jueves, septiembre 07, 2023

10.1 P1 Historia de Aziz y Azizia y del hermoso príncipe Diadema (primera de dos partes)

10.0 Historia del monasterio De la noche 95 a la 106 (realmente a la 137 pero se explica a continuación)
       10.1 Historia de Aziz y Azizia y del hermoso príncipe Diadema (107 a 129)
       10.2 Historia de la princesa Donia con el príncipe Diadema (130 a 137)


La historia del monasterio tiene historias subordinadas pero como si fueran historias independientes porque se cuentan como marginalmente y después de acabarlas esta historia no sigue. Las encuentran numeradas subordinadas como 10.1 y 10.2 pero no están dentro de la grabación de esta 10.0. En la primera vez que publiqué las mil noches y una noche las había dejado como historias independientes entonces la numeración cambiará de la que hubo antes
Esta historia es la continuación de la Historia del rey Omar al - Neman y de sus dos hijos Scharkan y Daul'makan (de la noche 44 a la noche 78) y Historia de la muerte del rey Omar Al Nemán (de la noche 78 a la 95)






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Historia de Aziz y Azizia y del hermoso príncipe Diadema
 
"Había en la antigüedad del tiempo y en lo pasado de las edades y del momento una ciudad entre las ciudades de Persia, detrás de las montañas de Ispahán. Y el nombre de esta ciudad era la Ciudad Verde. El rey de esta ciudad se llamaba Soleimán-Schah. Estaba dotado de grandes cualidades de justicia, de generosidad, de prudencia y de saber. Así es que desde todas las comarcas afluían viajeros a su ciudad, pues su fama se había extendido mucho e inspiraba confianza a las caravanas y los mercaderes.
Y el rey Soleimán-Schah siguió gobernando de este modo, rodeado de prosperidades y del afecto de todo su pueblo. Pero sólo faltaba a su dicha una mujer que le diera hijos, pues era soltero.
Y el rey Soleimán-Schah tenía un visir que se le parecía mucho, por su liberalidad y por la bondad de su corazón. Y un día en que su soledad se le hacía más pesada que de costumbre, mandó llamar el rey a su visir, y le dijo: "¡Oh mi visir, he aquí que se agota mi paciencia, y mis fuerzas disminuyen, y como siga así, no me quedará más que el pellejo sobre los huesos. Porque veo ahora que el celibato no es un estado natural, sobre todo para los reyes que han de transmitir un trono a sus descendientes. Además, nuestro bendito Profeta, ¡sean con él la plegaria y la paz! ha dicho: "¡Copulad y multiplicad vuestros descendientes, porque vuestro número ha de glorificarme ante todas las razas el día de la Resurrección! Aconséjame, pues, ¡oh mi visir! y dime tu parecer".
Entonces el visir dijo: "Verdaderamente, ¡oh rey!, ésta es una cuestión muy difícil, y de una delicadeza extraordinaria. Trataré de satisfacerte, sin salirme de la vía prescrita. Sabe, pues, ¡oh rey! que no sería de mi gusto que una esclava desconocida llegase a ser tu esposa, porque ¿cómo podrías conocer su origen, la nobleza de sus ascendientes, la pureza de su sangre y los principios de su raza? ¿Y cómo podrías conservar intacta la unidad de sangre de sus propios antecesores? ¿No sabes que el hijo que nazca de tal unión sería un bastardo lleno de vicios, embustero, sanguinario y maldito por Alah, a causa de sus abominaciones futuras? Sería como la planta que crece en terreno pantanoso, y que cae podrida antes de llegar a su total crecimiento. Así es que no esperes de tu visir el servicio de comprarte una esclava, aunque fuese la joven más hermosa de la tierra; pues no quiero ser origen de desgracia, ni soportar el peso de los pecados, cuyo instigador sería este servidor tuyo. Pero si quieres hacer caso a mis barbas, sabe que mi opinión es que escojas, entre las hijas de los reyes, una esposa cuya genealogía sea conocida y cuya belleza se presente como modelo ante todas las mujeres".
Entonces el rey Soleiman-Schah exclamó: "¡Oh mi visir! si logras encontrar semejante mujer, estoy dispuesto a tomarla por esposa legítima, a fin de atraer sobre mi raza las bendiciones del Altísimo!" Al oírlo dijo el visir: "El asunto está ya arreglado, gracias a Alah". Y el rey exclamó: "¿Cómo es eso?" Y prosiguió el visir: "Sabe, ¡oh rey! que mi esposa me ha dicho que el rey Zhar-Schah, señor de la Ciudad Blanca, tiene una hija de belleza tan ejemplar, que supera a todas las palabras, pues mi lengua se haría peluda antes de poderte dar la menor idea de ella".
Y el rey exclamó: "¡Ya Alah!" Y prosiguió el visir: "Porque ¿cómo podría hablarte dignamente de sus ojos, de sus párpados oscuros, de su cabellera, de su talle y de su cintura, tan fina que casi no se ve? ¿Cómo describirte el desarrollo de sus caderas y de lo que las sostiene y redondea? ¡Por Alah! ¡Nadie puede acercársele sin quedarse inmóvil, como nadie puede mirarla sin morir! Y de ella ha dicho el poeta:
¡Oh virgen de vientre de armonía! ¡Tu cintura desafía a las ramas de sauce y a la misma esbeltez de los álamos del paraíso!
¡Tu saliva es miel silvestre! ¡Moja en ella la copa, endulza el vino, y dámelo después. Oh hurí! ¡Pero sobre todo te ruego que abras los labios y regocijes mis ojos con sus perlas!
Oídos estos versos, el rey se estremeció de gusto, y gritó desde el fondo de su garganta: "¡Ya Alah!" Pero el visir prosiguió: "Y así ¡oh rey! opino que envíes lo antes posible al rey Zahr-Schah uno de tus emires que sea hombre de tu confianza, dotado de tacto y delicadeza, que conozca el sabor de las palabras antes de pronunciarlas, y cuya experiencia te sea conocida. Y le encargarás que emplee toda su persuasión en lograr que el padre te dé la joven. Y te casarás con ella, para seguir las palabras de nuestro Profeta bendito, ¡sean con él la paz y la plegaria! que dijo: "¡Los hombres que se llamen castos deben ser desterrados del Islam! ¡Son unos corruptores! ¡Nada de celibato en el Islam!" ¡Y en verdad, esta princesa es el único partido para ti, porque es la pedrería más hermosa de toda la tierra, aquende y allende!"
Al oír estas palabras, sintió el rey Soleimán-Schah que se le ensanchaba el corazón, y dijo al visir: "¿Qué hombre sabrá realizar mejor que tú esa misión tan delicada? Tú serás quien vaya a arreglar eso, tú solo, que estás lleno de sabiduría y cortesía. Levántate, pues, y corre a despedirte de los de tu casa, despacha en seguida los asuntos pendientes, y ve a la Ciudad Blanca a pedir para mí la mano de la hija de Zahr-Schah, pues he aquí que mi corazón y mi juicio están muy atormentados con eso y se preocupan mucho". El visir contestó: "¡Escucho y obedezco!"
Y se apresuró a despachar lo que tenía que despachar, y a abrazar a aquellos a quienes tenía que abrazar, y se puso a hacer todos los preparativos de la marcha. Llevó toda clase de regalos que pudiesen satisfacer a los reyes: joyas, orfebrería, alfombras de seda, telas preciosas, perfumes, esencia de rosas completamente pura, y todas las cosas ligeras de peso, pero pesadas en cuanto a precio y valor. Llevó también diez hermosos caballos de las razas más puras de Arabia; y muy ricas armas nieladas de oro, con empuñaduras incrustadas de rubíes; y también armaduras ligeras de acero y cotas de malla doradas. Todo esto sin contar unos grandes cajones cargados de cosas suntuosas y también de cosas agradables al paladar, como conservas de rosas, albaricoques laminados en hojas, dulces secos perfumados, pastas de almendras aromadas con benjuí de las islas cálidas, y mil golosinas capaces de disponer favorablemente a las jóvenes. Mandó cargar todos estos cajones en mulos y camellos, y llevó cien mamalik, cien negros jóvenes y cien muchachas, que al regreso formarían el séquito de la novia. Y cuando el visir se puso a la cabeza de la caravana, y se desplegaron las banderas para dar la señal de marcha, se presentó el rey Soleimán para decirle: "Cuida de no volver sin la joven, y ven cuanto antes, porque me abraso".
Y el visir respondió: "Escucho y obedezco". Y partió con toda su caravana, y caminó de día y de noche, atravesando montañas, valles, ríos y torrentes, llanuras desiertas y llanuras fértiles, hasta que estuvo a una jornada de la Ciudad Blanca.
Entonces se detuvo a descansar a orillas de un arroyo, y envió a un correo para que anunciase su llegada al rey Zahr-Schah.
Ahora bien; en el momento en que el correo llegó a las puertas de la ciudad, y cuando iba a penetrar en ella, le vió el rey Zahr-Schah, que tomaba el fresco en uno de sus jardines, le mandó llamar y le preguntó quién era. Y el correo dijo: "¡Soy el enviado del visir tal, acampado a orillas de tal río, que viene a visitarte de parte de nuestro rey Soleimán, señor de la Ciudad-Verde y de las montañas de Ispahán!"
Al enterarse de esta noticia, el rey Zahr-Schah quedó en extremo encantado, y mandó ofrecer refrescos al correo del visir, y dió a sus emires la orden de ir al encuentro del gran enviado del rey Soleimán-Schah, cuya soberanía era respetada hasta en los países más remotos, y en el mismo territorio de la Ciudad Blanca. Y el correo besó la tierra entre las manos del rey Zahr-Schah, diciéndole: "Mañana llegará el visir. Y ahora, ¡que Alah te siga otorgando sus altos favores, y tenga a tus difuntos padres en su gracia y misericordia!" Eso en cuanto a éstos.
Pero en cuanto al visir del rey Soleimán, estuvo descansando a orillas del río hasta medianoche. Después se volvió a poner en marcha, y al salir el sol estaba a las puertas de la ciudad.
En ese momento se detuvo un instante para satisfacer una apremiante necesidad. Y cuando hubo terminado, vió venir a su encuentro al gran visir del rey Zahr-Schah con los chambelanes y grandes del reino, y los emires, y los notables. Entonces se apresuró a entregar a uno de sus esclavos el jarro que acababa de usar para hacer sus abluciones, y volvió a subir apresuradamente a caballo. Y habiéndose dirigido unos a otros los saludos acostumbrados, entraron en la Ciudad Blanca. Al llegar frente al palacio del rey, se apeó el visir, y guiado por el gran chambelán penetró en el salón del trono.
En este salón vió un alto y blanco trono de mármol transparente, incrustado de perlas y pedrería, y sostenido por cuatro pies muy elevados, formados cada uno por un colmillo completo de elefante. Encima del trono había un ancho almohadón de raso verde, bordado con lentejuelas doradas y adornado con flecos y borlas de oro. Y encima de este trono había un dosel, que centelleaba con sus incrustaciones de oro, piedras preciosas y marfil. Y en tal trono estaba sentado el rey Zahr-Schah...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y discreta según su costumbre, se calló.

