18 Aventuras del poeta Abu-Nowas
Se cuenta -Pero Alah es más sabio- que una noche entre las noches, poseído de insomnio y con el espíritu preocupadísimo, el califa Harún Al-Raschid salió para distraer su hastío. De este modo llegó ante un pabellón cuya puerta permanecía abierta, pero en su umbral se atravesaba el cuerpo de un eunuco negro dormido. El califa saltó sobre el cuerpo del esclavo, penetrando en la única sala de que se componía el pabellón, y lo primero que se presentó a su vista fué un lecho con cortinas corridas e iluminado a derecha e izquierda por dos grandes antorchas. Había junto al lecho una mesita sosteniendo una bandeja con un cántaro de vino, al que servía de tapa un vaso puesto boca abajo.
Asombrose el califa de encontrar en aquel pabellón aquellas cosas de las que no tenía noticia, y avanzando hacia el lecho levantó las cortinas, y se quedó maravillado de la belleza que ofrecíase a su mirada. Era una joven esclava, tan hermosa cual la luna llena, y cuyo único velo consistía en su cabellera suelta.
A su vista, el califa, en extremo encantado, cogió el vaso que coronaba el gollete del cántaro, lo llenó de vino y formuló en su alma: "Por las rosas de tus mejillas, ¡oh joven!", y lo bebió con lentitud. Luego inclinose sobre el hermoso rostro y dejó un beso en un lunar negro que sonreía desde la comisura izquierda de los labios.
Pero aunque fué levísimo, aquel beso despertó a la joven, quien, al reconocer al Emir de los Creyentes, se incorporó en el lecho vivamente aterrada. Pero el califa la calmó y le dijo: Cerca de ti hay un laúd, ¡oh joven esclava! y sin duda debes saber extraer de él deliciosos acordes. ¡Como a pesar de que no te conozco tengo determinado pasarme esta noche contigo, no me disgustaría verte manejarlo mientras te acompañas con la voz!"
Entonces tomó el laúd la joven, y tras de templarlo, sacó de él sonidos admirables, haciéndolo de veintiún modos diferentes, y con tanta maestría que el califa se exaltó hasta el límite de la exaltación; advertido lo cual por la joven, no dejó de aprovecharse de ello. Así, pues, le dijo ella: "¡Sufro rigores del Destino!, ¡oh Comendador de los Creyentes!" El califa preguntó: "¿Y por qué?" Ella dijo: "Tu hijo El-Amín, ¡oh Comendador de los Creyentes! me compró hace algunos días por diez mil dinares, a fin de hacerte el regalo de mi persona. ¡Pero al tener conocimiento de tal proyecto, tu Sett Zobeida reintegró a tu hijo el dinero que había invertido en comprarme, y me puso en manos de un eunuco negro para que me encerrase en este pabellón solitario!"
Cuando el califa hubo oído estas palabras, se sintió sumamente enfurecido y prometió a la joven darle desde el día siguiente un palacio para ella sola, con tren de casa digno de su belleza. Luego, tras de una toma de posesión, salió a toda prisa, despertando al eunuco dormido y ordenándole que inmediatamente fuese a prevenir al poeta Abu-Nowas para que se presentase enseguida en palacio.
Era costumbre del califa, en efecto, enviar que buscasen al poeta cuantas veces le asaltaban preocupaciones, con objeto de distraerse oyéndole improvisar poemas o poner en verso cualquier aventura que le contara.
El eunuco se personó en la casa de Abu-Nowas, y como no le encontró allí, salió en su busca por todos los lugares públicos de Bagdad, y le encontró al fin en cierta mal afamada taberna, a lo último del barrio de la Puerta Verde. Se acercó a él y le dijo: "¡Oh Abu-Nowas, por ti pregunta nuestro amo el califa!"
Abu-Nowas se echó a reír, y contestó: "¿Cómo quieres, ¡oh padre de blancuras! que me mueva de aquí, si me retiene como rehén un jovencito amigo mío?" El eunuco preguntó: "¿Dónde está y quién es?" Y le contestó el otro: "Es menudo, imberbe y lindo. ¡Le prometí un regalo de mil dracmas, pero como no tengo encima esa cantidad, no me parece decente irme antes de satisfacer mi deuda!"
A estas palabras exclamó el eunuco: "¡Por Alah! ¡Abu-Nowas, enséñame a ese joven, y si verdaderamente es tan gentil como me estás dando a entender, quedarás relevado de todo lo demás!"
