viernes, septiembre 30, 2022

64 Historia de la princesa Suleika

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64 Historia de la princesa Suleika




HISTORIA DE LA PRINCESA SULEIKA

He llegado a saber ¡oh rey del tiempo! que en el trono de los califas de Damasco había un rey entre los Ommiadas que tenía como visir a un hombre dotado de cordura, de saber y de elocuencia, el cual había leído los libros de los antiguos y los anales y las obras de los poetas, reteniendo lo que había leído, y cuando era necesario, sabía contar a su señor las historias que hacen agradable la vida y deleitable el tiempo. Un día entre los días, como viera que su señor el rey sentía cierto aburrimiento, decidió distraerle, y le dijo: "¡Oh mi señor! con frecuencia me has interrogado acerca de los acontecimientos de mi vida y acerca de lo que me había ocurrido antes de que llegase a ser tu esclavo y el visir de tu poderío. Y hasta el presente me he excusado siempre de contestarte, por temor a aparecer importuno o atacado de pedantería, y he preferido contarte lo que hubo de ocurrirles a otros ajenos a mí. Pero aunque la buena educación nos prohíbe hablar de nosotros mismos, hoy quiero narrarte la aventura singular que influyó en toda mi vida, y a la cual debo el haber llegado hasta el umbral de tu grandeza". Y al ver que su señor le escuchaba con toda atención, contó así su historia:
"Nací ¡oh mi señor y corona de mi cabeza! en esta bienhadada ciudad de Damasco, de un padre que se llamaba Abdalah y que era uno de los mercaderes más estimables de todo el país de Scham. Y no se escatimó nada para mi educación, pues recibí lecciones de los maestros más versados en el estudio de la teología, de la jurisprudencia, del álgebra, de la poesía, de la astronomía, de la caligrafía, de la aritmética y de las tradiciones de nuestra fe. Y también me enseñaron cuantas lenguas se hablan en el dominio de su soberanía, de un mar a otro mar, con objeto de que, si un día recorría el mundo por amor a los viajes, me pudiera servir tal enseñanza en los países de los hombres. Y así es como aprendí, entre todos los dialectos de nuestra lengua, el habla de los persas, de los griegos, de los tártaros, de los kurdos, de los indios y de los chinos. Y supieron mis maestros enseñarme todo aquello de tal manera, que retuve cuanto aprendí, y se me ponía por modelo ante los estudiantes desaplicados...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 877ª noche

Ella dijo:
La pequeña Doniazada se levantó de la alfombra en que estaba acurrucada y besó a su hermana y le dijo: "¡Oh Schehrazada! por favor, date prisa a contarnos la historia que comenzaste, que es la de la princesa Suleika". Y dijo Schehrazada: "De todo corazón amistoso y como homenaje debido a este rey dotado de buenos modales". Y añadió:
El visir del rey de Damasco continuó en estos términos la historia que contaba a su señor:
Cuando, gracias a las lecciones de mis maestros, aprendí ¡oh mi señor! todas las ciencias de mi tiempo, así como los dialectos de nuestra lengua y el habla de los persas, de los griegos, de los tártaros, de los kurdos, de los indios y de los chinos, y gracias al método excelente de mis maestros hube de retener cuanto aprendí, mi padre, tranquilo por mi suerte, vió sin amargura acercársele el momento escrito para término de la vida de cada criatura. Y antes de fallecer en la misericordia de su Señor, me llamó a su lado y me dijo: "¡Oh hijo mío! he aquí que la Separadora va a cortar el hilo de mi vida, y te vas a quedar sin una cabeza que te guíe por el mar de los acontecimientos. Pero me consuelo de dejarte solo al pensar que, merced a la educación que recibiste, sabrás acelerar la llegada del destino favorable. No obstante, ¡oh hijo mío! ninguno entre los hijos de Adán puede saber lo que le reserva la suerte, y ninguna precaución puede prevalecer contra los dictados del Libro del Destino. Si llegara día, por tanto, en que el tiempo se volviera en contra tuya ¡oh hijo mío! y tu vida se tornara negra, no tienes más que ir al jardín de esta casa y colgarte de la rama mayor del añoso árbol que ya conoces.
¡Y así te libertarás!"
Y tras de pronunciar tan extrañas palabras murió mi padre en la paz del Señor, sin haber tenido tiempo para explicarse mejor o rectificar semejante consejo. Y mientras duraron los funerales y en los días del duelo, no dejé de reflexionar acerca de aquellas palabras tan singulares en boca de un hombre tan prudente y temeroso de Alah como lo había sido mi padre durante toda su vida. Y me preguntaba sin cesar: "¿Cómo es posible que mi padre me haya aconsejado, contraviniendo los preceptos del Libro Santo, que me dé la muerte ahorcándome, en caso de reveses de fortuna, mejor que confiarme a la solicitud del Dueño de las criaturas? No alcanza a comprenderlo mi entendimiento".
Más tarde, poco a poco se fué borrando en mí el recuerdo de aquellas palabras, y como me gustaban el placer y el derroche, en cuanto me vi en posesión de la herencia que me correspondía, no tardé en seguir el curso de todas mis inclinaciones. Y viví varios años en el seno de las locuras y de las prodigalidades, de modo que acabé por comerme todo mi patrimonio, y un día me desperté tan desnudo como salí del seno de mi madre. Y me dije, mordiéndome los dedos: "¡Oh Hassán, hijo de Abdalah! hete aquí reducido a la miseria por culpa tuya y no por la traición del tiempo. Y ya no te queda por toda hacienda más que esta casa con este jardín. Y vas a verte obligado a venderlos para mantenerte algún tiempo todavía. ¡Tras de lo cual quedarás reducido a la mendicidad, pues te abandonarán tus amigos, y nadie otorgará crédito a quien ha arruinado su casa con sus propias manos!"
Y así pensando, cogí una cuerda gruesa y bajé al jardín. Y resuelto ya a ahorcarme, me dirigí al árbol consabido, busqué la rama mayor, la sujeté, y después de colocar dos piedras grandes al pie del añoso árbol, até la cuerda a la rama por un extremo. Y con el otro extremo hice un nudo corredizo que me pasé al cuello; y pidiendo perdón a Alah por mi acto, salté al espacio desde la parte de arriba de las piedras. Y ya me balanceaba estrangulado, cuando la rama crujió con mi peso y se separó del tronco. Y caí al suelo con ella antes de que la vida hubiese abandonado mi cuerpo.