Pero cuando llegó la 108ª noche

Ella dijo:
Y sobre el tal trono estaba sentado el rey Zahr-Schah, rodeado de los principales personajes del reino y de los guardias que inmóviles aguardaban sus mandatos.

El visir sintió entonces que la inspiración iluminaba su espíritu y que la elocuencia le desataba la lengua en palabras sabrosas. Y con un donoso ademán, se volvió hacia el rey e improvisó estas estrofas en honor suyo:
Al verte, me ha abandonado mi corazón para volar hacia ti, !y hasta el sueño ha huido de mis ojos, dejándome entregado a mis torturas!
¡Oh corazón mío, ya que estás con él, quédate donde estás! ¡Te abandono a él aunque seas lo que más quiero y lo que más necesito!
¡Ningún descanso más agradable a mis oídos que la voz de aquellos que saben cantar las alabanzas de Zahr-Schah, rey de todos los corazones!
Y después de haberle mirado, auque sea una vez, con eso sería rico para siempre.
¡Oh todos vosotros los que rodeáis a este rey tan magnífico! Sabed que si alguno dijera que conocía a un rey superior a Zarh-Schah, mentiría y no sería un verdadero creyente.
Y habiendo acabado de recitar este poema, el visir se calló, sin decir nada más. Entonces el rey Zahr-Schah le mandó acercarse al trono, y le hizo sentar a su lado, y le sonrió cariñoso, y conversó con él afablemente durante un buen rato, demostrándole su amistad y su simpatía. Después mandó poner la mesa en honor del visir, y todo el mundo se sentó a comer y beber hasta saciarse. Entonces quiso el rey quedarse solo con el visir, y todos salieron, excepto los principales chambelanes y el gran visir del reino.
Y el visir del rey Soleimán se puso de pie, se inclinó ceremoniosamente, y dijo: "¡Oh gran rey, lleno de munificencia! ¡Vengo hacia ti para un asunto cuyo resultado para todos nosotros estará lleno de bendiciones, de frutos dichosos y de prosperidad! El objeto de mi misión es pedirte en matrimonio tu hija, llena de estimación y gracia, de nobleza y modestia, para mi señor y corona sobre mi cabeza, el rey Soleimán-Schah, sultán glorioso de la Ciudad Verde y de las montañas de Ispahán. Y a este efecto, vengo hacia ti trayendo ricos regalos y cosas suntuosas, para demostrarte el entusiasmo con que desea mi señor poder llamarte su suegro. Quisiera saber de tu boca si compartes igualmente ese deseo, y si le quieres otorgar el objeto de sus ansiedades".
Cuando el rey Zahr-Schah oyó este discurso del visir, se levantó y se inclinó hasta el suelo. Y los chambelanes y los emires llegaron hasta el límite del asombro al ver al rey manifestar tanto respeto a un simple visir. Pero el rey siguió de pie delante del visir, y le dijo: "¡Oh visir, dotado de tacto, de sabiduría, de elocuencia y de grandeza! escucha lo que voy a decirte:
¡Me considero como un simple súbdito del rey Soleimán-Schah, y me parece el mayor honor poderme contar entre los miembros de su familia! ¡De modo que mi hija ya no es en adelante más que una esclava entre sus esclavas, y desde este mismo instante es su cosa y su propiedad! ¡Y tal es mi respuesta a la demanda del rey Soleimán-Schah, soberano de todos nosotros, señor de la Ciudad Verde y de las montañas de Ispahán!".
E inmediatamente mandó llamar a los kadíes y a los testigos, que redactaron el contrato de casamiento de la hija del rey Zahr-Schah con el rey Soleimán-Schah. Y el rey, muy dichoso, se llevó el contrato a los labios, y recibió las felicitaciones y los votos de los kadíes y los testigos, colmando a todos de sus favores. Dio grandes fiestas para honrar al visir, y grandes diversiones públicas que dilataron el corazón y la vista de todos los habitantes. Y repartió víveres y regalos, lo mismo a los pobres que a los ricos. Después dispuso los preparativos para la marcha, y escogió las esclavas de su hija: griegas, turcas, negras, y blancas. Y mandó construir para ella un gran palanquín de oro macizo con incrustaciones de perlas y de pedrería, y lo mandó colocar a lomo de diez mulos bien alineados.
Después se puso en marcha toda la comitiva. Y el palanquín parecía, a la claridad de la mañana, un gran palacio entre los palacios de los genios, y la joven, cubierta con sus velos, semejaba una hurí entre las más bellas huríes del Paraíso.
Y el rey Zahr-Schah acompañó a la comitiva durante tres parasanges. Después se despidió de su hija, del visir y de los que le acompañaban, y se volvió a su ciudad en el colmo de la alegría, lleno de confianza en lo futuro.
En cuanto al visir y a la comitiva ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y discretamente, aplazó su relato para el otro día.

