miércoles, junio 14, 2023

7 P1 Historia de Ghanem Ben - Ayub y de su hermana Fetnah (primera parte)

Hace parte de

 7 Historia de Ghanem Ben - Ayub y de su hermana Fetnah (de la noche 36 a la noche 44)
       7.1 Historia del negro Sauab, primer eunuco sudanés (038)
       7.2 Historia del negro Kafur, segundo eunuco sudanés (038-039)
       7.3 Historia del negro Bakhita, tercer eunuco sudanés (039)



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Historia de Ghanen Ben-Ayub y de su hermana Fetnah

He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que en la antigüedad de los tiempos, en lo pasado de los siglos y de las edades, hubo un mercader entre los mercaderes que era riquísimo y padre de dos hijos. Se llamaba Ayub, y su hijo varón, Ghanem ben-Ayub, fué conocido después por el sobrenombre de El-Motim el-Masslub,(1) y era tan hermoso como la luna llena, y estaba dotado de una elocuencia maravillosa. La hija, hermana de Ghanem, se llamaba Fetnah,(2) nombre muy merecido por sus encantos y su hermosura.
Al morir Ayub les dejó grandes riquezas ...
En este momento de su relato, vió Schehrazada nacer el día y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 37ª noche

Prosiguió en esta forma:
Al morir el mercader Ayub les dejó grandes riquezas, y entre otras cosas, cien cargas de sederías, brocados y telas preciosas, y cien vasijas llenas de vejigas de almizcle puro. Todo cuidadosamente empaquetado, y en cada fardo se veía escrito con grandes caracteres: DESTINADO A BAGDAD, pues Ayub no pensaba morirse tan pronto, y quería ir a Bagdad para vender sus preciosas mercancías.
Pero llamado a la infinita misericordia de Alah, y pasado el tiempo del luto, el joven Ghanem pensó realizar el viaje a Bagdad que tenía proyectado su padre. Despidióse, pues, de su madre, de su hermana Fetnah, de sus parientes y de sus vecinos, y se fue al zoco, donde alquiló los camellos necesarios, cargó en ellos sus fardos, y aprovechó la salida de otros comerciantes para Bagdad a fin de ir en su compañía, y así marchó, después de poner su suerte en manos de Alah el Altísimo. Y Alah lo resguardó de tal modo, que no tardó en llegar a Bagdad sano y salvo con todas sus mercancías.
Apenas llegado a Bagdad, se apresuró a alquilar una casa hermosísima, que amuebló suntuosamente, tendiendo por todas partes magníficas alfombras, colocando divanes y almohadones, sin olvidar los cortinajes en puertas y ventanas.
Después mandó descargar todas las mercaderías y descansó de las fatigas del viaje, esperando tranquilamente que todos los mercaderes y personas notables de Bagdad fuesen, unos tras otros, a desearle la paz y darle la bienvenida.
Pero después pensó en ir al zoco para vender parte de sus mercancías, y mandó hacer empaquetar diez piezas de telas y de sederías finas que llevaban marcado el precio en unas etiquetas. En seguida se dirigió al zoco de los grandes mercaderes, y todos salieron a su encuentro y le desearon la paz. Después le llevaron a presencia del jeique del zoco, quien sólo con ver las mercaderías se las compró en el acto. Y Ghanem ben-Ayub ganó dos dinares de oro por cada dinar de mercancías. Y satisfechísimo de tal ganancia, siguió vendiendo piezas de tela y vejigas de almizcle, ganando dos por uno durante todo un año.
Un día, a principios del otro año, fué al mercado, según su costumbre; pero encontró todas las tiendas cerradas, lo mismo que la puerta principal del zoco. Y como no era fiesta, se asombró mucho y preguntó la causa. Le contestaron que acababa de fallecer uno de los principales mercaderes y que los demás habían ido a enterrarle. Y uno de los transeúntes le dijo: "Bien harías en ir también a acompañar al entierro, pues te lo tendrán en cuenta". Y contestó Ghanem: "Me parece muy justo, pero quisiera saber dónde son los funerales". Indicáronle el sitio; entró en una mezquita cercana, hizo sus abluciones, y se dirigió a toda prisa al lugar indicado. Mezclóse entonces con la muchedumbre de mercaderes y los acompañó a la gran mezquita, en donde se dijeron las oraciones de costumbre. Luego la comitiva emprendió el camino del cementerio, que estaba situado fuera de las puertas de Bagdad. Entraron en él y fueron atravesando tumbas, hasta llegar a aquella en que iban a depositar el cadáver.
Los parientes habían levantado una tienda, colocándola de suerte que cubriera el sepulcro, colgando en ella lámparas, antorchas y faroles. Y todos pudieron entrar para resguardarse debajo del toldo. Entonces se abrió la tumba, se depositó el cadáver, y se puso la losa. Luego los imanes y demás ministros del culto y los lectores del Corán empezaron a leer sobre la tumba los versículos del Libro Noble y los capítulos prescritos. Y los mercaderes y los parientes se sentaron en corro sobre las alfombras tendidas debajo del toldo, y oyeron religiosamente las santas Palabras. Y Ghanem ben-Ayub, aunque tenía prisa por volver a su casa, no quiso retirarse enseguida por consideración hacia los parientes, y se quedó con ellos.
Las ceremonias religiosas duraron hasta el anochecer. Entonces llegaron los esclavos con bandejas llenas de manjares y dulces, y los repartieron entre los presentes, que comieron y bebieron hasta la hartura, según es costumbre en los entierros. Después les presentaron las jofainas y los jarros, y todos los comensales se lavaron las manos, y en seguida fueron a sentarse en corro, silenciosamente, como suele hacerse.
