domingo, julio 28, 2024

32 P2 Historia de Abu-Kir y de Abu-Sir - segunda de dos partes

Hace parte de
32 Historia de Abu-Kir y de Abu-Sir (de la noche 487 a la 501)




Ir a la primera parte


Y cuando llegó la 495ª noche

Ella dijo:
El rey, lleno de entusiasmo, exclamó: "Bienvenido seas a mi ciudad, ¡oh hijo de gentes de bien!" Y con sus propias manos le puso un ropón de honor que no tenía igual, y le dijo: "¡Se te concederá cuanto quieras, y aún más! ¡Pero date prisa a construir un hammam, porque es grande mi impaciencia por verlo y disfrutarlo!"
Y le hizo don de un caballo magnífico, de dos negros, de dos mozos jóvenes, de cuatro adolescentes y de una casa espléndida. Y le trató más generosamente todavía que al tintorero, y puso a su disposición los mejores arquitectos, diciéndoles: "Es preciso que construyáis un hammam en el sitio que él mismo escoja!" Y Abu-Sir se puso al frente de los arquitectos, y recorrió con ellos toda la ciudad y acabó por encontrar un sitio que le pareció conveniente, dando orden de que levantaran el hammam allí. Y conforme a sus indicaciones, los arquitectos levantaron un hammam que no tenía par en el mundo, y lo adornaron con dibujos entrelazados y con mármoles de diversos colores y con un decorado extraordinario que arrebataba la razón. Y todo se hacía según las instrucciones de Abu-Sir. Y cuando se acabó la construcción, Abu-Sir hizo que pusieran en medio una gran piscina de alabastro transparente y otras dos de mármol precioso. Luego fue a buscar al rey, y le dijo: "¡Ya está preparado el hammam, pero me faltan aún los accesorios y utensilios!" Y el rey le dió diez mil dinares, apresurándose el barbero a emplearlos en comprar los diversos utensilios, tales como toallas de lino y de seda, esencias preciosas, perfumes, incienso y lo demás. Y puso cada cosa en su sitio, y no regateó nada para que hubiese profusión de todo. Después pidió al rey diez ayudantes vigorosos para que le auxiliaran en su trabajo; y al instante le dió el rey veinte mozos jóvenes, bien formados y hermosos como lunas, a los cuales se apresuró Abu-Sir a iniciar en el arte del masaje y del lavatorio, dándoles masajes y lavándoles, y haciéndoles que repitieran con él mismo las diferentes experiencias. Y cuando estuvieron duchos en tal arte, fijó él por fin el día de la inauguración del hammam y se lo avisó al rey.
Y aquel día hizo Abu-Sir que calentaran el hammam y el agua de las piscinas, y quemaran incienso y perfumes en los pebeteros, y dejaran correr el agua de las fuentes con un ruido tan admirable, que cualquier música parecería junto a aquel rumor un desconcierto. ¡En cuanto al gran salto de agua de la piscina central, era una maravilla incomparable y que sin duda había de producir un éxtasis en los espíritus! Y reinaba allá dentro en todo una limpieza y una frescura que desafiarían al candor del lirio y los jazmines.
Así es que cuando el rey, acompañado por sus visires y emires, franqueó la puerta principal del hammam, quedó agradablemente impresionado por ojos y nariz y oídos con el decorado encantador de  aquel recinto, y los perfumes y la música del agua en los pilones de las fuentes. Y preguntó, muy maravillado: "¿Pero qué es esto?" Abu-Sir contestó: "¡Esto es el hammam! ¡Pero no has visto más que la entrada!" E hizo penetrar al rey en la primera sala y le hizo subir al estrado, donde le desnudó y le envolvió en toallas desde la cabeza hasta los pies, y le calzó altos zuecos de madera, y le introdujo en la segunda sala, donde le hizo sudar copiosamente. Entonces, ayudado por mozos jóvenes, le frotó las extremidades, valiéndose de guantes de crin, y le sacó, en forma de largos filamentos parecidos a gusanos, toda la suciedad interior acumulada en los poros de la piel; y se los mostró al rey, que hubo de asombrarse prodigiosamente. Luego le lavó con mucha agua y mucho jabón, y le hizo bajar después a la bañera de mármol llena de agua perfumada con esencia de rosas, donde le dejó algún tiempo para  hacerle salir más tarde y lavarle la cabeza con agua de rosas y esencias preciosas. Luego le tiñó con henné las uñas de manos y pies, dándoles un color de aurora. Y mientras se efectuaban estos preparativos, ardían a su alrededor áloe y nad aromático, penetrándole con su suavidad.
Terminado aquello, el rey se sintió ligero como un pájaro y respiró con todos los abanicos de su corazón; y se le había puesto el cuerpo tan liso y tan firme, que al tocarlo con la mano producía un sonido armónico. ¡Pero cuál no fué su delicia cuando aquellos mozos jóvenes se pusieron a darle masaje en las extremidades con una dulzura y un ritmo tales, que le parecía que habíase convertido en laúd o en guitarra! Y sentía que le animaba un vigor sin igual, hasta el extremo de que estuvo a punto de rugir como un león. Y exclamó: "¡Por Alah, que en mi vida me noté más vigoroso! ¿Y es esto el hammam, ¡oh maestro barbero!?" Abu-Sir contestó: "¡Esto mismo es!, ¡oh rey del tiempo!" El rey dijo: "¡Por mi cabeza, que mi ciudad no fué una ciudad hasta después de la construcción de este hammam!" Y cuando subió al estrado para beber los sorbetes preparados con nieve machacada, luego que le secaron con toallas impregnadas de almizcle, preguntó a Abu-Sir...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Y cuando llegó la 496ª noche

Ella dijo:
"... luego que le secaron con toallas impregnadas en almizcle, preguntó a Abu-Sir: "¿Y cuánto crees que vale un baño así y a qué precio piensas que te lo paguen?" El barbero contestó: "¡Al precio que quiera el rey!" El rey dijo: "¡Me parece que un baño así no vale menos de mil dinares!" E hizo que contaran mil dinares para Abu-Sir, y le dijo: "¡Y en adelante harás que pague mil dinares cada cliente que venga a tomar un baño en tu hammam!"
Pero contestó Abu-Sir: "Dispensa, ¡oh rey del tiempo! ¡Todos no son iguales! Unos son ricos y otros son pobres. Así, pues, si yo quisiera que cada cliente me diese mil dinares, no haría negocio con el hammam y tendría que cerrarlo, porque el pobre no puede pagar mil dinares por un baño".
El rey contestó: "¿Qué piensas hacer entonces?" El barbero contestó: "Dejaré que ponga precio la generosidad del cliente! ¡De tal suerte pagará cada cual con arreglo a sus medios y a la generosidad de su alma! Y el pobre no dará más que lo que pueda dar. ¡En cuanto a ese precio de mil dinares que señalaste, lo consideraré como un regalo del rey!" Y al oír estas palabras los emires y los visires aprobaron la conducta de Abu-Sir, y añadieron: "Verdad dice, ¡oh rey del tiempo! y habla con justicia. Porque tú ¡oh bien amado nuestro! crees que pueden obrar como tú todos".
Dijo el rey: "¡Es posible! De todos modos, como este hombre es un extranjero y un pobre muy pobre, estamos obligados a tratarle con largueza y generosidad, máxime cuando dota a nuestra ciudad con este  hammam como no le habíamos visto en nuestra vida, y gracias al cual nuestra ciudad ha adquirido una importancia y un lustre incomparables. ¡Pero desde el momento en que no podéis pagar a mil dinares el baño, según me decíais, os autorizo a que por esta vez no le paguéis cada uno nada más que cien dinares, dándole, además, un esclavo joven, un negro y una joven! ¡Y en lo sucesivo, puesto que así lo quiere él, cada cual le pagaréis lo que os permitan vuestros medios y la generosidad de vuestra alma!"
Contestaron: "¡Sin duda que así lo haremos muy gustosos!" Y cuando tomaron su baño en el hammam aquel día, pagó a Abu-Sir cada uno cien dinares de oro, un esclavo joven blanco, uno negro y una joven. Pero como el número de emires y altos dignatarios que después del rey tomaron su baño ascendía a cuarenta, Abu-Sir recibió cuarenta mil dinares, cuarenta jóvenes blancos, cuarenta negros y cuarenta mujeres jóvenes, y por parte del rey diez mil dinares, diez mozos jóvenes blancos, diez jóvenes negros y diez mujeres jóvenes como lunas.
Cuando recibió Abu-Sir todo aquel oro y aquellos regalos, se adelantó hacia el rey, y después de besar la tierra entre sus manos, dijo: "¡Oh rey afortunado! ¡Oh rostro de buen augurio! ¡Oh soberano de ideas justas y llenas de equidad! ¿En dónde voy a poder alojarme con todo este ejército de mozos blancos, de negros y de jóvenes?" El rey contestó: "Quise que te dieran todo eso para hacerte rico; porque he supuesto que acaso un día pienses en volver a tu patria junto a tu amada familia, deseando verla de nuevo; y entonces podrás abandonarnos con riquezas bastantes para vivir en tu casa con los tuyos al abrigo de la necesidad". El barbero contestó: "¡Oh rey del tiempo, que Alah te conserve próspero! ¡Pero todos esos esclavos están bien para los reyes y no para mí, que no necesito nada de eso para comer pan y queso con mi familia! ¿Cómo voy a arreglarme para alimentar y vestir a este ejército de jóvenes blancos, de jóvenes negros y de mujeres jóvenes? ¡Por Alah, que no tardarían en comerse con sus dientes jóvenes toda mi ganancia y a mí mismo después de mi ganancia!"
El rey se echó a reír, y dijo: "¡Por mi vida, que estás en lo cierto! ¡Son ya un ejército poderoso y tú solo no lograrías mantenerles de ninguna manera! ¿Quieres vendérmelos a cien dinares cada uno para desembarazarte de ellos?" Abu-Sir contestó: "¡Te los vendo a ese precio!" Al punto el rey hizo llamar a su tesorero, que pagó íntegramente a Abu-Sir el precio de los ciento cincuenta esclavos; y a su vez el rey devolvió a su antiguo amo, como regalo, cada uno de aquellos esclavos. Y Abu-Sir dió las gracias al rey por sus bondades, y le dijo: "¡Haga Alah que descanse tu alma como tú hiciste que descansara el alma mía, salvándome de los dientes terribles de todos esos jóvenes ghuls glotones que sólo Alah podría dejar hartos!" Y el rey se echó a reír oyendo estas palabras, y mostrose aun más generoso con Abu-Sir; luego, seguido por los notables de su reino, salió del hammam y regresó a su palacio.
En cuanto a Abu-Sir, se pasó aquella noche en casa embutiendo el oro en sacos y precintando cada saco cuidadosamente. Y tenía para su tren de casa veinte negros, veinte mozos y cuatro esclavas jóvenes...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.




Pero cuando llegó la 497ª noche

Ella dijo:
"...veinte negros, veinte mozos y cuatro esclavas jóvenes.
Al día siguiente, hizo Abu-Sir que proclamaran por toda la ciudad los pregoneros públicos: "¡Oh criaturas de Alah, acudid todos a tomar un baño en el hammam del sultán! ¡No se pagará nada durante tres días!" Y durante tres días se agolpó en el establecimiento una multitud enorme que en vano deseaba tomar un baño en el hammam llamado hammam del Sultán. Pero al llegar la mañana del cuarto día el propio Abu-Sir se instaló detrás de la caja, en la puerta del hammam, y empezó a cobrar la entrada, cuyo precio se dejó a la buena voluntad de los que salían del baño. Y por la tarde había conseguido Abu-Sir llenar la caja con lo que le dieron los clientes, con asentimiento de Alah (¡exaltado sea!). Y de aquella manera comenzó a acumular los montones de oro que le deparaba su destino.
¡Eso fué todo!
Y la reina, que oyó a su esposo el rey hablar con entusiasmo de aquellos baños, determinó tomar uno como prueba. E hizo que previnieran de su intención a Abu-Sir, quien, para complacerla y atraerse también la clientela de las mujeres, consagró en adelante la mañana a los baños de hombres y la tarde a los baños de mujeres. Y por la mañana se ponía él mismo detrás de la caja para cobrar, mientras que por la tarde cedió aquel cuidado a una intendente que nombró para tal cargo. Y cuando la reina entró al hammam y hubo experimentado por sí misma los efectos deliciosos de aquellos baños conforme al método nuevo, quedó tan encantada, que resolvió volver todos los viernes por la tarde y no fué para Abu-Sir menos espléndida que el rey, que había adquirido la costumbre de ir todos los viernes por la mañana, pagando cada vez mil dinares de oro, sin perjuicio de los regalos.
Así es que Abu-Sir iba entrando de lleno en la vía de las riquezas, de los honores y de la gloria. ¡Pero no por eso se mostró menos modesto o menos honrado, sino al contrario! Continuó, como antes, mostrándose afable, sonriente y lleno de buenos modales con sus clientes y generoso con los pobres, de los que nunca quiso aceptar dinero. Y por cierto que aquella generosidad fué su salvación como se verá en el transcurso de esta historia. ¡Pues sépase desde ahora que le había de llegar su salvación por conducto de un capitán marino que un día se encontró falto de dinero y pudo, sin embargo, tomar un baño de lo más excelente sin tener que gastar nada. Y como, además, se le hizo refrescar con sorbetes y Abu-Sir en persona le acompañó hasta la puerta con todas las consideraciones posibles, el capitán se dedicó a pensar entonces de qué medios se valdría para probar su gratitud a Abu-Sir, bien con algún regalo o de otro modo! Y no tardó en hallar una ocasión favorable.
¡Y esto es lo referente al capitán marino!
En cuanto al tintorero Abu-Kir, acabó por oír hacerse lenguas de aquel hammam extraordinario, del cual se hablaba por toda la ciudad con admiración, diciendo: "¡Sin duda es como el paraíso en este mundo!"
Y resolvió ir a experimentar por sí mismo las delicias de aquel paraíso, el nombre de cuyo guardián ignoraba todavía. Se vistió, pues, con sus trajes más hermosos, montó en una mula ricamente enjaezada, se hizo preceder y seguir por esclavos armados de largas pértigas, y se encaminó al hammam. Llegado que fué a la puerta, notó el olor de la madera de áloe y el perfume del nad; y vió a la multitud de personas que entraban y salían, y a los que estaban sentados en los bancos esperando a su vez, dignatarios notables y pobres de los más pobres y humildes entre los humildes. Y entró entonces en el vestíbulo, y divisó a su antiguo compañero Abu-Sir sentado detrás de la caja, rollizo, fresco y sonriente. ¡Y le costó algún trabajo reconocerle, de tanto como se le habían llenado las antiguas cavidades de su cara con una grasa saludable y de tan brillante como tenía el color y mejorado el aspecto! Al ver aquello, aunque estaba muy sorprendido y contrariado, el tintorero fingió gran alegría, y con una temeridad extremada, avanzó hacia Abu-Sir, que ya habíase levantado en honor suyo, y le dijo con un tono de amistoso reproche: "¡Hola, Abu-Sir! ¿Es ésa la conducta de un amigo y el proceder de un hombre que conoce los buenos modales y la galantería? ¡Sabes que soy el tintorero titular del rey y uno de los personajes más ricos e importantes de la ciudad, y no eres para ir nunca a verme y a saber noticias mías! Y ni siquiera se te ha ocurrido preguntarte: "¿Qué habrá sido de mi antiguo camarada Abu-Kir?" "¡Y en vano pregunté por ti en todas partes y envié en tu busca a mis esclavos por todos lados, por khanes y por tiendas, pues ninguno pudo informarme acerca de tu persona ni ponerme sobre tu pista!"
Al oír Abu-Sir estas palabras, bajó con gran tristeza la cabeza, y contestó: "¡Ya Abu-Kir! ¿Es que olvidaste el trato que me hiciste sufrir cuando fui a verte y los golpes que me propinaste y el oprobio con que me cubriste delante de gente, llamándome ladrón, traidor y miserable?"
Y Abu-Kir se puso muy serio, y exclamó: "¿Qué dices? ¿Acaso eras tú aquel hombre a quien pegué?"
El barbero repuso: "¡Claro que era yo!" Abu-Kir entonces empezó a jurar con mil juramentos que no le había reconocido, diciendo: "¡Sin duda te confundí con otro, con un ladrón que ya hubo de intentar no se cuántas veces escamotearme mis telas! ¡Estabas tan delgado y tan amarillo, que me fué imposible reconocerte!"
Luego empezó a lamentarse por su acto y a dar palmadas diciendo: "¡No hay recurso ni poder más que en Alah el Glorioso, el Exaltado! ¿Cómo pude equivocarme de aquella manera? Pero la culpa es principalmente tuya por no haberme revelado tu nombre cuando me reconociste diciéndome: "¡Yo soy tu amigo!" máxime estando yo aquel día completamente distraído y fuera de mis casillas a causa del trabajo que sobre mí pesaba. ¡Por Alah sobre ti, te ruego, pues, ¡oh hermano mío! que me perdones y te  olvides de aquello, que estaba escrito en nuestro Destino!" Abu-Sir contestó: "¡Que Alah te perdone, oh compañero mío! porque aquello fué, efectivamente, un designio secreto del Destino, ¡y la reparación está en Alah!" El tintorero dijo: "¡Perdóname del todo!"
El barbero contestó: "¡Libre Alah tu conciencia como te libro yo de la culpa! ¿Qué podemos nosotros contra los designios tomados desde el fondo de la eternidad? ¡Entra, pues, al hammam. Quítate la ropa y toma un baño que esté para ti lleno de delicias y de frescura ...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.