Pero cuando llegó la 109ª noche

Ella dijo:
En cuanto al visir y a la comitiva, viajaron sin ningún contratiempo, y llegados a tres jornadas de la Ciudad Verde, enviaron un correo para que los anunciara al rey Soleimán-Schah.
Cuando el rey supo la llegada de su esposa, se estremeció de placer, y dió un hermoso traje de honor al correo anunciante. Y mandó a todo su ejército que fuera al encuentro de la reina con los estandartes desplegados, y los pregoneros públicos invitaron a toda la ciudad a formar parte de la comitiva, de modo que no quedasen en las casas ni una sola mujer, ni una sola doncella, ni siquiera una sola anciana, aunque estuviese caduca o imposibilitada por la edad.
Y nadie dejó de salir al encuentro de la novia. Y cuando toda la gente llegó alrededor del palanquín, se acordó que la entrada en la ciudad se verificaría por la noche con gran pompa.
Así, pues, en cuanto llegó la noche, los notables de la ciudad mandaron iluminar por su cuenta todas las calles y el camino que llevaba hasta el palacio del rey. Y formaron en dos hileras a lo largo del camino, y los soldados cubrieron la carrera, formados a derecha e izquierda, y en todo el trayecto resplandecieron en el aire límpido las iluminaciones, los tambores hicieron sonar sus redobles más profundos, las trompetas cantaron en voz alta, las banderas ondearon por encima de las cabezas, los perfumes ardieron en los pebeteros por calles y plazas, y los jinetes justaron con lanzas y azagayas. Y por en medio de todos, precedida de negros y mamalik y seguida por sus esclavas, pasó la recién casada, con el magnífico vestido que le había dado su padre, y así llegó al palacio de su esposo el rey Soleimán.
Entonces las esclavas desataron a los mulos, y entre los gritos de alegría que lanzaban el pueblo y el ejército, cogieron en hombros el palanquín y lo transportaron hasta la puerta reservada.
En seguida las doncellas y la servidumbre ocuparon el lugar de las esclavas, e hicieron entrar a la novia en su aposento. Y en el acto se iluminó el aposento con la claridad de sus ojos, y palidecieron las luces ante la hermosura de su rostro. Y en medio de todas aquellas mujeres, parecía la luna entre las estrellas o la perla solitaria en medio del collar.
Después las doncellas y las sirvientas salieron de la habitación y se formaron en dos filas, desde la puerta hasta el fin del corredor, luego de haber acostado a la joven en la gran cama de marfil enriquecida con perlas y pedrería. Y el rey Soleimán, atravesando la doble hilera formada por estas estrellas vivas, penetró en la habitación y llegó hasta la cama de marfil donde se tendía la joven, toda adornada y perfumada. Y Alah incitó en aquel momento una gran pasión en el corazón del rey y le dió el amor de aquella virgen. Y el rey la poseyó, y se deleitó en la felicidad, olvidando en aquel lecho, entre muslos y brazos, todos los pesares de su impaciencia y su ansia de amor.
El rey permaneció durante todo un mes en el aposento de su esposa, sin dejarla un solo instante, por lo muy íntima y adecuada con su temperamento que era aquella unión. Y la dejó preñada desde la primera noche. Después de lo cual fué a sentarse en el trono de su justicia, y se ocupó en los asuntos del reino para el bien de sus súbditos, y llegada la noche, no dejaba de visitar el aposento de su esposa, y así hasta el noveno mes.
Y en la última noche de este noveno mes sintió la reina los dolores de parto, se sentó en la silla parturienta, y al amanecer, Alah le facilitó el parto, y la reina dió a luz un varón marcado con la señal de la suerte y la fortuna.
En cuanto supo el rey la noticia de este nacimiento, se dilató su pecho hasta el límite de la dilatación, y se alegró con una gran alegría, e hizo regalos de gran riqueza al anunciador. Después corrió hacia el lecho de su esposa, y cogiendo en brazos al niño le besó entré los dos ojos, se maravilló de su hermosura, y vió cuán perfectamente le cuadraban estos versos del poeta:
¡Desde que nació, le otorgó Alah la gloria y el límite de las alturas, y le hizo levantarse como un astro nuevo!
¡Oh nodrizas de pechos espléndidos y delicados, no le acostumbréis a la curva de vuestra cintura! ¡Porque su única cabalgadura será el lomo firme de los leones y de los caballos encabritados!
¡Oh nodrizas de leche muy dulce y muy blanca, apresuraos a destetarle! ¡Porque la sangre de sus enemigos será para él la bebida más deliciosa!
Entonces las criadas y nodrizas cuidaron del recién nacido, y las comadres le cortaron el cordón, y le alargaron los ojos con kohl negro. Y como había nacido de un hijo de reyes y de una reina hija de reinas, y era tan hermoso y tan magnífico, le llamaron Diadema.
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 110ª noche

Ella dijo:
Le llamaron Diadema. Y se crió entre besos y en el seno de las más bellas. Y transcurrieron los días, y transcurrieron los años, y el niño llegó a los siete años de edad.
Entonces su padre, el rey Soleimán-Schah, mandó llamar a los maestros más sabios y les ordenó que le enseñaran la caligrafía, las bellas letras y el arte de portarse, así como las reglas de la sintaxis y de la jurisprudencia. Y a leer el Libro Sublime.
Y aquellos maestros de la ciencia permanecieron con el niño hasta que llegó a los catorce años. Entonces, como había aprendido todo cuanto su padre deseaba que aprendiese, fué juzgado digno de un traje de honor. Y el rey lo sacó de las manos de los sabios y lo confió a un maestro de equitación, que le enseñó a montar a caballo, y a justar con la lanza y la azagaya, y a cazar el gamo con el gavilán Y el príncipe Diadema llegó a ser en poco tiempo el caballero más cumplido, y era tan perfectamente hermoso, que cuando salía a pie o a caballo hacía condenarse a cuantos le miraban.
Cuando cumplió los quince años eran tales sus encantos, que los poetas le dedicaron las odas más apasionadas, y los más castos y más puros de los labios sintieron que el corazón se les deshacía y el hígado se les destrozaba por el encanto mágico que había en él. Y he aquí uno de los poemas que un poeta enamorado había compuesto por amor a sus ojos:
¡Besarlo es embriagarse con el almizcle de que está perfumada toda su piel! ¡Abrazarlo es sentir doblarse su cuerpo, como se dobla una rama bañada de brisa y de rocío!
¡Besarlo es embriagarse sin probar ningún vino! ¡Bien lo sé yo, en quien fermenta por las noches el vino almizclado de su saliva!
¡La misma Belleza, al despertarse por la mañana, se mira al espejo y se reconoce vasalla suya! ¡Oh locura mía! ¿Cómo podrán los corazones librarse de su belleza?
¡Por Alah! ¡Si logro vivir de este modo viviré con su quemadura en mi corazón! ¡Pero si llegase a morir por su amor, será mi última dicha!


¡Y todo esto cuando sólo tenía quince años de edad! ¡Pero cuando llegó a los diez y ocho, ya fué otra cosa! Entonces un bozo juvenil aterciopeló el grano rosado de sus mejillas; el ámbar negro puso un lunar en la blancura de su barbilla, y perturbó todos los juicios, y arrebató todos los ojos, como dice el poeta:
¡Su mirada! ¡Acercarse al fuego sin quemarse no es cosa tan asombrosa como su mirada! ¿Cómo estoy todavía vivo, ¡oh encantador! cuando paso mi vida ante tus ojos?
¡Sus mejillas! ¡Si sus transparentes mejillas están aterciopeladas, no es de bozo como todas las demás, sino de seda exquisita y dorada!
¡Su boca! ¡Hay algunos que vienen a preguntarme ingenuamente donde está el elixir de la vida, y por qué tierra corre el elixir de vida y su manantial!
Y yo les digo: ¡Conozco el elixir de la vida y su manantial! ¡Es la boca de un joven esbelto y dulce, un gamo joven con el cuello tierno e inclinado, un adolescente de cintura flexible!
¡Es el labio húmedo de mi amigo, delgado y vivo, joven de dulces labios de un rojo oscuro!