Pero pasado un largo rato, como la sesión no se iba a terminar hasta la mañana siguiente, Ghanem empezó a alarmarse por las mercaderías que había dejado en su casa sin nadie que las guardase. Y temió que se las robasen los ladrones, y dijo para sí: "Soy extranjero, y teniendo como tengo fama de hombre rico, si paso una noche fuera de mi casa los ladrones la saquearán, y se llevarán mi dinero y las mercancías que me quedan".
Y como sus temores fuesen mayores cada vez, se decidió a levantarse y se disculpó con los demás diciendo que iba a evacuar una necesidad apremiante, y salió a toda prisa. Echó a andar a oscuras, y fué caminando hasta que llegó a las puertas de la ciudad. Pero como ya era medianoche, encontró la puerta cerrada, y no vió a nadie, ni oyó ninguna voz humana. Solamente oía el ladrar de los perros y los chillidos de los chacales que sonaban a lo lejos mezclados con los aullidos de los lobos. Entonces, asustadísimo, exclamó: "¡No hay fuerza ni poder más que en Alah! Antes temía por mis riquezas y ahora he de temer por mi vida".
Y empezó a buscar un albergue donde pasar la noche, y al fin encontró una turbeh junto a la cual había una palmera. Una puerta estaba abierta y Ghanem entró por allí, y se tendió para conciliar el sueño, pero no podía dormir, pues estaba aterrado de verse solo en medio de las tumbas. Y se puso de pie, y abrió la puerta y miró hacia afuera. Y vió una luz que brillaba a lo lejos, cerca de las puertas de la ciudad. Se dirigió hacia aquella luz, pero entonces vió que ésta se acercaba por el camino que conducía a la turbeh en que él se encontraba.
Entonces Ghanem tuvo más miedo, retrocedió precipitadamente, se metió de nuevo en la turbeh, y cuidó de cerrar la puerta, que era muy pesada. Pero no se tranquilizó hasta que se hubo subido a lo alto de la palmera para esconderse entre el ramaje. Desde allí vió que la luz se iba acercando, hasta que acabó por ver a tres negros, dos de los cuales llevaban un enorme cajón y el tercero una linterna y unos azadones.
Al llegar a la turbeh se detuvo. "¿Qué ocurre, ¡oh Sauab!?" y Sauab respondió: "¿No lo veis?" Y dijo uno de los otros: "¿Pero qué he de ver?" Y Sauab replicó: "¡Oh Kafur! ¿no ves que la puerta de la turbeh, que habíamos dejado abierta esta tarde, está cerrada y con el cerrojo echado por dentro?" Entonces el tercer negro, llamado Bakhita, exclamó: "¡Qué poco entendimiento tenéis! ¿Ignorais que los propietarios de estos campos salen todos los días de la ciudad y vienen a descansar aquí después de examinar sus plantaciones? ¿No sabéis que cuidan de cerrar la puerta en cuanto anochece por temor de que los sorprendamos nosotros los negros, pues saben que si los cogemos los asamos vivos y nos comemos su carne blanca?"
Entonces Kafur y Sauab dijeron al otro negro: "¡Oh Bakhita! Verdaderamente no puedes presumir de inteligencia". Pero Bakhita replicó: "Veo que no me creeréis hasta que encontremos al que estará escondido, y os advierto anticipadamente que si hay alguien en la turbeh, al ver acercarse nuestra luz se habrá subido, aterrorizado, a la copa de la palmera. Y allí lo encontraremos".
Y aterrado Ghanem, pensaba: "¡Qué negro tan listo! ¡Confunda Alah a todos los sudaneses por su perfidia y su malignidad!" Después, muerto de miedo, dijo: "¡No hay fuerza ni poder más que en Alah el Altísimo y el Omnipotente! ¿Quién me podrá salvar ahora de este peligro?
Y los dos negros dijeron al que llevaba el farol: "¡Oh Sauab! sube a la alto del muro, y salta dentro de la turbeh, y ábrenos la puerta, pues estamos muy cansados del peso de este cajón encima del cuello y de los hombros. Y si nos abres la puerta, te reservaremos al más rollizo de los individuos que cojamos ahí dentro, y te lo coceremos muy en su punto, dorándole la piel, cuidando que no se desperdicie ni una gota de grasa".
Pero Sauab contestó: "Como tengo tan poca inteligencia, prefiero que tiremos este cajón por encima de la tapia, ya que nos han dado la orden de dejarlo en esta turbeh". Pero los otros dos negros contestaron: "Si lo tiramos como dices, se hará pedazos". Y Sauab replicó: "Pero si entramos en la turbeh, acaso nos sorprendan los bandidos que ahí suelen ocultarse para asesinar y desvalijar a los viajeros. Ya sabéis que en este sitio se reúnen por la noche los bandoleros para repartirse el botín". Los otros dos negros dijeron: "¿Es posible que seas tan infeliz que creas semejantes majaderías?"
Y dejando el cajón en el suelo, escalaron la pared, saltaron dentro de la turbeh y corrieron a abrir, mientras el otro les alumbraba desde fuera. Metieron entre los tres el cajón, cerraron la puerta y se sentaron a descansar en la turbeh. Y uno dijo: "Verdaderamente, ¡oh hermanos! que estamos rendidos de tanto caminar y por el trabajo que hemos hecho. Y he aquí que es medianoche. Descansemos algunas horas, y después abriremos la zanja para enterrar este cajón; cuyo contenido ignoramos. Luego del descanso podremos trabajar mejor.
Y para pasar agradablemente estas horas de reposo, cuente cada uno cómo ha llegado a ser eunuco y por qué se le castró, relatándolo todo desde el principio hasta el fin. De esta manera pasaremos la noche agradablemente".
Y en este momento de su narración, Schehrazada vió clarear el día y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 38ª noche

Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que cuando uno de los negros sudaneses propuso que cada uno contase la historia de su castración, el negro Sauab, portador de la linterna y los azadones, tomó la palabra, y como los otros se rieran, repuso: "¿De qué os reís? ¿De que sea el primero en contar por qué me caparon?"
Y los otros dijeron: "Nos parece muy bien. ¡Te escuchamos!"
Entonces el eunuco Sauab dijo:
 

Historia del negro Sauab, primer eunuca sudanés


Sabed, ¡oh mis hermanos! que apenas tenía cinco años de edad cuando el mercader de esclavos me sacó de mi tierra para traerme a Bagdad, y me vendió a un guardia de palacio. Este hombre tenía una hija que en aquel momento contaba tres años. Fui criado con ella, y era la diversión de todos cuando jugaba con la niña, y bailaba danzas muy graciosas y le cantaba canciones. Todo el mundo quería al negrito.
Juntos crecimos de aquel modo, y yo llegué a los catorce años y ella a los diez. Y nos dejaban jugar juntos. Pero un día entre los días, al encontrarla sola en un sitio apartado, me acerqué a ella, según costumbre. Precisamente acababa de tomar un baño en el hammam, y estaba deliciosa y perfumada. En cuanto a su rostro, parecía la luna en su décimacuarta noche. Al verme corrió hacia mí, y nos pusimos a jugar y hacer mil locuras. Me mordía y yo la arañaba; me pellizcaba y yo la pellizcaba también; pero de tal modo, que a los pocos instantes el zib se me levantó y se me hinchó. Y semejante a una llave enorme, se me dibujaba por debajo de la ropa. Entonces se echó a reír, se me vino encima, me tiró de espaldas al suelo y se colocó a horcajadas sobre mi vientre; y empezando a restregarse conmigo, acabó por dejar mi zib al aire. Y al verlo erguido y poderoso, lo cogió con una mano y frotó y cosquilleó con él los labios de su vulva por encima del calzón que llevaba puesto. Pero estos juegos vinieron a aumentar de un modo alarmante el calor que sentía. Y la estreché entre mis brazos, mientras que ella se me colgaba del cuello apretándome con todas sus fuerzas. Y he aquí que súbitamente mi zib, como si fuese de hierro, le atravesó el pantalón, y penetrando triunfante le arrebató la virginidad.
Una vez terminada la cosa, la niña se echó a reír otra vez, y volvió a besarme, pero yo estaba aterrado con lo que acababa de ocurrir, y me escapé de entre sus manos, corriendo a refugiarme en la casa de un negro amigo mío.
La niña no tardó en volver a su casa, y la madre, al verle la ropa en desorden y el pantalón atravesado de parte a parte, lanzó un grito. Después, examinando el lugar que se oculta entre los muslos, ¡vió lo que vió! Y se cayó al suelo, desmayada de dolor y de ira. Pero cuando volvió en sí, como la cosa era irreparable, tomó todas las precauciones para arreglar el asunto, y sobre todo para que su esposo no supiera la desgracia. Y tal maña se dió, que pudo conseguirlo. Transcurrieron dos meses, y aquella mujer acabó por encontrarme, y no dejaba de hacerme regalitos para obligarme a volver a la casa. Pero cuando volví no se habló para nada de la cosa, y siguieron ocultándoselo al padre, que seguramente me habría matado, y ni la madre ni nadie me deseaba mal alguno, pues todos me querían mucho.
Dos meses después la madre consiguió poner en relaciones a su hija con un joven barbero, que era el barbero de su padre, y con tal motivo iba mucho a casa. Y la madre le dió una buena dote de su peculio particular y le hizo un buen equipo. En seguida llamaron al barbero, que se presentó con todos los instrumentos. Y el barbero me ató y me cortó los compañones, convirtiéndome en eunuco. Y se celebró la ceremonia del casamiento, y yo quedé de eunuco de mi amita, y desde entonces tuve que ir precediéndola por todas partes, cuando iba al zoco, o cuando iba de visitas o a casa de su padre. Y la madre hizo las cosas tan discretamente, que nadie supo nada de la historia, ni el novio, ni los parientes, ni los amigos. Y para hacer creer a los invitados en la virginidad de la novia, degolló un pichón, tiñó con sangre la camisa de la recién casada, y según costumbre, hizo pasear esta camisa al acabar la noche por la sala de reuniones, por delante de todas las mujeres invitadas, que lloraron de emoción.
Desde entonces viví con mi amita en casa de su marido el barbero. Y así pude deleitarme impunemente y en la medida de mis fuerzas con la hermosura y las perfecciones de aquel cuerpo delicioso, pues aunque había perdido otras cosas, me quedaba el zib. De modo que sin peligro, y sin despertar sospechas pude seguir besando y abrazando a mi ama, hasta que murieron ella, su marido y sus padres. Entonces pasaron a mí todos los bienes, y llegué a ser eunuco de palacio, igual que vosotros, ¡oh mis hermanos negros! Tal es la causa de que me castraran. Y ahora, la paz sea con vosotros".
Dicho lo que antecede, el negro Sauab se calló, y el segundo negro, Kafur, tomó la palabra y dijo:

Historia del negro Kafur, segundo eunuco sudanés



Sabed, ¡oh mis hermanos! que cuando sólo tenía ocho años de edad era ya tan experto en el arte de mentir, que cada año soltaba una mentira tan gorda que a mi amo el mercader se le arrugaba el ano y se caía de espaldas. Así es que el mercader quiso deshacerse de mí cuanto antes, y me puso en manos del pregonero, para que anunciase mi venta en el zoco, diciendo: "¿Quién quiere comprar un negrito con todo su vicio?" Y el pregonero me llevó por todos los zocos, diciendo lo que le habían encargado. Y un buen hombre de entre los mercaderes del zoco no tardó en acercarse, y preguntó al pregonero: "¿Cuál es el vicio de este negrito?" Y el otro contestó: "El de decir una sola mentira cada año". Y el mercader insistió: "¿Y qué precio piden por ese negrito con su vicio?" A lo cual contestó el pregonero: "Sólo seiscientos dracmas". Y dijo el mercader: "Lo tomo, y te doy veinte dracmas de corretaje".
Y en el acto se reunieron los testigos de la venta y se hizo el contrato entre el pregonero y el mercader. Entonces el pregonero me llevó a la casa de mi nuevo amo, cobró el precio de la venta y el corretaje, y se marchó.
Mi amo me vistió decentemente con ropa a mi medida, y permanecí en su casa el resto del año, sin que ocurriera ningún incidente. Pero empezó otro año y se anunció como bendito en cuanto a la recolección y la fertilidad. Los mercaderes le festejaban con banquetes en los jardines, y cada uno pagaba a su vez los gastos del convite, hasta que le tocó a mi amo. Entonces mi amo invitó a los mercaderes a comer en un jardín de las afueras de la ciudad, y mandó llevar allí comestibles y bebidas en abundancia, y todos estuvieron comiendo y bebiendo desde por la mañana hasta el mediodía. Pero entonces recordó mi amo que había dejado olvidada una cosa, y me dijo: "¡Oh mi esclavo! monta en la mula, ve a casa para pedirle a tu ama tal cosa, y vuelve en seguida". Yo obedecí la orden y me dirigí apresuradamente a la casa.
Y al llegar cerca de ella empecé a dar agudos chillidos y a verter abundantes lagrimones. Y me rodeó un gran grupo de vecinos de la calle y del barrio, grandes y chicos. Y las mujeres, asomándose a las puertas y ventanas, me miraban asustadas, y mi ama, que oyó mis gritos, bajó a abrirme, acompañada de sus hijas.
Y todas me preguntaron qué ocurría. Y yo contesté llorando: "Mi amo estaba en el jardín con los convidados, se ausentó para evacuar una necesidad junto a la pared, y la pared se vino abajo, sepultándole entre los escombros. Y yo he montado en seguida en la mula, y he venido a todo correr a enteraros de la desgracia". Cuando la mujer y las hijas oyeron mis palabras se pusieron a dar agudos gritos, a desgarrarse los vestidos y a darse golpes en la cara y en la cabeza, y todos los vecinos acudieron y las rodearon. Después, mi ama, en señal de luto (como suele hacerse cuando muere inesperadamente el cabeza de familia), empezó a destrozar la casa, a destruir muebles, a tirarlos por las ventanas, a romper todo lo rompible y arrancar las ventanas y puertas. Luego mandó pintar de azul las paredes y echar encima de ellas paletadas de barro.
Y me dijo: "¡Miserable Kafur! ¿Qué haces ahí inmóvil? Ven a ayudarme a romper estos armarios, a destruir estos utensilios y hacer trizas esta vajilla". Y yo, sin esperar a que me lo dijera dos veces, me apresuré a destrozarlo todo, armarios, muebles y cristalerías; quemé alfombras, camas, cortinas y almohadones, y después la emprendí con la casa, asolando techos y paredes. Y entretanto, no dejaba de lamentarme y de clamar: "¡Pobre amo mío! ¡Ay mi desgraciado amo!
Después mi ama y sus hijas se quitaron los velos, y con la cara descubierta y todo el pelo suelto, salieron a la calle. Y me dijeron: "¡Oh Kafur! Ve adelante de nosotras para enseñarnos el camino. Llévanos al sitio en que tu amo quedó sepultado bajo los escombros. Porque hemos de colocar su cadáver en el féretro, llevarlo a casa y celebrar los debidos funerales". Y yo eché a andar delante de ellas, gritando: "¡Oh mi pobre amo!" Y todo el mundo nos seguía. Y las mujeres llevaban descubierto el rostro y la cabellera desmelenada. Y todas gemían y gritaban, llenas de desesperación. Poco a poco se aumentó la comitiva con todos los vecinos de las calles que atravesábamos, hombres, mujeres, niños, muchachas y viejas. Y todos se golpeaban la cara y lloraban desesperadamente. Y yo me divertía haciéndoles dar la vuelta a la ciudad y atravesar todas las calles, y los transeúntes preguntaban la causa de todo aquello y se les contaba lo que me habían oído decir, y entonces clamaban: "¡No hay fuerza ni poder más que en Alah, Altísimo, Omnipotente!"
Y alguien aconsejó a mi ama que fuese a casa del walí y le refiriese lo ocurrido.
Y todos marcharon a casa del walí, mientras que yo pretextaba que me iba al jardín en cuyas ruinas estaba sepultado mi amo".
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.


