16 Historia de Grano-de-Belleza
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Pero cuando llegó la 268ª noche
Ella dijo:
... y la dejó para ir a preparar el golpe.
Y hay que advertir que aquella noche el califa había entrado en el aposento de su esposa porque era el primer día del mes, y reservaba con regularidad aquel día para hablar con ella de los asuntos corrientes y preguntarle su opinión sobre todas las cuestiones generales y particulares del Imperio.
Efectivamente, cifraba en ella una confianza ilimitada, y la quería por su cordura y su belleza inextinguible. Pero también hay que advertir que antes de entrar en la habitación de su esposa el califa tenía costumbre dejar en el vestíbulo, encima de un velador especial, un rosario de cuentas alternadas de ámbar y turquesas, su alfanje recto, con empuñadura de jade incrustada de rubíes gordos como huevos de paloma, su sello regio y una lamparita de oro adornada con pedrería, que le alumbraba cuando por las noches inspeccionaba secretamente el palacio.
Ahmed-la-Tiña conocía todos estos pormenores, que le sirvieron para realizar su proyecto. Aguardó las tinieblas de la noche y el sueño de los esclavos para colgar una escala de cuerda a lo largo del muro del pabellón que servía de aposento a la esposa del califa, trepar por ella y penetrar silencioso como una sombra en el vestíbulo. Llegado allí, se apoderó en un momento de los cuatro objetos preciosos, y se apresuró a bajar por donde había subido.
Desde allá corrió a casa de Grano-de-Belleza, y por el mismo medio penetró en el patio, y sin hacer el menor ruido quitó uno de los baldosines de mármol del pavimento, abrió rápidamente un hoyo y allí metió los objetos robados. Y después de haberlo dejado todo en orden, desapareció para seguir bebiendo en la taberna del judío Abraham.
Sin embargo, Ahmed-la-Tiña, a fuer de perfecto ladrón, no había podido resistir al deseo de apropiarse de uno de los objetos preciosos. Por lo tanto, había separado la lamparita de oro, y en vez de enterrarla con lo demás en el hoyo, se la había metido en el bolsillo, diciendo para sí: "¡No acostumbro dejar de cobrar la comisión! ¡Me pagaré a mí mismo! "
Volviendo al califa, grande fué su sorpresa cuando por la mañana ya no encontró en el velador los cuatro objetos preciosos. Y cuando; interrogados los eunucos se tiraron de bruces al suelo protestando de su ignorancia, le entró al califa una cólera sin límites, de tal modo, que se puso inmediatamente el terrible ropón del furor. El tal ropón era todo de seda roja; y cuando el califa se lo ponía era señal de seguro desastre y de calamidades espantosas sobre la cabeza de cuantos le rodeaban.
Revestido el califa con el ropón rojo, entró en el diván y se sentó en el trono, solo en el salón. Y todos los chambelanes y visires entraron uno por uno y se prosternaron con la cara contra el suelo, y permanecieron en tal postura, menos Giafar, que aunque muy pálido, estaba erguido, con los ojos fijos en los pies del califa.
Pasada una hora de espantable silencio, el califa miró a Giafar impasible, y le dijo con voz sorda: "¡La copa hierve!" Giafar contestó: "¡Alah evite todo mal!"
Pero en aquel momento entró el walí acompañado de Ahmed-la-Tiña. Y el califa le dijo: "¡Acércate, emir Khaled! ¡Dime cómo está la tranquilidad pública en Bagdad!"
El walí, padre de Gordo-Hinchado, "contestó: "La tranquilidad es perfecta en Bagdad, ¡oh Emir de los Creyentes!" El califa exclamó: "¡Mientes!" Y como el walí, trastornado, aun no sabía el origen de aquella ira, Giafar, que estaba a su lado; le deslizó al oído en dos palabras motivo, acabando de consternarle.
Después le dijo el califa: "¡Si antes de esta noche no has podido dar con los objetos preciosos que me son más queridos que mi reina, colgaremos tu cabeza a la puerta de palacio!"
Oídas estas palabras, el walí besó la tierra entre las manos del califa, y exclamó: "¡Oh Emir de los Creyentes! el ladrón debe ser alguien de palacio, porque el vino que se agria lleva en sí su propio fermento. Y además, permite decir a tu esclavo que el único responsable ha de ser el comandante especial encargado de esta vigilancia, y que además conoce uno por uno a todos los ladrones de Bagdad y del Imperio. Su muerte habría de preceder por lo tanto a la mía, si no, aparecieran los objetos perdidos".
Entonces se adelantó Ahmed-la-Tiña, comandante de vigilancia, y, después de los homenajes debidos, dijo al califa: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡Descubriremos al ladrón! Pero ruego al califa me facilite un firmán que me permita hacer pesquisas en casa de todos los habitantes de palacio y en las de todos los que entran aquí, sin excluir la del kadí, ni la del gran visir Giafar, ni la de Grano-de-Belleza, gobernador de palacio". Y el califa mandó que se le facilitara en el acto el firmán pedido, y dijo: "De todos modos he de cortar la cabeza a alguien, o a ti o al ladrón. ¡Escoge! ¡Y juro por mi vida y por la tumba de mis antepasados, que aunque el ladrón fuera mi hijo, el heredero de mi trono, mi decisión será la misma: la muerte por horca en la plaza pública!"
Oídas estas palabras, Ahmed-la-Tiña, con el firmán en la mano, se retiró y fué a buscar a dos guardias del kadí y a otros dos del walí, y empezó inmediatamente sus pesquisas visitando la casa de Giafar y la del kadí y la del walí, y llegó después a la de Grano-de-Belleza, que todavía ignoraba cuanto acababa de ocurrir.
