lunes, marzo 24, 2025

50 Farizada, la de la sonrisa de rosa

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50 Farizada, la de la sonrisa de rosa     




FARIZADA LA DE SONRISA DE ROSA

He llegado a saber ¡ oh rey afortunado, oh dotado de buenas maneras! que en los días de antaño, hace ya mucho tiempo -pero Alah es el único sabio-, había un rey de Persia llamado Khosrú Schah, a quien el Retribuidor había dotado de poderío, de juventud y de hermosura, y en cuyo corazón hubo de poner tal sentimiento de la justicia, que, bajo su reinado, el tigre y la cabra marchaban uno al lado de otra y bebían en el mismo arroyo. Y aquel rey, al que le gustaba cerciorarse por sus propios ojos de cuanto pasaba en la ciudad de su trono, tenía costumbre de pasearse de noche, disfrazado de mercader extranjero, en compañía de su visir o de alguno de los dignatarios de su palacio.
Una noche en que daba una vuelta por un barrio de gente pobre, al pasar por cierta callejuela escuchó unas voces jóvenes que se dejaban oír al final de la tal calleja. Y se acercó, con su acompañante, a la humilde morada de donde partían las voces, y aplicando un ojo a una rendija de la puerta miró adentro. Y divisó, sentadas sobre una estera en torno de una luz, a tres jóvenes que hablaban después de la comida. Y aquellas tres jóvenes, que parecíanse como pueden parecerse tres hermanas, eran perfectamente bellas. Y la más joven era visiblemente, y con mucho, la más bella.
Y decía la primera: "Mi deseo, puesto que se trata de manifestar un deseo, sería, hermanas mías, llegar a ser la esposa del repostero del sultán. Porque ya sabéis cuánto me gustan los manjares de repostería, sobre todo esos admirables y delicados y deliciosos bocados de hojaldre que se llaman “ bocados del sultán”. ¡Y para hacerlos a punto no hay como el repostero jefe del sultán! ¡Ah hermanas mías! ¡qué envidia me tendríais entonces al ver cómo ese régimen de repostería fina redondearía mis formas con grasa blanca, y me embellecería, y me afirmaría el color!"
Y decía la segunda: "Yo, hermanas mías, no soy tan ambiciosa. Me contentaría sencillamente con llegar a ser la esposa del cocinero del sultán. ¡Ah! ¡cómo lo deseo! ¡Eso me permitiría satisfacer mis apetitos reconcentrados en todo el tiempo que llevo anhelando probar tantos manjares extraordinarios que sólo en palacio se comen! ¡Especialmente hay, entre otras cosas, ciertas bandejas de cohombros rellenos y cocidos al horno, que nada más que con verlos pasar en la cabeza de los que los llevan los días de festines dados por el sultán, siento mi corazón lleno todo de emoción! ¡Oh! ¡Lo que yo comería de ese plato! ¡Sin embargo, no me olvidaría de convidaros alguna vez, si mi esposo el cocinero me lo permitiera; pero creo que no me lo permitiría!"
Y cuando hubieron manifestado así sus deseos las dos hermanas, se encararon con su hermana pequeña, que guardaba silencio, y le preguntaron, burlándose de ella: "Y tú, ¡oh pequeñuela! ¿qué deseas? ¿Y por qué bajas los ojos y no dices nada? ¡Pero no te apures, que nosotras te prometemos, para cuando tengamos los esposos que preferimos, tratar de casarte con algún palafrenero del sultán o con algún otro dignatario de la misma categoría, a fin de que siempre estés cerca de nosotras! Habla, ¿en qué piensas?"
Y confusa y ruborizada, la pequeña contestó con una voz dulce como agua de manantial: "¡Oh hermanas mías!" Y no pudo decir más. Y riéndose de su timidez, las dos jóvenes la acosaron a preguntas y bromas hasta que la decidieron a hablar. Y sin levantar los ojos, dijo la menor: "¡Oh hermanas mías! ¡yo desearía llegar a ser la esposa de nuestro amo el sultán! Y le daría una posteridad bendita. Y los hijos que Alah hiciera nacer de nuestra unión serían dignos de su padre. Y la hija que me gustaría tener ante mi vista sería una sonrisa del cielo mismo: ¡sus cabellos serían de oro por un lado y de plata por otro; sus lágrimas, cuando llorara, serían un gotear de perlas; sus risas, cuando riera, serían dinares de oro tintineantes, y sus sonrisas, cuando solamente sonriera, serían otros tantos botones de rosa que abriesen en sus labios!"
¡Eso fue todo!
Y el sultán Khosrú y su visir veían y oían. Pero temiendo que les advirtiesen, se decidieron a alejarse sin enterarse de más. Y en extremo divertido, Khosrú Schah sintió nacer en su alma el prurito de satisfacer los tres deseos; y sin comunicar ni por asomo su propósito a su acompañante, le dió orden de que se fijara bien en la casa para ir a ella al día siguiente por las tres jóvenes y llevárselas a palacio. Y el visir contestó con el oído y la obediencia, y al día siguiente se apresuró a ejecutar la orden del sultán, llevándole a su presencia las tres hermanas.
El sultán, que estaba sentado en su trono, les hizo con la cabeza y con los ojos una seña que quería decir: "¡Acercaos!" Y se acercaron ellas, temblorosas, enredándose en sus pobres trajes de tela grosera; y el sultán les dijo con una sonrisa de bondad: "La paz sea con vosotras, ¡oh jóvenes! ¡Estamos en el día de vuestro destino y en el que se realizará vuestro deseo! ¡Y conozco el tal deseo, ¡oh jóvenes! porque nada hay oculto para los reyes! Tú, la primera, verás cumplido tu deseo, y el repostero mayor será tu esposo hoy mismo. ¡Y tú, la segunda, tendrás por esposo a mi cocinero mayor!" Y habiendo hablado así, se detuvo el rey, y encaróse con la más pequeña, la cual, en extremo emocionada, sentía paralizársele el corazón y estaba a punto de desplomarse en la alfombra. Y se irguió él sobre ambos pies, y cogiéndole de la mano la hizo sentarse junto a él en el lecho del trono, diciéndole: "¡Eres la reina! ¡Y este palacio es tu palacio, y yo soy tu esposo!"
Y efectivamente, aquel mismo día se celebraron las bodas de las tres hermanas, las de la sultana con un esplendor sin precedentes, y las de la esposa del cocinero y la esposa del repostero con arreglo al ceremonial acostumbrado en matrimonios vulgares. Así es que en el corazón de las dos hermanas mayores penetraron la envidia y el odio; y desde aquel momento proyectaron la perdición de su hermana pequeña. Sin embargo, tuvieron buen cuidado de no dejar transparentar sus sentimientos lo más mínimo, y aceptaron con gratitud fingida las muestras de afecto que no cesó de prodigarles su hermana la sultana, quien, en contra de las costumbres reales, las admitía en su intimidad, a pesar de su linaje oscuro. Y lejos de sentirse satisfechas de la dicha que Alah les proporcionaba, experimentaban, en presencia de su hermana menor, las peores torturas del odio y de la envidia.
Y de tal suerte pasaron nueve meses, al cabo de los cuales, con ayuda de Alah, la sultana dió a luz un hijo príncipe, hermoso como el cuarto creciente de la luna nueva. Y las dos hermanas mayores, que, a petición de la sultana, la asistían al parto y actuaban de comadronas, lejos de conmoverse por las bondades de su hermana menor para con ellas y por la belleza del recién nacido, encontraron al fin la ocasión que buscaban de destrozar el corazón de la joven madre. Cogieron pues, al niño, mientras la madre aun era presa de los dolores del parto, le pusieron en un cesto de mimbre, que escondieron por el pronto, y le reemplazaron con un pequeño perro muerto, que presentaron a todas las mujeres de palacio, haciéndole pasar por el fruto del alumbramiento de la sultana. Y al saber esta noticia, el sultán Khosrú Schah vió ennegrecerse el mundo ante su vista; y en el límite de la pena fué a encerrarse en sus aposentos, negándose a despachar los asuntos del reino. Y la sultana quedó sumida en la aflicción, y sintió su alma humillada y su corazón destrozado.
En cuanto al recién nacido, le abandonaron sus tías en el cesto a la corriente del agua del canal que pasaba al pie del palacio. Y quiso la suerte que el intendente de los jardines del sultán, que se paseaba a lo largo del canal, divisase el cesto que flotaba en el agua. Y lo atrajo al borde del canal con ayuda de una azada, lo examinó y descubrió al hermoso niño. Y experimentó igual asombro que el de la hija del Faraón al ver a Moisés en los cañaverales.
Y he aquí que hacía largos años que estaba casado el intendente de los jardines y anhelaba tener uno, dos o tres niños que bendijeran a su Creador. Pero hasta entonces no fueron tomados en consideración por el Altísimo sus deseos y los de su esposa. Y sufrían ambos con el estéril aislamiento en que tenían que vivir. Así es que cuando el intendente de los jardines descubrió aquel niño, de belleza sin par, le cogió con el cesto, y en el límite de la alegría corrió hasta el final del jardín, en donde estaba su casa, y entró en el aposento de su mujer, y le dijo con voz emocionada: "La paz sea contigo, ¡oh hija del tío! ¡He aquí el don que nos hace el Generoso en este día bendito! Sea este niño que te traigo nuestro hijo, como hijo es del Destino".
Y le contó cómo le había hallado flotando en el cesto sobre el agua del canal; y le afirmó que Alah era quien se lo enviaba, premiando por fin de esta manera la constancia de sus plegarias. Y la esposa del intendente de los jardines tomó al niño y le prohijó.
¡Gloria a Alah, que ha llevado al seno de las mujeres estériles el sentimiento de la maternidad, como ha infundido en el corazón de las gallinas desgraciadas el deseo de empollar los guijarros...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 775ª noche

