domingo, octubre 16, 2022

70 P2 Historia de Baibars y las contadas por los capitanes de policía - segunda de cuatro partes

Hace parte de 

70 Historia de Baibars y las contadas por los capitanes de policía       
       70,1 Historia del primer capitán de policía
       70,2 Historia del segundo capitán de policía
       70,3 Historia del tercer capitán de policía
       70,4 Historia del cuarto capitán de policía
       70,5 Historia del quinto capitán de policía
       70,6 Historia del sexto capitán de policía
       70,7 Historia del séptimo capitán de policía
       70,8 Historia del octavo capitán de policía
       70,9 Historia del noveno capitán de policía
       70,10 Historia del décimo capitán de policía
       70,11Historia del undécimo capitán de policía
       70,12 Historia del duodécimo capitán de policía




Ir a la primera parte

Y cuando llegó la 941ª noche

Ella dijo:
¡... Ha llegado, ¡oh pobre! el último día de tu vida!" Y fué en busca del rey y del visir. Y éste le dijo, mirando en derredor: "¿Dónde está la alfombra, ¡oh pescador!?" Y él contestó: "¡Aquí la tengo!" Ellos preguntaron: "¿Dónde?" El les dijo: "¡Aquí, en mi bolsillo!" Y se echaron ellos a reír, diciendo: "¡He ahí un individuo que quiere divertirse antes de su muerte!" Y el visir le preguntó: "¿Acaso una alfombra de una fanega es una pelota para niños que se pueda meter en el bolsillo?".
El pescador replicó: "¿Qué os importa eso? Si me pedís una alfombra y os la traigo, nada tenéis que reclamarme. Así, pues, en vez de reírte de mí, levántate, ¡oh visir! y tráeme un clavo grande. ¡Y la alfombra aparecerá ante vosotros en esta sala!" Entonces se levantó el visir, riendo de la locura del pescador, cogió el clavo, y dijo al oído del portaalfanje: "¡Oh portaalfanje! quédate a la puerta de la sala. Y como el pescador, cuando yo le entregue el clavo, no va a poder alfombrar la sala como deseo, sacarás el sable, sin esperar otra orden mía, y de un tajo harás volar su cabeza". Y el portaalfanje contestó: "¡Está bien!" Y el visir entregó el clavo al pescador, diciéndole: "Haznos ver la alfombra ahora".
Entonces el pescador clavó el clavo en un extremo de la sala, ató a él la punta del hilo del huso, y dió vuelta al huso, diciéndose: "Devana mi muerte, ¡oh maldito!". Y he aquí que se extendió y se desenrolló a lo largo de la sala, en todos sentidos, una alfombra magnífica que no tenía igual en el palacio. Y el rey y el visir se miraron asombrados durante una hora de tiempo, mientras el pescador permanecía tranquilo, sin decir nada. Luego el visir guiñó un ojo al rey con aire de suficiencia, y se encaró con el pescador y le dijo: "El rey está contento, y te dice: "Está bien". Pero aún te pide otra cosa". El pescador dijo: "¿Y qué cosa es ésa?" El visir contestó: "El rey te pide y exige de ti que le traigas un niño. Y ese niño no debe tener más que ocho días de edad. Y tiene que contar a nuestro amo el rey una historia. ¡Y la tal historia ha de empezar con una mentira y terminar con una mentira!"
Y el pescador, al oír aquello, dijo al visir: "¿Nada más que eso? ¡Por Alah! no es mucho pedir. Sin embargo, hasta ahora no sabía yo que los niños de ocho días pudieran hablar, y hablar para contar historias que empiecen con una mentira y terminen con una mentira, aunque estos niños sean hijos de efrits". Y el visir contestó: "¡Calla! La palabra y el deseo del rey han de cumplirse. Te damos para ello un plazo de ocho días, al cabo de los cuales, si no traes al niño en cuestión, probarás la muerte roja. Escribe, pues, que te comprometes a hacerlo, y pon tu sello". Y dijo el pescador: "Está bien; toma mi sello, ¡oh visir! Sella tú mismo en mi nombre, porque yo no sé. Yo únicamente sé remendar mi red. ¡Está entre tus manos para que hagas con él lo que quieras, y sella cien veces en lugar de una! ¡En cuanto al niño, Alah el Generoso proveerá!" Y el visir tomó el sello del pescador y selló el compromiso consabido.
Y el pescador recogió su sello, y se marchó enfadado. Y llegó a casa de su mujer, y le dijo: "¡Levántate y huyamos de este país! Ya te lo dije, y no quisiste escucharme. ¡Levántate, porque yo me voy!" Ella le dijo: "¿Por qué? ¿Por qué razón? ¿Es que la alfombra no ha salido del huso?" El contestó: "Ha salido. Pero ese proxeneta, ese visir de mi trasero, ese hijo de perro, me pide ahora un niño de ocho días de edad que cuente una historia; y esa historia ha de componerse de mentira sobre mentira y sobre mentira. Y se han avenido a darme para ello un plazo de ocho días". Y su mujer le dijo: "Está bien. Pero no te enfades, ¡oh hombre! ¡Todavía no han transcurrido los ocho días, y hasta entonces tenemos tiempo de pensar en ello, y de encontrar la puerta de salvación!"
En la mañana del octavo día, el pescador dijo a su mujer: "¿Te has olvidado del niño que hay que llevar? ¡Hoy finaliza el plazo!" Ella dijo: "Está bien. Ve al pozo que conoces, el que está debajo del árbol torcido. Empezarás por devolver el huso a la que habita en el pozo, y por darle las gracias amablemente. Luego le dirás: "Tu querida amiga te envía la zalema y te ruega que le prestes el niño que ha nacido ayer, porque tenemos necesidad de él para una cosa".
Al oír estas palabras, el pescador dijo a su esposa: "¡Ualahí! no conozco a nadie tan estúpido y tan loco como tú, a no ser ese visir de brea. Porque, ¡oh mujer! el visir me reclama un chico de ocho días, ¡y tú llegas a más ofreciéndome facilitarme un niño de un día que sepa hablar con elocuencia y contar historias!" Ella contestó: "¡No te metas en lo que no te importa! ¡Limítate a hacer lo que te he dicho!" Y exclamó él: "Está bien. Ha llegado el último día de mi vida sobre la tierra".
Y salió de su casa y anduvo hasta llegar al pozo. Y añadió: "Tu querida amiga te envía la zalema y te ruega que le des el niño de un día, porque tenemos necesidad de él para una cosa. ¡Pero date prisa, pues, si no, mi cabeza va a volar de mis hombros!" Entonces la que habitaba en el pozo -¡sólo Alah la conoce!- contestó: "¡Aquí está, tómale!" Y el pescador cogió al niño de un día que le ofrecían, mientras la que habitaba en el pozo le decía: "¡Pronuncia sobre él la fórmula contra el mal de ojo!" Y el pescador, cogiéndole, pronunció el bismilah, diciendo: "¡Bismilah errahmán errahim!"
Y se marchó con él en brazos. Y por el camino se dijo: "Pero ¿es que hay niños, aunque sean de treinta días, y no de un día como éste, que sepan hablar y contar historias, incluso siendo hijos de los más asombrosos efrits?" Luego, para cerciorarse acerca del particular, se dirigió al niño de mantillas que llevaba en sus brazos, y le dijo: "¡Vamos, hijo mío, háblame un poco para que yo vea y me cerciore de si es hoy el día de mi muerte!" Pero el niño, al oír el vozarrón del pescador, tuvo miedo y contrajo la cara y el vientre, e hizo como todos los niños pequeños, o sea que se echó a llorar, haciendo muecas horribles y meándose hasta más no poder.