Ahmed-la-Tiña, con el firmán en una mano y una pesada vara de cobre en la otra, entró en el vestíbulo y enteró de la situación a Grano-de-Belleza, y le dijo: "Yo me guardaría muy bien, señor, de llevar a cabo pesquisas en la casa del fiel confidente del califa. ¡Permíteme, pues, que me retire como si la hubiera hecho!"
Grano-de-Belleza dijo: "¡Alah me libre de todo ello!, ¡oh jefe de vigilancia! ¡Tienes que cumplir tu deber hasta el fin!" Entonces Ahmed-la-Tiña dijo: "Voy a hacerlo sólo por fórmula". Y con aspecto negligente salió al patio y empezó a darle la vuelta, golpeando en cada baldosín de mármol con la pesada vara de cobre, hasta que llegó al baldosín consabido, que al recibir el golpe, sonó a hueco.
Al oír este sonido, Ahmed-la-Tiña exclamó: "¡Oh señor, por Alah! ¡Se me figura que aquí debajo debe haber algún subterráneo que encierra un tesoro de pasados tiempos!" Y Grano-de-Belleza dijo a los cuatro guardias: "Tratad, pues, de quitar el baldosín, para que veamos lo que hay debajo". Y enseguida los guardias hicieron penetrar sus instrumentos en las junturas del baldosín de mármol y lo levantaron. ¡Y a la vista de todos aparecieron tres de los objetos robados: el alfanje, el sello y el rosario!
Al verlos, gritó Grano-de-Belleza: "¡En nombre de Alah!", y cayó desmayado.
Entonces Ahmed-la-Tiña mandó llamar al kadí, y al walí, y a los testigos, que levantaron inmediatamente acta del descubrimiento; y todos pusieron su sello en el documento, y el kadí en persona fué a entregárselo al califa, mientras los guardias se apoderaban de Grano-de-Belleza.
Cuando el califa tuvo entre las manos los tres objetos robados, menos la lámpara, y se enteró de que se habían encontrado en la casa de aquel a quien consideraba su más fiel confidente e íntimo amigo, a quien había colmado de mercedes, depositando en él ilimitada confianza, permaneció durante una hora sin decir palabra, y después se volvió hacia el jefe de los guardias y dijo: "¡Que le ahorquen!"
Inmediatamente salió el jefe de los guardias y mandó pregonar la sentencia por todas las calles de Bagdad, y fué a la casa de Grano-de Belleza, al cual prendió, y cuyos bienes y mujeres confiscó en el acto. Los bienes ingresaron en el Tesoro Público y las mujeres iban a ser subastadas en el mercado como esclavas; pero entonces el walí, padre de Gordo-Hinchado, declaró que se llevaba una, que era la esclava comprada por Giafar, y el jefe de los guardias hizo llevar a su propia casa a la otra, que era Zobeida, la de la voz hermosa.
Y este jefe de guardias era precisamente el mejor amigo de Grano de-Belleza, y le había consagrado un afecto paternal que nunca habíase desmentido. Y aunque ejecutaba en público las terribles medidas de rigor dictadas contra Grano-de-Belleza por la ira del califa, se propuso salvar la cabeza de su hijo adoptivo, y empezó por poner en seguridad dentro de su casa a una de sus esposas, a la bella Zobeida, aniquilada por la desventura.
Aquella misma noche había de ser ahorcado Grano-de-Belleza, encadenado por lo pronto en la cárcel. Pero el jefe de los guardias velaba por él. Fué a buscar al carcelero mayor, y le dijo: "¿Cuántos presos hay condenados a que les ahorquen esta semana sin remedio?" El otro contestó: "Unos cuarenta, poco más o menos". El jefe de los guardias dijo: "Quiero verlos a todos". Y les pasó revista uno tras otro repetidas veces y acabó por escoger uno que se parecía de un modo asombroso a Grano-de-Belleza, y dijo al carcelero: "¡Este me va a servir, como en otro tiempo la bestia sacrificada por el Patriarca padre de Ismael en lugar de su hijo!"
Se llevó, pues, al preso, y a la hora señalada para el suplicio fué a entregárselo al verdugo, que inmediatamente, y ante la muchedumbre inmensa congregada en la plaza, y después de las formalidades piadosas acostumbradas, echó la cuerda al cuello del supuesto Grano-de-Belleza, y de un empujón lo lanzó, ahorcado, al espacio.
Hecho esto, el jefe de los guardias aguardó que oscureciera para ir a sacar de la cárcel a Grano-de-Belleza y llevárselo ocultamente a su casa. Y entonces le reveló lo que acababa de hacer por él, y le dijo: "Pero, ¡por Alah! ¿Cómo te dejaste tentar por esos objetos preciosos, hijo mío, habiendo puesto el califa en ti toda su confianza?"
Al oír estas palabras, Grano-de-Belleza cayó desmayado de emoción, y cuando recobró el sentido a fuerza de cuidados, exclamó: "¡Por el Nombre augusto y por el Profeta, ¡oh padre mío! soy completamente ajeno a ese robo y desconozco su causa y su autor!" Y el jefe de los guardias no vaciló en creerlo, y le dijo: "¡Tarde o temprano, hijo mío, se descubrirá al culpable! ¡Pero tú no puedes seguir un momento en Bagdad, pues no en vano se tiene a un rey por enemigo! Por lo tanto, me voy a marchar contigo, dejando en casa cerca de mi mujer a tu esposa Zobeida, hasta que Alah, con su sabiduría, varíe tal estado de cosas".
