jueves, septiembre 19, 2024

38 El Felah de Egipto y sus hijos blancos

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  38 El Felah de Egipto y sus hijos blancos




EL FELAH DE EGIPTO Y SUS HIJOS BLANCOS

He aquí lo que en los libros de las crónicas relata el emir Mohammed, gobernador de El Cairo.
Dice:
Cuando viajaba yo por el Alto Egipto, me alojé una noche en casa de un felah, que era el jeique-al-balad del lugar. Y era un hombre de edad, moreno, de un color extremadamente moreno, con la barba cana. Pero noté que tenía hijos pequeños que eran blancos, de un color muy blanco matizado de rosa en las mejillas, con cabellos rubios y ojos azules. Luego, cuando tras de hacernos una buena acogida y un recibimiento cariñoso, fué él a conversar en nuestra compañía, le dije en son de pregunta: "Oye, amigo, ¿a qué obedece el que, teniendo tú la tez tan morena, tus hijos la tengan tan clara y posean una piel tan blanca y rosa, y ojos y cabellos tan claros?" Y el felah, atrayendo a sí a sus hijos, cuyos finos cabellos se puso a acariciar, me dijo: "¡Oh mi señor! la madre de mis hijos es una hija de los francos, y la compré como prisionera de guerra en tiempos de Saladino el Victorioso, después de la batalla de Hattin, que nos libró para siempre de los cristianos extranjeros usurpadores del reino de Jerusalén. ¡Pero ya hace mucho tiempo de eso, porque fué en los días de mi juventud!"
Y yo le dije: "¡Entonces ¡oh jeique! te rogamos que nos favorezcas con esa historia!" Y dijo el felah: "¡De todo corazón amistoso y como homenaje debido a los huéspedes! ¡Porque es muy extraña mi aventura con mi esposa, la hija de los francos!"
Y nos contó:
"Debéis saber que tengo oficio de cultivador de lino; mi padre y mi abuelo sembraban lino antes que yo, y por mi abolengo y por mi origen, soy un felah entre los felahs de este país. Y he aquí que un año acaeció que por la bendición, mi lino sembrado, crecido, limpio y perfecto, alcanzó el valor de quinientos dinares de oro. Y como lo ofrecí en el mercado sin hallar provecho, me dijeron los mercaderes: "¡Vé a llevar tu lino al castillo de Acre, en Siria, donde le venderás con mucho beneficio!" Y yo, que les escuché, cogí mi lino y me fui a la ciudad de Acre, que en aquel tiempo estaba entre las manos de los francos. Y efectivamente, empecé con una buena venta, cediendo a corredores la mitad de mi lino, con crédito de seis meses, y me guardé la otra mitad, y me quedé en la ciudad para venderlo al por menor con beneficios inmensos.
Pero un día, mientras estaba yo vendiendo mi lino, fué a mi casa a comprar una joven franca, que llevaba el rostro descubierto y la cabeza sin velos, según costumbre de los francos. Y se erguía ante mí; bella, blanca y linda; y podía yo admirar a mi antojo sus encantos y su frescura
¡Y cuanto más la miraba al rostro, más me invadía la razón el amor! Y tardé mucho en venderle el lino...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Y cuando llegó la 552ª noche

Ella dijo:
... Y tardé mucho en venderle el lino. Por último, lo envolví y se lo cedí en muy poco. Y se marchó ella, seguida por mis miradas.
Algunos días más tarde, volvió a comprarme lino, y se lo vendí en menos todavía que la primera vez, sin dejarla regatear. Y comprendió que yo estaba enamorado de ella y se marchó; pero fué para volver poco tiempo después, acompañada de una vieja que estuvo presente durante la venta, y que volvió luego con ella cuantas veces la joven tenía necesidad de hacer una compra.
Yo entonces, como el amor se había apoderado por completo de mi corazón, llamé aparte a la vieja, y le dije: "¿Podrías proporcionarme un goce con ella, mediante un regalo para ti?" La vieja me contestó:  "Podría procurarte un encuentro para que gozaras; pero ha de ser con la condición de que la cosa permanezca secreta entre nosotros tres: yo, tú y ella; y además, tendrás que gastarte algún dinero".
Contesté: "¡Oh caritativa tía! si mi alma y mi vida debieran ser el precio de sus favores, mi alma y mi vida le daría. ¡Y en cuanto al dinero, poco importa lo que sea!" Y me puse de acuerdo con ella para darle, como comisión, la suma de cincuenta dinares; y se los conté en el momento. Y ultimado de tal suerte el trato, la vieja me dejó para ir a hablar a la joven; y volvió enseguida con una respuesta favorable. Luego me dijo: "¡Oh mi amo! esta joven no dispone de un sitio para semejantes encuentros, porque aun está virgen su persona, y no sabe nada de tales cosas. ¡Es preciso, pues, que la recibas en tu casa, adonde irá a buscarte y se quedará hasta mañana!" Y yo acepté con fervor, y me fui a la casa para preparar lo necesario en cuanto a manjares bebidas y repostería. Y me puse a esperar.
Y pronto vi llegar a la joven franca, y le abrí, y le hice entrar en mi casa. Y como estábamos en verano, lo había yo dispuesto en la terraza todo. Y la invité a sentarse a mi lado, y comí y bebí con ella. Y la casa en que yo me alojaba tenía vistas al mar; y a la luz de la luna estaba hermosa la terraza, y la noche parecía llena de estrellas que reflejábanse en el agua. Y mirando todo aquello, volví sobre mí mismo, y pensé para mi ánima: "¿No te da vergüenza ante Alah el Altísimo rebelarte contra el Exaltado, copulando bajo el cielo y frente al mar, aquí mismo en país extranjero, con esta cristiana que no es de tu raza ni de tu ley?" Y aunque ya me había echado junto a la joven, que se acurrucaba amorosamente contra mí, dije en mi espíritu: "¡Señor, Dios de Exaltación y de Verdad, sé testigo de que con toda castidad me abstengo de esta cristiana hija de los francos!" Y así pensando, volví la espalda a la joven sin ponerla la mano encima: y me dormí bajo la grata claridad del cielo.
Llegada que fué la mañana, la joven franca se levantó sin decirme una palabra y se fué muy apesadumbrada. Y yo me volví a mi tienda, donde hube de dedicarme a vender mi lino como de costumbre. Pero hacia mediodía, acertó a pasar por delante de mi tienda la joven, acompañada de la vieja y con cara de enfado; y de nuevo la deseé con todo mi ser hasta morir. Pues ¡por Alah! era ella como la luna; y no pude resistir a la tentación; y pensé, golosamente: "¿Quién eres ¡oh felah! para refrenar así tu deseo por semejante jovenzuela? ¿Acaso eres un asceta, o un sufi, o un eunuco, o un castrado, o uno de los insensibles de Bagdad o de Persia? ¿No vienes de la raza de los potentes felahs del Alto Egipto, o quizá tu madre se olvidó de amamantarte?"
Y sin más ni más, eché a correr detrás de la vieja, y llamándola aparte, le dije: "¡Quisiera otro encuentro!" Ella me dijo: "¡Por el Mesías, que ahora la cosa no es posible más que mediante cien dinares!" Y en el momento conté los cien dinares de oro y se los entregué. Y por segunda vez fué a mi casa la joven franca. Pero ante la belleza del cielo desnudo, tuve yo los mismos escrúpulos, y no me aproveché de esta nueva entrevista más que de la primera, y con toda castidad me abstuve de la jovenzuela. Y poseída de un violento despecho, ella se levantó de mi lado, salió y se marchó.
Pero de nuevo al día siguiente, cuando pasaba ella por delante de mi tienda, sentí en mí los mismos movimientos, y me palpitó el corazón, y fui en busca de la vieja y le hablé de la cosa. Pero ella me miró con cólera y me dijo: "¡Por el Mesías, oh musulmán! ¿Es así como tratan a las vírgenes los de tu religión? ¡Jamás podrás ya gozar de ella, a menos que me des por esta vez quinientos dinares!"
Luego se fué.
Naturalmente, yo, todo tembloroso de emoción y sintiendo arder en mí la llama del amor, resolví juntar el importe de todo mi lino y sacrificar por mi vida los quinientos dinares de oro. Y después de envolverlos en una tela, me disponía a llevárselos a la vieja, cuando de improviso...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.


Y cuando llegó la 553ª noche

Ella dijo:
"... me disponía a llevárselos a la vieja, cuando de improviso oí que el pregonero público gritaba: "¡Hola! ¡Asamblea de los musulmanes, vosotros los que vivís en nuestra ciudad para desarrollar vuestros negocios, sabed que han terminado la paz y la tregua que con vosotros acordamos! ¡Y se os da una semana de plazo para que pongáis en orden vuestros asuntos y abandonéis nuestra ciudad y regreséis a vuestro país!"
Entonces yo, al oír este aviso, me apresuré a vender el lino que me quedaba, reuní el dinero que importaba lo que había dado a crédito, compré mercancías de fácil venta en nuestros países y reinos, y  abandonando la ciudad de Acre partí con mil penas y sentimientos en el corazón por aquella joven cristiana que se había apoderado de mi espíritu y de mi pensamiento.
Y he aquí que fui a Damasco, en Siria, donde vendí mis mercancías de Acre con grandes beneficios y provechos, pues estaban interrumpidas las comunicaciones con el alzamiento de armas. E hice muy buenos negocios comerciales, y con ayuda de Alah (¡exaltado sea!) prosperó todo entre mis manos. Y de tal suerte me fué dable comerciar en grande muy provechosamente con las jóvenes cristianas cautivas, tomadas en la guerra. Y habían transcurrido así tres años desde mi aventura de Acre, y poco a poco comenzaba a endulzarse la amargura de mi brusca separación de la joven franca.
Por lo que a nosotros respecta, seguimos alcanzando grandes victorias sobre los francos, tanto en el país de Jerusalén como en el país de Siria. Y con ayuda de Alah, después de muchas batallas gloriosas, el sultán Saladino acabó por vencer completamente a los francos y a todos los infieles; llevó cautivos a Damasco a los reyes de éstos y a sus jefes, a los cuales había hecho prisioneros tras de tomar todas las ciudades costeras que poseían y pacificar todo el país. ¡Gloria a Alah!
Entretanto, iba yo un día a vender una hermosísima esclava en las tiendas donde acampaba todavía el sultán Saladino. Y le enseñé la esclava, que quiso comprar él. Y se la cedí por cien dinares solamente.  Pero el sultán Saladino (¡Alah le tenga en su misericordia!) no poseía encima más que noventa dinares, porque empleaba todo el dinero del tesoro en llevar a buen término la guerra contra los descreídos. Entonces, encarándose con uno de sus guardias, le dijo el sultán Saladino: "¡Conduce a este mercader a la tienda en que están reunidas las jóvenes prisioneras llegadas últimamente, y que escoja entre ellas la que más le guste para reemplazar los diez dinares que le debo!" Así obraba en su justicia el sultán Saladino.
El guardia me llevó, pues, a la tienda de las cautivas francas, y al pasar por entre aquellas jóvenes, reconocí, precisamente en la primera con quien se tropezó mi mirada, a la joven franca de quien estuve tan enamorado en Acre. Y entonces era la esposa de un jefe, de caballería de los francos. Y he aquí que al reconocerla, la rodeé con mis brazos para posesionarme de ella, y dije: "¡Quiero ésta!"
Y la cogí, y me marché.
Llevándomela a mi tienda a la sazón, le dije: "¡Oh, jovenzuela! ¿No me reconoces?" Ella me contestó: "¡No, no te reconozco!" Yo le dije: "¡Soy tu amigo, el mismo a cuya casa fuiste en Acre por dos veces merced a la vieja, a la que una vez hube de dar cincuenta dinares y cien dinares la otra vez, absteniéndose de ti con toda castidad y dejándote partir, muy pesarosa, de su casa! ¡Y el mismo que quería tenerte en su poder una tercera noche por quinientos dinares, cuando ahora el sultán te cede a él por diez dinares!"
Ella bajó la cabeza, y levantándola de pronto, dijo: "¡Lo pasado será, para en lo sucesivo, un misterio de la fe islámica, pues yo alzo el dedo y atestiguo que no hay más Dios que Alah, y que Mahomed es el  enviado de Alah!" Y pronunció así oficialmente el acto de nuestra fe, ¡y en el momento se ennobleció con el Islam!
Entonces pensé yo, por mi parte: "¡Por Alah!, ¡que esta vez no penetraré en ella hasta que la haya libertado y me haya casado con ella legalmente!" Y al momento fui en busca del kadí Ibn-Scheddad, a quien puse al corriente de todo el particular, y que fué a mi tienda con los testigos para extender mi contrato de matrimonio.
Entonces penetré en ella. Y se quedó encinta de mí. Y nos establecimos en Damasco.
Habían transcurrido de tal suerte algunos meses, cuando llegó a Damasco un embajador del rey de los francos, enviado cerca del sultán Saladino, en demanda del cambio de prisioneros de guerra con arreglo a las cláusulas estipuladas entre los reyes. Y todos los prisioneros, hombres y mujeres, fueron escrupulosamente devueltos a los francos a cambio de prisioneros musulmanes. Pero cuando el embajador franco consultó su lista, notó que del total faltaba aún la mujer del jinete franco, aquél que era el primer marido de mi esposa. Y el sultán envió a sus guardias a buscarla por todas partes, y acabaron por decirle que estaba en mi casa. Y los guardias fueron a reclamármela. Y se me mudó el color, y fui llorando en busca de mi esposa, a la que puse al corriente de lo sucedido. Pero ella se levantó y me dijo: "¡Llévame a presencia del sultán, a pesar de todo! ¡Yo sé lo que tengo que decir entre sus manos!"
Así, pues, cogiendo a mi esposa, la conduje, velada, a la presencia del sultán Saladino; y vi que el embajador de los francos estaba sentado al lado suyo, a su derecha.. .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.


Y cuando llegó la 554ª noche

Ella dijo:
"... y vi que el embajador de los francos estaba sentado al lado suyo, a la derecha.
Entonces besé la tierra entre las manos del sultán Saladino, y le dije: "¡He aquí la mujer consabida!" Y se encaró él con mi esposa, y le dijo: "¿Qué tienes que decir? ¿Quieres ir a tu país con el embajador, o  prefieres permanecer aquí con tu marido?"
Ella contestó: "¡Me quedo con mi esposo, porque soy musulmana y estoy encinta de él, y la paz de mi alma no se halla entre los francos!"
Entonces el sultán se encaró con el embajador, y le dijo: "¿Lo has oído? ¡No obstante, háblale tú mismo, si quieres!"
Y el embajador de los francos hizo advertencias y amonestaciones a mi esposa, y acabó por decirle: "¿Prefieres quedarte con tu marido el musulmán o volver junto al jefe de caballería de los francos?"
Ella contestó: "¡No me separaré de mi esposo el egipcio, porque la paz de mi alma se halla entre los musulmanes!"
Y el embajador, muy contrariado, dió con el pie en el suelo, y me dijo: "¡Llévate, entonces, esa mujer!"
Y cogí de la mano a mi esposa y saliendo de la audiencia con ella, nos llamó de improviso el embajador y me dijo: "¡La madre de tu esposa, que es una franca vieja que habita en Acre, me ha entregado para su hija este fardo que ves aquí!" Y me entregó el fardo, y añadió: "¡Y me ha encargado esa señora que dijera a su hija que esperaba encontrarla con buena salud!"
Cogí, pues, el fardo, y volví a casa con mi esposa. ¡Y cuando abrimos el fardo, hallamos en él las vestiduras que mi esposa llevaba en Acre, además de los primeros cincuenta dinares que yo le había dado y de los otros cien dinares del segundo encuentro; anudados en el mismo pañuelo y con el nudo que yo mismo hice! ¡Entonces advertí en aquello la bendición que me había traído mi castidad, y di gracias a Alah!
Más adelante me traje a mi mujer, la franca convertida en musulmana, a Egipto, aquí mismo. Y ella es ¡oh huéspedes míos! quien me ha hecho padre de estos hijos blancos que bendicen a su Creador. ¡Y hasta hoy hemos vivido en nuestra unión, comiendo el pan que hemos cocido antes! ¡Y tal es mi historia! ¡Pero Alah es más sabio! "




lunes, septiembre 16, 2024

37 La velada de invierno de Ishak de Mosul

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37 La velada de invierno de Ishak de Mosul


LA VELADA DE INVIERNO DE ISHAK DE MOSSUL

Y dijo Schehrazada:

El músico Ishak de Mossul, cantor favorito de Al-Raschid, nos narra la anécdota siguiente.