Y cuando volví de aquella especie de desmayo en que me había sumido y comprendí que no estaba muerto, me mortificó mucho haber gastado semejante esfuerzo de voluntad para llegar a aquel fracaso final. Y ya me incorporaba con objeto de repetir mi acto criminal, cuando vi caer del árbol un guijarro, y advertí que aquel guijarro ardía en el suelo como un carbón encendido. Y con gran sorpresa mía noté que donde acababa de tener lugar mi caída el suelo estaba cubierto de aquellos guijarros brillantes, y que aún seguían cayendo del árbol, precisamente del mismo sitio por donde se había desprendido la rama. Y me volví a subir en las dos piedras grandes, y miré más de cerca la rotura. Y vi que por aquel lado el tronco no estaba lleno, sino hueco, y que de la cavidad se escapaban aquellos guijarros, que eran diamantes, esmeraldas y otras piedras de todos los colores.
Al ver aquello, ¡oh mi señor! comprendí la verdadera significación de las palabras de mi padre, y deduje su verdadero sentido, acordándome de que mi padre, lejos de aconsejarme que me ahorcara me había aconsejado sencillamente que me colgara de la rama mayor del árbol, sabiendo de antemano que cedería con mi peso y dejaría al descubierto el tesoro que él mismo había metido para mí en el tronco vacío del añoso árbol, en previsión de los malos días.
Y con el corazón dilatado de alegría, corrí a la casa para buscar un hacha, y agrandé la rotura. Y me encontré con que el inmenso tronco del añoso árbol estaba hueco y lleno hasta la base de rubíes, diamantes, turquesas, perlas, esmeraldas y todas las especies de gemas terrestres y marinas.
Entonces, tras de glorificar a Alah por sus beneficios y bendecir en mi corazón la memoria de mi padre, cuya prudencia había previsto mis locuras y me había reservado aquella salvación inesperada, renegué de mi antigua vida y de mis costumbres disipadas y pródigas, y resolví hacerme un hombre digno de mis extravagancias, y decidí ir al reino de Persia, donde me atraía con una atracción invencible la famosa ciudad de Schiraz, de la que con frecuencia había oído hablar a mi padre como de una ciudad en que estuvieran reunidas todas las elegancias del espíritu y todas las dulzuras de la vida. Y me dije: "¡Oh Hassán! en esa ciudad de Schiraz te instalarás como mercader de pedrerías y entablarás conocimiento con los hombres más deliciosos de la tierra. ¡Y como sabes hablar el persa, no tendrá eso ninguna dificultad para ti!"
E hice inmediatamente lo que tenía resuelto hacer. Y Alah me escribió la seguridad, y tras de un largo viaje, llegué sin contratiempo a la ciudad de Schiraz, donde reinaba entonces el gran rey Sabur-Schah.
Y paré en el khan más lujoso de la ciudad, en el que alquilé una hermosa habitación. Y sin tomarme tiempo para descansar, cambié mis ropas de viaje por vestiduras nuevas y muy hermosas, y me fuí a pasear por las calles y zocos de aquella ciudad espléndida.
Y he aquí que, al salir de la gran mezquita de porcelana, cuya hermosura había conmovido mi corazón y me había sumido en el éxtasis de la plegaria, vi que venía en dirección mía un visir entre los visires del rey. Y también me vió él, y se paró frente a mí, contemplándome como si yo fuese un ángel. Luego me abordó y me dijo: "¡Oh el más hermoso de los adolescentes! ¿De qué país eres? ¡Porque tu traje me indica que eres extranjero en nuestra ciudad!" Y contesté inclinándome: "¡Soy de Damasco, ¡oh mi señor! y he venido a Schiraz para instruirme con el trato de sus habitantes!" Y al oír mis palabras, el visir se dilató considerablemente, y me estrechó en sus brazos, y me dijo: "¡Hermosas palabras las de tu boca!, ¡oh hijo mío! ¿Qué edad tienes?" Y contesté: "¡Tu esclavo se halla en su decimosexto año!" Y él se dilató aún más, pues descendía de los compañeros de Loth, y me dijo: "Es la edad más hermosa, ¡oh hijo mío! es la edad más hermosa. Y si no tienes que hacer nada mejor, ven conmigo a palacio y te presentaré a nuestro rey, que gusta de los rostros hermosos, y te nombrará chambelán entre sus chambelanes. Y sin duda serás la gloria de los chambelanes y corona suya". Y le dije: "¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos, y escucho y obedezco!"
Entonces me cogió de la mano. E hicimos el camino juntos, charlando de unas cosas y de otras. Y se asombraba él mucho, al oírme hablar el persa, lengua que no era la mía, con desenfado y pureza. Y se maravillaba de mi cara y de mi elegancia. Y me decía: "¡Por Alah, si todos los jóvenes de Damasco son como tú, esa ciudad será una región del paraíso, y la parte del cielo que hay encima de Damasco será el paraíso mismo!" Y de tal suerte llegamos al palacio del rey Sabur-Schah, en presencia del cual me introdujo, y que, en efecto, sonrió al ver mi rostro, y me dijo: "¡Bienvenido sea a mi palacio el rostro de Damasco!" Y añadió: "¿Cómo te llamas, ¡oh hermoso adolescente!?" Y contesté: "Tu esclavo Hassán, ¡oh rey del tiempo!" Y al oírme hablar así, se dilató y se esponjó, y me dijo: "Jamás nombre alguno cuadró mejor a un rostro semejante, ¡oh Hassán!" Y añadió: "¡Te nombro mi chambelán, a fin de que mis ojos se regocijen todas las mañanas viéndote!" Y besé la mano del rey, y le di gracias por la bondad que me demostraba. Y el visir me llevó consigo y me hizo quitar mis trajes, y me vistió él mismo con ropa de paje. Y me dió la primera lección de indumentaria precisa para nuestras funciones de chambelán. Y no sabía yo cómo expresarle mi gratitud por todas sus atenciones. Y él me tomó bajo su protección. Y me hice amigo suyo. Y por su parte, todos los demás chambelanes, que eran jóvenes y muy hermosos, se hicieron amigos míos. Y parecía que iba a ser deliciosa en aquel palacio mi vida, pues que tanta alegría me proporcionaba ya y tantos placeres me prometía.
Y he aquí que hasta entonces ¡oh mi señor! para nada absolutamente había intervenido en mi vida la mujer. Pero pronto debía hacer su aparición. Y con ella, mi vida había de entrar en la complicación...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 878ª noche

Ella dijo:
... Y he aquí que hasta entonces ¡oh mi señor! para nada absolutamente había intervenido en mi vida la mujer. Pero pronto debía hacer su aparición. Y con ella, mi vida había de entrar en la complicación.