Después, sin dar tiempo siquiera a Grano-de-Belleza para despedirse de su esposa Zobeida, se lo llevó, diciéndole: "Ahora mismo nos vamos al puerto de Ayas, en el mar salado, para embarcarnos hacia Iskandaria, en donde aguardarás los sucesos, viviendo tranquilamente, pues esa ciudad de Iskandaria, ¡oh hijo mío! es muy agradable de habitar y sus alrededores son verdes y benditos!"
Enseguida ambos se pusieron en camino, de noche, y pronto se vieron fuera de Bagdad. Pero no tenían cabalgaduras, y ya no sabían cómo proporcionárselas, cuando vieron a dos judíos cambistas de Bagdad, hombres muy ricos y conocidos del califa. Entonces el jefe de los guardias temió que fueran a contar al califa que le habían visto con Grano-de-Belleza vivo. Se adelantó hacia ellos y les dijo: "¡Bajad de las mulas!" Y los dos judíos se apearon, temblando, y el jefe de los guardias les cortó la cabeza, les cogió el dinero y montó en una mula, dándole la otra a Grano-de-Belleza; y ambos siguieron su camino hacia el mar.
Llegados a Ayas, cuidaron de confiar sus mulas al propietario del khan en que pasaron para descansar, encargándole que las cuidase mucho, y al día siguiente buscaron juntos un barco que saliera para Iskandaria. Acabaron por encontrar uno que estaba a punto de darse a la vela. Entonces, el jefe de los guardias, después de dar a Grano-de-Belleza todo el oro arrebatado a los judíos, le aconsejó vehementemente que aguardara en Iskandaria con toda serenidad las noticias que no dejaría de enviarle desde Bagdad, y hasta que esperase su llegada a Iskandaria, desde donde le volvería a llevar a Bagdad, cuando se descubriera al culpable. Luego le abrazó, llorando, y le dejó cuando ya el navío henchía las velas. Y se volvió a Bagdad.
Y véase lo que averiguó:
Al día siguiente de ahorcar al supuesto Grano-de-Belleza, el califa, muy trastornado todavía, llamó a Giafar y le dijo: "¿Has visto, ¡oh mi visir! cómo ha agradecido ese Grano-de-Belleza mis bondades y el abuso de confianza que ha cometido conmigo? ¿Cómo un ser tan hermoso podría tener un alma tan fea?"
El visir Giafar, hombre de admirable cordura, que no podía apreciar los motivos de una conducta tan ilógica, se contentó con responder: “¡Oh emir de los Creyentes! Las acciones más raras sólo son raras porque no comprendemos sus causas. De todos modos todo lo que podemos juzgar son los efectos del acto. ¡Y ese efecto ha sido bien lastimoso para el autor, puesto que le llevó a la horca! ¡No obstante, ¡oh Príncipe de los Creyentes! el egipcio Grano-de-Belleza tenía en los ojos tal reflejo de bondad espiritual, que mi entendimiento se niega a creer en el hecho comprobado por mis sentidos visuales!"
Oídas estas palabras, el califa estuvo una hora reflexionando, y después dijo a Giafar: "¡De todas maneras, quiero ir a ver el cuerpo del culpable balanceándose en la horca!" Y se disfrazó y salió con Giafar, y llegó al sitio en que el falso Grano-de-Belleza colgaba entre el cielo y la tierra.
El cuerpo estaba envuelto en un sudario que lo tapaba por completo. Y Giagar le quitó el sudario, y el califa miró, pero retrocedió enseguida, estupefacto, exclamando: "¡Oh Giafar! ¡Ése no es Grano-de-Belleza!" Giafar examinó el cuerpo, y conoció que, efectivamente, no era Grano-de-Belleza, pero no lo dió a entender, y preguntó con calma: "¿Pues en qué conoces, ¡oh Emir de los Creyentes! que no es Grano de-Belleza?" El califa contestó: "En que era más bien bajo de estatura, y éste es alto".
Giafar contestó: "Esa no es prueba. Los ahorcados se alargan". El califa dijo: "¡El gobernador de palacio tenía dos lunares en las mejillas, y éste no los tiene!" Giafar explicó: "¡La muerte transforma y varía la fisonomía!" Pero el califa dijo: "Pero fíjate bien, ¡oh Giafar! y observa las plantas de los pies de este ahorcado: llevan tatuadas, según costumbre de los herejes sectarios de Alí, el nombre de los grandes jeiques. ¡Y bien sabes que Grano-de-Belleza no era chiita, sino sunnita!"
Ante tal comprobación, Giafar dijo: "¡Sólo Alah conoce el misterio de las cosas!” Después regresaron ambos a palacio y el califa mandó que se enterrara aquel cuerpo. Y desde aquel día desterró de su memoria hasta el recuerdo de Grano-de-Belleza.
En cuanto a la esclava, segunda esposa de Grano-de-Belleza, fué llevada por el emir Khaled a su hijo Gordo-Hinchado. Y éste, que no se había movido de la cama desde el día de la venta, se levantó resollando y quiso acercarse a ella y cogerla en brazos. Pero la bella esclava, irritada y asqueada por el aspecto horrible del idiota, sacó inmediatamente un puñal del cinturón, y exclamó levantando el brazo: "¡Apártate o te mato con este puñal y enseguida me lo clavo en el pecho!" Entonces la madre de Gordo-Hinchado se adelantó, alargando los brazos, y gritó: "¿Cómo te atreves a resistir a los deseos de mi hijo, ¡oh esclava insolente!?" Pero la joven dijo: "¡Oh traidora! ¿Qué ley permite a una mujer pertenecer a dos hombres a un tiempo? Y dime, ¿desde cuándo pueden vivir los perros en la morada de los leones?"