Y cuando llegó la 498ª noche

Ella dijo:
"... y toma un baño que esté para ti lleno de delicias y de frescura!" Y le preguntó Abu-Kir: "¿Y de dónde te vino esta felicidad?"
El otro contestó: "¡Quien te abrió las puertas de la prosperidad me las abrió también!" Y le contó su historia desde el día en que por orden de Abu-Kir le apalearon. Pero no tiene la menor utilidad repetirla. Y Abu-Kir le dijo: "Es extremada mi alegría por saber el favor de que gozas con el rey. Voy a obrar de manera que aumente este favor, contando al rey que eres mi amigo de siempre".
Pero el antiguo barbero repuso: "¿De qué vale la intervención de las criaturas en los designios del Destino? ¡Sólo Alah tiene en sus manos los favores y las desgracias! ¡Por lo pronto, lo que debes hacer es desnudarte y entrar en el hammam a disfrutar los beneficios del agua y la limpieza!" Y le condujo por sí mismo a la sala reservada, y con sus propias manos le frotó, le jabonó, le dió masaje y le arregló por completo, sin querer encargar de ello a ninguno de sus ayudantes. Luego le hizo subir al estrado de la sala fría, y él mismo le sirvió sorbetes y reconfortantes, con tantos miramientos, que todos los clientes habituales estaban absortos al ver a Abu-Sir en persona hacer aquel oficio y rendir aquellos honores excepcionales al tintorero, cuando de ordinario sólo el rey gozaba de semejantes distinciones.
Habiendo llegado el momento de marcharse, Abu-Kir quiso ofrecer algún dinero a Abu-Sir, quien se negó a aceptarlo, diciendo: "¿No te da vergüenza ofrecerme dinero, cuando soy tu camarada y no hay ninguna diferencia entre nosotros?"
Abu-Kir dijo: "¡Bueno! pero en compensación, déjame darte un consejo que te será de gran utilidad. Admirable es este hammam; pero aun le falta una cosa para que sea completamente maravilloso". Abu-Sir preguntó: "¿Y cuál es esa cosa?" El otro dijo: "¡La pasta depilatoria! Porque he notado que, después de afeitar la cabeza a tus clientes, para los pelos de las demás partes del cuerpo te sirves de la navaja también o de las pinzas. ¡Pero nada vale lo que una pasta depilatoria cuya receta conozco y voy a dártela de balde!"
Abu-Sir contestó: "Sin duda tienes razón, ¡oh camarada mío! ¡No deseo más que me enseñes la receta de la mejor pasta depilatoria!" Abu-Kir dijo: "¡Hela aquí! Toma arsénico amarillo y cal viva, machaca las dos cosas, añadiéndolas un poco de aceite, echa un poco de almizcle para quitar el olor desagradable, y mete la pasta que se forme en un tarro de barro para utilizarla en el momento oportuno. ¡Y yo te respondo del éxito de la operación, sobre todo cuando vea el rey que se le caen los pelos como por encanto, sin que le golpeen ni le froten, y que debajo aparece su piel completamente blanca!" Y tras de dar esta receta a su antiguo compañero, Abu-Kir salió del hammam y a toda prisa se dirigió a  palacio.
Cuando llegó ante el rey y le hubo presentado sus respetos entre las manos del monarca, le dijo: "Vengo para aconsejarte, ¡oh rey del tiempo!"
El rey dijo: "¿Y qué consejo vas a darme?" Abu-Kir contestó: "¡Loores a Alah, que hasta hoy te ha librado de las manos de ese perverso, de ese enemigo del trono y de la religión, de ese Abu-Sir, dueño del hammam!"
El rey preguntó, muy asombrado: "¿De qué se trata?" Abu-Kir dijo: "¡Has de saber ¡oh rey del tiempo! que si por desgracia vuelves a entrar en el hammam, estarás perdido sin remedio!"
El rey dijo: "¿Y por qué?" Con los ojos llenos de terror fingido y con un ademán de espanto, silbó Abu-Kir: "¡Por el veneno! Ha preparado para ti una pasta compuesta de arsénico amarillo y de cal viva, que sólo con aplicarla al pelo de la piel lo quema como fuego. Y te brindará su pasta, diciéndote: "¡Nada mejor que esta pasta para hacer desaparecer los pelos del trasero con comodidad y sin golpearte en el trasero!" ¡Y aplicará la pasta en el trasero de nuestro rey y le liará morir envenenado por esa parte, que es la parte más dolorosa de todas! ¡Porque ese dueño del hammam no es otro que un espía pagado por el rey de los cristianos para arrancar así el alma de nuestro rey! ¡Y me apresuré a venir a avisarte, porque por encima de mí están los beneficios que te debo!"
Al oír estas palabras del tintorero Abu-Kir, el rey sintió que le invadía un terror intenso, de modo que se estremeció y se le encogió el trasero, como si ya hubiese surtido sus efectos el veneno ardiente. Y dijo al tintorero: "Voy ya al hammam con mi gran visir para confirmar tu aserto. ¡Pero hasta entonces guarda el secreto de la cosa cuidadosamente!" Y llamó a su gran visir y se fué con él al hammam.
Ya allí, como de costumbre, Abu-Sir introdujo al rey en la sala reservada y quiso friccionarle y lavarle; pero le dijo el rey: "¡Empieza por mi gran visir!" Y se encaró con el gran visir, y le dijo: "¡Échate!" Y el gran visir, que estaba muy rollizo y era peludo como una cabra, vieja contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y se echó en el mármol y se dejó frotar, jabonar y lavar bien. Tras de lo cual dijo Abu-Sir al rey: "¡Ah rey del tiempo! ¡he encontrado una droga poseedora de tales virtudes depilatorias, que no hay navaja que la iguale para hacer desaparecer los pelos de abajo!"
El rey dijo: "¡Ensaya esa droga en los pelos de abajo de mi gran visir...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.


Y cuando llegó la 499ª noche

Ella dijo:
"¡... Ensaya esa droga en los pelos de abajo de mi gran visir!" Y Abu-Sir cogió el tarro de barro, sacó de él un pedazo como una almendra de la pasta consabida, y lo extendió, sólo por vía de ensayo, sobre el bajo vientre del gran visir. Y fué tan prodigioso el efecto depilatorio de la droga, que ya no dudó el rey de que se trataba de un veneno terrible. Y temblando de ira ante aquel espectáculo, se encaró con los mozos del hammam, y les gritó: "¡Detened a ese miserable!" y les señaló con el dedo a Abu-Sir, a quien la sorpresa dejó mudo y como atontado. Luego el rey y el visir se vistieron a toda prisa, haciendo entrega de Abu-Sir a los guardias de afuera y regresaron al palacio.
Allí el rey hizo llamar al capitán del puerto y de los navíos, y le dijo: "Vas a apoderarte del traidor que se llama Abu-Sir, y cogiendo un saco de cal viva, en la cual le meterás, lo arrojarás al mar bajo las ventanas de mi palacio. ¡Y de tal manera ese miserable morirá de dos muertes a la vez, ahogado y abrasado!"
El capitán contestó: "¡Escucho y obedezco!"
Y he aquí que el capitán del puerto y de los navíos era precisamente el capitán marino que desde tiempo atrás estaba en deuda con Abu-Sir. Se apresuró, pues, a ir en busca de Abu-Sir al calabozo, y le sacó de allí para embarcarle en una nave y conducirle a una isla situada no lejos de la ciudad y donde pudo al fin hablarle libremente. Le dijo: "¡Oh amigo mío! no olvido las consideraciones que me guardaste, y quiero devolverte bien por bien. ¡Cuéntame, pues, qué te ha ocurrido con el rey y el crimen que cometiste para perder sus favores y merecer la muerte cruel a que te ha condenado!" Abu-Sir contestó: "¡Por Alah, ¡oh hermano mío! te juro que soy inocente de toda culpa y que jamás hice nada para merecer semejante castigo!" El capitán dijo: "¡Entonces, seguramente debes tener enemigos que te han calumniado ante el rey! ¡Porque todo hombre que vive dichoso y a quien favorece el Destino, tiene siempre alguien que le envidia! ¡Pero nada temas! Aquí, en esta isla, estás seguro. Bienvenido seas pues, y tranquilízate.
Pasarás el tiempo pescando hasta que yo logre embarcarte para tu país. ¡Ahora voy a hacer ante el rey el simulacro de tu muerte!" Y Abu-Sir besó la mano del capitán marino, que le dejó para ir al punto a coger un saco lleno de cal viva y a ponerse debajo de las ventanas del palacio del rey que daban al mar.
Precisamente estaba el rey en una ventana, esperando la ejecución de su orden; y llegado que fué debajo de las ventanas, el capitán alzó la vista para que el rey diera la señal de la ejecución. Y el rey sacó el brazo por la ventana y con el dedo le hizo seña de que arrojara el saco al mar. Y se ejecutó aquello inmediatamente. Pero en el mismo momento el rey, que había hecho con la mano un ademán brusco, dejó caer al agua un anillo de oro que para él era tan preciado como su alma.
Porque aquel anillo que había caído al mar era un anillo talismánico encantado del que dependían la autoridad y el poderío del rey y que servía de freno para mantener respetuosos al pueblo y al ejército; pues cuando el rey quería dar orden de que se ejecutara a un culpable, no tenía más que levantar la mano en uno de cuyos dedos se encontraba el anillo, y al punto brotaba de él un relámpago súbito que derribaba por tierra al culpable muerto de repente, separándole la cabeza de los hombros.
Así es que cuando el rey vió caer su anillo al mar, no quiso hablar de ello a nadie y guardó el secreto más profundo acerca de su pérdida, sin lo cual le hubiera resultado imposible mantener más tiempo en el temor y la obediencia a sus súbditos. ¡Y esto es lo referente al rey!
En cuanto a Abu-Sir, una vez que se quedó solo en la isla, cogió una red de pesca que le había dado el capitán marino, y para distraerse de sus torturadores pensamientos y proporcionarse el sustento, se puso a pescar en el mar. Y después de arrojar su red y esperar un momento, la retiró y la encontró llena de peces de todos colores y de todos tamaños. Y se dijo: "¡Por Alah, mucho tiempo hacía que no comía yo pescado! ¡Voy a coger uno y a darlo para que me lo frían a los dos pinches de que me ha hablado el capitán".
En efecto, el capitán del puerto y de los navíos estaba también encargado de suministrar todos los días pescado fresco para la cocina del rey; y como aquel día no pudo atender por sí mismo a su pesca, se lo  había encargado a Abu-Sir, y le había hablado de dos pinches que irían allá para que les entregase lo que pescara con destino al rey. Y la primera redada favoreció a Abu-Sir con aquella pesca numerosa. Empezó, pues, antes de entregar su pesca a los dos mozos que estaban para llegar, por escoger para sí mismo el pez más gordo y más hermoso; y sacó de su cinturón el cuchillo grande que guardaba allí, y atravesó con él de parte a parte las branquias del pez que coleaba. ¡Pero no se sorprendió poco al ver salir, ensartado por la punta del cuchillo, un anillo de oro que el pez había devorado sin duda!
Al ver aquello, aunque ignoraba las virtudes temibles de tal anillo talismánico, que era precisamente el que se le salió del dedo al rey cayendo al mar...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.


