jueves, mayo 25, 2023

4.0 P3 Historia de la mujer despedazada, de las tres manzanas y del negro Rihan (tercera parte de tres)





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Pero cuando llegó la 22ª noche


Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que Giafar prosiguió así la historia al califa Harún Al-Raschid:
"El cobarde jorobeta, creyendo que le hablaba el efrit, tenía un miedo horrible, y no se atrevía a contestar. Entonces, muy enfurecido el visir, le increpó: "¡Respóndeme, jorobado maldito, o te atravieso con este alfanje!" Y entonces el jorobado, sin sacar del agujero la cabeza, contestó desde dentro: "¡Por Alah! ¡Oh jefe de los efrits, tenme compasión! Te juro que te he obedecido sin moverme de aquí en toda la noche". Al oírle, el visir ya no supo qué pensar, y exclamó: "¿Pero, qué estás diciendo?" No soy ningún efrit, sino el padre de la novia". Y el jorobado, dando un gran suspiro, contestó entonces: "Pues márchate de aquí, que nada tengo que ver contigo. Y vete antes de que aparezca el terrible efrit, arrebatador de almas. Además; te odio, porque tú tienes la culpa de todas mis desdichas, al casarme con la querida de los búfalos, los asnos y los efrits.
¡Malditos seáis tú, tu hija y todos los que obran tan mal como vosotros!" Y el visir le dijo: "¿Pero estás loco? Sal de ahí, para que escuche bien eso que acabas de contar". Entonces el jorobado replicó: "Acaso esté loco; pero no lo estaré hasta el punto de moverme de este sitio sin permiso del terrible efrit.
Porque me ha prohibido salir del agujero antes de que amanezca. Así, pues, vete y déjame en paz. Pero antes dime: ¿falta mucho para que salga el sol?"
El visir, cada vez más perplejo, contestó: "¿Pero qué efrit es ese del cual hablas?" Y entonces el jorobado contó su historia, su ida al retrete para hacer sus necesidades antes de entrar en el cuarto de la desposada, la aparición del efrit bajo las diversas formas de rata, gato, perro, asno y búfalo, y por fin la prohibición hecha y el trato sufrido. Y terminado el relato rompió a llorar.
Entonces el visir se acercó al jorobado, y tirándole de los pies le sacó del agujero. Y el jorobado, con la faz lastimosamente embadurnada de amarillo, gritó al visir: "¡Maldito seas tú, y maldita tu hija, la amante de los búfalos!" Y por temor de que se le apareciese de nuevo el efrit, echó a correr con todas sus fuerzas, dando alaridos y sin atreverse a volver la cara. Y llegó al palacio, y fué a ver al sultán, y le explicó su aventura con el efrit.
En cuanto al visir Chamseddin, regresó como loco al aposento de su hija Sett El-Hosn y le dijo: "Hija mía, noto que pierdo la razón. Aclárame lo sucedido". Entonces, Sett El-Hosn le dijo: "Sabe, ¡oh padre mío! que el joven encantador que logró los honores de la boda durmió toda la noche conmigo, gozando mis primicias; y tendré un hijo seguramente. Y en prueba de lo que hablo, ahí en la silla tienes su turbante, sus calzones en el diván, y su calzoncillo en mi cama. Además, en sus calzones encontrarás algo que ha escondido y que yo no pude adivinar".
A estas palabras, se dirigió el visir hacia la silla, sacó el turbante, y le dió vueltas en todos sentidos para examinarlo bien, y luego exclamó: "¡Es un turbante como el de los visires de Bassra y de Mussul!" Después desenrolló la tela, y encontró un pliego que allí estaba cosido, y se apresuró a guardarlo, y examinó luego los calzones, encontrando en ellos el bolsillo con los mil dinares que el judío había dado a Hassan Badreddin. Y en el bolsillo había un papel, donde el judío había escrito lo siguiente: "Yo, comerciante, de Bassra, declaro haber entregado la cantidad de mil dinares al joven Hassan Badreddin, hijo del visir Nureddin (a quien Alah haya recibido en Su misericordia), por el cargamento de la primera nave que arribe a Bassra". Al leer el papel, el visir Chamseddin lanzó un grito y quedó desmayado.
Cuando volvió en sí, se apresuró a abrir el pliego que había encontrado en el turbante, e inmediatamente conoció la letra de su hermano Nureddin. Y entonces empezó a llorar y a lamentarse, diciendo: "¡Pobre hermano mío! ¡pobre hermano mío!"
Y cuando se hubo calmado un poco exclamó: "¡Alah es Todopoderoso!" Y dijo a Sett El-Hosn: "¡Oh hija mía! ¿sabes el nombre de aquel a quien te has entregado esta noche? Pues es Hassan Badreddin, mi sobrino, el hijo de tu tío Nureddin. Y esos mil dinares son tu dote: "¡Alah sea loado!" Después recitó estas dos estrofas:
¡Vuelvo a encontrar sus huellas, y al instante me domina el deseo!
¡Y al recordar la mansión de la dicha, derramo todas las lágrimas de mis ojos!
Y pregunto, y grito, sin lograr respuesta: ¿Quién me ha arrancado lejos de él? ¡Oh! ¡tenga piedad de mí el autor de mis desventuras, y permítame que vuelva!"
En seguida leyó cuidadosamente la Memoria de su hermano, y encontró relatada toda la vida de Nureddin, y el nacimiento de su hijo Badreddin. Y quedó muy maravillado, sobre todo cuando contrastó las fechas anotadas por su hermano con las de su propio casamiento en El Cairo, y del nacimiento de Sett El-Hosn. Y vió que estas fechas concordaban perfectamente.
Y tanto hubo de asombrarse, que se apresuró a ir en busca del sultán para contarle la historia y mostrarle aquellos papeles. Y el sultán se asombró también de tal modo, que mandó a los escribas de palacio redactasen tan admirable historia para conservarla escrupulosamente en el archivo.
En cuanto al visir Chamseddin, marchó a su casa y esperó en compañía de su hija el regreso de su sobrino Hassan Badreddin. Pero acabó por darse cuenta de que Hassan había desaparecido. Y no pudiendo explicarse la causa, se dijo: "¡Por Alah! ¡Qué aventura tan extraordinaria es esta aventura! No he conocido otra semejante ..."
Al llegar a este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y discreta interrumpió su relato, para no cansar al sultán Schahriar, rey de las islas de la India y de la China.