En efecto, debo apresurarme a decirte ¡oh mi señor! que mi protector me había dicho el primer día: "Sabe ¡oh querido mío! que está prohibido a todos los chambelanes de las doce cámaras, así como a todos los dignatarios de palacio, oficiales y guardias, pasearse después de cierta hora de la noche por los jardines de palacio. Porque, a partir de esa hora, los jardines están reservados sólo a las mujeres del harén, a fin de que puedan ir allá a tomar el aire y charlar entre sí. Y si alguno, para su desdicha, es sorprendido en el jardín a esa hora, arriesga su cabeza". Y yo hube de prometerme no correr nunca aquel riesgo.
Pero una tarde, a causa de la frescura y la dulzura del aire, me dejé ganar por el sueño en un banco de los jardines. Y no sé cuánto tiempo estuve dormido. Y entre sueños oía voces de mujeres que decían: "¡Oh! ¡es un ángel, es un ángel, es un ángel! ¡Oh! ¡qué hermoso, qué hermoso, qué hermoso!" Y me desperté de repente. Y no vi nada más que oscuridad. Y comprendí que, si me sorprendían a aquella hora en los jardines, corría mucho riesgo de perder la cabeza, no obstante todo el interés que inspiraba al rey y a su visir. Y enloquecido con esta idea, me erguí sobre ambos pies para correr al palacio antes de que me advirtiesen en aquellos lugares prohibidos. Pero he aquí que, de improviso salió de la sombra y del silencio una voz de mujer, muy risueña de timbre, que me decía: "¿Adónde vas, adónde vas, ¡oh hermoso despierto!?" Y más asustado que si me persiguen los guardias todos del harén, quise huir de aquel sitio, sin pensar más que en llegar al palacio. Pero no bien hube dado algunos pasos, a la vuelta de una avenida, bajo la luna, que salía de detrás de una nube, vi aparecer una dama de belleza y de blancura extraordinarias, que se irguió ante mí sonriendo con dos grandes ojos de gacela enamorada. Y su porte era tan majestuoso como real era su actitud. Y la luna que brillaba en el cielo era menos brillante que su rostro.
Y ante aquella aparición, descendida sin duda del paraíso, no pude por menos de pararme. Y lleno de confusión, bajé los ojos y me mantuve en la actitud de la deferencia. Y me dijo ella con su voz amable: "¿Adónde ibas tan de prisa, ¡oh luz de los ojos!? ¿Y quién te obliga a correr así?" Y contesté: "¡Oh señora! si perteneces a este palacio, no puedes ignorar las razones que me impulsan a alejarme tan precipitadamente de estos lugares. Debes saber, en efecto, que está prohibido a los hombres retardarse en los jardines, pasada cierta hora, y que les va la cabeza en contravenir esta prohibición. Por favor, déjame, pues, alejarme antes de que me adviertan los guardias". Y la joven señora, sin dejar de reír, me dijo: "¡Oh brisa del corazón! ¡un poco tarde te acuerdas de retirarte! La hora de que hablas ha pasado hace mucho tiempo. ¡Y mejor harías, en vez de procurar ponerte a salvo en pasar aquí el resto de la noche, que será para ti una noche bendita, una noche de blancura!" Pero yo, más asustado y más tembloroso que nunca, sólo pensaba en la fuga, y me lamentaba, diciendo: "¡Estoy perdido sin remedio! ¡Oh hija de gentes de bien, o mi señora, quienquiera que seas, no me ocasiones la muerte con el atractivo de tus encantos!" Y quise escaparme. Pero ella me lo impidió extendiendo el brazo izquierdo, y con su mano derecha se quitó completamente su velo, y me dijo, cesando de reír: "Mírame, pues, joven insensato, y dime si todas las noches las puedes encontrar más bellas o más jóvenes que yo. Apenas tengo dieciocho años, y no me ha tocado ningún hombre. Respecto a mi rostro, que no es feo de mirar, ninguno antes que tú pudo envanecerse de haberlo entrevisto. Me ultrajarías, pues, violentamente si te obstinaras en rehuirme". Y le dije: "¡Oh soberana mía! ¡ciertamente, eres la luna llena de la belleza, y aunque la noche, celosa, oculta a mis ojos parte de tus encantos, lo que de ellos descubro basta para encantarme! Pero te suplico que te pongas por un instante en mi situación, y verás cuán triste y delicada es".
Y contestó ella: "Convengo contigo ¡oh núcleo del corazón! en que tu situación es, en efecto, delicada; pero su delicadeza no proviene del peligro que corres, sino del propio objeto que la ocasiona. ¡Porque no sabes quién soy, ni cuál es mi rango en el palacio! Y en cuanto al peligro que corres, sería real para otro que tú, ya que te tengo bajo mi salvaguardia y mi protección. Dime, pues, tu nombre, quién eres y cuáles son tus funciones en palacio". Y contesté: "¡Oh mi señora! soy Hassán de Damasco, el nuevo chambelán del rey Sabur-Schah y el favorito del visir del rey Sabur-Schah". Y exclamó ella: "¡Ah! ¿conque eres tú el hermoso Hassán que ha volcado el cerebro del descendiente de Loth? ¡Cuán feliz soy por tenerte esta noche para mí sola, ¡oh querido mío! ¡Ven corazón mío, ven! ¡Y deja de envenenar los momentos de dulzura y de gracia con penosas reflexiones!"
Y tras de hablar así, la hermosa joven me atrajo a la fuerza hacia ella, y frotó su rostro contra el mío, y aplicó sus labios a mis labios con pasión. Y yo, ¡oh mi señor! aunque era la primera vez que me ocurría una aventura semejante, sentía en aquel contacto vivir furiosamente en mí al niño de su padre, y tras de besar en un transporte a la joven, que estaba en éxtasis, saqué el niño y lo encaminé al nido. Pero, al verlo, en vez de empezar a moverse animándose, la joven se desenlazó de pronto y me rechazó rudamente, lanzando un grito de alarma. Y apenas tuve tiempo de guardarme al niño, pues al punto vi salir de un bosquecillo de rosas a diez jóvenes que echaron a correr hacia nosotros; riendo a más no poder.
