuesto al aire libre. Entonces tendrás que machacarlo durante dos o tres meses y verterlo en una escudilla agujereada, que expondrás al viento y al sol durante otros tres meses todavía. Después de hacer esto estará a punto el colirio, no tendrás más que espolvorearte con él el ojo trescientas veces la primera noche, cogiendo para ello tres dedadas grandes cada vez, y te dormirás. ¡Al día siguiente te despertarás curado, si Alah quiere!"

Al oír estas palabras, en prueba de gratitud y de respeto el jeique se puso de bruces encima de su burro delante de Giafar y de repente soltó un detestable cuesco seguido de dos largos follones, y dijo a Giafar:

"Corre ¡oh médico! para recogerlos antes de que se desparramen. Por el momento es la única respuesta que da mi gratitud a tu remedio ventoso; pero ten la seguridad de que apenas me halle de regreso en mi tierra, si Alah quiere, te enviaré como regalo una esclava de trasero tan arrugado como un higo seco, la cual ha de proporcionarte tanto placer que expirará tu alma; y entonces sentirá tu esclava tanto dolor y tanta emoción al llorar sobre tu cadáver ¡que no podrá menos de mearse en tu rostro frío y regar tu barba seca!"

Y el jeique acarició tranquilamente a su asno y siguió su camino, en tanto que el califa se dejaba caer de trasero en el límite de la convulsión y reventaba de risa al ver la cara de su visir, inmóvil y mudo de sorpresa, y Abu-Nowas, que con un gesto paternal fingía felicitarle.

Al oír esta anécdota, se serenó de pronto el rey Schahriar y dijo a Schehrazada: "¡Date prisa, Schehrazada, a contarme aún esta noche una anécdota que sea tan divertida como la anterior, por lo menos!"

Y exclamó la pequeña Doniazada: "¡Oh Schehrazada; hermana mía, cuán dulces y sabrosas son tus palabras!" Entonces, tras una pausa corta, Schehrazada dijo:


EL JOVENZUELO Y SU MAESTRO

Cuentan que el visir Badreddin, gobernador del Yamán, tenía un hermano que era un joven dotado de una belleza tan incomparable, que a su paso volvían la cabeza hombres y mujeres para admirarle y hartarse los ojos de sus encantos. Así es que temeroso de que le sobreviniera alguna aventura considerable, el visir Badr le tenía cuidadosamente alejado de las miradas de los hombres y le impedía que se tratara con los jóvenes de su edad. Como no quería llevarle a la escuela por no poder vigilarle allí lo suficiente, hizo ir a la casa en calidad de maestro a un jeique venerable y piadoso, de costumbres notoriamente castas, y le puso entre sus manos. Y el jeique iba todos los días a ver a su discípulo, con el cual se encerraba algunas horas en una estancia que les había reservado el visir para dar las lecciones.

Al cabo de cierto tiempo, la belleza y los encantos del joven no dejaron de surtir su efecto habitual en el jeique, que acabó por quedar locamente prendado de su discípulo, y al verle sentía cantar a todos los pájaros de su alma que despertaban con sus cánticos cuanto estaba dormido en él.

Así es que sin saber qué hacer para calmar su emoción, decidióse un día a participar al joven la turbación de su alma y le declaró que no podía ya pasarse sin su presencia. Entonces, muy conmovido por la emoción de su maestro, le dijo el joven: "¡Ay! bien sabes que tengo las manos atadas y que mi hermano vigila todos mis movimientos". El jeique suspiró, y dijo: "¡Quisiera pasar solo contigo una velada!" El joven contestó: "¡Quién piensa en eso!" Si durante el día me vigilan, ¡qué no será por las noches!" El jeique añadió: "Ya lo sé; pero la terraza de mi casa está contigua y al mismo nivel que la terraza de esta casa en que nos hallamos, y te será fácil, cuando tu hermano se durmiera esta noche, subir sigilosamente allá, donde yo te esperaré y te llevaré conmigo, sin más que saltar la tapia divisoria, a mi terraza, en la que no vendrá nadie a vigilarnos".

El joven aceptó la proposición, diciendo: "¡Escucho y obedezco!"...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente:

Y el rey Schahriar se dijo: "¡En verdad que no la mataré antes de saber lo que pasó entre ese jovenzuelo y su maestro!"


Y cuando llegó la 375ª noche

Dijo Schehrazada:

...El joven aceptó la proposición, y llegada la noche, fingió dormir, y cuando el visir se retiró a su estancia, subió él a la terraza, donde ya le esperaba el jeique, que en seguida le cogió de la mano y se dio prisa a conducirle a su terraza, en la que ya estaban dispuestas las copas llenas y las frutas. Se sentaron, pues, a la luz de la luna en la esterilla blanca, y con la inspiración propicia en la serenidad de la hermosa noche, se pusieron a cantar y a beber, en tanto que los dulces rayos del astro les iluminaban hasta el éxtasis.