Pero cuando llegó la 23ª noche


Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que Giafar al-Barmakí, visir del rey Harún Al-Raschid, prosiguió de este modo la historia que contaba al califa:
"Cuando el visir Chamseddin se convenció de que su sobrino Hassan Badreddin había desaparecido, se dijo: "Puesto que el mundo está hecho de vida y de muerte, nada tan oportuno como que procure que mi sobrino Hassan encuentre a su regreso esta vivienda igual que la ha dejado". Y el visir Chamseddin cogió un tintero, un cálamo y un pliego de papel, y anotó uno por uno todos los muebles y enseres de la casa, en esta forma: Tal armario está en tal sitio; tal cortina en tal otro", y así sucesivamente. Cuando terminó, selló el papel después de leérselo a su hija Sett El-Hosn, y lo guardó con mucho cuidado en la caja de los papeles. Después recogió el turbante, el gorro, los calzones, el ropón y el bolsillo, e hizo con todo ello un paquete, que guardó con el mismo esmero.
En cuanto a Sett El-Hosn, la hija del visir, quedó preñada efectivamente la primera noche de bodas, y a los nueve meses cumplidos parió un hijo tan hermoso como la luna y que se parecía a su padre en todo, en lo bello, lo gentil y lo perfecto. En seguida que nació lo lavaron las mujeres y le ennegrecieron los ojos con kohl. Después le cortaron el cordón umbilical, y lo confiaron a las criadas y a la nodriza. Y por su hermosura sorprendente se le llamó Agib (esto es: Maravilloso).
Pero cuando el admirable Agib llegó, día por día, mes por mes y año por año, a cumplir los siete de su edad, su abuelo, el visir Chamseddin, le mandó a la escuela de un maestro muy famoso, recomendándoselo mucho a este maestro. Y Agib, acompañado diariamente del esclavo negro Said, eunuco de su padre, iba a la escuela para regresar a su casa al mediodía y al anochecer. Y así fué a la escuela durante cinco años, hasta cumplir los doce. Pero a todo esto los demás niños de la escuela no podían soportar a Agib, que les pegaba y les insultaba y les decía: "¿Cuál de vosotros puede compararse conmigo? Mi padre es el visir de Egipto". Al fin se reunieron los niños y fueron a quejarse al maestro contra la conducta de Agib. Y el maestro, al ver que sus exhortaciones al hijo del visir no daban resultado, sin atreverse a despedirle, por ser quien era, dijo a los otros niños:
"Os voy a indicar una cosa que en cuanto se la digáis le impedirá volver a la escuela. Mañana a la hora del recreo os reuniréis todos en torno a Agib y os diréis los unos a los otros: "¡Por Alah! ¡Vamos a jugar a un juego maravilloso! Pero para jugarlo es preciso que diga en alta voz cada uno su nombre, y el nombre de su padre y de su madre. Pues el que no pueda decir el nombre de su padre y de su madre será considerado como hijo adulterino y no jugará con nosotros".
Y aquella mañana, cuando Agib hubo llegado a la escuela, todos los niños se reunieron a su alrededor, y uno de ellos dijo: "¡Vamos a jugar a un juego maravilloso! Pero nadie podrá jugar sino con la condición de decir su nombre y los de sus padres. ¡Empecemos, uno a uno!" Y les guiñó el ojo.
Entonces avanzó uno de los niños y dijo: "Me llamo Nahib, mi madre se llama Nahiba y mi padre Izeddin". Y otro dijo: "Yo me llamo Naguib, mi madre se llama Gamila y mi padre se llama Mustafá". Y el tercero y el cuarto y los otros se expresaron en la misma forma". Cuando le tocó el turno a Agib, dijo orgullosamente: "Yo soy Agib, mi madre se llama Sett El-Hosn y mi padre se llama Chamseddin, visir de Egipto".
Pero todos los niños replicaron: "¡No, por Alah! ¡El visir no es tu padre!" Y Agib gritó enfurecido: "¡Alah os confunda! ¡El visir es mi padre!" Pero los niños comenzaron a reírse y a palmotear, y le volvieron la espalda, gritando: "Vete, vete! ¡No sabes cómo se llama tu padre! ¡Chamseddin no es tu padre, sino tu abuelo, el padre de tu madre! ¡No jugarás con nosotros!" Y los niños se desbandaron, riendo a carcajadas.
Entonces Agib sintió que se le oprimía el pecho y le ahogaban los sollozos. Y en seguida se le acercó el maestro, y le dijo: "Pero ¡cómo, Agib! ¿no sabías que el visir no es tu padre, sino tu abuelo, el padre de tu madre Sett El-Hosn? A tu padre, ni tú, ni nosotros, ni nadie le conoce. Porque el sultán había casado a Sett El-Hosn con un palafrenero jorobado, pero el tal no pudo acostarse con ella, y ha ido contando por toda la ciudad que la noche de su boda los efrits le habían encerrado a él, para dormir ellos con Sett El-Hosn. Y ha contado también historias asombrosas de búfalos, perros, borricos y otros seres semejantes. De modo, ¡oh mi querido Agib! que nadie sabe el nombre de tu padre. Sé, pues, humilde ante Alah y con tus compañeros, que te miran como a hijo adulterino. Considera que te hallas en la misma situación que un niño vendido en el mercado y que ignora quién es su padre. Sabe pues, que el visir Chamseddin no es más que tu abuelo, y que a tu padre nadie lo conoce. Y en adelante procura ser modesto".
Después de oír al maestro de escuela, Agib salió corriendo a casa de su madre Sett El-Hosn, llorando tanto, que no pudo al principio articular palabra. Entonces su madre empezó a consolarle, y viéndole tan conmovido, se le llenó el corazón de lástima y le dijo: "¡Hijo mío, cuéntale a tu madre la causa de tu pena!" Y le besó y le acarició. Entonces el pequeño le dijo: "Dime, madre, ¿quién es mi padre?" Y Sett El-Hosn, muy asombrada, dijo: "¡Pues el visir!" Y Agib le contestó, ahogado por el llanto: "¡No; ese no es mi padre! ¡No me ocultes la verdad! ¡El visir es tu padre, pero no el mío! Si no me dices la verdad, con este puñal me mataré ahora mismo". Y Agib le repitió a su madre las palabras del maestro de escuela.
Entonces, al recordar a su primo y marido, la hermosa Sett ElHosn recordó también su primera noche de bodas y la belleza y encantos del maravilloso Hassan Badreddin El-Bassrauí, y lloró muy emocionada, suspirando estas estrofas:
¡Encendió el deseo en mi corazón, y se ausentó muy lejos! ¡Y se ausentó hacia lo más distante de nuestra morada!
¡Mi pobre razón no he de recobrarla hasta que él vuelva! ¡Y aguardándole, he perdido asimismo el sueño reparador y toda la paciencia!
¡Me abandonó, y con él me abandonó la dicha, arrebatándome la tranquilidad! ¡Y desde entonces perdí todo reposo!
¡Me dejó, y las lágrimas de mis ojos lloran su ausencia, y al correr, sus arroyos llenan los mares;
Que no pasa un día que mi deseo me empuje hacia él y palpite mi corazón con el dolor de su ausencia!
¡Por eso su imagen se alza frente a mí, y al mirarla, aumentan mi cariño, mi anhelo y mis recuerdos!
¡Oh! ¡ su imagen amada es siempre lo primero que se presenta a mis ojos en la primera hora de la mañana! ¡Y así ha de ser siempre, pues no tengo otro pensamiento ni otros amores!
Después prosiguió en sus sollozos. Y Agib, viendo llorar a su madre, se echó a llorar también. Y mientras los dos estaban llorando, entró en la habitación el visir Chamseddin, que había oído los llantos y las voces. Y al ver cómo lloraban, se le oprimió el corazón, y dijo muy alarmado: "Hijos míos, ¿por qué lloráis así?" Entonces Sett El-Hosn le refirió la aventura de Agib con los chicos de la escuela. Y el visir, al oírla, se acordó de todas las desventuras pasadas, las que le habían ocurrido a él, a su hermano Nureddin, a su sobrino Hassan Badreddin, y por último a su nieto Agib, y al reunir todos estos recuerdos no pudo menos de llorar también. Y se fue muy desesperado en busca del emir, y le contó lo que pasaba, diciéndole que aquella situación no podía durar, ni por su buen nombre ni por el de sus hijos; y le pidió su venia para partir hacia los países de Levante, y llegar a la ciudad de Bassra, en donde pensaba encontrar a su sobrino Hassan Badreddin.
Rogó asimismo que el sultán le escribiera unos decretos que le permitiesen realizar por los países las gestiones necesarias para encontrar y traerse a su sobrino. Y como no cesaba en su amargo llanto, se enterneció el sultán y le concedió los decretos. Y después de darle gracias mil y hacer votos por su engrandecimiento, prosternándose ante él y besando la tierra entre sus manos, el visir se despidió. Inmediatamente hizo los preparativos para la marcha y partió con su hija Sett El-Hosn y con Agib.
Anduvieron el primer día y el segundo y el tercero, y así sucesivamente, en dirección a Damasco, y por fin llegaron sin dificultades a Damasco. Y se detuvieron cerca de las puertas, en el Meidán de Asba, donde armaron sus tiendas para descansar dos días antes de seguir el camino. Y les pareció Damasco una ciudad admirable, llena de árboles y aguas corrientes, siendo en realidad como la cantó el poeta:
¡He pasado un día y una noche en Damasco! ¡Damasco! ¡Su creador juró no hacer en adelante nada parecido!
¡La noche cubre amorosamente a Damasco con sus alas! ¡Y cuando llega el día, tiende por encima la sombra de sus árboles frondosos!
¡El rocío en las ramas de. estos árboles no es rocío, sino perlas, perlas que caen como copos de nieve a merced de la brisa que las empuja!
¡En sus bosques luce la Naturaleza todas sus galas: el ave da su lectura matutina; el agua es como una página blanca abierta; la brisa responde y escribe lo que dicta el ave, y las blancas nubes derraman gotas para la escritura!
La servidumbre del visir fué a visitar la ciudad y sus zocos para comprar lo que necesitaban y vender las cosas traídas de Egipto. Y no dejaron de bañarse en los hammams famosos, y entraron en la mezquita de los Bani-Ommiah (u Omníadas, dinastía de califas de Damasco) ,situada en el centro de la población, y que no tiene igual en todo el mundo.
Agib marchó también a la ciudad para distraerse, acompañado de su fiel eunuco Said. Y el eunuco le seguía muy próximo y llevaba en la mano un látigo capaz de matar a un camello, pues sabía la fama que tienen los habitantes de Damasco, y con aquel látigo quería impedirles acercarse a su amo el hermoso Agib. Y efectivamente, no se engañaba, pues apenas hubieron visto al hermoso Agib, los habitantes de Damasco se percataron de lo encantador y gracioso que era, hallándole más suave que la brisa del Norte, más delicioso que el agua fresca para el paladar del sediento y más grato que la salud para el convaleciente. Y en seguida la gente de la calle, de las casas y de las tiendas siguieron a Agib, sin dejarle, a pesar del látigo del eunuco. Y otros corrían para adelantarse y se sentaban en el suelo, a su paso, para contemplarle más tiempo y mejor. Al fin, por voluntad del Destino, Agib y el eunuco llegaron a una pastelería, donde se detuvieron para escapar de tan indiscreta muchedumbre.
Y precisamente aquélla pastelería era la de Hassan Badreddin, padre de Agib. Había muerto el anciano pastelero que adoptó a Hassan, y éste había heredado la tienda. Y aquel día Hassan estaba ocupado en preparar un plato delicioso con granos de granada y otras cosas azucaradas y sabrosas. Y cuando vió pararse a Agib y al eunuco, quedó encantado con la hermosura de Agib, y no solamente encantado, sino conmovido con una emoción cordial y extraordinaria, que le hizo exclamar lleno de cariño: "¡Oh mi joven señor! Acabas de conquistar mi corazón y reinas para siempre en lo íntimo de mi ser, sintiéndome atraído hacia ti desde el fondo de mis entrañas. ¿Quieres honrarme entrando en mi tienda? ¿Quieres hacerme la merced de probar mis dulces, sencillamente por piedad?" Y Hassan, al decir esto, sentía que, sin poder remediarlo, sus ojos se arrasaban en lágrimas, y lloró mucho al recordar entonces su pasado y su situación presente.
Y cuando Agib oyó las palabras de su padre, se le enterneció también el corazón, y volviéndose hacia el esclavo, le dijo: "¡Said! Este pastelero me ha enternecido. Se me figura que ha de tener algún hijo ausente y que yo le recuerdo este hijo. Entremos, pues, en su tienda para complacerte, y probemos lo que nos ofrece. Y si aliviamos con esto su pena, es probable que Alah se apiade a su vez de nosotros y haga que logren buen éxito las pesquisas para encontrar a mi padre".
Pero Said, al oír a Agib, exclamó: "¡Oh mi señor, no hagamos eso! ¡Por Alah! ¡De ningún modo! No es propio del hijo de un visir entrar en una pastelería del zoco, y menos todavía comer públicamente en ella. ¡Oh! ¡No puede ser! Si lo haces por temor a estas gentes que te siguen, y por eso quieres entrar en esa tienda, ya sabré yo espantarlas y defenderte con mi látigo. ¡Pero lo que es entrar en la pastelería, en modo alguno!"
Y Hassan Badreddin se afectó muchísimo al oír al eunuco. Y luego, volviéndose hacia él, con los ojos llenos de lágrimas, le dijo: "¡Oh eunuco! ¿Por qué no quieres apiadarte y darme el gusto de entrar en mi tienda? ¡Por que tú, como la castaña, eres negro por fuera, pero por dentro blanco! Y te han elogiado todos nuestros poetas en versos admirables, hasta el punto de que puedo revelarte el secreto de que aparezcas tan blanco por fuera como por dentro lo eres". Entonces el buen eunuco se echó a reír a carcajadas, y exclamó: "¿Es de verdad? ¿Puedes hacerlo así? ¡Por Alah, apresúrate a decírmelo!" En seguida Hassan le recitó estos versos admirables en loor de los eunucos:
¡Su cortesía exquisita, la dulzura de sus modales y su noble apostura han hecho de él el guardián respetado de las casas de los reyes!
¡Y para el harén, qué servidor tan incomparable! ¡Tal es su gentileza que los ángeles del cielo bajan a su vez para servirle!
Estos versos, eran, efectivamente, tan maravilloso y tan oportunos, y fueron tan admirablemente recitados por Hassan, que el eunuco se conmovió y se sintió halagadísimo, hasta el punto de que, cogiendo de la mano a Agib, entró con él en la tienda.
Entonces Hassan Badreddin llegó al colmo de la alegría y se apresuró a hacer cuanto pudo para honrarlos. Cogió un tazón de porcelana de los más ricos, lo llenó de granos de granada preparados con azúcar y almendras mondadas perfumado todo deliciosamente, y muy en su punto, y lo presentó sobre la más suntuosa de sus bandejas de cobre repujado. Y al verlos comer con manifiesta satisfacción, se sintió muy halagado y muy complacido, y exclamó: "¡Oh, qué honor para mí! ¡Qué fortuna la mía! ¡Que os sea tan agradable como provechoso!"
Agib, después de probar los primeros bocados, invitó a sentarse al pastelero, y le dijo: "Puedes quedarte con nosotros y comer con nosotros. Porque Alah lo tendrá en cuenta, haciendo que encontremos al que buscamos". Y Hassan Badreddin se apresuró a replicar: `Pero ¡cómo, hijo mío! ¿Acaso lamentas ya, siendo tan joven, la pérdida de un ser querido?" Y Agib contestó: "¡Oh buen hombre! ¡La ausencia de un ser querido ha destrozado ya mi corazón! ¡Y ese ser por quien lloro es nada menos que mi padre! porque mi abuelo y yo hemos abandonado nuestro país para recorrer todas las comarcas en su busca". Y Agib, al recordar su desgracia, rompió a llorar, mientras que Badreddin, emocionado por aquel dolor, lloraba también. Y hasta el eunuco inclinó la cabeza en señal de asentimiento. Sin embargo, hicieron los honores al magnífico tazón de granada perfumada, dispuesta con tanto arte. Y comieron hasta la saciedad, pues tan exquisita estaba.
Pero como apremiaba el tiempo, Hassan no pudo saber más, porque el eunuco hizo que Agib partiese con él hacia las tiendas del visir.
Y apenas se hubo marchado Agib, Hassan sintió que su alma se iba con él, y no pudo sustraerse al deseo de seguirle. Cerró en seguida su tienda, y sin sospechar que Agib era su hijo, marchó a buen paso, para alcanzarles antes de que hubiesen transpuesto la puerta principal de la ciudad.
Entonces el eunuco se apercibió de que el pastelero les seguía, y volviéndose hacia él, le dijo: "Pastelero, ¿por qué nos sigues?" Y Badreddin respondió: "Tengo que despachar un asunto fuera de la ciudad, y he querido alcanzaros para que vayamos juntos y regresar después en seguida. Además, vuestra partida me ha arrancado el alma del cuerpo".
Estas palabras indignaron profundamente al eunuco, que exclamó: "¡Parece que va a salirnos muy caro el dichoso dulce! ¡Qué maldito tazón! ¡Este hombre nos lo va a amargar! y he aquí que ahora nos seguirá a todas partes!" Entonces Agib, al volverse y ver al pastelero, se puso muy colorado, y balbuceó: "¡Déjalo, Said, que el camino de Alah es libre para todos los musulmanes!" Y añadió después: "Si viene hasta las tiendas, ya no habrá duda de que nos persigue, y entonces lo echaremos". Y dicho esto, Agib bajó la cabeza y continuó andando, y el eunuco marchaba a pocos pasos detrás de él.