Ella dijo:
"... ¡Gloria a Alah, que ha llevado al seno de las mujeres estériles el sentimiento de la maternidad, como ha infundido en el corazón de las gallinas desgraciadas el deseo de empollar los guijarros!
Y he aquí que al año siguiente la pobre madre privada tan impíamente del fruto de su fecundidad, parió, con permiso del Donador, otro hijo más hermoso que el anterior. Pero las dos hermanas espiaban el parto con ojos llenos de interés por fuera y de odio por dentro; y sin tener para su hermana y el recién nacido más piedad que la primera vez, se apoderaron del niño a escondidas y le echaron al canal en un cesto, como habían hecho con el mayor. Y exhibieron por todo el palacio un pequeño gato, proclamando que acababa de parirlo la sultana. Y la consternación entró en los corazones. Y sin duda alguna, en el límite de la vergüenza, el sultán habríase dejado llevar de la rabia y del furor si no practicase en su alma la virtud de la humildad ante los decretos de la insondable justicia. Y la sultana quedó sumida en la amargura y la desolación, y su corazón lloró todas las lágrimas de los dolores.
Pero viendo al niño, Alah, que vela por el destino de los pequeñuelos, le puso a la vista del intendente, que se paseaba a orillas del canal. Y como la vez primera, el intendente le salvó de las aguas, y se lo llevó a su esposa, que le quiso como si fuese su propio hijo, y le crió con los mismos cuidados que al primero.
Y he aquí que, a fin de que no fuesen frustrados siempre los deseos de Sus Creyentes, Alah puso la fecundidad en el vientre de la sultana, que parió por tercera vez. Pero entonces dió a luz una princesa. Y las dos hermanas, cuyo odio, lejos de saciarse, les había hecho proyectar la perdición irremisible de su hermana menor, hicieron sufrir a la niña el mismo trato. Pero fué recogida por el intendente de corazón compasivo, como los dos príncipes hermanos suyos, con los cuales se crió, educó y se vió atendida.
Pero aquella vez, cuando las dos hermanas, después de realizado su proyecto, exhibieron, en lugar de la niña recién nacida, una pequeña rata ciega, el sultán, a pesar de toda su magnanimidad, no pudo contenerse por más tiempo, y exclamó: "¡Alah maldice mi raza por culpa de la mujer con quien me he casado! ¡Escogí un monstruo para madre de mi posteridad! ¡Sólo la muerte podrá librar de él a mi morada!" Y pronunció la sentencia de muerte de la sultana, y mandó a su portaalfanje que cumpliera su misión. Pero cuando vió bañada en lágrimas ante él y presa de un dolor sin límites a la que su corazón había amado, el sultán sintió que se apoderaba de él una gran piedad. Y volviendo la cabeza, ordenó que la alejaran y la encerraran para el resto de sus días en una mazmorra en lo último del palacio. Y dejó de verla desde aquel momento, abandonándola a sus lágrimas. Y la pobre madre hubo de conocer todos los dolores de la tierra.
Y las dos hermanas gozaron todas las alegrías del odio satisfecho, y pudieron saborear sin amargura en adelante los manjares y reposterías que confeccionaban sus esposos.
Pasaron los días y los años con igual rapidez sobre la cabeza de los inocentes que sobre la cabeza de los culpables, llevando a unos y a otros lo que les tenía deparado su destino, y he aquí que cuando llegaron a la adolescencia los tres hijos adoptivos del intendente de los jardines, se convirtieron en un deslumbramiento de los ojos. Y se llamaban: el mayor Farid, el segundo Faruz y la niña Farizada, y era Farizada una sonrisa del cielo mismo. Sus cabellos eran de oro por un lado y de plata por otro; sus lágrimas, cuando lloraba, eran un gotear de perlas; sus risas, cuando reía, eran dinares de oro tintineantes, y sus sonrisas, botones de rosa abriendo en sus labios bermejos.
Por eso, cuantos se acercaban a ella, así su padre como su madre y sus hermanos, no podían por menos, cuando la llamaban por su nombre, diciendo: "¡Farizada!" de añadir: "¡la de sonrisa de rosa!"; pero lo más frecuente era que la llamasen sencillamente "La de sonrisa de rosa". Y todos se maravillaban de su belleza, de su sabiduría, de su amabilidad, de su destreza en los ejercicios cuando montaba a caballo para acompañar a sus hermanos en la caza, tirar con el arco y lanzar la barra o la azagaya; de la elegancia de sus maneras, de sus conocimientos en poesía y en ciencias ocultas y del esplendor de su cabellera, que era de oro por un lado y de plata por otro. Y al verla tan hermosa, a la par que tan perfecta, las amigas de su madre lloraban de emoción.
Y así fué como crecieron los pequeñuelos del intendente de los jardines del rey. Y aquel hombre no tardó en llegar a la última vejez, rodeado del afecto y del respeto de los niños y con los ojos refrescados por su hermosura. Y pronto precediole en la misericordia del Retribuidor su esposa, que ya había vivido lo que le correspondía de vida. Y aquella muerte fué para todos ellos causa de tanto pesar y tanta pena, que el intendente no pudo determinarse a habitar por más tiempo en la casa donde la difunta fué el manantial de su serenidad y de su dicha. Y se arrojó a los pies del sultán y le suplicó que se dignase relevarle de las funciones que llevaba a cabo entre sus manos desde hacía largos años. Y el sultán, muy apenado por el alejamiento del servidor tan fiel, accedió a su petición con mucho sentimiento. Y no le dejó partir hasta que le hubo hecho don de un magnífico dominio próximo a la ciudad, con grandes dependencias de tierras laborables, de bosques y praderas, con un palacio ricamente amueblado, con un jardín de arte perfecto trazado por el propio intendente y con un parque de vasta extensión cercado por altas murallas y poblado con pájaros de todos colores y animales salvajes y domésticos.
Allá se fué aquel hombre de bien a vivir retirado con sus hijos adoptivos. Y allá, rodeado de sus cuidados afectuosos, finó en la paz de su Señor. ¡Alah le tenga en su compasión! Y le lloraron sus hijos adoptivos como jamás se lloró a padre alguno. Y se llevó con él, bajo la losa que no se abre, el secreto del nacimiento de los niños, del cual, por otra parte, sólo estaba enterado a medias. Y en aquel dominio maravilloso continuaron viviendo los dos adolescentes en compañía de su hermana menor. Y como se les había hecho observar los principios de la honradez y la sencillez, no tenían otro anhelo ni otra ambición que continuar, durante toda su existencia, viviendo en aquella unión perfecta y en medio de aquella existencia tranquila.
Farid y Faruz iban de caza con frecuencia a los bosques y praderas que circundaban sus dominios. Y a Farizada la de sonrisa de rosa le gustaba sobre todo recorrer sus jardines. Y un día, cuando se disponía a ir allá, como tenía por costumbre, fueron sus esclavas a decirle que una buena vieja de rostro señalado por la bendición solicitaba la merced de descansar una hora o dos a la sombra de aquellos hermosos jardines. Y Farizada, cuyo corazón era tan compasivo como hermosa su alma y bello su rostro, quiso recibir por sí misma a la buena vieja. Y le ofreció de comer y beber, y le presentó una fuente de porcelana con hermosas frutas, reposterías, confituras secas y confituras en su jugo. Tras de lo cual la llevó a sus jardines, sabedora de que siempre es provechoso hacer compañía a las personas de experiencia y oír las palabras que dicta la sabiduría.
Y se pasearon juntas por los jardines. Y Farizada la de sonrisa de rosa ayudaba a andar a la buena vieja. Y llegadas que fueron ambas al árbol más hermoso de los jardines, Farizada la hizo sentarse a la sombra de aquel hermoso árbol. Y en el transcurso de la conversación acabó por preguntar a la vieja qué le parecía el sitio en que estaba y si lo encontraba de su agrado.
Entonces, tras de reflexionar una hora de tiempo, la vieja levantó la cabeza y contestó: "En verdad ¡oh mi señora! que me he pasado la vida recorriendo las tierras de Alah, a lo ancho y a lo largo, y nunca descansé en un sitio más delicioso. ¡Pero, ¡oh mi señora! ya que eres única en la tierra, como la luna y el sol lo son en el cielo, quisiera que tuvieses en este hermoso jardín, a fin de que también fuese único en su especie, las tres cosas incomparables que le faltan!" Y Farizada la de sonrisa de rosa quedó extremadamente asombrada al saber que a su jardín le faltaban tres cosas incomparables, y dijo a la vieja: "¡Por favor, mi buena madre, date prisa a decirme, para que yo lo sepa, cuáles son esas tres cosas incomparables que ignoro!" Y contestó la vieja: ";Oh mi señora! para corresponder a la hospitalidad que acabas de ejercer con corazón tan compasivo para una vieja desconocida, voy a revelarte la existencia de esas tres cosas".
Se calló un instante todavía; luego dijo:
"Has de saber, pues, ¡oh mi señora! que, si en estos jardines se hallara la primera de esas tres cosas incomparables, vendrían a mirarla todos los pájaros de estos jardines, y al verla, cantarían a coro. Porque ruiseñores y pinzones, alondras y currucas, jilgueros y tórtolas, ¡oh mi señora! y todas las especies infinitas de los pájaros, reconocerían la supremacía de su hermosura. ¡Y es ¡oh mi señora! Bulbul el-Hazar, el Pájaro que habla!
"Si tuvieras en tus jardines la segunda de esas cosas incomparables, ¡oh mi señora! la brisa que hace cantar a los árboles de estos jardines se detendría para escucharla; y los laúdes y las arpas y las guitarras de estas moradas verían romperse sus cuerdas. Porque la brisa que hace cantar a los árboles de los jardines, los laúdes y las arpas y las guitarras ¡oh mi señora! reconocen la supremacía de su hermosura. ¡Y es el Árbol que canta! Pues ni la brisa en los árboles, ¡oh mi señora! ni los laúdes, ni las arpas, ni las guitarras producen una armonía comparable al concierto de las mil bocas invisibles que hay en las hojas del Árbol que canta.
"Y si tuvieras en tus jardines la tercera de estas cosas incomparables, ¡oh mi señora! todas las aguas de estos jardines detendrían su rumoroso curso y la contemplarían. Porque todas las aguas, las de la tierra y las de los mares, las de los jardines, reconocen la supremacía de su hermosura. ¡Y es el Agua Color de Oro! Pues si en un estanque vacío ¡oh mi señora! se vierte solamente una gota de esa agua, se hincha y crece, multiplicándose en surtidores de oro, y no cesa de brotar y caer, sin que el estanque se desborde nunca. Y con esa agua toda de oro y transparente como el topacio transparente, es con la que gusta de aplacar su sed Bulbul el-Hazar, el Pájaro que habla; y en esa agua toda de oro y tan fresca como fresco es el topacio, es en la que gustan de remojarse las mil bocas invisibles del Árbol de hojas cantarinas ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y cuando llegó la 776ª noche