Pero cuando llegó la 500ª noche

Ella dijo:
"... Al ver aquello, aunque ignoraba las virtudes temibles de tal anillo talismánico, que era precisamente el que se le salió del dedo al rey cayendo al mar, y sin que diese gran importancia a la cosa, Abu-Sir cogió el anillo que le correspondía por derecho propio y se lo puso en un dedo.
En aquel momento llegaron los dos mozos abastecedores de la cocina del rey, y le dijeron: "¡Oh pescador! ¿Puedes decirnos que le ha pasado al capitán del puerto que a diario nos entrega el pescado destinado al rey? ¡Hace ya mucho tiempo que le esperamos! ¿Por qué lado se ha ido?" Abu-Sir contestó, extendiendo la mano hacia ellos: "¡Se fué por aquel lado!" Pero en el mismo momento saltaron de sus hombros las cabezas de los dos mozos y rodaron por el suelo con sus propietarios.
Era el relámpago lanzado por el anillo que llevaba Abu-Sir quien acababa de matar a los dos mozos abastecedores.
Al ver caer privados de vida a ambos mozos, se preguntó Abu-Sir: "¿Quién pudo hacer saltar así sus cabezas?" Y miró a su alrededor por todos lados, al aire y a sus pies; y ya empezaba a temblar de terror, pensando en el poder oculto de los genios malhechores, cuando vió llegar al capitán marino. Y éste, aunque todavía estaba lejos, divisó al propio tiempo los dos cuerpos inertes en el suelo con las cabezas respectivas junto a ellos, y también el anillo ostentado por Abu-Sir, que brillaba al sol. Y al primer golpe de vista comprendió lo que acababa de pasar. Así es que se apresuró a gritarle para ponerse en salvo: "¡Oh hermano mío! ¡No muevas la mano en que llevas el anillo de oro, o soy muerto! ¡Por favor no la muevas!"
Al oír estas palabras, que acabaron de sorprenderle y de dejarle perplejo, Abu-Sir se inmovilizó completamente, a pesar de las ganas que tenía de correr al encuentro del capitán marino, el cual, llegado que fué junto a él, se arrojó a su cuello, y dijo: "Cada hombre lleva colgado al cuello su destino. ¡El tuyo supera con mucho al del rey! ¡Pero cuéntame cómo ha llegado a ti este anillo, y yo te contaré después las virtudes que tiene!" Y Abu-Sir contó al capitán marino toda la historia, la cual sería inútil repetir. Y el capitán, maravillado, le relató a su vez las virtudes temibles del anillo, y añadió: "Ahora está en salvo tu vida y en peligro la del rey. ¡Puedes acompañarme sin temor a la ciudad y hacer caer a una seña del dedo en que llevas el anillo las cabezas de tus enemigos y hacer saltar de entre sus hombros la del rey!" Y embarcó a Abu-Sir consigo en una nave y llevándole a la ciudad, le condujo al palacio, presentándole al rey.
En aquel momento el rey tenía sesión en su diwán y estaba rodeado por la muchedumbre de sus visires, emires y consejeros; y aunque se hallaba repleto de preocupaciones y de rabia hasta lo último a causa de la pérdida de su anillo, no se atrevía a divulgar la cosa ni a mandar que se hicieran en el mar pesquisas para encontrarlo, por miedo a que se regocijaran con su calamidad los enemigos del trono. Pero cuando vió entrar a Abu-Sir, ya no abrigó ninguna duda acerca de su proyectada pérdida, y exclamó: "¡Ah miserable! ¿cómo pudiste salir del fondo del mar y escapar a la muerte por ahogo y por combustión?" Abu-Sir contestó: "¡Oh rey del tiempo, Alah es el más grande!"
Y contó al rey cómo le había salvado el capitán marino, que le estaba agradecido por un baño gratuito, cómo encontró el anillo y cómo, sin saber el poder de tal anillo, había causado la muerte de los dos mozos abastecedores. Luego añadió: "¡Y ahora ¡oh rey! vengo a devolverte este anillo en prueba de gratitud por los beneficios que te debo y para demostrarte que, si tuviese alma de criminal, ya me hubiera servido de este anillo para exterminar a mis enemigos y matar a su rey! ¡Y te suplico que, para corresponderme, examines con más atención ese crimen que se me imputa y por el cual, aunque estoy ignorante de él, me condenaste, y que me hagas perecer con torturas si resulto verdaderamente criminal!"
Diciendo estas palabras, Abu-Sir se sacó del dedo el anillo y se lo entregó al rey, que apresurose a ponérselo, respirando aliviado y contento, y sintiendo que le volvía al cuerpo el alma. Se irguió sobre  sus pies entonces y echó los brazos al cuello de Abu-Sir, diciéndole: "¡Oh hombre! ¡ciertamente eres la flor de las personas bien nacidas! Te ruego que no me guardes rencor y me perdones el mal que te hice y el perjuicio que te causé! En verdad que jamás me hubiese devuelto este anillo otro que no fueras tú!"
El barbero contestó: "¡Oh rey del tiempo! ¡si verdaderamente anhelas que descargue tu conciencia, no tienes más que decirme por fin qué crimen se me imputaba, y quién me atrajo tu cólera y tu odio!" El rey dijo: "¡Ualah! ¿para qué? Estoy seguro ahora de que se te acusó injustamente. Pero puesto que deseas saber el crimen que se te atribuía, escucha: ¡El tintorero Abu-Kir me ha dicho tal y cual cosa!" Y le contó todo aquello de que hubo de acusarle el tintorero con motivo de la pasta depilatoria experimentada en los pelos de abajo del gran visir...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discreta.


Y cuando llegó la 501ª noche

Ella dijo:
"... la pasta depilatoria experimentada en los pelos de abajo del gran visir. Y contestó Abu-Sir, con lágrimas en los ojos: "¡Ualah, oh rey del tiempo! ni conozco al rey de los nazarenos ni en mi vida hallé  el suelo del país de los nazarenos. ¡He aquí la verdad!" Y contó al rey cómo el tintorero y él se habían comprometido con un juramento, después de la lectura de la Fatiha del Libro, a ayudarse mutuamente; cómo partieron juntos, y todas las jugarretas y todas las malas pasadas de que le hizo víctima el tintorero, incluso la paliza que le obligó a sufrir y la receta de la pasta depilatoria que él mismo le había dado. Y añadió: "Sin embargo, ¡oh rey! aplicada a la piel esa pasta depilatoria es una cosa infinitamente excelente; y no es venenosa más que al comerla. ¡En mi tierra, hombres y mujeres se sirven sólo de eso, en lugar de la navaja, para hacer desaparecer cómodamente los pelos de abajo! ¡En cuanto a las malas pasadas que me jugó y al trato que me hizo sufrir, no tendrá el rey más que llamar al portero del khan y a los aprendices de la tintorería para comprobar la verdad de mis asertos anteriores!"
Y por complacer a Abu-Sir, pues por su parte él estaba seguro de todo, hizo llamar al portero del khan y a los aprendices; y después del interrogatorio, todos confirmaron las palabras del barbero, agravando más con sus revelaciones la conducta deshonrosa del tintorero.
Tras de lo cual, gritó el rey a los guardias: "¡Que me traigan al tintorero sin nada a la cabeza, descalzo y con las manos atadas a la espalda!" Y al punto corrieron los guardias a invadir el almacén del tintorero, que a la sazón estaba ausente. Le buscaron, pues, en su casa, donde hubieron de encontrarle sentado saboreando el goce de los placeres tranquilos y soñando sin duda alguna con la muerte de Abu-Sir. Y he aquí que se precipitaron sobre él, quién dándole puñetazos en la nuca, quién puntapiés en el trasero, quién cabezazos en el vientre, y le pisotearon y le quitaron la ropa, excepto la camisa, y descalzo, sin nada a la cabeza y con las manos atadas a la espalda, le arrastraron hasta el trono del rey.
Abu-Kir vió a Abu-Sir sentado a la diestra del rey, y al portero del khan de pie en la sala, con los aprendices de la tintorería a ambos lados. ¡En verdad que lo vió todo! Y el terror le obligó a cagarse y  hacer lo que hizo en medio de la sala del trono, porque comprendió que estaba perdido sin remedio. Pero ya el rey le decía, mirándole atravesado: "¡No puedes negar que está ahí tu antiguo compañero, el  pobre a quien robaste, maltrataste, abandonaste, pegaste, echaste, injuriaste, acusaste e hiciste morir, en suma!" Y el portero del khan y los aprendices de la tintorería levantaron las manos, y exclamaron: "¡Sí, por Alah! no puedes negar nada de eso ¡Nosotros somos testigos ante Alah y ante el rey!"
El rey dijo: "¡Lo niegues o lo declares, no dejarás de sufrir el castigo escrito por el Destino!" Y gritó a sus guardias: "¡Lleváosle, arrastradle de los pies por toda la ciudad, encerradle luego en un saco lleno de cal viva y tiradle al mar, a fin de que muera de muerte doble, por combustión y por asfixia!" Entonces exclamó el barbero: "¡Oh rey del tiempo! te suplico que aceptes mi intercesión en favor suyo, porque yo le perdono cuanto me hizo!" Pero le dijo el rey: "¡Si tú le perdonas sus crímenes contra ti, yo no le perdono sus crímenes contra mí!" Y una vez más gritó a sus guardias: "¡Lleváosle y ejecutad mis órdenes!"
Entonces los guardias se apoderaron del tintorero Abu-Kir, le arrastraron de los pies por toda la ciudad, pregonando sus fechorías, y acabaron por encerrarle en un saco lleno de cal viva y le tiraron al  mar. ¡Y murió ahogado y abrasado!
En cuanto a Abu-Sir, le dijo el rey: "¡Oh Abu-Sir, ahora quiero que me pidas cuanto anheles, y al instante te será concedido!" Abu-Sir contestó: "¡Solamente pido al rey que me envíe a mi patria, porque en adelante me será penoso vivir alejado de los míos, y no tengo ganas de quedarme aquí!"
Aunque muy contrariado por su marcha, pues deseaba nombrarle gran visir en lugar del rollizo y peludo que llenaba este cargo, el rey le hizo preparar un gran navío que llenó de esclavos de ambos sexos y de ricos presentes, y le dijo al despedirse de él: "¿No quieres, entonces, ser mi gran visir?" Y Abu-Sir contestó: "¡Quisiera volver a mi país!" Entonces no insistió más el rey, y se alejó el navío con Abu-Sir y sus esclavos en dirección a Iskandaria.
Y he aquí que Alah les asignó un viaje feliz, y tocaron en Iskandaria con buena salud. Pero, apenas habían desembarcado, uno de los esclavos vió en la playa un saco que el mar arrojó a tierra. ¡Lo abrió Abu-Sir y descubrió dentro el cadáver de Abu-Kir que habían arrastrado hasta allí las corrientes! Y Abu-Sir le hizo inhumar cerca de allí, a la orilla del mar, y le erigió un monumento funerario que convirtiose en un lugar de peregrinación, para cuya conservación dedicó Abu-Sir bienes inalienables; e hizo grabar en la puerta del edificio esta inscripción mural:
¡Abstente del mal! ¡Y no te embriagues con el sorbo amargo de la maldad! ¡El malo acaba siempre por caer vencido!
¡Ve el Océano flotar en su superficie cosas del desierto, en tanto que las perlas reposan tranquilas en las arenas submarinas!
En las regiones serenas, está escrito sobre las páginas transparentes del aire: “!Quien siembre el bien, recogerá el bien! ¡porque toda cosa vuelve a su origen!”
Y tal fué el fin de Abu-Kir el tintorero y la entrada de Abu-Sir en la vida dichosa y sin preocupaciones en lo sucesivo. ¡Y por eso a la bahía en que se enterró al tintorero se le llamó bahía de Abu-Kir! ¡Gloria al que vive en Su Eternidad y por Su Voluntad hace correr los días en invierno y verano!

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32 P1 Historia de Abu-Kir y de Abu-Sir - primera de dos partes

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32 Historia de Abu-Kir y de Abu-Sir (de la noche 487 a la 501)