Y el pescador llegó todo mojado y enfadado a casa de su mujer, y le dijo: "Ya traigo el niño. ¡Alah me proteja! ¡A llorar y a mear se reduce lo que sabe hacer el hijo de perro! ¡Mira en qué estado me ha puesto!" Pero ella le dijo: "¡No te metas en lo que no te importa! ¡Ruega por el Profeta, ¡oh hombre! y haz lo que te digo! Ve a llevar sin tardanza este niño al rey. Y ya verás si sabe hablar o si no sabe. ¡Pero has de pedir para él tres almohadones, y le pondrás en medio del diván, y le sostendrás con esos almohadones, colocándole uno al lado derecho, otro al lado izquierdo y otro a la espalda! ¡Y ruega por el Profeta!"
Y él contestó: "¡Con El la plegaria y la paz!" Luego, con el recién nacido en brazos, se marchó en busca del rey y del visir.
Cuando el visir vió llegar al pescador con aquel niño pequeño de mantillas, se echó a reír, y le dijo: "¿Es éste el niño?" Y el pescador contestó: "Sí". Y el visir se encaró con el niño, y le dijo con la voz que se saca para hablar a los pequeñuelos: "¡Hijo mío!" Pero el niño, en vez de hablar, contrajo la nariz y la boca, y empezó a hacer "¡Hua! ¡hua!" Y el visir fué muy contento a ver al rey, y le dijo: "He hablado al niño; pero no ha contestado, y se ha limitado a llorar y a hacer "¡Hua! ¡hua!" Lo cual es el fin de la vida del pescador. Pero la prueba sólo debe hacerse ante la asamblea de visires, emires y notables, pues les leeré las cláusulas del contrato que hemos hecho con el pescador, y después le mataremos. ¡Y entonces podrás disfrutar de la hermosa, sin que la gente tenga derecho a hablar de ti!"
Y dijo el rey: "Perfectamente, ¡oh visir!" Y entraron ambos en la sala; y se congregaron emires y funcionarios. Y se hizo entrar al pescador; y el visir leyó delante de él y delante de todos los presentes el contrato sellado, y dijo: "Ahora, ¡oh pescador! trae al niño que va a hablarnos".
Y dijo el pescador: "¡Que me den primero tres almohadones, y luego hablará el niño!" Y le llevaron los tres almohadones; y el pescador puso al niño en medio del diván y le apoyó en los tres almohadones. Y el rey preguntó al pescador: "¿Es éste el niño que va a contarnos la historia compuesta de mentira sobre mentira y sobre mentira?"
Y he aquí que, sin que el pescador tuviese tiempo para replicar, el niño de un día contestó: "Ante todo, sea contigo la zalema, ¡oh rey!" Y los visires y los emires y todos los demás se asombraron prodigiosamente del niño. Y el rey, tan asombrado como todos los presentes, devolvió al niño su saludo, y le dijo: "¡Cuéntanos, Avispado, esa historia que es una confitura de mentiras!" Y el niño le contestó, diciendo: "¡Hela aquí! Una vez, cuando yo estaba en la fuerza de la juventud, andando fuera de la ciudad por los campos, en la época del calor, me encontré a un vendedor de sandías; y como tenía mucho calor y mucha sed, compré una sandía por un dinar de oro. Y cogí la sandía y corté una raja, que me comí y me refrescó. Luego, al mirar al interior de la sandía, vi allí una ciudad con su ciudadela. Entonces, sin vacilar, me lavé los pies uno tras de otro, y me metí en la sandía. Y empecé a pasear por allá dentro, mirando en torno mío las tiendas y las casas y los habitantes de aquella ciudad, contenida en la sandía. Y seguí caminando de tal suerte hasta llegar al campo. Y vi allí una palmera que tenía unos dátiles de una vara de largo cada uno. Así es que mi alma, que deseaba aquellos dátiles, me impulsó con violencia a ellos, y no pude resistir a sus apremios; y me subí a la palmera para coger uno o dos o tres o cuatro dátiles; y comérmelos. Pero en la palmera me encontré con unos felahs que sembraban semillas en la palmera, y segaban las espigas, en tanto que otros felahs trillaban trigo y lo desgranaban. Y caminando un poco más por la palmera, me encontré con un individuo que batía huevos en una era, y miré más atentamente y vi que de todos los huevos batidos en la era salían polluelos. Y los gallitos se iban por un lado y las pollitas por otro. Y me quedé allí mirándolos, y vi que crecían a ojos vistas. Entonces casé a los gallitos con la pollitas, dejándolos juntos tan contentos, y me marché a otra rama de la palmera. Y allí me encontré un burro que llevaba pasteles de sésamo; y como precisamente mi alma enloquecía por los pasteles de sésamo, cogí uno de aquellos pasteles y me lo tragué en dos o tres bocados. Y cuando me lo comí, alcé los ojos, y me encontré fuera de la sandía. Y la sandía se cerró y volvió a quedar tan entera como antes. ¡Y ésta es la historia que tenía que contaros!"
Cuando el rey oyó estas palabras del recién nacido en mantillas, le dijo: "Vaya, vaya, ¡oh jeique de los embusteros y corona suya! ¡Vaya, vaya, con el Avispado! ¡He aquí un tejido de falsedades! ¿Verdaderamente piensas que hemos creído ni una sola palabra de esa historia diabólica? ¡Ay, ualah! ¿Desde cuándo, por ejemplo, contienen ciudades las sandías? ¿Y desde cuándo los huevos, después de batirlos en una era, producen pollos? ¡Confiesa, Avispado, que todo eso es una sarta de mentiras tras de mentiras!" Y el niño contestó: "¡No lo niego! ¡Pero tampoco tú ¡oh rey! deberías negar ni ocultar tus sentimientos con respecto a este pobre pescador, a quien quieres matar únicamente para quitarle su hermosa mujer, a la que has visto en la playa! ¿No te da vergüenza ante el rostro de Alah, que nos ve, desear, siendo rey y sultán, lo que no te pertenece, y robar el bien de un prójimo tuyo menos rico y menos poderoso, como lo es este pobre pescador? Por Alah y los méritos del Profeta (¡con El la plegaria y la paz!) juro que, si en esta hora y en este instante no dejas tranquilo a este pescador y no desistes de tus malas intenciones con respecto a su mujer, haré desaparecer tu rastro y el de tu visir por la tierra de los hombres, de modo que ni las moscas puedan encontraros".
Y tras de hablar así con una voz aterradora, el niño de mantillas dejó a todo el mundo poseído de asombro, y dijo al pescador: "Ahora, tío mío, cógeme y llévame fuera de aquí, a tu casa". Y el pescador cogió al recién nacido de un día, al Avispado, y sin que le molestara nadie, salió del palacio y se fué tan contento a casa de su mujer. Y cuando ella se enteró de lo que tenía que enterarse, le dijo: "Tienes que ir sin tardanza a dejar el niño donde lo cogiste. ¡Y no dejes de transmitir mi zalema y mi agradecimiento a mi querida amiga, y pregúntale por su salud!" Y dijo el pescador: "¡Está bien!" E hizo lo que ella le había dicho que hiciera. Después de lo cual, volvió a su casa y se dedicó a sus abluciones y a la plegaria, y verificó la cosa acostumbrada con su hermosa mujer. Y desde entonces, juntos vivieron dichosos y prósperos.
¡Y he ahí lo que les aconteció!"
Y cuando acabó de contar así esta historia, el tercer capitán de policía volvió a su puesto, y el sultán Baibars dijo: "¡Qué historia tan admirable! ¡Lástima ¡oh capitán Ezz Al-Din! que no nos hayas dicho lo que en los días siguientes sucedió entre el rey y el pescador!" Entonces avanzó el cuarto capitán de policía, que se llamaba Mohii Al-Din. Y dijo: "¡Yo, ¡oh rey! si me lo permites, te contaré la continuación de esa historia, que es mucho más asombrosa que su principio!" Y dijo el sultán Baibars: "¡Claro que te lo permito, y de todo corazón y de muy buena gana!"