Mientras dejaban transcurrir así el tiempo ellos, el visir Badr pensó, antes de acostarse, ir a ver a su hermano pequeño, y se sorprendió mucho al no encontrarle. Dedicose a buscarle por toda la casa, y acabó por subir a la terraza y acercarse a la tapia divisoria; vio entonces a su hermano y al jeique con la copa en la mano, cantando sentados uno junto a otro. Pero el jeique también había tenido tiempo de verle avanzar desde lejos, y con un aplomo admirable interrumpió la canción que estaba diciendo, para improvisar estos versos que cantó con el mismo motivo y sin cambiar de tono:

¡Me hace beber un vino mezclado con la saliva de su boca; y el rubí de la copa brilla en sus mejillas, que se coloran a la vez con la púrpura del pudor!

¿Qué nombre le daré? Su hermano se llama ya la Luna Llena de la Religión, y en verdad que nos alumbra como la luna en este momento. ¡Le llamaré, pues, la Luna Llena de la Belleza!

Cuando el visir Badreddin hubo oído estos versos, que contenían la alusión tan delicada con respecto a él, como era discreto y muy galante, y como tampoco veía que ocurriera nada inconveniente, se retiró, diciendo: "¡Por Alah! ¡No seré yo quien turbe su coloquio!" Y los otros dos llegaron a sentir una felicidad perfecta.

Y después de contar esta anécdota, Schehrazada se detuvo un instante, y dijo luego:

EL SACO PRODIGIOSO

Cuentan que el califa Harún Al-Raschid, atormentado una noche por uno de sus frecuentes insomnios, llamó a Giafar, su visir, y le dijo: "¡Oh Giafar! esta noche tengo extremadamente oprimido el pecho por el insomnio, y anhelo mucho ver cómo te arreglas para dilatármelo!"

Giafar contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! tengo un amigo llamado Alí el Persa, que posee en su alforja una porción de historias deliciosas a propósito para borrar las penas más tenaces y calmar los humores irritados."

Al-Raschid contestó: "¡Venga, pues, a mi presencia al instante tu amigo!" Y Giafar le puso enseguida entre las manos del califa, que le hizo sentarse y le dijo: "¡Escucha, Alí! Me han dicho que sabes historias capaces de disipar la pena y el fastidio, y hasta de procurar el sueño a quien sufre insomnio. ¡Deseo de ti una de esas historias!" Alí el Persa contestó: "¡Escucho y obedezco, oh Emir de los Creyentes! ¡Pero no sé si debo contarte algo que haya oído con mis oídos o algo que haya visto con mis ojos!" Al-Raschid dijo: "¡Prefiero una historia en que tú mismo intervengas!"

Entonces dijo Alí el Persa:

"Un día estaba yo sentado en mi tienda vendiendo y comprando, cuando llegó un kurdo para ajustar conmigo algunos objetos; pero de pronto se apoderó de un saquito que había delante de mí, y sin tomarse el trabajo de ocultarlo quiso llevárselo, como si le perteneciese absolutamente desde que nació. Entonces me planté en la calle de un salto, le agarré por el faldón de su traje y le insté a que me devolviera mi saco; pero se encogió de hombros, y me dijo: "¡Pero si este saco me pertenece con todo lo que tiene!"

Entonces grité en el límite de la sofocación: "¡Oh musulmanes, salvad de las manos de ese descreído lo que es mío!" Al oír mis gritos, todo el zoco se agrupó a nuestro alrededor, y los mercaderes me aconsejaron que fuese a quejarme al kadí en el instante. Acepté y me ayudaron a arrastrar a casa del kadí al kurdo que me robó mi saco.

Cuando estuvimos en presencia del kadí, nos mantuvimos de pie respetuosamente entre sus manos, y empezó por preguntarnos él: "¿Quién de vosotros es el querellante y de quién se querella?"

Entonces el kurdo, sin darme tiempo para abrir la boca, se adelantó algunos pasos y contestó: "¡Dé Alah su apoyo a nuestro amo el kadí! Este saco que tengo es mi saco, y me pertenece todo lo que contiene. ¡Lo había perdido y acabo de encontrarlo delante de este hombre!"

El kadí le preguntó: "¿Cuándo lo perdiste?" El otro contestó: "¡Durante el día de ayer, y su pérdida me impidió dormir toda la noche!" El kadí le dijo: "¡En ese caso, enumérame los objetos que contiene!"

Entonces, sin dudar un instante, contestó el kurdo: "En mi saco ¡oh nuestro amo el kadí! hay dos frascos de cristal llenos de kohl, dos varillas de plata para extender el kohl, un pañuelo, dos vasos de limonada con el borde dorado, dos antorchas, dos cucharas, un almohadón, dos tapetes para mesa de juego, dos pucheros con agua, dos azafates, una bandeja, una marmita, un depósito de agua de barro cocido; un cazo de cocina, una aguja de hacer calceta, dos sacos con provisiones, una gata preñada, dos perras, una escudilla con arroz, dos burros, dos literas para mujer, un traje de paño, dos pellizas, una vaca, dos becerros, una oveja con dos corderos, una camella y dos camellitos, dos dromedarios de carrera con sus hembras, un búfalo y dos bueyes, una leona y dos leones, una osa, dos zorros, un diván, dos camas, un palacio con dos salones de recepción, dos tiendas de campaña de tela verde, dos doseles, una cocina con dos puertas, y una asamblea de kurdos de mi especie dispuestos a dar fe de que este saco es mi saco".