HISTORIA DE ABU-KIR Y DE ABU-SIR

Dijo Schehrazada:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que en la ciudad de lskandaria había antaño dos hombres, uno de los cuales era tintorero y se llamaba Abu-Kir, y el otro era barbero y se llamaba Abu-Sir. Y eran vecinos uno de otro en el zoco, porque se tocaban las puertas de sus tiendas.
¡Y he aquí que el tintorero Abu-Kir era un insigne bribón, un embustero de lo más detestable, un desvergonzado! ¡Ni más ni menos! ¡Sin duda alguna, debieron tallarse sus sienes con algún granito irreducible y debió labrarse su cabeza con la piedra de los escalones de una iglesia de judíos!
De no ser así, ¿cómo hubiera él tenido tan desvergonzada audacia para las fechorías y las ruindades todas? Entre otras diversas estafas, acostumbraba a hacer que sus clientes le pagasen por adelantado, con pretexto de que necesitaba dinero para comprar colores, y nunca devolvía las telas que le llevaban a teñir. Por el contrario, no sólo se gastaba el dinero que había cobrado de antemano, comiendo y bebiendo a su sabor, sino que vendía en secreto las telas depositadas en su casa, y con ello se pagaba toda clase de regocijos y diversiones de primera calidad. Y cuando volvían los clientes para reclamarle sus efectos, siempre encontraba medio de entretenerles y hacerles esperar indefinidamente, unas veces con un pretexto y otras con otro.
Por ejemplo, decía: "¡Por Alah, ¡oh mi amo! que ayer parió mi esposa, y me he visto obligado a correr de un lado para otro durante todo el día!" O decía también: "Ayer tuve invitados y me ocuparon todo el tiempo mis deberes de hospitalidad para con ellos; pero, si vuelves dentro de dos días, desde el amanecer encontrarás terminada tu tela". Y dilataba todo lo posible los compromisos con sus parroquianos, hasta que alguno exclama, impacientado: "¡Bueno! ¿vas a decirme la verdad de lo que ocurre con mis telas? ¡Devuélvemelas! ¡Ya no quiero teñirlas!" Entonces contestaba él: "¡Por Alah, que estoy desesperado!" Y alzaba al cielo las manos, haciendo toda clase de juramentos de que iba a decir la verdad. Y después de lamentarse y golpearse las manos una contra otra, exclamaba: "Figúrate, ¡oh mi amo! que cuando estuvieron teñidas las telas, las puse a secar bien tendidas en las cuerdas que hay delante de mi tienda, y me ausenté un instante para ir a orinar; cuando volví habían desaparecido, robándomelas algún forajido, ¡quizá mi mismo vecino, ese barbero calamitoso!"
Al oír estas palabras, si el cliente era un buen hombre entre las personas tranquilas, se contentaba con responder: "¡Alah me indemnizará!" y se iba. Pero si el cliente era hombre irritable, se ponía furioso y llenaba de injurias al tintorero y comenzaba a golpes con él, provocando una disputa pública en la calle en medio de la aglomeración de gente. Y a pesar de todo, y aun a despecho de la autoridad del kadí, no conseguía recobrar sus efectos, ya que faltaban pruebas, y por otra parte, en la tienda del tintorero no había nada que pudiese embargarse y venderse. Y aquel comercio duró bastante tiempo, el  necesario para chasquear uno tras de otro a todos los mercaderes del zoco y a todos los habitantes del barrio. Y el tintorero Abu-Kir vio a la sazón perdido irremediablemente su crédito y aniquilado su comercio, pues no había ya nadie a quien pudiese despojar. Y fue objeto de la desconfianza general, y se le citaba en proverbios cuando se quería hablar de las bribonadas que hacen las gentes de mala fe.
Cuando el tintorero Abu-Kir viose reducido a la miseria, fué a sentarse delante de la tienda de su vecino el barbero Abu-Sir, y le puso al corriente del mal estado de sus negocios, y le dijo que ya no le  quedaba más que morirse de hambre. Entonces el barbero Abu-Sir, que era un hombre que marchaba por la senda de Alah, y aunque muy pobre era escrupuloso y honrado, se compadeció de la miseria de quien era más pobre que él y contestó:
"¡El vecino se debe a su vecino! ¡Quédate aquí y come y bebe y participa de los bienes de Alah hasta que lleguen días mejores!" Y le recibió con bondad, y atendió a todas sus necesidades durante un largo  transcurso de tiempo.
Pero he aquí que un día el barbero Abu-Sir se quejaba al tintorero Abu-Kir de los rigores de la suerte, y le decía: "Ya lo ves, hermano mío! No soy, ni mucho menos, un barbero torpe y mi mano es ligera en la cabeza de mis clientes. ¡Pero como mi tienda es pobre y yo también soy pobre, nadie viene a afeitarse en mi casa! ¡Apenas si por la mañana, en el hammam, algún mandadero o algún fogonero se dirige a mí para que le afeite los sobacos o le aplique en el vientre pasta depilatoria! ¡Y con las pocas monedas que esos pobres dan a un pobre como yo, puedo alimentarte, alimentarme y subvenir a las necesidades de la familia que soporto a mi cuello!
¡Pero Alah es grande y generoso!"
El tintorero Abu-Kir contestó: "Verdaderamente eres muy infeliz al aguantar con tanta paciencia la miseria y los rigores de la suerte, habiendo medios de enriquecerse y de vivir con holgura. Te disgusta tu oficio, que no te produce nada, y yo no puedo ejercer el mío en este país lleno de gentes malévolas. No nos queda otro recurso que abandonar esta tierra cruel y marcharnos a viajar en busca de alguna ciudad donde nos sea fácil ejercer nuestro arte con fruto y satisfacción.
¡Por lo demás, cuántas ventajas reportan los viajes! ¡Viajar es alegrarse, es respirar el aire libre, es descansar de las preocupaciones de la vida, es ver nuevos países y nuevas tierras, es instruirse, y cuando se tiene entre las manos un oficio tan honorable y excelente como el mío y el tuyo, y sobre todo tan admitido generalmente en todas las tierras y en los pueblos más diversos, es ejercerlo con grandes beneficios, honores y prerrogativas.
Y además, no ignoras lo que ha dicho el poeta acerca del viaje:
¡Deja las moradas de tu patria, si aspiras a cosas grandes, e invita a viajar a tu alma!
¡En el umbral de tierras nuevas te esperan los placeres, las riquezas, los buenos modales, la ciencia y las amistades escogidas!
Y si te dicen: "¡Qué de penas y preocupaciones y peligros vas a soportar en tierra lejana, amigo!" contesta: "¡Vale más estar muerto que vivo, si ha de vivirse siempre en el mismo lugar, cual insecto roedor, entre envidiosos y espías!”
"¡Así pues, hermano mío, no podemos hacer nada mejor que cerrar nuestras tiendas y viajar juntos para mejorar de suerte!" Y continuó hablándole con lengua tan elocuente, que el barbero Abu-Sir quedó convencido de la urgencia de la marcha, y se apresuró a hacer sus preparativos, que consistieron en envolver en un retazo viejo de tela remendada su bacía, sus navajas, sus tijeras, su suavizador y algunos otros pequeños utensilios, yendo luego a despedirse de su familia y volviendo a la tienda en busca de Abu-Kir, que le esperaba.
Y le dijo el tintorero: "Ahora sólo nos resta recitar la Fatiha liminar del Korán para dar fe de que somos hermanos y comprometernos juntos a guardar en lo sucesivo en la misma arca nuestras ganancias, repartiéndolas con toda imparcialidad a nuestro regreso a Iskandaria. ¡Como también debemos prometernos que aquel de entre nosotros que encuentre antes trabajo se obligará a mantener al que no pueda ganar nada"
El barbero Abu-Kir no puso ninguna dificultad al reconocer la legitimidad de estas condiciones; y ambos entonces, para afirmar sus mutuos compromisos, recitaron la Fatiha liminar del Korán...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.

Pero cuando llegó la 488ª noche

Ella dijo:
"... y ambos entonces, para afirmar sus mutuos compromisos, recitaron la Fatiha liminar del Korán. Tras de lo cual el honrado Abu-Sir cerró su tienda y entregó la llave al propietario, a quien pagó en seguida; luego tomaron ambos el camino del puerto, y sin ninguna clase de provisiones, embarcaron en un navío que se hacía a la vela. El Destino les favoreció durante el viaje y hubo de ayudarles por mediación de uno de ellos. En efecto, entre los pasajeros y la tripulación, cuyo número total ascendía a ciento cuarenta hombres, sin contar al capitán, no había más barbero que Abu-Sir; y por consiguiente, él solo podía afeitar convenientemente a los que necesitaban afeitarse. Así es que, en cuanto el navío se hizo a la vela, el barbero dijo a su compañero: "Hermano mío, nos hallamos en mitad del mar, y es preciso que encontremos de comer y beber. ¡Voy, pues, a intentar ofrecer mis servicios a los pasajeros y a los marineros, por si me dice alguno: «¡Ven ¡oh barbero! a afeitarme la cabeza!» ¡Y le afeitaré la cabeza mediante un pan o algún dinero o un trago de agua, de lo cual podremos aprovechar tú y yo!"
El tintorero Abu-Kir, contestó: "¡No hay inconveniente!" Y se echó en el puente, colocó la cabeza lo mejor que pudo y se durmió sin más ni más, mientras el barbero se disponía a buscar trabajo.
A este fin, Abu-Sir cogió sus pertrechos y una taza de agua, se echó al hombro un pedazo de lienzo a modo de toalla, pues era pobre, y empezó a circular entre los pasajeros. A la sazón uno de ellos le dijo: "¡Ven, ¡oh maestro! a afeitarme!" Y el barbero le afeitó la cabeza. Y cuando hubo acabado, como el pasajero le ofreciera alguna moneda de cobre, le dijo él: "¡Oh hermano mío! ¿qué voy a hacer aquí con este dinero? ¡Si quisieras darme un pedazo de pan me resultaría más ventajoso y más bendito en este mar, porque traigo conmigo un compañero de viaje y son exiguas nuestras provisiones!" Entonces el pasajero le dió un pedazo de pan y un trozo de queso y le llenó de agua la taza. Y Abu-Sir cogió aquello y fué a ver a Abu-Kir, y le dijo: "¡Toma este pedazo de pan y cómetelo con este trozo de queso y bebe agua de esta taza!"
Y Abu-Kir lo tomó, y comió y bebió. Entonces Abu-Sir el barbero volvió a coger sus pertrechos, se echó al hombro la tela, cogió en la mano la taza vacía, y empezó a recorrer el navío entre las filas de pasajeros, agrupados o echados, y afeitó a uno por dos panecillos, a otro por un pedazo de queso, o un cohombro, o una raja de sandía, o incluso por dinero; y tuvo tanta suerte, que al fin de la jornada había  recogido treinta panecillos, treinta medios dracmas, y una porción de queso, y aceitunas, y cohombros, y varias tortas de lechecilla seca de Egipto, que se extrae de los excelentes pescados de Damieta. Y además, supo ganarse tantas simpatías entre los pasajeros, que podía obtener de ellos cuanto les pidiera. Y se hizo tan popular, que su habilidad llegó a oídos del capitán el cual quiso que también le afeitara a él la cabeza. Y Abu-Sir afeitó la cabeza al capitán y no dejó de quejársele de los rigores de la suerte y de la penuria en que se hallaba y de las escasas provisiones que poseía. Y asimismo le dijo que llevaba con él un compañero de viaje. Entonces el capitán, que era un hombre espléndido y que, además. estaba encantado de los buenos modales y de la ligereza de mano del barbero, contestó: "¡Bienvenido seas! Deseo que todas las noches vengas con tu compañero a cenar conmigo. ¡Y no os preocupéis por nada ninguno de los dos mientras viajéis en nuestra compañía!"
El barbero fué entonces a buscar al tintorero, que, como de costumbre, estaba durmiendo, y que cuando una vez despierto vió junto a su cabeza tanta abundancia de panecillos, queso, sandía, aceitunas, cohombros y lechecillas secas, exclamó maravillado: "¿De dónde sacaste todo eso?"
Abu-Sir contestó: "De la munificencia de Alah (¡exaltado sea!").
Entonces el tintorero se arrojó sobre las provisiones, como si fuese a pasarlas todas de una vez a su estómago querido; pero le dijo el barbero: "No comas de esas cosas, hermano mío, que pueden sernos útiles en un momento de necesidad, y escúchame. Has de saber, en efecto, que he afeitado al capitán, y me he quejado ante él de nuestra escasez de provisiones; y me contestó: "¡Bienvenido seas, y ven todas las noches con tu compañero a cenar conmigo!" Y he aquí que precisamente esta noche comeremos por primera vez con él!"
Pero Abu-Kir contestó: "¡Me tienen sin cuidado todos los capitanes! ¡Estoy mareado y no puedo abandonar mi sitio! ¡Déjame aplacar el hambre con estas provisiones y vé a cenar con el capitán tú solo!" Y dijo el barbero: "¡No hay inconveniente en hacerlo!" Y en espera de la hora de cenar, se quedó mirando comer a su compañero.
Y he aquí que el tintorero se puso a partir y a probar los alimentos como el picapedrero que parte bloques de piedra en las canteras, y a devorarlos con un ruido igual al que haría un elefante que estuviera días y días sin comer y tragara con gruñidos y gargarizaciones; y unos bocados ayudaban a otros bocados, empujándolos a las puertas del gaznate; y cada pedazo entraba antes de que hubiera desaparecido el anterior; y los ojos del tintorero se abrían exageradamente como los ojos de un ghul al desfilar cada trozo y lo cocían con sus resplandores, abrasándolo, y resoplaba y berreaba cual un buey que bramase ante las habas y el heno.
Entretanto, apareció un marinero, que dijo al barbero: "¡Oh maestro de tu oficio! el capitán te dice: "¡Trae a tu compañero y ven a cenar!" Entonces Abu-Sir preguntó a Abu-Kir: "¿Te decides a acompañarme?" El otro contestó: "¡No tengo fuerzas para andar!" Y se fue el barbero solo y vio al capitán sentado en el suelo ante un amplio mantel encima del cual había veinte manjares, o acaso más, de diferentes colores; y no esperaban más que a que llegase para empezar la comida, a la que también estaban invitadas diversas personas de a bordo. Y al verle solo, el capitán le preguntó...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.

Y cuando llegó la 489ª noche

Ella dijo:
"... Y al verle solo, el capitán le preguntó: "¿Dónde está tu compañero?" El barbero contestó: "¡Oh mi amo, se ha mareado y está aturdido!" El capitán dijo: "Esto no tiene la menor importancia. ¡Ya se le pasará el mareo! ¡Siéntate junto a mí, y en el nombre de Alah!" Y cogió un plato y lo llenó de manjares de todos colores con tan poca paciencia que cada ración podría satisfacer a diez personas. Y cuando el  barbero hubo acabado de comer, el capitán le ofreció otro plato, diciéndole: "¡Lleva este plato a tu compañero!" Y Abu-Sir se apresuró a llevar el plato lleno a Abu-Kir, a quien encontró masticando con los colmillos y trabajando con las muelas corno un camello, en tanto que seguían desapareciendo rápidamente en sus fauces bocados enormes, uno tras de otro. Y le dijo Abu-Sir: "¿No te dije que no te hartaras con esas provisiones? ¡Mira! He aquí las cosas admirables que te envía el capitán. ¿Qué tienes que decir de estas excelentes agujas de kabad de cordero que vienen de la mesa de nuestro capitán?" Abu-Kir dijo con un gruñido: "¡Dámelo!" Y se precipitó sobre el plato que le ofrecía el barbero, y se puso a devorarlo todo a dos manos con la voracidad del lobo, o la rapacidad del león, o la ferocidad del águila que se abate sobre las palomas, o la furia del hambriento que creyó perecer de hambre y no hace remilgos para rellenarse desaforadamente. Y en algunos instantes dejó limpio el plato y lo lamió para tirarlo luego vacío en absoluto. Entonces el barbero recogió el plato y se lo dio a unos tripulantes para ir después él a beber algo con el capitán, volviendo más tarde para pasar la noche al lado de Abu-Kir, que ya roncaba por todos los agujeros de su cuerpo, produciendo tanto estrépito como el agua al azotar el barco.
Al día siguiente y en los posteriores el barbero Abu-Sir siguió afeitando a los pasajeros y a los marineros, ganando víveres y provisiones, cenando por la noche con el capitán y sirviendo con toda generosidad a su compañero, quien, por su parte, se limitaba a dormir, sin despertarse más que para comer o hacer sus necesidades, y así durante veinte días de navegación, hasta que, por la mañana del vigésimo primer día, el navío entró en el puerto de una ciudad desconocida.
Entonces Abu-Kir y Abu-Sir bajaron a tierra y fueron a alquilar en un khan una vivienda pequeña, que se apresuró a amueblar el barbero con una estera nueva comprada en el zoco de los estereros, y dos mantas de lana. Tras de lo cual el barbero, no bien atendió a todas las necesidades del tintorero, que continuaba quejándose del mareo, le dejó dormido en el khan, y se fue por la ciudad, cargado con sus pertrechos, para ejercer su profesión por las esquinas, al aire libre, afeitando a mandaderos, a arrieros, a barrenderos, a vendedores ambulantes y hasta a mercaderes de bastante importancia, que fueron a él atraídos por su navaja experta. Y por la noche, volvió para poner los manjares a la vista de su compañero, al cual halló dormido y no consiguió despertarle más que haciéndole oler las emanaciones de las agujas de cordero. Y duró de tal forma aquel estado de cosas cuarenta días enteros, quejándose siempre Abu-Kir de un resto de mareo: y a diario, una vez a mediodía y otra vez al ponerse el sol, iba el barbero al khan para servir y dar de comer al tintorero con la ganancia que le proporcionaba el destino del día y su navaja; y el tintorero se tragaba panecillos, cohombros, cebollas frescas y agujas de kabab sin fatiga ninguna de su cuidado estómago; y en vano el barbero le encomiaba la belleza sin par de aquella ciudad desconocida y le invitaba a que le acompañase a dar un  paseo por los zocos o los jardines, pues Abu-Kir contestaba invariablemente: "¡Todavía tengo mareo en la cabeza!" y después de exhalar diversos regüeldos y soltar diversos cuescos de diversas calidades, se sumergía de nuevo en su pesado sueño.
Y el excelente y honrado barbero Abu-Sir no hacía el menor reproche a su desvergonzado compañero ni le importunaba con quejas o disputas.
Pero, al cabo de aquellos cuarenta días el pobre barbero cayó enfermo, y como no podía salir para dedicarse a su trabajo, rogó al portero del khan que cuidase a su compañero Abu-Kir y le comprara todo lo que necesitase. Pero algunos días después empeoró tan gravemente el estado del barbero, que el pobre perdió sus facultades y quedose inerte y como muerto.
Así es que, como ya no le alimentaban ni le compraban lo necesario, el tintorero acabó por sentir la cruel quemadura del hambre y se vio obligado a levantarse para buscar a derecha y a izquierda algo que echarse a la boca. Pero ya había limpiado toda la vivienda, y no encontró absolutamente nada que comer; entonces registró la ropa de su compañero, que yacía inerte en el suelo, encontró una bolsa con la ganancia del pobre acumulada moneda a moneda durante la travesía y en los cuarenta días de trabajo, se la guardó en el cinturón, y sin preocuparse de su compañero enfermo, como si no existiese, salió, cerrando tras de sí el picaporte de la puerta de su vivienda. Y como en aquel momento estaba ausente el portero del khan, nadie le vió salir ni le preguntó adónde iba.
Y he aquí que lo primero que hizo Abu-Kir fué correr a casa de un pastelero, donde se compró una bandeja entera de kenafa y otra de hojaldres escarchados; y encima se bebió un cántaro de sorbete de almizcle y otro de ámbar y azufaifas. Tras de lo cual...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y cuando llegó la 490ª noche