Dice:
Una noche de invierno estaba yo sentado en mi casa, y mientras afuera aullaban los vientos como leones y las nubes se vaciaban como las bocas abiertas de odres llenos de agua, me calentaba yo las manos en mi brasero de cobre, y estaba triste por no poder salir ni esperar la visita de un amigo que me hiciese compañía, a causa del barro de los caminos, de la lluvia y de la oscuridad. Y como cada vez se me oprimía más el pecho, dije a mi esclavo: "¡Dame algo de comer para pasar el tiempo!" Y en tanto que el esclavo se disponía a servirme, no podía yo menos de pensar en los encantos de una joven a la que había conocido en palacio poco antes; y no sabía por qué me obsesionaba hasta aquel punto su recuerdo, ni por qué motivo se detenía mi pensamiento sobre su rostro con preferencia al de cualquiera de las numerosas que encantaron mis noches pasadas. Y de tal modo me entorpecía su deleitoso recuerdo que acabé por perder la noción de la presencia del esclavo, el cual después de poner delante de mí el mantel sobre la alfombra, permanecía de pie, con los brazos cruzados, sin esperar más que una seña de mis ojos para traer las bandejas. Y poseído por mis deseos, exclamé en alta voz: "¡Ah! ¡si estuviera aquí la joven Sayeda, cuya voz es tan dulce, no me pondría yo tan melancólico!"
Aunque mis pensamientos eran silenciosos por lo general, recuerdo ahora que aquellas palabras las pronuncié en voz alta. Y fué extremada mi sorpresa al escuchar entonces el sonido de mi voz, mientras mi esclavo abría desmesuradamente los ojos.
Pero apenas hube manifestado mi deseo, se oyó en la puerta un golpe, como si estuviese allí alguien que no pudiera esperar más, y suspiró una voz joven: "¿Puede el bienamado franquear la puerta de su amiga?"
Entonces pensé para mi ánima: "¡Sin duda es alguien que, con la oscuridad, se ha equivocado de casa! ¿ O había dado su fruto el árbol estéril de mi deseo?" Me apresuré entretanto a saltar sobre mis pies, y  corrí a abrir la puerta yo mismo; y en el umbral vi a la tan deseada Sayeda; ¡pero de qué modo singular y con qué extraño aspecto! Estaba vestida con un traje corto de seda verde, y llevaba a la cabeza una tela de oro que no había podido resguardarla de la lluvia y del agua escurrida por las goteras de las terrazas. Además, debía haberse metido en el barro durante todo el camino, como lo atestiguaban claramente sus piernas. Y al verla en tal estado, exclamé: "¡Oh dueña mía! ¿por qué saliste en una noche como ésta?"
Ella me dijo con su amable voz: "¿Acaso podía no inclinarme ante el deseo que ahora mismo me transmitió tu mensajero? ¡Me manifestó la vivacidad de tu deseo con respecto a mí, y a pesar de este tiempo tan malo, aquí me tienes!"
Pero yo, aunque no me acordaba de haber dado una orden semejante, y por más que la hubiese dado, mi único esclavo no habría podido ejecutarla mientras estaba conmigo, no quise mostrar a mi amiga la  extrañeza que todo aquello producía en mi espíritu; y le dije: "¡Loores a Alah, que permite nuestra reunión ¡oh dueña mía! y que torna en miel la amargura del deseo!
¡Que tu venida perfume la casa y dé reposo al corazón del dueño de la casa! ¡En verdad que, si no hubieses venido, yo mismo habría ido a buscarte, pues pensé mucho en ti esta noche...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Pero cuando llegó la 550ª noche

Ella dijo:
"... yo mismo habría ido a buscarte, pues pensé mucho en ti esta noche!" Luego me encaré con mi esclavo, y le dije: "¡Ve por agua caliente y esencias!" Y cuando el esclavo ejecutó mi orden, yo mismo me puse a lavar los pies a mi amiga, y le vertí encima un frasco de esencia de rosas. Tras lo cual la vestí con un hermoso traje de muselina de seda verde, y la hice sentarse al lado mío frente a la bandeja con frutas y bebidas. Y cuando hubo bebido conmigo varias veces en la copa, quise cantar un aire nuevo que había compuesto por complacerla, aunque de ordinario no consiento en cantar más que a fuerza de ruegos y súplicas.
Pero me dijo ella que su alma no tenía ganas de oírme. Y le dije: "¡Entonces, ¡oh dueña mía! dígnate cantarnos algo tú!" Ella contestó: "¡No insistas! ¡Porque mi alma no tiene ganas de eso!" Yo dije: "¡Sin  embargo, ¡oh ojos míos! la alegría no puede ser completa sin el canto y la música! ¿No es así?"
Ella me dijo: "¡Tienes razón! Pero, no sé por qué esta noche sólo tengo ganas de oír cantar a algún hombre del pueblo o a algún mendigo de la calle. ¿Quieres, pues, ir a ver si pasa por tu puerta alguno que pueda satisfacerme?" Y por no desairarla, y aunque estaba convencido de que en una noche semejante no pasaría nadie por la calle, fuí a entreabrir la puerta de mi casa y saqué la cabeza por la abertura. Y con gran sorpresa mía, vi apoyado en su báculo un mendigo viejo que desde la muralla de enfrente decía, hablando consigo mismo: "¡Qué estrépito produce esta tempestad! ¡El viento se lleva mi voz, e impide que me oiga la gente! ¡Qué desgracia la del pobre ciego! ¡Si canta, no le escuchan! ¡Y si no canta, se muere de hambre!" Y habiendo dicho estas palabras, el viejo ciego empezó a tantear el suelo con su báculo, arrimado al muro, para proseguir su camino.
Entonces le dije, asombrado y encantado a la vez por aquel encuentro fortuito: "¡Oh tío mío! ¿es que sabes cantar?" El contestó: "Tengo fama de saber cantar". Y le dije: "En ese caso, ¡oh jeique! ¿quieres acabar tu noche con nosotros y regocijarnos con tu compañía?"
El me contestó: "¡Si lo deseas, cógeme de la mano, porque soy ciego de ambos ojos!" Y le cogí de la mano, y después de introducirle en la casa cerrando la puerta cuidadosamente, dije a mi amiga: "¡Oh dueña mía, te traigo un cantor que además está ciego! Podrá complacernos sin ver lo que hacemos. Y no tendrás que estar incómoda ni que velarte el rostro". Ella me dijo: "¡Date prisa a hacerle entrar!" Y le hice entrar.
Empecé primero por invitarle a sentarse delante de nosotros, y le convidé a comer algo. Y comió muy delicadamente con la punta de los dedos. Y cuando hubo acabado y se hubo lavado las manos, le presenté las bebidas, y bebióse tres copas llenas, y entonces me preguntó: "¿Puedes decirme en casa de quién me encuentro?" Yo contesté: "¡En casa de Ishak, hijo de Ibrahim de Mossul!" Pero mi nombre no le asombró con exceso; y se limitó a contestarme: "¡Ah si, ya he oído hablar de ti! Y me alegro de encontrarme en tu casa". Yo le dije: "¡Oh mi señor, estoy verdaderamente contento de recibirte en mi casa!"
El me dijo: "¡Entonces ¡oh Ishak! si quieres, déjame oír tu voz, que dicen que es muy hermosa! ¡Porque el huésped debe comenzar por complacer él primero a sus invitados!" Y contesté: "¡Escucho y obedezco!" Y como aquello empezaba a divertirme mucho, cogí mi laúd y lo pulsé, cantando todo lo mejor que pude. Y cuando hube acabado el final, matizándolo en extremo, y se dispersaron los últimos sones, el viejo mendigo tuvo una sonrisa irónica, y me dijo: "¡En verdad, ¡ya Ishak! que te falta poco para ser un músico perfecto y un cantor consumado!"
Pero al oír esta alabanza, que más bien era una censura, me sentí muy empequeñecido a mis propios ojos, y tiré a un lado mi laúd, con disgusto y desaliento. Sin embargo, como no quería ser desconsiderado con mi huésped, no juzgué oportuno responderle, y no dije ya nada. Entonces me dijo él: "¿No canta ni toca nadie? Es que no hay aquí ningún otro?"
Yo dije: "Hay también una esclava joven".
El dijo: "¡Ordénala que cante para que yo la oiga!" Yo dije: "¿Por qué ha de cantar, si ya te basta con lo que oíste?"
El dijo: "¡Que cante, a pesar de todo!"
Entonces, aunque de muy mala gana, mi amiga la joven cogió el laúd, y después de preludiar diestramente, cantó como mejor supo. Pero el viejo mendigo la interrumpió de pronto, y dijo: "¡Todavía tienes mucho que aprender!" Y mi amiga tiró el laúd lejos de sí furiosa, y quiso levantarse. Y sólo a duras penas conseguí retenerla, echándome a sus pies. Luego me encaré con el mendigo ciego, y le dije: "¡Por Alah, oh huésped mío! ¡nuestra alma no puede dar más que lo suyo! Sin embargo, lo hicimos como mejor sabemos por satisfacerte. ¡Exhibe tú a tu vez, por cortesía, lo que poseas!" Sonrió él con una boca que llegaba de una oreja a otra, y me dijo:
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y cuando llegó la 551ª noche

Ella dijo:
"... Sonrió él con una boca que le llegaba de una oreja a otra, y me dijo: "¡Entonces empieza por traerme un laúd que no haya tocado ninguna mano todavía!" Y abrí una caja, y llevé un laúd completamente nuevo que le puse entre las manos. Y cogió él entre sus dedos la pluma de pato tallada, y rozó ligeramente con ella las cuerdas armoniosas. Y desde los primeros sones, advertí que aquel mendigo ciego era indudablemente el mejor músico de nuestro tiempo. ¡Pero cuál no sería mi emoción y mi admiración cuando le oí ejecutar una pieza de un modo que era desconocido en absoluto para mí, aunque no se me consideraba como ignorante en el arte! Después, con una voz a ninguna otra parecida,  cantó estas coplas:
¡Atravesando la sombra espesa, el bienamado sale de su casa y viene a buscarme en medio de la noche!
Y antes de desearme la paz, le oigo llamar y decirme: "¿Puede el bienamado franquear la puerta de su amigo?"
Cuando escuchamos este canto del viejo ciego, yo y mi amiga nos miramos en el límite de la estupefacción. Luego ella se puso roja de cólera y me dijo de manera que yo solo oyese: "¡Oh pérfido! ¿no te da vergüenza haberme traicionado contando a ese viejo mendigo mi visita en los cortos instantes que tardaste en abrir la puerta? ¡En verdad, ¡oh Ishak! que no creí tuviese tu pecho una resistencia tan débil, que no pudiera contener un secreto durante una hora!
¡El oprobio para los hombres que se te asemejan!"
Pero yo le juré mil veces que no había por mi parte ninguna indiscreción, y le dije: "¡Por la tumba de mi padre Ibrahim, te juro que no he dicho nada de semejante cosa a ese viejo ciego!"
Y mi amiga se avino a creerme, y acabó dejándose acariciar y besar por mí, sin temor de que la viese el ciego. Y tan pronto la besaba yo en las mejillas y en los labios, como le hacía cosquillas o le pellizcaba los senos o le mordía en las partes delicadas; y se reía ella extremadamente. Luego me encaré con el viejo tío, y le dije: "¿Quieres cantarnos algo más, ¡oh mi señor!?"
El dijo: "¿Por qué no?" Y cogió de nuevo el laúd y dijo, acompañándose:
¡Ah! ¡con frecuencia recorro embriagado los encantos de mi bienamada, y acaricio con mi mano su hermosa piel desnuda!
¡Tan pronto oprimo las granadas de su pecho de marfil joven, como muerdo a flor de labios las manzanas de sus mejillas! ¡Y vuelvo a comenzar!
Entonces yo, al oír ese canto, no dudé ya de la superchería del falso ciego, y rogué a mi amiga que se tapase el rostro con su velo. Y el mendigo me dijo de pronto: "¡Tengo muchas ganas de orinar! ¿Dónde podré hacerlo?"
Entonces me levanté y salí un momento para ir a buscar una vela con que alumbrarle, y volví para conducirle. Pero cuando entré, no encontré a nadie ya: ¡el ciego había desaparecido con la joven! Y cuando me repuse de mi estupefacción, les busqué por toda la casa, pero no les encontré. Sin embargo, las puertas y las cerraduras de las puertas estaban cerradas por dentro, así es que no supe si se habían marchado saliendo por el techo o por el suelo entreabierto y vuelto a cerrar! Pero después me convencí de que era el propio Eblis quien me había servido de alcahuete antes, y me había arrebatado luego a aquella joven, que no era más que una falsa apariencia y una ilusión.

sábado, septiembre 14, 2024

36 P2 Historia de Flor de Granada y de Sonrisa de Luna - segunda de dos partes

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36 Historia de Flor de Granada y de Sonrisa de Luna




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Pero cuando llegó la 538ª noche