Y al divisarlas, ¡oh mi señor! comprendí que lo habían visto todo y oído todo, y que la joven consabida se había divertido a costa mía, y que sólo habló conmigo por broma, con el objeto evidente de, hacer reír a sus compañeras. Y por cierto que, en un abrir y cerrar de ojos, todas las jóvenes me habían rodeado, risueñas y saltarinas como corzas domesticadas. Y sin cesar en sus carcajadas, me miraban con ojos encendidos de malicia y de curiosidad, y decían a la que hubo de interpelarme: "¡Oh hermana nuestra Kairia, qué bien te has portado! ¡Oh qué bien te has portado! ¡Cuán hermoso era el niño! ¡y vivaz!" Y otra dijo: "¡Y rápido!" Y otra dijo: "¡E irritable!" Y otra dijo: "¡Y galante!" Y otra dijo: "¡Y encantador!" Y otra dijo: "¡Y grande!" Y otra dijo: "¡Y robusto!" Y otra dijo: "¡Y vehemente!" Y otra dijo: "¡Y sorprendente!" Y otra dijo: "¡Un sultán!"
Y a la sazón prorrumpieron en prolongadas carcajadas, mientras yo estaba en el límite del azoramiento y de la confusión. Porque en mi vida ¡oh mi señor! había mirado a una mujer a la cara, ni había tratado con mujeres. Y aquéllas tenían un desenfado y una audacia sin precedentes en los anales de la impudicia. Y allí me quedé, en medio de su delirio, desconcertado, vergonzoso y con la nariz alargada hasta los pies, como un tonto.
Pero de repente salió del bosquecillo de rosas, cual la luna que se eleva, una duodécima joven, cuya aparición hizo cesar súbitamente todas las risas y todas las bromas. Y era soberana su belleza y a su paso hacía inclinarse los tallos de las flores. Y avanzó hacia nuestro grupo, que hubo de abrirse al acercarse ella; y la joven me miró largamente y me dijo: "En verdad ¡oh Hassán de Damasco! que tu audacia es mucha audacia, y el atentado que cometiste en la persona de esta joven merece un castigo. ¡Y por mi vida te juro que lo siento por tu juventud y tu hermosura!"
Entonces la joven que fue causa de toda aquella aventura, y que se llamaba Kairia, se adelantó y besó la mano de la que acababa de hablar así, y le dijo: "¡Oh nuestra señora Suleika! ¡por tu vida preciosa, perdónale su impulso de hace poco, que sólo prueba su impetuosidad! ¡Y su suerte está entre tus manos! ¿Es que vamos a abandonar o a dejar sin socorro a este hermoso asaltante, a este perpetrador de atentados contra las jóvenes vírgenes?" Y la que se llamaba Suleika reflexionó un instante y contestó: "Pues bien: por esta vez le perdonamos, ya que tú, que has sufrido su atentado, intercedes en favor suyo. ¡Sea salva su cabeza, y véase él libre del peligro en que se encuentra! Y para que se acuerde de las jóvenes que le han salvado, conviene que tratemos de hacerle algo más agradable aún su aventura de esta noche. Llevémosle, pues, con nosotras y hagámosle entrar en nuestros aposentos privados, que ningún hombre hasta ahora violó con su presencia".
Tras de hablar así, hizo cierta seña a una de las jóvenes que la acompañaban, la cual desapareció en seguida bajo los cipreses, ligera, para volver al cabo llevando en brazos un montón de sedas. Y desenvolvió a mis pies las tales sedas, que constituían un encantador traje de mujer; y entre todas me ayudaron a ponérmelo encima de mis ropas. Y disfrazado de tal modo, me mezclé al grupo que formaban ellas. Y pasando por entre los árboles, ganamos los aposentos privados.
Y he aquí que, al entrar en la sala de recepciones reservadas al harén, que era toda de mármol calado e incrustado de perlas y turquesas, las jóvenes me dijeron al oído que en aquella sala era donde la hija única del rey tenía costumbre de recibir a sus visitas y a sus amigas. Y también me revelaron que la hija única del rey no era otra que la propia princesa Suleika.
Y observé que en medio de aquella sala tan hermosa y tan desamueblada había veinte alfombrines grandes de brocado dispuestos en redondo sobre el tapiz central. Y todas las jóvenes, que ni por un instante habían dejado de hacerme zalamerías ni de dirigirme ojeadas llameantes, fueron a sentarse en buen orden sobre los alfombrines de brocado, obligándome a que me sentara en medio de ellas, junto a la princesa Suleika misma, que me miraba con ojos que traspasaban mi alma.
Entonces Suleika pidió refrescos, y seis nuevas esclavas, no menos bellas y ricamente vestidas, aparecieron al instante, y empezaron por ofrecernos servilletas de seda en bandejas de oro, en tanto que las seguían diez más con grandes porcelanas, cuya contemplación ya era por sí sola un refresco...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y cuando llegó la 879ª noche

Ella dijo:
... en tanto que las seguían diez más con grandes porcelanas, cuya contemplación ya era por sí sola un refresco. Y nos sirvieron las porcelanas, que contenían sorbetes de nieve, leche cuajada, confituras de toronja, rebanadas de cohombro y limones. Y la princesa Suleika se sirvió la primera, y con la misma cuchara de oro que se había llevado a los labios me ofreció un poco de confitura y una rebanada de toronja, dándome luego otra cucharada de leche cuajada. Después circuló de mano en mano varias veces la misma cuchara, de modo que todas las jóvenes sirviéronse repetidamente de aquellas cosas excelentes hasta que no quedó nada en las porcelanas. Y entonces las esclavas nos presentaron en copas de cristal agua muy pura.
Y no dejó de hacerse la conversación tan viva como si hubiéramos bebido los fermentos de los vinos todos. Y me asombré del atrevimiento de los discursos que salían de labios de aquellas jóvenes, las cuales reían a carcajadas en cuanto una de ellas aventuraba una broma picante y mordaz acerca del niño de su padre, cuya contemplación las tenía preocupadas con exceso. Y la encantadora Kairia, contra quien iba dirigido mi atentado, si atentado hubo, no me guardaba ningún rencor, y se había colocado de frente a mí. Y me miraba sonriendo, y con el lenguaje de los ojos me daba a entender que me perdonaba mi ligereza del jardín. Y yo, por mi parte, levantaba los ojos hacia ella de cuando en cuando, y luego los bajaba vivamente en cuanto notaba que ella tenía la vista fija en mí; porque, no obstante los esfuerzos que hacía yo para aparentar cierto aplomo en mi rostro, seguían teniendo, en medio de aquellas extraordinarias jóvenes, un aspecto muy azorado. Y la princesa Suleika y sus acompañantes, que demasiado lo comprendían, trataban, por su parte, de darme ánimos a todo trance. Y Suleika acabó por decirme: "¿Cuándo vas a mostrarte tranquilo y seguro, ¡oh Hassán, oh damasquino!? ¿Acaso crees que estas inocentes jóvenes comen carne humana? ¿Y no sabes que no corres ningún peligro en los aposentos de la hija del rey, donde jamás se atrevería un eunuco a penetrar sin permiso? Olvida pues, por un instante que hablas con la princesa Suleika, y figúrate que estás charlando con sencillas hijas de mercaderes modestos de Schiraz. Levanta la cabeza ¡oh Hassán! y mira a la cara a todas estas jóvenes encantadoras. ¡Y cuando las hayas examinado con la mayor atención, date prisa a decirnos con toda franqueza, y ya sin temor a enfadarnos, cuál de entre nosotras te gusta más!"