Ella dijo:
"... las mil bocas invisibles del Árbol de hojas cantarinas".
Y tras de hablar así, añadió la vieja: "¡Oh mi señora, oh princesa! si tuvieras en tus jardines esas cosas maravillosas, exaltarían tu belleza, ¡oh propietaria de una cabellera de esplendor!"
Cuando Farizada la de sonrisa de rosa hubo oído estas palabras de la vieja, exclamó: "¡Oh rostro de bendición, madre mía, cuán admirable es todo eso! ¡Pero no me has dicho en qué lugar se hallan esas tres cosas incomparables!" Y contestó la vieja, incorporándose para marcharse: "¡Oh mi señora! esas tres maravillas, dignas de tus ojos, se encuentran en un paraje situado hacia los confines de la India. Y el camino que allá conduce pasa precisamente por detrás de este palacio que habitas. Si quieres, pues, enviar allí a alguno para que te las busque, no tienes más que decirle que siga ese camino durante veinte días, y al vigésimo día pregunte al primer transeúnte con quien se encuentre: «¿Dónde están el Pájaro que habla, el Árbol que canta y el Agua Color de Oro?» Y el transeúnte no dejará de informarle acerca del particular. ¡Y pluguiera a Alah remunerar tu alma generosa con la posesión de esas cosas creadas para tu belleza! Uassalam, ¡oh bienhechora, oh bendita!"
Y tras de hablar así, la vieja acabó de envolverse en sus velos, y se retiró murmurando bendiciones.
Ya había desaparecido la anciana, cuando Farizada, vuelta del ensueño en que teníala sumida la revelación de aquellas cosas tan extraordinarias, quiso llamarla de nuevo y correr en pos de ella para pedirle informes más precisos acerca del lugar que las encubría y de los medios para llegar allí. Pero al ver que era demasiado tarde, se puso a repetir palabra por palabra las escasas indicaciones que había oído, a fin de no olvidarse de nada. Y con ello sentía crecer en su alma el deseo irresistible de poseer o solamente de ver tales maravillas, por mucho que procurara no pensar más en ellas. Y empezó a recorrer entonces las avenidas de sus jardines y los rincones familiares que le eran tan queridos; pero le parecieron exentos de encanto y pletóricos de aburrimiento; y encontró inoportunas las voces de sus pájaros, que saludaban al pasar.
Y Farizada la de sonrisa de rosa se puso muy triste y lloró caminando por las avenidas. Y las lágrimas que derramaba dejaban en la arena tras ella un reguero de gotas de sus ojos cuajadas en perlas.
Entretanto regresaron de la caza sus hermanos Farid y Faruz, y como no encontraron a su hermana Farizada en el bosque de los jardines, donde, por lo general, esperaba su vuelta, apenáronse por aquella negligencia y dedicáronse a buscar a la joven. Y sobre la arena de las avenidas vieron las perlas cuajadas de sus ojos, y se dijeron: "¡Oh qué triste está nuestra hermana! ¿Y qué motivo de pena habrá anidado en su alma para hacerla llorar así?" Y siguieron sus huellas, guiados por las perlas de las avenidas, y la hallaron bañada en lágrimas en el fondo de la espesura. Y corrieron a ella y la besaron y la acariciaron para calmar su alma querida. Y le dijeron: "¡Oh hermana Farizada! ¿dónde están las rosas de tu alegría y el oro de tu buen humor? Respóndenos, ¡oh hermana!"
Farizada les sonrió, porque les quería; y en sus labios nació de pronto un leve botón de rosa enrojecido; y les dijo: "¡Oh hermanos míos!" Y no se atrevió a decir más, muy avergonzada de su primer deseo. Y ellos le dijeron: "¡Oh Farizada la de sonrisa de rosa, oh hermana nuestra! ¿qué emociones desconocidas turban así tu alma? ¡Cuéntanos tus penas, si es que no dudas de nuestro cariño!" Y Farizada, decidiéndose por fin a hablar, les dijo: "¡Oh hermanos míos! ¡ya no me gustan mis jardines!" Y rompió a llorar, y de sus ojos desbordaron las perlas. Y como ellos callaron, inquietos y entristecidos por noticia tan grave, les dijo: "¡Oh! ¡ya no me gustan mis jardines! ¡Les falta el Pájaro que habla, el Árbol que canta y el Agua Color de Oro!"
Y dejándose arrastrar de pronto por la intensidad de su deseo, Farizada contó sin interrupción a sus hermanos la visita de la buena vieja, y con acento excitado en extremo, les explicó en qué consistía la excelencia del Pájaro que habla, del Árbol que canta y del Agua Color de Oro.
Cuando la hubieron escuchado, sus hermanos llegaron al límite del asombro, y le dijeron: "¡Oh bienamada hermana nuestra! calma tu alma y refresca tus ojos. Porque aunque esas cosas estuvieran en la inaccesible cima de la montaña Kaf, iríamos a conquistarlas para ti. Pero para facilitar nuestras pesquisas, ¿podrás decirnos solamente en qué lugar nos es posible encontrarlas?" Y Farizada, muy ruborosa de haber expresado así su primer deseo, les explicó lo que sabía con respecto al paraje en que debían hallarse aquellas cosas Y añadió: "¡Eso, y nada más, es cuanto sé!" Y exclamaron a la vez ambos hermanos: "¡Oh hermana nuestra! ¡vamos a partir en busca de esas cosas!" Pero ella les gritó asustada: "¡Oh, no! ¡oh, no! ¡No partáis!"
Farid, el mayor, dijo: "Tu deseo está por encima de nuestra cabeza y de nuestros ojos, ¡oh Farizada! Pero a quien corresponde realizarlo es sólo a mí, que soy el mayor. ¡Todavía está ensillado mi caballo, y me conducirá sin cansarse a los confines de la India, donde se hallan esas tres maravillas, que he de traerte, si Alah quiere!" Y encarose con su hermano Faruz, y le dijo: "Tú, hermano mío, te quedarás aquí para velar por nuestra hermana durante mi ausencia. ¡Porque no conviene que la dejemos completamente sola en la casa!" Y corrió en aquel mismo instante en busca de su caballo, saltó a lomos del bruto, e inclinándose, besó a su hermano Faruz y a su hermana Farizada, la cual le dijo toda desolada: "¡Oh hermano mayor! por favor abandona ese viaje lleno de peligros, y apéate del caballo. ¡Antes que sufrir con tu ausencia prefiero no ver ni poseer nunca al Pájaro que habla, al Árbol que canta y al Agua Color de Oro!" Pero Farid le dijo, volviéndola a besar: "¡Oh hermana mía! desecha tus temores, pues mi ausencia no será de larga duración, y con ayuda de Alah no me ocurrirá ningún contratiempo ni nada enfadoso en este viaje. ¡Y además, con objeto de que no te atormente la inquietud durante mi ausencia, toma este cuchillo que te confío!" Y se sacó del cinturón un cuchillo que tenía el mango incrustado con las primeras perlas vertidas por los ojos de Farizada en la niñez, y sé lo entregó, diciendo: "Este cuchillo ¡oh Farizada! te dará cuenta de mi estado. Sácalo de la vaina de cuando en cuando, y examina la hoja. Si la ves tan limpia y brillante como está en este momento, será prueba de que sigo con vida y lleno de salud; pero si la ves empañada y mohosa, has de saber que me ha ocurrido un grave contratiempo o que estoy cautivo; y si ves que gotea sangre, ¡ten la certeza de que ya no me cuento entre los vivos! ¡Y en ese caso, tú y mi hermano invocaréis para mí la compasión del Altísimo!" Dijo, y sin querer escuchar más, partió al galope de su caballo por el camino que conducía a la India.
Durante veinte días y veinte noches viajó por soledades en que no había más presencia que la de la hierba verde y la de Alah. Y al vigésimo día de su viaje llegó a cierta pradera al pie de una montaña.
Y en aquella pradera había un árbol. Y a la sombra de aquel árbol estaba sentado un jeique muy viejo. Y el rostro de aquel jeique tan viejo desaparecía por completo bajo sus largos cabellos, bajo los mechones de sus cejas y bajo los pelos de una barba que era prodigiosa y blanca como la lana recién cardada. Y sus brazos y sus piernas eran de una delgadez extremada. Y sus manos y sus pies terminaban en uñas de una longitud extraordinaria Y con la mano izquierda desgranaba un rosario, en tanto que la mano derecha la tenía inmóvil a la altura de su frente, con el índice levantado, con arreglo al rito, para atestiguar la Unidad del Altísimo. Y era, a no dudar, un viejo asceta retirado del mundo quién sabe desde qué tiempos desconocidos.
Y como precisamente él era el primer hombre con quien se encontraba en aquel vigésimo día de su viaje, el príncipe Farid echó pie a tierra, y teniendo su caballo de la brida avanzó hasta el jeique, y le dijo: "La zalema contigo, ¡oh santo hombre!" Y el anciano le devolvió su zalema, pero con una voz tan apagada por el espesor de su bigote y de su barba, que el príncipe Farid no pudo percibir más que palabras ininteligibles.
Entonces el príncipe Farid, que sólo se había detenido para pedir informes sobre lo que iba a buscar tan lejos de su país, se dijo: "¡Es preciso que le entienda!" Y sacó de su zurrón de viaje unas tijeras, y dijo al jeique: "¡Oh venerable tío! ¡permíteme que te preste algunos cuidados, de los cuales no has tenido tiempo de ocuparte por ti mismo, sumido como estás sin cesar en pensamientos de santidad!" Y como el viejo jeique no opusiera negativa ni resistencia, Farid empezó a cortarle y a arreglar a su antojo la barba, el bigote, las cejas, los cabellos y las uñas, de modo y manera que el jeique quedó con ello rejuvenecido en veinte años por lo menos. Y tras de prestar este servicio al anciano, le dijo, como es costumbre entre los barberos: "¡Que te sirva de frescura y de delicia!"
Cuando el viejo jeique sintióse de tal suerte aliviado de cuanto le abrumaba el cuerpo, se mostró en extremo satisfecho, y sonrió al viajero. Luego le dijo, con voz más clara ya que la de un niño: "Alah  haga descender sobre ti sus bendiciones ¡oh hijo mío! por el beneficio que este anciano te debe. ¡También yo, quienquiera que seas, ¡oh viajero de bien! estoy dispuesto a ayudarte con mis consejos y con mi experiencia!" Y Farid apresuróse a contestarle: "Vengo desde muy lejos en busca del Pájaro que habla, del Árbol que canta y del Agua Color de Oro. ¿Puedes decirme, pues, en qué lugar me será posible encontrarlos? ¿O acaso no sabes nada de esas cosas?"
Al oír estas palabras del joven viajero, el jeique cesó de desgranar su rosario, de tan emocionado como se hallaba. Y no contestó. Y Farid le preguntó: "Mi buen tío ¿por qué no hablas? ¡Para que no se enfríe aquí mi caballo, date prisa a decirme si sabes lo que te pregunto o si no lo sabes!" Y acabó el jeique por decirle: "Ciertamente, ¡oh hijo mío! conozco el lugar en que se encuentran esas tres cosas y el camino que allá conduce. ¡Pero tan grande es a mis ojos el servicio que me has prestado, que no puedo decidirme a exponerte, en cambio, a los peligros terribles de semejante empresa!" Luego añadió: "¡Ah! ¡hijo mío, mejor será que te apresures a volver sobre tus pasos y a regresar a tu país!" Y dijo Farid, lleno de arrestos: "Mi buen tío, indícame únicamente el camino que tengo que seguir, y no te preocupes de lo demás. ¡Porque Alah me ha dotado de brazos que saben defender a su propietario!" Y preguntó con lentitud el jeique: "¿Pero cómo van a defenderte contra lo Invisible, ¡oh hijo mío! máxime cuando Los de lo Invisible son millares y millares?"
Farid meneó la cabeza y contestó: "No hay fuerza ni poder más que en Alah el Exaltado, ¡oh venerable jeique! ¡Al cuello llevo mi destino, y si lo rehuyera me perseguiría! ¡Dime, pues, ya que lo sabes, qué tengo que hacer! ¡Y con ello harás que te quede muy reconocido!"
Cuando el Anciano del Árbol vió que no podía disuadir de su propósito al joven viajero, metió la mano en un saco que llevaba colgado a la cintura y extrajo de él una bola de granito rojo ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y cuando llegó la 777ª noche

Ella dijo:
"... Cuando el Anciano del Árbol vió que no podía disuadir de su propósito al joven viajero, metió la mano en un saco que llevaba colgado de la cintura y extrajo de él una bola de granito rojo. Y ofreció esta bola al viajero, diciéndole: "Ella te conducirá donde tiene que conducirte. Monta a caballo y arrójala delante de ti. Rodará y tú la seguirás hasta el paraje en que se pare. Entonces echarás pie a tierra y atarás tu caballo por la brida a esta bola, y el animal no se moverá del sitio en que le dejes hasta tu vuelta. Y treparás a esa montaña cuya cima se divisa desde aquí. Y a tu paso verás por todas partes grandes piedras negras, y oirás voces que no son las voces de los torrentes ni  las de los vientos en los abismos, sino voces de Los de lo Invisible. Y te gritarán palabras que hielan la sangre de los hombres. Pero no las escuches. Porque si vuelves la cabeza, para mirar detrás de ti mientras te llaman tan pronto de cerca como de lejos, en el mismo instante te convertirás en una piedra negra semejante a las piedras negras de la montaña; pero si resistiendo a esa llamada llegas a la cima, encontrarás allí una jaula, y en la jaula al Pájaro que habla. Y le dirás «La zalema contigo, ¡oh Babul el-Hazar! ¿Dónde está el Árbol que canta? ¿Dónde está el Agua Color de Oro?» Y el Pájaro que habla te responderá: «¡Uassalam!"
Y tras de hablar así, el jeique lanzó un profundo suspiro. Y nada más.
Entonces Farid apresuróse a montar a caballo; y con todas sus fuerzas arrojó ante sí la bola. Y la bola de granito rojo rodó, rodó, rodó. Y al caballo de Farid, que era un relámpago entre los corredores, le costaba trabajo seguirla por entre las breñas que franqueaba, las zanjas que saltaba y los obstáculos que salvaba. Y continuó la bola rodando así, con una velocidad no interrumpida, hasta que tropezó con los primeros peñascos de la montaña. Entonces se detuvo.
Y el príncipe Farid se apeó del caballo, y enrolló la brida en la bola de granito. Y el caballo se inmovilizó sobre sus cuatro patas, y no se meneó más que si estuviese clavado al suelo.
Al punto el príncipe Farid comenzó a escalar la montaña. Y en un principio no oyó nada. Pero a medida que iba subiendo veía cubrirse el suelo de bloques de basalto negro que semejaban figuras humanas petrificadas. Y no sabía que eran los cuerpos de los jóvenes señores que le precedieron en aquellos lugares de desolación Y de pronto dejóse oír entre las rocas un grito, cual jamás en su vida lo había oído el príncipe, y que fue seguido de otros gritos, a derecha y a izquierda, que nada tenían de humano. Y no eran los aullidos de los vientos salvajes en las soledades, ni los mugidos de las aguas de los torrentes, ni el ruido de las cataratas que se despeñan en los abismos, pues eran las voces de Los de lo Invisible. Y decían unas: "¿Qué quieres? ¿Qué quieres?" Y decían otras: "¡Detenedle! ¡Matadle!" Y decían otras: "¡Empujadle! ¡Tiradle!" Y se burlaban de él otras, gritando: "¡Huy! ¡Huy! ¡Joven! ¡Joven! ¡Huy! ¡Huy! ¡Huy! ¡Ven! ¡Ven!"
Pero el príncipe Farid continuó subiendo constantemente, sin dejarse engañar por aquellas voces. Y tan numerosas y tan terribles hiciéronse las voces bien pronto, y su aliento le pasaba a veces tan cerca del rostro al joven, y resultaba tan espantoso aquel estrépito a derecha y a izquierda, por delante y por detrás, y eran tan amenazadoras, y tan apremiante hacíase su llamamiento, que, a pesar suyo el príncipe Farid tuvo una vacilación, y olvidando la advertencia del Anciano del Árbol, volvió la cabeza al sentir el aliento más fuerte de una de las veces. Y en el mismo momento resonó un espantoso aullido lanzado por millares de voces y seguido de un silencio prolongado. Y el príncipe Farid quedó convertido en piedra de basalto negro.
Y al pie de la montaña sucedióle lo propio al caballo, que hubo de quedar convertido en bloque informe. Y la bola de granito rojo de nuevo emprendió, rodando, el camino del Árbol del Anciano.
Y he aquí que aquel día, como tenía por costumbre, la princesa Farizada sacó el cuchillo de la vaina, que llevaba constantemente al cinto. Y se puso pálida y temblorosa al ver la hoja, limpia y brillante todavía la víspera, toda empañada y enmohecida entonces. Y desplomándose en los brazos del príncipe Faruz, que acudió al llamarle ella, exclamó: "¡Ah! ¿dónde estás, hermano mío? ¿Por qué te dejé partir? ¿Qué ha sido de ti en esos países extranjeros? ¡Desgraciada de mí! ¡Oh culpable Farizada, ya no te quiero!" Y los sollozos la sofocaban e hinchaban su pecho. Y el príncipe Faruz, no menos afligido que su hermana, se puso a consolarla; luego le dijo: "Lo pasado, pasado, ¡oh Farizada! pues todo lo que está escrito debe ocurrir. Ahora me toca a mí ir en busca de nuestro hermano, y traerte, al mismo tiempo, las tres cosas que han ocasionado el cautiverio a que debe estar él reducido en este momento. Y exclamó Farizada, suplicante: "No, no, por favor, no partas, si ha de ser para ir en busca de lo que ha deseado mi alma insaciable ¡Oh hermano mío! ¡si te ocurriera algún contratiempo moriría yo!" Pero estas quejas y lágrimas no disuadieron de su resolución al príncipe Faruz. Y montó a caballo, y después de decir adiós a su hermana le dió un rosario de perlas hecho con las segundas lágrimas que lloró Farizada en la niñez, y le dijo: "¡Si estas perlas ¡oh Farizada! cesaran de correr unas tras otras entre tus dedos y pareciera que estaban pegadas, sería señal de que había yo sufrido la misma suerte que nuestro hermano!" Y Farizada, muy triste, dijo, besándole: "¡Haga Alah, ¡oh bienamado hermano mío! que no sea así! ¡Y ojalá regreses a la morada con nuestro hermano mayor!" Y el príncipe Faruz emprendió a su vez el camino que conducía a la India.
Y al vigésimo día de su viaje encontró al Anciano del Árbol, que estaba sentado, como le había visto el príncipe Farid, con el índice de la mano derecha alzado a la altura de su frente. Y después de las zalemas, el anciano, al ser interrogado, informó al príncipe de la suerte de su hermano e hizo cuanto pudo para disuadirle de su propósito. Pero, al ver que de nada servía su insistencia, le entregó la bola de granito rojo. Y ésta le condujo al pie de la montaña fatal.
Y el príncipe Faruz se aventuró resueltamente por la montaña, y a su paso alzáronse las voces, pero él no las escuchaba. Y no respondía a las injurias, a las amenazas y a los llamamientos. Y había ya llegado a la mitad de su ascensión, cuando de pronto oyó gritar tras él: "¡Hermano mío! ¡hermano mío! ¡no huyas de mí!" Y olvidando toda prudencia, Faruz se volvió al oír esta voz, y al instante quedó convertido en bloque de basalto negro.
Y desde su palacio, Farizada, que ni de día ni de noche abandonaba el rosario de perlas, y sin cesar pasaba las cuentas entre sus dedos, advirtió que no obedecían al movimiento que les imprimía ella, y vió que estaban pegadas unas a otras. Y exclamó: "¡Oh pobres hermanos míos, víctimas de mis caprichos! ¡iré a reunirme con vosotros!" Y reconcentró en sí misma todo su dolor, y sin perder el tiempo en lamentaciones inútiles se disfrazó de caballero, se armó, se equipó, y partió a caballo, emprendiendo igual camino que sus hermanos.
Y al vigésimo día se encontró con el viejo jeique sentado debajo del árbol al borde del camino. Y le saludó con respeto, y le dijo: "¡Oh santo anciano, padre mío! ¿no has visto pasar, con intervalos de veinte días, a dos señores jóvenes y hermosos que buscaban el Pájaro que habla, el Árbol que canta y el Agua Color de Oro?" Y el anciano contestó: "¡Oh mi señora Farizada, la de sonrisa de rosa! les he visto y les enseñé el camino. ¡Pero ¡ay! les han detenido en su empresa Los de lo Invisible, como antes que a ellos les sucedió a tantos otros señores!"
Al ver que el santo hombre la llamaba por su nombre, Farizada llegó al límite de la perplejidad, y el anciano le dijo: "¡Oh dueña del esplendor! no te engañaron quienes te han hablado de las tres cosas incomparables en cuya busca vinieron tantos príncipes y señores. ¡Pero no te han dicho los peligros que hay que arrostrar para intentar una aventura tan singular como la que tú persigues!" E hizo saber a Farizada todo a lo que se exponía al ir en busca de sus hermanos y de las tres maravillas. Y Farizada dijo: "¡Oh santo hombre! ¡mi alma interior está toda turbada por tus palabras, porque es muy asustadiza! ¿Pero cómo voy a retroceder, si se trata de encontrar a mis hermanos? ¡Oh santo hombre! escucha el ruego de una hermana amante, e indícame los medios para librarles del encanto!" Y contestó el viejo jeique: "¡Oh Farizada, hija de rey! he aquí la bola de granito que te pondrá sobre su pista. Pero no podrás librarles hasta que te hayas apoderado de las tres maravillas. Y ya que expones tu alma sólo a causa del amor de tus hermanos, y no impulsada por el deseo de conquistar lo imposible, lo imposible será esclavo tuyo. Porque has de saber que ninguno entre los hijos de los hombres puede resistir al llamamiento de las voces de lo Invisible. Por eso, para vencer a lo Invisible, hay que prevenirse de maña contra ello, pues la fuerza es suya. ¡Y la maña de los hijos de los hombres vencerá a todas las fuerzas de lo Invisible!"
Cuando hubo hablado así, el Anciano del Árbol entregó la bola de granito rojo a Farizada; luego se sacó del cinturón una vedija de lana, y dijo: "¡Con esta ligera vedija de lana ¡oh Farizada! vencerás a todos Los de lo Invisible!" Y añadió: "Inclina hacia mí la gloria de tu cabeza, ¡oh Farizada !" Y ella inclinó hacia el Anciano su cabeza con cabellos de oro por un lado y de plata por otro. Y dijo el Anciano: "¡Con esta ligera vedija triunfe la hija de los hombres de las fuerzas de los que están en los aires y de todas las emboscadas de lo Invisible!" Y partiendo en dos la vedija, metió a Farizada cada mechón en una oreja, y con la mano le hizo seña de partir. Y Farizada dejó al Anciano, y arrojó con ímpetu la bola en dirección a la montaña.
Y cuando hubo llegado a las primeras rocas, y echado pie a tierra avanzó hacia la altura, y a su paso las voces alzáronse de entre los bloques de basalto negro con una algarabía espantosa. Pero ella apenas oía un vago rumor, sin entender ninguna palabra y sin percibir ningún llamamiento, y por consiguiente no experimentaba temor alguno. Y subió sin detenerse, aun cuando era muy delicada y sus pies no habían hollado nunca más que la fina arena de las avenidas. Y llegó sin desfallecer a la cima de la montaña. Y en medio de la explanada que había en la cumbre advirtió delante de ella una jaula de oro sobre un pedestal de oro. Y vió en la jaula al Pájaro que habla.
Y Farizada se dirigió a él, y echó mano a la jaula, exclamando: "¡Pájaro! ¡Pájaro! ¡Ya te tengo! ¡Ya te tengo! ¡Y no te escaparás!" Y al propio tiempo se quitó, arrojándolos lejos de sí, los tapones de lana inútiles a la sazón, que la habían hecho sorda a los llamamientos y a las amenazas de lo Invisible. Porque ya habían muerto todas las voces de lo Invisible y dormía en la montaña un gran silencio.
Y del seno de aquel gran silencio, en la transparente sonoridad, se elevó la voz del Pájaro que habla...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y cuando llegó la 779ª noche