Al oír estas palabras, la madre de Gordo-Hinchado dijo: "¡Bueno! ¡Si así es, ya verás qué vida te daremos aquí!" Y la joven replicó: "¡Prefiero morir a renunciar al cariño de mi amo, vivo o muerto!"
Entonces la esposa del walí la mandó desnudar, y le quitó los buenos trajes de seda y las alhajas, y le puso encima del cuerpo una mala y vieja falda de pelo de cabra, y la mandó a la cocina: diciendo: "¡En adelante, tus funciones de esclava en esta casa consistirán en pelar cebollas, poner las cazuelas a la lumbre, exprimir el jugo de los tomates y hacer la masa para el pan!"
Y la joven dijo: "¡Prefiero ese oficio de esclava a verle la cara a tu hijo!"
Y desde aquel día trabajó en la cocina; pero no tardó en granjearse las simpatías de las demás esclavas, que no la dejaban ocuparse en nada y le hacían todo el trabajo.
En cuanto a Gordo-Hinchado, al ver que no podía conseguir a la hermosa esclava Yazmina, se metió otra vez en el lecho y no se volvió a levantar.
Hay que recordar que Yazmina, la primera noche de bodas, quedó fecundada por Grano-de-Belleza. Y a los pocos meses de su llegada a la casa del walí, dió a luz un niño varón, tan bello como la luna, al cual llamó Aslán, llorando a lágrima viva, tanto ella como las otras esclavas, porque no estaba allí el padre para dar nombre a su hijo.
Su madre amamantó dos años a Aslán, que llegó a ser robusto y muy fuerte. Y cuando ya sabía andar solo, quiso su destino que un día, mientras su madre estaba ocupada, subiera los peldaños de la escalera de la cocina y llegase a la sala, en donde se hallaba rezando su rosario de ámbar el emir Khaled, padre de Gordo-Hinchado.
Al ver al pequeño Aslán, cuya semejanza con su padre Grano-de-Belleza era absoluta, el emir Khaled sintió que se le arrasaban los ojos en lágrimas, y llamó al niño, y se lo puso en las rodillas, y empezó a acariciarlo enternecido, y dijo para sí: "¡Bendito sea Aquel que crea objetos tan hermosos y les da alma y vida!"
Entretanto, la esclava Yazmina se enteró de la ausencia de su hijo; buscole por todas partes enloquecida, y a pesar de las costumbres, se decidió a entrar, con la mirada extraviada, en la sala en que se encontraba el emir Khaled. Y vió al niño Aslán en las rodillas del walí, entreteniéndose en meter los deditos por entre las barbas venerables del emir. Pero al percibir a su madre, el chiquitín se echó hacia adelante tendiendo los brazos, y el emir Khaled le sujetó, y dijo a Yazmina con bondad: "¡Acércate!, ¡oh esclava! ¿Es hijo tuyo este niño?" Ella respondió: "¡Sí, mi amo, es el fruto de mi corazón!" Y él preguntó: "¿Y quién es su padre? ¿Es alguno de mis servidores?" Y la esclava dijo, entre un torrente de lágrimas: "Su padre es mi esposo, Grano-de-Belleza. ¡Pero ahora, ¡oh mi amo! es hijo tuyo!"
Y el walí, muy conmovido, dijo a la esclava: "¡Por Alah! ¡Tú lo has dicho! ¡Desde ahora es hijo mío!" E inmediatamente le adoptó, y dijo a su madre: "¡Desde hoy tienes que considerar a tu hijo como mío, y cuando esté en edad de comprender, dadle a entender que nunca tuvo otro padre que yo!" Y Yazmina contestó: "¡Escucho y obedezco!"
Entonces el emir Khaled se encargó, como verdadero padre, del hijo de Grano-de-Belleza, y le dió una educación esmeradísima, y lo puso en manos de un maestro muy sabio, que era un calígrafo de primer orden, y le enseñó a escribir muy bien, el Corán, la geometría y la poesía. Y cuando el joven Aslán fué mayor, su padre adoptivo, el emir Khaled, le enseñó personalmente a montar a caballo, a manejar las armas, a justar con la lanza y a luchar en los torneos. Y de tal modo, al cumplir los catorce años era un caballero consumado, y fué elevado por el califa al título de emir, como su padre el walí.
Y el Destino dispuso un día que se encontraran el joven Aslán y Ahmed-la-Tiña a la puerta de la tienda del judío Abraham. Y Ahmedla-Tiña convidó al hijo del emir a tomar un refresco.
Cuando se hubieron sentado, Ahmed-la-Tiña empezó a beber, como de costumbre, hasta emborracharse. Entonces se sacó del bolsillo la lamparita de oro adornada con pedrería que había robado en otro tiempo, y la encendió, porque había oscurecido. En eso, Aslán le dijo: "¡Ya Ahmed! esa lámpara es muy hermosa. ¡Dámela!" El jefe de vigilancia replicó: "¡Alah me libre! ¿Cómo voy a darte un objeto que ha perdido ya tantas almas? Sabe, en efecto, que esta lámpara ha sido causa de la muerte de un gobernador de palacio, de cierto egipcio llamado Grano-de-Belleza". Y Aslán, muy interesado, exclamó: "¡Cuéntame eso!"
Entonces Ahmed-la-Tiña le contó toda la historia desde el principio hasta el fin, jactándose en medio de su borrachera de haber sido el autor de la proeza.
Cuando el joven Aslán volvió a su casa, contó a su madre Yazmina la historia que había oído referir a Ahmed-la-Tiña, y le dijo que la lámpara estaba todavía en poder de aquel malvado.