Estas palabras de la princesa Suleika, ¡oh rey del tiempo! en vez de darme ánimo y tranquilidad, no hicieron más que aumentar mi turbación y mi embarazo, y sólo supe balbucear palabras incoherentes, sintiendo que se me subía al rostro el rubor de la emoción. Y en aquel momento hubiera querido que la tierra se abriese y me devorase. Y Suleika, al ver mi perplejidad, me dijo: "Ya veo ¡oh Hassán! que te he pedido una cosa que te pone en un aprieto. Porque sin duda temes, al declarar tu preferencia por una, disgustar a las demás e indisponerlas contra ti. Pues bien; estás equivocado si te oscurece el entendimiento ese temor. Has de saber, en efecto, que yo y mis compañeras estamos tan unidas y existen tantos lazos de ternura entre nosotros, que, hiciera un hombre lo que hiciera con una de nosotras, no podría alterar nuestros sentimientos mutuos. Desecha, pues, de tu corazón los temores que te hacen tan prudente, examínanos a tu antojo, e incluso si deseas que nos pongamos completamente desnudas delante de ti, dilo sin reticencia, y lo ejecutaremos por encima de nuestras cabezas y de nuestros ojos. Pero apresúrate a decirnos cuál es la elegida de tu gusto". Entonces ¡oh mi señor! hice una llamada al valor que me volvía a impulsos de estas palabras alentadoras, y aunque las compañeras de Suleika, eran perfectamente bellas, y hubiese sido muy difícil al ojo más experto hallar diferencia entre ellas, y aunque, por otra parte, la princesa Suleika era por sí misma tan maravillosa al menos como sus doncellas, mi corazón deseó ardientemente a la que fue la primera en hacerlo latir con tanta violencia en el jardín, a la vivaracha y deliciosa Kairia, a la bienamada del niño de su padre. Pero, aun con todo el deseo que tenía de hacerlo me guardé bien de revelar mis sentimientos, que era muy fácil, a despecho de las palabras tranquilizadoras de Suleika, que atrajeran sobre mi cabeza los rencores de todas aquellas vírgenes. Y tras de examinarlas a todas con la mayor atención, me limité a encararme con la princesa Suleika y a decirle: "¡Oh mi señora! debo empezar por decirte que nunca me atrevería a comparar el brillo de la luna con el titilar de las estrellas. Y es tanta tu belleza, que los ojos no acertarían a tener miradas más que para ella". Y diciendo estas palabras, no pude por menos de dirigir una ojeada de inteligencia a la deleitable Kairia para darle a entender que sólo la cortesía me dictaba aquella adulación a la princesa.
Y cuando hubo oído mi respuesta, Suleika me dijo, sonriendo: "Has estado galante, ¡oh Hassán! por más que la adulación sea aparente. ¡Apresúrate, pues, ahora que tienes más libertad para hablar, a descubrirnos el fondo de tu corazón, diciéndonos cuál, entre todas estas jóvenes, es la que te cautiva más!" Y por su parte, las jóvenes unieron sus ruegos a los de la princesa para apremiarme a que les revelara mi preferencia. Y Kairia era entre todas quien se mostraba más decidida a hacerme hablar, pues ya había adivinado mis pensamientos secretos.
Entonces, desechando el resto de timidez que me quedaba, cedí a tan reiteradas instancias de las jóvenes y de su señora, me encaré con Suleika, y le dije señalando con un ademán de mi mano a la joven Kairia: "¡Oh soberana mía! ¡ésa es la que prefiero! ¡Sí, por Alah, hacia la amable Kairia va mi mayor deseo!".
No había acabado de pronunciar estas palabras, cuando todas las jóvenes se echaron a reír a carcajadas a la vez, sin que en sus rostros alegres apareciese el menor indicio de agravio. Y pensé para mi ánima, mirándolas cómo se empujaban con el codo y se morían de risa: "¡Qué cosa tan prodigiosa! ¿Se trata de mujeres entre las mujeres y de jóvenes entre las jóvenes? ¿Pues cuándo las criaturas de ese sexo han adquirido esa indiferencia y tanta virtud para no sentirse envidiosas y no arañarse el rostro al saber un triunfo de una semejante suya? ¡Por Alah! ni las hermanas obrarían ante sus hermanas con tanta amabilidad y desinterés. He aquí algo que va más allá del entendimiento".
Pero la princesa Suleika no me dejó sumido por mucho tiempo en aquella perplejidad, y me dijo: "Felicidades, felicidades, ¡oh Hassán de Damasco! ¡Por mi vida, que los jóvenes de tu país tienen buen gusto, vista fina y sagacidad! Y me satisface mucho ¡oh Hassán! que hayas dado la preferencia a mi favorita Kairia, que es la preferida de mi corazón y la más querida. Y no te arrepentirás de tu elección, ¡oh tunante! Además, te hallas muy distante de conocer todo el mérito y todo el valor de la elegida, pues ninguna de nosotras, tales como somos, puede compararse de cerca ni de lejos con ella en encantos, perfecciones corporales o atractivo espiritual. Y somos esclavas suyas, en verdad, aunque engañen las apariencias".
Luego, todas, una tras otra, empezaron a felicitar a la encantadora Kairia y a gastarle bromas por el triunfo que acababa de obtener. Y no se quedaba ella corta en las réplicas, y para cada una de sus compañeras tenía la respuesta conveniente, en tanto que yo llegaba al límite del asombro.
Tras de lo cual, Suleika tomó de junto a ella un laúd, y lo puso en las manos de su favorita Kairia, diciéndole: "¡Alma de mi alma, conviene que hagas ver a tu enamorado un poco de lo que sabes, a fin de que no crea que hemos exagerado tus méritos!" Y la deleitable Kairia cogió el laúd de manos de Suleika, lo templó, y después de un preludio arrebatador, cantó en sordina, acompañándose:
¡Soy la educanda del amor, que me ha enseñado las buenas maneras!
Y ha puesto en mi alma tesoros que reserva para ese joven corzo que me ha punzado el corazón, con los escorpiones negros de sus hermosas sienes.