Ella dijo:
"... Y del seno de aquel gran silencio, en la transparente sonoridad, se elevó la voz del Pájaro que habla. Y con todas las armonías que atesoraba en sí, decía cantando en su lengua de pájaro:

¿Cómo, cómo
¡Oh Farizada, Farizada,
La de sonrisa de rosa!
¡Ah, ah! - ¡Ah, ah!
¿Cómo podré
Tener ganas
¡Oh noche! ¡Los ojos!
de escapar?
¡Ah, ah! - ¡Oh noche!
¡Yo sé, yo sé
Mejor que tú, mejor que tú
Quién eres, quién eres,
Farizada, Farizada!
¡Ah, ah! - ¡Ah, ah!
¡Los ojos! ¡oh noche! ¡Los ojos!
Mejor que tú, sé yo
Quién eres, quién eres,
Quién eres, quién eres,
Farizada, Farizada!
¡Los ojos! ¡los ojos! ¡los ojos!
¡Farizada, Farizada!
¡Tu esclavo soy,
Tu esclavo fiel,
Farizada, Farizada!

Así cantó ¡oh laúdes! el Pájaro que habla. Y Farizada, entusiasmada hasta el límite del entusiasmo, olvidó con ello sus penas y fatigas; y cogiendo la palabra al milagroso Pájaro que acababa de declararse esclavo suyo, se apresuró a decirle: "¡Oh Bulbul el-Hazar, oh maravilla del aire! ¡si eres mi esclavo, demuéstralo, demuéstralo!"
Y para responder, cantó Bulbul:

¡Farizada, Farizada,
ordena, ordena!
¡Porque oírte, porque oírte, porque oírte,
para mí es obedecerte!

Entonces Farizada le dijo que tenía que pedirle varias cosas, y empezó por rogarle que primero le indicara dónde se encontraba el Árbol que canta. Y Bulbul le dijo con sus cánticos que se dirigiera a la otra vertiente de la montaña. Y Farizada se dirigió a la vertiente opuesta a la que había franqueado, y miró. Y vió en medio de aquella vertiente un árbol tan inmenso, que hubiera podido su sombra cobijar todo un ejército. Y se asombró ella con toda su alma, y no supo cómo tenía que arreglarse para desarraigar y llevarse el tal árbol. Y Bulmul, que veía su perplejidad, le expresó, cantando, que no tenía necesidad de desarraigar el añoso árbol, sino que bastaba con cortar la rama más pequeña y plantarla en donde le pareciera, viéndola al punto echar raíces y convertirse en un árbol tan hermoso como el que veía. Y Farizada dirigióse al Árbol, y oyó el canto que se exhalaba de él. ¡Y comprendió que se hallaba en presencia del Árbol que canta! Porque ni la brisa en los jardines de Persia, ni los laúdes indios, ni las arpas de Siria, ni las guitarras de Egipto, produjeron jamás una armonía comparable al concierto de las mil bocas invisibles que había en las hojas de aquel Árbol músico.
Y cuando Farizada, repuesta ya del entusiasmo en que la había sumido aquella música, cogió una rama del Árbol que canta, regresó al lado de Bulbul y le rogó que le indicara dónde estaba el Agua Color de Oro. Y el Pájaro que habla le dijo que se dirigiera hacia Occidente y fuera a mirar detrás de la roca azul que vería allí. Y Farizada se dirigió hacia Occidente, y vió una roca de turquesa tenue. Y echó a andar por aquel lado, y detrás de la roca de turquesa tenue vió surgir un minúsculo arroyuelo semejante a oro en fusión. Y aquel agua, toda de oro, del arroyuelo emanado por la roca de turquesa, era más admirable todavía por ser transparente y fresca como el agua misma de los topacios.
Y en la roca, dentro de una cavidad, había un ánfora de cristal. Y Farizada cogió el ánfora y la llenó de agua espléndida. Y regresó al lado de Bulbul, con el ánfora de cristal al hombro y en la mano la rama cantarina.
Y así fué como Farizada la de sonrisa de rosa poseyó las tres cosas incomparables.
Y dijo a Bulbul: "¡Oh el más hermoso! todavía me queda por hacerte un ruego. ¡Y para que accedieras a él vine desde tan lejos en busca tuya!" Y como el Pájaro la invitase a hablar, dijo ella con temblorosa voz: "¡Mis hermanos, ¡oh Bulbul! mis hermanos!"
Cuando Bulbul oyó estas palabras se mostró muy preocupado. Porque sabía que no le era posible luchar con Los de lo Invisible y sus encantamientos, y que incluso él estaba siempre sometido a ellos. Pero pronto pensó que, puesto que la suerte había hecho triunfar a la princesa, podía en adelante sin temor servirla con exclusión de sus antiguos amos.
Y en respuesta, cantó:
¡Con gotas, con gotas, con gotas
Del Agua del ánfora de cristal,
¡Oh Farizada, oh Farizada!
Con gotas, con gotas, con gotas,
Riega, ¡oh rosa, oh rosa!
Riega, ¡oh rosa, oh rosa!
Con gotas, con gotas, con gotas,
¡Oh Farizada, oh Farizada!

Y Farizada cogió con una mano el ánfora de cristal y con la otra la jaula de oro de Bulbul y la rama cantarina, y empezó a bajar por la vereda. Y en cuanto encontraba una piedra de basalto negro la rociaba con algunas gotas de Agua Color de Oro. Y la piedra adquiría vida y se convertía en hombre. Y como no dejó pasar ninguna sin hacer lo propio, recuperó de tal suerte a sus hermanos. Y Farid y Faruz, libertados así, corrieron a besar a su hermana. Y todos los señores, a quienes ella había sacado de su sueño de piedra, fueron a besarle la mano. Y se declararon esclavos suyos. Y bajaron a la llanura todos juntos y de nuevo montaron en sus caballos cuando Farizada les hubo librado del encanto también. Y se encaminaron al lugar en que estaba el Árbol del Anciano. Pero el Anciano ya no estaba en la pradera, y el Árbol ya no estaba tampoco en la pradera. Y como Farizada le interrogase, contestó Bulbul con voz que se tornó grave de pronto: "¿Para qué quieres ver otra vez al Anciano, ¡oh Farizada!? Ha prestado a la hija de los hombres la enseñanza que encierra la vedija de lana que triunfa de las voces malas, de las voces odiosas, de las voces inoportunas y de todas las voces que turban el alma íntima y la impiden llegar a las cumbres. Y al igual que el maestro queda oscurecido por su enseñanza, el Anciano del Árbol ha desaparecido cuando te ha transmitido su sabiduría, ¡oh Farizada! Y en lo sucesivo no se adueñarán de tu alma los males que afligen a la mayoría de los hombres. Porque ya no entregarás tu alma a los acontecimientos exteriores, que sólo existen para quien se ocupa de ellos. ¡Y has aprendido a conocer la serenidad, que es madre de todas las bienandanzas!"
Así se expresó el Pájaro que habla, en el paraje donde se alzaba antes el Árbol del Anciano. Y todos se maravillaron de la belleza de su lenguaje y de la profundidad de sus pensamientos. Y el grupo que servía de cortejo a Farizada continuó su camino. Pero pronto empezó a disminuir, pues cuando uno tras otro encontraban el camino por donde habían llegado, los señores librados del encanto por Farizada iban a reiterarle la expresión de su gratitud, y besándole la mano se despedían de ella y de sus hermanos. Y en la noche del vigésimo día la princesa Farizada y los príncipes Farid y Faruz llegaron con seguridad a su morada.
En cuanto echaron pie a tierra Farizada se apresuró a colgar la jaula en un boscaje de su jardín. Y no bien Bulbul hubo lanzado la primera nota de su voz, todos los pájaros acudieron a mirarle, y al verle le saludaron a coro. Porque ruiseñores y pinzones, alondras y currucas, jilgueros y tórtolas, y todas las especies infinitas de los pájaros que habitan en los jardines, reconocieron al instante la supremacía de su hermosura. Y en voz alta y en voz baja, a manera de almeas, acompañaron con su gorjeo aquellas melopeas solitarias. Y siempre que daba fin a un trino bien hecho, manifestaban su entusiasmo con aclamaciones llenas de armonía en el lenguaje de las aves.
Y Farizada se acercó al estanque grande de alabastro, donde tenía costumbre de mirarse los cabellos, que eran de oro por un lado y de plata por otro, y vertió en él una gota del agua contenida en el ánfora de cristal. Y la gota de oro se hinchó y creció y se multiplicó en chispeantes surtidores, y no cesó de brotar y caer, llevando una frescura de gruta marina al aire incandescente.
Y con sus propias manos plantó Farizada la rama del Árbol que canta. Y al punto echó raíces la rama, y en unos instantes se convirtió en un árbol tan hermoso como aquel de donde fué cogida. Y se exhaló de él un canto tan lindo, que ni la brisa de los jardines de Persia, ni los laúdes indios, ni las arpas de Siria, ni las guitarras de Egipto podrían producir aquella celeste armonía. Y para escuchar a las mil bocas invisibles de las hojas musicales detuvieron su rumoroso curso los arroyos, callaron sus voces hasta las aves, y recogió sus sedas la brisa vagabunda de las avenidas.
Y en la morada recomenzó una vida con días de dichosa monotonía. Y Farizada reanudó sus paseos por los jardines, deteniéndose largas horas a charlar con el Pájaro que habla, a escuchar al Árbol que canta y a mirar al Agua Color de Oro. Y Farid y Faruz se entregaron a sus partidas de caza y a sus cabalgatas.
Pero un día, en la selva, al pasar por una vereda tan estrecha que no pudieron separarse a tiempo, ambos hermanos se encontraron con el sultán, que estaba cazando...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y cuando llegó la 780ª noche