Al oír aquello, Yazmina exhaló un grito agudo y cayó desmayada...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 269ª noche
Ella dijo:Al oír aquello, Yazmina exhaló un agudo grito y cayó desmayada. Y cuando volvió en sí, prorrumpió en sollozos y se echó al cuello de su hijo Aslán, y le dijo entre lágrimas: "¡Oh hijo mío, Alah acaba de hacer brillar la verdad! ¡No puedo callar ya mi secreto! Sabe, ¡oh mi Aslán! que el emir Khaled no es más que tu padre adoptivo; tu padre por la sangre es mi amado esposo Grano-de-Belleza, que fué castigado, según ves, en lugar del culpable. Por consiguiente, hijo mío, tienes que ir a buscar enseguida a un antiguo amigo íntimo de tu padre, el venerable jefe de la guardia del califa, y contarle lo que acabas de descubrir. Y después le dirás: "¡Te ruego por Alah que me vengues del matador de mi padre Grano-de-Belleza!"
Inmediatamente el joven Aslán fué a buscar al jefe de los guardias de palacio, al mismo que había salvado la vida de Grano-de-Belleza, y le dijo lo que Yazmina le había encargado que le dijera.
Entonces el jefe de los guardias, en el colmo de la sorpresa y de la alegría, dijo a Aslán: "¡Bendito sea Alah, que desgarra los velos y hace brotar la claridad entre las tinieblas!" Y añadió: "Mañana mismo, ¡oh hijo mío! ¡Alah te vengará!"
En efecto, aquel día el califa daba un gran torneo en que debían justar todos los emires y los mejores jinetes de Bagdad, y se había de organizar una partida de pelota a caballo. Y el joven Aslán estaba entre los jugadores de pelota. Y se había puesto su cota de malla y cabalgaba el mejor caballo de las cuadras de su padre adoptivo el emir Khaled. Y realmente estaba espléndido, y hasta el califa se prendó en extremo de su continente y de su viva juventud. Y quiso que fuera su compañero.
Y empezó el juego. Y por una y otra parte los jugadores desplegaron gran arte en sus movimientos y maravillosa destreza para despedir la pelota con el mazo a todo galope de los caballos. Pero de pronto, uno de los jugadores del bando opuesto al que dirigía el califa en persona lanzó la pelota derechamente contra la cara del califa, con golpe tan diestro y vigoroso, que infaliblemente el califa habría perdido un ojo y acaso la vida, si el joven Aslán con admirable maestría, no hubiera parado la pelota al vuelo con su mazo. Y la devolvió tan terriblemente en dirección contraria, que alcanzó en la espalda al jinete que la había lanzado, y le hizo perder los estribos y le rompió el espinazo.
Vista tan brillante acción, el califa miró al joven, y le dijo: "¡Vivan los valientes!, ¡Oh hijo del emir Khaled!"
Y el califa se apeó enseguida, después de dar fin al torneo, y reunió a los emires y a todos los jinetes que habían tomado parte en el juego, y llamó al joven Aslán, y ante todos los circunstantes le dijo:
"¡Oh valeroso hijo del walí de Bagdad, quiero oírte a ti mismo calcular la recompensa que merece una hazaña como la tuya! ¡Estoy dispuesto a acceder a todas tus peticiones! ¡Habla!"
Entonces el joven Aslán besó la tierra entre las manos del califa, y le dijo: "¡Pido la venganza al Emir de los Creyentes! ¡La sangre de mi padre aun no ha sido rescatada y vive el matador!"
Al oír tales palabras, el califa llegó al límite del asombro, y exclamó: "¿Qué dices, ¡oh Aslán! de vengar a tu padre? ¡Pero si tu padre, el emir Khaled, está a mi lado, bien vivo gracias a Alah!" Pero Aslán contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡El emir Khaled ha sido para mí el mejor de los padres adoptivos! Sabe, en efecto, que no soy su hijo por la sangre, pues mi padre fué Grano-de-Belleza, el gobernador de palacio".
Cuando el califa oyó aquellas palabras vió que la luz se convertía en tinieblas delante de sus ojos, y dijo con voz alterada: "Hijo mío, ¿no sabes que tu padre fué traidor al Príncipe de los Creyentes?" Pero Aslán exclamó: "¡Preserve Alah a mi padre de haber sido el autor de la traición! El traidor está a tu izquierda, ¡oh Emir de los Creyentes! ¡Es el jefe de vigilancia, Ahmed-la-Tiña! ¡Manda que lo registren, y en su bolsillo se encontrarán las pruebas de su traición!"
Al oír aquello, el califa mudó de color y se puso amarillo como el azafrán, y con voz espantable llamó al jefe de la guardia y le dijo: Registra delante de mí al jefe de vigilancia". Entonces el jefe de los guardias, el íntimo amigo de Grano-de-Belleza, se acercó a Ahmedla-Tiña y le registró los bolsillos en un momento, y sacó de pronto la lámpara de oro robada al califa.
Entonces éste, sin poder apenas reprimirse, dijo a Ahmed-la-Tiña: "¡Ven acá! ¿De dónde te ha venido esa lámpara?" El otro contestó: “¡La compré!, ¡oh Príncipe de los Creyentes!" Y el califa dijo a los guardias: "¡Dadle ahora mismo de palos hasta que confiese!" Y enseguida Ahmed-la-Tiña fué apresado por los guardias, desnudado, y apaleado, y acribillado a golpes, hasta que confesó y contó toda la historia desde el principio hasta el fin.
El califa se volvió entonces hacia el joven Aslán, y le dijo: "¡Ahora te toca a ti! ¡Lo vas a ahorcar con tus propias manos!" Y enseguida los guardias echaron la cuerda al cuello de Ahmed-la-Tiña, y Aslán la cogió con ambas manos, y ayudado por el jefe de los guardias izó al bandido hasta lo más alto de la horca, levantada en medio del campo de carreras.