Pero cuando llegó la 39ª noche


Ella dijo: He llegado a saber ¡oh rey afortunado!, que el eunuco Kafur prosiguió de este modo el relato de su historia:
Entonces corrí al jardín, mientras que las mujeres y todos los demás se dirigían a casa del walí para contarle lo ocurrido. Y el walí se levantó y montó a caballo, llevando consigo peones que iban cargados de herramientas, sacos y canastos, y todo el mundo emprendió el camino del jardín siguiendo las indicaciones que yo había suministrado.
Y yo me cubrí de tierra la cabeza, empecé a golpearme la cara y llegué al jardín gritando: "¡Ay mi pobre ama! ¡Ay mis pobres amitas! ¡Ay! ¡Desdichados de todos nosotros!" Y así me presenté entre los comensales. Cuando mi amo me vió de aquella manera, cubierta la cabeza de tierra, aporreada la cara y gritando: ¡Ay! ¿Quién me recogerá ahora? ¿Qué mujer será tan buena para mí como mi pobre ama?", cambió de color, le palideció la tez, y me dijo:
"¿Qué te pasa, ¡oh Kafur!? ¿Qué ha ocurrido? Dime".
Y yo le contesté: ¡Oh amo mío! Cuando me mandaste que fuera a casa a pedirle tal cosa a mi ama, llegué y vi que la casa se había derrumbado, sepultando entre los escombros a mi ama y a sus hijas". Y mi amo gritó entonces: "¿Pero no se ha podido salvar tu ama?" Y yo dije: "Nadie se ha salvado, y la primera en sucumbir ha sido mi pobre ama".
Y me volvió a preguntar: "¿Pero y la más pequeña de mis hijas tampoco se ha salvado?" Y contesté: "Tampoco". Y me dijo: "¿Y la mula, la que yo suelo montar, tampoco se ha salvado?" Y dije: "No, ¡oh amo mío! porque las paredes de la casa y las de las cuadras se han derrumbado encima de todo lo que había en la casa, sin excluir a los carneros, los gansos y las gallinas. Todo se ha convertido en una masa informe debajo de las ruinas. Nada queda ya". Y volvió a preguntarme: "¿Ni siquiera el mayor de mis hijos?"
Y respondí: "¡Ay! ni siquiera ése. No ha quedado nadie con vida. Ya no hay casa ni habitantes. Ni siquiera quedan ya rastros de ello. En cuanto a los carneros, los gansos y las gallinas, deben ser en este momento pasto de los perros y los gatos".
Cuando mi amo oyó estas palabras, la luz se transformó para él en tinieblas; quedó privado de toda voluntad; las piernas no le podían sostener; se le paralizaron los músculos y se le encorvó la espalda. Después empezó a desgarrarse la ropa, a mesarse las barbas, a abofetearse y a quitarse el turbante. Y no dejó de darse golpes, hasta que se le ensangrentó todo el rostro. Y gritaba: "¡Ay mi mujer! ¡Ay mis hijos! ¡Qué horror! ¡Qué desdicha! ¿Habrá otra desgracia semejante a la mía?" Y todos los mercaderes se lamentaban y lloraban como él para expresarle su pesar, y se desgarraban las ropas.
Entonces mi amo salió del jardín seguido de todos los convidados, y no cesaba de darse golpes, principalmente en el rostro, andando como si estuviera borracho. Pero apenas había traspuesto la puerta del jardín, vió una gran polvareda y oyó gritos desaforados. Y no tardó en ver aparecer al walí con toda su comitiva, seguido de las mujeres y vecinos del barrio y de cuantos transeúntes se habían unido a ellos en el camino, movidos por la curiosidad. Y todo el gentío lloraba y se lamentaba.
La primera persona con quien se encontró mi amo fué con su esposa, y detrás de ella vió a todos sus hijos. Y al verlos se quedó estupefacto, como si perdiera la razón, y luego se echó a reír, y su familia se arrojó en sus brazos y se colgó a su cuello.
Y llorando decían: "¡Oh padre! ¡Alah sea bendito por haberte librado!" Y él les preguntó: "¿Y vosotros? ¿Qué os ha ocurrido?" Su mujer le dijo: "¡Bendito sea Alah, que nos permite volver a ver tu cara, sin ningún peligro! ¿Pero cómo lo has hecho para salvarte de entre los escombros? Nosotros ya ves que estamos perfectamente. Y a no ser por la terrible noticia que nos anunció Kafur, tampoco habría pasado nada en casa". Y mi amo exclamó: "¿Pero qué noticia es esa?" Y su mujer dijo: "Kafur llegó con la cabeza descubierta y la ropa desgarrada, gritando: "¡Oh mi pobre amo! ¡Oh mi desdichado amo!" Y le preguntamos: "¿Qué ocurre?, ¡oh Kafur!?" Y nos dijo: "Mi amo se había acurrucado junto a una pared para evacuar una necesidad, cuando de pronto la pared se derrumbó y le enterró vivo".