Ella dijo:
"... Pero un día, en la selva, al pasar por una vereda tan estrecha que no pudieron separarse a tiempo, ambos hermanos se encontraron con el sultán, que estaba cazando. Y a toda prisa apeáronse de los caballos y se prosternaron con la frente en tierra. Y el sultán, en el límite de la sorpresa al ver en aquella selva a dos jinetes que no conocía y vestidos tan ricamente como los de su séquito, tuvo curiosidad por verles la cara, y les dijo que se levantaran. Y se pusieron de pie ambos hermanos, y se mantuvieron entre las manos del sultán en una actitud llena de nobleza que cuadraba maravillosamente con su aspecto respetuoso. Y al sultán le conmovió su hermosura, y estuvo algún tiempo admirándoles sin hablar y considerándoles desde la cabeza hasta los pies. Luego les preguntó quiénes eran y dónde vivían. Porque su corazón sentíase atraído hacia ellos y se había emocionado. Y contestaron: "¡Oh rey del tiempo! somos hijos de tu difunto esclavo el antiguo intendente de los jardines. ¡Y vivimos cerca de aquí, en la casa que debemos a tu generosidad!" Y el sultán se alegró mucho de conocer a los hijos de su fiel servidor; pero le asombró que no se hubiesen presentado en palacio hasta aquel día para formar parte de su séquito. Y contestaron: "¡Oh rey del tiempo! ¡Perdónanos porque hasta el día nos hayamos abstenido de presentarnos entre tus generosas manos; pero tenemos una hermana, la menor de nosotros, que es la última recomendación de nuestro padre y por la cual velamos con tanto cariño que no podemos pensar en abandonarla!" Y el sultán quedó en extremo conmovido de aquella unión fraternal, y cada vez se felicitó más por su encuentro, diciéndose: "¡Jamás hubiese creído que existieran en mi reino jóvenes tan cumplidos y tan desprovistos de ambición a la vez!" Y sintió un deseo irresistible de visitarles en su morada para refrescarse mejor los ojos con su contemplación. Y así se lo manifestó en seguida a ambos jóvenes, que respondieron con el oído y la obediencia, y se apresuraron a darle escolta. Y el príncipe Farid pronto tomó la delantera para advertir a su hermana Farizada la llegada del sultán.
Y Farizada, que no tenía costumbre de recibir gente, no supo cómo comportarse para hacer dignamente los honores de su casa al sultán. Y en esta perplejidad, no halló nada mejor que ir a consultar a su amigo Bulbul, el pájaro que habla. Y le dijo: "¡Oh Bulbul! el sultán nos ha hecho el honor de venir a ver nuestra casa, y debemos obsequiarle. ¡Date prisa en decirme cómo podremos corresponder de manera que salga contento de nuestra casa!" Y contestó Bulbul: "¡Oh mi señora! Inútil es que la cocinera prepare bandejas y bandejas de manjares. Porque no hay más que un plato que convenga hoy al sultán, y es preciso servírselo. ¡Y es un plato de cohombros rellenos de perlas!" Y Farizada quedó asombrada, y creyendo que al Pájaro se le había trabado la lengua, exclamó: "¡Pájaro! ¡Pájaro! ¡No sabes lo que dices! ¡Cohombros rellenos de perlas! ¡Pero si eso es un guiso nunca oído! ¡Si el rey nos hace el honor de asistir a una comida en nuestra casa, sin duda es para comer y no para tragar perlas! ¡Por lo visto, quieres decir "un plato de cohombros con relleno de arroz!, ¡oh Bulbul!" Pero el Pájaro que habla exclamó, impaciente: "¡Nada de eso! ¡Nada de eso! ¡Nada de eso! ¡Nada de eso! ¡Relleno de perlas, de perlas, de perlas! ¡Pero no de arroz, no de arroz, no de arroz!"
Y Farizada, que tenía plena confianza en el milagroso Pájaro, se apresuró a dar orden a la vieja cocinera de preparar el plato de cohombros con perlas. Y como no faltaban perlas en la morada, no fué difícil encontrarlas en una cantidad lo bastante grande para preparar el plato.
Entretanto hizo su entrada en el jardín el sultán, acompañado del príncipe Faruz. Y Farid, que le esperaba en el umbral, le tuvo el estribo y le ayudó a echar pie a tierra. Y Farizada la de sonrisa de rosa, con el rostro velado por primera vez (pues se lo había recomendado Bulbul), fué a besarle la mano. Y el sultán quedó en extremo conmovido de su gracia y de la pureza de jazmín que exhalaba toda ella, y al pensar en su vejez sin posteridad, lloró. Luego dijo, bendiciéndola: "¡Quien deja posteridad no muere! ¡Alah te conceda ¡oh padre de tan hermosos hijos! un sitio escogido a Su diestra entre los Bienaventurados!" Después añadió, posando de nuevo sus miradas en Farizada, inclinada: "¡Y tú, ¡oh hija de mi servidor, oh tallo perfumado! condúcenos a algún sombrajo delicioso que nos resguarde del calor!"
Y precedido por la temblorosa Farizada, y seguido de ambos hermanos el sultán echó a andar en pos de la frescura.
! Y lo primero que hirió los ojos del sultán Khosru Schah fue el surtidor de Agua Color de Oro. Y se detuvo un momento a mirarlo con admiración, y exclamó: "¡Agua maravillosa, la que tanto complace a la vista!" Y se adelantó para contemplarla más de cerca, y de pronto percibió el concierto del Árbol que canta. Y prestó oído entusiasmado a aquella música que caía del cielo, y estuvo largo rato escuchándola. Luego exclamó. "¡Oh! ¡Jamás oí semejante música!" Y cuando, para escucharla mejor, avanzaba en la dirección por donde creía encontrarla, he aquí que la música cesó, y un gran silencio adormeció todo el jardín. Y del seno de aquel gran silencio se elevó la voz del Pájaro que habla, y con un cántico solitario, brillante y entusiasta. Y decía: ¡Bienvenido -el sultán- Khosrú Schah! ¡Bienvenido! ¡bienvenido! ¡bienvenido!" Y tras la última nota emitida por aquella voz que encantaba el aire todo el coro de pájaros contestó en su lenguaje: "¡Bienvenido! ¡bienvenido! ¡bienvenido!"
Y el sultán Khosrú Schah quedó maravillado de todo aquello, y su alma, ya tan conmovida por cuanto había sentido en tan poco tiempo, llegó a una ternura sin límites. Y exclamó él: "¡He aquí la casa de la dicha! ¡Oh! daría mi poderío y mi trono por habitar con vosotros, ¡oh hijos de mi intendente!" Luego, cuando se disponía a interrogar a Farizada y a sus hermanos acerca de la procedencia de aquellas maravillas, de que no llegaba a darse cuenta exacta, le enseñaron el Árbol que canta y el Pájaro que habla. Y Farizada le dijo: "¡En cuanto a la procedencia de estas maravillas, es una historia que contaré a nuestro amo el sultán cuando descanse!"
E invitó al sultán a sentarse bajo el boscaje mismo que servía de cobijo a Bulbul, y adonde acababan de servir la comida en una bandeja grande. Y el sultán se sentó bajo el boscaje en el sitio de honor. Y en un plato de oro le ofrecieron los cohombros con perlas.
Y el sultán, a quien, por cierto, le gustaban mucho los cohombros rellenos, cuando los vió en el plato, que por sí misma le ofrecía Farizada, se emocionó con aquella atención que no esperaba. Pero no tardó en llegar al límite del asombro al ver que, en vez de estar rellenos, como es corriente, con arroz y alfónsigos, los cohombros estaban condimentados con perlas. Y dijo a Farizada y a sus hermanos: "¡por vida mía! ¡qué novedad en el condimento de los cohombros! ¿y desde cuándo reemplazan las perlas al arroz y a los alfónsigos?" y ya estaba Farizada a punto de soltar el plato y huir llena de confusión, cuando el Pájaro que habla, levantando la voz, llamó al sultán por su nombre, diciéndole: "¡Oh amo nuestro Khosrú Schah!" Y el sultán alzó la cabeza hacia el Pájaro, que continuó con voz grave:
"¡Oh amo nuestro Khosrú Schah! ¿Y desde cuándo pueden convertirse en animales al nacer los hijos de un sultán de Persia? ¡Si antaño ¡oh rey del tiempo! creíste cosa tan increíble, no tienes derecho a asombrarte de cosa tan sencilla como la de hoy!" Luego añadió: "¡Acuérdate ¡oh amo nuestro! de las palabras que hace veinte años oíste una noche en cierta morada humilde! ¡Si las olvidaste, ¡oh amo nuestro! permite al esclavo de Farizada que te las repita!"
Y con voz semejante a la dulce habla de las vírgenes, el Pájaro dijo: "¡Oh hermanas mías! ¡cuando yo sea la esposa del sultán le daré una posteridad bendita! ¡Porque los hijos que Alah hará nacer de nuestra unión serán de todo punto dignos de su padre; y la hija que refrescará nuestros ojos será una sonrisa del cielo mismo! ¡Sus cabellos serán de oro por un lado y de plata por otro; sus lágrimas, cuando llore, serán perlas; sus risas, dinares de oro, y sus sonrisas, botones de rosa!"
Al oír estas palabras, el sultán escondió la cabeza entre las manos y empezó a sollozar. Y su antiguo dolor se hizo más vivo que en los días amargos del pasado. Y todos los pensamientos acumulados en el fondo de su alma desesperada afluyeron a su corazón de pronto, y lo desgarraron. Pero en seguida se elevó de nuevo la voz de Bulbul, cantarina de alegría. Y decía: "¡Levanta tus velos, ¡oh Farizada! ante tu padre!"
Y Farizada, que no sabía desobedecer la voz de su amigo, se levantó los velos. Y con ellos se desprendió la banda que sujetaba su cabellera. Y el sultán, al ver aquello, se incorporó con los brazos en alto, dando un grito horrible. Y le gritó la voz de Bulbul: "Es tu hija, ¡oh rey!" Porque por un lado eran de oro los cabellos de la joven y por el otro lado eran de plata; y en sus párpados había dos perlas de júbilo, y en su boca un botón de rosa.
Y en el mismo momento miró el rey a los dos hermanos, que eran hermosos. Y se reconoció en ellos. Y le gritó la voz de Bulbul: "Son tus hijos, ¡oh rey!"
Y mientras el sultán Khosrú Schah permanecía aún inmóvil de emoción, el Pájaro que habla le contó rápidamente, así como a sus hijos, su verdadera historia, desde el principio hasta el fin, sin olvidar ni un detalle. Pero no hay utilidad en repetirla.
Y antes de que acabara su relato, el sultán y sus hijos, reunidos unos en brazos de otros, mezclaban ya sus lágrimas y sus besos. ¡Loores a Alah, el Magno, el Insondable, que reúne después de separar!
Y cuando se repusieron un poco de su emoción, el sultán dijo: "¡Oh hijos míos, vamos a toda prisa en busca de vuestra madre!" Pero ¡oh oyentes míos renunciemos a describir lo que pasó cuando la pobre madre, que vivía solitaria en el fondo de su mazmorra, volvió a ver a su esposo el sultán, y se reconoció madre de Farizada la de sonrisa de rosa y de sus hermanos los dos jóvenes espléndidos. Y sean dadas gracias a Alah, cuya bondad es infinita y cuya justicia no defrauda nunca; a Alah, que hizo morir de rabia, en el día del triunfo, a las dos hermanas envidiosas, y que deparó las más prolongadas delicias y la vida llena de dicha al rey Khosrú Schah, a su esposa la sultana, al hermoso príncipe Farid, al hermoso príncipe Faruz y a la hermosa princesa Farizada, hasta que llegó la Separadora de amigos y la Destructora de sociedades. Y gloria a Aquel que en su eternidad no conoce la mudanza.
Y es ésta la maravillosa historia de Farizada la de sonrisa de rosa. ¡Pero Alah es más sabio!