Cuando se hubo hecho justicia, el califa dijo a Aslán: "¡Hijo mío, todavía no me has pedido una merced por tu hazaña!" Y Aslán respondió: "¡Oh Príncipe de los Creyentes! ¡Ya que me permites una petición, te ruego que me devuelvas a mi padre!"
Al oír aquello, el califa se echó a llorar, conmovidísimo, y después murmuró: "Pero ¿no sabes, hijo mío, que tu padre murió ahorcado en virtud de una sentencia injusta? 0 más bien es probable que muriera, pero no seguro. ¡Por esto, te juro por el valor de mis antepasados otorgar el mayor favor a quien me anuncie que tu padre Grano-de-Belleza no ha muerto!"
Entonces el jefe de los guardias se adelantó hasta la presencia del califa y dijo: "Dame tu palabra de seguridad". Y el califa respondió: "¡La seguridad está contigo! ¡Habla!" Y el jefe de los guardias dijo: "Te anuncio la buena nueva, ¡oh Emir de los Creyentes! ¡Tu antiguo y fiel servidor Grano-de-Belleza está vivo!"
El califa exclamó: "¿Es cierto lo que dices?" El jefe de los guardias contestó: "¡Por la vida de tu cabeza, te juro que es la verdad! ¡Yo fuí el que salvé a Grano-de-Belleza, mandando ahorcar en lugar suyo a un sentenciado que se le parecía como un hermano se parece a un hermano! ¡Y ahora él está seguro en Iskandaria, en donde supongo que será tendero del zoco!
Al oír aquello, el califa se puso contentísimo, y dijo al jefe de los guardias: "¡Hay que ir a buscarle y traérmelo en brevísimo plazo!" Y el jefe de los guardias contestó: "¡Escucho y obedezco!" Entonces el califa mandó que le entregaran diez mil dinares para gastos de viaje, y el jefe de los guardias se puso en camino para Iskandaria, donde le encontraremos, si Alah quiere.
Y ahora verás lo que pasó a Grano-de-Belleza.
El buque en que había tomado pasaje llegó a Iskandaria después de una excelente travesía que le había destinado Alah (¡bendito sea!), Grano-de-Belleza desembarcó rápidamente y quedó encantado del aspecto de Iskandaria, que nunca había visto, a pesar de ser natural de El Cairo. Y fué enseguida al zoco, en donde alquiló una tienda ya preparada y que se ponía a la venta en aquel estado, según anunciaba el pregonero. Era una tienda cuyo amo acababa de morirse de repente. Estaba amueblada con divanes, cual es costumbre, y sus mercancías consistían en objetos para la gente de mar, como velas, cuerdas, cordeles, arcas sólidas, sacas para pacotillas, armas de todas formas y precios, y sobre todo una cantidad enorme de hierro y antigüedades muy estimables por los capitanes de marina, que las compraban allí para venderlas a la gente de Occidente, pues los de este país estiman en mucho las cosas antiguas, y cambian sus mujeres e hijas por un pedazo de madera podrida, por ejemplo, o por una piedra talismánica, o por un sable viejo y enmohecido.
No es, pues, de asombrar que Grano-de-Belleza, durante los largos años de su destierro de Bagdad, tuviera muy buena suerte en su comercio y ganara diez por uno, ya que no hay nada más productivo que la venta de antigüedades, que se compran, por ejemplo, por un dracma y se revenden por diez dinares.
Cuando Grano-de-Belleza hubo vendido todo lo que encerraba la tienda y se disponía a revenderla vacía, vió de pronto en uno de los estantes que sabía estaban desguarnecidos, un objeto rojo y brillante.
Lo cogió y comprobó, en el límite del asombro, que era una gran gema talismánica, tallada en seis facetas y colgada de cadenilla de oro viejo. Y en las facetas estaban grabados nombres con caracteres desconocidos, que se parecían mucho a hormigas o a insectos del mismo tamaño. Y la miraba con extraordinaria atención, calculando lo que podría valer, cuando advirtió delante de su tienda a un capitán mercante que se había parado para ver desde más cerca aquel objeto que distinguió desde la calle.
El capitán, después de saludar, dijo a Grano-de-Belleza: "¡Oh mi dueño! ¿Puedes cederme esa gema, si es que está a la venta?" El otro contestó: "Todo está a la venta, hasta la tienda". El capitán preguntó: "Entonces, ¿consientes en venderme esa gema por ochenta y cuatro mil dinares de oro?" Grano-de-Belleza, al oír aquello, pensó: "¡Por Alah! ¡Esta gema debe ser fabulosamente preciosa! ¡Me voy a hacer el descontentadizo!" Y contestó: "¡Tú tienes ganas de bromas!, ¡oh capitán! Pues ¡por Alah! a mí me cuesta cien mil dinares". El otro dijo: "Entonces, ¿quieres dármela en cien mil?" Grano-de-Belleza dijo: ¡Bueno! ¡Pero es por ser para ti!" Y el capitán le dió las gracias y le dijo: "No tengo encima tanto dinero. Pero vendrás conmigo a bordo, y cobrarás el precio, y además te haré un regalo de dos piezas de paño, dos de terciopelo y dos de raso".
Entonces Grano-de-Belleza se levantó, cerró con llave la puerta de la tienda y siguió al capitán. Y éste le rogó que le esperara sobre la cubierta, y se marchó para buscar el dinero. Pero no volvió a aparecer, y de pronto las velas se desplegaron por completo y la nave hendió el mar como un pájaro.