Entonces dijo el capitán Mohii Al-Din:

HISTORIA CONTADA POR EL CUARTO CAPITÁN DE POLICÍA

"Has de saber, pues, ¡oh rey del tiempo! que gracias a la bendición, el pescador y su hermosa mujer tuvieron un niño varón. Y sus padres llamaron a aquel niño varón Mohammad el Avispado, en recuerdo del chico de mantillas que un día les sacó de apuros. Y aquel niño era tan hermoso como su madre.
Y el sultán tenía también un hijo de la edad del hijo del pescador; pero estaba aquejado de fealdad, y su color era el color de los hijos de felahs.
Ambos niños iban a la misma escuela para aprender a leer y a escribir. Y cuando el hijo del rey, que era un perezoso inferior, veía al hijo del pescador, que era un estudioso superior, le decía: "¡Hola, sea dichosa tu mañana, hijo del pescador!" Y le llamaba así para humillarle. Y Mohammad el Avispado contestaba: "¡Y sea dichosa tu mañana, ¡oh hijo del sultán! y blanquee tu rostro, que está tan negro como las correas de los zuecos viejos!" Y ambos niños continuaron así yendo juntos a la escuela en el transcurso de un año, saludándose siempre de aquella manera. Así es que, por fin, el hijo del sultán, enfadado, fué a contar la cosa a su padre, diciéndole: "El hijo del pescador, ese perro, me devuelve todos los días la zalema diciéndome: "Tienes la cara tan negra como las correas de los zuecos viejos".
Entonces el sultán se enfadó; pero como, en vista de lo pasado, no se atrevía a castigar por sí mismo al hijo del pescador, llamó al jeique maestro de escuela, y le dijo: "¡Oh jeique! si quieres matar al niño Mohammad, el hijo del pescador, te haré un buen regalo, y te daré mujeres concubinas y hermosas esclavas blancas". Y el maestro de escuela se regocijó y contestó: "Estoy a tus órdenes, ¡oh rey del tiempo! ¡Todos los días daré una paliza al niño, hasta que se muera con ese régimen!"
Así es que, cuando al día siguiente Mohammad el Avispado fué a la escuela a leer el Korán, el maestro de escuela dijo a los colegiales: "¡Traed el instrumento de dar palizas y echad en el suelo al hijo del pescador!" Y los colegiales, como de costumbre, se apoderaron de Mohammad y le echaron en el suelo, y pusieron los pies en el tornillo de madera. Y el maestro de escuela cogió el vergajo y empezó a pegar al chico en la planta de los pies hasta que le brotó sangre y se le hincharon los pies, y las piernas. Y le dijo: "Inschalah, mañana continuaré, ¡oh cabeza dura!" Y el chico, en cuanto le libraron del instrumento de tortura, huyó de la escuela, echando a correr a toda prisa. Y fué a casa de su padre y de su madre, y les dijo: "¡Mirad! el jeique de la escuela me ha pegado hasta dejarme medio muerto, por culpa del hijo del sultán. No iré más a la escuela, y quiero ser pescador como mi padre".
Y su padre le dijo: "Está bien, hijo mío". Y se levantó, y le dió una red y un cesto, y le dijo: "Toma, ahí tienes los utensilios de pesca. Y ve a pescar mañana, aun cuando no ganes lo que necesitas para vivir".
Y al día siguiente, por la aurora, el mozalbete Mohammad fué a echar la red al mar. Pero no cayó en la red más que un salmonete pequeño. Y Mohammad retiró la red, y se dijo: "Voy a asar este salmonete en sus propias escamas, y a comérmelo de almuerzo". Fué, pues, a coger algunas hierbas secas y trozos de leña, les prendió fuego, y puso el salmonete a asar en la lumbre.
Entonces el salmonete abrió la boca y le dirigió la palabra, diciéndole: "¡No me quemes, va Mohammad! Soy una reina entre las reinas del mar. ¡Vuélveme al agua en donde estaba, y te seré útil en épocas de desgracia, y vendré en tu ayuda en los días de necesidad!"
Y él dijo: "Está bien". Y devolvió al mar el salmonete consabido. ¡Y esto es lo referente a él. ..
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 942ª noche

Ella dijo:
"... Y devolvió al mar el salmonete consabido. ¡Y esto es lo referente a él!
Pero, respecto al rey, es el caso que, al cabo de dos días, llamó al maestro de escuela y le preguntó: "¿Has matado a Mohammad, el chico del pescador?" Y el maestro de escuela contestó: "Le di una paliza el primer día, hasta que se desmayó. Entonces se marchó y no ha vuelto. Y al presente es pescador como su padre". Y el rey le despidió y le dijo: "Vete, ¡oh hijo de perro! ¡Maldito sea tu padre, y que tu hija se case con un cochino!"
Tras de lo cual llamó a su visir, y le dijo: "No ha muerto el niño. ¿Qué vamos a hacer?" Y el visir contestó al rey: "¡Ya daré yo con algún medio para lograr su muerte!" Y el rey le preguntó: "¿Cómo vas a arreglarte para lograr su muerte?" El visir contestó: "Conozco a una joven muy hermosa, hija del sultán de la Tierra Verde. Esa tierra está de aquí a una distancia de siete años de viaje. Vamos a hacer venir al hijo del pescador, y le diré: "Nuestro amo el sultán tiene de ti muy buen concepto, y cuenta con tu valentía. Es preciso, pues, que vayas a la Tierra Verde y te traigas a la hija del sultán de ese país, porque nuestro amo el rey quiere casarse con ella, y nadie, excepto tú, podría traer a esa princesa". Y el rey contestó al visir: "Está bien; manda llamar al niño".
Entonces el visir hizo ir, a despecho de su nariz, al joven Mohammad, y le dijo: "Nuestro amo el sultán desea enviarte a que le traigas a la hija del sultán de la Tierra Verde". Y el niño contestó: "¿Y desde cuándo conozco yo el camino de ese país?" El visir dijo: "Pues tienes que obedecer". Entonces el niño salió enfadado, y fué a casa de su madre a contarle la cosa. Y su madre le dijo: "Ve a pasear tu pena a orillas del río, junto a su embocadura en el mar, y tu pena se disipará sola". Y el pequeño Mohammad fué a pasear su pena a orillas del mar, junto a la embocadura del río.
Y mientras él caminaba de un lado a otro, enfadado, salió del mar el salmonete de antes, y fué en dirección suya, saludándole. Y le dijo: "¿Por qué estás enfadado, Mohammad el Avispado?" El contestó: "No me interrogues, porque la cosa no tiene remedio". Y el pez le dijo: "El remedio está entre las manos de Alah. ¡Habla!" El niño dijo: "Figúrate, ¡oh salmonete! que el visir de brea me ha dicho: "Es preciso que vayas a buscar a la hija del sultán de la Tierra Verde".
Y el salmonete le dijo: "Está bien. Ve al rey, y dile: "Voy a ir a buscar a la hija del sultán de la Tierra Verde. Pero para ello es necesario que hagas que me construyan una dahabieh de oro. Y es preciso que el oro se tome de la fortuna de tu visir".
Y el pequeño Mohammad fué a decir al rey lo que el salmonete le había dicho. Y el rey no pudo por menos de hacer que construyeran la dahabieh a costa de la fortuna del visir y a despecho de su nariz. Y el visir por poco se muere de rabia reconcentrada. Y Mohammad subió en la dahabieh de oro, y partió remontando el río.
Y su amigo el salmonete iba delante de él enseñándole el camino y conduciéndole entre la vegetación del río y los ríos interiores, hasta que al fin llegó a la Tierra Verde. Y Mohammad el Avispado despachó para la ciudad un pregonero que gritase: "Cualquiera, sea mujer, hombre, niño, joven o viejo, puede bajar a la orilla del río para mirar la dahabieh de oro que tiene Mohammad el Avispado, hijo del pescador". Entonces, todos los habitantes de la ciudad, grandes y pequeños, hombres y mujeres, bajaron y miraron la dahabieh de oro. Y allí se quedaron mirándola ocho días enteros. Y la hija del rey no pudo tampoco reprimir su curiosidad, y pidió permiso a su padre, diciendo: "Quiero ir, como los demás, a mirar la dahabieh". Entonces el rey consintió en la cosa, y con anticipación hizo pregonar por toda la ciudad que nadie ni hombre ni mujer, debía salir de su casa aquel día, ni pasearse por el lado del río, pues la princesa iba a ver la dahabieh.
A la sazón, la hija del rey fué a la ribera a mirar la hermosa dahabieh de oro. Y preguntó por señas al Avispado si podía entrar para verla también por dentro. Y como Mohammad le hizo con la cabeza y con los ojos una seña que significaba que sí, ella subió a la dahabieh y se dedicó a visitarla. Entonces Mohammad el Avispado, viéndola distraída, dió vuelta sin ruido a la clavija de la dahabieh y al timón, y puso a la dahabieh en marcha, y partió.
Cuando la hija del sultán de la Tierra Verde acabó su visita, quiso salir, alzó los ojos, y vió la dahabieh en marcha, muy lejos ya de la ciudad de su padre. Y dijo al amigo del salmonete: "¿Adónde me llevas, Avispado?" El contestó: "Te llevo al palacio de un rey para que se case contigo". Ella le dijo: "¿Será, por ventura, ese rey más hermoso que tú, Avispado?" El contestó: "No lo sé. Pronto lo vas a ver tú misma con tus propios ojos". Entonces ella se sacó una sortija del dedo y la tiró al río. Pero allí estaba el salmonete, que cogió la sortija y la guardó en su boca, abriéndole camino. Luego ella dijo al Avispado: "No me casaré más que contigo. Y quiero entregarme a ti libremente".
Y el joven Mohammad le dijo: "Está bien". Y la tomó con su virginidad. Y gozó de ella sobre el agua.
Y cuando llegaron al punto de destino, Mohammad, el hijo del pescador, fué a ver al rey y le dijo: "Heme aquí. He traído a la hija del sultán de la Tierra Verde. Pero dice ella que no saldrá de la dahabieh mientras no le alfombres el camino con tapices de seda verde, sobre los cuales caminará para venir a tu palacio. Y ya verás entonces cuán graciosamente anda". Y el rey le dijo: "Está bien". Y mandó comprar, a costa de la fortuna de su visir y a despecho de su nariz, todos los tapices de seda verde que había en el zoco de los tapices, y los mandó extender por tierra hasta la dahabieh.
Entonces la princesa de la Tierra Verde salió de la dahabieh, y caminó por los tapices de seda, vestida de verde y contoneándose de un modo que arrebataba la razón. Y el rey la vió, la admiró y se quedó enamorado de su belleza. Y cuando entró ella en el palacio, le dijo:
"Voy a hacer extender esta misma noche mi contrato de matrimonio contigo". Y la joven le dijo entonces: "Está bien. Pero si quieres casarte conmigo, devuélveme la sortija que se me cayó del dedo en el río. Y después haremos el contrato y te casarás conmigo".
Y he aquí que el salmonete le había dado aquella sortija a su amigo Mohammad el Avispado, hijo del pescador.
Y el rey llamó al visir, y le dijo: "Escucha. A esta dama se le ha caído del dedo, en el río, una sortija. ¿Qué haremos ahora? ¿Y quién podrá devolvérnosla?" Y el visir contestó: "¡Y quién va a poder devolverla más que Mohammad, el hijo del pescador, ese maldito, ese efrit!"
Claro es que no hablaba así más que para hacer caer al mozo en una trampa sin salida. Así es que el rey mandó buscarle a toda prisa. Y cuando llegó el niño le dijeron: "A esta dama se le ha caído una sortija en el río. Y nadie, excepto tú, podrá traerla". El les dijo: "Está bien. Tomad, aquí está la sortija".
Y el rey cogió la sortija, y fué a llevársela a la joven de la Tierra Verde, y le dijo: "¡Toma, aquí tienes tu sortija, y hagamos esta noche el contrato de matrimonio". Ella dijo: "Pero en mi país, cuando una joven va a casarse, hay una costumbre".
El dijo: "Está bien. Dímela". Ella dijo: "Se abre un foso desde la casa de la novia hasta el mar, se le llena de leños y haces y se le prende fuego. Y el novio se arroja al fuego, y camina por él hasta el mar, donde toma un baño, para ir entonces en dirección a casa de su novia. Y de tal suerte queda purificado por el fuego y por el agua.. .