Ella dijo:
... Tras de lo cual se dirigió al zoco de los mercaderes y se compró hermosos vestidos y preseas hermosas, y suntuosamente ataviado empezó a pasearse despacio por las calles, distrayéndose y divirtiéndose con las cosas nuevas que a cada paso descubría en aquella ciudad sin par en el mundo, según creía él. Pero, entre otras cosas, le llamó la atención particularmente un hecho extraño. Notó, en efecto, que todos los habitantes, sin excepción, iban vestidos iguales, con telas de los mismos colores: no se veían más que azules y blancas y no otras. Hasta en las tiendas de los mercaderes no había más que telas blancas y telas azules, sin que las hubiese de otro color. En los establecimientos de los vendedores de perfumes tampoco había más que blanco y azul; y el kohl mismo era visiblemente azul. Los expendedores de sorbetes no tenían en las garrafas más que sorbetes blancos, sin que los tuviesen rojos, o rosados o violados. Y aquel descubrimiento le asombró en extremo. Pero donde su estupefacción llegó a los últimos límites, fue a la puerta de un tintorero; en las cubas del tintorero sólo vio, efectivamente, tinte azul índigo y ninguno otro más. Entonces, sin poder reprimir su curiosidad y su asombro, Abu-Kir entró en la tienda y sacó del bolsillo un pañuelo blanco, dándoselo al tintorero, y diciéndole: "¿Cuánto me llevarás ¡oh maestro de tu oficio! por teñirme este pañuelo? ¿Y de qué color le dejarás?" El maestro tintorero contestó: "¡Por teñirte ese pañuelo no te llevaré más que veinte dracmas!" Indignado ante demanda tan exorbitante, exclamó Abu-Kir: "¡Cómo! ¿pides veinte dracmas por teñirme este pañuelo, y lo vas a hacer de azul? ¡Pero en mi país no cuesta más que medio dracma!" El maestro tintorero contestó: "¡En ese caso, buen hombre, vuélvete a tu país para teñirlo! ¡Aquí no podemos hacerlo por menos de veinte dracmas, sin rebajar ni una moneda de cobre!"
Entonces repuso Abu-Kir: "¡Bueno! pero no quiero teñirlo de azul. ¡Es rojo como lo quiero!" El otro preguntó: "¿En qué lengua estás hablando? ¿Y qué entiendes por rojo? ¿Acaso hay tinte rojo?"
Abu-Kir dijo estupefacto: "¡Entonces de amarillo!" El otro contestó: "¡No conozco ese tinte!" Y Abu-Kir siguió enumerándole diversos colores de tintes, sin que el maestro tintorero comprendiese lo que le decía.
Y como le preguntase Abu-Kir si los demás tintoreros eran tan ignorantes como él, le contestó: "En esta ciudad hay cuarenta tintoreros que formamos una corporación inasequible para todos los demás habitantes, y nuestro arte se transmite de padres a hijos y solamente al morir uno de nosotros. ¡En cuanto a emplear otro tinte que el azul jamás pensamos en semejante cosa!"
Al oír estas palabras del tintorero, dijo Abu-Kir: "Has de saber ¡oh maestro en tu oficio! que también yo soy tintorero y sé teñir las telas no sólo de azul, sino de una infinidad de colores que ni siquiera sospechas. ¡Tómame, pues, a tu servicio, mediante un salario, y te enseñaré todos los detalles de mi arte, y entonces podrás gloriarte de tu saber ante toda la corporación de tintoreros!" El otro contestó: "¡No podemos aceptar extranjeros en nuestra corporación y en nuestro oficio!" Abu-Kir preguntó: "¿Y si yo abriera por mi cuenta una tintorería?" El otro contestó: "¡Tampoco podrás hacerlo!" Entonces no insistió más Abu-Kir, salió de la tienda y fue en busca de un segundo tintorero, luego de un tercero, y de un cuarto, y de todos los demás tintoreros de la ciudad, y todos le recibieron igual y le dieron las mismas respuestas, sin aceptarle ni como maestro ni como aprendiz. Y fue a exponer su queja al jeique síndico de la corporación, que le contestó: "Nada puedo hacer. Nuestra costumbre y nuestras tradiciones nos prohíben que admitamos entre nosotros un extranjero".
Ante semejante recibimiento de unánime repulsa por parte de todos los tintoreros, Abu-Kir sintió que se le hinchaba de furor el hígado, y fue a palacio y se presentó al rey de la ciudad, y le dijo: Oh rey del  tiempo! soy extranjero y ejerzo la profesión de tintorero, sé teñir de cuarenta colores diferentes las telas...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.


Y cuando llegó la 491ª noche

Ella dijo:
"... y sé teñir de cuarenta colores diferentes las telas. Y sin embargo, me ha sucedido tal y cual cosa con los tintoreros de esta ciudad, que no saben teñir más que de azul. No obstante, yo puedo dar a una tela los colores y matices más encantadores; el rojo en sus diversos tonos, como el rosa y el azufaifa; el verde en sus diversos tonos, como verde vegetal, verde alfónsigo, verde aceituna y verde ala de cotorra; el negro en sus diversos tonos, como negro carbón, negro de brea y negro azulado de kohl; el amarillo anaranjado: amarillo limón y amarillo de oro, ¡y otros muchos colores extraordinarios! ¡Ni más ni menos! ¡Y he aquí que, a pesar de todo, los tintoreros de acá no han querido admitirme ni como maestro ni como aprendiz a jornal!"
Al oír estas palabras de Abu-Kir y esta enumeración prodigiosa de colores de que nunca había oído hablar ni supuesto su existencia, el rey se maravilló y se estremeció, y exclamó: "¡Ya Alah, eso es admirable!"
Luego dijo a Abu-Kir: "Si es verdad lo que dices, ¡oh tintorero! y si verdaderamente puedes, merced a tu arte, regocijarnos la vista con tantos colores maravillosos, desecha toda preocupación y tranquilízate. Yo mismo voy a abrirte una tintorería y a darte un fuerte capital en dinero. ¡Y no tienes nada que temer de los de la corporación, pues si alguno de ellos, por desgracia, intentara molestarte, haría que le colgaran a la puerta de su tienda!"
Y al punto llamó a los arquitectos de palacio, y les dijo: "Acompañad a este maestro admirable, recorred con él toda la ciudad, y cuando haya encontrado un lugar de su gusto, sea tienda o khan, o casa jardín, echad de allí inmediatamente a su propietario, y construid a toda prisa en aquel emplazamiento una gran tintorería con cuarenta cubas de grandes dimensiones y otras cuarenta de dimensiones más pequeñas. Y obrad en todo conforme a las indicaciones de este gran maestro tintorero; observad puntualmente sus órdenes ¡y guardaos de desobedecerle en nada, ni siquiera con un gesto!" Luego el rey regaló a Abu-Kir un hermoso ropón de honor y una bolsa con mil dinares, diciéndole: "¡Diviértete con este dinero en tanto está lista la nueva tintorería!" Y le regaló, además, dos mozos jóvenes para su servicio y un maravilloso caballo enjaezado con una hermosa silla de terciopelo azul y una gualdrapa de seda del mismo color. Además, puso a su disposición, para que la habitara, una casa ricamente amueblada bajo su dirección y servida por gran número de esclavos.
¡Así es que Abu-Kir, vestido de brocado a la sazón y montado en un hermoso caballo aparecía brillante y majestuoso como un emir hijo de emir! Y al día siguiente, montado siempre en su caballo y precedido por dos arquitectos y por los dos mozos jóvenes, que hacían separarse a la multitud al pasar él, no dejó de recorrer las calles y los zocos en busca de un lugar donde levantar su tintorería. Y acabó por elegir una inmensa tienda abovedada, que estaba situada en medio del zoco, y dijo: "¡Este sitio es excelente!" Al punto los arquitectos y los mozos echaron al propietario, y comenzaron en seguida a demoler por un lado y a edificar por otro, y tanto celo pusieron en el cumplimiento de su tarea a las órdenes de Abu-Kir, que les decía desde su caballo: "¡Haced aquí tal y cual cosa, y allá tal y cual otra!", que en muy poco tiempo terminaron la construcción de una tintorería que no tenía igual en ningún lugar de la tierra.
Entonces hizo el rey que le llamaran, y le dijo: "Ahora hay que poner en movimiento la tintorería; pero sin dinero nada puede ponerse en movimiento. He aquí, pues, para empezar, cinco mil dinares de oro como primeros fondos". Y Abu-Kir cogió los cinco mil dinares, guardándolos cuidadosamente en su casa, y con algunos dracmas -pues los ingredientes necesarios estaban muy baratos y no tenían salida-compró en casa de un droguero todos los colores que estaban apilados en sacos intactos todavía, y los hizo transportar a su tintorería, donde los preparó y los disolvió diestramente en las cubas grandes y pequeñas...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.


Y cuando llegó la 492ª noche

Ella dijo:
"... y los disolvió diestramente en las cubas grandes y pequeñas. Entretanto, le envió el rey quinientas piezas de telas blancas de seda, de lana y de lino, para que las tiñese con arreglo a su arte. Abu-Kir las tiñó de diferentes maneras, dándoles a unas colores puros de toda mezcla y a otras colores compuestos, de modo que no hubo ni una sola tela que se pareciese a otra; luego, para secarlas, tendió en cuerdas que partían de su tienda e iban de un extremo a otro de la calle; y al secarse, se acentuaban maravillosamente los matices de las telas coloreadas y ofrecían al sol un espectáculo espléndido.
Cuando los habitantes de la ciudad vieron cosa tan nueva para ellos, quedaron pasmados; y los mercaderes cerraron sus tiendas para acudir a ver mejor aquello, y las mujeres y los niños prorrumpían en gritos de admiración, y preguntaban a Abu-Kir unos y otros: "¡Oh maestro tintorero! ¿cómo se llama este color?" Y les contestaba él: "¡Ese es rojo granate! ¡éste es verde de aceite! ¡éste es amarillo toronja!" Y les nombraba todos los colores en medio de exclamaciones y de brazos alzados en señal de una admiración sin límites.
Pero de pronto el rey, a quien habían advertido que las telas estaban ya teñidas, se presentó en medio del zoco a caballo, precedido de sus espoliques, que le abrían paso entre la muchedumbre, y seguido por su escolta de honor. Y a la vista de tantos colores cambiantes como ofrecían las telas a impulso de la brisa que las hacía ondular en el aire incandescente, quedó entusiasmado hasta el límite del entusiasmo, y permaneció largo tiempo inmóvil, sin respirar y con los ojos en blanco.
Y hasta los caballos, lejos de espantarse de aquel espectáculo inusitado, se mostraron sensibles a la fascinación de colores tan hermosos, y así como otras veces caracolean al son de flautas y clarinetes, se pusieron a bailar por su parte, embriagados con toda aquella gloria que rasgaba el aire y estallaba al viento.
En cuanto al rey, sin saber cómo honrar al tintorero, hizo apearse del caballo a su gran visir para que Abu-Kir montara en su lugar, manteniéndole a su derecha, y habiendo hecho recoger las telas, emprendió el camino de palacio, donde colmó a Abu-Kir de oro, de presentes y de privilegios. Hizo luego que con las telas coloreadas cortasen trajes para él, para sus mujeres y para los notables del palacio, y que dieran otras mil piezas a Abu-Kir con objeto de que las tiñese tan maravillosamente; de modo que, al cabo de cierto tiempo, todos los emires primero, y después todos los funcionarios, tuvieron trajes de colores. Y afluyeron los pedidos en cantidad tan considerable a casa de Abu-Kir, que fue nombrado tintorero real y que no tardó en ser el hombre más rico de la ciudad; y los demás tintoreros, con el jefe de la corporación a la cabeza, fueron a darle excusas por su conducta anterior y le rogaron que los empleara en su casa en calidad de aprendices sin salario. Pero él no admitió sus excusas y les despidió humillantemente. Y ya no se veían por calles y zocos más que gentes vestidas con telas multicolores y fastuosas que había teñido Abu-Kir, el tintorero del rey.
¡Y esto por lo que a él se refiere!
¡Pero he aquí lo referente a Abu-Sir, el barbero...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Pero cuando llegó la 493ª noche