Ella dijo:
"... Y describieron una curva descendente en dirección al mar, en el cual se sumergieron ambos.
Y Saleh quiso enseñar primero a su sobrino su morada submarina, a fin de que la reina Langosta pudiese recibir en su casa al hijo de su hija y de que las primas de Flor-de-Granada tuviesen la alegría de ver de nuevo en su casa a su pariente. Y no fué mucho el tiempo que invirtieron en llegar; y el príncipe Saleh introdujo en seguida a Sonrisa-de-Luna en el aposento de la abuela. Precisamente entonces estaba la reina Langosta sentada en medio de sus parientes las jóvenes: y en cuanto vió entrar a Sonrisa-de-Luna, le reconoció y estornudó de gusto. Y Sonrisa-de-Luna acercóse a ella y le besó la mano, y besó la mano de sus parientes; y todas le besaron con emoción, lanzando agudos gritos de alegría; y la abuela le hizo sentarse al lado suyo y le besó entre los dos ojos, y le dijo: "¡Oh bendita llegada! ¡Oh día de leche! Tú iluminas la morada, ¡oh hijo mío! ¿Cómo está tu madre Flor-de-Granada?" El joven contestó: "¡Goza de excelente salud y de dicha perfecta, y me encarga que os transmita sus zalemas a ti y a las hijas de su tío!" ¡Eso fué lo que dijo! Pero no era verdad, puesto que partió sin despedirse de su madre. En tanto, mientras Sonrisa-de-Luna se alejaba con sus parientes, que le llevaron consigo para enseñarle todas las maravillas de su palacio, el príncipe Saleh se apresuró a poner a su madre al corriente del amor que le había entrado por la oreja a su sobrino y se había apoderado de su corazón, sólo con el relato de los encantos de la princesa Gema, hija del rey Salamandra. Y le contó la aventura, desde el principio hasta el fin, y añadió: "¡Y no ha venido aquí conmigo más que para pedírsela en matrimonio a su padre!"
Cuando la abuela del rey Sonrisa-de-Luna oyó estas palabras de Saleh, hubo de llegar al límite de la indignación contra su hijo, y le reprochó violentamente que no tomara bastantes precauciones para hablar de la princesa Gema en presencia de Sonrisa-de-Luna, y le dijo: "¡Ya sabes, sin embargo, qué hombre tan violento, tan lleno de arrogancia y de estupidez es el rey Salamandra, y con qué avaricia guarda a su hija, que ya se la ha rehusado a tantos príncipes jóvenes! ¡Y te atreves a ponernos en una situación humillante ante él, obligándonos a hacerle una petición que rechazará sin duda! ¡Y entonces, nosotros, que tan alto ponemos nuestro honor, nos veremos muy humillados y volveremos seguramente con el mayor de los desencantos!
¡En verdad, hijo mío, que en ninguna ocasión y de ninguna manera debiste pronunciar el nombre de esa princesa, sobre todo delante del hijo de tu hermana, aunque estuviese dormido por un narcótico!"
Saleh contestó: "¡Así es; pero la cosa ya está hecha, y el joven se halla tan enamorado de la joven, que moriría si no la poseyese, según me ha afirmado! Y después de todo, ¿qué tiene esto de extraordinario?  ¡Sonrisa-de-Luna es tan hermoso, por lo menos, como la princesa Gema, y desciende de un ilustre linaje de reyes, y él mismo es rey de un poderoso imperio terrestre! ¡Porque no es el único rey ese estúpido Salamandra! Y además, ¿qué podría éste replicar a lo que yo no respondiese cumplidamente? ¡Me dirá que su hija es rica, y le diré que nuestro hijo es más rico! ¡Que su hija es hermosa; pero nuestro hijo es más hermoso! ¡Que su hija es de noble linaje; pera nuestro hijo es de un linaje todavía más noble! ¡Y así sucesivamente, ¡oh madre mía! hasta que le convenza de que todo es beneficioso para él si consiente en ese matrimonio! ¡Al fin y al cabo, yo, por mi indiscreción, soy el causante de esto, y justo es que me comprometa a llevarlo a buen término, aun a riesgo de que me muelan los huesos y me vea precisado a rendir el alma!"
Al ver que, efectivamente, ya no quedaba más que aquella solución, la vieja reina Langosta dijo suspirando: "¡Cuán preferible hubiese sido, hijo mío, no suscitar nunca una cuestión tan peligrosa! Sin embargo; puesto que así lo quiso el Destino, me resigno, aunque de mala gana, a permitirte marchar. ¡Pero deja conmigo a Sonrisa-de-Luna hasta tu regreso, pues no quiero que se exponga antes de que sepamos nada en concreto! Márchate, pues, sin él, ¡y sobre todo, mide tus palabras, no vaya a ser que una expresión impropia enfurezca a ese rey brutal y grosero que no tiene en cuenta nada y trata a todo el mundo con el mismo desprecio!" Y contestó Saleh: "¡Escucho y obedezco!"
Se levantó entonces y llevóse consigo dos sacos grandes llenos de valiosos regalos destinados al rey Salamandra; y cargó aquellos dos sacos a la espalda de dos esclavos, y con ellos emprendió la ruta marina que conducía al palacio del rey Salamandra...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.


Y cuando llegó la 539ª noche

Ella dijo:
"... y con ellos emprendió la ruta marina que conducía al palacio del rey Salamandra.
Al llegar al palacio, el príncipe Saleh pidió permiso para entrar a hablar al rey; y se lo concedieron. Y entró en la sala donde se hallaba el rey marino Salamandra, sentado en un trono de esmeraldas y jacintos. Y Saleh formuló ante él sus deseos de paz con las maneras más escogidas, y depositó a sus pies los dos sacos grandes, llenos de magníficos regalos, que llevaban a la espalda los esclavos. Y al ver aquello, el rey correspondió a los deseos de paz de Saleh, le invitó a sentarse, y le dijo:
"¡Bien venido seas, príncipe Saleh! ¡Hace ya mucho tiempo que no te veo, lo cual me entristecía bastante! ¡Pero date prisa ya a pedirme lo que te haya impulsado a venir a verme; porque cuando se hace un regalo, siempre es con la esperanza de obtener en cambio una cosa equivalente! ¡Habla, pues, y veré si puedo hacer algo por ti!"
Entonces Saleh se inclinó profundamente ante el rey por segunda vez, y dijo: "¡Sí, estoy comisionado para una cosa que no quiero obtener más que de Alah y del rey magnánimo, del valiente león, del hombre generoso que ha extendido la fama de su gloria, de su magnificencia, de su liberalidad, de su esplendidez, de su clemencia y de su bondad, a lo largo de las tierras y los mares, haciendo que hablen de ella por la tarde con admiración las caravanas debajo de las tiendas de campaña!"
Al oír este discurso, el rey Salamandra, muy preocupado, frunció las cejas, y dijo: "¡Presenta tu demanda, ¡oh Saleh! pues entrará en un oído sensible y en un espíritu bien dispuesto! Si puedo satisfacerte, lo haré inmediatamente; pero si no puedo, no será por mala voluntad. ¡Porque Alah, oh Saleh! no pide a un alma lo que rebasa de su capacidad."
Entonces Saleh se inclinó ante el rey más profundamente todavía que las dos veces anteriores, y dijo: "¡Oh rey del tiempo, en verdad que lo que tengo que pedirte puedes concedérmelo, pues depende de tu poder y de tu única autoridad! ¡Y claro es que no me hubiera aventurado a venir a pedírtelo si de antemano no tuviese la certeza de que cabía en las posibilidades! Porque ha dicho el sabio: "¡Si quieres que se te atienda, no pidas lo imposible!" ¡Y yo ¡oh rey! (¡Alah te conserve para dicha nuestra!) no soy un demente ni un importuno! ¡Helo aquí, pues! ¡Sabe ¡oh rey lleno de gloria! que vengo a ti solamente como intermediario! ¡Y lo hago hoy rey magnánimo! ¡Oh generoso! ¡Oh el más grande! para pedirte la perla única, la joya inestimable, el tesoro sellado, tu hija la princesa Gema, en matrimonio para mi sobrino el rey Sonrisa-de-Luna, hijo del rey Schahramán y de mi hermana la reina Flor-de-Granada, y señor de la Ciudad-Blanca y de los reinos terrestres que se extienden desde las fronteras de Persia hasta los límites extremos del Khorassán.
Cuando el rey Salamandra el marino hubo oído este discurso de Saleh, echóse a reír de tal manera, que se cayó de trasero, ¡y en el suelo siguió convulsionándose y estremeciéndose a la vez que agitaba las piernas en el aire! Tras de lo cual se levantó, y mirando a Saleh en silencio, le gritó de pronto: "¡Hola! ¡Hola!" Y de nuevo se echó a reír convulso, y con tanta fuerza y durante tanto tiempo, que acabó por soltar un cuesco retumbante.
Y así fué como se calmó, y dijo a Saleh: "¡En verdad, oh Saleh! que te creí siempre un hombre sensato y equilibrado, pero al presente veo cuánto me engañaba. Dime qué fué de tu buen sentido y de tu razón para que te atrevieras a hacerme una petición tan loca".
Pero Saleh contestó, sin inmutarse ni perder la serenidad: "¡No lo sé! ¡Sin embargo, lo cierto es que mi sobrino el rey Sonrisa-de-Luna es por lo menos tan hermoso y tan rico y de tan noble linaje como tu hija la princesa Gema! Y si la princesa Gema no nació para semejante matrimonio, ¿quieres decirme para qué nació entonces? Porque, ¿no ha dicho el sabio: « ¡A la joven sólo le queda el matrimonio o la tumba!?» ¡Por eso no se conocen solteronas entre nosotros los musulmanes! ¡Date prisa, pues, ¡oh rey! a aprovecharte de esta ocasión para salvar de la tumba a tu hija!"
Al oír estas palabras, el rey Salamandra llegó al límite del furor, e irguiéndose sobre ambos pies, con las cejas contraídas y los ojos inyectados en sangre, gritó a Saleh: "¡Oh perro de los hombres! ¿Acaso pueden tus semejantes pronunciar en público el nombre de mi hija? ¿Quién eres tú, pues, más que un perro hijo de perro? ¿Y quién es tu hermana? ¡Perros, hijos de perros todos!" Luego encaróse con sus guardias, y les gritó: "¡Ah de vosotros! ¡Apoderaos de ese alcahuete y moledle los huesos!"
Al punto se precipitaron sobre Saleh los guardias y quisieron cogerle y derribarle; pero rápido como el relámpago, se les escapó él de las manos y salió para ponerse en fuga. Pero con extremada sorpresa vió que fuera había mil jinetes montados en caballos marinos, y cubiertos con corazas de acero y armados de pies a cabeza, y todos eran parientes suyos y gentes de su casa. ¡Y acababan de llegar en aquel mismo instante, enviados por su madre la reina Langosta, quien, presintiendo el mal recibimiento que pudiera hacerle el rey Salamandra, pensó en mandar a aquellos mil hombres para que le defendiesen de cualquier peligro!
Entonces Saleh les contó en pocas palabras lo que acababa de pasar, y les gritó: "Y ahora, ¡sus, a ese rey estúpido y loco!"
A la sazón se apearon de sus caballos los mil guerreros, desenvainaron sus espadas y se precipitaron en masa, detrás del príncipe Saleh, en la sala del trono...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.



Pero cuando llegó la 540ª noche

Ella dijo:
"... A la sazón se apearon de sus caballos los mil guerreros, desenvainaron sus alfanjes y se precipitaron en masa, detrás del príncipe Saleh, en la sala del trono.
En cuanto al rey, cuando vió entrar con estrépito aquel torrente súbito de guerreros enemigos que se esparcían como las tinieblas de la noche, no perdió la serenidad, y gritó a sus guardias: "¡Sus, y a ese macho cabrío y a su rebaño de cobardes! ¡Y que estén más cerca de su cabeza vuestras espadas que de sus lenguas su saliva!"
Y al punto lanzaron los guardias su grito de guerra: "¡Paso a Salamandra!" Y los guerreros de Saleh lanzaron su grito de guerra: "¡Paso a Saleh!" ¡Y se abalanzaron y chocaron ambos bandos cual las olas  del mar tumultuoso! ¡Y el corazón de los guerreros de Saleh era más firme que la roca, y sus espadas veloces se pusieron a cumplir los designios del Destino! ¡Y Saleh el valeroso, el héroe con corazón de  granito, el jinete de la espada y de la lanza, hería cuellos y atravesaba pechos con un ímpetu que derribaría las rocas de las montañas!
¡Oh, qué refriega más terrible! ¡Qué espantosa carnicería! ¡Qué de gritos sofocados en las gargantas por las puntas de las lanzas oscuras!
¡Cuántas mujeres hubieron de quedarse viudas con sus hijos huérfanos...!
¡Y seguía el combate encarnizado, repercutían las armas, gemían los cuerpos aquejados de heridas dolorosas, y temblaban las tierras submarinas bajo el choque de los guerreros obstinados! Pero ¿qué pueden los sables y las armas todas contra los designios del Destino?
¿Y desde cuándo pueden las criaturas retardar o adelantar la hora marcada para su término fatal?
Así es que, al cabo de una hora de lucha, los corazones de los guardias de Salamandra no tardaron en ser cual vasos frágiles; y todos, hasta el último, cubrieron el suelo alrededor del trono de su rey. ¡Y al  ver aquello, Salamandra se sintió poseído de una rabia tal, que sus compañones extraordinarios, que le colgaban hasta las rodillas, se le encogieron hasta el ombligo! Y echando espuma precipitóse contra Saleh, que hubo de recibirle con la punta de su lanza, y le gritó: "¡Ya estás ¡oh pérfido y brutal! en el límite extremo del mar de la perdición!" Y con un golpe retumbante, le tiró al suelo y le sujetó sólidamente hasta que sus guerreros le ayudaron a cargarle de ligaduras y a atarle los brazos detrás de la espalda.
¡Y esto en cuanto a todos ellos!
¡Pero he aquí lo referente a la princesa Gema y a Sonrisa-de-Luna!
Desde que oyó los primeros ruidos de la batalla que se libraba en el palacio, la princesa Gema había huido enloquecida, con una de sus servidoras, llamada Mirta, y atravesando las regiones marinas, había subido a la superficie del agua, continuando en su carrera hasta que tocó en una isla desierta, donde hubo de refugiarse, ocultándose en la copa de un árbol grande y frondoso. Y su servidora Mirta la imitó y se ocultó también en la copa de otro árbol al que había trepado.
Pero quiso el Destino que ocurriese lo propio en el palacio de la reina Langosta. En efecto, los dos esclavos que habían acompañado al príncipe Saleh al palacio de Salamandra para llevar los sacos de regalos, en cuanto empezó la batalla apresuraronse asimismo a ponerse en salvo y a correr para anunciar el peligro a la reina Langosta. Y el joven rey Sonrisa-de-Luna, que hubo de interrogar a los esclavos cuando llegaron, se alarmó mucho con aquellas noticias poco tranquilizadoras y se consideró como la causa principal del gran peligro que corría su tío y del trastorno producido en el imperio submarino.
Así es que, como se sentía muy tímido en presencia de su abuela Langosta, no había tenido valor para presentarse a ella después de saber el peligro en que, por causa suya, se encontraba su tío el príncipe Saleh. Y aprovechóse del momento en que su abuela escuchaba la relación de los esclavos, para salir del fondo del mar y subir a la superficie, a fin de volver junto a su madre Flor-de-Granada en la Ciudad-Blanca. Pero como ignoraba el camino que tenía que seguir, se extravió y llegó a la misma isla desierta en que se había refugiado la princesa Gema.
No bien tocó tierra, como se notaba fatigado por la carrera penosa que acababa de emprender, fué a echarse al pie del mismo árbol en que se hallaba la princesa Gema. ¡Y no sabía que el destino de cada hombre le acompaña por donde va, corre más de prisa que el viento y no hay remisión para aquel a quien persigue! Y no sospechaba lo que le reservaba la suerte misteriosa desde el fondo de la eternidad.
Una vez que se hubo echado, pues, al pie del árbol, apoyó la cabeza en el brazo para dormir, y de pronto, al levantar los ojos hacia la copa del árbol, se encontró con la mirada de la princesa y con su rostro, y en un principio creyó ver la propia luna entre las ramas, y exclamó: "¡Gloria a Alah, que ha creado la luna para iluminar los crepúsculos y aclarar la noche!"
Luego, al mirar con más atención, advirtió que se trataba de una belleza humana, y que la tal pertenecía a una joven cual la luna...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.