Entonces se encaró conmigo el kadí y me preguntó...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Y cuando llegó la 376ª noche

Ella dijo:

... Entonces se encaró conmigo el kadí y me preguntó: "¿Y qué tienes tú que contestar?"

Yo ¡oh Emir de los Creyentes! estaba estupefacto con todo aquello.

Sin embargo, avancé un poco y contesté: "¡Eleve y honre Alah a nuestro amo el kadí! ¡Yo bien sé que en mi saco solamente hay un pabellón en ruinas, una casa sin cocina, un albergue para perros, una escuela de adultos, unos jóvenes que juegan a los dados, una guarida de salteadores, un ejército con sus jefes, la ciudad de Bassra y la ciudad de Bagdad, el palacio antiguo del emir Scheddad ben-Aad, un horno de herrero, una caña de pescar, una cayada de pastor, cinco buenos mozos, doce jóvenes intactas, y mil conductores de caravanas dispuestos a dar fe de que este saco es mi saco!"

Cuando el kurdo hubo oído mi respuesta, rompió a llorar y a sollozar, y luego exclamó con la voz entrecortada por las lágrimas: "¡Oh nuestro amo el kadí! este saco que me pertenece es conocido y reconocido, y todo el inundo sabe que es de mi propiedad. ¡Encierra, además, dos ciudades fortificadas y diez torres, dos alambiques de alquimista, cuatro jugadores de ajedrez, una yegua y dos potros, un semental y dos jacas, dos lanzas largas, dos liebres, un mozo experto y dos mediadores, un ciego y dos clarividentes, un cojo y dos paralíticos, un capitán marino, un navío con sus marineros, un sacerdote cristiano y dos diáconos, un patriarca y dos frailes y por último, un kadí y dos testigos dispuestos a dar fe de que este saco es mi saco!"

Al oír estas palabras se encaró conmigo el kadí y me preguntó: "¿Qué tienes que contestar a todo eso?"

Yo ¡oh Emir de los Creyentes! me sentía cargado de rabia hasta las narices. Me adelanté, no obstante, algunos pasos y contesté con toda la calma de que era capaz: "¡Alah esclarezca y consolide el juicio de nuestro amo el kadí! ¡Debo añadir que en este saco hay, además, medicamentos contra el dolor de cabeza, filtros v hechizos, cotas de malla y armarios llenos de armas, mil carneros destinados a luchar a cornadas, un parque con ganados, hombres dados a las mujeres, aficionados a los muchachos, jardines llenos de árboles y de flores, viñas cargadas de uvas, manzanas e higos, sombras y fantasmas, frascos y copas, recién casados con todo el séquito de su boda, gritos y chistes, doce cuescos vergonzosos, y otros tantos follones sin olor, amigos sentados en una pradera, banderas y pendones, una casada saliendo del hammam, veinte cantarinas, cinco hermosas esclavas abisinias, tres indias, cuatro griegas, cincuenta turcas, setenta persas, cuarenta cachemirenses, ochenta kurdas, otras tantas chinas, noventa georginas, todo el país del Irak, el Paraíso terrenal, dos establos, una mezquita, varios hammams, cien mercaderes, una tabla de madera, un clavo, un negro que toca el clarinete, mil dinares, veinte cajones llenos de tela, veinte danzarinas, cincuenta almacenes, la ciudad de Kufa, la ciudad de Gasa, Damieta, Assuán, el palacio de Khoshú -Anuschriván y el de Soleimán; todas las comarcas situadas entre Balkh e Ispahán, las Indias y el Sudán, Bagdad y el Khorassán; contiene, además -¡ Alah persevere los días de nuestro amo el kadí!- una mortaja, un ataúd y una navaja de afeitar para la barba del kadí, si el kadí no quisiera reconocer mis derechos y sentencias que este saco es mi saco!"

Cuando el kadí hubo oído todo aquello, nos miró y me dijo: "¡Por Alah, o sois dos bribones que os burláis de la ley y de su representante, o este saco debe ser un abismo sin fondo o el propio Valle del Día del Juicio!"

Y para comprobar mis palabras hizo al punto el kadí que se abriera el saco ante testigos. ¡Contenía unas cáscaras de naranjas y unos huesos de aceitunas!

Entonces, pasmado hasta el límite del pasmo, declaré al kadí que aquel saco pertenecía al kurdo, pero que el mío había desaparecido, y me marché”.

Cuando el califa Harún Al-Raschid hubo escuchado esta historia, le tiró de espalda la fuerza explosiva de su risa, e hizo un magnífico regalo a Alí el Persa. ¡Y aquella noche durmió con un profundo sueño hasta por la mañana!

Luego añadió Schehrazada: "Pero no creas ¡oh rey afortunado! que es menos deliciosa esta anécdota que aquella otra en que Al-Raschid se encuentra en un apurado caso de amor". Y preguntó el rey Schahriar: "¿Qué anécdota es esa que no conozco?"