Ella dijo:
¡... Pero he aquí lo referente a Abu-Sir, el barbero!
Despojado y robado por el tintorero, que se marchó después de encerrarle en la vivienda, permaneció tendido medio muerto durante tres días, al cabo de los cuales el portero del khan acabó por asombrarse de no ver salir a ninguno de los dos; y se dijo: "¡Acaso se hayan ido sin pagarme el importe del alquiler de la vivienda! ¡Quizás hayan muerto! ¡0 quién sabe si tal vez ocurrirá otra cosa!" Y se dirigió a la puerta de la vivienda, y encontró la llave de madera en el picaporte, que estaba cerrado con los dos pestillos; y oyó como un débil gemido dentro. Abrió entonces la puerta y entró, y vió al barbero acostado en la estera, amarillo y cambiadísimo; y le preguntó: "¿Qué tienes, hermano mío, para quejarte de ese modo? ¿Y qué ha sido de tu compañero?"
El pobre barbero contestó con voz muy débil: "¡Sólo lo sabe Alah! Hasta hoy estuve sin abrir los ojos. ¡No se desde cuándo estoy aquí! Pero tengo sed, y te ruego ¡oh hermano mío! que cojas la bolsa que cuelga de mi cinturón y vayas a comprarme algo para poder sostenerme".
El portero dió vueltas y más vueltas al cinturón; pero como no encontraba allí ningún dinero, comprendió que lo había robado el otro compañero, y dijo al barbero: "¡No te preocupes por nada!, ¡oh pobre! ¡Alah remunerará a cada cual con arreglo a sus obras! ¡Voy a ocuparme de ti y a cuidarte con mis ojos!" Y se apresuró a prepararle una escudilla llena de sopa, y se la llevó. Y le ayudó a tomarla, y le envolvió en una manta de lana, y le hizo sudar. Y se condujo así durante dos meses, sufragando todos los gastos del barbero, de modo que al cabo de este tiempo Alah otorgó la curación ayudado por él. Y Abu-Sir pudo entonces levantarse, y dijo al buen portero: "Si alguna vez me da poder para ello el Altísimo, sabré indemnizarte de cuanto gastaste en mí y agradecerte tus cuidados y bondades. Pero sólo Alah es capaz de remunerarte justamente con arreglo a tus méritos, ¡oh hijo predilecto!"
El viejo portero del khan le contestó: "¡Loor a Alah por tu curación, hermano mío! ¡Yo no obré contigo como obré más que por deseo del rostro de Alah el Generoso! Luego el barbero quiso besarle la mano; pero el otro se negó a ello protestando; y se despidieron invocando cada uno sobre otro todas las bendiciones de Alah.
Salió, pues, del khan el barbero, cargado con sus pertrechos usuales, y empezó a recorrer los zocos. Pero aquel día le esperaba su destino, que hubo de conducirle precisamente ante la tintorería de Abu-Kir, donde vió una enorme muchedumbre contemplando las telas coloreadas que estaban tendidas en cuerdas por delante de la tienda y maravillándose y lanzando tumultuosas exclamaciones. Y preguntó a un espectador: "¿De quién es esa tintorería? ¿Y a qué obedece ese tumulto?" El hombre a quien hubo de preguntar, le contestó: "¡Es la tienda de Abu-Kir, el tintorero del sultán! ¡Él es quien tiñe las telas con esos colores admirables, valiéndose de procedimientos extraordinarios! ¡Es un gran sabio en el arte de la tintorería!"
Al oír estas palabras Abu-Sir se regocijó con toda el alma por la suerte de su compañero, y pensó: "¡Loor a Alah, que le ha abierto las puertas de las riquezas! ¡Te equivocabas ¡ya Abu-Sir! al pensar mal de tu antiguo compañero! ¡Si te abandonó y te olvidó, fué porque estaba muy ocupado en su trabajo! ¡Y si te cogió la bolsa, fué porque no tenía entre las manos nada con qué comprar colores! ¡Pero ahora verás cómo, en cuanto te haya reconocido, te recibe con cordialidad, acordándose de los servicios que le prestaste otras veces y del bien que le hiciste cuando estaba apurado! ¡Cómo se va a alegrar de verte!
Luego el barbero consiguió abrirse paso entre la muchedumbre y llegar a la puerta de la tintorería. Y miró al interior. Y vió a Abu-Kir tendido perezosamente en un diván alto, apoyándose en un montón de  almohadones y con el brazo derecho encima de un cojín, y vestido con un traje parecido a los trajes de los reyes, y había delante de él cuatro jóvenes esclavos negros y cuatro jóvenes esclavos blancos ataviados suntuosamente; y de aquella manera, hubo de aparecérsele tan majestuoso como un visir y tan grande como un sultán. Y vió a los obreros, en número de diez, poniendo mano a la obra y ejecutando las órdenes que les daba su amo sólo por señas.
Entonces Abu-Sir avanzó un paso y se detuvo precisamente delante de Abu-Kir, pensando: "¡Esperaré a que pose sobre mí sus ojos para hacerle mi zalema! ¡Quién sabe si me saludará él primero y se arrojará a mi cuello para besarme y condolerse por mi enfermedad y consolarme!"
"... Pero, apenas se encontraron sus ojos y una mirada se cruzó con otra...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Y cuando llegó la 494ª noche

Ella dijo:
"... Pero, apenas se encontraron sus ojos y una mirada se cruzó con otra, dió un salto el tintorero, exclamando: "¡Ah, malvado ladrón, cuántas veces te tengo prohibido que te pares delante de mi tienda! ¿Es que quieres mi ruina y mi deshonra? ¡Hola, vosotros! ¡Detenedle y apoderaos de él!
De modo que los esclavos blancos y los negros se precipitaron sobre el pobre barbero y le derribaron y le pisotearon; y hasta el propio tintorero se levantó, cogió un palo largo, y dijo: "¡Echadle de bruces!" Y le asestó doscientos palos en la espalda. Luego dijo: "¡Oh miserable harapiento! ¡Oh traidor! Como otro día vuelva a verte delante de mi tienda, te mandaré a presencia del rey, que te arrancará la piel y te empalará a la puerta de palacio! ¡Vete! ¡Que Alah te maldiga! ¡Oh rostro de pez!" Entonces el pobre barbero muy humillado y dolorido por aquel trato, y con el corazón roto y el alma encogida, se alejó de allí a rastras y emprendió el camino del khan, llorando en silencio y perseguido por la rechifla de la muchedumbre amotinada contra él y por las maldiciones de los admiradores de Abu-Kir el tintorero.
Cuando llegó a su vivienda, se echó encima de la estera cuan largo era y se puso a reflexionar sobre lo que acababa de hacerle sufrir Abu-Kir; y se pasó toda la noche sin poder pegar los ojos de tan desgraciado y dolorido como se sentía. Pero por la mañana, frías ya las señales de los golpes, pudo lavarse y salir con intención de tomar un baño en el hammam para acabar de descansar y lavarse el cuerpo después de tanto tiempo como estuvo sin hacer sus abluciones durante la enfermedad. Preguntó, pues, a un transeúnte: "Hermano mío, ¿cuál es el camino del hammam?" El hombre contestó: "¿El hammam? ¿Qué es eso de hammam?" Abu-Sir dijo: "¡Pues el sitio donde va la gente a lavarse y a quitarse la suciedad y los filamentos que se forman en el cuerpo! ¡Es el lugar más delicioso del mundo!"
El hombre contestó: "¡Échate, entonces, al mar! ¡Allí es donde nos bañamos!" Abu-Sir dijo: "¡Pero si lo que deseo es un baño en el hammam!" El otro contestó: "No sabemos lo que quieres decir con eso de hammam. Nosotros, cuando queremos tomar un baño, nos vamos al mar; y hasta el rey, cuando quiere lavarse, hace como nosotros: se va a tomar un baño de mar".
Cuando Abu-Sir enterose de que el hammam era desconocido por los habitantes de aquella ciudad y se convenció de que ignoraban la costumbre de los baños calientes y las operaciones del masaje, limpieza de filamentos y depilación, se dirigió al palacio del rey y pidió audiencia, siéndole concedida. Se presentó, pues, al rey, y después de besar la tierra entre sus manos e invocar sobre él las bendiciones, le dijo: "¡Oh, rey del tiempo! soy extranjero y barbero de profesión. Sé también ejercer otros oficios, especialmente el de estufista del hammam y masajista, aunque en mi país cada una de estas profesiones la ejerce un hombre distinto, que en toda su vida no hace otra cosa. Y hoy quise ir al hammam en tu ciudad, ¡pero nadie supo indicarme el camino, y nadie comprendió lo que significaba la palabra hammam! ¡Por cierto que es muy asombroso que una ciudad tan hermosa como la tuya carezca de hammams, cuando nada en el mundo hay tan excelente para embellecer y hacer las delicias de una ciudad! ¡En verdad ¡oh rey del tiempo! que el hammam es un paraíso de la tierra!" Al oír estas palabras, quedose el rey extremadamente asombrado, y preguntó: "¿Podrás, entonces, explicarme qué es ese hammam de que me hablas? Porque no he oído hablar de él nunca". Entonces dijo Abu-Sir: "¡Has de saber ¡oh rey! que el hammam es un edificio construido de tal y cual manera, y se baña uno en él de tal y cual modo, y se experimentan allí tales y cuáles cosas!"
Y enumeró al detalle las cualidades, las ventajas y los placeres de un hammam bien acondicionado. Luego añadió: "¡Pero me saldrían pelos en la lengua antes de poder darte una idea exacta de lo que es un hammam y de sus goces! ¡Hay que experimentarlo para comprenderlo! ¡Y no será tu ciudad una ciudad verdaderamente perfecta hasta el día en que tenga un hammam!"
Al oír estas palabras de Abu-Sir, el rey se dilató de entusiasmo y se esponjó, y exclamó: "Bienvenido seas a mi ciudad, ¡oh hijo de gentes de bien...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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domingo, julio 14, 2024

31 P3 Historia de Juder el pescador o el saco encantado - tercera de tres partes

Hace parte de 

31 Historia de Juder el pescador o el saco encantado (de la noche 465 a la 487)




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Pero cuando llegó la 481ª noche

Ella dijo:
"¡... Sean con vosotros todas las zalemas, ¡oh hermanos míos! ¿No me reconocéis ya y me habéis olvidado?" Bajaron ellos la cabeza y se echaron a llorar en silencio, entonces les dijo Juder: "¡No lloréis! ¡Porque fueron Satán y la codicia los que hubieron de obligaros a obrar cual obrasteis! ¿Mas cómo pudisteis decidiros a venderme? ¡Pero no lloréis! ¡Si para mi es un consuelo pensar que me parezco en eso a José, hijo de Jacob, a quien también vendieron sus hermanos! ¡No obstante, los hermanos de José se portaron con él peor que vosotros conmigo, pues además le arrojaron al fondo de una cisterna! ¡Limitaos a pedir perdón a Alah, arrepintiéndoos, y os perdonará (porque es el Clemente Ilimitado y el Gran Perdonador) como yo os perdono!
¡Sea con vosotros la bienvenida! ¡Y estad en adelante tranquilos, sin ningún temor y sin ningún encogimiento! Y siguió consolándolos y reconfortándolos hasta que hubo colmado sus corazones; luego empezó a contarles todos los sinsabores y sufrimientos que soportó hasta encontrar en la Meca al jeique Abd Al-Samad. Y también les enseñó el anillo mágico.
Entonces le contestaron ellos: "¡Oh hermano nuestro, perdónanos por esta vez! ¡Si volviéramos a reincidir, haz con nosotros lo que te parezca!”
Juder repuso: "¡No os apenéis ni os preocupéis por eso ya! ¡Y daos prisa a contarme lo que os hizo el rey!" Ellos dijeron: "¡Hizo que nos apalearan, y nos amenazó con algo peor; luego acabó por quitarnos los dos sacos!"
Juder dijo: "¡Ahora va a ver él!" Y frotó el engarce del anillo; y al punto apareció el efrit Trueno-Penetrante.
Al verle, quedaron espantados ambos hermanos, y creyeron de corazón que no le había llamado Juder más que para que los matara. Y se precipitaron en el aposento de su madre, gritando: "¡Oh madre nuestra, nos ponemos bajo tu generosa protección! ¡Oh madre nuestra intercede por nosotros!"
Ella contestó: "¡Oh hijos míos, no tengáis miedo!"
Entretanto, Juder había dicho a Trueno: "¡Te ordeno que me traigas todas las joyas y cosas preciosas que hay en los armarios del rey, sin dejar nada, y trayéndome al mismo tiempo el saco encantado el saco de las cosas preciosas que fueron sustraídos a mis hermanos!" Y contestó el genni del anillo: "¡Escucho y obedezco!" Y al instante fue a ejecutar la orden y volvió para poner entre las manos de Juder los dos sacos intactos y los tesoros del rey, diciendo: "¡Ya sidi! ¡no he dejado nada en los armarios!"
Entonces Juder entregó a su madre el saco de las cosas preciosas y los tesoros del rey, recomendándole que los guardara bien, y colocó ante sí el saco encantado. Luego dijo al genni del anillo: "Te ordeno que esta misma noche me construyas un palacio alto y espléndido, decorándolo con oro y tapizándolo y amueblándole suntuosamente. Y quiero que al despuntar el día esté terminado todo!"
Y el genni del anillo, Trueno-Penetrante, contestó: "¡Se cumplirá tu voluntad!" Y desapareció en el seno de la tierra, mientras Juder sacaba del saco encantado manjares deliciosos que se puso a comer con su madre y sus hermanos en el límite del contento, durmiéndose luego hasta por la mañana.
En cuanto al genni del anillo, congregó al punto a sus compañeros los efrits subterráneos, escogiendo a los más hábiles en albañilería; y pusieron todos manos a la obra. Y unos tallaron piedras, otros edificaron, revocaron otros las paredes, esculpieron y grabaron otros, y otros, en fin, tapizaron y amueblaron las salas, de modo que al despuntar el día estaba el palacio enteramente terminado y decorado. Entonces se presentó el genni del anillo a Juder en cuanto se despertó éste, y le dijo: "¡Ya sidi! ¡el palacio está concluido! ¿Quieres venir a verlo y examinarlo?" Entonces se levantó Juder y salió en compañía de su madre y de sus hermanos; y examinaron el palacio todos juntos y vieron que no tenía igual de tanto como confundía la razón con la belleza de su arquitectura y de su feliz emplazamiento.
Y encantado quedó Juder al mirar su fachada imponente en verdad, y se maravilló pensando que no le había costado nada todo aquello. Y se encaró con su madre, y le preguntó: "¿Quieres habitar en este palacio?" Ella contestó: "¡Vaya si quiero!" E hizo votos por él e invocó sobre su cabeza las bendiciones de Alah. Entonces Juder frotó el anillo talismánico y dijo al genni, que apareció al punto: "¡Té ordeno que me traigas al instante cuarenta esclavas jóvenes, blancas y muy hermosas; cuarenta negras jóvenes y bien formadas; cuarenta criados jóvenes y cuarenta negros!"
El genni contestó: "¡Todo es ya tuyo!" Y con cuarenta de sus compañeros voló a las comarcas de la India, de Sindh y de Persia; y se llevaron a toda joven a quien encontraron completamente hermosa y a todo joven completamente hermoso. Y reunieron así cuarenta de cada especie, tras de lo cual escogieron cuarenta negras hermosas y cuarenta negros hermosos, y los transportaron ante Juder, que los encontró de su gusto a todos, y dijo: "¡Ahora hay que dar a cada uno y a cada una un traje de lo mejor...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.