En cuanto a Hassan, no dejó de seguirles hasta el Meidán de Hasba, donde estaban las tiendas. Y entonces Agib y el eunuco se volvieron, viéndole a pocos pasos detrás de ambos. Y esta vez acabó por enfadarse Agib, temiendo que el eunuco se lo contase todo a su abuelo: ¡que Agib había entrado en una pastelería y que el pastelero había seguido a Agib! Y asustado de que esto ocurriese, cogió una piedra y volvió a mirar a Hassan, que seguía inmóvil, contemplándole siempre con una extraña luz en los ojos.
Y Agib, sospechando que esta llama de los ojos del pastelero era una llama equívoca; se puso aún más furioso y lanzó con toda su fuerza la piedra contra él, hiriéndole de gravedad en la frente. Después, Agib y el eunuco huyeron hacia las tiendas. En cuanto a Hassan Badreddin, cayó al suelo, desmayado y con la cara cubierta de sangre. Pero afortunadamente no tardó en volver en sí, se restañó la sangre, y con un trozo de su turbante se vendó la herida. Después comenzó a reconvenirse de este modo: "¡Verdaderamente toda la culpa la tengo yo! He procedido muy mal al cerrar la tienda y seguir a ese hermoso muchacho, haciéndole creer que le acosaba con fines sospechosos". Y suspiró después: "¡Alah karim!" (Dios es generoso).
Luego regresó a la ciudad, abrió la tienda y siguió preparando sus pasteles y vendiéndolos como antes hacía, pensando siempre, lleno de dolor, en su pobre madre, que en la ciudad de Basara le había enseñado desde muy niño las primeras lecciones del arte de la pastelería. Y se puso a llorar, y para consolarse, recitó esta estrofa:
¡No pidas justicia al infortunio! ¡Sólo hallarás el desengaño! ¡Porque el infortunio jamás te hará justicia!
En cuanto al visir Chamseddin, tío del pastelero Hassan Badreddin, transcurridos los tres días de descanso en Damasco, dispuso que levantasen el campamento del Meidán, y continuando su viaje a Bassra, siguió el camino de Homs, luego el de Hama y por fin el de Alepo. Y en todas partes hacía investigaciones. De Alepo marchó a Mardin, después a Mossul y luego a Diarbekir. Y llegó por último a la ciudad de Bassra.
Entonces, apenas hubo descansado, se apresuró a presentarse al sultán de Bassra, que le recibió con mucha amabilidad, preguntándole el motivo de su viaje. Y Chamseddin le relató toda la historia, y le dijo que era hermano de su antiguo visir Nureddin. Al oír el nombre de Nureddin exclamó el sultán: "Alah lo tenga en su gracia!" Y añadió: "Efectivamente, Nureddin fué mi visir, y lo quise mucho, y murió hace quince años. Y dejó un hijo llamado Hassan Badreddin, que era mi favorito predilecto; mas un día desapareció, y no hemos vuelto a saber de él. Pero en Bassra está todavía su madre, la esposa de tu hermano, e hijos de mi antiguo visir, el antecesor de Nureddin.
Esta noticia colmó de alegría a Chamseddin, que dijo: "¡Oh rey! ¡Quisiera ver a mi cuñada!" Y el rey lo consintió.
Chamseddin corrió a casa de su difunto hermano inmediatamente después de haber averiguado las señas. Y no tardó en llegar, pensando todo el camino en Nureddin, muerto lejos de él, con la tristeza de no poder abrazarle. Y llorando, recitó estas dos estrofas:
¡Oh! ¡Vuelva yo a la morada de mis antiguas noches! ¡Logre yo besar sus paredes!
¡Pero no es el amor a estos muros de la casa querida el que me ha herido en mitad del corazón, sino el amor al que en ella vivía!
Atravesó Chamseddin la puerta principal, llegando a un gran patio, en cuyo fondo se alzaba la morada. La puerta era una maravilla de arcadas de granito, embellecida con mármoles de todos los colores. En el umbral, sobre una magnífica losa de mármol, vió el nombre de su hermano Nureddin grabado con letras de oro. Se inclinó para besar aquel nombre, y se afectó mucho, recitando estas estrofas:
¡Todas las mañanas pido noticias suyas al sol que sale! ¡Y todas las noches se las pido al relámpago que brilla!
¡Cuando duermo, hasta cuando duermo, el deseo, el aguijón del deseo, el peso del deseo, la sierra afilada del deseo trabaja en mí!! ¡Y nunca calma estos dolores!
¡Oh dulce amigo! ¡No prolongues más la dura ausencia! ¡MI corazón está destrozado, cortado en pedazos, por el dolor de este ausencia!
¡Oh! ¡Qué día. bendito, qué día tan incomparable sería aquel en que al fin pudiéramos reunirnos!
¡Pero no temas que por tu ausencia se haya llenado mi corazón con el amor de otro! ¡Mi corazón no es bastante grande para encerrar otro amor!
Después entró Chamseddin en la casa y atravesó varios aposentos, hasta llegar a aquel en que estaba generalmente su cuñada, la madre de Hassan Badreddin El Bassrauí.
Desde la desaparición de su hijo, se había encerrado en aquella estancia, y allí pasaba días y noches en continuo llanto. Y había mandado construir en medio de la habitación un pequeño edificio con su cúpula, para que figurase la tumba de su pobre hijo, al cual creía muerto desde mucho tiempo atrás. Y allí dejaba transcurrir entre lágrimas su vida, y allí, extenuada por el dolor, abatía la cabeza aguardando la muerte.
Al llegar junto a la puerta, Chamseddin oyó a su cuñada, que con voz doliente recitaba estos versos:
¡Oh tumba! ¡Dime, por Alah, si han desaparecido la hermosura y los encantos de mi amigo! ¿Se desvaneció para siempre el magnífico espectáculo de su belleza?
¡Oh tumba! No eres seguramente el jardín de las delicias ni el elevado cielo; pero dime, ¿cómo veo resplandecer dentro de ti la luna y florecer el ramo?
Entonces entró el visir Chamseddin, saludó a su cuñada con el mayor respeto, y la enteró de que era el hermano de su esposo Nureddin. Después le refirió toda la historia, haciéndole saber que Hassan, su hijo, se había acostado una noche con su hija Sett El-Hosn y había desaparecido por la mañana, y Sett El-Hosn quedó preñada y parió a Agib. Después añadió: "Agib ha venido conmigo. Es tu hijo, por ser el hijo de tu hijo y mi hija".
La viuda, que hasta aquel momento había estado sentada, como una mujer de riguroso luto que renuncia a los usos sociales, al saber que vivía su hijo y que su nieto estaba allí y tenía delante a su cuñado el visir de Egipto, se levantó apresuradamente y se echó a los pies de Chamseddin, besándole, y recitó en honor suyo estas estrofas:
¡Por Alah! ¡Colma de beneficios a aquel que acaba de anunciarme esta nueva feliz, pues para mí es la noticia más dichosa y mejor de cuantas pueden oírse!
¡Y si le agradan los regalos, puedo hacerle el de un corazón desgarrado por las ausencias!
El visir ordenó que buscasen en seguida a Agib, y cuando éste se presentó, su abuela se abrazó a él llorando. Y Chamseddin le dijo: "¡Oh señora! No es el momento de llorar, sino de que prepares tu viaje a Egipto en compañía de nosotros. ¡Y quiera Alah reunirnos con tu hijo y sobrino mío Hassan!" Y la abuela de Agib respondió: "Escucho y obedezco". Y en el mismo instante fué a disponer todas las cosas necesarias, y los víveres, y toda su servidumbre, no tardando en hallarse dispuesta.
Entonces el visir Chamseddin fué a despedirse del sultán de Bassra. Y el sultán le entregó muchos regalos para él y para el sultán de Egipto. Después Chamseddin, las dos damas y Agib emprendieron la marcha acompañados de todo su séquito.
Y no se detuvieron hasta llegar nuevamente a Damasco. Hicieron alto en la plaza de Kânun, armaron las tiendas, y el visir dijo: "Ahora nos detendremos en Damasco toda una semana, para tener tiempo de comprar regalos como se los merece el sultán de Egipto".
Y mientras el visir recibía a los ricos mercaderes que habían acudido para ofrecerles sus géneros, Agib dijo al eunuco: "Baba Said, tengo ganas de distraerme un rato. Vámonos al zoco para saber qué novedades hay y qué le ocurrió a aquel pastelero cuyos dulces nos comimos, y teniendo que agradecerle su hospitalidad le pagamos partiéndole la cabeza de una pedrada. Realmente, le volvimos mal por bien".
Y el eunuco respondió: "Escucho y obedezco".
Entonces Agib y el eunuco abandonaron el campamento, porque Agib obraba con un ciego impulso, como movido por un cariño filial inconsciente.
Llegados a la ciudad, anduvieron por todos los zocos hasta que encontraron la pastelería. Y era la hora en que los creyentes marchaban a la mezquita de los Baní-Ommiah para la oración del asr.
Y precisamente en dicho momento estaba Hassan Badreddin en su tienda, ocupado en confeccionar el mismo plato delicioso de la otra vez: granos de granada con almendras, azúcar y perfumes en su punto. Y entonces Agib pudo observar al pastelero, y ver en su frente la cicatriz de la pedrada con que le había herido. Y se le enterneció más el corazón: "¡Oh pastelero, la paz sea contigo! El interés que me inspiras hace venir a saber de ti. ¿No me recuerdas?" Y apenas lo vió Hassan se le conmovieron las entrañas, le palpitó el corazón desordenadamente, abatió la cabeza hacia el suelo, y su lengua, pegada al paladar, le impedía decir palabra. Por fin hubo de levantar la vista hacia el muchacho, y sumisa y humildemente recitó estas estrofas:
¡Pensé reconvenir a mi amante, pero en cuanto lo vi lo olvidé todo, pude dominar mi lengua ni mis ojos!
¡He callado y bajé los ojos ante su apostura imponente y altiva, y quise disimular lo que sentía pero no lo pude conseguir!
¡He aquí cómo después de haber escrito pliegos y pliegos de reconvenciones, al hallarle ante mi me fue imposible leer ni una palabra!
Luego añadió: "¡Oh mis señores! ¿Queréis entrar sólo por condescendencia y probar este plato? Porque, ¡por Alah! apenas te he visto, ¡oh lindo muchacho! mi corazón se ha inclinado hacia tu persona, como la otra vez. Y me arrepiento de haber cometido la locura de seguirte". Y Agib contestó: "¡Por Alah, que eres un amigo peligroso! Por unos dulces que nos diste, estuvo en poco que nos comprometieras. Pero ahora no entraré, ni comeré nada en tu casa, como no jures que no saldrás detrás de nosotros como la otra vez. Y sabe que de otra manera nunca volveremos aquí, porque vamos a pasar toda la semana en Damasco, a fin de que mi abuelo pueda comprar regalos para el sultán". Entonces Badreddin exclamó: "¡Lo juro ante vosotros!" Y en seguida Agib y el eunuco entraron en la tienda, y Badreddin les ofreció en seguida una terrina de granos de granada, su deliciosa especialidad. Y Agib le dijo: "Ven, y come con nosotros. Y así puede que Alah conceda el éxito a nuestras pesquisas". Y Hassan se sintió muy feliz al sentarse frente a ellos. Pero no dejaba ni un instante de contemplar a Agib.
Y lo miraba de un modo tan extraño y persistente que Agib, cohibido, le dijo: "¡Por Alah! ¡Qué enamorado tan pesado y tan molesto eres! Ya te lo dije la otra vez. No me mires de esa manera, pues parece que quisieras devorar mi cara con tus ojos". Y a sus frases respondió Badreddin con estas estrofas:
¡En lo más profundo de mi corazón hay para ti un secreto que no puedo revelar, un pensamiento íntimo y oculto que nunca traduciré en palabras!
¡Oh tú, que humillas a la brillante luna, orgullosa de su belleza ¡oh tú, rostro radiante, que avergüenzas a la mañana y a la resplandeciente aurora!
¡Te he consagrado un culto mudo; te dediqué, ¡oh vaso selecto! un signo mortal y unos votos que de continuo se acrecientan y embellecen!
¡Y ahora ardo y me derrito por completo! ¡Tu rostro es mi paraíso! ¡Estoy seguro de morir de esta sed abrasadora! ¡Y sin embargo, tus labios podrían apagarla y refrescarme con su miel!
Terminadas estas estrofas, recitó otras no menos admirables, pero en otro sentido, dirigidas al eunuco. Y así estuvo diciendo versos durante una hora, tan pronto dedicados a Agib como al esclavo. Y luego que sus huéspedes se hubieron saciado, Hassan se levantó a fin de traerles lo indispensable para que se lavasen. Y al efecto les presentó un hermoso jarro de cobre muy limpio; les echó agua perfumada en las manos y se las limpió después con una hermosa toalla de seda que le pendía de la cintura. Y en seguida les roció con agua de rosas, sirviéndose de un aspersorio de plata que guardaba cuidadosamente en el estante más alto de su tienda, sacándolo nada más que en las ocasiones solemnes.
No contento aún, salió un instante para volver en seguida, trayendo en la mano dos alcarrazas llenas de sorbete de agua de rosas, y les ofreció una a cada uno, diciendo: "Aceptadlo y coronad así vuestra condescendencia". Entonces Agib cogió una alcarraza y bebió, y luego se la entregó al eunuco, que bebió y se la entregó otra vez a Agib, que bebió y se la volvió a entregar al esclavo, y así sucesivamente, hasta que llenaron bien el vientre y se vieron hartos como nunca lo habían estado en su vida. Y por último, dieron las gracias al pastelero, y se retiraron muy de prisa para llegar al campamento antes de que se pusiese el sol.
Y llegados a las tiendas, Agib se apresuró a besar la mano de su abuela y a su madre Sett El-Hosn. Y la abuela le dió otro beso, acordándose de su hijo Badreddin, y hubo de suspirar y llorar mucho. Y después recitó estas dos estrofas:
!Si no tuviese la esperanza de que los objetos separados han de reunirse algún día, nada habría aguardado yo desde que te fuiste!
¡Pero hice el juramento de que no entraría en mi corazón más amor que el tuyo! ¡Y Alah, mi señor, que conoce todos los secretos puede atestiguar que lo he cumplido!
Después le dijo a Agib: "Hijo mío, ¿por dónde estuviste?" Y él contestó: "Por los zocos de Damasco". Y ella dijo: "Ya debes temer mucho apetito". Y se levantó y le trajo una terrina llena del famoso dulce de granada, deliciosa especialidad en que era muy diestra, y cuyas primeras nociones había dado a su hijo Badreddin siendo él muy niño. Y ordenó al eunuco: "Puedes comer con tu amo Agib". Y el eunuco, haciendo muecas, se decía: "¡Por Alah! ¡Maldito el apetito que tengo! ¡No podré comer ni un bocado!" Pero fué a sentarse junto a su señor.
Y Agib, que se había sentado también, se encontraba con el estómago lleno de cuanto había comido y bebido en la pastelería. Sin embargo, tomó un poco de aquel dulce, pero no pudo tragarlo por lo harto que estaba. Además le pareció muy poco azucarado. Y en realidad no era así ni mucho menos. Porque la culpa era de él, pues no podía estar más ahíto de lo que estaba. Así es que haciendo un gesto de repugnancia, dijo a su abuela: "¡Oh abuela! Este dulce no está bien hecho. Y la abuela, despechada, exclamó: "¿Cómo te atreves a decir que no están bien hechos mis dulces? ¿Ignoras que no hay en el mundo quien me iguale en el arte de la repostería y la confitería, como no sea tu padre Hassan Badreddin, y eso porque yo le enseñé?" Pero Agib repuso: "¡Por Alah, abuela, que a este plato le falta algo de azúcar! No se lo digas a mi madre, ni a mi abuelo"; pero sabe que acabamos de comer en el zoco, donde nos ha obsequiado un pastelero, ofreciéndonos este mismo plato. ¡Ah... ! ¡sólo su perfume ensanchaba el corazón! Y su sabor delicioso habría despertado el apetito de un enfermo. Y realmente, este plato preparado por ti no se le puede comparar ni con mucho, abuela mía".
Y la abuela enfurecida al oír estas palabras, lanzó una terrible mirada al eunuco Said y le dijo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Entonces su hermana, la joven Doniazada, le dijo: "¡Oh hermana mía! ¡Cuán dulces y agradables son tus palabras, y cuán delicioso y encantador ese cuento!"
Y Schehrazada sonrió y dijo: "Sí, hermana mía; pero nada vale comparado con lo que os contaré la próxima noche, si vivo aún, por merced de Alah y gusto del rey".
Y el rey dijo para sí: "¡Por Alah! No la mataré antes de oír la continuación de su historia, pues realmente es una historia en extremo asombrosa y extraordinaria".
Después el rey Schahriar y Schehrazada pasaron enlazados el resto de la noche, hasta que salió el sol.
Inmediatamente el rey Schahriar fue a la sala de sus justicias, y se llenó el diwán con la multitud de visires, chambelanes, guardias y gente de palacio. Y el rey juzgó y dispuso nombramientos y destituciones, y gobernó, y despachó los asuntos pendientes, hasta que hubo acabado el día. Luego se levantó el diwán, regresó el rey al palacio, y cuando llegó la noche fué a buscar a Schehrazada, la hija del visir, y no dejó de hacer con ella su cosa acostumbrada.