¡Mientras viva, amaré al joven que ha escogido mi corazón, porque soy fiel al objeto de mi amor!
¡Oh enamorados! ¡cuando hayáis escogido un objeto amable, amadle mucho y no os separéis de él nunca! ¡Objeto que se pierde no se encuentra jamás!
¡Por lo que a mí respecta, amo a ese joven corzo de formas graciosas, cuya mirada ha penetrado en mi corazón más profundamente que el filo de una hoja cortante!
¡La belleza escribió en su frente joven líneas encantadoras de sentido conciso!
¡Su mirada de hechicería es tan encantadora que fascina a los corazones todos con el arco tirante en que brillan sus flechas negras!
¡Oh tú, sin quien yo ya no podré pasarme y a quien no sabré reemplazar en mi intimidad!
¡Ven al hammam conmigo! ¡Arderán los nardos, y sus vapores llenarán la sala!
¡Y cantaré sobre tu corazón nuestro amor!
Cuando hubo acabado de cantar, posó los ojos en mí tan tiernamente, que olvidando de pronto toda mi timidez y la presencia de la hija del rey y de sus maliciosas acompañantas, me arrojé a los pies de Kairia, transportado de amor y en el límite del placer. Y aspirando el perfume que se exhalaba de sus finos vestidos y sintiendo el calor que su carne me comunicaba, llegué a tal estado de embriaguez, que de repente la cogí en mis brazos, y empecé a besarla con vehemencia en donde podía, mientras ella desfallecía como una tórtola. Y no volví a la realidad hasta oír las grandes carcajadas que lanzaban las jóvenes al verme fuera de mí como un morueco ayuno desde su pubertad...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 880ª noche

Ella dijo:
... Y no volví a la realidad hasta oír las grandes carcajadas que lanzaban las jóvenes al verme fuera de mí como un morueco ayuno desde su pubertad.
A continuación se pusieron a comer y a beber y a decir locuras y a hacerme caricias y mimos disimuladamente, hasta que entró una esclava vieja, la cual hubo de advertir a la reunión que pronto llegaría el día. Y contestaron todas a una: "¡Oh nodriza nuestra señora, tu advertencia está por encima de nuestras cabezas y de nuestros ojos!" Y Suleika se levantó, diciéndome: "Ya es tiempo ¡oh Hassán! de ir a descansar. Y puedes contar con mi protección para llegar a unirte con tu enamorada, porque nada perdonaré para hacerte llegar a la satisfacción de tus deseos. Pero, por el momento, vamos a hacerte salir sin miedo del harén".
Y dijo algunas palabras al oído de su vieja nodriza, que me miró un instante a la cara y me cogió de la mano, diciéndome que la siguiera. Y después de inclinarme ante aquella bandada de palomas, y de lanzar una ojeada apasionada a la deleitable Kairia, me dejé conducir por la vieja, que me llevó por varias galerías, y dando mil rodeos me hizo llegar a una puertecita de la que tenía la llave. Y abrió aquella puerta. Y me deslicé afuera, y advertí que estaba al otro lado del recinto de palacio.
Ya era de día, y me apresuré a regresar a palacio ostensiblemente por la puerta principal, de modo que me notasen los guardias. Y corrí a mi cuarto, en donde, no bien hube franqueado el umbral, me encontré con mi protector el visir descendiente de Loth, que me esperaba en el límite de la impaciencia y de la inquietud. Y se levantó vivamente al verme entrar, y me estrechó en sus brazos, y me besó tiernamente diciéndome: "¡Oh Hassán! mi corazón estaba contigo, y he tenido mucho cuidado por ti. Y no he cerrado los ojos en toda la noche, pensando que, como eres extranjero en Schiraz, corrías peligros nocturnos a causa de los bribones que infestan las calles. ¡Ah querido mío! ¿dónde has estado lejos de mí?" Y me guardé bien de contarle mi aventura ni de decirle que había pasado la noche con mujeres, y sencillamente me limité a contestarle que me había encontrado con un mercader de Damasco establecido en Bagdad, que acababa de partir para El-Bassra con toda su familia, y que me había retenido en su casa toda la noche. Y mi protector se vió obligado a creerme, y se contentó con lanzar algunos suspiros y reprenderme amistosamente. ¡Y he aquí lo referente a él!
En cuanto a mí, sentía con el corazón y el espíritu ligados a los encantos de la deleitable Kairia, y pasé todo aquel día y toda aquella noche recordando las menores circunstancias de nuestra entrevista. Y al día siguiente todavía estaba absorto en mis recuerdos, cuando un eunuco fue a llamar a mi puerta y me dijo: "¿Es aquí donde habita el señor Hassán de Damasco, chambelán de nuestro amo el rey Sabur-Schah?" Y contesté: "¡En su casa estás!" Entonces él besó la tierra entre mis manos y se incorporó para sacarse del seno un papel enrollado que hubo de entregarme. Y se fué por donde había venido.
Y al punto desdoblé el papel, y vi que contenía estas líneas, trazadas con letras complicadas: "Si el corzo del país de Scham viene esta noche a pasear entre las ramas su esbeltez a la luz de la luna, se  encontrará con una corza joven en celo, desfalleciendo sólo con sentirle acercarse, la cual en su lenguaje le dirá cuán conmovido tiene el corazón por haber sido elegida entre las corzas de la selva y preferida entre sus compañeras".
Y ¡oh mi señor! al leer esta carta, me sentí ebrio sin haber probado el vino. Porque, aunque desde la primera noche hube de comprender que la deleitable Kairia sentía alguna inclinación por mí, no esperaba yo una prueba de adhesión semejante. Así es que, en cuanto pude disimular mi emoción, me presenté en casa de mi protector el visir y le besé la mano. Y predisponiéndole así en mi favor, le pedí permiso para ir a ver a un derviche de mi país, recientemente llegado de la Meca, que me había invitado a pasar con él la noche. Y habiéndoseme dado permiso, volví a mi cuarto y escogí, entre mis pedrerías, las más hermosas esmeraldas, los rubíes más puros, los diamantes más blancos, las perlas más gruesas, las turquesas más delicadas y los zafiros más perfectos, y con un hilo de oro los ensarté como un rosario. Y en cuanto descendió la noche sobre los jardines, me perfumé con almizcle puro, y gané sigilosamente los boscajes por la puertecilla disimulada, cuyo camino conocía, y que hallé abierta para mí.