Pero todo esto cuando tenía diez y ocho años, pues cuando alcanzó la edad de hombre, el príncipe Diadema llegó a ser tan admirablemente hermoso, que fué un ejemplo citado en todos los países musulmanes, a lo largo y a lo ancho. Y así, el número de sus amigos y de sus íntimos fué tan considerable; y cuantos le rodeaban querían verle reinar en el país como reinaba en los corazones.
En esta época, el príncipe Diadema se apasionó por la cacería y por las expediciones por bosques y selvas, a pesar del terror que sus constantes ausencias inspiraban a su padre y a su madre. Y un día mandó a sus esclavos que prepararan provisiones para diez días, y partió con ellos para una cacería a pie y con galgos. Y anduvieron durante cuatro días, hasta que llegaron por fin a una comarca abundante en caza, cubierta de bosques habitados por toda clase de animales silvestres y regada por una multitud de fuentes y arroyos.
Y el príncipe Diadema dió la señal para que comenzase la caza. Se tendió la amplia red de cuerda alrededor de un gran espacio, y los ojeadores irradiaron de la circunferencia al centro, llevándose por delante a todos los animales enloquecidos, empujándolos de este modo hacia el centro. Y en persecución de los animales difíciles de ojear, se soltaron las panteras, los perros y los halcones. Y la cacería con galgos dió un gran número de gacelas, y de toda clase de caza. Y fue una gran fiesta para las panteras de caza, los perros y halcones.
Una vez terminada la caza, el príncipe Diadema se sentó a orillas de un río para descansar un rato. Después repartió la caza entre sus amigos, reservando la mejor parte a su padre el rey Soleimán. Y enseguida se acostó en aquel sitio hasta por la mañana.
Al despertar, se encontraron con que había acampado allí una gran caravana llegada por la noche, y vieron salir de las tiendas y bajar hacia el río para hacer sus abluciones a un gran número de gente, esclavos negros y mercaderes. Entonces el príncipe Diadema envió a uno de sus hombres para que se enterase de quiénes eran y de su país y condición.
Y el correo volvió, y transmitió al príncipe Diadema lo que le había dicho aquella gente: "Somos mercaderes que hemos acampado aquí, atraídos por el verdor de este bosque y por esos arroyos deliciosos. Sabemos que nada tenemos que temer, porque estamos en las tierras seguras del rey Soleimán, cuya sabiduría de gobierno es conocida en todas las comarcas y tranquiliza a todos los viajeros. ¡Y le traemos como regalo gran número de cosas bellas y de mucho valor, sobre todo para su hijo, el admirable príncipe Diadema!".
Y el príncipe Diadema exclamó: "¡Por Alah! Si esos mercaderes me traen tan hermosas cosas, ¿por qué no vamos a buscarlas? Así pasaremos alegremente la mañana". Y el príncipe, seguido de sus amigos los cazadores, se dirigió hacia las tiendas de la caravana.
Cuando los mercaderes vieron llegar al príncipe y adivinaron quién era, acudieron a su encuentro, le invitaron a entrar en sus tiendas, y le levantaron en su honor una magnífica tienda de raso rojo con figuras multicolores, representando flores y pájaros, alfombrada de sedas de la India y brocados de Cachemira. Y colocaron un precioso almohadón sobre una maravillosa alfombra de seda, cuyo borde estaba enriquecido con varias filas de esmeraldas. Y el príncipe se sentó en esta alfombra, se apoyó en el almohadón, y pidió a los comerciantes que le enseñaran sus mercaderías. Y habiéndole enseñado los comerciantes todas sus mercaderías, eligió lo que más le agradaba, y a pesar de que se resistían, les obligó a aceptar su precio, pagándoles con largueza.
Después mandó a los esclavos que recogiesen las compras, y se disponía a montar para proseguir la caza, cuando de pronto vió delante de él, entre los mercaderes, a un joven...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y con su acostumbrada discreción, aplazó el relato para el día siguiente.

Pero cuando llegó la 111ª noche

Ella dijo:
Cuando de pronto el príncipe Diadema vió delante de él, entre los mercaderes, a un joven de una sorprendente hermosura, de una intensa palidez, vestido con un magnífico traje y muy bien portado. Aquel rostro, tan pálido y tan bello, hablaba de una gran tristeza, la ausencia de un padre, de una madre o de un amigo muy querido.
Y el príncipe Diadema no quiso marcharse sin saber quién era aquel hermoso joven hacia el cual se sentía atraído. Y se aproximó a él, le deseó la paz, y le preguntó quién era y por qué estaba tan triste. Y el hermoso joven, al oír esta pregunta, sólo pudo decir estas palabras: "¡Soy Aziz!" Y rompió en sollozos de tal manera, que cayó desmayado.
Cuando volvió en sí, el príncipe Diadema le dijo: "¡Oh Aziz! sabe que soy tu amigo. Dime, pues, el motivo de tus penas". Pero el joven Aziz, por toda respuesta, apoyó los codos en el suelo, y cantó estos versos:
¡Evitad la mirada mágica de sus ojos, pues nadie se escapa de su órbita!
¡Los ojos negros son terribles cuando miran lánguidamente porque atraviesan los corazones como los atraviesa el acero de las espadas más afiladas!
¡Y sobre todo, no escuchéis la dulzura de su voz, pues como si fuera un vino hecho de fuego, trastorna el juicio a los más razonables!
¡Si la conocieseis! ¡Son tan dulces sus miradas! ¡Si su cuerpo de seda tocara el terciopelo, lo eternizaría de dulzura!
¡Cuán noble es la distancia entre su tobillo apretado por la pulsera de oro y sus ojos cercados de kohl negro!
¡Ah! ¿En dónde está el aroma delicado de sus vestidos perfumados, de su aliento que sabe a esencia de rosas?
Cuando el príncipe Diadema oyó esta canción, no quiso insistir más por el momento, y dijo: "¡Oh Aziz! ¿Por qué no me has enseñado tus mercancías como los demás mercaderes?" El otro contestó: "¡Oh mi señor! mis mercancías no merecen que las compre el hijo de un rey".
Pero el hermoso Diadema dijo al hermoso Aziz: "¡Por Alah! ¡De todos modos quiero que me las enseñes!" Y obligó al joven Aziz a sentarse en la alfombra de seda, a su lado, y a presentarle, pieza por pieza, todas sus mercancías. Y el príncipe Diadema, sin examinar las bellas telas, se las compró todas, y le dijo: "Ahora, ¡oh Aziz! si me contases el motivo de tus penas... Te veo con los ojos llenos de lágrimas y con el alma llena de aflicción. Ahora bien; si alguien te persigue sabré castigar a tus opresores; y si tienes deudas, pagaré de todo corazón tus deudas. Porque he aquí que me siento atraído hacia ti, y mis entrañas arden por causa tuya".
Pero el joven Aziz, al oír estas palabras, se sintió de nuevo ahogado por los sollozos, v no pudo hacer más, que cantar estas estrofas:
¡La presunción de tus ojos negros alargados con kohl azul
¡La esbeltez de tu cintura recta sobre tus caderas ondulantes!
¡El vino de tus labios y la miel de tu boca! ¡La curva de tus pechos y la brosa que los florece!
¡Esperarte es más dulce para mi corazón que lo es para el condenado la esperanza del indulto! ¡Oh noche!
Y el príncipe Diadema, después de esta canción, quiso distraer al joven y se puso a examinar una por una las hermosas telas y las sederías. Pero de pronto cayó de entre las telas un trozo de seda brocada, que el joven Aziz se apresuró a recoger y lo dobló temblando, poniéndoselo bajo la rodilla. Y exclamó
¡Oh Aziza, mi muy amada! ¡Más fáciles que tú son de alcanzar las estrellas de las Pléyades!
¿Adonde iré sin ti? ¿Cómo he de soportar tu ausencia, que me abruma, cuando apenas puedo con el peso de mi traje?
Y el príncipe, al ver aquel movimiento del bello Aziz y al oír sus últimos versos, se quedó extremadamente sorprendido, llegando al límite de la expectación. Y exclamó ...
En este momento de su narración, Schehrazada, la hija del visir, vió acercarse la mañana, y discretamente, no quiso abusar del permiso otorgado.
Entonces su hermana, la joven Doniazada, que había oído toda aquella historia conteniendo la respiración, exclamó desde el sitio en que estaba acurrucada: "¡Oh hermana mía! ¡Cuán dulces, cuán gentiles y cuán deliciosas al paladar y sabrosas en su frescura son tus palabras! ¡Y cuán encantador es ese cuento, y cuán admirables sus versos!"
Y Schehrazada le sonrió, y le dijo: "¡Sí, hermana mía! ¿Pero qué es eso comparado con lo que os contaré la noche próxima, si aun estoy viva por merced de Alah y voluntad del rey?"
Y el rey Schahriar dijo para sí: "¡Por Alah! No la mataré sin haber oído la continuación de su historia, que es una historia maravillosa y sorprendente, por todo extremo".
Después cogió a Schehrazada en brazos. Y pasaron el resto de la noche entrelazados hasta el día.
Luego de lo cual marchó el rey Schahriar a la sala de su justicia; y el diwán se llenó de la multitud y de los visires, emires, chambelanes, guardias y servidores de palacio. Y el gran visir llegó también, llevando debajo del brazo el sudario para su hija Schehrazada, a la cual creía ya muerta. Pero el rey nada le dijo sobre esto, y siguió juzgando, concediendo empleos, destituyendo, gobernando y despachando los asuntos pendientes, y así hasta el fin del día. Después se levantó el diwán, y el rey entró en su palacio. Y el visir se quedó muy perplejo llegando al límite más extremo del asombro.
Pero cuando llegó la noche, el rey Schahriar fué a buscar a Schehrazada, y no dejó de hacer con ella su cosa acostumbrada.