En tanto hablaban ellos de este modo, el pequeño asomó su linda cabeza por la puerta entreabierta, y Abu-Nowas, señalándole, exclamó: "Si la rama se balancea, ¡qué armonioso no será el canto de los pájaros que en ella anidan...!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 288ª noche
Ella dijo:"...Si la rama se balancea, ¡qué armonioso no será el canto de los pájaros que en ella anidan!"
Entonces acabó de entrar el joven en la sala. Realmente, era lo más bello posible, e iba vestido con tres túnicas superpuestas y de distintos colores: la primera, completamente blanca; la segunda, roja, la tercera, negra.
Cuando Abu-Nowas le vió vestido de blanco, sintió crepitar en su espíritu el fuego de la inspiración, e improvisó estos versos en honor suyo:
¡Se mostró vestido con un lino de blancura lechosa, y sus ojos languidecían bajo sus párpados azules, y las rosas tiernas de sus mejillas bendecían a Quien hubo de crearlas!
Y le dije: "¿Por qué pasas sin mirarme, cuando consientes que caiga en tus manos como la víctima bajo el arma del sacrificador?"
Me contestó: "Déjate de discursos y mira en silencio la obra del Creador: blanco es mi cuerpo y blanca mi túnica; blanco es mi rostro y blanco mi destino; ¡es blanco sobre blanco, y blanco sobre blanco!"
Al oír el joven estos versos, sonrió y se despojó de su túnica blanca para aparecer todo de rojo. A su vista, sintió Abu-Nowas poseerle por completo la emoción poética, y acto seguido improvisó estos otros versos:
¡Se mostró vestido con una túnica roja como su proceder cruel!
Y exclamé, sorprendido: "¿Cómo, siendo de una blancura lunar, puedes aparecer con esas dos mejillas que se dirían enrojecidas por la sangre de nuestros corazones, y vestido con una túnica robada a las anémonas?"
Me contestó: "La aurora me había prestado antes su vestidura; pero ahora es el mismo sol quien me hizo el regalo de sus llamas: de llama son mis ojos y rojo mi traje; de llama son mis labios y rojo el vino que los colorea; ¡es rojo sobre rojo, y rojo sobre rojo!"
Al oír estos versos, el pequeño arrojó con un gesto su túnica roja y apareció vestido con la túnica negra que llevaba directamente sobre la piel, y acusaba con precisión el talle ceñido por un cinturón de seda. Y Abu-Nowas, al verlo, llegó al límite de la exaltación, e improvisó estos otros versos en honor suyo:
¡Se mostró vestido con una túnica negra como la noche, y no se dignó siquiera dirigirme una mirada! Y le dije: "¿No ves que mis enemigos y quienes me envidian, se alegran del abandono en que me tienes?
"¡Ah! Ya lo comprendo: negras son tus vestiduras y negra tu cabellera; negros tus ojos y negro mi destino; ¡es negro sobre negro y negro sobre negro!”
Cuando el enviado del califa vió al joven y escuchó estos versos, disculpó de todo corazón a Abu-Nowas, y volvió al instante a palacio, donde puso al califa en autos acerca de la aventura acaecida a Abu-Nowas, y le explicó que el poeta habíase constituido en rehén en la taberna por no poder pagar la suma prometida al hermoso mancebo. Entonces, el califa, divertido a la vez que irritado, entregó al eunuco la suma necesaria para el rescate del rehén, y le ordenó que fuese a sacarle de allí en seguida, para llevarle, de grado o por fuerza, a su presencia.
Se apresuró el eunuco a ejecutar la orden, y no tardó en volver sosteniendo con dificultad al poeta, que se tambaleaba por haber bebido demasiado. Y el califa le apostrofó con una voz que trató de hacer furiosa; luego, al ver que Abu-Nowas se echaba a reír, se acercó a él, le cogió de la mano, y en su compañía se encaminó hacia el pabellón donde se encontraba la esclava.
Cuando Abu-Nowas vió sentada en la cama y vestida toda de raso azul, y con el rostro cubierto por un ligero velo de seda azul, a aquella joven de grandes ojos negros que le sonreían en la faz, le pasó la embriaguez, pero en cambio sintiose inflamado de entusiasmo, y de pronto improvisó esta estrofa en honor suyo:
¡Di a la bella del velo azul que le suplico se compadezca de alguien que arde en deseo de su hermosura! Dile: "¡Te conjuro por la blancura de tu linda tez, que no igualan ni la tierna rosa ni el jazmín, te conjuro por tu sonrisa, que hace palidecer las perlas y los rubíes a que me dirijas una mirada en la cual no pueda yo leer la huella de las calumnias que acerca de mí inventaron quienes me envidian!”