miércoles, marzo 19, 2025

49 La parábola de la verdadera ciencia de la vida

Hace parte de
  49 La parábola de la verdadera ciencia de la vida      




LA PARABOLA DE LA VERDADERA CIENCIA DE LA VIDA

Cuentan que en una ciudad entre las ciudades, donde se enseñaban todas las ciencias, vivía un joven que era hermoso y estudioso. Y aunque nada faltara a la felicidad de su vida, le poseía el deseo de aprender siempre más. Un día, merced al relato de un mercader viajero, le fué revelado que en cierto país muy lejano existía un sabio que era el hombre más santo del Islam y que él solo poseía tanta ciencia, sabiduría y virtud como todos los sabios del siglo reunidos. Y se enteró de que  aquel sabio, a pesar de su fama, ejercía sencillamente el oficio de herrero, que su padre y su abuelo habían ejercido antes que él. Y cuando hubo oído estas palabras entró en su casa, cogió sus sandalias, su alforja y su báculo, y abandonó inmediatamente su ciudad y sus amigos, y se encaminó al país lejano en que vivía el santo maestro, con objeto de ponerse bajo su dirección y adquirir un poco de su ciencia y de su sabiduría. Y anduvo durante cuarenta días y cuarenta noches, y después de muchos peligros y fatigas, gracias a la seguridad que escribiole Alah, llegó a la ciudad del herrero.
Al punto fué al zoco de los herreros y se presentó a aquel cuya tienda le habían indicado todos los transeúntes. Y luego de besarle la orla del traje, se mantuvo de pie delante de él en actitud de respeto. Y el herrero, que era un hombre de edad, con el rostro marcado por la bendición, le preguntó: "¿Qué deseas, hijo mío?" El otro contestó: "¡Aprender ciencia!" Y el herrero, por toda respuesta, le puso entre las manos la cuerda del fuelle de fragua y le dijo que tirara. Y el nuevo discípulo contestó con el oído y la obediencia, y al punto se puso a estirar y aflojar la cuerda del fuelle, sin interrupción, desde el momento de su llegada hasta la puesta del sol. Y al día siguiente se dedicó al mismo trabajo, así como los días posteriores, durante semanas, meses y todo un año, sin que nadie en la fragua, ni el maestro ni los numerosos discípulos, cada uno de los cuales tenía una tarea tan ruda como la suya, le dirigiesen una sola vez la palabra, y sin que nadie se quejase ni siquiera murmurase de aquel duro trabajo silencioso. Y de tal suerte pasaron cinco años. Y un día el discípulo se aventuró muy tímidamente a abrir la boca, y dijo: "¡Maestro!" Y el herrero interrumpió su trabajo. Y en el límite de la ansiedad, hicieron lo mismo todos los discípulos. Y el herrero, en medio del silencio de la fragua, se encaró con el joven, y le preguntó: "¿Qué quieres?"
El otro dijo: "¡Ciencia!" Y el herrero dijo: "¡Tira de la cuerda!" Y sin pronunciar una palabra más, reanudó el trabajo de la fragua. Y transcurrieron otros cinco años, durante los cuales, desde por la mañana hasta por la noche, el discípulo tiró de la cuerda del fuelle sin interrupción y sin que nadie le dirigiese la palabra ni una sola vez. Pero cuando alguno de los discípulos tenía necesidad de un informe acerca de algo, le estaba permitido escribir la demanda y presentársela al maestro por la mañana al entrar en la fragua. Y sin leer nunca el escrito, el maestro lo arrojaba al fuego de la fragua o se lo metía entre los pliegues del turbante. Si arrojaba al fuego el escrito, sin duda era porque la demanda no merecía respuesta. Pero si colocaba el papel en el turbante, el discípulo que se lo había presentado encontraba por la noche la respuesta del maestro escrita con caracteres de oro en la pared de su celda.
Cuando transcurrieron diez años, el viejo herrero se acercó al joven y le tocó en el hombro. Y por primera vez, desde hacía diez años, soltó el joven la cuerda del fuelle de fragua. Y descendió a él una gran alegría. Y el maestro le habló, diciendo: "Hijo mío, ya puedes volver a tu país y a tu morada llevando en tu corazón toda la ciencia del mundo y de la vida. ¡Pues todo eso adquiriste al adquirir la virtud de la paciencia!"
Y le dió el beso de paz. Y el discípulo regresó iluminado a su país, entre sus amigos; y vió claro en la vida.

48 P5 Aladino y la lámpara mágica - cuarta de cinco partes

Hace parte de 

  48 Aladino y la lámpara mágica




Pero cuando llegó la 768ª noche

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Ella dijo:
"... Y salió de la ciudad, y comenzó a errar por el campo, sin saber lo que hacía. Y de tal suerte llegó a orillas de un gran río, presa de la desesperación, y diciéndose: "¿Dónde hallarás tu palacio, Aladino, y a tu esposa Badrú'l-Budur, ¡oh pobre!? ¿A qué país desconocido irás a buscarla, si es que está viva todavía? ¿Y acaso sabes siquiera cómo ha desaparecido?" Y con el alma oscurecida por estos pensamientos, y sin ver ya más que tinieblas y tristeza delante de sus ojos, quiso arrojarse  al agua y ahogar allí su vida y su dolor. ¡Pero en aquel momento se acordó de que era un musulmán, un creyente, un puro! Y dió fe de la unidad de Alah y de la misión de Su Enviado. Y reconfortado con su acto de fe y su abandono a la voluntad del Altísimo, en lugar de arrojarse al agua se dedicó a hacer sus abluciones para la plegaria de la tarde. Y se puso en cuclillas a la orilla del río y cogió agua en el hueco de las manos y se puso a frotarse los dedos y las extremidades. Y he aquí que, al hacer estos movimientos, frotó el anillo que le había dado en la cueva el maghrebín. Y en el mismo momento apareció el efrit del anillo, que se prosternó ante él, diciendo "¡Aquí tienes entre tus manos a tu esclavo! ¿Qué quieres? Habla. ¡Soy el servidor del anillo en la tierra, en el aire y en el agua!" Y Aladino reconoció perfectamente, por su aspecto repulsivo y por su voz aterradora, al efrit que en otra ocasión hubo de sacarle del subterráneo. Y agradablemente sorprendido por aquella aparición, que estaba tan lejos de esperarse en el estado miserable en que se encontraba, interrumpió sus abluciones y se irguió sobre ambos pies, y dijo al efrit: "¡Oh efrit del anillo, oh compasivo, oh excelente! ¡Alah te bendiga y te tenga en su gracia! Pero apresúrate a traerme mi palacio y mi esposa, la princesa Badrú'l-Budur!" Pero el efrit del anillo le contestó: "¡Oh dueño del anillo! ¡lo que me pides no está en mi facultad, porque en la tierra, en el aire y en el agua yo sólo soy servidor del anillo! ¡Y siento mucho no poder complacerte en esto, que es de la competencia del servidor de la lámpara! ¡A tal fin, no tienes más que dirigirte a ese efrit, y él te complacerá!"
Entonces Aladino, muy perplejo, le dijo: "¡En ese caso, ¡oh efrit del anillo! y puesto que no puedes mezclarte en lo que no te incumbe, transportando aquí el palacio de mi esposa, por las virtudes del anillo a quien sirves te ordeno que me transportes a mí mismo al paraje de la tierra en que se halla mi palacio, y me dejes, sin hacerme sufrir sacudidas, debajo de las ventanas de mi esposa, la princesa Badrú'l-Budur!"
Apenas había formulado Aladino esta petición, el efrit del anillo contestó con el oído y la obediencia, y en el tiempo que se tarda solamente en cerrar un ojo y abrir un ojo, le transportó al fondo del Maghreb, en medio de un jardín magnífico, donde se alzaba, con su hermosura arquitectural, el palacio de Badrú'l-Budur. Y le dejó con mucho cuidado debajo de las ventanas de la princesa, y desapareció.
Entonces, a la vista de su palacio, sintió Aladino dilatársele el corazón y tranquilizársele el alma y refrescársele los ojos. Y de nuevo entraron en él la alegría y la esperanza. Y de la misma manera que está preocupado y no duerme quien confía una cabeza al vendedor de cabezas cocidas al horno, así Aladino, a pesar de sus fatigas y sus penas, no quiso descansar lo más mínimo. Y se limitó a elevar su alma hacia el Creador para darle gracias por sus bondades y reconocer que sus designios son impenetrables para las criaturas limitadas. Tras de lo cual se puso muy en evidencia debajo de las ventanas de su esposa Badrú'l-Budur.
Y he aquí que, desde que fué arrebatada con el palacio por el mago maghrebín, la princesa tenía la costumbre de levantarse todos los días a la hora del alba, y se pasaba el tiempo llorando y las noches en vela, poseída de tristes pensamientos en su dolor por verse separada de su padre y de su esposo bienamado, además de todas las violencias de que la hacía víctima el maldito maghrebín, aunque sin ceder ella. Y no dormía, ni comía, ni bebía. Y aquella tarde, por decreto del destino, su servidora había entrado a verla para distraerla. Y abrió una de las ventanas de la sala de cristal, y miró hacia fuera, diciendo: "¡Oh mi señora! ¡ven a ver cuán hermosos están los árboles y cuán delicioso es el aire esta tarde!" Luego lanzó de pronto un grito, exclamando: "¡Ya setti, ya setti! ¡He ahí a mi amo Aladino, he ahí a mi amo Aladino! ¡Está bajo las ventanas del palacio! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 769ª noche

Ella dijo:
"¡... Ya setti, ya setti ! ¡He ahí a mi amo Aladino, he ahí a mi amo Aladino! ¡Está bajo las ventanas del palacio!"
Al oír estas palabras de su servidora, Badrú'l-Budur se precipitó a la ventana, y vió a Aladino, el cual la vió también. Y casi enloquecieron ambos de alegría. Y fué Badrú'l-Budur la primera que pudo abrir la boca, y gritó a Aladino: "¡Oh querido mío! ¡ven pronto, ven pronto! ¡mi servidora va a bajar para abrirte la puerta secreta! ¡Puedes subir aquí sin temor! ¡El mago maldito está ausente por el momento!" Y cuando la servidora le hubo abierto la puerta secreta, Aladino subió al aposento de su esposa y la recibió en sus brazos. Y se besaron, ebrios de alegría, llorando y riendo. Y cuando estuvieron un poco calmados se sentaron uno junto al otro, y Aladino dijo a su esposa: "¡Oh Badrú'l-Budur! ¡antes de nada tengo que preguntarte qué ha sido de la lámpara de cobre que dejé en mi cuarto sobre una mesilla antes de salir de caza!" Y exclamó la princesa: "¡Oh! ¡querido mío, esa lámpara precisamente es la causa de nuestra desdicha! ¡Pero todo ha sido por mi culpa, sólo por mi culpa!" Y contó a Aladino cuanto había ocurrido en el palacio desde su ausencia, y cómo, por reírse de la locura del vendedor de lámparas, había cambiado la lámpara de la mesilla por una lámpara nueva, y todo lo que ocurrió después, sin olvidar un detalle. Pero no hay utilidad en repetirlo. Y concluyó diciendo: "Y sólo después de transportarnos aquí con el palacio es cuando el maldito maghrebín ha venido a revelarme que, por el poder de su hechicería y las virtudes de la lámpara cambiada, consiguió arrebatarme a tu afecto con el fin de poseerme. ¡Y me dijo que era maghrebín y que estábamos en Maghreb, su país!"
Entonces Aladino, sin hacerle el menor reproche, le preguntó: "¿Y qué desea hacer contigo ese maldito?" Ella dijo: "Viene una vez al día, nada más, a hacerme una visita, y trata por todos los medios de seducirme. ¡Y como está lleno de perfidia, para vencer mi resistencia no ha cesado de afirmarme que el sultán te había hecho cortar la cabeza por impostor, y que, al fin y al cabo, no eras más que el hijo de una pobre gente, de un miserable sastre llamado Mustafá, y que sólo a él debías la fortuna y los honores de que disfrutabas! Pero hasta ahora no ha recibido de mí, por toda respuesta, más que el silencio del desprecio y que le vuelva la espalda. ¡Y se ha visto obligado a retirarse siempre con las orejas caídas y la nariz alargada! ¡Y a cada vez temía yo que recurriese a la violencia! Pero hete aquí ya. ¡Loado sea Alah!"
Y Aladino le dijo: "Dime ahora ¡oh Badrú'l-Budur! en qué sitio del palacio está escondida, si lo sabes, la lámpara que consiguió arrebatarme ese maldito maghrebín". Ella dijo: "Nunca la deja en el  palacio, sino que la lleva en el pecho continuamente. ¡Cuántas veces se la he visto sacar en mi presencia para enseñármela como un trofeo!"
Entonces Aladino le dijo: "¡Está bien! pero ¡por tu vida, que no ha de seguir enseñándotela mucho tiempo! ¡Para eso únicamente te pido que me dejes un instante sólo en esta habitación!" Y Badrú'l-Budur salió de la sala y fué a reunirse con sus servidoras.
Entonces Aladino frotó el anillo mágico que llevaba al dedo, y dijo al efrit que se presentó: "¡Oh efrit del anillo! ¿conoces las diversas especies de polvos soporíferos?" El efrit contestó: "Es lo que mejor conozco!" Aladino dijo: "¡En ese caso te ordeno que me traigas una onza de bang cretense, una sola toma del cual sea capaz de derribar a un elefante!" Y desapareció el efrit, pero para volver al cabo de un momento, llevando en los dedos una cajita, que entregó a Aladino, diciéndole: "¡Aquí tienes, ¡oh amo del anillo! bang cretense de la calidad más fina!" Y se fué.
Aladino llamó a su esposa Badrú'l-Budur, y le dijo. "¡Oh mi señora Badrú'l-Budur! si quieres que triunfemos de ese maldito maghrebín, no tienes más que seguir el consejo que voy a darte. ¡Y te advierto que el tiempo apremia, pues me has dicho que el maghrebín estaba a punto de llegar para intentar seducirte! ¡He aquí, pues, lo que tendrás que hacer!" Y le dijo: "¡Harás estas cosas, y le dirás estas otras cosas!" Y le dió amplias instrucciones respecto a la conducta que debía seguir con el mago. Y añadió: "En cuanto a mí, voy a ocultarme en este arca. ¡Y saldré en el momento oportuno!" Y le entregó la cajita de bang, diciendo: "¡No te olvides de lo que acabo de indicarte!" Y la dejó para ir a encerrarse en el arca.
Entonces la princesa Badrú'l-Budur, a pesar de la repugnancia que le producía desempeñar el papel consabido, no quiso perder la oportunidad de vengarse del mago, y se propuso seguir las instrucciones de su esposo Aladino. Se levantó, pues, y mandó a sus mujeres que la peinaran y la pusieran el tocado que sentaba mejor a su cara de luna, y se hizo vestir con el traje más hermoso de sus arcas. Luego se ciñó el talle con un cinturón de oro incrustado de diamantes, y se adornó el cuello con un collar de perlas dobles de igual tamaño, excepto la de en medio, que tenía el volumen de una nuez; y en las muñecas y en los tobillos se puso pulseras de oro con pedrerías que casaban maravillosamente con los colores de los demás adornos. Y perfumada y semejante a una hurí, se miró enternecida en su espejo, mientras sus mujeres maravillábanse de su belleza y prorrumpían en exclamaciones de admiración. Y se tendió perezosamente en los almohadones, esperando la llegada del mago...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 770ª noche