Pero cuando llegó la 541ª noche

Ella dijo:
"... advirtió que se trataba de una belleza humana, y que la tal pertenecía a una joven cual la luna. "¡Por Alah! ¡Voy a subir en seguida a alcanzarla y a preguntarle su nombre! ¡Porque se parece de un modo asombroso al retrato admirable que de la princesa Gema me hizo mi tío Saleh! ¿Y quién sabe si no será ella misma? ¡Quizá emprendiera la fuga desde el palacio de su padre en cuanto comenzó el combate!" Y en extremo emocionado, saltó sobre sus pies, y erguido bajo el árbol, alzó los ojos hacia la joven, y le dijo:
"¡Oh cima suprema de todo deseo! ¿Quién eres y por qué motivo te encuentras en esta isla y en la copa de este árbol?" Entonces inclinose un poco la princesa hacia el hermoso joven y le sonrió, y dijo con una voz cantarina como el agua: "¡Oh joven encantador! ¡Oh hermosísimo! ¡Yo soy la princesa Gema, hija del rey Salamandra el marino! ¡Y estoy aquí porque he huido de mi patria, y de las moradas de mi patria, y de mi padre y de mi familia, para escapar a la triste suerte de los vencidos! Porque a esta hora el príncipe Saleh ha debido reducir a la esclavitud a mi padre después de exterminar a todos sus guardias. ¡Y debe estar buscándome por todo el palacio!
¡Ay! ¡Ay! ¡Qué duro será el lejano destierro de los míos!
¡Qué desgraciada suerte la de mi padre, el rey! ¡Ay! ¡Ay!" Y de sus hermosos ojos cayeron gruesas lágrimas sobre el rostro de Sonrisa-de-Luna, que alzó los brazos con un ademán de emoción y sorpresa, y acabó por exclamar: "¡Oh princesa Gema, alma de mi alma! ¡Oh ensueño de mis noches sin sueño! ¡Baja de este árbol, por favor, pues soy el rey Sonrisa-de-Luna, hijo de Flor-de-Granada, la reina oriunda del mar, como tú! ¡Oh! ¡Baja, porque soy el que asesinaron tus ojos, el esclavo cautivo de tu belleza!"
Y exclamó, entusiasmada la joven: "¡Ya Alah! ¡Oh mi señor! ¿Conque eres tú el hermoso Sonrisa-de-Luna, sobrino de Saleh e hijo de la reina Flor-de-Granada?"
El joven dijo: "¡Claro que sí! ¡Pero te ruego que bajes!" Ella dijo: "¡Oh, qué poco acertado estuvo mi padre al rehusar para su hija un esposo como tú! ¿Qué más podía desear? ¡Oh querido mío! no te enfades por la negativa irreflexiva de mi padre, pues te amo yo. ¡Y si tú me amas un poco, yo te amo una inmensidad! ¡Desde que te vi, el amor que por mí sientes se albergó en mi hígado, y me he convertido en víctima de tu hermosura!"
Y después de pronunciar estas palabras, se deslizó a lo largo del árbol hasta caer en brazos de Sonrisa-de-Luna, que la apretó contra su pecho en el límite del júbilo y la devoró a besos dados por todas partes, mientras ella le devolvía cada caricia y cada movimiento. Y con aquel contacto delicioso, sintió Sonrisa-de-Luna que cantaban todos los pájaros de su alma, y exclamó: "¡Oh soberana de mi corazón! ¡Oh princesa Gema tan deseada, por quien también abandoné, en verdad, mi reino, mi madre y el palacio de mis padres! ¡Mi tío Saleh apenas me detalló la cuarta parte de tus encantos, siendo insospechables para mí las otras tres cuartas partes! Y no pesó en presencia mía más que un quilate de los veinticuatro quilates de tu belleza, ¡oh toda de oro!"
Habiendo dicho estas palabras, siguió cubriéndola de besos y acariciándola de mil maneras. Luego, abrasándose de deseos por deleitarse al fin con aquella grupa de bendiciones, deslizó su mano hacia las borlas del cordón. Y cual si quisiera ayudarle en esta operación, se levantó la joven, alejóse algunos pasos, y de repente extendió la mano rectamente en dirección a él, y escupiéndole en el rostro seco, le gritó:
"¡Oh terrestre, abandona la forma humana, y conviértete en un pajarraco blanco con el pico y las patas rojos!" ¡Y al punto Sonrisa-de-Luna, en el límite de la estupefacción, quedó transformado en un pájaro de plumas blancas, de alas pesadas e incapaces de volar, y con pico y patas rojos!
¡Y se puso a mirar a la joven con lágrimas en los ojos!
Entonces la princesa Gema llamó a su servidora Mirta, y le dijo "¡Coge a este pájaro, que es el sobrino del mayor enemigo de mi padre, de ese Saleh el alcahuete que combatió a mi padre, y llévale a la Isla Seca, que no está lejos de aquí, a fin de que se muera de sed y de hambre. . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Y cuando llegó la 542ª noche

Ella dijo:
"¡... Coge a este pájaro, y llévale a la Isla Seca, a fin de que se muera de sed y de hambre!"
¡Eso fué todo!
Porque la princesa Gema se había mostrado tan graciosa con Sonrisa-de-Luna sólo para acercarse a él sin inconvenientes y poder de tal modo metamorfosearle en pájaro destinado a morir de inanición, vengando así a su padre y a los guardias de su padre.
¡Y he aquí lo referente a ella!
¡Volvamos ahora con el pájaro blanco! Cuando la servidora Mirta, por obedecer a su ama Gema, le cogió a pesar de los aleteos desesperados y de los gritos roncos que el animal lanzaba, sintió lástima de él y no tuvo valor para transportarle a la Isla Seca, donde le esperaba una muerte tan cruel, y dijo para su ánima sensible: "¡Mejor será que le lleve a un paraje donde no pueda morir de manera tan cruel y donde aguarde su destino! ¡Porque quién sabe si mi ama no se arrepentirá pronto de su primer impulso, una vez calmada su cólera y me regañará por haberla obedecido con demasiada diligencia!" En vista de eso, transportó al cautivo a una isla verdeante, cubierta de toda clase de árboles frutales y regada por frescos arroyos, y le abandonó allí para volver al lado de su ama.
Pero dejemos por el momento en la isla verde al pájaro, y en la otra isla a la princesa Gema, y veamos lo qué fué del príncipe Saleh, vencedor de Salamandra.
Una vez que hizo encadenar al rey Salamandra, le encerró en uno de los aposentos del palacio, y se hizo proclamar rey en su lugar. Luego se apresuró a buscar por todas partes a la princesa Gema; pero claro es que no la encontró. Y cuando vió que eran inútiles todas sus pesquisas, regresó a su antigua residencia para poner a su madre la reina Langosta al corriente de lo que acababa de pasar.
Después le preguntó: "¡Oh madre mía! ¿Dónde está mi sobrino el rey Sonrisa-de-Luna?" Ella contestó: "¡No sé! Debe estar paseando con sus parientes. ¡Pero voy a enviar ya a buscarle!" Y cuando decía estas palabras, entraron los parientes sin que estuviese él entre ellos. Y enviaron a buscarle por todas partes; pero claro es que en ninguna parte le encontraron. Entonces fué extremado el dolor del rey Saleh, de la abuela y de las parientes; y se lamentaron y lloraron mucho. Más tarde Saleh, con el pecho oprimido, se vió obligado a mandar que previnieran de la cosa a su hermana, la reina Flor-de-Granada la marina, madre de Sonrisa-de-Luna.
Flor-de-Granada, en el límite de la desesperación, se apresuró a sumergirse en el mar y a correr al palacio de su madre Langosta. Y tras los primeros abrazos y llantos, preguntó: "¿Dónde está mi hijo el rey Sonrisa-de-Luna?" Y después de largos preámbulos y de silencios pletóricos de lágrimas, la vieja madre contó a su hija toda la historia, desde el principio hasta el fin. Pero no hay utilidad de repetirla.  Luego añadió: "¡Y por más pesquisas que hizo tu hermano Saleh, el cual ha sido proclamado rey en lugar de Salamandra, no pudo dar todavía con las huellas de nuestro hijo Sonrisa-de-Luna, ni tampoco con las de la princesa Gema, hija de Salamandra!"
Cuando Flor-de-Granada hubo oído estas palabras, el mundo se ennegreció ante ella, y la desolación entró en su corazón, y los sollozos de la desesperación la sacudieron toda. Y durante largo tiempo no se oyeron en el palacio submarino más que los gritos de duelo de las mujeres, e hipos de dolor.
Pero pronto hubo que pensar en remediar un estado de cosas tan anormal y desolador. Así es que la abuela fue la primera que secó sus lágrimas, y dijo: "¡Hija mía, no te entristezcas con exceso el alma por esta aventura, pues no hay razón para que tu hermano no encuentre por fin a tu hijo Sonrisa-de-Luna! En cuanto a ti, si quieres verdaderamente a tu hijo y velas por sus intereses, lo mejor que puedes hacer es volver a tu reino para dirigir los asuntos y mantener secreta para todos la desaparición de tu hijo. ¡Y Alah proveerá!"
Flor-de-Granada contestó: "Tienes razón, madre mía. ¡Emprenderé el regreso! ¡Pero por favor te ruego que no ceses de pensar en mi hijo, y que no desmaye nadie en las pesquisas! ¡Porque si le sucediera algún mal, moriría sin remisión, yo, que sólo veo la vida a través de él y sólo cuando le veo disfruto de alegría!" Y contestó la reina Langosta: "¡Claro, hija mía, que lo haré de todo corazón afectuoso! ¡No tengas, pues, ningún temor por eso, y tranquiliza completamente tu espíritu!"
Entonces Flor-de-Granada se despidió de su madre, de su hermano y de sus primas, y con el pecho muy oprimido y el alma muy triste, regresó a su reino y a su ciudad ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.


Pero cuando llegó la 543ª noche

Ella dijo:
... regresó a su reino y a su ciudad.
¡Pero volvamos ahora a la isla verdeante donde la joven Mirta, la de alma sensible, depositó a Sonrisa-de-Luna, transformado por la princesa Gema en pájaro blanco con pico y patas rojos!
Cuando el pájaro Sonrisa-de-Luna se vió abandonado por la caritativa Mirta, se echó a llorar copiosamente; luego, como tenía hambre y sed, se puso a comer frutas y a beber agua corriente, pensando siempre en su mala suerte y asombrándose de verse convertido en pájaro. Y por más que intentó servirse de sus alas para volar, no pudieron sostenerle en el aire, porque era muy grande y muy pesado. Y acabó por resignarse a su destino, pensando: "Al fin y al cabo, ¿qué lograría con abandonar esta isla, si no sé adónde dirigirme ni nadie podrá reconocer bajo mi apariencia de pájaro al rey que hay dentro de mí?"
Y continuó viviendo tristemente en la isla; y por la noche se encaramaba a un árbol para dormir. Y he aquí que un día en que se paseaba desolado con sus patas y cabizbajo de tantas preocupaciones como tenía, le divisó un pajarero que iba a tender sus redes de caza en la isla. Y encantado por el aspecto magnífico de aquel pájaro tan grande que no tenía par y cuyo pico y patas rojos resaltaban de manera tan bonita en la blancura del plumaje, se regocijó mucho por poder poseer semejante pájaro de una especie desconocida en absoluto para él.
Tomó, pues, todas sus precauciones, y con diestra lentitud se acercó por detrás del animal y de pronto le echó la red encima y le capturó. Y entusiasmado con aquel hermoso ejemplar de caza, volvióse a la ciudad de donde había ido, llevando al hombro y delicadamente cogido por las patas al pajarraco.
Al llegar a la ciudad, se dijo el pajarero: "¡Por Alah! que en mi vida he visto un pájaro parecido a éste, ni en mis cacerías por tierra ni por mar! Así es que me guardaré bien de vendérselo a un comprador vulgar que no se dé cuenta del precio ni del valor; que probablemente le mataría y se lo comería con su familia; pero voy a llevárselo como regalo al rey de la ciudad, que se maravillará de su hermosura y me recompensará espléndidamente". Y fué a palacio y se lo llevó al rey, el cual quedó en extremo encantado al verlo, y sobre todo admiró el hermoso color rojo del pico y de las patas. Y lo aceptó y dió diez mil dinares de oro al pajarero, que besó la tierra y se fué.
Entonces el rey mandó construir una jaula grande con enrejado de oro, y encerró en ella al hermoso pájaro. Y le puso delante granos de maíz y de trigo; pero el pájaro no arrimó a ellos el pico. Y el rey se dijo, asombrado: "¡No los come! ¡Voy a darle otra cosa!" Y le sacó de la jaula y le puso delante pechuga de pollo, lonchas de carne y frutas. Y al punto el pájaro empezó a comer con notoria satisfacción, lanzando pequeños arrullos y pavoneando sus plumas blancas. Y al ver aquello, el rey vaciló de alegría, y dijo a un esclavo: "¡Corre en seguida a prevenir a tu ama, la reina, de que he comprado un pájaro prodigioso que es un milagro entre los milagros del tiempo, a fin de que venga a admirarle conmigo, y a ver la manera maravillosa que tiene de comer todos estos manjares, con los que, por lo general, no se alimentan los pájaros!" Y el esclavo se apresuró a ir a llamar a la reina, que no tardó en presentarse.
Pero cuando hubo divisado al pájaro, la reina se cubrió inmediatamente el rostro con un velo, y retrocedió hacia la puerta y quiso salir indignada. Y corrió tras ella el rey, y le preguntó reteniéndola por el velo: "¿Por qué te cubres el rostro, si no estamos aquí más que yo, tu esposo, los eunucos y las servidoras?" Ella contestó: "¡Oh rey! has de saber que ese pájaro no es un pájaro, sino un hombre como tú! Y no es otro que el rey Sonrisa-de-Luna, hijo de Schahramán y de Flor-de-Granada la marina. ¡Y le ha metamorfoseado así la princesa Gema; hija de Salamandra el marino, vengando con ello a su padre, que fué vencido por Saleh, tío de Sonrisa-de-Luna!"
Al oír estas palabras, el rey se asombró hasta el límite del asombro, y hubo de exclamar: "¡Alah confunda a la princesa Gema y le corte la mano! ¡Pero, ¡por Alah sobre ti! ¡Oh hija de mi tío! dame más detalles acerca de la cosa!" Y la reina, que era la maga más insigne de su tiempo, le contó toda la historia sin omitir detalle. Y prodigiosamente maravillado, el rey se encaró con el pájaro, y le preguntó: "¿Es verdad todo eso?" Y el pájaro ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.