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 943ª noche

Ella dijo:
"... Y de tal suerte queda purificado por el fuego y por el agua. Y a eso se reduce la ceremonia del contrato de matrimonio en mi país".
Entonces el rey, que estaba prendado de la hermosa, ordenó abrir el foso consabido, lo llenó de leños y de haces, y llamó a su visir, al que dijo: "Prepárate a andar mañana conmigo por ahí encima".
Y al día siguiente, cuando llegó el momento de prender fuego a aquel canal de leña, el visir dijo al rey: "Mejor será que se arroje primero Mohammad, el hijo del pescador, para ver qué pasa. Si sale sano y salvo de ese fuego, podremos entonces arrojarnos también nosotros". Y él dijo: "Está bien".
Y he aquí que, entretanto, el salmonete había saltado a la dahabieh de su amigo y le había dicho: "Avispado: si el rey te llama y te dice: "¡Tírate a este fuego!", no tengas miedo, sino tápate las orejas y pronuncia la fórmula preservadora: "En el nombre de Alah el Clemente sin límites, el Misericordioso". Luego tírate resueltamente al canal deilfuego".
Y el rey hizo prender fuego a los leños y haces. Y llamaron a Mohammad, y le dijeron: "Tírate al fuego y camina por él, hasta el mar, porque para eso eres el Avispado".
El niño les contestó: "¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos! ¡a vuestras órdenes!" Y se tapó los oídos, y pronunció mentalmente la fórmula del bismilah, y entró con resolución en el fuego. Y salió por el lado del mar más hermoso que antes. Y todo el mundo lo vió y quedó deslumbrado por su hermosura.
Entonces el visir dijo al rey: "¡También nosotros vamos a entrar en el fuego para salir hermosos como ése maldito hijo del pescador! Y llama también a tu hijo para que se tire con nosotros y se vuelva tan hermoso como nosotros vamos a volvernos". Y el rey llamó a su hijo, aquel tan feo y que tenía la cara como las correas de los zuecos viejos. Y los tres se cogieron de la mano, y de tal modo, se arrojaron al fuego. Y quedaron reducidos a un montón de cenizas.
Entonces Mohammad el Avispado, hijo del pescador, fué a ver a la joven, la princesa hija del sultán de la Tierra Verde, e hizo el contrato de matrimonio con ella, y la desposó. Y se sentó en el trono del Imperio, y fué rey y sultán. Y llamó a su lado a su padre y a su madre. Y vivieron todos juntos en el palacio, con absoluta tranquilidad y armonía, contentos y prosperando. ¡Loores a Alah. Dueño de la prosperidad, del contento, de la felicidad y de la armonía!"
Y cuando el capitán de policía Mohii Al-Din hubo contado así esta historia, y el sultán Baibars húbole dado las gracias y le hubo manifestado su contento, volvió él a su puesto.

Y avanzó un quinto capitán de policía, que se llamaba Nur Al-Din. Y tras de besar la tierra entre las manos del sultán Baibars, dijo: "Yo ¡oh señor nuestro y corona de nuestra cabeza! te contaré una historia que no tiene par entre las historias". Y dijo:

HISTORIA CONTADA POR EL QUINTO CAPITÁN DE POLICÍA

"Una vez había un sultán. Y aquel sultán, un día entre los días, llamó a su visir, y le dijo: "¡Visir!" Y éste contestó: "¡A tus órdenes! ¿Qué hay, ¡oh rey!?" El rey dijo: "Quiero que hagas que escriban y graben para mí un sello cuyo poder sea tal, que si estoy alegre, no me enfade, y que si estoy enfadado, no me alegre. Y es preciso que quien escriba el sello se comprometa a dotarlo del poder consabido. ¡Y tienes para ello un plazo de tres días!"
Entonces el visir fué en busca de los que de ordinario hacen sellos y amuletos, y les dijo: "Escribidme un sello para el rey". Y les contó lo que el rey le había dicho y exigido. Pero ninguno de ellos quiso encargarse de hacer semejante sello. Entonces el visir se levantó y se marchó, enfadado. Y se dijo: "No encontraré en esta ciudad lo que necesito. Voy a ir a otro país".
Y salió de la ciudad y caminando por el campo, se encontró con un jeique árabe que aventaba su trigo en su campo. Y le saludó, diciendo: "La paz sea contigo, ¡oh jeique de los árabes!" Y el jeique de los árabes le devolvió la zalema, y le dijo: "¿Adónde vas por aquí, ¡ya sidi con este calor!?" El otro contestó: "Viajo para un asunto concerniente al rey". El jeique le preguntó: "¿Qué asunto es ése?" El visir contestó: "El rey me pide que haga que le escriban un sello que esté construido de manera que, si está él alegre, no se enfade, y si está enfadado, no se alegre". Y el jeique de los árabes le dijo: "¿Nada más que eso?" El visir contestó: "¡Nada más!" El otro le dijo: "Está bien. Siéntate. Voy a traerte de comer".
Y el jeique de los árabes dejó un momento al visir, y fué a ver a su hija, que se llamaba Yasmina, y le dijo: "¡Oh hija mía Yasmina! prepara el almuerzo para un huésped". Ella dijo: "¿De dónde viene ese huésped?" El contestó: "De parte del sultán". Ella le preguntó: "¿Y qué quiere?" Y su padre le contó la cosa. Y no hay utilidad en repetirla.
Entonces Yasmina, aquella dama de los árabes, preparó al punto un plato de huevos, en el cual había treinta huevos y mucha manteca dulce, y se lo dió a su padre, con ocho panecillos, diciéndole: "Da esto al viajero, y dile: Mi hija Yasmina, dama de los árabes, te saluda y te dice que ella te escribirá el sello. Y te dice, además: ¡El mes apenas tiene treinta días, el mar hoy está lleno, y ocho días constituyen una semana!" Y su padre dijo: "Está bien". Y cogió el almuerzo, y se marchó.
Y mientras caminaba, la manteca del plato se le vertió en la mano. Entonces dejó el plato en el suelo, cogió uno de los panes, pringó en él la manteca que tenía en la mano, y se lo comió, amén de un huevo, del que tuvo gana. Tras de lo cual se levantó, y fué a llevar el almuerzo al visir, y le dijo: "Mi hija Yasmina, dama de los árabes, te envía la zalema, y te dice que te escribirá el sello. Y además, te dice: El mes apenas tiene treinta días, el mar hoy está lleno, y ocho días constituyen una semana". Y el visir dijo: "Comamos primero, y ya veremos luego".
Y cuando hubo acabado de comer, dijo al padre de Yasmina: "Dile que me escriba el sello, pero que al mes le falta un día, que el mar se ha secado, y que la semana no tiene más que siete días".
Entonces el jeique de los árabes volvió al lado de su hija, y le dijo: "El visir te dice que le escribas el sello, pero que al mes le falta un día, que el mar se ha secado, y que la semana no tiene más que siete días". Entonces la joven dijo: "¿No te da vergüenza ¡oh padre mío! lo que me has hecho? ¡Has dejado el almuerzo en el camino, te has comido un panecillo y un huevo, y has llevado al huésped los huevos sin manteca!" El le contestó: "¡Ualahí, es verdad! Pero ¡oh hija mía! el plato estaba lleno y se me ha vertido en la mano; entonces me he sentado, y he pringado la manteca con un panecillo que me he comido; y me ha entrado gana de tomarme un huevo, que me he tragado".
Ella dijo: "No importa. Preparemos el sello".
Entonces preparó el sello, Y lo compuso con estos términos: "¡De Alah nos viene todo sentimiento de pena o de alegría!" Y envió el sello al visir, que lo cogió después de dar las gracias, y se marchó para llevárselo al rey.
Y el rey, tomando el sello y leyendo lo que en él había escrito, preguntó al visir: "¿Quién ha hecho este sello?" El visir contestó: "Una joven llamada Yasmina, dama de los árabes". Y el rey se irguió sobre ambos pies, y dijo al visir: "Ven, llévame con su padre, a fin de que me case con la hija".
Entonces el visir cogió al rey de la mano y partió con él. Y fueron a buscar al jeique de los árabes, y le dijeron: "¡Oh jeique de los árabes! venimos buscando alianza contigo".
El jeique les contestó: "¡Familia y holgura! Pero ¿por medio de quién?" El visir contestó: "Por medio de tu hija Yasmina, la dama de los árabes, con quien quiere casarse nuestro amo el rey, que está delante de tus ojos". El jeique dijo: "Está bien. Somos vuestros servidores. Pero se pondrá a mi hija en un platillo de la balanza, y oro en el otro. Y peso por peso. Porque Yasmina es cara al corazón de su padre".
Y el visir contestó: "No hay inconveniente". Y fueron en busca de oro, y lo pusieron en un platillo de la balanza, mientras el jeique de los árabes ponía a su hija en el otro platillo. Y cuando se equilibraron la joven y el oro, se extendió, acto seguido, el contrato de matrimonio. Y el rey dió una gran fiesta en el pueblo de los árabes. Y aquella misma noche entró en el aposento de la joven, que aún estaba en casa de su padre, y le quitó la virginidad. Y por la mañana, partió con ella y la dejó en su palacio.
Cuando llevaba ya algún tiempo en aquel palacio, la hermosa joven árabe Yasmina empezó a adelgazar y a consumirse de languidez. Entonces el rey llamó al médico, y le dijo: "Sube pronto, y examina a Sett El-Arab, a Yasmina. No sé por qué adelgaza y se desmejora así". Y el médico subió, y examinó a Yasmina. Luego bajó, y dijo al rey: "No está habituada a residir en las ciudades, porque es una muchacha campesina, y su pecho se oprime con la falta de aire". Y el rey preguntó: "¿Y qué hay que hacer?" El hakim contestó: "Haz que le erijan un palacio junto al mar, adonde podrá respirar aire sano; y se pondrá más hermosa de lo que era". Y al punto dió el rey orden a los albañiles para que erigieran un palacio junto al mar. Y cuando estuvo acabado el palacio, transportaron allí a la languideciente Yasmina, dama de los árabes...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y cuando llegó la 944ª noche