Ella dijo:
"... Y se tendió perezosamente en los almohadones, esperando la llegada del mago.
No dejó éste de ir a la hora anunciada. Y la princesa, contra lo que acostumbraba, se levantó en honor suyo, y con una sonrisa le invitó a sentarse junto a ella en el diván. Y el maghrebín, muy emocionado por aquel recibimiento, y deslumbrado por el brillo de los hermosos ojos que le miraban y por la belleza arrebatadora de aquella princesa tan deseada, sólo se permitió sentarse al borde del diván por cortesía y deferencia. Y la princesa, siempre sonriente, le dijo: "¡Oh mi señor! no te asombres de verme hoy tan cambiada, porque mi temperamento, que por naturaleza es muy refractario a la tristeza, ha acabado por sobreponerse a mi pena y a mi inquietud. Y además, he reflexionado sobre tus palabras con respecto a mi esposo Aladino, y ahora estoy convencida de que ha muerto a causa de la terrible cólera de mi padre el rey.
¡Lo que está escrito ha de ocurrir! Y mis lágrimas y mis pesares no darán vida a un muerto. Por eso he renunciado a la tristeza y al duelo y he resuelto no rechazar ya tus proposiciones y tus bondades. ¡Y ése es el motivo de mi cambio de humor!" Luego añadió: "¡Pero aun no te he ofrecido los refrescos de amistad!" Y se levantó, ostentando su deslumbradora belleza, y se dirigió a la mesa grande en que estaba la bandeja de los vinos y sorbetes, y mientras ella llamaba a una de sus servidoras para que sirviera la bandeja, echó un poco de bang cretense en la copa de oro que había en la bandeja. Y el maghrebín no sabía cómo darle gracias por sus bondades. Y cuando se acercó la doncella con la bandeja de los sorbetes, cogió él la copa y dijo a Badrú'l-Budur: "¡Oh princesa! ¡por muy deliciosa que sea esta bebida no podrá refrescarme tanto como la sonrisa de tus ojos!" Y tras de hablar así se llevó la copa a los labios y la vació de un solo trago, sin respirar. ¡Pero al instante fué a caer sobre el tapiz con la cabeza antes que con los pies, a las plantas de Badrú'l-Budur!
Al ruido de la caída Aladino lanzó un inmenso grito de triunfo y salió del armario para correr en seguida hacia el cuerpo inerte de su enemigo. Y se precipitó sobre él, le abrió la parte superior del traje y le sacó del pecho la lámpara que estaba allí escondida. Y se encaró con Badrú'l-Budur, que acudía a besarle en el límite de la alegría, y le dijo: "¡Te ruego que me dejes solo otra vez! ¡Porque ha de terminarse hoy todo!" Y cuando se alejó Badrú'l-Budur, frotó la lámpara en el sitio que sabía, y al punto vió aparecer al efrit de la lámpara, quien, después de la fórmula acostumbrada, esperó la orden. Y Aladino le dijo: "¡Oh efrit de la lámpara! ¡por las virtudes de esta lámpara que sirves, te ordeno que transportes este palacio, con todo lo que contiene, a la capital del reino de la China, situándolo exactamente en el mismo lugar de donde lo quitaste para traerlo aquí! ¡Y hazlo de manera que el transporte se efectúe sin conmoción, sin contratiempos y sin sacudidas!" Y el genni contestó: "¡Oír es obedecer!" Y desapareció. Y en el mismo momento, sin tardar más tiempo del que se necesita para cerrar un ojo y abrir un ojo, se hizo el transporte, sin que nadie lo advirtiera; porque apenas si se hicieron sentir dos ligeras agitaciones, una al salir y otra a la llegada.
Entonces Aladino, después de comprobar que el palacio estaba en realidad frente por frente al palacio del sultán, en el sitio que ocupaba antes, fué en busca de su esposa Badrú'l-Budur, y la besó mucho, y le dijo: "¡Ya estamos en la ciudad de tu padre! ¡Pero, como es de noche, más vale que esperemos a mañana por la mañana para ir a anunciar al sultán nuestro regreso! Por el momento, no pensemos más que en regocijarnos con nuestro triunfo y con nuestra reunión, ¡oh Badrú'l-Budur!" Y como desde la víspera Aladino aun no había comido nada, se sentaron ambos y se hicieron servir por los esclavos una comida suculenta en la sala de las noventa y nueve ventanas cruzadas. Luego pasaron juntos aquella noche en medio de delicias y dicha.
Al día siguiente salió de su palacio el sultán para ir, según su costumbre, a llorar por su hija en el paraje donde no creía encontrar más que las zanjas de los cimientos. Y muy entristecido y dolorido, echó una ojeada por aquel lado, y se quedó estupefacto al ver ocupado de nuevo el sitio del meidán por el palacio magnífico, y no vacío, como él se imaginaba. Y en un principio creyó que sería efecto de la niebla o de algún ensueño de su espíritu inquieto, y se frotó los ojos varias veces. Pero como la visión subsistía siempre, ya no pudo dudar de su realidad, y sin preocuparse de su dignidad de sultán echó a correr agitando los brazos y lanzando gritos de alegría, y atropellando a guardias y porteros subió la escalera de alabastro sin tomar aliento, no obstante su edad, y entró en la sala de la bóveda de cristal con noventa y nueve ventanas, en la cual precisamente esperaban su llegada, sonriendo, Aladino y Badrú'l-Budur. Y al verle se levantaron ambos y corrieron a su encuentro. Y besó él a su hija, derramando lágrimas de alegría y en el límite de la ternura; y ella también...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y cuando llegó la 771ª noche

Ella dijo:
"... Y besó a su hija, derramando lágrimas de alegría y en el límite de la ternura; y ella también. Y cuando pudo abrir la boca y articular una palabra, dijo: "¡Oh hija mía! veo con asombro que no se te ha demudado el rostro ni se te ha puesto la tez más amarilla, a pesar de todo lo sucedido desde el día en que te vi por última vez! ¡Sin embargo, ¡oh hija de mi corazón! debes haber sufrido mucho, y no habrás visto sin alarmas y terribles angustias cómo te transportaban de un sitio a otro con todo el palacio! ¡Porque, nada más que con pensarlo, yo mismo me siento invadido por el temblor y el espanto! ¡Date prisa, pues, ¡oh hija mía! a explicarme el motivo de tan escaso cambio en tu fisonomía, y a contarme, sin ocultarme nada, cuanto te ha ocurrido desde el comienzo hasta el fin!"
Badrú'l-Budur contestó: "¡Oh padre mío! has de saber que si se me ha demudado tan poco el rostro es porque ya he ganado lo que había perdido con mi alejamiento de ti y de mi esposo Aladino. Pues la alegría de volver a encontraros a ambos me devuelve mi frescura y mi color de antes. Pero he sufrido y he llorado mucho, tanto por verme arrebatada a tu afecto y al de mi esposo bienamado, como por haber caído en poder de un maldito mago maghrebín, que es el causante de todo lo que ha sucedido, y que me decía cosas desagradables y quería seducirme después de raptarme. ¡Pero todo fué por culpa de mi atolondramiento, que me impulsó a ceder a otro lo que no me pertenecía!" Y en seguida contó a su padre toda la historia con los menores detalles, sin olvidar nada. Pero no hay ninguna utilidad en repetirla. Y cuando acabó de hablar, Aladino, que no había abierto la boca hasta entonces, se encaró con el sultán, estupefacto hasta el límite de la estupefacción, y le mostró, detrás de una cortina, el cuerpo inerte del mago, que tenía la cara toda negra por efecto de la violencia del bang, y le dijo: "¡He aquí al impostor, causante de nuestra pasada desdicha y de mi caída en desgracia! ¡Pero Alah le ha castigado!"
Al ver aquello, el sultán, enteramente convencido de la inocencia de Aladino, le besó muy tiernamente oprimiéndole contra su pecho y le dijo: "¡Oh hijo mío Aladino! ¡no me censures con exceso por mi conducta para contigo, y perdóname los malos tratos que te infligí! ¡Porque merece alguna excusa el afecto que experimento por mi hija única Badrú'l-Budur, y bien sabes que el corazón de un padre está lleno de ternura, y que hubiese preferido yo perder todo mi reino antes que un cabello de la cabeza de mi hija bienamada!" Y contestó Aladino: "Verdaderamente, tienes excusa, ¡oh padre de Badrú'l-Budur! porque sólo el afecto que sientes por tu hija, a la cual creías perdida por mi culpa, te hizo usar conmigo procedimientos enérgicos. Y no tengo derecho a reprocharte de ninguna manera. Porque a mí me correspondía prevenir las asechanzas pérfidas de ese infame mago y tomar precauciones contra él. ¡Y no te darás cuenta bien de toda su malicia hasta que, cuando tenga tiempo, te relate yo la historia de cuanto me ocurrió con él!"
Y el sultán besó a Aladino una vez más, y le dijo: "En verdad ¡oh Aladino! que es absolutamente preciso que busques ocasión de contarme todo eso. ¡Pero aun es más urgente desembarazarse ya del espectáculo de ese cuerpo maldito que yace inanimado a nuestros pies, y regocijarnos juntos con tu triunfo!" Y Aladino dió orden a sus efrits jóvenes de que se llevaran el cuerpo del maghrebín y lo quemaran en medio de la plaza del meidán sobre un montón de estiércol y echaran las cenizas en el hoyo de la basura. Lo cual se ejecutó puntualmente en presencia de toda la ciudad reunida, que se alegraba de aquel castigo merecido y de la vuelta del emir Aladino a la gracia del sultán.
Tras de lo cual, por medio de los pregoneros, que iban seguidos por tañedores de clarinetes, de timbales y de tambores, el sultán hizo anunciar que daba libertad a los presos en señal de regocijo público; y mandó repartir muchas limosnas a los pobres y a los menesterosos. Y por la noche hizo iluminar toda la ciudad, así como su palacio y el de Aladino y Badrú'l-Budur. Y así fué cómo Aladino, merced a la bendición que llevaba consigo, escapó por segunda vez a un peligro de muerte. Y aquella misma bendición debía aún salvarle por tercera vez, como vais a saber, ¡oh oyentes míos!
En efecto, hacía ya algunos meses que Aladino estaba de regreso y llevaba con su esposa una vida feliz bajo la mirada enternecida y vigilante de su madre, que entonces era una dama venerable de aspecto imponente, aunque desprovista de orgullo y de arrogancia, cuando la esposa del joven entró un día, con rostro un poco triste y dolorido, en la sala de la bóveda de cristal, donde él estaba casi siempre para disfrutar la vista de los jardines, y se le acercó, y le dijo: "¡Oh mi señor Aladino! Alah, que nos ha colmado con sus favores a ambos, hasta el presente me ha negado el consuelo de tener un hijo. Porque ya hace bastante tiempo que estamos casados y no siento fecundadas por la vida mis entrañas. ¡Vengo, pues, a suplicarte que me permitas mandar venir al palacio a una santa vieja llamada Fatmah, que ha llegado a nuestra ciudad hace unos días, y a quien todo el mundo venera por las curaciones y alivios que proporciona y por la fecundidad que otorga a las mujeres sólo con la imposición de sus manos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 772ª noche