Cuando hubo concluido su improvisación Abu-Nowas, la esclava presentó una bandeja con bebidas al califa, quien, para divertirse, invitó al poeta a que se bebiese él solo todo el vino de la copa. Abu-Nowas accedió a ello gustoso, y no tardó en sentir de nuevo en su corazón los efectos del licor enervante. En aquel momento se le ocurrió al califa levantarse de súbito, a fin de asustar a Abu-Nowas, y espada en mano precipitose sobre él como para cortarle la cabeza.
Al ver aquello, Abu-Nowas, aterrado, echó a correr por la sala dando grandes gritos; y el califa le perseguía por todos los rincones, pinchándole con la punta de la espada. Por último le dijo: "¡Ahora vuelve a tu sitio a beber otro trago todavía!" Y al mismo tiempo hizo una seña a la joven para que escondiese la copa, lo cual cumplió inmediatamente ella ocultándola con su vestido. Pero, a pesar de su embriaguez, lo advirtió Abu-Nowas, e improvisó esta estrofa:
¡Cuán extraña aventura es mi aventura! ¡Una cándida joven se transforma en ladrona y me arrebata la copa para esconderla bajo su traje, en cierto sitio donde querría verme escondido yo! ¡Se trata de un lugar que no nombro por respeto al califa!
Al oír estos versos, se echó a reír el califa, y dijo a Abu-Nowas en broma: "¡Por Alah! Desde ahora quiero designarte para un alto empleo. ¡En lo sucesivo serás titulado jefe de los alcahuetes de Bagdad!" chanceándose, respondió al instante Abu-Nowas: "¡En ese caso, ¡oh Comendador de los Creyentes! me pongo a tus órdenes, rogándote me digas en seguida si necesitas de mis alcahueterías!"
A estas palabras, montó el califa en una cólera terrible, y gritó al eunuco que llamase inmediatamente a Massrur el portaalfanje, ejecutor de su justicia. Y algunos instantes después llegó Massrur, y el califa le ordenó que despojase de su ropa a Abu-Nowas. ..
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 289ª noche
Ella dijo:...y el califa le ordenó que despojase de su ropa a Abu-Nowas y le pusiese una albarda a la espalda, atándole un ronzal y hundiéndole una espuela en las posaderas, y de tal guisa que le llevase por todos los pabellones de favoritas y demás esclavos, para que sirviese de irrisión a los habitantes todos de palacio, conduciéndole luego a la puerta de la ciudad, y ante el pueblo de Bagdad en masa le cortase la cabeza, sirviéndosela en una bandeja. Y contestó Massrur: "¡Escucho y obedezco!" Y al momento se dispuso a ejecutar las órdenes del califa.
Arrastró a Abu-Nowas, que juzgaba completamente inútil intentar eludir el furor del califa, y después de ponerle como queda dicho, comenzó a pasearle lentamente por delante de los diversos pabellones, cuyo número era igual al de los días del año.
Y hete aquí que Abu-Nowas, cuya reputación de chistoso era universal en palacio, no dejó de atraerse la simpatía de todas las mujeres, las cuales, para hacer más ostensible su piedad, empezaron a cubrirle de oro y joyas, y acabaron por agruparse y seguirle prodigándole palabras de consuelo; y entonces el visir Giafar Al-Barmaki, que pasaba por frente al grupo para personarse en palacio, reclamado por un asunto urgente, al ver al poeta llorando y lamentándose, se acercó a él y le dijo: "¿Pero eres tú, Abu-Nowas? ¿Qué crimen cometiste para ser castigado de tal modo?"
El otro respondió: "¡Por Alah, no cometí ni la sombra de un crimen! ¡No hice otra cosa que recitar algunos de mis más hermosos versos ante el califa, quien me ha regalado en agradecimiento sus mejores trajes!"
Como en aquel mismo instante se encontraba muy cerca de ellos el califa, oculto tras los tapices de un pabellón, no pudo por menos de echarse a reír al escuchar la respuesta de Abu-Nowas. Le perdonó, regalándole un ropón de honor y una fuerte suma de dinero, y continuó, como antes, haciendo de él su compañero inseparable en los momentos de mal humor.
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