Ella dijo:
... a la languideciente Yasmina, dama de los árabes.
Y he aquí que cuando ella vivió algún tiempo en el palacio, se puso gorda otra vez y cesó de desmejorarse. Y mientras estaba un día acodada a su ventana, mirando al mar, un pescador fué a echar su red al pie del palacio. Y cuando la retiró, no vió dentro más que guijarros y conchas. Y se enfadó mucho. Entonces Yasmina le dirigió la palabra, y le dijo: "¡Oh pescador! si quieres echar la red al mar en nombre mío, te daré un dinar de oro por el trabajo". Y el pescador contestó: "Está bien, ¡oh señora!" Y echó la red al mar en nombre de Yasmina, la dama de los árabes; la sacó, y después de arrastrarla hasta sí, encontró en ella un frasco de cobre rojo. Y se lo enseñó a Yasmina, quien al punto se envolvió en la colcha como en un velo, y bajó hasta donde estaba el pescador y le dijo: "Toma, aquí tienes el dinar, y dame el frasco". Pero el pescador contestó: "No, ¡por Alah! no tomaré el dinar a cambio de este frasco, sino que he de darte un beso en la mejilla".
Y he aquí que en el mismo momento en que hablaban juntos de tal suerte, los encontró el rey. Y cogió al pescador, y le mató con su espada, y tiró el cuerpo al río. Luego se encaró con Yasmina, la dama de los árabes, y le dijo: "Y a ti tampoco quiero verte más. ¡Vete donde quieras!"
Y ella se marchó. Y caminó con hambre y sed durante dos días y dos noches. Y entonces llegó a una ciudad. Y se sentó a la puerta de la tienda de un mercader, quedándose allí desde por la mañana hasta la hora de la plegaria de mediodía. Entonces el mercader le dijo "¡Oh señora! desde esta mañana estás sentada aquí. ¿Por qué?" Ella contestó: "Soy extranjera. No conozco a nadie en esta ciudad. Y no he comido ni bebido nada desde hace dos días". Entonces el mercader llamó a su negro, y le dijo: "Coge a esa dama y condúcela a casa. Y di en casa que le den de comer y de beber". Y el negro la cogió y la condujo a la casa, y dijo a su ama, la esposa del mercader: "Mi amo te encarga que des de comer y de beber bien a esta dama". Y la mujer del mercader miró a Yasmina, y la vió, y se puso celosa, porque la otra era más bella. Y se encaró con el negro, y le dijo: "Está bien. Haz subir a esta dama al desván que hay encima de la terraza". Y el negro cogió a Yasmina de la mano, y la hizo subir al desván consabido que había encima de la terraza.
Y allí permaneció Yasmina hasta la noche, sin que la mujer del mercader se ocupase de ella de manera alguna, ni para darle de comer ni para darle de beber. Entonces Yasmina, la dama de los árabes se acordó del frasco de cobre rojo que llevaba al brazo, y se dijo: "¡Vamos a ver si por acaso hay dentro de él un poco de agua para beber!" Y pensando así, cogió el frasco y quitó el tapón. Y al punto salieron del frasco una tina con su jarro. Y Yasmina se lavó las manos. Luego alzó los ojos y vió salir del frasco una bandeja llena de manjares y bebidas. Y comió y bebió y se satisfizo. Entonces volvió a destapar el frasco, y salieron de él diez jóvenes esclavas blancas, con castañuelas en las manos, que se pusieron a bailar en el desván. Y cuando acabaron su danza, cada una de ellas echó diez bolsas de oro en las rodillas de Yasmina. Luego se volvieron todas al frasco.
Y Yasmina, la dama de los árabes, permaneció así en el desván tres días enteros, comiendo y divirtiéndose con las jóvenes del frasco. Y cada vez que las hacía salir, le echaban ellas, después de la danza, bolsas llenas de oro; de modo y manera que a la postre quedó el desván lleno de oro hasta el techo.
Al cabo de aquel tiempo, el negro del mercader subió a la terraza para evacuar una necesidad. Y vió a la señora Yasmina, y se asombró, porque creía que ya se había marchado, según dijo la esposa del mercader. Y Yasmina le dijo: "¿Me ha enviado aquí tu amo para que me alimentéis, o para que me dejéis más muerta de hambre y de sed que antes?"
Y el esclavo contestó: "¡Ya setti! mi amo creía que te habían dado pan, y que te habías marchado el mismo día". Luego echó a correr a la tienda de su amo, y le dijo: "¡Ya sidi! la pobre dama a quien enviaste conmigo a casa hace tres días ha estado todo ese tiempo en el desván de la terraza, sin comer ni beber nada". Y el mercader, que era un hombre de bien, abandonó su tienda inmediatamente, y fué a decir a su mujer: "¿Cómo se entiende, ¡oh maldita!? ¿conque no das nada de comer a esa pobre señora?" Y la cogió y estuvo pegándola hasta que se le cansó el brazo de pegarla. Luego cogió pan y otras cosas, y subió a la terraza, y dijo a Yasmina: "¡Ya setti! toma y come. ¡Y no nos culpes de olvidadizos!" Ella contestó: "¡Alah aumente tus bienes! ¡Tus favores han llegado a su destino! ¡Ahora, si quieres completar tus beneficios, voy a pedirte una cosa!" El dijo: "Habla, ¡oh señora!" Ella dijo: "Quisiera que en las afueras de la ciudad me construyeses un palacio que sea dos veces más hermoso que el del rey". El contestó: "No hay inconveniente. ¡Desde luego!" Ella dijo: "Ahí tienes oro. Toma cuanto quieras. Si los albañiles trabajan de ordinario por dracma cada jornada, dale cuatro, para apresurar la construcción". Y el mercader dijo: "Está bien".
Y cogió el dinero, y fué en busca de los albañiles y arquitectos, que en poco tiempo le hicieron un palacio dos veces más hermoso que el del rey. Y volvió él entonces al desván a ver a Yasmina, la dama de los árabes, y le dijo: "¡Ya setti! el palacio está concluido". Ella le dijo: "Aquí hay dinero. Tómalo y ve a comprar muebles tapizados de raso para el palacio. ¡Y haz venir criados negros que sean extranjeros y no sepan árabe!"
Y el mercader fué a comprar los muebles de raso y a procurarse los consabidos criados negros que no supieran ni pudieran entender el árabe, y volvió al desván a decir a Yasmina, la dama de los árabes: "¡Oh mi señora! todo está completo ya. Ten la bondad de venir a tomar posesión de tu palacio". Y Yasmina, la dama de los árabes, se levantó, y antes de salir del desván, dijo al mercader: "El desván donde me hallo está lleno de oro hasta el techo. Quédate con él, como regalo mío por la amabilidad que has tenido para conmigo". Y se despidió del mercader. ¡Y esto es lo referente a él!
En cuanto a Yasmina, hizo su entrada en el palacio. Y tras de comprarse un magnífico traje de rey, se lo puso y se sentó en el trono. Y parecía un rey hermoso. ¡Y es lo referente a ella!
En cuanto a su esposo, el rey que había matado al pescador y la había expulsado a ella misma, al cabo de cierto tiempo se calmó y se acordó de ella por la noche. Y a la mañana llamó a su visir, y le dijo "¡Visir!" Y el visir contestó: "¡Presente!" El rey dijo: "Vamos, disfracémonos, y salgamos en busca de mi esposa Yasmina, la dama de los árabes" y el visir dijo: "Escucho y obedezco". Y salieron del palacio con un disfraz y anduvieron dos días en busca de Yasmina, la dama de los árabes, interrogando e informándose. Y así llegaron a la ciudad donde se encontraba ella. Y vieron su palacio. El rey dijo al visir: "Este palacio es nuevo aquí, pues no le he visto en mis viajes anteriores. ¿A quién pertenecerá?" Y el visir contestó: "No lo sé. Acaso pertenezca a algún rey invasor que haya conquistado la ciudad sin que lo sepamos". Y el rey dijo: "¡Por Alah! puede que así sea. Por tanto, para cerciorarnos, vamos a despachar para la ciudad un pregonero anunciando que nadie debe encender luz esta noche en su casa. De esa manera sabremos si las gentes que habitan este palacio son súbditos nuestros obedientes o reyes conquistadores".
Y el pregonero fué por la ciudad pregonando la orden consabida. Y cuando llegó la noche, se dedicó el rey a recorrer con su visir los diversos barrios. Y vieron que en ninguna parte había luz, a no ser en el palacio espléndido que desconocían. Y oyeron en él cánticos y música de tiorbas, laúdes y guitarras. Entonces el visir dijo al rey: "Ya lo ves, ¡oh rey! ¡Por algo te dije que este país no nos pertenecía ya, y que este palacio estaba habitado por reyes invasores!" Y el rey contestó: "¿Quién sabe? Ven, vamos a informarnos por el portero del palacio". Y fueron a interrogar al portero. Pero como aquel portero era un barbarín, y no sabía ni entendía una palabra de árabe, les contestaba a cada pregunta: "¡Chanú!" Lo que en lengua barbarina significa: "¡No sé!
Y se fueron el rey y su visir y no pudieron dormir aquella noche porque tenían miedo.
Y por la mañana, el rey dijo al visir: "Di al pregonero que pregone por la ciudad, una vez más, que nadie encienda luz esta noche. De esa manera tendremos más certeza". Y pregonó el pregonero; y llegó la noche; y el rey se paseó con su visir. Pero observaron que reinaba la oscuridad en todas las casas, excepto en el palacio, donde la luz era dos veces más viva que la víspera y donde todo estaba iluminado. Y el visir dijo al rey: "Ahora ya tienes la certeza de lo que te dije respecto a la toma de este país por reyes extranjeros". Y dijo el rey: "¡Es verdad! pero ¿qué vamos a hacer?" El visir dijo: "¡Vamos a dormir y ya veremos mañana!"
Y al día siguiente, el visir dijo al rey: "Ven, vamos a pasearnos, como todo el mundo, por las cercanías del palacio. Y te dejaré abajo, y subiré yo solo astutamente para ver con mis ojos y oír con mis oídos de qué país es el rey".
Y cuando llegaron a la portería del palacio, el visir burló la vigilancia de los guardias y consiguió subir a la sala del trono. Y cuando vió a Yasmina, la dama de los árabes, la saludó, creyendo que saludaba a un rey joven. Y ella le devolvió la zalema, y le dijo: "Siéntate". Y cuando estuvo él sentado, Yasmina, la dama de los árabes, que le había reconocido desde luego y no ignoraba la presencia de su esposo el rey en la ciudad, destapó el frasco, y se sirvieron los refrescos; y salieron del frasco diez hermosas esclavas y se pusieron a bailar con castañuelas. Y después de la danza, cada una de ellas echó diez bolsas llenas de oro en las rodillas de Yasmina. Y ella las cogió y se las dió todas al visir, diciéndole: "Tómalas de regalo, pues veo que eres pobre". Y el visir le besó la mano, y le dijo: "¡Alah te otorgue la victoria sobre tus enemigos, ¡oh rey del tiempo! y prolongue para nuestro bien tus días!" Luego se despidió, y bajó en busca del rey, que estaba sentado con el portero.
Y el rey le dijo: "¿Qué has hecho arriba, ¡oh visir!?" El visir contestó: "¡Ualah! ¡por algo hube de decirte que te habían tomado esta tierra! Figúrate que me ha dado cien bolsas llenas de oro de regalo, y me ha dicho: "¡Tómalas para ti, porque eres pobre!" Eso es lo que me ha dicho. Después de semejante cosa, ¿puedes dudar de que te ha tomado esta ciudad y este país?" Y el rey dijo: "¿Verdaderamente, lo crees así? ¡En ese caso, también yo voy a tratar de burlar la vigilancia de los guardias barbarines, y a subir arriba para ver a ese rey!"
Y lo hizo como lo dijo.
Cuando le vió Yasmina, la dama de los árabes, le reconoció, pero sin demostrarlo. Y se levantó de su trono en honor suyo, y le dijo: "¡Ten la bondad de sentarte!" Y cuando el rey vió que se levantaba en honor suyo aquel a quien creía un rey extranjero, se le tranquilizó el corazón, y se dijo a sí mismo. "¡Indudablemente es un súbdito, y no un rey, pues no se levantaría así por un cualquiera a quien no conoce!" Y se sentó en el asiento; y llegaron los refrescos; y bebió él y se sació. Entonces acabó de envalentonarse, y preguntó a Yasmina, la dama de los árabes: "¿De qué calidad sois?" Y ella sonrió, y contestó: "Somos gente rica". Y mientras hablaba así destapó el frasco, y al instante salieron de él diez maravillosas esclavas blancas que bailaron con castañuelas. Y antes de desaparecer, cada una de ellas echó diez bolsas llenas de oro en las rodillas de Yasmina.
Y el rey se maravilló del frasco hasta el límite de la maravilla...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y cuando llegó la 945ª noche