Entonces dijo mi amo: "¡Por Alah! Pero si Kafur acaba de venir ahora mismo gritando: "¡Ay mi ama! ¡Ay los pobres hijos de mi ama!" Y le he preguntado: "¿Qué ocurre, oh Kafur?" Y me ha dicho: "Mi ama, con todos sus hijos, acaba de perecer debajo de las ruinas de la casa".
Inmediatamente mi amo se volvió hacia donde estaba yo y vió que seguía echándome polvo sobre la cabeza, y desgarrándome la ropa, y tirando el turbante. Y dando una voz terrible, me mandó que me acercara.
Al acercarme me dijo: "¡Ah miserable esclavo! ¡Negro de mal agüero! ¡Hijo de una zorra y mil perros! ¡Maldito y de raza maldita! ¿Por qué has ocasionado tanto trastorno? ¡Por Alah que he de castigar tu crimen según se merece! Te he de arrancar la piel de la carne, y la carne de los huesos".
Y yo contesté resueltamente: "¡Por Alah! que no me has de hacer ningún daño, pues me compraste con mi vicio, y como fué ante testigos, declararán que sabías mi vicio de decir una mentira cada año, y así lo anunció el pregonero. Pero he de advertirte que todo lo que acabo de hacer no ha sido más que media mentira y me reservo el derecho de soltar la otra mitad que me corresponde decir antes que acabe el año".
Mi amo, al oírme, exclamó: "¡Oh tú, el más vil y maldito de todos los negros! ¿Conque lo que acabas de hacer no es más que la mitad de una mentira? ¡Pues valiente calamidad la que tú eres! ¡Vete, oh perro, hijo de perro, te despido! Ya estás libre de toda esclavitud". Y yo dije: "¡Por Alah! que podrás echarme, ¡oh mi amo! pero yo no me voy. De ninguna manera. He de soltar antes la otra mitad de la mentira. Y esto será antes de que acabe el año. Entonces me podrás llevar al zoco para venderme con mi vicio. Pero antes no me puedes abandonar, pues no tengo oficio de qué vivir. Y cuanto te digo es cosa muy legal, y legalmente reconocida por los jueces cuando me compraste".
Y mientras tanto, los vecinos que habían venido para asistir a los funerales se preguntaban qué era lo que pasaba. Entonces les enteraron de todo, lo mismo que al walí, a los mercaderes y a los amigos, explicándoles la mentira que yo había inventado. Y cuando les dijeron que todo aquello no era más que la mitad, llegaron todos al límite de la estupefacción, juzgando que aquella mitad era ya de suyo bastante enorme. Y me maldijeron, y me brindaron toda clase de insultos, a cual peor de todos. Y yo seguía riéndome, y ,decía: "No tenéis razón en reconvenirme, pues me compraron con mi vicio".
Y así llegamos a la calle en que vivía mi amo, y vió que su casa no era más que un montón de ruinas. Y entonces se enteró de que yo había contribuido a destruirla, pues le dijo su mujer; "Kafur ha roto todos los muebles, y los jarrones, y la cristalería, y ha hecho pedazos cuanto ha podido". Y llegando al límite del furor, exclamó: "¡En mi vida he visto un hijo de zorra como este miserable negro! ¡Y aun dice que no es más que la mitad de un embuste! ¿Pues qué sería una mentira completa? ¡Lo menos la destrucción de una o dos ciudades!"
E inmediatamente me llevaron a casa del walí, que me mandó dar tan soberana paliza, que me desmayé. Y encontrándome en tal estado, mandaron llamar a un barbero, que con sus instrumentos me castró del todo y cauterizó la herida con un hierro candente. Y al despertar me enteré de lo que me faltaba y de que me habían hecho eunuco para toda mi vida.
Entonces mi amo me dijo: "Así como tú me has abrasado el corazón queriendo arrebatarme lo que más quería, así te lo quemo yo a ti, quitándote lo que querías más". Después me llevó consigo al zoco, y me vendió por más precio, puesto que yo había encarecido al convertirme en eunuco.
Desde entonces he causado la discordia y el trastorno en todas las casas en que entré como eunuco, y he ido pasando de un amo a otro, de un emir a un emir, de un notable a un notable, según la venta y la compra, hasta ser propiedad del mismo Emir de los Creyentes. Pero he perdido mucho, y mis fuerzas disminuyeron desde que me quedé sin lo que me falta.
Y tal es, ¡oh hermanos! la causa de mi castración. He aquí que se ha terminado mi historia. ¡Uassalam!"
Y los otros dos negros, oído el relato de Kafur, empezaron a reírse y a burlarse de él, diciendo: "Eres todo un bribón, hijo de bribón. Y tu mentira fué una mentira formidable".
Después el tercer negro, llamado Bakhita, tomó la palabra, y dirigiéndose a sus compañeros dijo:

Historia del negro Bakhita, tercer eunuco sudanés


Sabed, ¡oh hijos de mi tío! que cuanto acabamos de oír es inocente y vano. Os voy a contar la causa de haberme quedado capón y veréis que merecí peor castigo, pues he poseído a mi ama y he fornicado con el hijo de mi ama. Pero los detalles del fornicio son tan extraordinarios, tan prolijos en incidentes, que ahora sería muy largo su relato, pues he aquí, ¡oh primos míos! que se aproxima la mañana y nos va a sorprender la luz antes de abrir el hoyo y enterrar el cajón que hemos traído, y acaso nos comprometamos seriamente y nos expongamos a perder nuestras almas; de modo que hagamos el trabajo para el cual nos han enviado aquí, y después comenzaré a contaros los pormenores de mi fornicio y mi castración".
Dicho esto, se levantó el negro Bakhita, y con él los otros dos, que ya habían descansado, y entre los tres, alumbrados por la linterna, se pusieron a cavar un hoyo. Cavaban Kafur y Bakhita, mientras que Sauab recogía la tierra en un capazo y la echaba fuera. Y así abrieron el hoyo, y luego de depositar en él el cajón lo taparon con tierra y apisonaron el suelo. Recogieron las herramientas y el farol, salieron de la turbeh, cerraron la puerta y se alejaron rápidamente.
Y Ghanem ben-Ayub, que lo había oído todo desde lo alto de la palmera, vió cómo desaparecían a lo lejos. Y cuando pasó un gran rato, empezó a preocuparle lo que pudiera contener aquel cajón. Pero no se atrevió a bajar de la palmera, y aguardó a que brillase la primera claridad del alba. Entonces descendió de la palmera y empezó a cavar la tierra con las manos, no cesando hasta que logró sacar el cajón después de grandes esfuerzos.
Cogió entonces una piedra y rompió el candado con que estaba cerrado el cajón. Y al levantar la tapa vió a una joven que parecía dormida, pues la respiración movía acompasadamente su pecho. Estaba indudablemente bajo la influencia del banj.
Era de una sin igual hermosura, con una tez delicada, suave y deliciosa. Estaba cubierta de alhajas, llevaba al cuello un collar de oro con gemas preciosas, en las orejas, arracadas de una sola piedra inapreciable, y en los tobillos y en las muñecas unas pulseras de oro cuajadas de brillantes. Aquello debía valer más que todo el reino del sultán.
Cuando Ghanem reconoció bien a la hermosa joven, y se cercioró de que no había sufrido ninguna violencia de los eunucos que hasta allí la habían llevado para enterrarla viva, se inclinó hacia ella, la cogió en brazos y la depositó suavemente en el suelo. Y al respirar la joven el aire vivificador, adquirió su rostro nueva vida, exhaló un gran suspiro, tosió, y con estos movimientos se le cayó de la boca un pedazo de banj capaz de adormecer a un elefante dos noches seguidas.
Entonces entreabrió los ojos, ¡unos ojos adorables! y dominada todavía por el banj, exclamó con una voz llena de dulzura: "¿Dónde estás, Riha? ¿No ves que tengo sed? ¡Tráeme un refresco! ¿Y tú, Zahra, dónde estás? ¿Y Sabiha? ¿Y Schagarad Al-Dorr? ¿Y Nur Al-Hada? ¿Y Nagma? ¿Y Subhia? ¿Y tú sobre todo, Nozha, oh dulce y gentil Nozha? ¿En donde estáis que no me respondéis?" (3)
Y como nadie contestaba, la joven acabó por abrir completamente los ojos y miró en torno suyo. Y aterrada, clamó de este modo:
"¿Quién me habrá sacado de mi palacio para traerme entre estos sepulcros? ¿Que criatura podrá saber jamás lo que se oculta en el fondo de los corazones?
"¡Oh tu Retribuidor, que conoces los secretos más escondidos: tú sabrás distinguir a los buenos y a los malos el día, de la Resurrección!
Y Ghanem, que seguía de pie, avanzó algunos pasos y dijo: "¡Oh soberana de la hermosura, cuyo nombre debe ser más dulce que el jugo del dátil, y cuya cintura es más flexible que la rama de la palmera! ¡Yo soy Ghanem ben-Ayub, y aquí no hay en realidad palacios ni tumbas, sino un esclavo tuyo, que soy yo, y a quien el Clemente sin límites puso cerca de ti para librarte de todo mal y resguardarte de todo dolor! Acaso así, ¡oh la más deseada! te dignes mirarme con agrado".
Y la joven, en cuanto se cercioró de la realidad de cuanto veía, dijo: "¡No hay más Dios que Alah, y Mahomed es el enviado de Alah!" Después se volvió hacia Ghanem, le miró con sus ojos resplandecientes, y puesta la mano en el corazón dijo con su voz deliciosa: "¡Oh favorable joven! ¡Aquí me tienes, despertando entre lo desconocido! ¿Puedes decirme quién me ha traído hasta aquí?
"Y Ghanem respondió: "¡Oh señora mía! Te han traído tres negros eunucos y te traían metida en un cajón". Y le contó toda la historia: cómo le había sorprendido la noche fuera de la ciudad, cómo había sacado a la joven del cajón, y cómo, a no ser por él, habría perecido ahogada bajo la tierra.
Después le rogó que le contase su historia y el motivo de su aventura. Pero ella dijo: "¡Oh joven! ¡Glorificado sea Alah, que me ha puesto en manos de un hombre como tú! Pero ahora te ruego que me ocultes en el cajón y vayas en busca de alguien que pueda llevarlo a tu casa. Allí verás cuán provechoso es para ti, pues tendrás toda clase de delicias. Y te podré contar mi historia, y ponerte al corriente de mis aventuras".
Y Ghanem quedó encantado al oírla, y salió inmediatamente en busca de un arriero, y como era entrado el día y brillaba el sol en tódo su esplendor, la cosa no fué difícil. Volvió, pues, en seguida con un arriero, y como había cuidado de meter a la joven en el cajón, le ayudó a cargarlo en el mulo, y emprendieron a toda prisa el camino de su casa. Y durante el viaje comprendió Ghanem que el amor a la joven había penetrado en su corazón, y se vió en el límite de la dicha al pensar que pronto sería suya aquella hermosura que vendída en el zoco habría valido diez mil dinares de oro, y que llevaba encima incalculables riquezas en joyas, pedrería y telas preciosas. Y estos pensamientos tan gratos hacían que sintiera impaciencia por llegar cuanto antes. Y al fin llegó, y él mismo ayudó al arriero con el cajón y llevarlo al interior de la casa.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana la mañana, y discretamente interrumpió su relato.

Notas del traductor

(1) Esclavo del amor que arrebata.(2) Seducción encantadora. También se llama así a la acacia (Acacia farnesiana), flor muy olorosa.
(3) Estos nombres significan respectivamente: Brisa, Flor del jardín, Alba de la mañana, Rama de perlas, Luz del camino, Estrella de la noche, Estrella de la mañana, Delicias de jardín.

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