Cuando Grano-de-Belleza se vió prisionero en el agua, fué muy grande su estupefacción. Pero a nadie podía recurrir, tanto menos cuanto que no veía a ningún marinero a quien pedir explicaciones, y el barco volaba por el mar como si lo impulsara una fuerza invisible.
Mientras se hallaba perplejo y asustado, vió por fin llegar al capitán, que se acariciaba las barbas y le miraba con aspecto burlón, y acabó por decirle: "¿Eres realmente musulmán, Grano-de-Belleza, hijo de Schamseddin de El Cairo, que has estado en Bagdad en el palacio del califa?" El otro contestó: "Yo soy el hijo de Schamseddin". Y el capitán dijo: "¡Pues bien! ¡Dentro de pocos días llegaremos a Genoa, a nuestro país cristiano! ¡Y ya verás, musulmán, la vida que allí te espera!" Y se fué.
Y efectivamente, después de una feliz navegación, el barco llegó al puerto de Genoa, ciudad de los cristianos de Occidente. Y enseguida una vieja, acompañada por dos hombres, fué a bordo a buscar a Grano-de-Belleza, que no sabía ya qué pensar de aquellos sucesos. No obstante, fiándose del Destino bueno o malo que le dirigía, siguió a la vieja, la cual atravesando la ciudad, le guió a una iglesia que pertenecía a un convento de monjes.
Llegados a la puerta de la iglesia, la vieja se volvió hacia Grano-de-Belleza, y le dijo: "En adelante debes considerarte como criado de esta iglesia y de este convento. Tu servicio consistirá en despertarte todos los días al amanecer, para empezar por ir al bosque a buscar leña y volver lo antes posible para lavar el piso de la iglesia y el convento, sacudir las esteras y barrerlo todo; después cribarás el trigo, lo molerás, harás la masa del pan, la cocerás en el horno, cogerás una medida de lentejas, las molerás, las guisarás, y llenarás con ellas luego trescientas setenta escudillas, que habrás de entregar una por una a los trescientos setenta monjes del convento; más tarde vaciarás los orinales que están en las celdas de los monjes; por último, acabarás la obra regando el jardín y llenando los cuatro estanques y los toneles colocados a lo largo de la pared. Y este trabajo tiene que estar acabado siempre antes de mediodía, pues has de consagrar todas las tardes a obligar a los transeúntes a ir de buena o mala gana a la iglesia a oír el sermón, y si se niegan, ahí tienes una maza coronada por una cruz de hierro, con la cual les matarás por orden del rey. Así no quedarán en la ciudad más que los cristianos fervientes que vendrán aquí a que los monjes los bendigan, ¡ahora, empieza el trabajo y cuida de no olvidar mis encargos!"
Y dichas estas palabras, la vieja le miró guiñándole el ojo, y se fué. Entonces Grano-de-Belleza dijo para sí: "¡Por Alah! ¡Eso es imposible!" Y no sabiendo qué decidir, entró en la iglesia, completamente desierta en aquel momento, y se sentó en un banco para tratar de reflexionar acerca de sucesos tan extraños como los que alternativamente iban sucediéndole.
Allí llevaba una hora, cuando oyó llegar a él, por debajo de los pilares, una voz tan dulce de mujer, que la escuchó en éxtasis, olvidando sus tribulaciones. Y tanto le conmovió aquella voz, que todas las aves de su alma se pusieron a cantar inmediatamente a un tiempo, y notó que bajaba sobre él la frescura bendita que la melodía solitaria da al espíritu. Y ya se levantaba para buscar la voz, cuando ésta se calló.
Pero de pronto, por entre las columnas apareció muy tapada una figura de mujer que adelantose hacia él, y le dijo con voz trémula: "¡Ah Grano-de-Belleza! ¡Cuánto tiempo hacía que pensaba en ti! ¡Bendito sea Alah, que ha permitido por fin que nos juntemos! ¡Enseguida vamos a casarnos!"
Al oír semejantes palabras, Grano-de-Belleza exclamó: "No hay más Dios que Alah! ¡Seguramente todo cuanto me ocurre es un sueño! ¡Y en cuanto el sueño se disipe, me encontraré de nuevo en mi tienda de Iskandaria!"Pero la joven dijo: "¡No, ¡oh Grano-de-Belleza! es una realidad! Estás en la ciudad de Genoa, a la cual te he hecho transportar, a pesar tuyo, por mediación del capitán de marina que está a las órdenes de mi padre, el rey de Genoa. Sabe que, efectivamente, soy la princesa Hosn-Mariam, hija del rey de esta ciudad. La hechicería, que aprendí de niña, me ha revelado tu existencia y tu hermosura, y me he enamorado tanto de ti que envié al capitán a buscarte a Iskandaria. Y aquí en mi cuello está la gema talismánica que encontraste en tu tienda, y que había sido puesta en un estante por el mismo capitán para atraerte a bordo de su nave. Y dentro de pocos momentos verás claro el poder maravilloso que me da esta gema. Pero ante todo has de casarte conmigo. Y entonces quedarán satisfechos todos tus deseos". Grano-de-Belleza le dijo: "¡Oh princesa! ¿Me prometes siquiera volver a llevarme a Iskandaria?" Ella dijo: "Es lo más fácil". Y entonces consintió en casarse con ella.
Enseguida la princesa Mariam le dijo: "¿De modo que quieres volver inmediatamente a Iskandaria?" El contestó: "¡Sí, por Alah!"
Ella dijo: "¡Vamos allá!" Y cogió la cornalina y volvió hacia el cielo una de sus caras, en que estaba grabada la imagen de una cama, y frotó rápidamente aquella cara con el pulgar, diciendo: "¡Oh cornalina, en nombre de Soleimán te ordeno que me proporciones una cama de viaje!"