Ella dijo:
… Y el rey se maravilló del frasco hasta el límite de la maravilla y dijo a Yasmina, la dama de los árabes: "¿Puedes decirme ¡oh hermano mío! dónde has comprado ese prodigioso frasco?" Ella contestó: "No lo he comprado por dinero". El preguntó: "Entonces, ¿por qué lo has comprado?" Ella dijo: "Vi este frasco en poder de un individuo, y dije al individuo: "¡Dame ese frasco, y pídeme lo que quieras!" Y me contestó: "Este frasco no se vende ni se compra. ¡Pero si quieres que te lo dé, ven a hacer una vez conmigo lo que hace el gallo con la gallina! Y después te daré el frasco". Y yo hice lo que quería de mí. Y me dió el frasco".
Claro es que Yasmina sólo hablaba así porque tenía una idea premeditada.
Cuando el rey hubo oído estas palabras, le dijo: "Está bien, y la cosa es fácil. ¡Si quieres darme el frasco, yo también consiento en que me hagas la misma cosa dos veces en lugar de una!" Y la dama de los árabes dijo: "¡No, dos veces no es bastante! ¡Abra Alah la puerta de la ganancia!"
El rey dijo: "¡Entonces, ven, y házmelo cuatro veces para darme ese frasco!"
Ella le dijo: "Está bien, levántate y entra a ese cuarto para hacerlo". Y entraron en el cuarto uno detrás de otro. Entonces Yasmina, la dama de los árabes, al ver que el rey se ponía de buenas a primera en la postura requerida para aquella venta, se echó a reír de tal manera, que se cayó de trasero.
Luego le dijo: "Maschalah, ¡oh rey del tiempo! ¡Eres rey y sultán, y quieres dejarte perforar a cambio de un frasco ¿Cómo, entonces, si piensas de ese modo, cargaste con la responsabilidad de matar al pescador que me había dicho: "Dame un beso y toma el frasco"?
Al oír estas palabras, el rey quedó aturdido y estupefacto. Luego reconoció a Yasmina, la dama de los árabes, y se echó a reír, y le dijo: "¿Pero eres tú? ¿Y es tuyo todo esto?"
Y la abrazó y se reconcilió con ella. Y desde entonces vivieron juntos en plena armonía, contentos y prosperando. ¡Y loores a Alah, Ordenador de la armonía y Dispensador de la prosperidad y de la dicha".
Y el capitán de policía Nur Al-Din, tras de contar así esta historia de Yasmina, la dama de los árabes, se calló. Y el sultán Baibars se regocijó mucho y se dilató al oírla, y le dijo: "¡Por Alah, que esa historia es extraordinaria!"

Entonces un sexto capitán de policía, que se llamaba Gamal Al-Din, avanzó entre las manos de Baibars, y dijo: "¡Yo ¡oh rey del tiempo! si me lo permites, voy a contarte una historia que te gustará!" Y Baibars le dijo: "Desde luego, tienes permiso". Y el capitán de policía Gamal Al-Din dijo:

HISTORIA CONTADA POR EL SEXTO CAPITÁN DE POLICÍA

"Una vez ¡oh rey del tiempo! había un sultán que tenía una hija. Y la tal princesa era hermosa, muy hermosa, y estaba muy solicitada y muy cuidada y muy mimada. Y además era muy revoltosa. Por eso se llamaba Dalal.
Un día estaba sentada y se rascaba la cabeza. Y se encontró en la cabeza un piojo pequeño. Y le miró un rato. Luego se levantó, y le cogió en sus dedos y fué a la despensa, en donde había hileras de tinajones de aceite, de manteca y de miel. Y destapó un tinajón de aceite, dejó delicadamente el piojo en la superficie, volvió a poner la tapa de la tinaja, encerrando así al piojo, y se marchó.
Y transcurrieron los días y los años. Y la princesa Dalal llegó a cumplir los quince años, habiendo olvidado, desde mucho tiempo atrás, el piojo y su encarcelamiento en la tinaja.
Pero llegó un día que el piojo rompió la tinaja a causa de su gordura, y salió de allí, semejante a un búfalo del Nilo en el tamaño, los cuernos y el aspecto. Y el guardián, apostado a la puerta de la despensa, huyó aterrado, llamando a los criados con grandes gritos. Y acosaron al piojo, le cogieron por los cuernos y le condujeron ante el rey.
Y el rey preguntó: "¿Qué es esto?" Y la princesa Dalal, que estaba allí de pie, exclamó: "¡Ay! ¡Si es mi piojo!" Y el rey, estupefacto, le preguntó: "¿Qué dices, hija mía?" Ella contestó: "Cuando era pequeña, me rasqué un día la cabeza, y me encontré en la cabeza este piojo. Entonces le cogí y fui a meterle en la tinaja de aceite. Y ahora se ha puesto gordo y grande; y ha roto la tinaja".
Y el rey, al oír aquello, dijo a su hija: "Hija mía, al presente tienes necesidad de casarte. Porque, lo mismo que el piojo ha roto la tinaja, corres tú el riesgo de saltar el muro e ir en busca de hombres. Por eso lo mejor al presente es que yo te case. ¡Alah proteja nuestros blasones!"
Luego se encaró con su visir y le dijo: "Degüella al piojo, y desuéllale y cuelga su piel a la puerta del palacio. Y llevarás contigo a mi portaalfanje y al jeique de los escribas de palacio, encargado de los contratos de matrimonio. Y se casará con mi hija el que advierta que la piel colgada es una piel de piojo. Pero al que no conozca la piel, se le cortará la cabeza y se colgará su piel a la puerta, junto a la del piojo".
Y el visir degolló al piojo acto seguido, le desolló, y colgó la piel a la puerta del palacio. Luego despachó un pregonero, que gritó por la ciudad: "El que conozca qué piel es la que hay colgada a la puerta del palacio, se casará con El Sett Dalal, la hija del rey. Pero al que no la conozca, se le cortará la cabeza".
Y desfilaron ante la piel del piojo muchos habitantes de la ciudad. Y dijeron unos: "Es la piel de un búfalo". Y se les cortó la cabeza. Y dijeron otros: "Es la piel de un revezo". Y se les cortó la cabeza. Y de tal suerte, se cortaron cuarenta cabezas, y se colgaron junto a la piel del piojo cuarenta pieles de hijos de Adán…