Pero cuando llegó la 482ª noche

Ella dijo:
"¡...dar a cada uno y a cada una un traje de lo mejor!" El genni contestó: "¡Helo aquí!" Juder dijo: "¡Hay que traer, además, un traje para mi madre y otro traje para mí!" Y Trueno lo llevó todo, y él mismo vistió a las jóvenes esclavas blancas y negras, diciéndoles: "¡Id ahora a besar la mano de vuestra ama, madre de vuestro amo! ¡Y cumplid bien las órdenes que os dé, y seguidla con los ojos, ¡oh blancas y negras!" Luego fue también el genni Trueno a vestir a los jóvenes y a los negros, y les mandó besar la mano de Juder. Después vistió a Salem y Salim con especial cuidado. Y cuando estuvo vestido todo el mundo, Juder parecía verdaderamente un rey y visires sus hermanos.
Como el palacio era muy grande, Juder hizo habitar en uno de los lados del edificio a su hermano Salem y a sus servidores y mujeres, y en el otro a su hermano Salim con sus servidores y mujeres. En cuanto a él, habitó con su madre en el centro del palacio. Y cada uno tenía sus aposentos como un sultán. ¡Y esto respecto de ellos!
¡Pero volvamos al rey!
Cuando el tesorero mayor fue por la mañana a coger del armario del tesoro algunos objetos que necesitaba para el rey, lo abrió, y se encontró con que no había nada.
Y a fe que podría aplicarse a aquel armario este dicho del poeta:
¡Este viejo tronco de árbol era opulento y hermoso con su colmena de abejas sonoras y sus chorros de miel dorada; pero cuando le abandonó el enjambre de abejas y desapareció la colmena, ya no fue más que un hueco vacío!
Y al ver aquello, el tesorero mayor lanzó un grito estridente y cayó sin conocimiento. Y cuando volvió en sí, se precipitó fuera de la estancia del tesoro, y con los brazos en alto corrió en busca del rey Schams Al-Daula, al cual dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡vengo a informarte que esta noche dejaron vacío el tesoro!"
Y exclamó el rey: "¡Oh miserable! ¿qué hiciste de las riquezas que contenía el tesoro?" El otro contestó: "¡Nada, por Alah! ¡Y ni sé qué ha sido de ellas ni cómo se ha vaciado el tesoro! ¡Ayer por la noche, sin ir más lejos, revisé el tesoro, como de costumbre, y lo encontré lleno; y fui allí esta mañana y me lo encuentro vacío, sin nada! ¡No obstante, las puertas están sin forzar, y las he hallado cerradas y sin huellas de perforación o fractura, con los candados intactos y las cerraduras también cerradas! ¡No es, pues, un ladrón quien dejó vacío el tesoro!"
El rey preguntó: "¿Y han desaparecido asimismo los dos sacos?" El otro contestó: "¡Sí!"
Al oír estas palabras, la razón huyó de la cabeza del rey, que irguiose sobre sus pies, y gritó al tesorero mayor: "¡Echa a andar delante de mí!"
Y el tesorero se dirigió al tesoro; y el rey le siguió y llegó al tesoro, encontrándolo, en efecto, completamente vacío por dentro e intacto por fuera; y hubo de quedar estupefacto y aniquilado el rey, y  dijo: "¡He aquí que robaron mi tesoro sin temor a mi poder y a mi cólera!"
Y se enojó con mucho enojo y al instante fue a reunir su diwán; y los emires y notables de la corte entraron en el diwán, y cada cual se preguntaba con espanto si no sería él causa del enojo del rey. Pero el rey les dijo: "¡Oh vosotros todos! ¡Sabed que mi tesoro fué saqueado esta noche; e ignoro quién cometió esta acción, infligiéndome tal afrenta y ultrajándome con tamaño ultraje, sin temer mi cólera!"
Y preguntaron todos: "Pero, ¿cómo ha sido?" El rey contestó: "¡No tenéis más que interrogar al tesorero mayor, que está ahí presente!" Y le interrogaron, y les dijo él: "¡Ayer mismo el tesoro estaba lleno, y lo he visitado y lo encontré vacío, sin nada, y por fuera no hay en la puerta perforación ni fractura!" Y se quedaron todos prodigiosamente asombrados; y sin saber qué contestar, bajaron la cabeza ante las miradas fulgurantes del rey y guardaron silencio
Pero en aquel mismo momento entró el alguacil que había denunciado la otra vez a vez a Salem y a Salim, y dijo:
"¡Oh rey del tiempo, me han tenido sin dormir toda la noche las cosas extraordinarias que he visto!" Y preguntó el rey: "¿Pues qué viste?"
El otro dijo: "Sabrás ¡oh rey del tiempo! que me pasé toda la noche distraído y agradablemente divertido con mirar a unos albañiles que se disponían a edificar trabajando con martillo, llanas y todas las demás herramientas. Y al despuntar el día he visto en aquel paraje un magnífico palacio enteramente acabado y que no tiene igual en el mundo. He pedido entonces detalles, y me los han dado, diciendo: "¡Es que Jader, hijo de Omar, ha vuelto de viaje y construyó este palacio! ¡Trajo consigo numerosos esclavos y muchos criados jóvenes! ¡Y viene cargado de riquezas y colmado de dinero! ¡Y libertó del calabozo a sus hermanos! ¡Y ahora está sentado en su palacio como un sultán!"
Al oír estas palabras del kawas, dijo el rey: "¡Qué vayan en seguida a ver el calabozo!" Y fueron a ver el calabozo y volvieron para anunciar al rey que Salem y Salim no estaban allí ya. Entonces el rey exclamó: "¡Ya di con el ladrón! ¡Quien sacó de la cárcel a Salem y a Salim tiene que ser el mismo que robó mi tesoro!"
Y preguntó el gran visir: "¿Pero quién es?" El rey contestó: "¡Juder, el hermano de los presos! ¡Y también es él quien robó los dos sacos!
Pero ¡oh visir mío! al instante vas a enviar contra todos esos individuos a un emir con cincuenta guerreros que los capturarán, y después de sellarles todos sus bienes, me los traerás aquí a ellos para que yo los cuelgue ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.


Y cuando llegó la 483ª noche

Ella dijo:
"... me los traerás aquí a ellos para que yo los cuelgue". Y aumentó su enojo. y exclamó: "¡Sí, que vayan a buscarlos enseguida, porque quiero matarlos!” : El gran Visir contestó: "¡Oh rey, sé clemente e indulgente, porque clemente es Alah y no se apresura a castigar a su esclavo rebelde y caído en falta! ¡Y además, el hombre que ha podido levantar un palacio en el transcurso de una noche, no tendrá, en verdad, nada que temer de nadie en el mundo! ¡En cambio, tengo miedo por el emir que envíes y temo que se encolerice Juder con él! ¡Paciencia, pues, hasta que dé yo con un medio de que llegues a conocer la verdad sobre el asunto, y sólo entonces podrás realizar sin inconveniente lo que resolviste realizar!"
Y contestó el rey: "Entonces, ¡oh visir mío! dime lo que tengo que hacer". El visir dijo: "Manda que vaya un emir para invitarle a que venga a palacio. ¡Y ya encontraré a la sazón un modo de capturarle; le fingiré mucha amistad y le preguntaré hábilmente acerca de lo que hace y de lo que no hace! ¡Y veremos entonces! Si es verdaderamente grande su poder, le capturaremos con astucia; pero si su poder es débil, le capturaremos a la fuerza; y te lo entregaremos. ¡Y harás con él lo que quieras!"
Dijo el rey: "¡Que se le invite!" Y el gran visir dio orden a un emir llamado el emir Othmán que fuera en busca de Juder y le invitara, diciéndole: "¡El rey desea verte entre sus huéspedes de hoy!" Y añadió el propio rey: "¡Y no dejes de venir con él!"
Y he aquí que el tal emir Othmán era un hombre estúpido, orgulloso e infatuado. Al llegar a la puerta del palacio vio a un eunuco sentado sobre el umbral en una hermosa silla de bambú. Y avanzó a él; pero el eunuco no se levantó ni se preocupó por el emir lo más mínimo, como si no le viera. ¡Y sin embargo, el emir Othmán era muy visible, y llevaba consigo cincuenta hombres muy visibles! Se acercó, a pesar de todo, y le preguntó: "¡Oh esclavo! ¿dónde está tu amo?" El esclavo contestó: "¡En el palacio!", sin volver siquiera la cabeza ni salir de su actitud indiferente y de su postura indolente.
Entonces sintiose muy enfurecido el emir Othmán y le gritó: "¡Oh calamitoso eunuco de pez! ¿No te da vergüenza permanecer, mientras hablo yo, tendido en postura indolente como un holgazán cualquiera?"
El eunuco contestó: "¡Vete ya! ¡Y no repliques ni una palabra más!" Al oír aquello, el emir Othmán llegó al límite de la indignación, y blandiendo su maza, quiso pegar con ella al eunuco. Pero ignoraba que el tal eunuco no era otro que Trueno-Penetrante, el efrit del anillo, a quien Juder había encargado que actuase de portero del palacio. Así es que cuando el presunto eunuco vio el movimiento del emir Othmán, se levantó, mirándole sólo con un ojo y manteniendo cerrado el otro ojo, le sopló en la cara, y bastó aquel soplo para tirarle al suelo. Luego le quitó de las manos la maza y sin más ni más, le asestó cuatro mazasos.
Al ver aquello, se indignaron los cincuenta soldados del emir, y no pudiendo soportar la afrenta infligida a su jefe, sacaron sus alfanjes y se precipitaron sobre el eunuco para exterminarle. Pero el eunuco sonrió con calma, y les dijo: "¡Ah! ¿sacáis vuestros alfanjes, ¡oh perros!? ¡Pues esperad un poco!" Y cogió a algunos y les hundió en el vientre sus propios alfanjes y los ahogó en su propia sangre! Y siguió diezmándolos de tal manera que los que quedaron huyeron poseídos de espanto con el emir a la cabeza, y no pararon hasta llegar a la presencia del rey, en tanto que Trueno volvía a tomar en la silla su postura indolente.
Cuando el rey se enteró por el emir Othmán de lo que acababa de suceder, llegó al límite del furor, y dijo: "¡Que vayan contra ese eunuco cien guerreros!" Y llegados que fueron los cien guerreros a la puerta del palacio, el eunuco los recibió a mazazos, zurrándolos y poniéndolos en fuga en un abrir y cerrar de ojos. Y volvieron a decir al rey: "¡Nos ha dispersado y aterrado!" Y el rey dijo: "¡Que vayan doscientos!" Y salieron doscientos, y fueron destrozados por el eunuco. Entonces gritó el rey a su gran visir: "¡Tú mismo irás ahora con quinientos guerreros para traérmele al instante! ¡Y también me traerás a su amo Juder con sus dos hermanos!" Pero contestó el gran visir: "¡Oh rey del tiempo, prefiero no llevar conmigo guerrero ninguno e ir en su busca completamente solo y sin armas!"
El rey dijo: "¡Ve, y haz lo que te parezca mejor!"
Entonces arrojó el gran visir de sí sus armas y se vistió con un largo ropón blanco; luego se puso en la mano un rosario muy grande, y se encaminó con lentitud a la puerta del palacio de Juder, pasando las cuentas del rosario. Y vio sentado en la silla al eunuco consabido, y se le acercó sonriendo, se sentó en el suelo frente a él con mucha cortesía, y le dijo: "¡La zalema sea con vos!" El otro contestó: "¡Sea contigo la zalema, oh ser humano! ¿Qué deseas?" Cuando el gran visir hubo oído lo de "ser humano", comprendió que el eunuco era un genni entre los genn, y tembló de espanto. Luego le preguntó humildemente: "¿Está tu amo, el señor Juder?" El otro contestó: "¡Sí, está en el palacio!" El visir añadió: "¡Ya sidi! te ruego que vayas a buscarle y a decirle: "¡Ya sidi! el rey Schams Al-Daula te invita a que te presentes a él, pues da un festín en tu honor. ¡Y él mismo te transmite la zalema y te ruega que honres su morada aceptando su hospitalidad!"
Trueno contestó: "¡Espérame aquí mientras voy a pedirle; su beneplácito...!
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente


Y cuando llegó la 484ª noche

Ella dijo:
"¡... Espérame aquí mientras voy a pedirle su beneplácito!" Y el gran visir se puso a esperar en una actitud muy cortés, en tanto que el mared iba en busca de Juder, al cual dijo: "Has de saber, ¡ya sidi! que el rey envió por ti primero a un emir muy presuntuoso, a quien he agredido, y luego a doscientos, a quienes deshice y puse en fuga. ¡Entonces ha enviado a su gran visir sin armas y vestido de blanco para  invitarte a que comas manjares de su hospitalidad! ¿Qué te parece?"
Juder contestó: "¡Tráeme aquí al gran visir!" Y bajó Trueno a decirle: "¡Oh visir, ven a hablar con mi amo!" El visir contestó: "¡Sobre la cabeza!" Y subió al palacio, y entró en la sala de recepción, donde vio a Juder, más imponente que los reyes, sentado en un trono como no podría poseerlo ningún sultán, con un tapiz de lo más espléndido extendido a sus pies. Y quedó estupefacto, y permaneció pasmado, y  absorto, y deslumbrado por la belleza del palacio, por sus adornos, por su decorado, por sus esculturas y por sus muebles; y vio que en comparación era él menos que un mendigo junto a cosas tan hermosas y frente al dueño de aquel recinto. Así es que se inclinó y besó la tierra entre las manos de Juder e hizo votos por su prosperidad. Y Juder le preguntó: "¿Qué tienes que pedirme, ¡oh visir!?"
El visir contestó: "¡Oh mi señor, tu amigo el rey Schams Al-Daula te transmite la zalema! ¡Y desea ardientemente alegrarse los ojos con tu cara; y a tal objeto da un festín en tu honor! ¿Querrás aceptarlo por complacerle?" Juder contestó: "¡Desde el momento en que es mi amigo, ve a transmitirle mi zalema, y dile que venga antes él mismo a mi casa!"
Dijo el visir: "¡Sobre la cabeza!" Entonces Juder frotó el engarce del anillo; y cuando apareció Trueno, le dijo: "¡Tráeme un ropón de lo más hermoso!" Y cuando Trueno le llevó el ropón, Juder dijo al visir: "¡Es para ti, oh visir! ¡Póntelo!" Y cuando el visir se puso el ropón, Juder le dijo: "¡Vé a decir al rey lo que oíste y viste!" Y el visir salió llevando aquel traje tan magnífico, que nadie lo llevó semejante, y fue en busca del rey, le puso al corriente de la posición de Juder, le hizo una admirable descripción del palacio y de lo que contenía, y le dijo: "¡Juder te invita!"
Dijo el rey: "¡Vamos, oh soldados!" Y se irguieron todos sobre sus pies, y el rey les dijo: "¡Montad en vuestros caballos! ¡Y que me traigan mi corcel de guerra para ir a ver a Juder!" Luego montó a caballo, y seguido por sus guardias y soldados, se dirigió al palacio de Juder.
Cuando Juder vio desde lejos llegar al rey con su séquito, dijo al efrit del anillo: "Deseo que me traigas a tus compañeros los efrits para que, con aspecto de seres humanos, formen el paso del rey en el patio principal del palacio. Y como el rey advertirá su número y calidad, quedará aterrado y espantado, y se estremecerá su corazón. ¡Y comprenderá entonces para su bien que mi poder supera al suyo!" Y al instante el efrit Trueno convocó e hizo aparecer a doscientos efrits con aspecto de guardias armados y de estatura enorme. Y entró el rey en el patio y pasó por entre las dos filas de soldados; y al ver su aspecto terrible, sintió estremecérsele el corazón. Luego subió al palacio y entró en la sala donde se hallaba Juder; y le encontró sentado de una manera y con una apostura que no tuvo nunca verdaderamente ningún rey ni sultán. Y le hizo la zalema, y se inclinó entre sus manos, y formuló sus votos, sin que Juder se levantase en honor suyo o le guardara consideraciones o le invitara a sentarse. Por el contrario, le tuvo de pie para hacerse valer, así, de modo que el rey perdió por completo la serenidad, y ya no supo si debía permanecer allí o marcharse.
Y al cabo de cierto tiempo, le dijo Juder por fin: "¿Te parece, en verdad, manera de conducirse el oprimir, como lo has hecho, a personas indefensas, despojándolas de sus bienes?" El rey contestó: "¡Oh mi señor, dígnate excusarme! ¡Me impulsaron a obrar así la codicia y la ambición, y tal era mi destino! ¡Y por otra parte, si no hubiera falta, no habría perdón!" Y continuó excusándose por cuanto pudo cometer en el pasado y suplicando indulgencia y perdón; y entre otras excusas, hasta le recitó estos versos:
¡Oh tú, carácter generoso, hijo de ilustres antecesores y de una raza noble, no me reproches por el daño que en el pasado pudiera hacerte!
¡Lo mismo que nosotros te perdonaríamos si fueses culpable de cualquier mala acción, debes perdonarnos cuando los culpables somos nosotros!”
Y no cesó de humillarse de aquel modo entre las manos de Juder, hasta que Juder hubo de decirle: "¡Que te perdone Alah!" Y le permitió sentarse, y se sentó el rey. Entonces Juder le puso el ropón de la  salvaguardia, y dio a sus hermanos orden de que extendieran el mantel y sirvieran manjares extraordinarios y numerosos. Y después de la comida regaló hermosas vestiduras a todos los individuos del séquito del rey, y les trató con miramientos y generosidad. Sólo entonces fue cuando el rey se despidió de Juder y salió del palacio; pero fue para volver todos los días a pasarlos por entero con Juder y hasta reunió en casa de éste su diwán, ventilando allí los asuntos del reino. Y la amistad entre ambos no hizo más que aumentar y consolidarse. Y así vivieron algún tiempo.
Pero un día en que el rey se hallaba solo con su gran visir, le dijo: "¡Oh visir mío, tengo miedo de que Juder me mate y se apodere de mi trono!...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.


Y cuando llegó la 485ª noche

Ella dijo:
"¡... O visir mío, tengo miedo de que Juder me mate y se apodere de mi trono!" El visir contestó: "¡Oh rey del tiempo! no temas que Juder se apodere de tu trono! ¡Porque el poderío y la opulencia de Juder son mucho más considerable que los del rey! ¿Qué quieres que haga con tu trono? ¡Además que la posesión de tu trono sería en él una prueba de decadencia, dada su actual posición! Pero en cuanto a matarte, si lo temes verdaderamente, ¿para qué tienes una hija? ¡Bastará con que se la des en matrimonio, y de ese modo compartirás con él el poder supremo; y estaréis ambos en las mismas condiciones!"
El rey contestó: "¡Oh visir, actúa de intermediario entre él y yo!" El visir dijo: "No tienes para eso más que invitarle a tu casa; y pasaremos la velada en la sala principal del palacio. Entonces ordenarás a tu hija que se atavíe con sus mejores galas y pase como un relámpago por delante de la puerta de la sala. Y Juder la divisará; y como ha de excitarse mucho su curiosidad y su espíritu se preocupará por la princesa entrevista, quedará locamente enamorado; y me preguntará quién es ella. Entonces yo me inclinaré misteriosamente hacia él, le diré: "¡es la hija del rey!" ¡Y me pondré a conversar con él acerca del particular, dejando escapar palabras y palabras, sin que sepa que estás al corriente, hasta que le decida a venir a pedírtela en matrimonio! ¡Y cuando de tal suerte le hayas casado con la joven, vuestra alianza será firme para lo sucesivo; y a su muerte heredarás la mayor parte de lo que él posea!" Y el rey contestó: "¡Verdad dices, oh visir!" Y dio el festín e invito a Juder, que se presentó en el palacio y sentóse en la sala principal, acogido con júbilo y agasajo, hasta la noche.
Y he aquí que el rey había enviado a decir a su esposa que pusiera a la joven sus mejores preseas, y la adornara con sus adornos más hermosos, y la hiciera pasar muy de prisa por delante de la puerta de la sala del festín. Y la madre de la joven ejecutó lo que le habían ordenado ejecutar. Así es que cuando la joven pasó por delante de la sala del festín como un relámpago, bella y enjoyada y brillante y maravillosa, Juder la divisó y lanzó un grito de admiración y un profundo suspiro, y hubo de modular: "¡Ah!" ¡Y se relajaron sus miembros, y se le puso amarillo el rostro! Y el amor, y la pasión, y el deseo, y el ardor entraron en él y le dominaron.
Entonces le dijo el visir: "¡Lejos de ti toda pena y todo mal, mi señor! ¿Por qué te veo súbitamente demudado, y sufriendo, y dolorido?" Juder contestó: "¡Oh visir, la culpa es de esa joven!
¿De quién es hija? ¡Me ha avasallado y me ha arrebatado la razón!" El visir contestó: "¡Es la hija de tu amigo el rey! ¡Si te gusta, verdaderamente, hablaré al rey para que te la dé en matrimonio!"
Juder dijo: "¡Oh visir, háblale! ¡Y por mi vida, que te daré todo lo que me pidas! ¡Y daré al rey cuanto me reclame como dote de su hija! ¡Y seremos amigos y parientes por alianza!"
El visir contestó: "¡Voy a emplear toda mi influencia a fin de obtener para ti lo que anhelas!" Y habló al rey en secreto, y le dijo: "¡Oh rey Schams Al-Daula, he aquí que tu amigo Juder desea aproximarse a  ti con alianza! ¡Y se ha encomendado a mí para que te hable con objeto de que le concedas en matrimonio tu hija El-Sett Asia! ¡No me rechaces, pues, y acepta mi intercesión! ¡Y te pagará Juder cuanto pidas como dote de tu hija!" El rey contestó: "¡Pagada y recibida está ya la dote! ¡Y la hija es una esclava a su servicio! ¡Se la doy por esposa, y con aceptarla él de mí, me hace el mayor de los honores!" Y dejaron transcurrir aquella noche sin concretar más.
Pero al día siguiente por la mañana el rey congregó su diwán, y convocó a él a grandes y a pequeños, a amos y a servidores; e hizo ir al jeique al-Islam para la circunstancia. Y Juder formuló su demanda de matrimonio, y el rey la aceptó, y dijo: "¡En cuanto a la dote, ya la recibí!" Y se extendió el contrato.
Entonces Juder hizo llevar allí el saco de las joyas y de las pedrerías, y se lo regaló al rey como dote de su hija. Y al punto resonaron los timbales y los tambores, y tocaron las flautas y los clarinetes, y la fiesta y la alegría llegaron a su apogeo, en tanto que Juder penetraba en la cámara nupcial y poseía a la joven.
Y Juder y el rey vivieron juntos, estrechamente unidos, durante días numerosos. Tras de lo cual murió el rey.
Entonces las tropas reclamaron a Juder para el sultanato, y como él rehusara, siguieron importunándole hasta que aceptó. Y le nombraron sultán.
Y he aquí que el primer acto de Juder sultán consistió en erigir una mezquita sobre la tumba del rey Schams Al-Daula; y llevó a ellos ricos donativos; y para emplazamiento de aquella mezquita escogió el barrio de los Bundukania, elevándose su palacio en el barrio de los Yamania. Y desde aquel entonces el barrio de la mezquita y la propia mezquita tomaron el nombre de Judería.
Luego se apresuró el sultán Juder a nombrar visires a sus dos hermanos, a Salem visir de Su Derecha y a Salim visir de Su Izquierda. Y vivieron así en paz sólo un año, no más.
Al cabo de este tiempo, Salem dijo a Salim: "¡Oh hermano mío! ¿hasta cuándo? ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.


Y cuando llegó la 486ª noche

Ella dijo:
... Al cabo de este tiempo, Salem dijo a Salim: "¡Oh hermano mío! ¿hasta cuándo vamos a permanecer en tal estado? ¿Nos vamos a pasar toda la vida como servidores de Juder, sin disfrutar a nuestra vez de la autoridad y la felicidad mientras Juder viva?
Salim contestó: "¿Qué podríamos hacer para matarle y quitarle el anillo y el saco? ¡Sólo tú sabrás combinar alguna estratagema para llegar a matarle, porque eres más experto y más inteligente que yo!"  Dijo Salem: "Si combinara yo una estratagema para su muerte, ¿te conformarías con que yo fuese sultán y te tuviese a ti por visir de Mi Derecha! ¡Y sería para mí el anillo y para ti el saco!" El otro dijo: "¡Acepto!" Y acordaron el asesinato de Juder para alcanzar el poder soberano y disfrutar como reyes los bienes de este mundo.
Cuando hubieron combinado la estratagema, fueron en busca de Juder y le dijeron: "¡Oh hermano nuestro! ¡quisiéramos que esta tarde te dignaras darnos el gusto de ir a merendar en nuestro mantel, por que hace mucho tiempo que no te hemos visto franquear el umbral de nuestra hospitalidad!" Dijo Juder: "¡Pues no os atormentéis por eso! ¿En casa de cuál de vosotros dos debo presentarme a aceptar la invitación?
Salem contestó: "¡Primero en mi casa! ¡Y cuando hayas probado los manjares de mi hospitalidad, irás a aceptar la invitación de mi hermano!" Juder repuso: "No hay inconveniente. Y fué a ver a Salem en sus habitaciones del palacio.
¡Pero no sabía lo que le esperaba, porque apenas tomó el primer bocado del festín, cayó hecho trizas, con la carne por un lado y los huesos por otro! El veneno había surtido su efecto.
Entonces se levantó Salem y quiso sacarle del dedo el anillo; pero como el anillo no quería salir, le cortó el dedo con un cuchillo. Cogió entonces el anillo y frotó el engarce. Al punto apareció el efrit Trueno-Penetrante, servidor del anillo, que dijo: "¡Heme aquí! ¡Pide y obtendrás!" Salem le dijo: "Te ordeno que te apoderes de mi hermano Salim y le mates. ¡Luego le cogerás y también cogerás a Juder, que está ahí sin vida, y arrojarás los dos cuerpos, el del envenenado y el del asesinado, a los pies de los principales jefes de las tropas!" Y el efrit Trueno, que obedecía todas las órdenes dadas por cualquier poseedor del anillo, fue a buscar a Salim y le mató; después cogió los dos cuerpos sin vida y los arrojó a los pies de los jefes de las tropas, que precisamente estaban reunidos comiendo en la sala de las comidas.
Cuando los jefes de las tropas vieron los cuerpos sin vida de Juder y de Salim, dejaron de comer y alzaron los brazos, encantados y temblorosos, preguntando al mared: "¿Quién cometió ese crimen en las personas del rey y del visir?" El otro contestó: "¡Su hermano Salem!" Y en aquel mismo momento hizo Salem su entrada, y les dijo: "¡Oh jefe de mis tropas y vosotros todos, soldados míos, comed y estad contentos! Me he hecho dueño de este anillo que arrebaté a mi hermano Juder. Y este mared que tenéis ante vosotros es el mared Trueno-Penetrante, servidor del anillo. ¡Y soy yo quien le ha ordenado que diera muerte a mi hermano Salim para no tener que compartir el trono con él! ¡Por otra parte, era un traidor, temía que me traicionase! ¡Así es que, como Juder ha muerto, quedo yo por sultán único! ¿Queréis aceptarme para rey, o queréis mejor que frote el anillo y haga que el efrit os mate a todos, grandes y pequeños, hasta el último?"
Al oír estas palabras, los jefes de las tropas, poseídos de un temor grande, no osaron protestar, y contestaron: "¡Te aceptamos por rey y sultán!"
Entonces ordenó Salem que se celebraran los funerales de sus hermanos. Luego convocó al diwán, y cuando todo el mundo estuvo de vuelta de los funerales, se sentó en el trono; y recibió como rey los homenajes de sus súbditos, después de lo cual, dijo: "¡Ahora quiero que se extienda mi contrato matrimonial con la esposa de mi hermano!"
Le contestaron: "¡No hay inconveniente! ¡Pero es preciso esperar a que pasen los cuatro meses y diez días de viudedad!"
Salem contestó: "Conmigo no rezan esas formalidades ni otras fórmulas análogas! ¡Por la vida de mi cabeza, que necesito entrar en la esposa de mi hermano esta misma noche!" No hubo más remedio que extender el contrato de matrimonio, y se previno de la cosa a la esposa de Juder, El-Sett Asia, la cual repuso: "¡Que venga...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.


Y cuando llegó la 487ª noche

Ella dijo:
... y se previno de la cosa a la esposa de Juder, El-Sett Asia, la cual repuso: "¡Que venga!" Y cuando llegó la noche, Salem penetró en el aposento de la esposa de Juder, que hubo de recibirle con las demostraciones de la alegría más viva y con los deseos de bienvenida. Y le ofreció, para que se refrescase, una copa de sorbete, bebiéndola él para caer destrozado, como cuerpo sin alma. Y así acaeció su muerte.
A la sazón El-Sett Asia cogió el anillo mágico y lo hizo añicos para que nadie en adelante lo utilizase de un modo culpable, y cortó en dos el saco encantado, rompiendo así el encanto que poseía.
Tras de lo cual, mandó prevenir al jeique al-Islam de cuanto había sucedido, y avisó a los notables del reino que ya podían elegir nuevo rey, diciéndoles: "¡Escoged otro sultán para que os gobierne!"




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