Apenas pronunciadas tales palabras, se colocó delante de ellos un lecho de viaje, con sus sábanas v almohadones. Lo ocuparon los dos y se tendieron cómodamente. Entonces la princesa Mariam cogió entre los dedos la cornalina, volvió hacia el cielo una de sus caras, en que estaba grabado un pájaro, y dijo: ¡Cornalina, ¡oh cornalina! te ordeno, por el nombre de Soleimán, que nos transportes sanos y salvos a Iskandaria por la vía más directa!
Apenas había dado la orden, cuando la cama se levantó sola por el aire, sin sacudidas, subió hasta la cúpula, salió por el mayor ventanal, y más rápida que el ave más rápida, hendió el espacio con maravillosa regularidad, y en menos tiempo que el necesario para orinar los depositó en Iskandaria.
Y en el instante mismo en que se apeaban, vieron llegar con dirección a ellos a un hombre vestido a la moda de Bagdad, a quien conoció en seguida Grano-de-Belleza: era el jefe de los guardias. Acababa de desembarcar en aquel momento para ponerse en busca del sentenciado. Se echaron uno en brazos de otro, y el jefe de los guardias anunció a Grano-de-Belleza la noticia del descubrimiento del culpable y de su ejecución, le contó todos los sucesos que habían pasado en Bagdad durante catorce años, y también le comunicó el nacimiento de su hijo Aslán, que había llegado a ser el caballero más hermoso de Bagdad.
Y Grano-de-Belleza, por su parte, refirió al jefe de los guardias todas sus aventuras desde el principio hasta el fin. Y aquello asombró en extremo al jefe de la guardia, que, cuando se le calmó algo la emoción, le dijo: "¡El Emir de los Creyentes desea verte cuanto antes!"
El otro contestó: "¡Cierto que sí! Pero permíteme antes ir a El Cairo a besar la mano de mi padre Schamseddin y a mi madre, y a decidirlos a que vengan con nosotros a Bagdad".
Entonces el jefe de los guardias subió con ellos a la cama que en un momento les transportó a El Cairo, precisamente a la calle Amarilla, en donde estaba la casa de Schamseddin. Y llamaron a la puerta. Y la madre bajó a ver quién llamaba así, y preguntó: "¿Quién llama?" Y él contestó: "¡Soy yo, tu hijo Grano-de-Belleza!"
El júbilo de la madre fué inmenso, pues desde hacía muchos años se había puesto de luto, y cayó desmayada en brazos de su hijo. Y al venerable Schamseddin le pasó lo propio.
Cuando hubieron descansado tres días en la casa, subieron todos juntos a la cama, que por orden de la princesa Hosn-Mariam les transportó sanos y salvos a Bagdad, en donde el califa recibió a Grano-de-Belleza abrazándole cual a un hijo, y le colmó de empleos y honores, así como a su padre Schamseddin y a su hijo Aslán.
Después de lo cual, Grano-de-Belleza se acordó de que en resumen el primer promotor de su fortuna era Mahmud-el-Bilateral, que al principio le había obligado con tanto ingenio a viajar, y más tarde le había recogido desprovisto de todo en la plataforma de la fuente pública. Y mandó buscarle por todas partes, y acabó por encontrarlo sentado en un jardín en medio de muchachos, con los cuales cantaba y bebía. Y le rogó que fuera a palacio y le hizo nombrar, por muy bilateral que fuera, jefe de vigilancia de Bagdad, en lugar de Ahmed-la-Tiña.
Cumplido este deber, Grano-de-Belleza, dichoso al encontrar un hijo tan hermoso y valiente como el joven Aslán, dió gracias a Alah por sus favores. Y vivió años y años en Bagdad en el colmo de la ventura entre sus tres esposas, Zobeida, Yazmina y Hosn-Mariam, hasta que fué visitado por la Destructora de delicias y Separadora de amigos. ¡Alabado sea el Inmutable, en el Cual convergen todas las cosas creadas!"
Y Schehrazada, al concluir de contar esta historia, se sintió algo cansada, y se calló.
Entonces el rey Schahriar, que había permanecido inmóvil de atención todo aquel tiempo, exclamó: "Esa historia de Grano-de-Belleza. ¡Oh Schehrazada! es realmente extraordinaria, y la de Mahmud-el-Bilateral y la de Sésamo el corredor con su receta para calentar los compañones fríos, me han gustado en extremo. Pero he de expresarte mi asombro al ver tan pocos poemas en esta historia, pues ya estaba acostumbrado a los versos espléndidos. ¡Y además, he de decirte que las cosas del Bilateral todavía son para mí algo oscuras, y me encantaría que me dieras una explicación más clara de ellas, si es que puedes!"
Al oír lo dicho por el rey Schahriar, Schehrazada sonrió ligeramente y miró a su hermana Doniazada, a la cual encontró muy divertida; y después dijo al rey: "Ahora que esta niña lo puede oír todo, ¡oh rey afortunado! quiero contarte una o dos de las Aventuras del poeta Abu-Nowas, el más delicioso y encantador e ingenioso de todos los poetas del Irán y de Arabia.
Y la pequeña Doniazada se levantó de la alfombra en que estaba acurrucada, y corrió a arrojarse en los brazos de su hermana, a quien abrazó tiernamente, y le dijo: "¡Oh, por favor, Schehrazada, empieza en seguida! Serías tan amable si así lo hicieses, ¡oh hermana mía!" Y dijo Schehrazada: "Con mucho gusto, y como debido homenaje a este rey dotado de tan buenos modales".
Pero como viese aparecer la mañana, Schehrazada, siempre discreta, dejó el relato para el siguiente día.
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