Y llegué a los cipreses, al pie de los cuales me había dejado llevar del sueño la primera noche, y esperé anhelante la llegada de la bienamada. Y la impaciencia me abrasaba el alma, y me parecía que nunca iba a llegar el momento de nuestra entrevista. Y he aquí que, de pronto, bajo los rayos de la luna, moviose entre los cipreses una blancura ligera, y la deleitable Kairia se mostró ante mis ojos extáticos. Y me prosterné a sus pies, dando con la cara en tierra, sin poder decir una palabra, y permanecí en aquel estado hasta que me dijo ella con su voz de agua corriente: '¡Oh Hassán de mi amor! ¡levántate, y en vez de ese silencio tierno y apasionado, dame verdaderas pruebas de tu inclinación hacia mí! ¿Es posible ¡oh Hassán! que me hayas encontrado realmente más hermosa y más deseable que todas mis compañeras, deliciosas jóvenes, perlas imperforadas, e incluso más que la princesa Suleika? Tendré que oírlo por segunda vez aún para dar crédito a mis oídos". Y tras de hablar así, se inclinó hacia mí y me ayudó a levantarme. Y yo le cogí la mano y me la llevé a mis labios apasionados, y le dije: "¡Oh soberana de las soberanas! ante todo, toma este rosario de mi país, cuyas cuentas desgranarás durante los días de tu vida dichosa, acordándote del esclavo que te lo ha ofrecido. Y con este rosario, ínfimo don de un pobre, acepta también la declaración de un amor que estoy dispuesto a legalizar ante el kadí y los testigos".
Y me contestó ella: "Estoy radiante de haberte inspirado tanto amor, ¡oh Hassán, por quien expongo mi alma a los peligros de esta noche! Pero ¡ay! no sé si mi corazón debe regocijarse de su conquista, o si debo mirar nuestro encuentro como principio de las calamidades y desdichas de mi vida".
Y tras de hablar así, reclinó su cabeza sobre mi hombro mientras le agitaban el pecho los suspiros. Y le dije: "¡Oh dueña mía! ¿por qué en esta noche de blancura ves el mundo tan negro ante tu rostro? ¿Y por qué invocar sobre tu cabeza las calamidades con tan falsos presentimientos?" Y ella me dijo: "¡Haga Alah ¡oh Hassán! que sean falsos esos presentimientos! Pero no creas que es tan insensato el temor que viene a turbar nuestro placer en este momento tan deseado de nuestro encuentro. ¡Ay! demasiado fundados son mis presentimientos". Y se calló por un momento y me dijo: "Porque has de saber ¡oh el más amado de los amantes! que la princesa Suleika te ama secretamente y que se dispone a declararte su amor de un momento a otro. ¿Cómo recibirás semejante declaración? ¿Y el amor que dices sentir por mí podrá resistir a la gloria de tener por amante a la más bella y a la más poderosa entre las hijas de reyes?"
Pero la interrumpí para exclamar: "¡Sí, por tu vida, ¡oh deleitable Kairia! tú preponderarás siempre en mi corazón sobre la princesa Suleika! ¡Y pluguiera a Alah que tuvieses una rival más formidable todavía, y ya verás cómo nada podría extinguir la constancia de mi corazón subyugado por tus encantos! Y aun cuando el rey Sabur-Schah, padre de Suleika, no tuviera hijos que le sucediesen y dejase el trono de Persia a quien fuera el esposo de su hija, yo te sacrificaría mi destino, ¡oh la más amable de las jóvenes!" Y Kairia prorrumpió en exclamaciones, diciendo: "¡Oh infortunado Hassán! ¡qué ceguera la tuya! ¿Olvidas que no soy más que una esclava al servicio de la princesa Suleika? Si respondieras con una negativa a la declaración de su amor, atraerías sobre mi cabeza y sobre la tuya su resentimiento, y ambos estaríamos perdidos sin remedio. Por tanto, para nuestro propio interés, es preferible que cedas a la más fuerte. Se trata del único medio de salvación. Y Alah llevará su bálsamo al corazón de los afligidos". Y yo, lejos de someterme a su consejo, me sentí en el límite de la indignación solamente con pensar que se me hubiera supuesto lo bastante pusilánime para ceder a tales cálculos, y exclamé, estrechando en mis brazos a la deleitable Kairia: "¡Oh resumen de los más hermosos dones del Creador! no tortures mi alma con tan penosos discursos. Y ya que el peligro amenaza tu cabeza encantadora, emprendamos juntos la fuga a mi país. Allá hay desiertos donde nadie podría dar con nuestras huellas. ¡Y gracias al Retribuidor, soy bastante rico para hacerte vivir entre esplendores aunque sea al extremo del mundo habitado!"
Al oír estas palabras, mi amiga se dejó caer con gracia en mis brazos, y me dijo: "Pues bien, Hassán; ya no dudo de tu afecto, y quiero sacarte del error a que voluntariamente te he inducido con objeto de poner a prueba tus sentimientos. Has de saber, pues; que no soy la que crees, no soy Kairia la favorita de la princesa Suleika. La princesa Suleika soy yo misma, y la que tú creías que era la princesa Suleika es precisamente mi favorita Kairia. Y he urdido esta estratagema para estar más segura de tu amor. Por cierto que al punto vas a tener la confirmación de mis asertos".
Y a estas palabras, hizo una seña, y de la sombra de los cipreses salió la que yo creía que era la princesa Suleika, y que era realmente la favorita Kairia. Y fué a besar la mano a su señora, y se inclinó ante mí ceremoniosamente. Y la deleitable princesa me dijo: "Ahora ¡oh Hassán! que sabes que me llamo Suleika y no Kairia, ¿me amarás tanto y tendrás para una princesa los mismos tiernos sentimientos que tenías para una simple favorita de princesa?" Y yo ¡oh mi señor! no dejé de dar la respuesta oportuna...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 881ª noche

Ella dijo:
... Y yo ¡oh mi señor! no dejé de dar la respuesta oportuna, diciendo a Suleika que no podía concebir el exceso de mi dicha ni por qué había yo podido merecer que ella se dignase bajar su mirada hasta un esclavo como yo, y con ello hacer mi destino más envidiable que el de los hijos de los reyes más grandes. Pero ella me interrumpió para decirme: "¡Oh Hassán! no te asombres de lo que hice por ti. ¿No te he visto una noche dormido bajo los árboles a la luz de la luna? Pues desde aquel momento mi corazón quedó subyugado por tu hermosura, y no pude por menos de darme a ti para no contrariar los impulsos de mi corazón".