Pero cuando llegó la 544ª noche

Ella dijo:
"... se encaró con el pájaro, y le preguntó: "¿Es verdad todo eso?" Y el pájaro bajó la cabeza en señal de asentimiento, y agitó las alas. Entonces dijo el rey a su esposa: "Alah te bendiga, ¡oh hija del tío! ¡Pero, por mi vida ante tus ojos, date prisa a librarle de ese encanto, no le dejes en semejante tormento!"
Entonces la reina, cubriéndose por completo el rostro, dijo al pájaro: "¡Oh Sonrisa-de-Luna, entra en este armario grande!" Y el pájaro obedeció y entró en un armario grande, disimulado en la pared, que la reina acababa de abrir; y detrás de él entró ella llevando en la mano una taza de agua, sobre la cual pronunció palabras desconocidas; y empezó a hervir el agua en la taza. Entonces cogió ella algunas gotas, echándoselas al rostro al pájaro, y diciendo: "¡Por la virtud de los Nombres Mágicos y de las Palabras Poderosas, y por la majestad de Alah el Omnipotente, Creador del cielo y de la tierra, Resucitador de los Muertos, Fijador de términos y Distribuidor de destinos, te ordeno que abandones esa forma de pájaro, y recobres la que recibiste del Creador!"
Y al punto tembló él con un temblor y le sacudió una sacudida, y recobró su prístina forma. Y el rey, maravillado, vió que era un joven que no tenía igual sobre la faz de la tierra. Y exclamó: "¡Por Alah, que merece el nombre de Sonrisa-de-Luna!"
Y he aquí que, en cuanto Sonrisa-de-Luna se vió vuelto a su estado primitivo, exclamó: "¡La ilah ill' Alah! ¡ua Mohamed rassul Alah!" Luego se acercó al rey, le besó la mano y le deseó larga vida. Y el rey le besó en la cabeza, y le dijo: "¡Sonrisa-de-Luna, te ruego que me cuentes toda tu historia desde que naciste hasta hoy!" Y Sonrisa-de-Luna contó toda su historia, sin omitir un detalle, al rey, que maravillóse de ella en extremo.
Entonces el rey, en el último límite de la satisfacción, dijo al otro rey joven que se había librado del encanto: "¿Qué quieres que haga ahora por ti, ¡oh Sonrisa-de-Luna!? ¡Háblame con toda confianza!" El  joven contestó: "¡Oh rey del tiempo, desearía volver a mi reino! Porque ya hace muchos días que estoy ausente de él, y me temo que mis enemigos se aprovechen de mi alejamiento para usurparme el trono. ¡Y además, mi madre debe estar muy angustiada por mi desaparición! ¡Y quién sabe si la duda la habrá dejado sobrevivir a su dolor y a sus preocupaciones!" Y conmovido el rey por su belleza y conquistado por su juventud y su piedad, contestó: "¡Escucho y obedezco!", e hizo preparar inmediatamente un navío con sus provisiones, sus aparejos, sus marineros y su capitán, en cuya nave se embarcó Sonrisa-de-Luna, después de los deseos propios del adiós y de dar gracias, confiando en su destino.
¡Pero desde lo invisible, este destino le reservaba otras aventuras todavía!
Efectivamente, cinco días después de la partida, se alzó una tempestad furiosa que desamparó y rompió el navío contra una costa abrupta, y sólo Sonrisa-de-Luna, a causa de su impermeabilidad, pudo salvarse a nado y ganar tierra firme.
Y vió a lo lejos brotar una ciudad cual una paloma muy blanca, que dominaba el mar desde la cima de una montaña, y de pronto vió bajar de aquella montaña y acercarse a él a galope furioso con una rapidez de huracán, caballos, mulos y asnos innumerables como los granos de arena. Y se detuvo en torno suyo aquella tropa galopante y encabritada. Y todos los asnos, con los caballos y los mulos, se pusieron a hacerle con la cabeza señas evidentes que significaban: "¡Vuélvete por donde has venido!" Pero como él se obstinaba en permanecer allí, los caballos empezaron a relinchar y los mulos empezaron a resoplar y los asnos empezaron a rebuznar; pero eran los suyos relinchos, resoplidos y rebuznos de dolor y de desesperación. Y algunos hasta se pusieron a llorar resollando de un modo que no dejaba lugar a dudas. Y empujaban con el hocico delicadamente a Sonrisa-de-Luna, que no quería retornar al agua. Luego, como en vez de volver sobre sus pasos se adelantaba el joven hacia la ciudad, los cuadrúpedos se pusieron en marcha, unos delante de él y otros detrás de él, formándole una especie de cortejo fúnebre que resultaba más impresionante porque Sonrisa-de-Luna creía percibir en los gritos que daban como una vaga salmodia en lengua árabe y que se parecía a la que recitan ante los muertos los lectores del Korán...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.


Y cuando llegó la 545ª noche

Ella dijo:
"... Sonrisa-de-Luna creía percibir en los gritos que daban como una vaga salmodia en lengua árabe y que se parecía a la que recitan ante los muertos los lectores del Korán. Y sin saber ya si estaba dormido o despierto ni si todo aquello era sólo una ilusión engañosa del estado en que se hallaba, Sonrisa-de-Luna empezó a caminar como en sueños, y llegó de tal suerte a la puerta de la ciudad encaramada en la cima de la colina. Y vió sentado a la entrada de una droguería un jeique de barba blanca, al cual se apresuró a desear la paz. Y el jeique, por su parte, al verle tan hermoso, quedó en extremo encantado, y se levantó, le devolvió la zalema e hizo señas a los cuadrúpedos para que se alejaran. Y se alejaron, volviendo la cabeza de vez en cuando, como para indicar la intensidad de sus penas; luego se dispersaron por todos lados y desaparecieron.
Entonces, interrogado por el viejo jeique, Sonrisa-de-Luna contó su historia en pocas palabras, y dijo al jeique después: "¡Oh venerable tío mío! ¿puedes a tu vez decirme qué ciudad es esta ciudad y quiénes son esos extraños cuadrúpedos que me acompañaban lamentándose?" El jeique contestó: "¡Hijo mío, entra antes en mi tienda y siéntate! Porque debes estar necesitado de alimento. ¡Y después te diré lo que pueda decirte!" Y le hizo entrar y sentarse en un diván al extremo de la tienda, y le llevó de comer y de beber. Y cuando se hubo refrigerado y refrescado, le besó entre los ojos, y le dijo: "¡Da gracias ¡oh hijo mío! a Alah, que te hizo encontrarte conmigo antes de que te viera la reina de aquí! ¡Si  no te dije nada hasta ahora fué porque temía turbarte e impedirte así que comieras con gusto! ¡Pues has de saber que esta ciudad se llama la Ciudad de los Encantamientos y que la que aquí reina se llama la reina Almanakh!
¡Es una maga formidable, una verdadera cheitana! ¡Y he aquí que el deseo la abrasa sin cesar! Y cada vez que encuentra a un extranjero joven, fuerte y hermoso que desembarca en esta isla, le seduce y se hace cabalgar y copular muchas veces por él durante cuarenta días y cuarenta noches. Pero, como al cabo de ese tiempo le ha agotado completamente, le metamorfosea en animal. Y como, bajo esta nueva forma de animal, recupera él fuerzas nuevas y potentes virtudes, se metamorfosea ella misma a su antojo, cada vez en el animal que le conviene, yegua o burra, y se hace copular así por el asno o el caballo una cantidad innumerables de veces. Tras de lo cual recobra su forma humana para tener nuevos amantes y nuevas víctimas entre los jóvenes hermosos que encuentra. ¡Y a veces, en las noches de sus deseos extremados, ocurre que se hace cabalgar sucesivamente, hasta que llega la mañana, por todos los cuadrúpedos de la isla! ¡Y así pasa su vida!
"¡Pero como te quiero con un cariño grande, hijo mío, no me gustaría verte caer en manos de esa encantadora insaciable, que no vive más que para lo que acabo de decirte! Y como sin duda eres el más hermoso de todos los jóvenes que han desembarcado en esta isla, ¿quién sabe lo que sucedería si te advirtiese la reina Almanakh?
"Respecto a los asnos, los mulos y los caballos que al divisarte bajaron de la montaña a tu encuentro, son precisamente, los jóvenes que ha metamorfoseado Almanakh. Y como te veían tan joven y tan hermoso, tuvieron piedad de ti y con sus signos de cabeza quisieron decidirte de antemano a que volvieras al mar. Luego, como veían que te obstinabas en quedarte a pesar de sus objeciones, te acompañaron hasta aquí salmodiando en su lenguaje las fórmulas fúnebres, como si acompañaran a un hombre muerto para la vida humana.
"Pero la vida con esta joven reina Almanakh, la encantadora, no sería nada desagradable, ¡oh hijo mío! si no abusase ella del que la suerte le trae como amante.
"Por lo que a mí atañe, me teme y me respeta, porque sabe que soy más versado que ella en el arte de la hechicería y de los encantamientos. ¡Pero como soy un creyente en Alah y en su Profeta (¡con él la plegaria y la paz!), yo, hijo mío, no me sirvo de la magia para hacer el mal! ¡Pues el mal acaba siempre por volverse contra el malhechor!"
Y he aquí que, apenas el viejo jeique había dicho estas palabras, avanzó por su lado un magnífico cortejo de mil jóvenes como lunas, vestidas de púrpura y de oro, que fueron a ponerse en dos filas a lo  largo de la tienda para dejar paso a una joven más bella que todas, montada en un caballo árabe resplandeciente de pedrerías. Y era la propia reina Almanakh, la maga. Y se paró delante de la tienda, echó pie a tierra, ayudada por las dos esclavas que tenían la brida, y entró en casa del viejo jeique, a quien saludó con mucha cortesía. Luego se sentó en el diván y miró a Sonrisa-de-Luna con ojos entornados...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.


Y cuando llegó la 546ª noche

Ella dijo:
"... Luego se sentó en el diván y miró a Sonrisa-de-Luna con los ojos entornados. ¡Y qué mirada! Larga, perforadora, ardorosa y relampagueante! Y Sonrisa-de-Luna se sintió como atravesado por una azagaya o abrasado por un carbón ardiendo. Y la joven reina se encaró con el jeique, y le dijo: "¡Oh jeique Abderrahmán! ¿de dónde has sacado semejante joven?" El jeique contestó: "Es hijo de mi hermano. Acaba de llegar de viaje a casa." Ella dijo: "Es muy hermoso, ¡oh jeique! ¿Querrías prestármele solamente por una noche? ¡Sólo hablaré con él, y nada más, y te lo devolveré intacto mañana por la mañana!" El jeique dijo: "¿Me juras que jamás tratarás de hechizarle?" Ella contestó: "¡Lo juro ante el señor de los magos y ante ti, venerable tío!"
E hizo dar como regalo al jeique mil dinares de oro para mostrarle su gratitud, y mandó que montaran a Sonrisa-de-Luna en un maravilloso caballo cubierto de pedrerías, y le llevó con ella al palacio. Y aparecía en medio del cortejo cual la luna en medio de estrellas.
Y he aquí que Sonrisa-de-Luna, que se resignaba a dejar obrar el Destino en adelante, no decía una palabra y se dejaba conducir sin exteriorizar sus sentimientos en manera alguna.
Y la maga Almanakh, que sentía arder sus entrañas por aquel joven mucho más de lo que nunca habían ardido por sus pasados amantes, se apresuró a conducirle a una sala que tenía las paredes de oro y el ambiente refrescado por un salto de agua que brotaba de una pila de turquesa. Y fué a echarse con él en un lecho amplio de marfil, donde empezó a acariciarle de una manera tan extraordinaria, que se puso él a cantar y a bailar entre todos los pájaros. ¡Y no tenía ella nada de brutal, sino al contrario! ¡Era verdaderamente tan delicada!... ¡Tanto, que fueron incalculables los asaltos que el gallo prodigó a la infatigable gallina!
Y se dijo él: "¡Por Alah, que es infinitamente experta! ¡Y no me atropella! ¡Se toma su tiempo, y yo lo mismo! ¡Así es que, como creo imposible que la princesa Gema sea tan maravillosa como esta encantadora, quiero permanecer aquí toda mi vida, y no pensar más en la hija de Salamandra, ni en mis parientes, ni en mi reino!"
Y el hecho fué que permaneció allí cuarenta días y cuarenta noches, pasando todo su tiempo con la joven maga, entre festines, bailes, cantos, caricias, movimientos, asaltos, copulaciones y otras cosas análogas, en el límite del placer y del júbilo.
Y de cuando en cuando, Almanakh le preguntaba en broma: "¡Oh ojos míos! ¿te encuentras conmigo mejor que con tu tío en la tienda?" Y contestaba él: "¡Por Alah! ¡oh mi señora, mi tío es un pobre vendedor de drogas, pero tú eres la propia triaca!"
Y he aquí que, estando en la cuadragésima noche, la maga Almanakh, tras un número infinito de asaltos con Sonrisa-de-Luna, parecía más agitada que de costumbre, y se echó a dormir. Pero hacia la medianoche, Sonrisa-de-Luna, que fingía dormir, la vió levantarse del lecho con el rostro encendido. Y se puso ella en medio de la sala y cogió de una bandeja de cobre un puñado de granos de cebada, que arrojó al agua de la pila. Y al cabo de unos instantes germinaron los granos de cebada, y salieron del agua sus tallos, y maduraron y se doraron sus espigas. Entonces la maga recogió los granos nuevos, los machacó en un mortero de mármol, los mezcló con ciertos polvos que fue sacando de diferentes cajas, e hizo con ello una pasta redonda como una torta. Luego puso el pastel preparado de aquella manera en la lumbre de una estufilla, y lo coció lentamente. Entonces lo retiró del fuego, lo envolvió en una servilleta y fué a ocultarlo en un armario, tras de lo cual volvió a acostarse en el lecho al lado de Sonrisa-de-Luna, y se durmió.
Pero por la mañana, Sonrisa-de-Luna, que desde que entró en el palacio de la maga se había olvidado del viejo jeique Abderrahmán, se acordó de él a tiempo, y pensó en la necesidad de ir en su busca, para ponerle al corriente de lo que había visto hacer a Almanakh durante la noche. Y fué a la tienda del jeique, que se alegró mucho de verle, le besó con efusión, le hizo sentarse, y le dijo: "¡Creo, hijo mío, que no habrás tenido queja de la maga Almanakh, por muy infiel que sea!"
El joven contestó: "¡Por Alah, mi buen tío! me ha tratado todo este tiempo con mucha delicadeza y no me ha atropellado lo más mínimo. ¡Pero esta noche la sentí levantarse, y al verla con el rostro encendido, fingí que dormía, y la he visto hacer cosas que me inducen a temerlo todo de ella! Por eso, ¡oh venerable tío mío! vengo a consultarte".
Y le contó la operación nocturna que hubo de efectuar la maga .. .
En ese momento de su narración. Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.