Pero cuando llegó la 112ª noche

Y en cuanto se terminó la cosa, la joven Doniazada se levantó de la alfombra, y dijo a Schehrazada:
"¡Oh hermana mía! te ruego que sigas esa bella historia del hermoso príncipe Diadema y Aziz y Aziza, que al pie de los muros de Constantinia contaba el visir al rey Daul'makán".
Y Schehrazada sonriendo a su hermana Doniazada, le dijo: "¡La contaré de todo corazón y como homenaje debido! ¡Pero no sin que me lo permita este rey bien educado y dotado de buenos modales!"
Entonces el rey Schahriar, que no podía dormir por la impaciencia con que aguardaba el relato, contestó: "¡Puedes hablar!"
Y Schehrazada dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el príncipe Diadema exclamó: "¡Oh Aziz! ¿Por qué ocultas esa tela?"
Y Aziz respondió: "¡Oh señor! precisamente por esto no quería mostrarte mis mercancías. ¿Qué haré ahora?" Y lanzó un suspiro con toda su alma. Pero tanto insistió el príncipe Diadema, y tan afables eran sus palabras, que el joven Aziz acabó por decir:
"Sabe, ¡oh mi señor! que la historia de este doble pedazo de tela es bien extraña, y está llena de recuerdos muy dulces para mí. Pues los encantos de aquellas que entregaron estas dos telas nunca se borrarán de mis ojos. La que me dió la primera tela se llamaba Aziza. ¡En cuanto a la otra, su nombre me es muy amargo de pronunciar en este momento! Porque fué ella con su propia mano la que me hizo lo que soy. Pero como ya he empezado a hablarte de estas cosas, voy a contarte los pormenores. Seguramente te encantarán, y servirán de lección a quienes los oigan con respeto".
Después el joven Aziz sacó el doble pedazo de tela que había ocultado debajo de la rodilla, y lo desdobló sobre la alfombra en donde estaban sentados. Y el príncipe Diadema vio que los dos pedazos eran distintos: en uno estaba bordado, con hilos de oro rojo e hilos de seda de todos colores, una gacela; y en el otro pedazo había también una gacela, pero bordada con hilo de plata, y llevaba al cuello un collar de oro rojo, del cual colgaban tres piedras de crisolito oriental.
Al ver estas gacelas, tan maravillosamente bordadas, exclamó el príncipe: "¡Gloria a Aquel que pone tanto arte en el alma de sus criaturas!" Y después, dirigiéndose al hermoso joven, prosiguió: "¡Oh Aziz! te ruego que me cuentes tu historia con Aziza y con la dueña de esta segunda gacela".
Y el hermoso Aziz dijo al príncipe:
"Sabe, ¡oh príncipe Diadema! que mi padre era uno entre los grandes mercaderes, y no tenía más hijos que yo. Pero yo tenía una prima que se había criado conmigo en casa de mi padre, porque el suyo había fallecido.
Pero antes de morir, mi tío había hecho prometer a mi padre y a mi madre que nos casarían cuando llegáramos a la edad conveniente. Así es que nos dejaban juntos; y de este modo llegamos a aficionarnos el uno al otro. Y de noche nos hacían dormir en la misma cama, sin separarnos un momento. Claro es que nosotros no caímos entonces en los inconvenientes que pudiera tener todo aquello, aunque de todos modos, mi prima era más advertida que yo en tales asuntos, y más instruida y hasta más experta, pues lo conocí más adelante, al pensar en su manera de enlazarme con sus brazos y de apretar los muslos al dormirse junto a mí.
A todo eso, como acabábamos de cumplir la edad requerida, mi padre dijo a mi madre: "Este año tenemos que casar a nuestro hijo Aziz con su prima Aziza". Y se puso de acuerdo con ella acerca del día en que se redactaría el contrato, y enseguida se puso a hacer los preparativos para la ceremonia; y fué a invitar a los parientes y amigos, diciéndoles: "El viernes próximo después de la oración, vamos a redactar el contrato de matrimonio de Aziz con Aziza". Y mi madre fué a avisar por su cuenta a todas las mujeres que conocía y a sus parientes. Y para recibir a los convidados como es debido, mi madre y las criadas de la casa lavaron cuidadosamente el salón, hicieron brillar los mármoles de su pavimento, y tendieron las alfombras, y adornaron las paredes con hermosas telas y con tapices labrados con oro, que guardaban encerrados en los arcones. En cuanto a mi padre, fué a encargar los pasteles y dulces, y dispuso con todo esmero las grandes bandejas para las bebidas. Y antes de la hora señalada para recibir a los convidados, me envió mi madre al hammam para que me bañase, y vino un esclavo detrás de mí con un traje nuevo, el mejor de entre los trajes nuevos que había de ponerme después de bañarme.
Fui, pues, al hammam, y terminado el baño, me puse el suntuoso traje consabido, que estaba tan poderosamente perfumado, que los transeúntes se detenían para saborear su aroma en el aire. Y me dirigí hacia la mezquita para asistir a la plegaria que aquel día de viernes había de preceder a la ceremonia, pero por el camino me acordé de un amigo al cual se me había olvidado invitar. Y empecé a andar muy de prisa para no retrasarme, pero con la precipitación acabé por extraviarme por una callejuela que no conocía. Y como estaba humedecido de sudor por el baño caliente y por el traje nuevo, cuya tela era muy rígida, aproveché la frescura de la calleja para descansar en un banco empotrado en la pared. Antes de sentarme saqué del bolsillo un pañuelo bordado de oro, y lo extendí debajo de mí. Y el sudor seguía cayéndome de la frente, por lo muy intenso del calor; y como no tenía nada con que limpiármelo, pues el pañuelo estaba debajo de mí, lo sentí mucho, y este tormento activaba más todavía la transpiración. Y me disponía a levantar el faldón de mi traje nuevo para secarme los goterones que me surcaban las mejillas, cuando vi caer, ligero como la brisa, un pañuelo blanco de seda, cuyo perfume habría curado a un enfermo. Sólo con su vista se refrescó mi alma. Me apresuré a recogerlo, miré hacia arriba para ver de dónde habría caído, y mis ojos se encontraron con los ojos de una joven, la misma que había de darme esta primera gacela bordada. La ví...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 113ª noche