Entonces Schehrazada dijo:

AL-RASCHID, JUSTICIERO DE AMOR

Cuentan que una noche en que Harún Al-Raschid estaba acostado entre dos hermosas jóvenes que le gustaban por igual, y de las cuales una era de Medina y otra de Kufa, no quería expresar con la terminación final su preferencia por una en detrimento de la otra. Debía, pues, alcanzar tal premio la que hiciera más méritos para ello. Así es que la esclava de Medina empezó por cogerle de las manos y se puso a acariciarle dulcemente, en tanto que la de Kufa, echada un poco más abajo, le frotaba los pies, aprovechándose de la ocasión para deslizar su mano hasta la mercancía de más arriba y sopesarla de cuando en cuando.

Bajo la influencia de este tanteo delicado, la mercancía empezó de pronto a aumentar de peso considerablemente. Entonces se apresuró a apoderarse de ella la esclava de Kufa, y trayéndola toda hacia sí, la ocultó entre sus manos; pero la esclava de Medina, le dijo: "¡Ya veo que guardas el capital para ti sola y no piensas dejarme siquiera los intereses!"

Y con un ademán rápido rechazó a su rival y se apoderó del capital a su vez, oprimiéndole cuidadosamente con las manos.

Entonces la esclava defraudada, que estaba muy versada en el conocimiento de las tradiciones del Profeta, dijo a la esclava de Medina: "Yo soy quien debe tener derecho al capital, en virtud de estas palabras del Profeta (¡con él la plegaria y la paz!): "¡Quien hace revivir una tierra muerta, se convierte en su único propietario!"

Pero la esclava de Medina, que no cedía la mercancía, no estaba menos versada en la suma que su rival de Kufa, y le contestó al punto: "El capital me pertenece en virtud de estas palabras del Profeta (¡con él la plegaria y la paz!) que nos fueron conservadas y transmitidas por Sofián: "¡La casa pertenece, no a quien la levanta, sino a quien le da alcance!"

Cuando oyó estas citas el califa, le parecieron tan justas, que satisfizo por igual a ambas jóvenes aquella noche.

Luego añadió Schehrazada: "Pero ninguna de estas anécdotas ¡oh rey afortunado! vale tanto como aquella en que dos mujeres discuten para saber si en amor conviene dar la preferencia al joven o al hombre maduro.


¿PARA QUIEN LA PREFERENCIA? ¿PARA EL JOVEN O PARA EL HOMBRE MADURO?

La anécdota siguiente nos la relata Abul-Afina. Dice.

"Un día había yo subido a mi terraza para tomar el aire, cuando oí una conversación de mujeres en la terraza contigua. Las que así charlaban eran dos esposas de mi vecino, cada una de las cuales tenía un amante que la contentaba como no lo hacía el esposo viejo e impotente. Pero el amante de una era un hermoso joven de lo más tierno aún y con las mejillas sonrosadas e imberbes, y el amante de la otra era un hombre maduro y peludo; de barba compacta y espesa. Y he aquí que sin saber que las escuchaban, mis dos vecinas discutían precisamente acerca de los méritos respectivos de sus enamorados. Decía una...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Pero cuando llegó la 377ª noche

Ella dijo:

... Decía una: "¡Oh hermana mía! ¿Cómo puedes soportar la rudeza de la barba de tu amante cuando, al besarte, te frota con ella los senos y las espinas de su bigote rozan las mejillas y los labios? ¿Qué haces para que no te lastime y desgarre la piel cruelmente cada vez? Créeme, hermana mía; cambia de enamorado y haz lo que yo; búscate a un joven con un ligero vello en las mejillas deseables cual una fruta, con una carne delicada que se derrita en tu boca durante el beso. ¡Por Alah, que ya sabrá él compensar a tu lado su falta de barba con muchas otras cosas llenas de sabor!"

Al oír estas palabras, le contestó su compañera: "¡Qué tonta eres, hermana mía, y cómo careces de finura y buen sentido! ¿Acaso no sabes que el árbol sólo resulta hermoso cuando está lleno de hojas, y el cohombro sólo resulta sabroso con su pelusa y con todas sus asperezas? ¿Hay en el mundo algo más feo que un hombre imberbe y calvo como una cotufa? Has de saber que la barba y el bigote son para el hombre lo que para las mujeres son las trenzas de pelo. ¡Y tan notorio es, que Alah el Altísimo (¡glorificado sea!) creó en el cielo especialmente a un ángel que no tiene otra ocupación que la de cantar alabanzas al Creador por haber dado barba a los hombres y dotado de cabellos largos a las mujeres! ¿A qué me hablas, pues, de elegir como enamorado a un joven imberbe? ¿Crees que consentiría yo en tenderme debajo de quien apenas se pone encima piensa en quitarse, apenas está en tensión piensa en aflojarse, apenas se une piensa en desatar el nudo, apenas se halla en su sitio piensa en abandonarlo, apenas adquiere consistencia piensa en derretirse, apenas erigido piensa en derruirse, apenas enlazado piensa en desligarse, apenas pegado piensa en despegarse, y apenas en funciones piensa en ceder? ¡Desengáñate, pobre hermana mía! ¡Nunca abandonaré al hombre que no se separa de la que enlaza, que cuando entra permanece en su sitio, cuando se vacía se llena otra vez, cuando acaba recomienza, cuando se mueve es excelente, cuando funciona es superior, cuando da es generoso y cuando empuja perfora!"