Pero cuando llegó la 24ª noche

La joven Doniazada, en cuanto se hubo terminado la cosa, se apresuró a levantarse del tapiz y dijo a Schehrazada:
"¡Oh hermana mía! Te suplico que termines ese cuento tan sabroso de la historia del bello Hassan Badreddin y de su mujer, la hija de su tío Chamseddin. Estabas precisamente en estas palabras: "La abuela lanzó una terrible mirada al eunuco Said, y le dijo..." ¿Qué le dijo?
Y Schehrazada, sonriendo a su hermana, repuso: "La proseguiré de todo corazón y buena voluntad, pero no sin que este rey tan bien educado me lo permita".
Entonces el rey, que aguardaba impaciente el final del relato, dijo a Schehrazada: "Puedes hablar".
Y Schehrazada dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que la abuela de Agib se encolerizó mucho, miró al esclavo de una manera terrible, y le dijo: "Pero ¡desdichado! ¡Así has pervertido a este niño! ¿Cómo te atreviste a hacerle entrar en tiendas de cocineros o pasteleros?" A estas palabras de la abuela de Agib, el eunuco, muy asustado, se apresuró a negar, y dijo: "No hemos entrado en ninguna pastelería; no hicimos más que pasar por delante". Pero Agib insistió tenazmente: "¡Por Alah! Hemos entrado y hemos comido muy bien". Y maliciosamente añadió: "Y te repito, abuela, que aquel dulce estaba mucho mejor que este que nos ofreces".
Entonces la abuela se marchó indignada en busca del visir para enterarle de aquel "terrible delito del eunuco de alquitrán". Y de tal modo excitó al visir contra el esclavo, que Chamseddin, hombre de mal genio, que solía desahogarse a gritos contra la servidumbre, se apresuró a marchar con su cuñada en busca de Agib y el eunuco. Y exclamó: "¡Said! ¿Es cierto que entraste con Agib en una pastelería?" Y el eunuco, aterrado, dijo: "No es cierto, no hemos entrado". Pero Agib, maliciosamente, repuso: "¡Sí que hemos entrado! ¡Y además, cuánto hemos comido! ¡Ay, abuela! Tan rico estaba, que nos hartamos hasta la nariz. Y luego hemos tomado un sorbete delicioso, con nieve, de lo más exquisito. Y el complaciente pastelero no economizó en nada el azúcar, como la abuela". Entonces aumentó la ira del visir, y volvió a preguntar al eunuco, pero éste seguía negando. En seguida el visir le dijo: "¡Said! Eres un embustero.
Has tenido la audacia de desmentir a este niño, que dice la verdad, y sólo podría creerte si te comieras toda esta terrina preparada por mi cuñada. Así me demostrarías que te hallas en ayunas".
Entonces Said, aunque ahíto por la comilona en casa de Badreddin, quiso someterse a la prueba. Y se sentó frente a la terrina dispuesto a empezar; pero hubo de dejarlo al primer bocado, pues estaba hasta la garganta. Y tuvo que arrojar el bocado que tomó, apresurándose a decir que la víspera había comido tanto en el pabellón con los demás esclavos, que había cogido una indigestión. Pero el visir comprendió en seguida que el eunuco había entrado realmente aquel día en la tienda del pastelero. Y ordenó que los otros esclavos lo tendiesen en tierra, y él mismo, con toda su fuerza, le propinó una gran paliza. Y el eunuco lleno de golpes, pedía piedad, pero seguía gritando: "¡Oh mi señor, es cierto que cogí una indigestión!" Y como el visir ya se cansaba de pegarle, se detuvo y le dijo: "¡Vamos! ¡Confiesa la verdad!" Entonces el eunuco se decidió y dijo: "Sí, mi señor, es verdad. Hemos entrado en una pastelería en el zoco. Y lo que se nos dió allí de comer era tan rico, que en mi vida probé una cosa semejante. ¡No como este plato horrible y detestable! ¡Por Alah! ¡Qué malo es!"
Entonces el visir se echó a reír de muy buena gana; pero la abuela no pudo dominar su despecho, y dijo: "¡Calla, embustero! ¡A que no traes un plato como éste! Todo eso que has dicho no es más que una invención tuya. Ve, si no, a buscar una terrina de ese mismo dulce. Y si la traes, podremos comparar mi trabajo y el de ese pastelero. Mi cuñado será quien juzgue". Y el eunuco contestó: "No hay inconvenientes". Entonces la abuela le dió medio dinar y una terrina de porcelana, vacía.
Y el eunuco salió marchando a la pastelería, donde dijo al pastelero: "He aquí que acabamos de apostar en favor de ese plato de granada que sabes hacer, contra otro que han preparado los criados. Aquí tienes medio dinar, pero preséntalo con toda tu pericia, pues si no, me apalearán de nuevo. Todavía me duelen las costillas". Entonces Hassan se echó a reír y le dijo: "No tengas cuidado; sólo hay en el mundo una persona que sepa hacer este dulce, y es mi madre. ¡Pero está en un país muy lejano!"
Después Badreddin llenó muy cuidadosamente la terrina, y aun hubo de mejorarla añadiéndole un poco de almizcle y de agua de rosas. Y el eunuco regresó a toda prisa al campamento. Entonces la abuela de Agib tomó la terrina y se apresuró a probar el dulce, para darse cuenta de su calidad y su sabor. Y apenas lo llevó a sus labios, exhaló un grito y cayó de espaldas.
Y el visir y todos los demás no salían de su asombro, y se apresuraron a rociar con agua de rosas la cara de la abuela, que al cabo de una hora pudo volver en sí. Y dijo: "¡Por Alah! ¡El autor de este plato de granada no puede ser más que mi hijo Hassan Badreddin, y no otro alguno! ¡Estoy segura de ello! ¡Soy la única que sabe prepararlo de esta manera, y sólo se lo enseñé a mi hijo Hassan!"
Y al oírla, el visir llegó al límite de la alegría y de la impaciencia, y exclamó: "¡Alah va a permitir por fin que nos reunamos!" En seguida llamó a sus servidores, y después de meditar unos momentos, concibió un plan, y les dijo: "Id veinte de vosotros inmediatamente a la pastelería de ese Hassan, conocido en el zoco por Hassan El-Bassrauí, y haced pedazos cuanto haya en la tienda. Amarrad al pastelero con la tela de su turbante, y traédmelo aquí, pero sin hacerle daño alguno".
Luego montó a caballo, y provisto de las cartas oficiales, se fué a la casa del gobierno para ver al lugarteniente que representaba en Damasco a su señor el sultán de Egipto. Y mostró las cartas del sultán al lugarteniente-gobernador, que se inclinó al leerlas, besándolas respetuosamente y poniéndoselas sobre la cabeza con veneración. Después, volviéndose al visir, le dijo: "Estoy a tus órdenes. ¿De quién quieres apoderarte?" Y el visir le contestó: "Solamente de un pastelero del zoco". Y el gobernador dijo: "Pues es muy fácil". Y mandó a sus guardias que fuesen a prestar auxilio a los servidores del visir. Y después de despedirse del gobernador, volvió el visir a sus tiendas.
Por su parte, Hassan Badreddin vió llegar gente armada con palos, piquetas y hachas, que invadieron súbitamente la pastelería, haciéndolo pedazos todo, tirando por los suelos los dulces y pasteles, y destruyendo, en fin, la tienda entera. Después, apoderándose del espantadísimo pastelero, le ataron con la tela de su turbante, sin decir palabra. Y Hassan pensaba: "¡Por Alah! La causa de todo esto debe haber sido esa maldita terrina. ¿Qué habrán encontrado en ella?"
Y acabaron por llevarle al campamento, a presencia del visir. Y Hassan Badreddin, muy asustado, exclamó: "¡Señor! ¿Qué crimen he cometido?" Y el visir le dijo: "¿Eres tú quien ha preparado ese dulce de granada?" Y Hassan repuso: "¡Oh señor! ¿Has encontrado en él algo por lo cual deban cortarme la cabeza?" Y el visir replicó severamente: "¿Cortarte la cabeza? Eso sería un castigo demasiado suave. Algo peor te ha de pasar, como irás viendo".
Porque el visir había encargado a las dos damas que le dejasen a su gusto, pues no quería darles cuenta de sus investigaciones hasta su llegada a El Cairo.
Llamó, pues, a sus esclavos, y les dijo: "Que se me presente uno de nuestros camelleros.
Y traed un cajón grande de madera". Y los esclavos obedecieron en seguida. Después, por orden del visir, se apoderaron del atemorizado Hassan y le hicieron entrar en el cajón, que cerraron cuidadosamente. En seguida lo cargaron en el camello, levantaron las tiendas, y la comitiva se puso en marcha. Y así caminaron hasta la noche. Entonces se detuvieron para comer, y a fin de que Hassan también comiese, le dejaron salir unos instantes, encerrándole después de nuevo. Y de este modo prosiguieron el viaje.
De cuando en cuando se detenían, y se hacía salir a Hassan para encerrarle luego de ser sometido a un interrogatorio del visir, que le preguntaba cada vez: "¿Eres tú el que preparó el dulce de granada?" Y Hassan contestaba siempre: "¡Oh mi señor! Así es, en verdad". Y el visir exclamaba: "Atad a ese hombre y encerradle en el cajón!"
Y de este modo llegaron a El Cairo. Pero antes de entrar en la ciudad, el visir hizo que sacaran a Hassan del cajón y se lo presentasen. Y entonces dispuso: "¡Que venga en seguida un carpintero!" Y el carpintero compareció, y el visir le dijo: "Toma las medidas de alto y de ancho para construir una picota que le vaya bien a este hombre. y adáptala a un carretón, que arrastrará una pareja de búfalos". Y Hassan, espantado, exclamó: "¡Señor! ¿Qué vas a hacer conmigo?" Y el visir dijo: "Clavarte en la picota y llevarte por la ciudad para que todos te vean". Y Hassan repuso: "Pero ¿cuál es mi crimen, para que me castigues de este modo?" Entonces el visir Chamseddin le dijo: "¡La negligencia con que preparaste el plato de granada! Le faltaban condimento y aroma". Y al oírlo Hassan se aporreó con las manos la cabeza, y dijo: "¡Por Alah! ¡Todo eso es mi crimen! ¿Y no es otra la causa de este suplicio del viaje, y de que sólo me hayas dado de comer una vez al día, y piensas, por añadidura, clavarme en la picota?" Y el visir respondió: "Ciertamente, esa es toda la causa; ¡por la falta de condimento!"
Entonces Hassan llegó al límite del asombro, y levantando los brazos al cielo se puso a reflexionar profundamente. Y el visir le dijo: "¿En qué piensas?" Y Hassan respondió: "¡Por Alah! Pienso en que hay muchos locos en este mundo. Porque si tú no fueses el más loco de todos los locos, no me hubieras tratado así porque falte un poco de aroma en un plato de granada". Y el visir dijo: "He de enseñarte a que no reincidas, y no veo otro medio". Pero Hassan exclamó: "¡Pues tu manera de proceder es un crimen muchísimo mayor que el mío, y debías empezar por castigarte!" Entonces el visir contestó: "¡No te preocupes! ¡La picota es lo que más te conviene!"
Y mientras tanto, el carpintero seguía preparando allí mismo el poste del suplicio, y de cuando en cuando dirigía miradas a Hassan, como queriéndole decir: "¡Por Alah, que has de estar muy a tu gusto!"
Pero a todo esto se hizo de noche. Y se apoderaron de Hassan y nuevamente lo encerraron en el cajón. Y su tío le dijo: "¡Mañana te crucificaremos!" Después aguardó a que Hassan se hubiese dormido dentro de su cárcel. Entonces dispuso que cargasen la caja en un camello y dió la orden de partir, no deteniéndose hasta llegar al palacio.
Fué entonces cuando quiso revelárselo todo a su hija y a su cuñada. Y dijo a su hija Sett El-Hosn: "¡Loado sea Alah que nos ha permitido encontrar a tu primo Hassan Badreddin! ¡Ahí lo tienes! ¡Marcha, hija mía, y sé feliz! Y procura colocar los muebles, los tapices y todo lo de la casa y de la cámara nupcial exactamente lo mismo que estaban la noche de tus bodas". Y Sett El-Hosn, casi en el límite de la emoción, dió al momento las órdenes necesarias, y sus siervas se levantaron en seguida, y pusieron manos a la obra, encendiendo los candelabros. Y el visir les dijo: "Voy a auxiliar vuestra memoria". Y abrió un armario, y sacó el papel con la lista de los muebles y de todos los objetos, con la indicación de los sitios que ocupaban. Y fué leyendo muy detenidamente esta lista, cuidando que cada cosa se pusiera en su lugar. Y tan a maravilla se hizo todo, que el observador más inteligente se habría creído aún en la noche de boda de Sett El-Hosn con el jorobado.
En seguida el visir colocó con sus propias manos las ropas de Hassan donde éste las dejó: el turbante en la silla, el calzoncillo en el lecho, los calzones y el ropón en el diván, con la bolsa de los mil dinares y el contrato del judío, volviendo a coser en el turbante el pedazo de hule con los papeles que contenía.
Después recomendó a Sett el-Hosn que se vistiese como la primera noche, disponiéndose a recibir a su primo y esposo Hassan Badreddin, y que cuando éste entrase, le dijera: "¡Oh! ¡cuánto tiempo has estado en el retrete! ¡Por Alah! Si estás indispuesto , ¿Por qué no lo dices? ¿No soy yo tu esclava?
Y le recomendó también, aunque en realidad Sett El-Hosn no necesitaba esta advertencia, que se mostrase muy cariñosa con su primo y le hiciese pasar la noche lo más agradablemente posible.
Y luego el visir apuntó la fecha de este día bendito. Y fué al aposento donde estaba Hassan encerrado en el cajón. Lo mandó sacar mientras dormía, le desató las piernas, lo desnudó y no le dejó más que una camisa fina y un gorro en la cabeza, lo mismo que la noche de la boda. Después se escabulló, abriendo las puertas que conducían a la cámara nupcial para que Hassan se despertase solo.
Y Hassan no tardó en despertarse, y atónito al verse casi desnudo en aquel corredor tan maravillosamente alumbrado, y que no se le hacía desconocido, dijo: "¡Por Alah! ¿estaré despierto o soñando?"
Pasados los primeros instantes de sorpresa, se arriesgó a levantarse y a mirar a través de una de las puertas que se abrían en el pasillo. Y en el acto perdió la respiración. Acababa de reconocer la sala donde se había celebrado la fiesta en honor suyo y con tal detrimento para el jorobado. Y al mirar por la puerta que conducía a la cámara nupcial, vió su turbante encima de una silla y en el diván su ropón y sus calzones. Entonces, llena de sudor la frente, se dijo: "¿Estaré despierto? ¿Estaré soñando? ¿Estaré loco?" Y quiso avanzar, pero adelantaba un paso y retrocedía otro, limpiándose a cada momento la frente, bañada en un sudor frío. Y al fin exclamó: "¡Por Alah ! No es posible dudarlo. ¡Esto es un sueño! Pero ¿no estaba yo amarrado y metido en un cajón? ¡No; esto es un sueño!" Y así llegó hasta la entrada de la cámara nupcial, y cautelosamente avanzó la cabeza.
Y he aquí que Sett El-Hosn, tendida en el lecho, en toda su hermosura, levantó gentilmente una de las puntas del mosquitero de seda azul y dijo: "¡Oh dueño querido! ¡Cuánto tiempo has estado en el retrete! ¡Ven en seguida!"
Entonces el pobre Hassan se echó a reír a carcajadas, como un tragador de haschich o un fumador de opio, y gritaba: "¡Oh, qué sueño tan asombroso! ¡Qué sueño tan embrollado!" Y avanzó con infinitas precauciones, como si pisara serpientes, agarrando con una mano el faldón de la camisa y tentando en el aire con la otra, como un ciego o como un borracho.
Después, sin poder resistir la emoción, se sentó en la alfombra y empezó a reflexionar profundamente. Y es el caso que veía allí mismo, delante de él, sus calzones tal como eran, abombados y con sus pliegues bien hechos, su turbante de Bassra, su ropón, y colgando, los cordones de la bolsa.
Nuevamente le habló Sett El-Hosn desde el interior del lecho, y le dijo: "¿Qué haces, mi querido? ¡Te veo perplejo y tembloroso! ¡Ah! ¡No estabas así al principio!"
Entonces Badreddin, sin levantarse y apretándose la frente con las manos, empezó a abrir y a cerrar la boca, con una risa de loco, y al fin pudo decir: "¿Qué principio? ¿Y de qué noche? ¡Por Alah! ¡Si hace años y años que me ausenté!"
Entonces Sett El-Hosn le dijo: "¡Oh querido mío! Tranquilízate! ¡Por el nombre de Alah sobre ti y en torno de ti! ¡Tranquilízate! Hablo de esta noche que acabas de pasar en mis brazos, ¡la noche del poderoso ariete! Saliste un instante y has tardado cerca de una hora. Pero ya veo que no te encuentras bien. ¡Ven, ojos míos a que te dé calor; ven, alma mía!"
Pero Badreddin siguió riendo como un loco, y dijo: "¡Puede que digas la verdad! ¡Es posible que me haya dormido en el retrete y que haya soñado!" Después añadió: "¡Pero qué sueño tan desagradable! Figúrate que he soñado que era algo así como cocinero o pastelero de la ciudad de Damasco, en Siria, muy lejos de aquí, y que vivía diez años en ese oficio. He soñado también con un muchacho, seguramente hijo de noble, al que acompañaba un eunuco. Y me ocurrió con él tal aventura..." Y el pobre Hassan, notando que el sudor le bañaba la frente, fué a enjugarla, pero entonces tentó la huella de la piedra que le había herido, y dió un salto y dijo: "¡Por Alah! ¡Esta es la cicatriz de la pedrada que me tiró aquel muchacho!" Después reflexionó un instante, y añadió: "¡Es efectivamente un sueño! Este golpe es posible que me lo hayas dado tú hace un momento, en uno de nuestros transportes".
Luego dijo: "Sigo contándote mi sueño. Llegué a Damasco, pero no sé cómo. Era una mañana, y yo iba como ahora me ves, en camisa y con un gorro blanco: el gorro del jorobado. Y los habitantes no sé qué querían hacer conmigo. Heredé la tienda de un pastelero, un viejecillo muy amable. ¡Pero claro; esto no ha sido un sueño! Porque he preparado un plato de granada que no tenía bastante aroma... ¿Y después... ? ¿Pero he soñado todo esto o ha sido realidad... ?"
Entonces Sett El-Hosn exclamó: "¡Querido mío, realmente has soñado cosas muy extrañas! ¡Por favor, prosigue hasta el final!"
Y Hassan Badreddin, interrumpiéndose de cuando de cuando para lanzar exclamaciones, refirió a Sett El-Hosn toda la historia, real o soñada, desde el principio hasta el fin. Y luego añadió: "¡Cuando pienso que por poco me crucifican! ¡Y me hubiesen crucificado si no se disipa oportunamente el sueño! ¡Por Alah! ¡Todavía sudo al acordarme del cajón!"
Y Sett El-Hosn le preguntó: "¿Y por qué te querían crucificar?" Y él contestó: "Por haber aromatizado poco el dulce de granada. ¡Oh! Me esperaba la terrible picota con un carretón arrastrado por dos búfalos del Nilo. Pero gracias a Alah, todo ha sido un sueño ... Y a fe que la pérdida de mi pastelería, destruida por completo, me dió mucha pena".
Entonces Sett El-Hosn, que ya no podía más, saltó de la cama, se echó en brazos de Hassan Badreddin, y estrechándole contra su pecho empezó a besarle todo. Pero él no se movía. Y de pronto dijo: "¡No, no! ¡Esto es un sueño! ¡Por Alah! ¿dónde estoy? ¿dónde está la verdad?"
Y el pobre Hassan, llevado suavemente al lecho en brazos de Sett El-Hosn, se tendió extenuado y cayó en un sueño profundo, velado por su esposa, que de cuando en cuando le oía murmurar: "¡Es la realidad! ¡No! ¡Es un sueño!"
Con la mañana volvió la calma al espíritu de Hassan Badreddin, que al despertarse se encontró en brazos de Sett El-Hosn, viendo al pie del lecho a su tío el visir Chamseddin, que en seguida le deseó la paz. Y Badreddin le dijo: "¡Por Alah! ¿No has sido tú quien mandó que me atasen los brazos y has dispuesto la destrucción de mi tienda? ¡Y todo ello por estar poco aromatizado el dulce de granada!"
Entonces el visir Chamseddin, como ya no había razón para callar, le dijo:
"¡Oh hijo mío! Sabe que eres Hassan Badreddin, hijo de mi difunto hermano Nureddin, visir de Bassra. Y si te he hecho sufrir tales tratos ha sido para tener una nueva prueba con qué identificarte y saber que eras tú, y no otro, el que entró en la casa de mi hija la noche de la boda. Y esa prueba la he tenido al ver que conocías (pues yo estaba escondido detrás de ti) la casa y los muebles, y después tu turbante, tus calzones y tu bolsillo, y sobre todo, la etiqueta de esta bolsa y el pliego sellado del turbante, que contiene las instrucciones de tu padre Nureddin. Dispénsame, pues, hijo mío; porque no tenía otro medio de conocerte, ya que no te hube visto nunca, pues naciste en Bassra. ¡Oh hijo mío! Todo esto se debe a una divergencia que surgió hace muchos años entre tu padre Nureddin y yo, que soy tu tío".
Y el visir le contó toda la historia, y después le dijo: "¡Oh hijo mío! En cuanto a tu madre, la he traído de Bassra, y la vas a ver, lo mismo que a tu hijo Agib, fruto de tu primera noche de bodas con tu prima". Y el visir corrió a llamarlos.
El primero en llegar fué Agib, que esta vez se echó en brazos de su padre, y Badreddin, lleno de alegría, recitó estos versos:
¡Cuando te fuiste me puse a llorar, y las lágrimas se desbordaban de mis párpados!
¡Y juré que si Alah reunía alguna vez a los amantes, afligidos por su separación, mis labios no volverían a hablar de la pasada ausencia
¡La felicidad ha cumplido lo que ofreció y ha pagado su deuda ¡Y mi amigo ha vuelto! ¡Levántate hacia aquel que trajo la dicha, y recógete los faldones de tu ropón para servirle!
Apenas concluyó de recitar, cuando llegó sollozando la abuela de Agib, madre de Badreddin, y se precipitó en los brazos de su hijo, casi desmayada de júbilo. Y a la vuelta de grandes expansiones y lágrimas de alegría, se contaron mutuamente sus historias y sus penas y todos sus padecimientos.
Esta es, ¡oh rey afortunado! -dijo Schehrazada al rey Schahriar- la historia maravillosa que el visir Giafar Al-Barmakí refirió al califa Harún Al-Raschid, Emir de los Creyentes de la ciudad de Bagdad.
Y son estas también las aventuras del visir Chamseddin, de su hermano el visir Nureddin y de Hassan Badreddin, hijo de Nureddin.
Y el califa Harún Al-Raschid dijo: "¡Por Alah, que todo esto es verdaderamente asombroso!" Y admirado hasta el límite de la admiración, sonrió agradecido a su visir Giafar, y ordenó a los escribas de palacio que escribiesen con oro y con su más bella letra esta maravillosa historia y que la conservasen cuidadosamente en el armario de los papeles para que sirviese de lección a los hijos de los hijos.