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Entonces avanzó el séptimo, que se llamaba el capitán Fakhr Al-Din; y besó la tierra entre las manos del sultán Baibars, y dijo: "¡Yo ¡oh emir y rey nuestro! te diré una aventura que me ha sucedido a mí mismo, y que no tiene más mérito que el de ser corta! Hela aquí:

HISTORIA CONTADA POR EL SÉPTIMO CAPITÁN DE POLICÍA

"Un día entre los días, en la localidad donde yo me encontraba, un ladrón entre los árabes entró de noche en casa de un cortijero para robar un saco de trigo. Pero las gentes del cortijo oyeron ruido, y me llamaron a grandes gritos, diciendo: "¡Al ladrón!" Pero nuestro hombre consiguió esconderse tan bien, que, a pesar de todas nuestras pesquisas, no pudimos llegar a descubrirle. Y cuando yo emprendía el camino de la puerta para marcharme, pasé junto a un gran montón de trigo que había en el patio. Y encima del montón había una cazoleta de cobre que servía de medida. Y de pronto oí un cuesco espantoso que salía del montón de trigo. Y en el mismo momento vi la cazoleta de cobre volar por los aires a cinco metros de altura. Entonces, no obstante mi asombro, registré precipitadamente en el montón de trigo, y allí descubrí al árabe, que se había ocultado dentro, con el trasero en pompa. Y cuando le prendí y le maniaté, le interrogué acerca del extraño ruido que me había revelado su presencia.
Y me contestó: "Lo he hecho adrede, ¡oh mi señor!" Y le contesté: "¡Alah te maldiga! ¡Y alejado sea el Maligno! ¿Por qué ventosear así contra tu interés?"
Y me contestó: "Es verdad, ¡ya sidi! he obrado contra mi interés, eso es cierto. Pero precisamente lo hice en interés tuyo".
Y le pregunté: "¿Por qué, ¡oh hijo de perro!? ¿Y desde cuándo un cuesco, aunque sea de esa calidad, ha sido en interés de alguien en la tierra?" Y contestó: "No me injuries, ¡oh capitán! Sólo he ventoseado para ahorrarte el trabajo de más largas pesquisas, y la fatiga de recorrer inútilmente la ciudad y los campos en mi seguimiento. ¡Te ruego, pues, que me devuelvas bien por bien, ya que eres hijo de gentes de bien!"
Entonces ¡oh mi señor! no pude resistir a semejante argumento. Y le solté generosamente.
¡Y ésta es mi historia!"
Y al oír este relato del capitán Fakhr Al-Din, el sultán Baibars le dijo: "¡Ualah! ¡tu indulgencia estaba justificada!" Luego, como Fakhr Al-Din hubiera vuelto a su sitio, avanzó el octavo, que se llamaba Nizam Al-Din. Y dijo: "Lo que voy a contar yo no tiene nada que ver, de cerca ni de lejos, con lo que acabas de oír, ¡oh nuestro amo el sultán!"

Y Baibars le preguntó: "¿Se trata de una cosa vista o de una cosa oída?" El otro dijo: "No, ¡por Alah, ¡oh mi señor! se trata de una cosa que solamente he oído. ¡Hela aquí!" Y dijo:

HISTORIA CONTADA POR EL OCTAVO CAPITÁN DE POLICÍA

"Había una vez un tañedor de clarinete ambulante. Y estaba casado con una mujer. Y la dejó encinta, y parió ella un varón, con ayuda de Alah. Pero el tañedor de clarinete no tenía en su casa ni una moneda de plata con que pagar a la comadrona o comprar algo a su esposa, la recién parida. Y sin saber qué hacer, y hallándose en una situación embarazosa, se marchó desesperado, diciendo a su mujer: "Voy a ir al camino de Alah a mendigar dos monedas de cobre a las personas piadosas; y daré a cuenta una a la comadrona, y la segunda, también a cuenta, al pollero para comprarte un pollo con que te alimentes en este día de parto".
Y salió de su casa. Y cuando cruzaba un campo, encontró una gallina subida en una piedra. Y se acercó sigilosamente a la gallina, y la cogió antes de que el animal tuviese tiempo de escaparse. Y debajo de ella descubrió un huevo recién puesto. Y se lo guardó en el bolsillo, diciendo: "La bendición ha llegado hoy. Precisamente esto es lo que me hace falta, y ya no tengo necesidad de ir a mendigar. Porque voy a dar esta gallina a la hija del tío, después de guisarla para ella en este día en que ha salido del apuro; y venderé el huevo por una moneda de cobre, que daré a cuenta a la comadrona".
Y fué al zoco de los huevos, abrigando esta intención.
Al pasar por el zoco de los orfebres y de los joyeros, se encontró con un judío conocido suyo, que le preguntó: "¿Qué llevas ahí?" El hombre contestó: "¡Una gallina con su huevo!"
El judío le dijo: "¡Enséñamelo!" Y el tañedor de clarinete enseñó al judío la gallina y el huevo.
Y el judío le preguntó: "¿Quieres vender este huevo?" El hombre contestó: "¡Sí!" El judío le dijo: "¿En cuánto?"
El tañedor de clarinete contestó: "¡Habla tú el primero!" El judío dijo: "¡Te lo compro por diez dinares de oro! ¡No vale más!"
Y dijo el pobre, creyendo que el judío se burlaba de él: "Te burlas de mí porque soy pobre; demasiado sabes que no es ése su precio". Y el judío creyó que le pedía más, y le dijo: "¡Te ofrezco, como último precio, quince dinares!" El otro contestó: "¡Abra Alah!" Entonces el judío dijo: "Aquí tienes veinte dinares de oro nuevo. Los tomas o los dejas".
Entonces el tañedor de clarinete, al ver que la oferta era seria, entregó el huevo al judío a cambio de los veinte dinares de oro, y se apresuró a volver la espalda. Pero el judío echó a correr detrás de él, y le preguntó: "¿Tienes muchos huevos así en tu casa?"
El pobre hombre contestó: "Ya te traeré otro mañana, cuando haya puesto la gallina, y te lo daré en el mismo precio. ¡Pero a otro que tú no se lo vendería por menos de treinta dinares de oro!"
Y el judío le dijo: "Enséñame tu casa; y todos los días iré por el huevo para que no te molestes; y te daré los veinte dinares". Y el tañedor de clarinete le enseñó su casa, y se apresuró luego a buscar otra gallina en lugar de aquella tan ponedora, y la hizo guisar para su esposa. Y pagó liberalmente su trabajo a la comadrona.
Y al día siguiente dijo a su esposa: "¡Oh hija del tío! guárdate de degollar a la gallina negra que hay en la cocina. Es la bendición de la casa. Nos pone huevos que al precio corriente valen veinte dinares de oro cada uno...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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