Y cuando llegó la 547ª noche

Ella dijo:
"... Y le contó la operación nocturna que hubo de efectuar la maga.
Al oír estas palabras, el jeique Abderrahmán sintió gran cólera, y exclamó: "¡Ah maldita! ¡maldita, pérfida, perjura, que no quiere cumplir su juramento! ¡Nada, por lo visto, la corregirá de su magia funesta!" Luego añadió: "¡Ya es hora de que termine yo con sus maleficios!" Y fué a un armario, sacó de él una torta en un todo semejante a la confeccionada por la maga, la envolvió en un pañuelo y se la entregó a Sonrisa-de-Luna, diciéndole: "Merced a esta torta que te doy, recaerá sobre ella el mal que quiera hacerte. Porque al cabo de cuarenta días de estar con sus amantes, les da a comer tortas confeccionadas por ella, que les transforman en esos animales de cuatro patas que llenan la isla. ¡Pero tú, hijo mío, guárdate bien de tocar la torta que te presente! ¡Intenta, por el contrario, hacerle tragar a ella un pedazo de la que yo te doy! Luego le harás exactamente lo que ella haya intentado hacer contigo para sus hechicerías, pronunciando sobre ella las mismas palabras que ella haya pronunciado sobre ti. ¡Y de ese modo la convertirás en el animal que te plazca! Y te montarás encima y vendrás a verme. Y entonces sabré yo lo que tengo que hacer". Y después de dar gracias al jeique por el afecto y el interés que le mostraba, Sonrisa-de-Luna le dejó y regresó al palacio de la maga.
Y encontró a Almanakh esperándole en el jardín, sentada ante un mantel puesto y en medio del cual estaba la torta preparada a medianoche. Y al quejársele ella por su ausencia, dijo él: "¡Oh dueña mía! como hacía tiempo que no veía a mi tío, he ido a visitarle; y me ha recibido efusivamente y me ha dado de comer; y entre otras cosas excelentes, me ha dado pasteles tan deliciosos, que no he podido por menos de traerte uno para que lo pruebes".
Y sacó el pequeño envoltorio, desenvolvió el pastel, y la dió a comer un pedazo. Y para no desairarle, Almanakh partió el pastel y cogió un pedazo, tragándoselo. Luego ofreció a su vez del suyo a Sonrisa-de-Luna, quien para no desairarla, cogió un pedazo, pero lo dejó caer por la abertura de su traje, fingiendo que se lo tragaba.
Como creía que realmente habíase tragado el pedazo de pastel, la maga al punto levantóse con viveza, cogió de una pila cercana un poco de agua en el hueco de la mano y le roció con ella, gritándole: "¡Oh joven debilitado, conviértete en asno potente!"
Pero cuál no sería el asombro de la maga al ver que el joven, lejos de transformarse en asno, se levantaba a su vez y se aproximaba con viveza a la pila, de donde tomó un poco de agua para rociarla con ella, gritándole: "¡Oh pérfida, abandona tu forma humana y conviértete en burra!"
Y en el mismo momento, antes de que tuviese tiempo para volver de su sorpresa, la maga Almanakh quedó convertida en burra. Y Sonrisa-de-Luna montó en ella y se apresuró a ir en busca del jeique Abderrahmán, al cual contó lo que acababa de pasar. Luego le entregó la burra, que se mostraba reacia a ello.
Entonces el jeique puso al pescuezo de la burra Almanakh una cadena doble que sujetó a una anilla de la muralla. Luego dijo a Sonrisa-de-Luna: "Ahora, hijo mío, voy a dedicarme a poner en orden los asuntos de nuestra ciudad, y voy a comenzar por romper el encanto que tiene convertidos a tantos jóvenes en animales de cuatro patas. ¡Pero antes, aunque me cueste mucho trabajo separarme de ti, quiero hacerte regresar a tu reino para que cesen las inquietudes de tu madre y de tus súbditos! ¡Y a tal fin voy a facilitarte el camino más corto!"
Y diciendo estas palabras, el jeique se metió dos dedos entre los labios y lanzó un silbido prolongado y penetrante, y al punto apareció ante él un gran genni de cuatro alas, que se irguió sobre la punta de los pies, y le preguntó por qué motivo le había llamado. Y le dijo el jeique: "¡Oh genni Relámpago! ¡vas a echarte a hombros al rey Sonrisa-de-Luna, que es este que aquí ves, y le transportarás inmediatamente a su palacio de la Ciudad-Blanca!"
Y el genni Relámpago se dobló bajando la cabeza; y después de besar la mano a su libertador el jeique y de haberle dado las gracias, Sonrisa-de-Luna se subió a los hombros de Relámpago, y dejando colgar sus piernas sobre el pecho del genni, se le montó a horcajadas en el cuello. Y el genni se elevó por los aires y voló con la rapidez de la paloma mensajera, haciendo con sus alas un ruido como el de un molino de viento...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.


Y cuando llegó la 548ª noche

Ella dijo:
"... haciendo con sus alas un ruido como el de un molino de viento. Y viajó infatigablemente durante un día y una noche, y de aquel modo recorrió un trayecto de seis meses de camino. Y llegó encima de la Ciudad-Blanca, y dejó a Sonrisa-de-Luna en la misma terraza de su palacio. Luego desapareció.
Y Sonrisa-de-Luna, con el corazón derretido al sentir el soplo de la brisa de su patria, se apresuró a bajar al aposento que, desde que desapareció él, habitaba su madre Flor-de-Granada llorando en silencio y llevando en su alma el duelo secretamente para no traicionarse y tentar con ello a los usurpadores. Y levantó la cortina de la sala, en la cual, precisamente, estaba de visita con la reina la vieja abuela Langosta, el rey Saleh y las parientes. Y entró, deseando la paz a la concurrencia, y corrió a arrojarse en brazos de su madre, que al verle cayó desmayada de alegría y de sorpresa. Pero no tardó en recobrar el sentido, y apretando contra su pecho a su hijo, lloró largo tiempo, sacudida por los sollozos, en tanto que sus parientes le besaban los pies y la abuela le tenía cogido de una mano y su tío Saleh de la otra mano. Y así permanecieron con la alegría del regreso, sin poder pronunciar una palabra.
Pero cuando por fin pudieron expansionarse, se contaron mutuamente sus diversas aventuras y bendijeron juntos a Alah el Bienhechor, que así había permitido la salvación y la reunión de todos.
Tras de lo cual, Sonrisa-de-Luna se encaró con su madre y su abuela, y les dijo: "¡Ya no tengo que hacer más que casarme! ¡Y persisto en querer casarme sólo con la princesa Gema, hija de Salamandra! ¡Porque es, en verdad, una verdadera gema como indica su nombre!"
Y contestó la vieja abuela: "Ahora es sencilla la cosa, porque seguimos teniendo prisionero, en su palacio, al padre". Y al punto mandó a buscar a Salamandra, al cual hicieron entrar los esclavos encadenado de manos y pies.
Pero Sonrisa-de-Luna ordenó que le desencadenaran; y en el mismo momento se ejecutó la orden.
Entonces Sonrisa-de-Luna acercóse a Salamandra, y después de excusarse por haber sido toda la causa de los males que le sobrevinieron, le cogió la mano, besándosela con respeto, y dijo: "¡Oh rey Salamandra! ya no es un intermediario quien te pide que le hagas el honor de tu alianza, sino yo mismo, Sonrisa-de-Luna, rey de la Ciudad-Blanca y del mayor imperio terrestre, quien te besa las manos y te pide en matrimonio a tu hija Gema. Y si no quieres concedérmela, moriré. ¡Y si aceptas, no solamente volverás a ser rey de tu reino, sino que yo mismo seré tu esclavo!"
Al oír estas palabras, Salamandra besó a Sonrisa-de-Luna, y le dijo: "En verdad ¡oh Sonrisa-de-Luna! que ninguno se merece a mi hija mejor que tú. ¡Además, como está ella sometida a mi autoridad, aceptará de buen grado! De modo que mandaré a buscarla en la isla donde está refugiada desde que se me ha desposeído del trono". Y diciendo estas palabras, hizo llegar del mar a un emisario, al cual encargó que fuera inmediatamente en busca de la princesa a la isla y la trajera sin tardanza. Y desapareció el emisario y no tardó en volver con la princesa Gema y su servidora Mirta.
Entonces el rey Salamandra empezó por besar a su hija, luego se la presentó a la vieja reina Langosta y a la reina Flor-de-Granada, y le dijo, mostrándole con el dedo a Sonrisa-de-Luna, que estaba absorto de admiración: "¡Sabe ¡oh hija mía! que te he prometido a este joven rey magnánimo, a este valiente león de Sonrisa-de-Luna, hijo de la reina Flor-de-Granada la marina, pues sin duda es el más hermoso de los hombres de su tiempo, y el más encantador, y el más poderoso, y el más alto de rango y de nobleza entre todos! ¡De modo que me parece hecho para ti y tú hecha para él...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.


Y cuando llegó la 549ª noche

Ella dijo:
"... De modo que me parece hecho para ti, y tú hecha para él!"
Al oír estas palabras de su padre, la princesa Gema bajó los ojos modestamente, y contestó: "¡Tus opiniones ¡oh padre mío! son mi norma de conducta, y tu afecto vigilante es la sombra en que me cobijo! ¡Y puesto que tal es tu deseo, en adelante estará en mis ojos la imagen del que escogiste para mí, en mi boca su nombre, y en mi corazón su morada!"
Cuando las parientes de Sonrisa-de-Luna y las demás damas presentes hubieron oído estas palabras, atronaron el palacio con sus gritos de alegría y sus lu-lúes penetrantes. Después el rey Saleh y Flor-de-Granada mandaron llamar al kadí y a los testigos para extender el contrato de matrimonio del rey Sonrisa-de-Luna y la princesa Gema. Y se celebraron las nupcias con gran pompa y con tal fasto, que durante la ceremonia cambiaron nueve veces de ropa a la recién casada. Por lo demás, saldrían pelos a la lengua antes de poder hablar de ello como es debido.
Así, pues, ¡gloria a Alah, que une entre sí las cosas bellas, y no retrasa la alegría más que para otorgar la dicha!
Cuando Schehrazada hubo acabado de contar esta historia, se calló. Entonces exclamó la pequeña Doniazada: "¡Oh hermana mía! ¡qué dulces y amables y sabrosas son tus palabras! ¡Y cuán admirable es esa historia!"












36 P1 Historia de Flor de Granada y de Sonrisa de Luna - primera de dos partes

Hace parte de
36 Historia de Flor de Granada y de Sonrisa de Luna




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HISTORIA DE FLOR-DE-GRANADA Y DE SONRISA-DE-LUNA

Y dijo Schehrazada:
He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que en la antigüedad de las edades y los años y los días de hace mucho tiempo, había en los países anamitas un rey llamado Schahramán, que residía en el Khorassán. Y aquel rey tenía cien concubinas, aquejadas de esterilidad todas, pues ninguna de ellas pudo tener un hijo, ni siquiera del sexo femenino. Y he aquí que estando un día el rey sentado en la sala de recepción en medio de sus visires, de sus emires y de los grandes del reino, y mientras charlaba con ellos no de enojosos asuntos de gobierno, sino de poesía, de ciencia, de historia y de medicina, y en general de cuanto pudiera hacerle olvidar la tristeza de su soledad sin posteridad y su dolor por no poder dejar a sus descendientes el trono que le legaron sus padres y sus antepasados, entró en la sala un joven mameluco, y le dijo: "¡Oh mi señor, a la puerta hay un mercader con una esclava joven y bella como jamás se vió!"
Y dijo el rey: "¡Qué me traigan, pues, al mercader y a la esclava!" Y el mameluco apresurose a introducir al mercader y a su hermosa esclava.
Al verla entrar, el rey la comparó en su alma con una fina lanza de un solo cuento; y como le envolvía la cabeza y le cubría el rostro un velo de seda azul listado de oro, el mercader se lo quitó; y al punto iluminóse con su belleza la sala, y su cabellera rodó por su espalda en siete trenzas macizas que le llegaron a las pulseras de los tobillos; se dirían las crines espléndidas de una yegua de raza noble, barriendo el suelo por debajo de la grupa. Y era real y tenía curvas maravillosas y desafiaba en flexibilidad de movimientos al tallo delicado del árbol ban. Sus ojos, negros y naturalmente alargados, estaban repletos de relámpagos destinados a atravesar los corazones; y sólo con mirarla curaríanse los enfermos y dolientes. En cuanto a su grupa bendita, cima de anhelos y deseos, era tan fastuosa, en verdad, que ni el propio mercader pudo encontrar un velo lo bastante grande para envolverla...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.

Y cuando llegó la 527ª noche

Ella dijo:
"... En cuanto a su grupa bendita, cima de anhelos y deseos, era tan fastuosa, en verdad, que ni el propio mercader pudo encontrar un velo lo bastante grande para envolverla.
Así es que el rey quedó maravillado de todo aquello hasta el límite de la maravilla, y preguntó al mercader: "¡Oh jeique! ¿cuánto cuesta esta esclava?" El mercader contestó: "¡Oh mi señor! yo se la compré a su primer amo por dos mil dinares; pero después he viajado con ella durante tres años para llegar hasta aquí, y he invertido en ella tres mil dinares más; ¡de modo que no es una venta lo que vengo a proponerte, sino un regalo que te ofrezco de mí para ti!" Y el rey quedó encantado con el lenguaje del mercader, y le puso un espléndido ropón de honor y mandó que le dieran diez mil dinares de oro. Y el mercader besó la mano del rey, y le dió gracias por su bondad y su munificencia, y se marchó por su camino.
Entonces dijo el rey a las intendentas y a las mujeres de palacio: "Conducidla al hammam y arregladla, y cuando hayáis hecho desaparecer en ella las huellas del viaje, no dejéis de ungirla con nardo y perfumes y de darle por aposento el pabellón de las ventanas que miran al mar". Y en aquella hora y aquel instante ejecutáronse las órdenes del rey.
Porque la capital en que reinaba el rey Schahramán se encontraba situada a la orilla del mar, efectivamente, y se llamaba la Ciudad Blanca. Y por eso, después del baño, las mujeres de palacio pudieron conducir a la joven extranjera a un pabellón con vistas al mar.
Entonces el rey, que sólo esperaba este momento, penetró en las habitaciones de la esclava. Pero se sorprendió mucho al ver que ella no se levantaba en honor suyo y no hacía de él más caso que si no estuviese allí. Y pensó él para sí: "¡Deben haberla educado gentes que no le enseñaron buenos modales!" Y la miró con más detenimiento, y ya no pensó en su falta de cortesía, pues tanto le encantaban su belleza y su rostro, que era una luna llena o una salida de sol en un cielo sereno.
Y dijo: "¡Gloria a Alah, que ha creado la Belleza para los ojos de sus servidores!" Luego sentóse junto a la joven, y la oprimió contra su pecho tiernamente. Después la sentó en sus rodillas y la besó en los labios, y saboreó su saliva, que hubo de parecerle más dulce que la miel. Pero ella no decía una palabra y le dejaba hacer, sin oponer resistencia ni mostrar ningún deseo. Y el rey mandó que sirvieran en la estancia un festín magnífico, y él mismo se dedicó a servirle de comer y a llevarle los bocados a los labios.
De cuando en cuando la interrogaba dulcemente por su nombre y por su país. Pero ella permanecía silenciosa, sin pronunciar una palabra y sin levantar la cabeza para mirar al rey, el cual la encontraba tan hermosa, que no podía decidirse a encolerizarse con ella. Y pensó: "¡Acaso sea muda! ¡Pero es imposible que el Creador haya formado semejante belleza para privarla de la palabra! ¡Sería una imperfección indigna de los dedos del Creador!"
Luego llamó a las servidoras para que le vertieran agua en las manos; y se aprovechó del momento en que le presentaban el jarro y la jofaina para preguntarles en voz baja: "¿La oísteis hablar cuando estuvisteis cuidándola?"
Ellas contestaron: "Lo único que podemos decir al rey es que en todo el tiempo que estuvimos junto a ella sirviéndola, bañándola, perfumándola, peinándola y vistiéndola, ni siquiera la hemos visto mover  los labios para decirnos: "¡Esto está bien! ¡Esto otro no está bien!" Y no sabemos si será desprecio para nosotras o ignorancia de nuestra lengua o mudez; ¡pero lo cierto es que no hemos conseguido hacerla hablar ni una sola palabra de gratitud o de censura!"
Al oír este discurso de las esclavas y de las matronas, el rey llegó al límite del asombro, y pensando que aquel mutismo se debería a alguna pena íntima, quiso tratar de distraerla. A tal fin, congregó en el pabellón a todas las damas de palacio y a todas las favoritas, con objeto de que se divirtiese y se distrajera ella con las demás; y las que sabían tocar instrumentos de armonía los tocaron, en tanto que las otras cantaban, bailaban o hacían ambas cosas a la vez. Y aparecía satisfecho todo el mundo, excepto la joven, que continuó inmóvil en su sitio, con la cabeza baja y los brazos cruzados, sin reír ni hablar.
Al ver aquello, el rey sintió oprimírsele el pecho y ordenó a las mujeres que se retiraran. Y se quedó solo con la joven.
Después de intentar en vano sacarle una respuesta o una palabra, se acercó a ella y se puso a desnudarla ...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Y cuando llegó la 528ª noche