Ella dijo:
La vi, sonriente, asomada en una ventana abierta en el piso alto. No intentaré pintarte su hermosura, porque mi lengua es demasiado torpe para ello. Sabe únicamente que apenas me hubo visto se puso el dedo índice entre los labios. Bajó después el dedo del corazón, lo unió al índice izquierdo, y se puso los dos entre los pechos. En seguida se metió dentro, cerró la ventana y desapareció.
Y completamente sorprendido, e inflamadlo por el deseo, por mucho que miré esperando ver de nuevo aquella aparición que me había arrebatado el alma, permaneció cerrada la ventana obstinadamente. Y no desesperé hasta que, después de haber estado aguardando en el banco hasta la puesta del sol, olvidando el contrato de casamiento y la novia, me cercioré de que decididamente era en vano aguardar. Entonces me levanté con el corazón muy apenado, y me dirigí hacia mi casa. Por el camino desdoblé aquel adorable pañuelo, cuyo perfume me había deleitado tan intensamente, y me creí en el Paraíso. Y cuando lo hube desdoblado del todo, vi que en una de las esquinas llevaba escritos estos versos, con una hermosa letra entrelazada:
¡He querido quejarme por medio de esta letra fina y complicada para que conozca la pasión de mi alma! ¡Porque toda letra es la huella del alma que la imagina!
Pero el amigo me dijo: "¿Por qué es tu letra tan fina y tan atormentada, que casi desaparece a mi vista?"
Y contesté: "¡Así estoy yo de atormentada! ¿Tan ingenuo eres que no has adivinado en ella un indicio de amor?"'
Y en la otra esquina del pañuelo estaban escritos estos versos, en caracteres grandes y regulares:
¡Las perlas, el ámbar y el encendido rubor de las manzanas bajo las hojas celosas, a penas podrían decirte la claridad de sus mejillas debajo del bozo!
¡Y si buscaras la muerte, la encontrarías en las intensas miradas de sus ojos, cuyas víctimas son innumerables! ¡Pero si es la embriaguez lo que deseas, deja los vinos del copero! ¿No tienes las rojas mejillas del copero?
Entonces yo, ¡oh mi señor! Me sentí enloquecido, y llegué a mi casa al caer la noche. Y encontré a la hija de mi tía, que estaba llorando; pero al verme se limpió rápidamente los ojos, se acercó a mí, y me ayudó a desnudarme. Y me interrogó dulcemente sobre el motivo de mi retraso, y me dijo que todos los convidados, los emires, los grandes mercaderes y los demás, lo mismo que el kadí y los testigos, me habían aguardado largo rato, pero que al no verme venir habían comido y bebido hasta la saciedad, y se habían ido todos, cada cual por su camino. Después añadió: "¡En cuanto a tu padre, se ha puesto muy furioso, y ha jurado que nuestro casamiento se aplazará hasta el año que viene! Pero ¡oh hijo de mi tío! ¿Por qué has procedido de esa manera?"
Entonces le dije: "Ha ocurrido tal y cual cosa". Y le conté la aventura con pormenores. Enseguida cogió el pañuelo que le alargaba, y después de haber leído lo que en él estaba escrito, derramó abundantes lágrimas. Y dijo después: "¿Pero ella no te ha hablado?"
Yo contesté: "Sólo por señas, de las cuales nada he entendido, y cuya explicación quisiera que me dieses". Ella dijo: "¡Oh mi muy amado primo! si me pidieras hasta los ojos, no vacilaría en sacármelos para ti. Sabe, pues, que para devolver la tranquilidad a tu espíritu estoy dispuesta a servirte con toda abnegación, y a facilitarte un encuentro con esa mujer que tanto te preocupa, y que seguramente está enamorada de ti. Porque esas señas, cuyo misterio lo conocemos nosotras las mujeres, significan que te ama apasionadamente y que te cita para dentro de dos días. Los dedos colocados entre los dos pechos determinan el número dos, mientras que el dedo entre los labios indica que eres para ella lo mismo que su alma, que le da vida al cuerpo. Está, pues, seguro de que mi amor hacia ti ha de obligarme a todos los favores que pueda hacerte, y os pondré a ambos bajo mis alas, para que os protejan".
Le di las gracias por su abnegación y por sus buenos ofrecimientos, y me estuve dos días en casa aguardando la hora de la cita. Y estaba muy triste, y descansaba la cabeza en las rodillas de mi prima, que no dejaba de animarme y alentar mi corazón. Así es que, cuando se acercó la hora de la cita, mi prima se apresuró a ponerme el traje, y me perfumó con sus manos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 114ª noche

Ella dijo:
El hermoso Aziz prosiguió de este modo su historia:
Y me perfumó con sus manos, quemó benjuí para que aromase mi ropa, y me abrazó tiernamente, diciendo: "¡Oh mi muy amado primo! he aquí la hora. Ten ánimo, y vuelve a mí tranquilo y satisfecho. Pues yo deseo la paz de tu alma, y sólo seré dichosa con tu dicha. Vuelve pronto, pues, para contarme la aventura. ¡Y cuenta que habrá hermosos días para nosotros, y hermosas noches benditas!" Entonces, calmando los latidos de mi corazón y reprimiendo mis emociones, me despedí de mi prima y salí.
Llegado a la callejuela sombría, fuí a sentarme en el banco, sintiendo que se había apoderado de mí una excitación inmensa.
Y apenas estuve allí, vi que se entreabría la ventana; y enseguida me pasó un vértigo por delante de los ojos, pero me rehice, miré hacia la ventana, y vi a la joven. Y al ver aquel rostro adorado, me tambaleé y caí temblando en el banco.
La joven seguía en la ventana, mirándome con toda la luz de sus ojos. Y tenía en la mano un espejo y un pañuelo rojo. Y sin decir palabra, se levantó las mangas y se descubrió los brazos hasta los hombros. Después abrió la mano, y extendiendo los dedos, se tocó los pechos. Luego alargó el brazo fuera de la ventana, empuñando el espejo y el pañuelo rojo; agitó el pañuelo tres veces, levantándolo y volviéndolo a bajar. Hizo ademán de retorcer el pañuelo y doblarlo; inclinó la cabeza hacia mí largo rato; después, retirándose rápidamente, cerró la ventana y desapareció. ¡Y esto fué todo! Y sin pronunciar ni una sola palabra.
Me dejó así, en una perplejidad extrema; y no sabía si quedarme o irme; y en la duda, estuve mirando a la ventana horas y más horas, hasta medianoche. Entonces, sintiéndome enfermo a fuerza de tanto pensar, me volví a casa y encontré a mi pobre prima esperando, con los ojos enrojecidos por las lágrimas y la cara llena de tristeza y resignación. Y falto de fuerzas, me dejé caer al suelo en un estado lamentable. Y mi prima, que se había apresurado a correr hacia mí, me recibió en sus brazos, y me besó en los ojos, y me los secó con una punta de la manga, y para calmar mi espíritu, me dió un vaso de jarabe perfumado con agua de flores; y acabó por interrogarme dulcemente sobre aquel retraso y sobre mi desesperación.
Entonces, aunque quebrantado por el cansancio, la puse al corriente de todo, refiriéndole los ademanes de la hermosa desconocida. Y mi prima dijo: "¡Oh Aziz de mi corazón! el significado que para mí tienen esas cosas, sobre todo lo de los cinco dedos y el espejo, es que la joven te enviará un mensaje dentro de cinco días a casa del tintorero de la calleja".
Entonces exclamé: "¡Oh hija de mi corazón! ¡Ojalá sean verdaderas tus palabras! Pues he visto que en la esquina de la calleja existe efectivamente la tienda de un tintorero judío". Y después, sin poder resistir la ola de mis recuerdos, me puse a sollozar en el seno de mi prima, que para consolarme me colmó de palabras dulces y caricias encantadoras.
Y decía: "Piensa, ¡oh mi querido Aziz! que los enamorados sufren años y más años esperando, y tienen que resignarse, armándose de firmeza, y tú apenas si hace una semana que conoces los tormentos del corazón. Anímate, ¡oh hijo de mi tío! y prueba estos manjares, y bebe este vino que te ofrezco".
Pero yo, ¡oh mi joven señor! no pude tragar ni un bocado, ni un sorbo, y hasta perdí el sueño. La cara se me puso amarilla, y se desmejoraron mis facciones. Porque era la primera vez que sentía la pasión, y gozaba un amor amargo y misterioso.
Así es que durante los cinco días que estuve aguardando, enflaquecí hasta el extremo, y mi prima, muy afligida al verme de aquel modo, no me dejó ni un solo instante, y pasaba los días y las noches sentada a mi cabecera contándome historias de enamorados, y en vez de dormir, velaba a mi lado; y algunas veces la sorprendí secándose las lágrimas, que quería disimular.
Por fin, pasados los cinco días, me obligó a levantarme, y me calentó agua, y me hizo entrar en el hammam. Y después me vistió, y me dijo: "¡Ve a escape a la cita! ¡Y Alah te haga lograr lo que deseas, y con sus bálsamos te cure el alma!"
Me apresuré a salir, y corrí a casa del tintorero judío.
Pero aquel día era sábado, y el judío no había abierto la tienda. Me senté, a pesar de todo, delante de la puerta de la tienda, y estuve esperando hasta la oración y hasta que el sol se puso. Y como la noche avanzaba sin ningún resultado, me sobrecogió el temor y me decidí a volver a casa. Llegué como borracho, sin saber lo que hacía ni lo que decía. Y encontré a mi prima de pie, vuelta la cara hacia la pared, con un brazo apoyado en un mueble y una mano sobre el corazón. Y suspiraba unos versos muy tristes acerca del amor desgraciado.
Pero apenas se enteró de mi presencia, se secó los ojos y corrió a mi encuentro, procurando sonreír para ocultarme su dolor. Y me dijo: "¡Oh primo muy amado! ¡Que Alah haga duradera tu felicidad! ¿Pero por qué en lugar de volver tan solo por las calles desiertas no has pasado toda la noche en casa de tu amante?"
Al oírla no pude contenerme; creí que mi prima se quería burlar de mí, y la rechacé con tal brusquedad, que fué a caer todo lo larga que era contra el ángulo de un diván, y se hizo en la frente una ancha herida, de donde empezó a correr la sangre a oleadas. Entonces mi pobre prima, lejos de irritarse por mi brutalidad, no pronunció ni una palabra de indignación, se levantó muy resignada, y fué a quemar un pedazo de yesca, aplicándosela sobre la herida. Y cuando se hubo vendado la frente con un pañuelo, limpió la sangre que manchaba el mármol, y como si nada hubiese pasado, se volvió hacia mí, sonriendo tranquila, y me dijo con la mayor dulzura . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y discreta como de costumbre, interrumpió su relato hasta el otro día.