Ella dijo:
"¡... Vengo, pues, a suplicarte que me permitas mandar venir al palacio a una santa vieja llamada Fatmah, que ha llegado a nuestra ciudad hace unos días, y a quien todo el mundo venera por las curaciones y alivios que proporciona y por la fecundidad que otorga a las mujeres sólo con la imposición de sus manos!"
Aladino, que no quería contrariar a su esposa Badrú'l-Budur, no puso ninguna dificultad para acceder a su deseo, y dió orden a cuatro eunucos de que fueran en busca de la vieja santa y la llevaran al palacio. Y los eunucos ejecutaron la orden y no tardaron en regresar con la santa vieja, que iba con el rostro cubierto por un velo muy espeso y con el cuello rodeado por un inmenso rosario de tres vueltas que le bajaba hasta la cintura. Y llevaba en la mano un gran báculo, sobre el cual apoyaba su marcha vacilante por la edad y las prácticas piadosas. Y en cuanto la vió la princesa salió vivamente a su encuentro, y le besó la mano con fervor, y le pidió su bendición. Y la santa vieja, con acento muy digno, invocó para ella las bendiciones de Alah y sus gracias, y pronunció en su favor una larga plegaria, con el fin de pedir a Alah que prolongase y aumentase en ella la prosperidad y la dicha y satisficiese sus menores deseos. Y Badrú'l-Budur la rogó que se sentara en el sitio de honor en el diván, y le dijo: "¡Oh santa de Alah! ¡te agradezco tus buenas intenciones y tus plegarias! ¡Y como sé que Alah no ha de negarte nada de lo que le pidas, espero de su bondad, por intercesión tuya, lo que es el más ferviente anhelo de mi alma!"
La santa contestó: "¡Yo soy la más humilde de las criaturas de Alah; pero El es el Omnipotente, el Excelente! ¡No tengas miedo, pues, ¡oh mi señora Badrú'l-Budur! a formular lo que anhele tu alma!" Y Badrú'l-Budur se puso muy colorada, y bajó la voz, y con acento muy ardiente dijo: "¡Oh santa de Alah! ¡deseo de la generosidad de Alah tener un hijo! ¡Dime qué tengo que hacer para eso y qué beneficios y qué buenas acciones habré de llevar a cabo para merecer semejante favor! ¡Habla! ¡Estoy dispuesta a todo para obtener ese bien, que lo estimo en más que mi propia vida! ¡Y para demostrarte mi gratitud, yo te daré, en cambio, cuanto puedas anhelar y desear, no para ti, que ya sé ¡oh madre de todos nosotros! que te hallas al abrigo de las necesidades de las criaturas débiles, sino para alivio de los infortunados y de los pobres de Alah!"
Al oír estas palabras de la princesa Badrú'l-Budur, los ojos de la santa, que hasta entonces habían permanecido bajos, se abrieron y se iluminaron tras el velo con un brillo extraordinario, e irradió su rostro cual si tuviese fuego dentro, y todas sus facciones expresaron el sentimiento de un éxtasis de júbilo. Y miró a la princesa durante un momento sin pronunciar ni una palabra; luego tendió los brazos hacia ella, y le hizo en la cabeza la imposición de las manos, moviendo los labios como si rezase una plegaria entre dientes, y acabó por decirle: "¡Oh hija mía! ¡oh mi señora Badrú'l-Budur! ¡los santos de Alah acaban de dictarme el medio infalible de que debes valerte para ver habitar en tus entrañas la fecundidad! ¡Pero ¡oh hija mía! entiendo que ese medio es muy difícil, si no imposible, de emplear, porque se necesita un poder sobrehumano para realizar los actos de fuerza y valor que reclama!" Y al oír estas palabras la princesa Badrú'l-Budur no pudo reprimir más su emoción, y se arrojó a los pies de la santa, rodeándola las rodillas con sus brazos, y le dijo: "¡Por favor, ¡oh madre nuestra! ¡indícame ese medio, sea cual sea, pues nada resulta imposible de realizar para mi esposo bienamado, el emir Aladino! ¡Ah! ¡habla, o a tus pies moriré de deseo reconcentrado!"
Entonces la santa levantó un dedo en el aire, y dijo: "Hija mía, para que la fecundidad penetre en ti es necesario que cuelgues en la bóveda de cristal de esta sala un huevo del pájaro rokh, que habita en la cima más alta del monte Cáucaso. ¡Y la contemplación de ese huevo, que mirarás todo el tiempo que puedas durante días y días, modificará tu naturaleza íntima y removerá el fondo inerte de tu maternidad! ¡Y eso es lo que tenía que decirte, hija mía!" Y Badrú'l-Budur exclamó: "¡Por mi  vida, ¡oh madre nuestra! que no sé cuál es el pájaro rokh, ni jamás vi huevos suyos; pero no dudo de que Aladino podrá al instante procurarme uno de esos huevos fecundantes, aunque el nido de esa ave esté en la cima más alta del monte Cáucaso!"
Luego quiso retener a la santa, que se levantaba ya para marcharse, pero ésta le dijo: "No, hija mía; déjame ahora marcharme a aliviar otros infortunios y dolores más grandes todavía que los tuyos. ¡Pero mañana ¡inschalah! yo misma vendré a visitarte y a saber noticias tuyas, que son preciosas para mí" Y no obstante todos los esfuerzos y ruegos de Badrú'l-Budur, que, llena de gratitud, quería hacerle don de varios collares y otras joyas de valor inestimable, no quiso detenerse un momento más en el palacio, y se fué como había ido, rehusando todos los regalos.
Algunos momentos después de partir la santa, Aladino fué al lado de su esposa y la besó tiernamente, como lo hacía siempre que se ausentaba, aunque fuese por un instante; pero le pareció que tenía ella un aspecto muy distraído y preocupado; y le preguntó la causa con mucha ansiedad...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y cuando llegó la 773ª noche

Ella dijo:
"... Pero le pareció que tenía ella un aspecto muy distraído y preocupado; y le preguntó la causa con mucha ansiedad. Entonces le dijo Sett Badrú'l-Budur, sin tomar aliento: "¡Seguramente moriré si no tengo lo más pronto posible un huevo del pájaro rokh, que habita en la cima más alta del monte Cáucaso!" Y al oír estas palabras Aladino se echó a reír, y dijo: "¡Por Alah, ¡oh mi señora Badrú'l-Budur! si no se trata más que de obtener ese huevo para impedir que mueras, refresca tus ojos! ¡Pero para que yo lo sepa, dime solamente qué piensas hacer con el huevo de ese pájaro!"
Y Badrú'l-Budur contestó: "¡Es la santa vieja quien acaba de prescribirme que lo mire, como remedio soberanamente eficaz contra la esterilidad de la mujer! ¡Y quiero tenerlo para colgarlo del centro de la bóveda de cristal de la sala de las noventa y nueve ventanas!" Y Aladino contestó: "Por encima de mi cabeza y de mis ojos, ¡oh mi señora Badrú'l-Budur! ¡al instante tendrás ese huevo de rokh!"
Al punto dejó a su esposa y fué a encerrarse en su aposento. Y se sacó del pecho la lámpara mágica, que llevaba siempre consigo desde el terrible peligro que hubo de correr por culpa de su negligencia, y la frotó. Y en el mismo momento se apareció ante él el efrit de la lámpara, pronto a ejecutar sus órdenes. Y Aladino le dijo: "¡Oh excelente efrit, que me obedeces merced a las virtudes de la lámpara que sirves! ¡te pido que al instante me traigas, para colgarlo del centro de la bóveda de cristal, un huevo del gigantesco pájaro rokh, que habita en la cima más alta del monte Cáucaso!"
Apenas Aladino había pronunciado estas palabras, el efrit se convulsionó de manera espantosa, y le llamearon los ojos, y lanzó ante Aladino un grito tan amedrentador, que se conmovió el palacio en sus cimientos, y como una piedra disparada con honda, Aladino fué proyectado contra el muro de la sala de un modo tan violento, que por poco entra su longitud en su anchura. Y le gritó el efrit con su voz poderosa de trueno:
"¿Cómo te atreves a pedirme eso, miserable Adamita? ¡Oh el más ingrato entre las gentes de baja condición! ¡he aquí que ahora, no obstante los servicios que te presté con todo el oído y con toda la  obediencia, tienes la osadía de ordenarme que vaya a buscar al hijo del rokh, mi amo supremo, para colgarle en la bóveda de tu palacio! ¿Ignoras, insensato, que yo y la lámpara y todos los genni servidores de la lámpara somos esclavos del gran rokh, padre de los huevos?
¡Ah! ¡suerte tienes con estar bajo la salvaguardia de la lámpara que sirvo, y con llevar al dedo ese anillo lleno de virtudes saludables! ¡De no ser así, ya hubiera entrado tu longitud en tu anchura!"
Y dijo Aladino, estupefacto e inmóvil contra el muro: "¡Oh efrit de la lámpara! ¡por Alah, que no es mía esta petición, sino que se la sugirió a mi esposa Badrú'l-Budur la santa vieja, madre de la fecundación y curadora de la esterilidad!"
Entonces se calmó de repente el efrit y recobró su acento acostumbrado para con Aladino, y le dijo: "¡Ah! ¡lo ignoraba! ¡Ah! ¡está bien! ¿conque es esa criatura la que aconsejó el atentado? ¡Puedes alegrarte mucho, Aladino, de no haber tenido la menor participación en ello! ¡Pues has de saber que por ese medio se quería obtener tu destrucción y la de tu esposa y la de tu palacio! La persona a quien llamas santa vieja no es santa ni vieja, sino un hombre disfrazado de mujer. Y ese hombre no es otro que el propio hermano del maghrebín, tu enemigo exterminado. Y se asemeja a su hermano como media haba se asemeja a su hermana.
Y cierto es el proverbio que dice: "¡El hermano menor de un perro es más inmundo que su hermano mayor, porque la posteridad de un perro siempre está bastardeándose!" Y ese nuevo enemigo, a quien no conoces, todavía está más versado en la magia y en la perfidia que su hermano  mayor. Y cuando, por medio de las operaciones de su geomancia, se enteró de que su hermano había sido exterminado por ti y quemado por orden del sultán, padre de tu esposa Badrú'l-Budur, determinó vengarle en todos vosotros, y vino desde Maghreb aquí disfrazado de vieja santa para llegar hasta este palacio. ¡Y consiguió introducirse en él y sugerir a tu esposa esa petición perniciosa, que es el mayor atentado que se puede realizar contra mi amo supremo el rokh!
Te prevengo, pues, acerca de sus proyectos pérfidos, a fin de que los puedas evitar. ¡Uassalam!" Y tras de haber hablado así a Aladino, desapareció el efrit.
Entonces Aladino, en el límite de la cólera, se apresuró a ir a la sala de las noventa y nueve ventanas en busca de su esposa Badrú'l-Budur. Y sin revelarle nada de lo que el efrit acababa de contarle, le dijo: "¡Oh Badrú'l-Budur, ojos míos! Antes de traerte el huevo del pájaro rokh es absolutamente necesario que oiga yo con mis propios oídos a la santa vieja que te ha recetado ese remedio. ¡Te ruego, pues, que envíes a buscarla con toda urgencia, y que, con pretexto de que no la recuerdas exactamente, le hagas repetir su prescripción, mientras yo estoy escondido detrás del tapiz!" Y contestó Badrú'l-Budur: "¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos!" Y al punto envió a buscar a la santa vieja.
En cuanto ésta hubo entrado en la sala de la bóveda de cristal, y cubierta siempre con su espeso velo que le tapaba la cara, se acercó a Badrú'l-Budur...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 774ª noche

Ella dijo:
"... En cuanto ésta hubo entrado en la sala de la bóveda de cristal, y cubierta siempre con su espeso velo que le tapaba la cara, se acercó a Badrú'l-Budur, Aladino salió de su escondite, abalanzándose a ella con el alfanje en la mano, y antes de que ella pudiese decir: "¡Bem!", de un solo tajo le separó la cabeza de los hombros.
Al ver aquello, exclamó Badrú'l-Budur, aterrada: "¡Oh mi señor Aladino! ¡qué atentado acabas de cometer!" Pero Aladino se limitó a sonreír, y por toda respuesta se inclinó, cogió por el mechón central la cabeza cortada, y se la mostró a Badrú'l-Budur. Y en el límite de la estupefacción y del horror, vió ella que la tal cabeza, excepto el mechón central, estaba afeitada como la de los hombres, y que tenía el rostro prodigiosamente barbudo. Y sin querer asustarla más tiempo, Aladino le contó la verdad con respecto a la presunta Fatmah, falsa santa y falsa vieja, y concluyó: "¡Oh Badrú'l-Budur! ¡demos gracias a Alah, que nos ha librado por siempre de nuestros enemigos!" Y se arrojaron ambos en brazos uno de otro, dando gracias a Alah por sus favores.
Y desde entonces vivieron una vida feliz con la buena vieja, madre de Aladino, y con el sultán, padre de Badrú'l-Budur. Y tuvieron dos hijos hermosos como la luna. Y a la muerte del sultán, reinó Aladino en el reino de la China. Y de nada careció su dicha hasta la llegada inevitable de la Destructora de delicias y Separadora de amigos.
Después de contar así esta historia, Schehrazada dijo: "¡Y esto es ¡oh rey afortunado! cuanto sé acerca de Aladino y de la Lámpara Mágica! ¡Pero Alah es más sabio!"

Las historias completas del podcast de las mil noches y una noche.

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