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4.0 P2 Historia de la mujer despedazada, de las tres manzanas y del negro Rihan (segunda parte de tres)





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Pero cuando llegó la 20ª noche

Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado!, que entonces el visir se levantó, acogiendo con júbilo al hermoso Nureddin y diciéndole: "Entra, ¡oh hijo mío! en la cámara de tu esposa, y sé dichoso. Mañana te llevaré a ver al sultán. Y ahora sólo me resta implorar de Alah que te conceda todos sus favores y todos sus bienes".
Entonces Nureddin besó otra vez la mano del visir, su suegro, y entró en el aposento de la doncella. ¡Y sucedió lo que había de suceder!
¡Y esto fué referente a Nureddin!
En cuanto a Chamseddin, su hermano... he aquí lo que ocurrió. Terminada la expedición que hizo con el sultán de Egipto, hacia el lado de las Pirámides, regresó inmediatamente a su casa. Y se inquietó mucho al no encontrar a su hermano Nureddin. Y preguntó por él a sus esclavos, que le respondieron: "Nuestro amo Nureddin, el mismo día que te fuiste con el sultán, montó en una mula enjaezada con gran lujo, como en los días solemnes, y nos dijo: "Me voy hacia la parte de Kaliubia, estaré fuera unos días, pues noto opresión en el pecho y necesito aire libre; pero que no me siga nadie.
Y desde entonces no hemos vuelto a tener noticias suyas".
Entonces Chamseddin deploró mucho la ausencia de su hermano y fué aumentando su dolor de día en día, hasta que acabó por convertirse en una aflicción inmensa. Y pensaba: "Seguramente, el motivo de que se haya marchado no es otro que aquellas palabras tan duras que le dije la víspera de mi viaje con el sultán. Y esto y no otra cosa le ha obligado a huir. Pero es preciso que repare la falta cometida contra él y que disponga que lo busquen".
Y Chamseddin fué inmediatamente a ver al sultán, y le refirió lo que ocurría. Y el sultán mandó escribir mensajes autorizados con su sello y los envió con emisarios de a caballo en todas direcciones a todos sus lugartenientes de todas las comarcas, y les decía en estos pliegos que Nureddin había desaparecido y que precisaba buscarle fuese donde fuese.
Pero transcurrido algún tiempo, todos los correos regresaron sin ninguna noticia, porque ni uno solo había ido a Bassra, donde estaba Nureddin. Entonces Chamseddin, lamentándose hasta el límite de las lamentaciones, exclamó: "¡Mía es toda la culpa! ¡Todo esto me ocurre por mi poco tacto y mi falta de discreción!"
Pero como todo tiene su término, Chamseddin acabó por consolarse, y un día pidió en matrimonio a la hija de un gran comerciante de El Cairo, hizo su contrato con ella y con ella se casó. ¡Y sucedió lo que había de suceder!
Y se dió la coincidencia de que la misma noche que penetró Chamseddin en la cámara nupcial, fué justamente la misma en que Nureddin penetró en el aposento de la hija del visir de Bassra. Y permitió Alah esta coincidencia del matrimonio de los dos hermanos en la misma noche, para demostrar que manda en el destino de las criaturas.
Y todo se verificó, además, según lo habían combinado los dos hermanos antes de su querella, pues las dos esposas quedaron preñadas la misma noche: parieron el mismo día y a la misma hora, y la de Chamseddin, visir de Egipto, parió una niña cuya hermosura no tuvo igual en todo el país, y la de Nureddin, de Bassra, dió a luz un niño tan hermoso que no había otro como él en todo el mundo.
Ya lo dijo el poeta:
¡El niño! ... ¡Cuán delicado es! ... ¡Y qué gentil! ¡Y qué gracioso!.. . ¡Beber su boca! ¡Beber esta boca hace olvidar las copas llenas y los vasos desbordantes!
¡Beber en sus labios, apagar la sed en la frescura de sus mejillas y mirarse en el manantial de sus ojos, es olvidar la púrpura de los vinos, sus aromas, su sabor y toda su embriaguez!
¡Si viniese la misma Belleza a compararse con este niño, bajaría humillada la cabeza!
Y si le preguntaseis: "¡Oh Belleza! ¿Qué te parece? ¿Viste jamás nada semejante?" Ella contestaría: "¡Como él, verdaderamente, ninguno!"
Al hijo de Nureddin se le llamó Hassan Badreddin, a causa de su hermosura.[1]  Su nacimiento motivó grandes regocijos públicos. Y el séptimo día se dieron fiestas y banquetes dignos de príncipes.
Terminados los festejos, el visir de Bassra fué con Nureddin a ver al sultán. Entonces Nureddin besó la tierra entre las manos del sultán, y como estaba dotado de una gran elocuencia y era muy versado en las bellezas literarias, le recitó estos versos del poeta:
¡Ante él se inclina y se eclipsa el mayor de los bienhechores; pues ha conquistado el corazón de todos los seres elegidos!
¡Canto sus obras, aunque no son sus obras, sino cosas tan bellas que debería formarse con ellas un collar que adornara su cuello!
¡ Y si beso la plata de tus dedos, es porque no son dedos, sino la llave de todos los beneficios!