Pero cuando llegó la 115ª noche

Ella dijo:
Y como si nada hubiese pasado, se volvió hacia mí, sonriendo tranquila, y me dijo con la mayor dulzura: "¡Oh hijo de mi tío! estoy en el límite de la desolación por haberte apenado con palabras impertinentes. ¡Perdóname, y cuenta por favor lo que te haya pasado, para que yo vea si puedo poner remedio!"
Entonces le conté el contratiempo que había sufrido y que no sabía nada de la desconocida. Y Aziza dijo: "¡Oh Aziz de mis ojos! puedo anunciarte que conseguirás tu objeto, pues esto es una prueba a que te somete la joven para ver la fuerza de tu amor y tu constancia para con ella. ¡Así es que mañana irás a sentarte en el banco, y seguramente encontrarás una solución a gusto de tu deseo!"
Y dicho esto, me trajo mi prima una bandeja con manjares, pero yo la rechacé bruscamente, y la vajilla saltó por el aire y rodó por toda la alfombra. Fué mi modo de expresar que no quería comer ni beber. Mi pobre prima recogió cuidadosa y silenciosamente los cacharros que cubrían el suelo, limpió la alfombra, y volvió a sentarse al pie del diván en que yo estaba echado. Y durante toda la noche me estuvo abanicando, diciéndome palabras cariñosas con dulzura infinita. Y yo pensaba: "¡Qué locura es estar enamorado como lo estoy!" Por fin apareció la mañana, me levanté a toda prisa, y me fui a la calleja, debajo de la ventana de la joven.
Y apenas me había sentado en el banco, la ventana se abrió, y apareció ante mis ojos deslumbrados la cabeza deliciosa que era toda mi alma. Y me sonreía con todos sus dientes y con una sonrisa definitivamente sabrosa. Desapareció un momento, y volvió con un saco en la mano, un espejo, una maceta de flores y una linterna. Y primeramente metió el espejo en el saco, ató el saco, y lo tiró todo dentro de la habitación. Después, con un ademán incomparable, se soltó la cabellera, que cayó pesadamente sobre sus hombros, y se cubrió con ella un momento la cara. Enseguida colocó la linterna en el tiesto, en medio de las flores, lo volvió a coger todo y desapareció. La ventana se cerró del todo, y mi corazón voló con la joven. Y mi estado ya no era un estado.
Entonces, sabiendo de sobra lo inútil que era aguardar, me encaminé desolado hacia mi casa, donde encontré a mi pobre prima llorando y con la cabeza toda entrapajada, pues llevaba una venda en la frente para resguardarse la herida y otra alrededor de los ojos, enfermos por tantas lágrimas como había derramado durante mi ausencia y durante aquellos días de amargura. Y tenía la cabeza apoyada en una mano, y murmuraba muy despacio la armonía de estos versos:
Pienso siempre en ti, ¡oh Aziz! ¿A qué morada lejana has huido? Responde, ¡oh Aziz! ¿Dónde has encontrado morada, ¡oh viajero adorado!?
¡Piensa en mí a tu vez! ¡Sabe que, te impulse donde te impulse el Destino, celoso de mi dicha, no podrás encontrar el calor que te guarda este pobre corazón de Aziza!
¡Pero no me escuchas, Aziz, y te alejas! ¡Y he aquí que mis ojos te echan de menos, vertiendo lágrimas inagotables!
¡Apaga tu sed en la limpidez de un agua pura, pero deja que mi dolor beba la sal de estas tristes lágrimas, ocultas en mis órbitas profundas!
¡Llora, corazón mío, la ausencia del muy amado...! Pienso siempre en ti, ¡oh Aziz! ¿A qué morada lejana has huido? Responde, ¡Oh Aziz! ¿Dónde has encontrado morada, ¡oh viajero adorado!?