Entonces, y en tanto que la amable Kairia se paseaba no lejos de nosotros para vigilar los alrededores, dimos curso al río de nuestro ardor, sin que ocurriera, empero, nada ilícito. Y nos pasamos la noche besándonos y departiendo tiernamente, hasta que la favorita fue a prevenirnos de que había llegado el momento de separarnos. Pero antes de que yo dejase a Suleika, ella me dijo: "¡Oh Hassán, sea contigo mi recuerdo! Te prometo hacerte saber pronto hasta qué punto me eres querido".
Y me arrojé a sus pies para expresarle mi gratitud por todos sus favores. Y nos separamos con lágrimas de pasión en los ojos. Y salí de los jardines, dando los mismos rodeos que la primera vez.
Al día siguiente esperé con toda mi alma una señal de mi bienamada que me permitiese contar con una cita en los jardines. Pero transcurrió la jornada sin traerme la realización de mi más cara esperanza. Y aquella noche no pude cerrar los ojos, con la incertidumbre en que estaba acerca del motivo de aquel silencio. Y al otro día, a pesar de la presencia de mi protector, que trataba de adivinar la causa de mis preocupaciones, y no obstante las palabras que me dirigía para distraerme, yo lo veía todo negro ante mis ojos, y no quise tocar ningún alimento. Y cuando llegó la tarde, bajé a los jardines antes de la hora de retreta, y con gran asombro vi que todos los boscajes estaban ocupados por guardias, y sospechando algún grave acontecimiento, me apresuré a volver a mis habitaciones. Y al llegar, me encontré con un eunuco de la princesa que me esperaba. Y estaba tembloroso y no parecía tranquilo, aunque se hallaba en mi cuarto, como si de todos los rincones fuesen a salir hombres armados para descuartizarle. Y me entregó a toda prisa un rollo de papel, semejante al que ya me había entregado en otra ocasión, y se esquivó rápidamente.
Y desdoblé el rollo consabido y leí lo que sigue: "Has de saber ¡oh núcleo de la ternura! que la joven corza ha estado a punto de ser sorprendida por los cazadores cuando dejó a su gracioso corzo. Y ahora está vigilada por los cazadores que ocupan toda la selva. Guárdate bien, pues, de ir por la noche a la luz de la luna en busca de tu corza. Ten mucho cuidado y presérvate de las emboscadas de nuestros perseguidores. Y sobre todo, no te dejes llevar de la desesperación, ocurra lo que ocurra y oigas lo que oigas estos días. Y que ni mi misma muerte te haga perder la razón hasta el punto de olvidar la prudencia ¡Uassalam!"
Con la lectura de esta carta, ¡oh rey del tiempo! mi ansiedad y mis presentimientos llegaron a su límite extremo, y me dejé llevar por el torrente de mis tumultuosos pensamientos. Así es que cuando al día siguiente corrió por el palacio, como un batir de alas de búho, el rumor de la muerte tan repentina como inexplicable de la princesa Suleika, mi dolor llegó al colmo, y sin un mohín de asombro, caía desmayado en brazos de mi protector, dando con la cabeza antes que con los pies. Y  permanecí en un estado próximo a la muerte durante siete días y siete noches, al cabo de los cuales, merced a los cuidados atentos que me prodigaba mi protector, volví a la vida, pero con mi alma llena de duelo y mi corazón poseído definitivamente por la desgana de vivir. Y sin poder sufrir el quedarme por más tiempo en aquel palacio ensombrecido por el duelo de mi bienamada resolví huir secretamente en la primera ocasión, para hundirme en las soledades donde por toda presencia no hay más que la de Alah y la de la hierba salvaje.
Y en cuanto se espesaron las tinieblas de la noche, recogí los diamantes y pedrerías más preciosas que poseía, pensando: "¡Pluguiera al Destino que me hubiese muerto antaño en Damasco, ahorcado en la rama del árbol añoso en el jardín de mi padre, mejor que vivir en lo sucesivo una vida de duelo y de dolor más amarga que la mirra!" Y aproveché una ausencia de mi protector para deslizarme fuera del palacio y de la ciudad de Schiraz, en pos de soledades lejos de las comarcas de los hombres.
Y anduve sin interrupción toda aquella noche y todo el día siguiente, cuando he aquí, que, al caer la tarde, estando yo parado al borde del camino, junto a una fuente, oí detrás de mí el galope de un caballo, y vi a pocos pasos, cerca ya, a un jinete joven cuyo rostro, iluminado por las tintas rojas del sol poniente, me pareció más hermoso que el del ángel Raduán. E iba vestido con trajes espléndidos, como no los llevan más que los emires y los hijos de reyes. Y me miró, haciéndome con la mano solamente el saludo cortés, sin pronunciar las palabras consagradas para la zalema usual entre musulmanes.
Y a pesar de todo, le invité a descansar y a dar de beber a su caballo, diciéndole: "¡Señor, séate propicia la frescura de la tarde, y sea esta agua deliciosa para la fatiga de tu noble corcel!" Y sonrió él a estas palabras, y saltando a tierra, ató su caballo por la brida junto a la fuente, se acercó a mí, y de improviso me rodeó con sus brazos y me besó con un ardor singular. Y sorprendido y encantado a la vez, le miré más atentamente y lancé un grito prolongado al reconocer en aquel joven a mi bienamada Suleika, a quien creía bajo la losa de la tumba.
Y ahora, ¡oh mi señor! ¿cómo decirte la dicha que llenó mi alma al recobrar a Suleika? Pelos me saldrían en la lengua antes de que pudiese darte una idea de la intensidad de la alegría que embargó nuestros corazones en aquellos instantes venturosos. Básteme decirte que, después de permanecer largo tiempo en brazos uno de otro, Suleika me puso al corriente de cuanto había pasado durante todos aquellos días de mi reciente dolencia. Y a la sazón comprendí cómo, denunciada a su padre el rey, había sido ella víctima de una vigilancia estrechísima, y prefiriendo entonces todo a la vida que le hacían llevar, había simulado la muerte, y gracias a la complicidad de su favorita había podido escapar del palacio, espiar todos mis movimientos, seguirme desde lejos, y así, segura de mi amor para en lo sucesivo, quería vivir conmigo, lejos de las grandezas, y consagrarse enteramente a hacer mi dicha. Y nos pasamos la noche entre delicias compartidas bajo la mirada del cielo. Y al día siguiente montamos juntos en el mismo caballo, y emprendimos el camino que conducía a mi país. Y Alah nos escribió la seguridad, y llegamos con buena salud a Damasco, donde el Destino me puso en tu presencia ¡oh rey del tiempo! y me hizo visir de tu poderío.
Y tal es mi historia. ¡Y Alah es más sabio!"

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