Tanto gustaron al sultán estos versos, que obsequió espléndidamente a Nureddin y a su suegro el visir, ignorando aún lo del matrimonio y cuanto se relacionaba con su existencia, por lo cual preguntó al visir, después de haber felicitado a Nureddin: "¿Quién es este joven tan hermoso y tan elocuente?"
Entonces el visir contó al sultán toda la historia, desde el principio al fin, y le dijo: "Este joven es sobrino mío". Y el sultán exclamó: "¿Y cómo no había yo oído hablar de él?"
Y el visir dijo: "¡Oh mi soberano y señor! Sabe que un hermano mío era visir de Egipto. Al morir dejó dos hijos, el mayor de los cuales heredó el cargo, y el otro, que es éste, ha venido a buscarme, pues prometí y juré a mi hermano que casaría a mi hija con uno de mis sobrinos. Así es que apenas llegó lo casé con mi hija. Este sobrino mío es joven, como ves, y yo ya soy demasiado viejo y estoy sordo y no puedo atender a los negocios del reino. Por eso vengo a pedir a mi soberano el sultán que se digne nombrar a mi sobrino, que es también mi yerno, para el cargo de visir. Y puedo asegurarte que merece este cargo, pues es hombre de buen consejo, pródigo en ideas excelentes y muy ducho en el modo de despachar los asuntos.
Entonces el sultán miró con más detenimiento a Nureddin, y quedó encantado de este examen, aceptó el consejo de su anciano visir y nombró para el cargo a Nureddin en lugar de su suegro, y le regaló un magnífico traje de honor, el mejor de todos los que pudo encontrar, y una mula de sus propias caballerizas y le señaló sus guardias y sus chambelanes.
Nureddin besó entonces la mano del sultán, y salió con su suegro. y ambos regresaron a su casa en el colmo de la alegría y besaron al recién nacido Hassan Badreddin y dijeron: "El nacimiento de esta criatura nos trajo buena suerte".
Al día siguiente, Nureddin fué a palacio a desempeñar sus nuevas funciones, y al llegar besó la tierra entre las manos del sultán, y recitó estas dos estrofas:
¡Para ti sean nuevas las felicidades todos los días, las prosperidades también! ¡ Y que el envidioso se consuma de despecho!
¡Ojalá sean blancos para ti todos los días, y negros los días de todos los envidiosos!
Entonces el sultán le permitió que se sentara en el diwán del visirato, y Nureddin se sentó en el diwán del visirato. Y empezó a desempeñar su cargo, despachando los asuntos pendientes y administrando justicia como si llevara muchos años de visir, y lo hizo tan a conciencia ante el sultán, que se maravilló de su inteligencia, de su comprensión para aquellos asuntos y de su admirable manera de administrar justicia, y le distinguió más aún, entrando en gran intimidad con él.
Y Nureddin siguió desempeñando a maravilla sus elevadas funciones; pero no por eso olvidó la educación de su hijo Hassan Badreddin, a pesar de todos los asuntos del reino. Porque Nureddin era cada día más poderoso y más favorecido del sultán, que aumentó el número de sus chambelanes, servidores, guardias y correos. Y llegó a ser tan rico, que pudo dedicarse al comercio en gran escala, fletando naves mercantes que recorrían todo el mundo; construyendo molinos y ruedas elevadoras de agua y plantando magníficos huertos y jardines. Y todo esto antes de que su hijo cumpliera los cuatro años.
Falleció entonces el anciano visir, suegro de Nureddin, y éste le hizo un entierro solemne, al cual asistieron él y todos los grandes del reino.
Y desde entonces Nureddin se consagró exclusivamente a la educación de su hijo. Y lo confió al sabio más versado en leves religiosas y civiles. Este sabio venerable iba todos los días a dar lecciones de lectura al niño Hassan Badreddin, y poco a poco, con método, le inició en la interpretación del Corán, que acabó por aprenderse de memoria, y después el sabio siguió años y años enseñando a su discípulo todos los conocimientos útiles. Y Hassan no dejaba de crecer en hermosura, gracia y perfección, como dice el poeta:
¡Este joven! ¡Es la luna y, como ella, resplandece de hermosura, aunque el sol tome el esplendor de sus rayos de las anémonas de sus mejillas!
¡Es el rey de la hermosura por su distinción sin igual! ¡Y habrá que suponer que prestó su lozanía a las flores y las praderas!
Durante todo aquel tiempo, el joven Hassan Badreddin no abandonó un instante el palacio de su padre Nureddin, pues el sabio le exigía una gran atención a sus lecciones. Pero cuando Hassan cumplió los quince años y ya no tuvo que aprender nada más del viejo maestro, su padre le llamó, le puso el traje más lujoso que encontró entre los suyos, le hizo que montara en la mejor de sus mulas y se dirigió con él al palacio del sultán, atravesando con numeroso séquito las calles de Bassra.
Y todos los habitantes, al ver al joven Hassan Badreddin, prorrumpían en gritos de admiración, por su hermosura, la esbeltez de su talle, su gracia y sus modales encantadores. Y exclamaban: "¡Por Alah! ¡Es hermoso como la luna! ¡Que Alah lo libre del mal de ojo!" Y aquello duró hasta la llegada de Badreddin y su padre al palacio.
Cuando el sultán vió la hermosura del joven Hassan Badreddin, quedó tan sorprendido, que perdió la respiración y se olvidó de respirar durante un buen rato. Y le mandó acercarse, y le estimó mucho, le hizo su favorito, colmándole de regalos, y dijo a su padre Nureddin: "Visir, es absolutamente indispensable que me lo envíes todos los días, pues comprendo que no podría pasarme sin él". Y el visir Nureddin tuvo que contestar: "Escucho y obedezco".
Cuando Hassan Badreddin hubo llegado a ser amigo y favorito del sultán, su padre Nureddin cayó gravemente enfermo, y sospechando que no tardaría Alah en llamarle a Su misericordia, mandó a buscar a su hijo y le dirigió las últimas advertencias, diciéndole: "Sabe, ¡oh hijo mío! que este mundo es para nosotros una morada pasajera, porque el mundo futuro es eterno. Por eso antes de morir quiero darte algunas instrucciones; óyelas bien y ábreles tu corazón". Y Nureddin explicó a su hijo Hassan las mejores normas para conducirse como es debido con sus semejantes y guiarse en la vida.
Luego se acordó Nureddin de su hermano Chamseddin, el visir de Egipto, y de su país y de sus parientes y de todos sus amigos de El Cairo, y al recordarlos no pudo dejar de llorar por no haberlos vuelto a ver. Pero en seguida se acordó de que tenía que aconsejarle algo más a Hassan, y le dijo: "Hijo mío, conserva en tu memoria las palabras que voy a decirte, porque son muy importantes. Sabe que tengo en El Cairo un hermano llamado Chamseddin, que es tío tuyo, y además visir de Egipto. Hace tiempo que nos separamos algo disgustados, y yo estoy aquí, en Bassra, sin licencia suya. Voy, pues, a dictarte mis últimas disposiciones sobre esto. Toma un papel y un cálamo y escribe lo que dicte”
Entonces Hassan Badreddin cogió una hoja de papel, extrajo el tintero del cinturón, sacó del estuche el mejor cálamo, que era el que estaba mejor cortado, lo mojó en la estopa empapada en tinta sobre la mano izquierda, y cogiendo el cálamo con la derecha, le dijo a Nureddín: "¡Oh padre mío, escucho tus palabras!" Y Nureddín empezó a dictar: "En nombre de Alah el Clemente, el Misericordioso..."
Y continuó dictando en seguida a su hijo toda su historia, desde el principio hasta el fin, y además le dictó la fecha de su llegada a Bassra, y de su casamiento con la hija del viejo visir, y le dictó su genealogía completa, sus ascendientes directos e indirectos, con sus nombres; el nombre de su padre y de su abuelo, su origen, su grado de nobleza personal adquirida, y en fin, todo su linaje paterno y materno.
Después le dijo: "Conserva cuidadosamente ese pliego de papel. Y si por mandato del Destino te ocurriese alguna desgracia en tu vida, regresa al país de origen de tu padre, en donde nací yo, o sea El Cairo, la ciudad próspera; pregunta allí por tu tío el visir, que vive en nuestra casa, y salúdale de mi parte deseándole la paz, y dile que he muerto afligido por morir en el extranjero, lejos de él, y que antes de morir no tenía más deseo que verle. He aquí, ¡oh mi hijo Hassan! los consejos que quería darte. ¡Te conjuro a que no los olvides!"
Entonces Hassan Badreddin dobló cuidadosamente el papel, después de echarle arenilla, secarlo y sellarlo con el sello de su padre el visir, y luego lo colocó en el forro de su turbante, y lo cosió allí, habiéndolo envuelto en un pedazo de hule para preservarlo de la humedad.
Hecho esto, no pensó más que en llorar, besando la mano de su padre Nureddin y afligiéndose al comprender que se quedaba solo, siendo tan joven, y privado de la compañía de su padre. Y Nureddin no dejó de dar consejos a su hijo Hassan Badreddin hasta que entregó el alma.
Entonces Hassan Badreddin sintió un pesar grandísimo, así como el sultán y todos los emires, y los grandes y los humildes. Y enterraron a Nureddin según su rango.
Hassan Badreddin hizo durar dos meses las ceremonias del luto, y durante todo este tiempo no salió un instante de su casa y hasta olvidó la visita a palacio para saludar al sultán según costumbre.
Y el sultán no comprendió que era la aflicción la que retenía al hermoso Hassan Badreddin lejos de él, sino que pensó que Hassan lo abandonaba y lo menospreciaba. Y entonces se indignó mucho, y en vez de nombrar a Hassan sucesor de su padre el visir Nureddin, nombró a otro para este cargo haciendo privado suyo a un joven chambelán. No contento con esto, hizo más el sultán contra Hassan Badreddin. Mandó sellar y confiscar todos sus bienes, todas sus casas y todas sus propiedades, y después dispuso que prendiesen a Hassan Badreddiny se lo llevasen encadenado.
Y en seguida el nuevo visir, en compañía de varios chambelanes, se dirigió a la casa del joven Hassan, que no podía sospechar la desgracia que le amenazaba.
Pero afortunadamente, había entre los esclavos de su palacio un joven mameluk que quería mucho a Hassan Badreddin. En cuanto supo lo que pasaba, echó a correr, y llegó a casa del joven Hassan, al cual halló muy triste, con la cabeza baja y el corazón dolorido, sin dejar de pensar en la muerte de su padre. Y el esclavo le enteró entonces lo que ocurría. Y Hassan le preguntó: "¿Pero no tendré tiempo para coger algo con qué subsistir durante mi huída al extranjero?" Y el mameluk le dijo: "El tiempo urge. No pienses más que en salvar tu persona".
Al oírle, el joven Hassan, vestido tal como estaba, y sin llevar nada consigo, salió apresuradamente, después de echarse la orla de su túnica por encima de la cabeza para que no lo conociesen. Y siguió caminando hasta que se vió fuera de la ciudad.
Al saber los habitantes de Bassra que se había intentado prender a Hassan Badreddin, hijo del difunto visir Nureddin, y la confiscación de sus bienes y su probable sentencia de muerte, se afligieron en extremo y exclamaron: "¡Qué lástima de hermosura y de joven tan agradable!" Y Hassan, al recorrer las calles sin que le conociesen, oía estos lamentos y exclamaciones. Pero aun se apresuró más, y siguió andando, hasta que la suerte y el destino hicieron que precisamente pasase por el cementerio donde estaba la turbeh (tumba) de su padre. Entonces entró en el cementerio, y caminando por entre las tumbas llegó a la turbeh de su padre. Y se quitó la ropa que le cubría la cabeza, entró bajo la cúpula de la turbeh, y resolvió pasar allí la noche.
Pero mientras permanecía sentado y sumido en sus pensamientos, vió que se le acercaba un judío de Bassra, mercader conocidísimo en la ciudad. Este mercader judío regresaba de un pueblo cercano, encaminándose a Bassra. Y al pasar cerca de la turbeh de Nureddin, miró hacia el interior, y vió al joven Hassan Badreddin, a quien conoció en seguida. Entonces entró, se acercó a él respetuosamente y le dijo: "¡Oh mi señor! ¡qué mal semblante tienes y qué desmejorado estás, siendo tan hermoso! ¿Te ha ocurrido alguna nueva desgracia además del fallecimiento de tu padre el visir Nureddin, a quien respeté, y que tanto me quería y estimaba? ¡Téngale Alah en Su misericordia!"
Pero Hassan Badreddin no quiso revelarle el verdadero motivo de su trastorno, y le contestó: "Esta tarde, mientras estaba durmiendo, se me presentó mi difunto padre, y me ha reconvenido porque no visitaba su turbeh. De pronto me desperté, lleno de terror y remordimiento, y me vine aquí en seguida. Y aun estoy bajo aquella impresión tan penosa".
Entonces el judío le dijo: ";.Oh mi señor! Hace tiempo que pensaba ir en tu busca para hablarte de un asunto, y ahora me favorece la casualidad, puesto que te encuentro. Sabes, pues, ¡oh mi joven señor! que tu padre el visir, con quien estaba yo en relaciones mercantiles, había fletado naves que ahora vuelven cargadas de mercancías. Estas naves vienen consignadas a él. Si quisieras cederme su carga, te ofrecería mil dinares por cada una, y te pagaría al contado".
Y el judío sacó de su bolsillo un monedero lleno de oro, contó mil dinares, y se los ofreció en seguida a Hassan, que no dejó de aceptar este ofrecimiento ordenado por Alah para sacarlo del apuro en que se hallaba. Y el judío añadió: "Ahora. ¡oh mi señor! ponme el recibo, provisto de tu sello". Y Hassan Badreddin cogió el papel que le alargaba el judío, así como el cálamo, mojó éste en el tintero de cobre, y escribió en el papel:
"Declaro que quien ha escrito este papel es Hassan Badreddin, hijo del difunto visir Nureddin (¡Alah lo haya acogido en su misericordia), y que ha vendido al judío N., hijo de N., mercader de Bassra, el cargamento de la primera nave que llegue a la ciudad de Bassra y forme parte de las pertenecientes a mi padre Nureddin. Y vendo esto por mil dinares, y nada más". Luego puso su sello en la parte inferior de la hoja, y se la entregó al judío, que lo saludó respetuosamente, y se fué.
Entonces Hassan rompió a llorar, pensando en su padre, en su posición pasada y en su suerte presente; pero como ya se había hecho de noche, le venció el sueño y se quedó dormido en la turbeh. Y así siguió hasta que salió la luna, y como en aquel momento se le había escurrido la cabeza encima de la piedra de la turbeh, hubo de dar una vuelta completa, echándose de espaldas, y la luna iluminó por completo su rostro, que resplandecía con toda su belleza.
Aquel cementerio era frecuentado por efrits de la buena especie, efrits musulmanes y creyentes. Y por casualidad, aquella noche, una encantadora efrita volaba por allí, tomando el fresco, y vió a la luz de la luna al joven Hassan que estaba durmiendo, y observó su belleza y sus hermosas proporciones, y quedándose maravillada, dijo: "¡Gloria a Alah! ¡Oh, qué hermoso joven! ¡Cómo me enamoran sus hermosos ojos, que me figuro muy negros y de una blancura ... !" Pero después pensó: "Mientras se despierta, voy a seguir mi paseo por los aires". Y echó a volar, subió muy arriba buscando el fresco, y se encontró en lo más alto con uno de sus compañeros, un efrit también musulmán. Le saludó muy gentilmente y él le devolvió el saludo con mucha deferencia. Entonces ella le preguntó: "¿De dónde vienes, compañero?" Y él le contestó: "De El Cairo". Y la efrita volvió a preguntar: "¿Les va bien a los buenos creyentes de El Cairo?" Y el efrit contestó: "Gracias a Alah, les va bien". Entonces la efrita le dijo: "Compañero, ¿quieres venir conmigo para admirar la hermosura de un joven que está durmiendo en el cementerio de Basrra?" Y el efrit dijo: "Estoy a tus órdenes".
Entonces se cogieron de la mano, descendieron juntos al cementerio, y se pararon delante de Hassan, dormido. Y la efrita dijo al efrit, guiñándole el ojo: "¿Eh? ¿Tenía yo razón?" Y el efrit, asombrado por la maravillosa hermosura de Hassan Badreddin, exclamó: "¡Por Alah! ¡No he visto cosa parecida! ¡Ha sido creado para poner en combustión todas las vulvas!" Después reflexionó un momento, y dijo: "Sin embargo, hermana mía, he de decirte que he visto a otra persona que puede compararse con este joven tan hermoso". Y la efrita exclamó: "¡No es posible!" Y dijo el efrit: "¡Por Alah, que la he visto. Ha sido bajo el clima de Egipto, en El Cairo, y es la hija del visir Chamseddin". La efrita dijo: "Pues no la conozco". Y el efrit le replicó: "Escucha. He aquí la historia de esa joven:
"Su padre, el visir Chamseddin, ha caído en desgracia por causa de ella. Habiendo oído el sultán de Egipto hablar a sus mujeres de la belleza extraordinaria de la hija del visir, se la pidió en matrimonio a su padre. Pero el visir Chamseddin, que había pensado otra cosa para su hija, se vió en una gran confusión, y dijo al sultán: "¡Oh, mi señor y soberano! Ten la bondad de permitirme que me excuse, y perdóname por ello. Ya sabes la historia de mi pobre hermano Nureddin, que era visir conmigo. Ya sabes que desapareció un día, sin que hayamos vuelto a saber de él. Y el motivo de su marcha no pudo ser más leve". Y contó al sultán detalladamente este motivo. Y después añadió: "He jurado ante Alah, el día que nació mi hija, que ocurriera lo que ocurriera, no la casaría más que con el hijo de mi hermano Nureddin. Y han transcurrido desde entonces dieciocho años. Pero afortunadamente, he sabido hace pocos días que mi hermano Nureddin se había casado con la hija del visir de Bassra, y que había tenido un hijo. Por lo tanto, mi hija, nacida de mis obras con su madre, está destinada y escriturada a su primo, el hijo de mi hermano Nureddin. En cuanto a ti, ¡oh mi señor y soberano! puedes elegir otra joven. El Egipto está lleno de ellas. ¡Y muchas son bocado de rey!"
Pero el sultán, al oírle, se enfureció mucho, y gritó: "¡Qué has dicho, miserable visir! ¡Te quise honrar descendiendo hasta ti para casarme con tu hija, y aun te atreves a negármela, alegando ese pretexto tan estúpido! ¡Está muy bien! Pero juro por mi cabeza que te obligaré a casarla, a despecho de tu nariz, con el último de mis servidores". Y el sultán tenía un palafrenero contrahecho y jorobado, con una joroba delante y otra joroba detrás, y le mandó llamar en seguida y dispuso que se escribiese su contrato de matrimonio con la hija del visir Chamseddin, a pesar de las súplicas del padre. Y ordenó al jorobado que se acostara aquella misma noche con la joven. Además, mandó que la boda se celebrase lujosamente y con música".
Así los he dejado, ¡oh hermana mía! en el momento en que los esclavos de palacio rodeaban al jorobado y le dirigían bromas egipcias muy graciosas, llevando cada uno en la mano las velas de la boda para acompañar al novio. Y éste tomaba el baño en el hammam, entre las risas y las burlas de los esclavos, que decían: "¡Mejor quisiéramos tener la herramienta pelada de un borrico, que el asqueroso zib de este jorobeta!" Y efectivamente, hermana mía, el jorobado es muy feo y repulsivo".
Y el efrit, al recordarle, escupió en el suelo con un gesto de repugnancia. Después dijo: "En cuanto a la joven, es la criatura más bella que he visto en mi vida. Puedo asegurarte que es todavía más hermosa que este mancebo. La llaman Sett El-Hosn, (Soberana de la Belleza) y se merece el nombre.
Ha quedado llorando amargamente, alejada de su padre al cual se le ha prohibido asistir a la ceremonia. Y está sola, en medio de los festejos, entre los músicos, danzarinas y cantadoras. Y el repugnante palafrenero no tardará en salir del hammam, y le aguardan para empezar la fiesta.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 21ª noche

Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el efrit terminó su relato con estas palabras: "Y no esperan otra cosa sino que el jorobado salga del hammam". Y la efrita repuso: "Se me figura, ¡oh compañero! que te equivocas al afirmar que Sett El-Hosn es más hermosa que este joven. No es posible. Es, indudablemente, el más hermoso de su tiempo". Pero el efrit respondió: "¡Por Alah, hermana mía! te aseguro que aquella joven es más bella todavía. No tienes más que venir conmigo para que a su vista te convenzas. Bien fácil te ha de ser esto. Además, podríamos aprovechar la ocasión para birlar al maldito jorobado aquella maravilla hecha carne. Porque los dos jóvenes son dignos el uno del otro, y tanto se parecen, que diríase que son hermanos, o primos por lo menos. Y sería una lástima que el jorobado copulase a Sett El-Hosn".
Entonces contestó la efrita: "Razón tienes, hermano mío. Llevemos en brazos a ese mancebo dormido, y juntémoslo con la joven de quien hablas. Así haremos una buena obra, y veremos además cuál es más hermoso de los dos". Y el efrit dijo: "¡Escucho y obedezco! Tus palabras están llenas de rectitud y justicia. ¡Vamos, pues!"
Y entonces el efrit se echó a cuestas al joven, y comenzó a volar, seguido de cerca por la efrita, que le ayudaba para llegar antes, y ambos, de este modo, llegaron cargados a El Cairo con toda rapidez. Allí soltaron al hermoso Hassán, dejándole dormido sobre el banco de una calle próxima al palacio, que rebosaba de gente. Y entonces le despertaron.
Hassan se despertó, y quedó en la más extrema perplejidad al no verse en Bassra, en la turbeh de su padre. Y miró a la derecha. Y miró a la izquierda. Y no conocía nada de aquello. Pues aquello era una ciudad, pero una ciudad muy distinta a la de Bassra.
Tan sorprendido quedó, que abrió la boca para gritar; pero en seguida vió delante de sí a un hombre gigantesco y barbudo, que le guiñó el ojo para indicarle que no gritase. Y Hassan se contuvo. Y aquel hombre, que era el efrit, le presentó una vela encendida, y le mandó que se uniera a las muchas personas que llevaban velas encendidas para acompañar a la boda, v le dijo: "¡Sabe que soy un efrit, pero creyente! Te transporté aquí durante tu sueño. Esta ciudad es El Cairo. Te he traído porque te quiero y deseo favorecerte sin ningún interés, sólo por amor a Alah y por tu hermosura. Toma esta vela encendida, intérnate entre la muchedumbre y marcha con ella hasta ese hammam que allí ves.
De él ha de salir una especie de jorobado a quien llevarán triunfalmente. ¡Síguele! Ve siempre a su lado, pues es el novio. Entrarás en el palacio con él, y al llegar a la gran sala de recepciones te colocarás a su derecha, como si fueses de la casa. Y cada vez que veas llegar ante vosotros un músico, una cantora o una danzarina, métete la mano en el bolsillo, que ya cuidaré yo que siempre esté lleno de oro, y cógelo a puñados sin vacilación alguna y arrójaselo a todos.
No temas que se te acabe, que eso es cuenta mía. Obsequia, pues, con puñados de oro a cuantos se te acerquen. Aventúrate y no te detengas ante nada. Confía en Alah que te creó tan hermoso y en mí que te estimo. Además, todo lo que te suceda, te sucederá por la voluntad y el poder del Altísimo". Y dichas estas palabras, el efrit desapareció.
Entonces Hassan Badreddin de Bassra dijo para sí: "¿Qué querrá decir todo esto? ¿De que favores me ha hablado este asombroso efrit? Pero sin perder más tiempo en estas preguntas, echó a andar, encendió la vela en la de un invitado, y llegó al hammam cuando el jorobado había acabado de bañarse y salía a caballo con un traje magnífico. Hassan Badreddin se internó entonces entre la muchedumbre, dándose tanta maña, que llegó a la cabeza de la comitiva, junto al jorobado.
Y entonces brilló en todo su esplendor la maravillosa hermosura de Hassan. Iba vestido con el más suntuoso de sus trajes de Bassra, llevaba un manto de seda tejido con hilo de oro, y en la cabeza un birrete rodeado de un magnífico turbante bordado en oro y plata, puesto a la usanza de Bassra. Y todo ello realzaba su apuesto continente y su hermosura.
Durante la marcha del cortejo, cada vez que una cantora o una danzarina se separaba del grupo de los músicos y se acercaba a él para llegar frente al jorobado, Hassan Badreddin se echaba mano al bolsillo, y sacándola llena de oro, lo derramaba a puñados a su alrededor, y echaba más en la pandereta de la danzarina o de la cantora, llenándola de oro, con ademanes de sin igual donosura.
Y por eso todas estas mujeres, lo mismo que la muchedumbre, quedaron asombradas de aquella esplendidez, admirando la belleza y los encantos de Hassan.
La comitiva acabó por llegar al palacio. Entonces los chambelanes detuvieron la multitud, y sólo dejaron entrar detrás del jorobado a los músicos, las danzarinas y las cantoras.
Pero las cantoras y las danzarinas interpelaron unánimemente a los chambelanes, y les dijeron: "¡Por Alah! Hacéis bien en impedir a esos hombres que entren con nosotras en el harén para presenciar cómo se viste la novia. Pero por nuestra parte, nos negaremos a entrar si no nos acompaña este joven que nos ha colmado de beneficios. Y no hemos de festejar a la novia como no sea en presencia de este joven, amigo nuestro".
Entonces las mujeres se apoderaron a la fuerza del joven Hassan y lo llevaron con ellas al harén, en medio de la gran sala de fiestas. Y fué el único hombre que estuvo en el harén a despecho de la nariz del jorobado, que no pudo impedirlo. Allí se halaban reunidas todas las damas de palacio, las esposas de los emires, visires y chambelanes. Y se alineaban en dos filas, sosteniendo cada una en la mano un gran cirio; y todas tenían la cara cubierta con el velillo de seda blanca, a causa de la presencia de aquellos dos hombres.
Y Hassan y el jorobado pasaron por entre las dos hileras y fueron a sentarse en una tarima alta, teniendo que atravesar las dos filas de mujeres, que se prolongaban desde la sala de festejos hasta la cámara nupcial, de donde había de salir la novia para la boda.
Al ver a Hassan Badreddin y advertir su hermosura, sus encantos y su rostro luminoso cual la luna creciente, las mujeres se emocionaron hasta casi quedarse sin aliento y perder la razón. Y ardía cada cual en deseos de abrazar a aquel joven maravilloso, y traerle a su regazo, permaneciendo unidos un año, o un mes, o siquiera una hora, solamente el tiempo preciso para que la asaltase una vez y sentirlo dentro de ella.
Y en un momento dado, todas estas mujeres, no pudiendo resistir por más tiempo, se descubrieron el rostro, levantando el velillo. ¡Y se mostraron sin pudor, olvidando la presencia del jorobado! Y todas se acercaron a Hassan Badreddin para admirarle más de cerca y decirle palabras de amor, o siquiera guiñarle un ojo para que pudiese comprender cuánto le deseaban.
Y además las danzarinas y las cantoras ponderaban la generosidad de Hassan, alentando a las damas a que le sirviesen lo mejor posible. Y las damas decían: "¡Por Alah! ¡He aquí un hermoso joven! ¡Este sí que puede dormir con Sett El-Hosn! ¡Nacieron el uno para el otro! ¡Confunda, pues, Alah a ese maldito jorobado!
Y mientras las damas seguían alabando a Hassan y lanzando imprecaciones contra el jorobado, las tañedoras de instrumentos rompieron a tocar, se abrió la puerta de la cámara nupcial y la novia Sett El-Hosn entró en la sala de festejos rodeada de eunucos y doncellas.
Sett El-Hosn, hija del visir Chamseddin, apareció en medio de su servidumbre, y brillaba como una hurí. Las otras, comparadas con ella, no eran más que unos astros que formaron su cortejo, como estrellas que rodean a la luna al salir de una nube. Se había perfumado con ámbar, almizcle y rosa, y su peinada cabellera brillaba bajo la seda que la cubría. Sus hombros admirables marcábanse a través de su traje suntuoso. Iba de un modo regio: entre otras galas, llevaba un vestido bordado de oro rojo, con dibujos de pájaros y flores. Y esto era el traje exterior, pues los interiores sólo Alah sería capaz de conocerlos y estimarlos en su verdadero mérito. En la garganta lucía un collar que suponía incalculables millares de dinares. Y cada una de sus piedras era de tal valor, que ningún mortal, ni el rey en persona, las había visto iguales.
En una palabra, Sett El-Hosn aparecía tan hermosa como la luna llena en la decimacuarta noche.
Y Hassan Badreddin seguía sentado entre el grupo de damas, causando la admiración de todas. Y la novia avanzó con un gracioso movimiento, dirigiéndose hacia el estrado. Entonces el jorobado se levantó y quiso besarla. Pero ella, horrorizada, lo rechazó y fué a colocarse rápidamente al lado del hermoso Hassan. ¡Y pensar que era su primo, y ella no lo sabía, lo mismo que él!
Y todas las damas se echaron, a reír, principalmente cuando la novia se detuvo ante el hermoso Hassan, por el cual se sintió al instante abrasada en deseos, y exclamó, levantando al cielo las manos: "¡Alahumma! ¡Haz que este hermoso joven sea mi marido, y líbrame de ese palafrenero jorobado!"
Entonces Hassan Badreddin, siguiendo las instrucciones del efrit, metió la mano en su bolsillo y la sacó llena de oro, echándoselo a puñados a las servidoras de Sett El-Hosn y a las cantoras y danzarinas, que exclamaron: "¡Ojalá poseas a la novia!" Y Badreddin correspondió con una gentil sonrisa a este deseo y a estas felicitaciones.
Y el jorobado se veía, durante esta escena, abandonado de todos, y hallábase solo, más feo que un mico. Y todas las personas que por casualidad se le acercaban, al pasar junto a él apagaban la vela en señal de burla. Y así permaneció algún tiempo, aburriéndose y poniéndose cada vez de peor humor. Y todas las damas se reían al mirarle, y le dirigían bromas escandalosas. Una le decía: "¡Mico, ya podrás masturbarte en seco y copular en el aire!" Otra le increpaba: "¡Mira! ¡Apenas abultas lo que el zib de nuestro buen amo! ¡Y tus dos jorobas son la medida exacta de sus compañones!" Y decía una tercera: "Si te diese un golpe con su zib, irías a caer de trasero en la cuadra".
Y todo el mundo se reía.
La novia dió la vuelta al salón siete veces consecutivas, vestida cada una de diferente modo, y seguida por todas las damas, y se paraba a cada vuelta delante de Hassan Badreddin El-Bassrauí. Y cada traje nuevo era mucho más hermoso que el anterior, y cada aderezo infinitamente superior a los otros aderezos. Y mientras avanzaba lentamente la novia, las tañedoras hacían maravillas, y las cantoras decían las canciones más apasionadamente amorosas y excitantes, y las danzarinas, acompañándose con las panderetas, saltaban como pájaros. Y Hassan Badreddin El-Bassrauí no dejaba de lanzar puñados de oro, esparciéndolo por todo el salón, y las mujeres se precipitaban a recogerlo para tocar algo que hubiera pasado por la mano del Joven Y hasta hubo algunas que, aprovechándose de la hilaridad y la excitación generales, del sonar de los instrumentos y de la embriaguez de las canciones, se tumbaron en tierra, una encima de otra, para simular una copulación, contemplando a Hassan, que desde su asiento sonreía. Y el jorobado presenciaba todo esto muy desolado. Y su desolación aumentaba cada vez que veía a una de las mujeres volverse hacia Hassan, y con la mano tendida y bajada bruscamente, ofrecerle, por señas, la vulva; o a otra agitar el dedo del corazón, guiñando el ojo; o a otra menear las caderas retorciéndose, y dando con la mano derecha abierta en la izquierda cerrada; o a otra, con ademán más lúbrico, golpearse las nalgas, y decirle al jorobado: "¡Lo catarás en tiempo de los albaricoques!"
Y todo el mundo se reía.
Terminada la séptima vuelta, se acabó la boda, que había durado gran parte de la noche. Y las tañedoras dejaron de pulsar los instrumentos, la danzarinas y las cantoras se detuvieron, pasando con todas las damas por delante de Hassan, besándole la mano o tocándole la orla del traje. Y todo el mundo le miraba al salir, haciéndole entender que no se moviera de aquel sitio. Y en efecto, sólo quedaron en el salón el joven Hassan, el jorobado y la novia con su servidumbre. Entonces las doncellas se llevaron a Sett El-Hosn a la estancia destinada a desnudarse, quitándole uno por uno los vestidos, diciendo al caer cada prenda: "¡En nombre de Alah!" para librarla del mal de ojo. Y después se fueron, dejándola sola con su vieja nodriza, que antes de conducirla a la cámara nupcial tenía que aguardar que entrase primero el novio jorobado.
Y el jorobado se levantó entonces de la tarima, y advirtiendo que Hassan no se movía de su asiento, le dijo secamente: "En verdad, señor, que nos honraste mucho con tu presencia, colmándonos de beneficios esta noche. Pero ahora, para salir, no esperarás que te echen". Entonces el joven, que ignoraba lo que tenía que hacer, contestó: "¡En nombre de Alah!" Y levantándose, salió. Pero apenas había franqueado los umbrales de la sala, se le apareció el efrit, y le dijo:
"¿Adónde vas, Badreddin? Detente, y oye mis instrucciones. El jorobado acaba de marchar al retrete. Allí se las entenderá conmigo. Tú encamínate a la cámara nupcial, y cuando veas entrar a la novia, le dices: "Tu verdadero marido soy yo. El sultán, de acuerdo con tu padre, ha empleado esta estratagema por temor al mal de ojo. Y en cuanto al palafrenero, que es el más miserable de los palafreneros, para indemnizarle le están preparando en la caballeriza un buen jarro de leche cuajada para que refresque a tu salud". Luego te acercarás a ella, y quitándole el velo, harás con su persona lo que debes hacer". Y dicho esto, desapareció el efrit.
El jorobado había ido efectivamente al retrete para descargarse antes de entrar en la cámara dé la novia. Y poniéndose de cuclillas sobre el mármol, comenzó su obra. Pero súbitamente el efrit tomó la forma de una rata y salió del agujero del retrete, dando gritos de rata: "¡Sik! ¡sik!" Y el jorobado dió una palmada para que huyese, v le chilló: "¡Hesch! ¡hesch!" Pero la rata empezó a crecer v se convirtió en un enorme gato de ojos feroces y brillantes. que rompió a maullar muy enfurecido. Después, como el jorobado prosiguiese en su operación, el gato fué creciendo, y se convirtió en un perro enorme, que se puso a ladrar: "¡Guau! ¡guau!" Entonces el jorobado comenzó a asustarse, y le dijo: "¡Marcha de ahí, monstruo!" Pero el perro, creciendo siempre, se convirtió en un borrico, que se puso a rebuznar en la misma cara del jorobado y a ventosear con un estrépito terrible.
Y el jorobado, lleno de terror, sintió que todo su vientre se deshacía en diarrea, y apenas si pudo gritar: "¡Socorro! ¡socorro!" Y en seguida el borrico creció aún más y se transformó en un búfalo monstruoso, que obstruyó por completo la puerta del retrete para que no se le escapase, y el búfalo, esta vez, habló con voz de hombre, y dijo: "¡Caiga la desgracia sobre ti, jorobeta de mi trasero! ¡Eres el palafrenero más inmundo!"
Al oír estas palabras, sintió el jorobado que le invadía el frío de la muerte, y resbaló a medio vestir hasta el pavimento, y las mandíbulas se le entrechocaron, acabando el espanto por soldárselas. Entonces el búfalo gritó: "¡Jorobado de betún! ¿No has podido buscar otra mujer más que a mi querida para atacarla con tu innoble herramienta?" Y el palafrenero, lleno de terror, no pudo articular palabra. Y el efrit le dijo: "¡Responde, o te haré morder tus excrementos!" Entonces el jorobado, todo tembloroso por esta terrible amenaza, pudo decir: "¡Por Alah! ¡Yo no tengo la culpa, pues sabe que me han obligado! Y además, ¡oh poderoso soberano de los búfalos! yo no iba a adivinar que la joven tuviese un búfalo por amante. Pero juro que me arrepiento y que pido perdón a Alah y a ti".
Entonces el efrit le dijo: "Vas a jurar por Alah que obedecerás mis órdenes". Y el jorobado se apresuró a jurar, y el efrit le dijo: "Pasarás aquí la noche, hasta que salga el sol, y no te marcharás hasta esa hora. Pero sobre todo, no digas una palabra de esto, si no quieres que te rompa la cabeza en mil pedazos. Y no vuelvas a poner los pies en esta parte del palacio, ni a acercarte al harén, porque te repito que he de aplastarte la cabeza y hundirte en el pozo negro". Y luego añadió: "Ahora voy a ponerte en una postura, y no te moverás hasta el amanecer". Entonces el búfalo agarró con los dientes al palafrenero y lo metió de cabeza en el agujero del retrete, sin dejarle fuera más que los pies. Y le repitió: "¡Mucho cuidado con hacer ni un movimiento!" Y desapareció en seguida.