Terminados estos versos se volvió, y al verme quiso enseguida ocultar sus lágrimas, y vino hacia mí, y se estuvo de pie, sin poder hablar. Por fin dijo: "¡Oh primo mío! cuéntame qué ha ocurrido esta vez". Y le expliqué minuciosamente los misteriosos ademanes de la joven. Y Aziza dijo: "¡Regocíjate, ¡oh primo mío! pues verás logrados tus anhelos! Sabe que el espejo metido en el saco representa el sol que desaparece. Esta seña te invita a dirigirte mañana por la noche a su casa. La cabellera negra suelta y tapando la cara significa la noche cubriendo el mundo con sus tinieblas. Esta seña es una confirmación de la anterior. La maceta de flores significa que tienes que entrar en el jardín de la casa, situado detrás de la calleja, y en cuanto a la linterna encima de la maceta, indica claramente que cuando estés en el jardín debes dirigirte hacia donde veas una linterna encendida, y aguardar allí la llegada de tu amante". Pero yo, en el colmo de la decepción, exclamé: "¡Ya me has dado esperanzas demasiadas veces, que luego no se han cumplido! ¡Alah! ¡Alah! ¡Cuán desgraciado soy!"
Y mi prima, más cariñosa que de costumbre, no escaseó las palabras dulces y consoladoras. Pero no se atrevió a moverse ni a darme de comer ni de beber, por temor a mis accesos de impaciencia demasiado expresivos.
Sin embargo, al anochecer del día siguiente me decidí a intentar la aventura, animado por Aziza, que me daba tantas pruebas de su desinterés y del sacrificio absoluto de su persona, mientras que en secreto lloraba todas sus lágrimas.
Me levanté, tomé un baño, y siempre ayudado por Aziza me puse mi traje más hermoso. Pero antes de dejarme salir, Aziza me echó una mirada de desolación, y con voz llorosa me dijo: "¡Oh hijo de mi tío! toma este grano de almizcle y perfúmate los labios. Y cuando hayas visto a tu amante, y hayas logrado tu deseo, prométeme que le recitarás los versos que voy a decirte". Y me echó los brazos al cuello y sollozó un gran rato. Entonces le juré recitarlos. Y Aziza, tranquilizada, me recitó los versos, y me obligó a repetirlos antes de marcharme, aunque yo no comprendía su intención ni su alcance futuro:
¡Oh vosotros los enamorados! Decidme, ¡por Alah! ¿Si el amor habitara siempre en el corazón de su víctima, dónde estaría su redención...?
Después me alejé rápidamente, y llegué al jardín, cuya puerta encontré abierta, y en el fondo había una linterna encendida, hacia la cual me dirigí a través de las sombras.
Y al llegar al sitio en que estaba la luz, me aguardaba una gran sorpresa, pues encontré un maravilloso salón con una cúpula de marfil y de ébano, iluminada por inmensos candelabros de oro y grandes lámparas de cristal colgadas del techo con cadenas doradas. En medio de la sala había una fuente con incrustaciones y dibujos admirables, y la música del agua al caer daba una nota de frescura. Al lado del tazón de la fuente, sobre un grande escabel de nácar, había una bandeja de plata cubierta con un pañuelo de seda, y sobre la alfombra estaba una vasija barnizada, cuyo esbelto cuello sostenía una copa de oro y de cristal.
Entonces, ¡oh mi joven señor! lo primero que hice fué levantar el pañuelo de seda que tapaba la bandeja de plata. ¡Y qué cosas tan deliciosas había allí! ¡Aun las están viendo mis ojos! Efectivamente, había allí. ..
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, e interrumpió su relato hasta el otro día.

Pero cuando llegó la 116ª noche

Ella dijo:
Efectivamente, había allí cuatro pollos asados, dorados y olorosos, sazonados con especias finas; había cuatro grandes tazones, que contenían: el primero mahallabia [1] perfumada con naranja y con alfónsigos partidos y canela; el segundo, pasas maceradas, perfumadas discretamente con rosas; el tercero, ¡oh el tercero! Baklawa [2] hojaldrada y dividida en rombos de una sugestión infinita; el cuarto, katayefs [3] de jarabe espeso, prontos a estallar por lo generosamente rellenos.
En la otra mitad de la bandeja veíanse mis frutas predilectas: higos arrugados por la madurez, cidras, limones, uvas frescas y plátanos. Y entre una y otra cosa destacábanse las flores: rosas, jazmines, tulipanes, lirios y narcisos.
Me animé al ver todo esto hasta el límite de la animación, y alejé mis pesares para dar sólo morada a la alegría. Pero me preocupaba el no ver rastro de criatura viviente entre las criaturas de Alah. Y como no veía ni criada ni esclava que viniera a servirme no me atrevía a probar nada, y aguardé pacientemente a que viniera la amada de mi corazón; pero pasó la primera hora, y ¡nada! después la segunda y la tercera, y ¡nada tampoco! Entonces empecé a sentir violentamente la tortura del hambre, pues llevaba mucho tiempo sin comer, a causa de los pasados desencantos; pero ahora que me cercioraba del éxito, me volvió el apetito, por la gracia de Alah, y se lo agradecí a mi pobre Aziza, que me lo había predicho, explicándome con exactitud el misterio de aquellas señas.
Así, pues, no pudiendo resistir más el hambre, me arrojé sobre los adorables katayefs, que prefería a todo, y quién sabe cuántos deslicé en mi garganta, pues parecían amasados con perfumes del Paraíso por los dedos diáfanos de las huríes. Después arremetí contra los rombos crujientes de la jugosa baklawa, y me comí todos los que me deparó mi buena suerte; luego me tragué toda la copa de la blanca mahallabia salpicada de alfónsigos partidos, y no pudo ser más fresca para mi corazón; me decidí en seguida por los pollos, y me comí uno, o dos, o tres, o cuatro, pues estaba muy sabiamente hecho el relleno oculto en su cavidad, sazonado con granos ácidos de granada, después de lo cual me dirigí hacia las frutas para endulzarme, y acaricié mi paladar seleccionando ampliamente entre todas ellas.
Acabé la comida gustando una, dos, tres o cuatro cucharadas de granos dulces de granada, y glorifiqué a Alah por sus beneficios.
Puse fin a todo extinguiendo la sed en la vasija barnizada, sin utilizar la copa, que estaba de sobra.
¿Qué pasó durante aquella noche...? Sólo sé que por la mañana, al despertarme los rayos de sol, estaba tendido, no en las alfombras magníficas, sino sobre el mármol desnudo, y tenía sobre el vientre un poco de sal y un puñado de polvo de carbón. Me levanté enseguida, me sacudí, miré a derecha e izquierda, pero no vi rastro de criatura viviente alrededor. Así es que mi perplejidad fué tan grande como mi emoción. Y me enfurecí contra mí mismo, arrepintiéndome de lo débil de mi carne y de mi escasa resistencia contra la fatiga. Y me encaminé tristemente hacia casa, donde encontré a mi pobre Aziza, que se lamentaba humildemente y recitaba llorando estos versos:
¡La brisa danzarina se levanta y viene hacia mí a través de la pradera! ¡Antes de que su caricia se pose en mis cabellos, me lo anuncia su perfume!
¡Oh brisa suave, ven a mí! ¡Las aves cantan! ¡Toda pasión seguirá su destino!
¡Si yo pudiera, ¡oh amor! cogerte en mis brazos, como el amante aprisiona contra su pecho la cabeza de su amada...!
¡Endulza con tu aliento la amargura de esta alma, que se sumerge en el dolor!
Después de partir tú, ¡oh Aziz! ¿Qué alegrías me quedarán en este mundo, y qué gusto le encontraré en adelante a la vida?
¿Quién me dirá si el corazón de mi amado está como mi corazón, abrasado por la llama del amor?
Al verme Aziza se levantó rápidamente, se secó las lágrimas, y me dirigió palabras muy dulces, ayudándome a quitarme la ropa. Y después de olfatearla, me dijo: "¡Por Alah! ¡Oh hijo de mi tío! no son éstos los perfumes que deja en la ropa el contacto de una mujer adorada. ¡Cuéntame lo que haya ocurrido!"
Y me apresuré a satisfacerla.
Entonces, muy preocupada, exclamó: "¡Por Alah! ¡Oh Aziz! ya no estoy tranquila; temo que esa desconocida te haga pasar grandes disgustos. Sabe que la sal echada en tu piel significa que te encuentra muy soso, por haberte dejado dominar por el sueño. Y el carbón significa que Alah ennegrezca tu cara, porque es mentira tu amor.
Así, ¡oh amado Aziz! esa mujer, en vez de ser amable contigo y despertarte, ha tratado con desprecio a su huésped, haciéndole saber que sólo servía para comer y para dormir. ¡Líbrete Alah del amor de esa mujer sin misericordia y sin corazón!"
Y al oír estas palabras me golpeé el pecho, y exclamé: "¡Yo soy el único culpable! porque ¡por Alah! tiene razón esa mujer, pues los verdaderos enamorados no duermen. ¿Y qué podré hacer ahora, ¡oh hija de mi tío!? ¡Dímelo!"
Y como mi pobre prima Aziza me quería de veras, llegó al límite del enternecimiento al verme tan apesadumbrado. ..
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y discretamente, aplazó su relato hasta el otro día.

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Notas del traductor
  1. Entremeses a base de almidón, leche y arroz molido.
  2. La pastelería nacional de Oriente. Especie de hojaldre relleno de alfónsigos y almendras.
  3. Pastelillos redondos, rellenos de nueces, etc.

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