Al oír tal explicación, exclamó la mujer que tenía el amante imberbe: "¡Por el Dueño de la Kaaba santa, ¡oh hermana mía! que me hiciste entrar en ganas de probar al hombre barbudo!

Luego, tras una corta pausa, dijo seguidamente Schehrazada:

EL PRECIO DE LOS COHOMBROS

Un día en que el emir Moinben-Zaida iba de caza, se encontró con un árabe que volvía del desierto montado en su borrico. Se puso delante de él, y después de las zalemas consiguientes, le preguntó: "¿Adónde vas, hermano árabe, y qué llevas envuelto tan cuidadosamente en ese saquito?" El árabe contestó: "Voy en busca del emir Moinben para llevarle estos cohombros tempranos que ha dado la primera recolección de mis tierras. Como se trata del hombre más generoso que se conoce, estoy seguro que me pagará mis cohombros a un precio digno de su esplendidez". El emir Moinben, a quien el árabe no había visto hasta entonces, le preguntó: "¿Y cuánto esperas que te dé por esos cohombros el emir Moinben?" El árabe contestó: "¡Mil dinares de oro, por lo menos!" El emir preguntó: "¿Y si te dice que eso es mucho?" El otro contestó: "¡No le pediré más que quinientos!" - "¿Y si te dice que es mucho?" - "¡Cincuenta!" - "¿Y si te dice que es mucho?" - "¡Treinta! - "¿Y si te dice todavía que es mucho?" - "¡Oh! ¡Entonces meteré mi borrico en su harem y me daré a la fuga con las manos vacías!"

Al oír estas palabras, Moinben se echó a reír y espoleó a su caballo para reunirse con su séquito y entrar enseguida en su palacio, donde dio orden a sus esclavos y a su chambelán para que dejaran entrar al árabe con sus cohombros.

Así es que cuando una hora más tarde llegó el árabe al palacio, el chambelán se apresuró a conducirle a la sala de recepción, donde le esperaba el emir Moinben sentado majestuosamente en medio de la pompa de la corte y rodeado por sus guardias, que ostentaban la espada desnuda en la mano. Y he aquí que el árabe estuvo muy lejos de reconocer en él al jinete que había encontrado en el camino y con el saco de cohombros en las manos esperó, después de las zalemas, a que el emir le interrogara.

El emir le preguntó: "¿Qué me traes en ese saco, hermano árabe?" El otro contestó: "¡Confiando en la esplendidez de nuestro dueño el emir, le traigo los primeros cohombros tempranos que nacieron en mi campo!" - "¡Qué inspiración tan buena! ¿Y en cuánto estimas mi esplendidez?" - "¡En mil dinares!" - "¡Es mucho!" - "¡En trescientos!" "¡Es mucho!" - "¡En ciento!" - "¡Es mucho!" - "¡En cincuenta!" - "¡Es mucho!" - "¡En treinta, entonces!" - ¡También es mucho!" Entonces exclamó el árabe: "¡Por Alah, que fue de real augurio el encuentro que tuve antes cuando vi en el desierto aquel rostro de brea! ¡No, por Alah, ¡oh emir! no puedo dar mis cohombros en menos de treinta dinares!'"

Al oír estas palabras, sonrió sin contestar el emir Moinben. Entonces le miró el árabe, y al darse cuenta de que el hombre con quien se encontró en el desierto, no era otro que el propio emir Moinben dijo:

"¡Por Alah, oh mi amo! haz que traigan los treinta dinares, porque tengo el borrico atado ahí a la puerta." A estas palabras, el emir Moinben rompió a reír de tal manera, que se cayó de trasero; e hizo llamar a su intendente y le dijo: "¡Es preciso contar inmediatamente mil dinares primero, luego quinientos, luego trescientos, luego ciento, luego cincuenta, y por último, treinta, para dárselos a este hermano árabe con objeto de que se decida a dejar atado donde está a su borrico!" Y el árabe llegó al límite de la estupefacción al recibir mil novecientos ochenta dinares por un saco de cohombros. ¡Tanta era la esplendidez del emir Moinben! ¡Sea por siempre con todos ellos la misericordia de Alah!

Después dijo Schehrazada:


CABELLOS BLANCOS

Cuenta Aba-Suwaid:

"Un día entré en un huerto para comprar fruta, y he aquí que desde lejos vi sentada a la sombra de un albaricoquero a una mujer peinándose. Cuando me acerqué a ella, noté que era vieja y que estaban blancos sus cabellos; pero su rostro resultaba perfectamente gentil y su tez fresca y deliciosa. Al ver que me acercaba a ella no hizo ningún movimiento para taparse el rostro ni ningún ademán para cubrirse la cabeza, y continuó, sonriendo, en su tarea de alisarse los cabellos con su peine, que era de marfil. Me paré enfrente de ella, y después de las zalemas, le dije: "¡Oh vieja de edad, pero joven de rostro! ¿Por qué no te tiñes los cabellos y parecerías entonces una joven de verdad? ¿A qué obedece el que no lo hagas? ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Pero cuando llegó la 378ª noche

Ella dijo:
"... ¿A qué obedece el que no lo hagas?"
Levantó entonces ella la cabeza, me miró con los ojos muy abiertos, y me contestó con los versos siguientes:
¡Teñidos estuvieron antaño, pero desapareció su color y les queda el tiempo!
¿Para qué teñirlos ahora, si cuando quiero puedo balancear mi grupa fastuosamente, y hacérmelo meter a capricho por delante o por detrás?