Ella dijo:
"... Después de intentar en vano sacarle una respuesta o una palabra, se acercó a ella y se puso a desnudarla.
Empezó por quitarle delicadamente los velos ligeros que la envolvían; luego, uno tras otro, los siete trajes de colores y telas diferentes que la cubrían, y por último, la camisa fina y el amplio calzón con bellotitas de seda verde. Y vió debajo su cuerpo resplandeciente de blancura y su carne de pureza y de plata virgen.
Y la amó con un amor grande, y levantándose, la tomó su virginidad, y la encontró intacta y sin perforar. Y se regocijó y se deleitó en extremo con ello; y pensó: "¡Por Alah! ¿no es cosa prodigiosa que los diversos mercaderes hayan dejado intacta la virginidad de una joven tan bella y tan deseable?"
Y de tal manera se aficionó el rey a su nueva esclava, que abandonó por ella a todas las demás mujeres de palacio y a la favoritas y los asuntos del reino, y se encerró con ella un año entero, sin cansarse ni por un momento de las delicias nuevas que descubría allí cada día.
Pero, con todo, no consiguió arrancarle una palabra o un mohín de asentimiento, ni interesarla en lo que hacía con ella y alrededor de ella. Y ya no sabía él cómo interpretar aquel silencio y aquel mutismo. Y ya no esperaba él hablar con ella por más recursos a que acudiese.
Pero, un día entre los días, estaba el rey sentado, como de costumbre, junto a su bella e insensible esclava, y su amor era más violento que nunca, y le decía: "¡Oh deseo de las almas! ¡oh corazón de mi corazón! ¡oh luz de mis ojos! ¿es que no sabes el amor que siento por ti, y que por tu belleza he abandonado a mis favoritas, a mis concubinas y los asuntos de mi reino, y que lo hice con gusto, y que estoy lejos de arrepentirme de ello, además?
¿No sabes que te he guardado como si fueras lo único que me corresponde y lo único que me agrada de todos los bienes de este mundo?
¡Ya hace ya más de un año que prolongo la paciencia de mi alma ignorando la causa de ese mutismo y de esa insensibilidad, sin llegar a adivinar de qué proviene!
Si eres realmente muda, házmelo comprender por señas, al menos, con el fin de que pierda toda esperanza de oírte jamás, ¡oh bienamada mía!
De no ser así, ¡pluguiera a Alah enternecer tu corazón e inspirarte, en su bondad, para que cesaras por fin en ese silencio que no merezco! Y si se me ha de rehusar este consuelo siempre, ¡haga Alah que te quedes encinta de mí y me des un hijo querido que me suceda en el trono legado por mis padres y mis antecesores! ¡Ay!, ¿no ves cómo envejezco solitario y sin posteridad, y que pronto no me será ya posible fecundar flancos jóvenes, pues estaré deshecho por la tristeza y por los años? ¡Ay! ¡ay! ¡oh tú! si por mí experimentas el más leve sentimiento de piedad o afección, respóndeme, dime solamente si estás encinta o no; ¡te lo suplico por Alah sobre ti! ¡Y muera yo después!"
Al oír estas palabras, la bella esclava, que había escuchado al rey con los ojos siempre bajos y las manos juntas sobre las rodillas en una postura inmóvil, según su costumbre, tuvo de repente, y por primera vez desde su llegada a palacio, una ligera sonrisa.
¡Sólo eso y nada más!
Al ver aquello, el rey llegó a tal emoción, que creyó que el palacio entero se iluminaba con un relámpago en medio de las tinieblas. Y se estremeció en su alma y se regocijó, y como después de semejante prueba ya no dudaba que consentiría ella en hablar, se arrojó a los pies de la joven y esperó que llegase el momento anhelado, con los brazos en alto y la boca entreabierta en actitud de orar.
Y de pronto levantó la cabeza la joven y habló así, sonriente: "¡Oh rey magnánimo, soberano nuestro! ¡oh león valeroso! ¡sabe...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Pero cuando llegó la 529ª noche

Ella dijo:
... Y de pronto levantó la cabeza la joven y habló así, sonriente... "¡Oh rey magnánimo, soberano nuestro! ¡oh león valeroso! ¡sabe que Alah ha respondido a tu ruego, porque estoy encinta de ti! ¡Y en breve daré a luz! ¡Pero no sé si el hijo que llevo en mi seno es hembra o varón! ¡Sabe, además, que de no haberme fecundado tú, estaba completamente resuelta a no dirigirte la palabra nunca ni a decirte una sola frase en mi vida!"
Al oír estas palabras inesperadas, el rey sintió tanta alegría, que se encontró imposibilitado por el momento para articular una palabra o hacer un movimiento; luego se iluminó y se transfiguró su rostro; y se dilató su pecho; y se sintió él alzado de la tierra por la explosión de su júbilo. Y besó las manos a la joven y le besó la cabeza y la frente, y exclamó: "¡Gloria a Alah por haberme concedido dos gracias que anhelaba, ¡oh luz de mis ojos! ver que me hablas y oír que me anunciabas la nueva de tu embarazo! ¡Alhamdolillah! ¡la alabanza a Alah!
Luego se levantó el rey y salió de allí después de anunciar que volvería en seguida, y fue a sentarse con gran pompa en el trono de su reino; y se hallaba en el límite de la dilatación y de la satisfacción. Y  dió orden a su visir para que anunciara a todo el pueblo el motivo de su alegría y distribuyera cien mil dinares entre los indigentes, las viudas y cuantos estaban en general necesitados, en acción de gracias a  Alah (¡exaltado sea!). Y el visir ejecutó inmediatamente la orden que había recibido.
Entonces fué el rey en busca de su hermosa esclava, y se sentó junto a ella, y la apretó contra su corazón y la besó, y le dijo: "¡Oh dueña mía, oh reina de mi vida y de mi alma! ¿me dirás ahora por qué guardaste conmigo y con todos nosotros ese silencio inquebrantable de día y de noche desde hace un año que entraste en nuestras moradas, y por qué te decidiste a dirigirme la palabra hoy solamente?" La joven contestó: "¿Cómo no guardar silencio, ¡oh rey! si me veía reducida aquí a la condición de esclava y convertida en una pobre extranjera con el corazón roto, separada para siempre de mi madre, de mi hermano, de mis parientes, y alejada de mi país natal?"
El rey contestó: "¡Tomo parte en tus penas y las comprendo! Pero, ¿cómo me dices que eres una pobre extranjera, cuando eres ama y reina de este palacio, y cuanto hay en él es de tu propiedad, y yo mismo, el rey soy un esclavo a tu servicio? ¡En verdad que no son oportunas esas palabras! Y si tenías pena por estar separada de tus padres, ¿por qué no me lo dijiste para que yo enviara a buscarlos y te reuniera aquí con ellos?"
Al oír estas palabras, la bella esclava dijo al rey: "Sabe, pues, ¡oh rey! que me llamo Gul-i-anar, lo que en la lengua de mi país significa Flor-de-Granada; y he nacido en el mar, donde era rey mi padre. Cuando mi padre murió, tuve queja un día por ciertos procederes de mi madre, que se llama Langosta, y de mi hermano, que se llama Saleh; y juré que ya no permanecería en el mar con ellos, y que saldría a la orilla y me entregaría al primer hombre de la tierra que me gustara. Así, pues, una noche en que mi madre la reina y mi hermano Saleh se habían dormido temprano y nuestro palacio se hallaba sumido en el silencio submarino, me escapé de mi aposento, y subiendo a la superficie del agua, fui a tenderme a la luz de la luna en la playa de una isla. Y halagada por el fresco delicioso que caía de las estrellas y acariciada por la brisa de tierra, me dejé invadir del sueño. Y de pronto me desperté al sentir caer sobre mí una cosa, y me vi presa de un hombre que cargó conmigo a su espalda, y a pesar de mis gritos y lamentos, me transportó a su casa, donde me tiró de espaldas y quiso tomarme por la fuerza. Pero al ver que aquel hombre era feo y olía mal, no quise dejarme poseer, y con todas mis fuerzas le aplique en el rostro un puñetazo que le hizo rodar por el suelo a mis pies, y me arrojé sobre él y le administré tal paliza, que no quiso tenerme ya consigo y me condujo a toda prisa al zoco, donde me subastó y hubo de venderme a ese mercader al cual me compraste tú mismo, ¡oh rey! Y como ese mercader era un hombre lleno de conciencia y de rectitud, no quiso robarme mi virginidad al verme tan joven; y me llevó a viajar con él y me condujo entre tus manos. ¡Y tal es mi historia! Pero al entrar aquí, yo estaba completamente resuelta a no dejarme poseer; y me hallaba decidida a arrojarme al mar por las ventanas del pabellón para reunirme con mi madre y mi hermano a la primer violencia de parte tuya. Y por orgullo guardé silencio durante todo este tiempo. Mas, al ver que tu corazón me amaba verdaderamente y que por mí habías abandonado a todas tus favoritas, empecé a sentirme conquistada por tus buenos modales. Y al notarme, por último, encinta de ti, acabé por amarte, y deseché toda idea de escaparme en lo sucesivo y de saltar a mi patria el mar. Y además, ¿con qué cara y con qué audacia  iba a hacerlo ahora que estoy encinta y mi madre y mi hermano casi se morirían de pena al verme en tal estado y al saber mi unión con un hombre de la tierra, pues no me creerían si les dijese que había llegado a ser la Reina de Persia y del Khorassán y la esposa del más magnánimo de los sultanes? Y he aquí lo que tenía que decirte, ¡oh rey Schahramán! ¡Uassalam...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta


Y cuando llegó la 530ª noche

Ella dijo:
"... Y he aquí lo que tenía que decirte, ¡oh rey Schahramán! Uassalam !"
Al oír este discurso, el rey besó a su esposa entre los ojos, y le dijo: "¡Oh encantadora Flor-de-Granada! ¡oh oriunda del mar! ¡oh maravillosa! ¡oh princesa, luz de mis ojos! ¿qué maravillas acabas de revelarme? ¡Si un día me dejaras, aunque no fuese más que por un instante, moriría yo en el mismo momento ciertamente!"
Luego añadió: "¡Pero, ¡oh Flor-de-Granada! me has dicho que naciste en el mar y que tu madre Langosta y tu hermano Saleh habitaban en el mar con tus demás parientes, y que tu padre, cuando vivía, era rey del mar! Pero no comprendo del todo la existencia de los seres marítimos, y hasta el presente, me parecieron cosas de viejas las historias que me contaron a ese respecto. Sin embargo, puesto que me hablas de ello, y tú misma eres oriunda del mar, no dudo de la realidad de esos hechos, y te suplico que me ilustres acerca de tu raza y de los pueblos desconocidos que habitan tu patria. Dime sobre todo cómo es posible vivir, obrar y moverse en el agua sin sofocarse ni ahogarse. ¡Porque es la cosa más prodigiosa que he oído en mi vida!"
Entonces contestó Flor-de-Granada: "¡Claro que te lo diré todo, y de corazón amistoso! Sabe que, por virtud de los nombres grabados en el sello de Soleimán ben-Daúd (¡con ambos la plegaria y la paz!) , vivimos y andamos por el fondo del mar como se vive y anda por la tierra; y respiramos en el agua como se respira en el aire; y el agua en vez de asfixiarnos, contribuye a nuestra vida, y ni siquiera moja nuestras vestiduras; y no nos impide ver en el mar, donde tenemos los ojos abiertos sin ninguna dificultad; y poseemos vista tan excelente, que atraviesa las profundidades marinas, a pesar de su espesor y de su extensión, y nos permite distinguir todos los objetos lo mismo cuando los rayos del sol penetran hasta nosotros que cuando la luna y las estrellas se miran en nuestras aguas.
En cuanto a nuestro reino, es mucho más vasto que todos los reinos de la tierra, y está dividido en provincias con ciudades muy populosas. Y según las regiones que ocupan esos pueblos, tienen costumbres y usos diferentes y también, como ocurre en la tierra, diferente conformación; unos son peces; otros medio peces, medio humanos, con cola en lugar de pies y de trasero, y otros, como nosotros, completamente humanos, y creyendo en Alah y en su Profeta, y hablando un lenguaje que es el mismo en que está grabada la inscripción del sello de Soleimán. Respecto a nuestras moradas, ¡son palacios espléndidos, de una arquitectura que jamás podríais imaginar en la tierra! Son de cristal de roca, de nácar, de coral, de esmeralda, de rubíes, de oro, de plata y de toda clase de metales preciosos y de pedrerías, sin hablar de las perlas, que cualesquiera que sean su tamaño y su belleza, no se estiman entre nosotros y sólo adornan las viviendas de los pobres y de los indigentes. Por último, como nuestro cuerpo está dotado de una agilidad y una flexibilidad maravillosas, no necesitamos, cual vosotros, caballos y carros para utilizarlos como medios de transporte, aunque los tenemos en nuestras cuadras para servirnos de ellos solamente en las fiestas, los regocijos públicos y las expediciones lejanas. ¡Desde luego, esos carros están construidos con nácar y metales preciosos, y van provistos de  asientos y tronos de pedrerías, y son tan hermosos nuestros caballos marinos, que ningún rey de la tierra los posee semejantes! Pero no quiero ¡oh rey! hablarte ya más tiempo de los países marinos, pues me reservo para contarte en el transcurso de nuestra vida, que será larga si Alah quiere, una infinidad de nuevos detalles que acabarán de ponerte al corriente en esta cuestión que te interesa. Por el momento me apresuraré a abordar un asunto mucho más apremiante y que te atañe más directamente.
Quiero hablarte de los partos de las mujeres. ¡Sabe, en efecto, ¡oh dueño mío! que los partos de las mujeres de mar son absolutamente distintos a los partos de las mujeres de tierra! ¡Y como está ya próximo el momento de dar yo a luz, temo mucho que las comadronas de tu país no sepan prestarme los auxilios del caso! Te ruego, pues, que me permitas que vengan a verme mi madre Langosta y mi hermano Saleh y mis demás parientes; y me reconciliaré con ellos, y ayudadas por mi madre, velarán mis primas por la seguridad de mi parto y cuidarán del recién nacido, heredero de tu trono. ..

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.