Y esto es todo lo que le acaeció al jorobado.
Por su parte, Hassan Badreddin El-Bassrauí, dejando que se las entendiesen el efrit y el jorobado, atravesó los aposentos particulares y entró en la cámara nupcial, yendo a sentarse en el testero. Y apenas había llegado, apareció la recién casada apoyada en su nodriza, que se detuvo a la puerta, dejando entrar sólo a Sett El-Hosn. Y sin ver bien al que estaba en el testero, y creyendo hablar con el jorobado, le dijo: “¡Levántate, héroe valiente, coge a tu esposa y pórtate de una manera brillante! ¡Y ahora, hijos míos, Alah sea con vosotros!" Y la vieja se retiró.
Entonces entró muy desesperada Sett El-Hosn, y se decía: "¡Es preferible la muerte, antes que este jorobado inmundo!"
Pero apenas hubo reconocido al maravilloso Badreddin, dió un grito de felicidad, y dijo: "¡Oh querido mío! ¡Qué amable fuiste aguardándome tanto tiempo! Pero ¿estás solo? ¡Oh, qué dicha tan grande! Te confieso que al verte en la sala junto a ese odioso jorobado, creí que os habíais asociado los dos para poseerme".
Y Badreddin contestó: "¡Oh mi señora! ¡qué pensaste! ¿Es posible que te toque ese maldito jorobado? Y ¿cómo íbamos a asociarnos para tal cosa?"
Entonces Sett El-Hosn preguntó: "Pero en fin, ¿quién de los dos es mi marido: él o tú?"
Y Badreddin repuso: "¡Soy yo, querida mía! Se ha inventado esta farsa del jorobado para hacernos reír, y también para librarnos del mal de ojo; pues todas las damas han oído hablar de tu hermosura sin igual, y tu padre alquiló a ese palafrenero para qué conjurase el mal de ojo, gratificándole con diez dinares. Y ahora está en la caballeriza a punto de tragarse a nuestra salud un jarro de leche fresca bien cuajada".
Al oír a Badreddin, Sétt El-Hosn llegó al colmo de la alegría, y sonrió gentilmente, y rompió a reír más gentilmente aún.
Y luego, sin poder contenerse más, exclamó: "¡Por Alah, querido mío! ¡Poséeme! ¡Apriétame bien! ¡Ven en seguida a mi regazo!" Y como Sett El- Hosn se había despojado de las ropas interiores y estaba toda desnuda, sólo cubierta por una falda, cuando dijo:” ¡Ven enseguida a mi regazo”!, la levantó rápidamente hasta la altura de la vulva, mostrando en toda su magnificencia sus muslos y sus nalgas de jazmín. Y a la vista de los encantos de aquella carne de hurí, Badreddin sintió que el deseo recorría todo su cuerpo y despertaba al niño dormido, y levantándose apresuradamente se desnudó, despojándose del calzón de innumerables pliegues y de la bolsa que contenía los mil dinares que le había dado el judío de Bassra, y la colocó en el diván, junto a los calzones, y luego se quitó el hermoso turbante y lo puso en una silla, cubriéndose con otro ligero de dormir que habían dejado allí para el jorobado y sólo se quedó con la fina camisa de muselina de seda bordada de oro, y con el ancho calzoncillo de seda azul, sujeto a la cintura por un cordones con borlas de oro.
Y soltando estos cordones, abrazó a Sett El-Hosn, que le ofrecía todo su cuerpo. La levantó en alto, la tendió en la cama, y se echó sobre ella. Y agachado, abiertas las piernas, cogió los muslos de Sett El-Hosn, los atrajo hacia él y los separó. En seguida apuntó contra la ciudadela su ariete, que estaba ya dispuesto. Empujó este ariete poderoso, hundiéndolo en la brecha, y la brecha cedió. Y Badreddin pudo entusiasmarse al comprobar que la perla no estaba perforada y no había penetrado en ella más ariete que el suyo, ni la habían toca siquiera con la punta de la nariz. Y comprobó también que aquel trasero bendito nunca había resistido el peso de un cabalgador.
Y en el colmo de la dicha, le arrebató la virginidad y se deleitó a su gusto con el sabor de aquella juventud. Y ataque tras ataque, el ariete funcionó quince veces seguidas, entrando y saliendo sin interrumpirse. Y todas ellas le parecieron deliciosas.
Y desde aquel instante, sin género de duda, quedó preñada Sett El-Hosn, según verás en lo que sigue, ¡oh Emir de los Creyentes!
Y cuando Badreddin acabó de hincar los quince clavos, dijo para sí: "¡Me parece que es bastante por ahora!" Y se tendió al lado de Sett El-Hosn, pasándole con suavidad la mano por debajo de la cabeza, y ella le rodeó también con su brazo, enlazándose ambos estrechamente, y antes de dormirse se recitaron estas estrofas admirables:
¡No temas nada! ¡Penetra tu lanza en el objeto de tu amor! ¡Y no hagas caso de los consejos del envidioso, pues no será el envidioso quien sirva a tus amores!
¡Piensa que el Clemente no creó más hermoso espectáculo que el de dos amantes entrelazados en la cama!
¡Míralos! ¡Ahí están, pegados uno a otro, cubiertos de bendiciones! ¡Sus manos y sus brazos les sirven de almohadas!
¡Cuando el mundo ve a dos corazones unidos por ardiente pasión, trata de herirlos con el acero frío!
¡Pero tú no hagas caso! ¡Cuando el Destino pone una beldad a tu paso, es para que la ames y para que con ella únicamente vivas!
Y esto es todo lo que acaeció a Hassan Badreddin y a Sett El-Hosn, la hija de su tío.
El efrit, por su parte, se apresuró a ir en busca de su compañera la efrita, y uno y otra admiraron a los dos jóvenes dormidos, asistiendo antes a sus juegos y contando los ataques del ariete. Luego el efrit dijo a la efrita: "Habrás visto, hermana, que tenía yo razón. Ahora debes cargar con el joven y llevarlo al mismo sitio de donde lo cogí, al cementerio de Bassra, en la turbeh de su padre Nureddin. Y hazlo pronto, que yo te ayudaré, pues ya apunta el día y no es posible que dejemos así las cosas".
Entonces la efrita levantó al joven Hassan dormido, se lo echó a cuestas, sin más ropa que la camisa, porque el calzoncillo se le había caído en uno de sus embates, y voló con él, seguida de cerca por el efrit. De improviso, durante esta carrera por el aire, al efrit le asaltaron ideas lúbricas respecto a la efrita,. y quiso violarla yendo cargada con el hermoso Hassan. Y la efrita no se hubiese opuesto en otra ocasión, pero ahora temía por el joven. Además, intervino, afortunadamente, Alah, enviando contra el efrit a unos ángeles, que le echaron encima una columna de fuego y lo abrasaron. Y la efrita y Hassan se vieron libres del terrible efrit, que acaso los hubiese desplomado desde aquella altura. ¡Porque el efrit es terrible en su copulación! Entonces la efrita descendió al suelo, hacia el mismo sitio donde había caído el efrit, con el cual habría copulado de no llevar a Hassan, por el que temía mucho la efrita.
Pero había escrito el Destino que el lugar donde la efrita depositara a Hassan Badreddin (por no atreverse a transportarlo ella sola más lejos) estaría muy próximo a la ciudad de Damasco, en el país de Scham (Siria o la ciudad de Damasco).
Y entonces la efrita llevó a Hassan muy cerca de una de las puertas de la ciudad, lo dejó suavemente en tierra y echó a volar otra vez.
Cuando llegó la aurora abriéronse las puertas de la ciudad, y los que salieron de ella se asombraron ante aquel maravilloso joven dormido, sin más ropa que la camisa y con un gorro de dormir en la cabeza en vez de turbante.
Y se decían unos a otros: "¡Es asombroso! ¡Mucho habrá tenido que velar para estar ahora dormido tan profundamente!" Y otros dijeron: "¡Alah, Alah! ¡Hermoso joven! ¡Dichosa y afortunada la mujer que con él se ha acostado! Pero ¿por qué estará completamente desnudo?"
Otros contestaron: "Probablemente, este pobre joven habrá pasado en la taberna más tiempo del preciso, y habrá bebido más de lo que pueda resistir. Y al regresar de noche, habrá encontrado cerradas las puertas, decidiéndose a dormir en el suelo".
Pero mientras conversaban de este modo, se levantó la brisa matinal, y acariciando al hermoso joven, le alzó la camisa. ¡Y entonces se vió aparecer un vientre, un ombligo, unas piernas y unos muslos como de cristal! Y un zib y unos compañones muy bien proporcionados. Y este espectáculo maravilló a las gentes, que admiraban todo aquello.
Despertó entonces Badreddin, y hallándose tumbado cerca de aquella puerta desconocida y rodeado por tantas personas, se sorprendió mucho, y exclamó: "¿Dónde estoy buena gente? Os ruego que lo digáis. ¿Y por qué me rodeáis así? ¿Qué es lo que ocurre?" Y le contestaron: "Nos hemos detenido por el gusto de verte. Pero ¿no sabes que te hallas a las puertas de Damasco? ¿En dónde has pasado la noche para estar completamente en cueros?"
Y Hassan replicó: "¡Por Alah, buena gente! ¿qué me decís? He pasado la noche en El Cairo. ¿Y me decís que estoy en Damasco?" Entonces se echaron a reír todos, y uno de ellos dijo: "¡Ah, gran tragador de haschich!"
Y dijeron otros: "Está loco, sin remedio. ¡Lástima que esté demente un joven tan hermoso!" Y otros añadieron: "Pero en fin, ¿qué historia es esa con que has querido engañarnos?" Entonces Hassan Badreddin contestó: "¡Por Alah! ¡buena gente, yo no miento nunca! Os afirmo y repito que esta noche la he pasado en El Cairo, y la anterior en mi pueblo, que es Bassra". Al oírle, uno gritó: "¡Qué cosa más sorprendente!" Otro dijo: "¡Está loco!" Y algunos se desternillaban de risa, dando palmadas. Y otros dijeron: "¿No es una verdadera lástima que un joven tan admirable haya perdido la razón? ¡Qué loco tan singular!" Y otro, más prudente, le dijo: "Hijo mío, vuelve en ti y no digas semejantes extravagancias".
Entonces Hassan contestó: "Sé muy bien lo que digo. Además, habéis de saber que anoche, en El Cairo, pasé una noche muy agradable como recién casado".
Entonces todos se convencieron de su locura. Y uno de ellos exclamó riéndose: "Ya veis que este pobre joven se ha casado en sueños. ¿Y qué tal es ese matrimonio? ¿Cuántos cayeron? ¿Era una hurí o una ramera?" Pero Badreddin empezaba a enfadarse, y les dijo: "Pues sí que era una hurí, y no he copulado en sueños, sino quince veces entre sus muslos, y he ocupado el lugar de un asqueroso jorobado, y me he puesto su gorro de dormir, que es éste".
Luego recapacitó un momento y dijo: “Pero ¡por Alah! buena gente, ¿en donde está mi turbante, y mis calzoncillos, y mi ropón, y mis calzones? Y sobre todo, ¿en dónde está mi bolsillo?".
Y Hassan se levantó, y buscó su traje a su alrededor. Y entonces, empezaron a guiñarse el ojo y hacerse señas de que el joven estaba loco de remate.
Entonces el pobre Hassan se decidió a entrar en la ciudad tal como estaba, y tuvo que atravesar las calles y los zocos en medio de un gran cortejo de niños y de mayores, que gritaban: "¡Es un loco! ¡un loco!" Y el pobre Hassan ya no sabía qué hacer, cuando Alah, temiendo que al hermoso joven le ocurriese algo, le hizo pasar por junto a una pastelería que acababa de abrirse. Y Hassan se refugió en la tienda, y como el pastelero era un hombre de puños, cuyas hazañas eran muy conocidas en la ciudad, la gente tuvo miedo y se retiró, dejando en paz al joven.
Cuando el pastelero, que se llamaba El-Hadj Abdalá, vió al joven Hassan Badreddin y pudo examinarle a su gusto, le maravilló su hermosura, sus encantos y sus dones naturales, y rebosante de cariño el corazón, le dijo: "¡Oh, gentil mancebo! dime de dónde vienes. Nada temas; pero refiéreme tu historia, pues ya te quiero más que a mi misma vida". Y Hassan contó entonces toda su historia al pastelero Hadj Abdalá, desde el principio hasta el fin.
Y el pastelero, profundamente maravillado, dijo a Hassan: "¡Oh mi joven Badreddin! En verdad que esa historia es muy sorprendente y muy extraordinario tu relato. Pero te aconsejo, hijo mío, que a nadie se lo cuentes, pues es peligroso hacer confidencias. Te ofrezco mi tienda, y vivirás conmigo hasta que Alah se digne dar término a las desgracias que te afligen. Además, yo no tengo hijos, y me darás mucho gusto si quieres aceptarme por padre. Yo te adoptaría como hijo". Y Hassan respondió: "¡Aceptado! ¡sea según tu deseo!"
En seguida fué al zoco el pastelero, y compró trajes magníficos con que vestir al joven, y lo llevó a casa del kadí, y ante testigos prohijó a Hassan Badreddin.
Y Hassan permaneció en la pastelería como hijo del amo. y cobraba el dinero de los parroquianos, y les vendía pasteles, tarros de dulce, fuentes llenas de crema y toda la confitería famosa de Damasco, y aprendió en seguida el oficio de pastelero, que le gustaba mucho, por las lecciones recibidas de su madre, la mujer del visir Nureddin, que preparaba pasteles y dulces delante de él cuando era niño.
Y como en toda la ciudad de Damasco fué elogiada la hermosura de Hassan, el gallardo joven de Bassra, hijo adoptivo del pastelero, la tienda de Hadj Abdalá llegó a ser la más frecuentada de todas las pastelerías de Damasco.
¡Y esto fué todo lo de Hassan Badreddin!
En cuanto a la recién casada Sett El-Hosn, hija del visir Chamseddin, he aquí lo que hubo de ocurrirle:
Cuando se despertó Sett El-Hosn, la mañana siguiente a la noche de sus bodas, no encontró a su lado al hermoso Hassan, pero figurándose que habría ido al retrete, le aguardó muy tranquila.
En aquel momento se presentó a saber de ella su padre el visir Chamseddin. Llegaba muy inquieto. Estaba poseído de indignación por la injusticia del sultán obligándole a casar a la hermosa Sett El-Hosn con el palafrenero jorobado. Y al entrar en las habitaciones de su hija, se dijo: "Como sepa que se ha entregado a ese inmundo jorobado, la mato".
Golpeó en la puerta de la cámara nupcial, y llamó: "¡Sett ElHosn!" Y desde dentro ella contestó: "¡Ya voy a abrir, padre mío!" Y levantándose en seguida, abrió la puerta. Parecía más hermosa que de costumbre, y mostraba resplandeciente el rostro y el alma, satisfecha por haber sentido las briosas caricias de aquel hermoso ciervo. E inclinándose ante su padre con coquetería, le besó las manos. Pero su padre, al verla tan contenta, en lugar de encontrarla afligida por su unión con el jorobado, le dijo: "¡Ah desvergonzada! ¿Cómo te atreves a mostrarte con esa cara de alegría, después de haber dormido con el horrendo jorobado?" Y Sett El-Hosn, al oírlo, se echó a reír, y exclamó: "¡Por Alah, padre mío, dejémonos de bromas! Bastante tengo con haber sido la irrisión de todos los invitados, a causa de mi supuesto marido, ese jorobado que no vale ni la cortadura de una uña de mi verdadero esposo de esta noche. ¡ Oh, qué noche! ¡Cuán llena de delicias junto a mi amado! Basta, pues, de bromas padre mío. No me hables más del jorobado".
El visir temblaba de coraje escuchando a su hija, y sus ojos estaban azules de furor y dijo: "¿Qué dices, desdichada? ¿No pasaste aquí la noche con el jorobado?" Y ella contestó: "¡Por Alah sobre ti, oh padre mío! No me hables más del jorobado. ¡Confúndalo Alah, a él, a su padre, a su madre y a toda su familia! Sabe de una vez que estoy enterada de la superchería que inventaste para defenderme del mal de ojo". Y dió a su padre todos los pormenores de la boda y de cuanto le había ocurrido aquella noche, añadiendo: "¡Qué bien lo pasé sintiendo en mi regazo a mi adorado esposo, el hermoso joven de exquisitas maneras y espléndidos negros ojos y de arqueadas cejas!"
Oído esto, gritó el visir: "Pero hija, ¿estás loca? ¿sabes lo que dices? ¿Dónde se halla el joven a quien llamas tu esposo? Y Sett El-Hosn respondió: "Ha ido al retrete". Entonces el visir, muy alarmado, se precipitó afuera de la habitación, y corriendo hacia el retrete, se encontró al jorobado que seguía inmóvil, con los pies hacia arriba y la cabeza dentro del agujero. Estupefacto hasta más no poder, exclamó el visir: "¿Qué veo?" ¿Eres tú, jorobeta?" Y como no le contestase, repitió esta pregunta en voz más alta. Pero el jorobado tampoco quiso contestar, porque seguía aterrado, creyendo que quien le hablaba era el efrit ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.

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Notas del traductor
[1] Hassan: Hermano. Badreddin: Luna llena de la Religión.

Las historias completas del podcast de las mil noches y una noche.

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