Y dijo luego Schehrazada:

LA CUESTION ZANJADA

Cuentan que el visir Giafar recibió en su casa una noche al califa Harún Al-Raschid y no escatimó nada para divertirle agradablemente. De pronto dijo el califa: "Giafar, he sabido que compraste para ti una esclava muy bella, en la que había puesto los ojos yo y que quise comprar para mí mismo. ¡Deseo, pues, que me la cedas por el precio que te convenga!" Giafar contestó: "No tengo la menor intención de venderla, ¡oh Emir de los Creyentes!" El califa dijo: "¡Entonces, ofrécemela como regalo!" Giafar contestó: "Tampoco tengo esa intención, ¡oh Emir de los Creyentes!"
Entonces frunció las cejas Al-Raschid y exclamó: "¡Juro por los tres juramentos' que al instante me divorciaré de mi esposa Sett Zobeida, si no quieres consentir en venderme la esclava o en cedérmela!" Giafar contestó: "¡Juro por los tres juramentos que al instante me divorciaré de mi esposa, madre de mis hijos, si consiento en venderte la esclava o en cedértela!" (Ver la historia del desligador en Grano de Belleza Tomo 2)
Cuando hubieron hecho tal juramento ambos, comprendieron de pronto que habían ido demasiado lejos, cegados por los vapores del vino, y de común acuerdo se preguntaron qué medio emplearían para salir del apuro. Después de algunos instantes de perplejidad y reflexión, dijo Al-Raschid: "¡Para salir de este trance tan apurado, no tenemos más remedio que recurrir a las luces del kadí Abi-Yussuf, que tan versado está en la jurisprudencia del divorcio!" Enviaron a buscarle en seguida, y Abi-Yussuf pensó: "¡Cuando el califa envía a buscarme a media noche, es porque en el Islam ocurre algún acontecimiento muy grave!" Luego salió de su casa a toda prisa, aparejó su mula, y dijo a su esclavo, que iba detrás de la mula: "¡Llévate el saco de forraje del animal, que no ha terminado su ración todavía, y no te olvides de colgárselo de la cabeza a nuestra llegada, para que siga comiendo!"
Cuando entró en la sala donde le esperaban el califa y Giafar, el califa se levantó en honor suyo y le hizo sentarse a su lado, privilegio que no concedía nunca más que a Abi-Yussuf. Luego le dijo: "¡Te he  llamado para un asunto de la mayor gravedad!" Y le explicó el caso. Entonces dijo Abi-Yussuf: "¡Pero si la solución es la cosa más sencilla del mundo!" Se encaró entonces con Giafar, y le dijo: "¡No tienes más que vender al califa media esclava y regalarle la otra media!"
Esta solución entusiasmó en extremo al califa, que admiró toda su sutileza, porque a ambos los desligaba de su juramento, haciéndole beneficiarse con la esclava que anhelaba. Llamaron, pues, a la esclava, y dijo el califa: "No puedo esperar a que pase el tiempo reglamentario para la liberación definitiva que me permite tomar la esclava a su primer amo. Es preciso, pues, ¡oh Abi-Yussuf! que des también con el medio de lograr inmediatamente esa liberación". Abi-Yussuf contestó: "¡La cosa es todavía más fácil! ¡Que hagan venir a un mameluco joven!" Al punto hicieron ir al mameluco en cuestión, y dijo Abi-Yussuf: "Para que sea lícita esta liberación inmediata, es necesario que la esclava  esté casada legítimamente. ¡Voy, pues a dársela en matrimonio a este mameluco, quien mediante una retribución se divorciará de ella antes de tocarla! Y solamente ¡oh Emir de los Creyentes! podrá pertenecerte como concubina la esclava". Y se encaró con el mameluco y le dijo: "¿Aceptas como esposa legítima esta esclava?" El otro contestó: "¡La acepto!" Entonces le dijo el kadí: "¡Ya estás casado! ¡He aquí ahora mil dinares para ti! ¡Divórciate de ella!" El mameluco contestó: "¡Ya que me casé legítimamente, quiero permanecer casado, porque me gusta la esclava!"
Al oír esta respuesta del mameluco, el califa frunció las cejas con cólera, y dijo al kadí: "¡Por el honor de mis antepasados, que la solución que buscaste va a llevarte a la horca!" Pero Abi-Yussuf dijo sonriendo: "¡No se preocupe nuestro dueño el califa de la respuesta de este mameluco, y convénzase de que es más fácil que nunca la solución ahora!"
Luego añadió: "Solamente has de permitirme ¡oh Emir de los Creyentes! que me conduzca con este mameluco como si fuera un esclavo mío". El califa le dijo: "¡Te lo permito! ¡Es tu esclavo y tu propiedad!" Entonces Abi-Yussuf se encaró con la joven y le dijo: "¡Te regalo este mameluco y te lo doy como esclavo comprado! ¿Le aceptas así?" Ella contestó: "¡Le acepto!" Abi-Yussuf exclamó: "En ese caso, queda anulado el matrimonio que acaba de contraer contigo. ¡Y ya estás desligada de él! ¡Así lo ordena la ley del matrimonio! ¡He sentenciado!"
Al oír esta sentencia, Al-Raschid se irguió sobre ambos pies y exclamó en el límite de la admiración: "¡Oh Abi-Yussuf, no tienes par en el Islam!" E hizo que le entregaran una gran bandeja llena de oro y le  rogó que la aceptase. El kadí dió las gracias al califa; pero no supo como llevar consigo todo aquel oro. De pronto se acordó del saco de la mula, en el que cabía un celemín, y tras de mandar por él vació todo el oro de la bandeja y se marchó.
Esta anécdota nos demuestra que el estudio de la jurisprudencia hace ricos a los hombres. ¡Sea, pues, con todos ellos la misericordia de Alah!"
Luego dijo Schehrazada:

ABÚ-NOWAS Y EL BAÑO DE SETT ZOBEIDA

Cuentan que el califa Harún Al-Raschid, que amaba con un amor extremado a su esposa y prima Sett Zobeida, había hecho construir, en un jardín reservado para ella sola, un estanque de agua rodeado por un bosquecillo de árboles frondosos, donde podía bañarse sin exponerse nunca a las miradas de los hombres y a los rayos del sol, pues el follaje era impenetrable.
Y he aquí que un día en que hacía mucho calor, Sett Zobeida fue al bosquecillo completamente sola, se desnudó del todo al borde del estanque y se metió en el agua. Pero no sumergió más que sus piernas hasta las rodillas, porque la daba miedo el escalofrío que produce el agua al sumergirse de una vez y, además, porque no sabía nadar. Pero con un jarro que había traído se vertía en los hombros agua poco a poco, estremeciéndose con la caricia húmeda de su frescura.
El califa, que la había visto encaminarse al estanque, la siguió sigilosamente, y amortiguando sus pisadas, llegó cuando ella estaba ya desnuda. A través de las hojas, se puso él a observar y admirar la  desnudez de su esposa, blanca sobre el agua. Como tenía la mano apoyada en una rama, la rama rechinó de pronto, y Sett Zobeida...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.


Pero cuando llegó la 379ª noche

Ella dijo:
... la rama rechinó de pronto y Sett Zobeida se volvió asustada, llevándose las dos manos a su historia, para sustraerla a las miradas, con un gesto instintivo. Por cierto, que la historia de Sett Zobeida era cosa tan considerable, que podían ocultarla más que a medias las dos manos; y era aquélla historia tan gruesa y tan escurridiza, que Sett Zobeida no logró retenerla, y se le escapó por entre los dedos y apareció en toda su gloria a la vista del califa.
Al-Raschid, que hasta entonces nunca tuvo ocasión de observar al aire libre y al natural la historia de su prima, quedó maravillado y a la vez estupefacto de su enormidad y de su fastuosidad, y se apresuró a alejarse furtivamente como había venido. Pero aquel espectáculo despertó la inspiración en él, que se sintió dispuesto a improvisar. Siguiendo un ritmo ligero, empezó por componer el verso siguiente:
¡En el baño vi la plata cándida!...
Pero en vano siguió torturándose el espíritu para construir otros ritmos, porque no sólo no consiguió acabar el poema, sino que ni siquiera hizo otro verso que rimase; y se puso muy triste, y sudaba repitiendo ¡En el baño vi la plata cándida!... y no salía del apuro. Entonces se decidió a llamar al poeta Abu-Nowas, y le dijo: "Vamos a ver si compones un poema corto cuyo primer verso sea: ¡En el baño vi la plata cándida!..." Entonces Abu-Nowas, que también había merodeado por los alrededores del estanque y observado toda la escena consabida, contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y ante la estupefacción del califa, improvisó enseguida los siguientes versos:
¡En el baño vi la plata cándida, y mis ojos se embriagaron de leche!
¡Una gacela cautivó mi alma a la sombra de sus caderas mientras su historia se escurría entre sus dedos juntos!
¡Oh! ¿Por qué no pude convertirme en onda para acariciar aquella delicada historia escurridiza, o convertirme en pez durante una hora o dos?
El califa no intentó averiguar cómo se había arreglado Abu-Nowas para dar a sus versos una significación tan exacta, y le recompensó espléndidamente para demostrarle su satisfacción.
Luego añadió Schehrazada: "Pero no creas ¡oh rey afortunado! que esta sutileza de ingenio de Abu-Nowas era menos admirable que su encantadora improvisación en la anécdota que vas a oír:

ABU-NOWAS IMPROVISA

Presa de un insomnio tenaz, el califa Harún Al-Raschid se paseaba una noche por las galerías de su palacio, cuando se encontró con una de sus esclavas, a la cual amaba en extremo, que se dirigía al pabellón reservado para ella. La siguió y penetró en el pabellón detrás de la joven. La cogió entonces en brazos y se puso a acariciarla y a juguetear con ella de tal modo, que cayó el velo que la envolvía y la túnica también se escurrió de sus hombros.
Al ver aquello, se encendió el deseo en el alma del califa, que al instante quiso poseer a su bella esclava; pero se excusó ella diciendo: "Por favor, ¡oh Emir de los Creyentes! dejemos la cosa para mañana, porque no esperaba el honor de tu visita y no estoy preparada. ¡Pero mañana, si Alah quiere, me encontrarás toda perfumada, y embalsamarán la cama mis jazmines!" Entonces no insistió Al-Raschid y volvió a pasearse.
Al día siguiente, a la misma hora, envió a Massrur, jefe de sus eunucos, para que previniera a la joven de su visita proyectada. Pero precisamente la joven había tenido durante el día un principio de fatiga, y como se sentía floja y peor dispuesta que nunca, se limitó a citar por toda respuesta a Massrur, que la recordaba su promesa de la víspera, este proverbio: "¡El día borra las palabras de la noche!"
En el momento en que Massrur transmitía al califa las palabras de la joven, entraron los poetas Abu-Nowas, El-Rakaschi y Abu-Mossab. Y el califa se encaró con ellos y les dijo: "Improvisadme al instante cada uno de vosotros algunos ritmos donde se pongan en juego estas frases:
Entonces dijo primeramente El-Rakaschi:
Guárdate, corazón mío, de una hermosa niña inflexible que no gusta de hacer ni recibir visitas, que promete una cita sin acudir a ella, y se excusa diciendo: "¡El día borra las palabras de la noche!"
Luego se adelantó Abu-Mossab, y dijo:
¡A toda velocidad vuela mi corazón, y ella se burla de su ardor! ¡Mis ojos lloran, y se abrasan de deseo por ella mis entrañas; pero ella se limita a sonreír! Y si la recuerdo su promesa, me responde: "¡El día borra las palabras de la noche!"
Abu-Nowas se adelantó el último, y dijo
¡Oh, cuán linda estaba en su turbación aquella noche, y qué encanto tenía su resistencia!
¡El viento embriagado de la noche balanceaba lentamente la rama de su talle y su pesada grupa ondulante, y también plegábase su busto, en el que apuntaban las dos leves granadas de sus senos!
¡Con jugueteos amables, con caricias enardecidas, hice escurrirse el velo que ostentaba, y de sus hombros ¡oh redondez de perlas! se escurrió la túnica también!
¡Y apareció medio desnuda entonces, surgiendo de la ropa que la rodeaba cual surge de su cáliz una flor!
Como la noche corría ante nosotros su cortina de sombras, quise ser más audaz a la sazón; y le dije: ¡Coronemos el acto!"
Pero ella contestó: "¡Mañana seguiremos!"
Fuí a ella al día siguiente, y le dije: "¡Cumple tu promesa!" Se echó a reír y me contestó: "¡El día borra las palabras de la noche!"
Al oír tan diversas improvisaciones, Al-Raschid hizo que dieran una gruesa suma de plata a cada uno de los poetas, exceptuando a Abu-Nowas, a quien ordenó que condenaran a muerte al instante, exclamando: "¡Por Alah, tú estás de acuerdo con esa joven! De no ser así, ¿cómo pudiste hacer una descripción tan exacta de una escena que presencié yo solo?"
Abu-Nowas se echó a reír y contestó: "¡Nuestro dueño el califa olvida que el verdadero poeta sabe adivinar en lo que se le dice aquello que se le oculta! Y por cierto que nos pintó excelentemente el Profeta (¡con él la plegaria y la paz!) cuando dijo hablando de nosotros:
"Los poetas van como insensatos por todos los caminos. ¡Sólo les guían su inspiración y el demonio! ¡Cuentan y dicen cosas que no hacen!"
Ante tales palabras, no quiso Al-Raschid profundizar más en este misterio y después de perdonar a Abu-Nowas, le dió una suma doble de la recibida por los otros poetas.
Cuando el rey Schahriar hubo oído esta anécdota, exclamó: "¡No, por Alah! no sería yo quien perdonase a ese Abu-Nowas, y habría profundizado en aquel misterio y hubiera hecho que cortaran la cabeza a ese pillo. ¡No quiero, Schehrazada, que me hables más de ese canalla que no respetaba a califas ni a leyes! ¿Lo oyes bien?"
Y dijo Schehrazada: "Entonces ¡oh rey afortunado! voy a contarle la anécdota del asno.

EL ASNO

Un día, un buen hombre entre esos hombres que parecen llamados a que se burlen de ellos los demás, iba por el zoco llevando detrás de él a su asno atado con una sencilla cuerda que servía de cabestro al animal. Le divisó un ladrón muy experimentado, y resolvió robarle el asno. Participó su proyecto a uno de sus compañeros, que hubo de preguntarle: "¿Pero cómo te vas a arreglar para no llamar la atención del hombre?" El otro contestó: "¡Sígueme y ya verás!..."
En ese momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.

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