Y cuando llegó la 531ª noche

Ella dijo:
"... y ayudadas por mi madre, velarán mis primas por la seguridad de mi parto y cuidarán del recién nacido, heredero de tu trono". Al oír estas palabras, el rey exclamó maravillado: "¡Oh Flor-de-Granada! tus deseos constituyen mi norma de conducta, y yo soy el esclavo que obedece a las órdenes de su ama. Pero dime ¡oh maravillosa! ¿Cómo vas a arreglarte en tan poco tiempo para avisar a tu madre, a tu hermano y a tus primas, y para hacer que vengan antes de que des a luz, estando el momento tan próximo? ¡De todos modos, conviene que yo sepa de antemano cuándo llegarán, para hacer los preparativos necesarios y recibirles con todos los honores que merecen!" Y contestó la joven reina: "¡Oh dueño mío, entre nosotros no hay necesidad de ceremonias! Y además, mis parientes, estarán aquí dentro de un instante. Y si quieres ver cómo van a llegar, no tienes más que entrar en esta habitación contigua a la mía, y mirarme y mirar también las ventanas que dan al mar".
El rey Schahramán entró al punto en la estancia contigua, y miró con atención lo que iba a hacer Flor-de-Granada a la vez que lo que iba a producirse sobre el mar.
Y Flor-de-Granada sacó de su seno dos trozos de madera de áloe de las Islas Comores, los puso en un braserillo de oro, y los quemó. Y cuando se disipó el humo, lanzó ella un silbido prolongado y agudo, y pronunció sobre el braserillo palabras desconocidas y fórmulas conjuratorias. Y en el mismo momento se conmovió y se agitó el mar, y salió primero del agua un joven como la luna, hermoso y de buen aspecto, y parecido en la cara y en la elegancia a su hermana Flor-de-Granada; y eran blancas y sonrosadas sus mejillas, y sus cabellos y su bigote naciente eran de un verde mar; y como dice el poeta, era él más maravilloso que la propia luna, porque la luna no tiene por morada ordinaria más que un solo signo del cielo, ¡mientras que aquel joven habita indistintamente en los corazones todos! Tras de lo cual salió del mar una vieja muy anciana, de cabellos blancos, que era la llamada Langosta, la madre del joven y de Flor-de-Granada. E inmediatamente la siguieron cinco muchachas jóvenes cual lunas, que tenían cierto parecido con Flor-de-Granada, de la que eran primas.
Y el joven y las seis mujeres echaron a andar por el mar, y a pie enjuto llegaron bajo las ventanas del pabellón. Y de un salto consiguieron entrar uno tras otro por la ventana donde se les había aparecido Flor-de-Granada, que hubo de retirarse para dejarles pasar.
Entonces el príncipe Saleh y su madre y sus primas se arrojaron al cuello de Flor-de-Granada, y la besaron con efusión, llorando de alegría al encontrarla, y le dijeron: "¡Oh Gul-i-anar! ¿Cómo tuviste valor para abandonarnos y tenernos durante cuatro años sin noticias tuyas y sin indicarnos siquiera el lugar donde te encontrabas? ¡Ualah! el mundo nos pesaba de tan abrumados como estábamos por el dolor de la separación. ¡Y ya no experimentábamos placer en comer ni en beber, porque todos los alimentos resultaban insípidos para nuestro gusto! ¡Y no sabíamos más que llorar y sollozar día y noche, poseídos por el dolor intensísimo que nos producía tu separación! ¡Oh Gul-i-anar! ¡Mira cómo ha enflaquecido y empalidecido de tristeza nuestro rostro!"
Y al oír estas palabras, Flor-de-Granada besó la mano a su madre y a su hermano, el príncipe Saleh, y besó de nuevo a sus queridas primas, y les dijo a todos: "¡Es verdad! ¡Caí en falta gravemente para con vuestra ternura, marchándome sin preveniros! Pero, ¿qué se puede hacer contra el Destino? ¡Alegrémonos de habernos encontrado ahora, y demos gracias por ello a Alah el Bienhechor!" Luego les hizo sentarse a todos cerca de ella, ¡y les contó toda su historia desde el principio hasta el fin! Pero sería inútil repetirla. Luego añadió: "Y ahora que estoy casada con este rey excelente y perfecto hasta el límite de las perfecciones, el cual me ama y al cual amo, y que me ha dejado encinta, os hice venir para reconciliarme con vosotros y rogaros que me asistáis en el parto. ¡Porque no tengo confianza en las comadronas terrestres, que no entienden nada respecto a partos de hijas del mar!"
Entonces contestó su madre, la reina Langosta: "¡Oh hija mía! ¡Al verte en este palacio de un príncipe de la tierra, tuvimos miedo de que no fueses dichosa; y estábamos dispuestos a rogarte que nos siguieras a nuestra patria, porque ya sabes cuánto es nuestro deseo de saber que eres dichosa y vives tranquila y sin preocupaciones! Pero desde el momento en que nos afirmas que eres dichosa, ¿qué cosa mejor podríamos desearte?
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.


Pero cuando llegó la 532ª noche

Ella dijo:
"... Pero desde el momento en que nos afirmas que eres dichosa, ¿qué cosa mejor podríamos desearte? Y sin duda, sería tentar al Destino el querer casarte con uno de nuestros príncipes del mar, a despecho de la suerte contraria". Y contestó Flor-de-Granada: "¡Sí, ¡por Alah! aquí estoy en el límite de la tranquilidad, de las delicias, de los honores, de la felicidad y de mis aspiraciones todas!"
¡Eso fué todo!
Y el rey oía lo que decía Flor-de-Granada; y se regocijaba en su corazón, y la agradecía en el alma estas buenas palabras; y la amó entonces mil millares de veces más que antes; y el amor que la tenía se  consolidó para siempre en el núcleo de su corazón; y se prometió darle nuevas pruebas de afecto y de pasión en todas las ocasiones posibles.
Tras de lo cual Flor-de-Granada llamó con una palmada a sus esclavas, y les dió orden de que pusieran el mantel y sirvieran los manjares, cuyo condimento fué ella misma a vigilar en la cocina.
Y las esclavas llevaron bandejas grandes cubiertas de carnes asadas, de pasteles y de frutas; y Flor-de-Granada invitó a sus parientes a que se sentaran con ella alrededor del mantel y comieran.
Pero ellos contestaron: "¡No, ¡por Alah! no lo haremos de ningún modo antes de que hayas ido a prevenir de nuestra llegada a tu esposo, el rey! ¡Porque hemos entrado en su morada sin su permiso, y no nos conoce! ¡Sería una falta de educación comer en su palacio y aprovecharnos de su hospitalidad sin saberlo él!
¡Ve, pues a prevenirle, y dile cuán dichosos nos sentimos al verle y compartir con él el pan y la sal!"
Entonces Flor-de-Granada fué en busca del rey, que se mantenía escondido en la estancia contigua, y le dijo: "¡Oh dueño mío! sin duda oirías que te elogié ante mis parientes, y que estaban decididos a llevarme con ellos si les hubiese dicho la menor cosa que les hiciera creer que no era feliz contigo."
Y contestó el rey: "¡Ya lo he oído y lo he visto! ¡En esta hora bendita tuve la prueba de tu adhesión a mí, y ya no puedo dudar de tu afecto!" Flor-de-Granada dijo: "De modo que, en vista de las alabanzas que de ti les hice, mi madre, mi hermano y mis primas experimentan por ti un afecto considerable, y puedo asegurarte que te quieren mucho. ¡Me han dicho que no se conformaban con volver a su país sin haberte visto, haberte presentado sus homenajes y formulado sus deseos de paz, y haber charlado contigo amistosamente! ¡Así, pues, te ruego que te prestes a sus deseos, a fin de que les veas y te vean, y reine entre vosotros el afecto puro y la amistad!"
Y el rey contestó: "¡Escuchar es obedecer, porque también es ése mi deseo!" Y al instante se levantó y acompañó a Flor-de-Granada a la sala en que se hallaban sus parientes.
Y en cuanto entró les deseó la paz de la manera más cordial, y le devolvieron ellos la zalema; y besó él la mano de la vieja reina Langosta, y abrazó al príncipe Saleh, y los invitó a todos a sentarse. Entonces le cumplimentó el príncipe Saleh, y le manifestó la alegría que experimentaban todos por ver a Flor-de-Granada convertida en la esposa de un gran rey, en vez de haber caído en las manos de un bruto que la habría desflorado para dársela luego en matrimonio a algún chambelán o a su cocinero. Y le expresó cuánto querían todos a Flor-de-Granada, y que antiguamente, antes de que ella fuese púber, habían pensado en casarla con algún príncipe del mar; pero empujada por su destino, se escapó de los países submarinos para casarse a su gusto. Y contestó el rey: "¡Sí! Alah me la tenía destinada. ¡Y os doy las gracias a ti, suegra mía, reina Langosta, y a ti, príncipe Saleh, y también a mis amables primas,  por vuestros votos y cumplimientos y por haber dado vuestro consentimiento para mi matrimonio!"
Luego el rey les invitó a sentarse con él alrededor del mantel, y estuvo charlando con ellos mucho tiempo con toda cordialidad, y después condujo a cada uno por sí mismo a su aposento.
Así es que los parientes de Flor-de-Granada permanecieron en el palacio, en medio de fiestas y regocijos dados en su honor, hasta el parto de la reina, que no tardó en llegar. Porque al cabo del término fijado, parió ella, entre las manos de la reina Langosta y de sus primas, un hijo varón igual que la luna llena, y sonrosado y rollizo. Y envuelto en mantillas magníficas, se lo presentaron a su padre, el rey, que le recibió con los transportes de una alegría que ni la pluma ni la lengua sabrían describir. Y en acción de gracias, hizo él muchas dádivas a los pobres, a las viudas y a los huérfanos, y mandó abrir las cárceles y dar libertad a todos sus esclavos de ambos sexos; pero los esclavos no quisieron libertad, de tan dichosos como se encontraban dependiendo de un amo semejante.
Más tarde, al cabo de siete días de regocijos continuos, en medio de las felicidades todas, la reina Flor-de-Granada dió a su hijo el nombre de Sonrisa-de-Luna, con el asentimiento de su esposo, de su madre y de sus primas...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.


Y cuando llegó la 533ª noche

Ella dijo:
"... la reina Flor-de-Granada dió a su hijo el nombre de Sonrisa-de-Luna, con el asentimiento de su esposo, de su madre y de sus primas.
Entonces el príncipe Saleh, cogió al pequeñuelo en sus brazos, y empezó a besarle y a acariciarle de mil maneras, paseándole por la habitación y sosteniéndole en el aire con las manos; y de pronto tomó impulso, y desde la altura del palacio saltó al mar, sumergiéndose y desapareciendo con el niño.
Al ver aquello, el rey Schahramán empezó a lanzar gritos desesperados y a golpearse la cabeza, poseído de espanto y de dolor, hasta el punto de que parecía que se iba a morir. Pero la reina Flor-de-Granada, lejos de mostrarse asustada o afligida por semejante cosa, dijo al rey con seguro acento: "¡Oh rey del tiempo! no te desesperes por tan poco y estate sin ningún temor por tu hijo, pues yo, que sin duda quiero a ese niño mucho más que tú, estoy tranquila sabiendo que se encuentra con mi hermano, el cual no hubiera hecho lo que acaba de hacer si el pequeño fuese a sufrir la menor incomodidad o a enfriarse o a mojarse solamente. ¡Ten la seguridad de que el niño no corre ningún riesgo ni peligro por parte del mar, aunque sea tuya la mitad de su sangre! Porque a causa de la otra mitad de su sangre, que es mía, puede impunemente vivir en el agua como en la tierra. ¡No te alarmes más, por tanto, y persuádete de que mi hermano no tardará en volver con el niño en buena salud!"
Y la reina Langosta y las jóvenes parientes del niño confirmaron al rey las palabras de su esposa. Pero el rey no empezó a calmarse hasta no ver que el mar se conmovía y agitaba y que de su seno entreabierto salía con el pequeñuelo en brazos el príncipe Saleh, que de un salto se elevó por el aire y entró en la sala superior por la misma ventana por donde había salido. Y el pequeño estaba tan tranquilo como si se hallase en el regazo de su madre, y sonreía cual la luna en su decimocuarto día.
Al ver aquello, el rey se tranquilizó por completo y quedose maravillado; y el príncipe Saleh le dijo: "Por lo visto, ¡oh rey! te asustaste mucho al verme saltar y hundirme en el mar con el pequeñuelo". Y contestó el rey: "Sí, por cierto, ¡oh hijo del tío! ¡Fué extremado mi espanto, y hasta desesperaba de volver a verle nunca sano y salvo!" El príncipe Saleh dijo: "En adelante, no tengas por él ningún temor, porque está para siempre al abrigo de los peligros del agua, del ahogo, de asfixia, de la humedad y de otras cosas parecidas, y durante toda su vida podrá sumergirse en el mar y pasearse por él a su antojo; pues le hice adquirir el mismo privilegio que tienen nuestros propios hijos nacidos en el mar, y para ello le he frotado las pestañas y los párpados con cierto kohl que conozco, pronunciando sobre él las palabras misteriosas grabadas en el sello de Soleimán ben-Daúd (¡con ambos la plegaria y la paz!)
Después de pronunciado este discurso, el príncipe Saleh entregó el pequeñuelo a su madre, que le dió de mamar; luego sacó de su cinturón el príncipe un saco que tenía la boca sellada, e hizo saltar el sello, y habiéndolo abierto, lo cogió por la parte de abajo y vertió sobre la alfombra el contenido. Y el rey vió titilar diamantes grandes como huevos de paloma, barras de esmeralda de medio pie de longitud, sartas de perlas gordas, rubíes de talla y color extraordinarios y toda clase de joyas a cual más maravillosas. Y todas estas piedras lanzaban mil fulgores multicolores que alumbraban la sala con una armonía de luces semejantes a las que se ven en sueños. Y el príncipe Saleh dijo al rey: "Esto es un regalo que traigo, para que me dispenséis de haber venido aquí la vez primera con las manos vacías. ¡Pero entonces no sabía yo dónde se encontraba mi hermana Flor-de-Granada, y no podía figurarme que su feliz destino la hubiese puesto en el camino de un rey como tú! ¡Este regalo, sin embargo, no es nada en comparación de los que pienso hacerte en días venideros!" Y el rey no supo cómo dar gracias a su cuñado por aquel regalo, y encarose con Flor-de-Granada, y le dijo: "¡Verdaderamente, estoy en extremo confuso por la generosidad de tu hermano para conmigo, y por la magnificencia de este regalo, que no tiene igual en la tierra y una de cuyas piedras sola vale tanto como mi reino entero!"
Y Flor-de-Granada dio las gracias a su hermano por haber pensado en cumplir con los deberes de parentesco; pero él encarose con el rey, y le dijo: "¡Por Alah, ¡oh rey! que no es digno de tu rango esto! En cuanto a nosotros, jamás podremos pagar lo bastante las deudas que tu bondad nos hizo contraer contigo; y aunque mil años pasáramos todos nosotros sirviéndote por encima de nuestras caras y de nuestros ojos, no podríamos devolverte lo que te debemos; porque todo es poco en proporción de los derechos que sobre nosotros tienes".
Al oír estas palabras, el rey abrazó al príncipe Saleh, y le dió gracias calurosamente. Luego le obligó a permanecer todavía en el palacio con su madre y sus primas cuarenta días, transcurridos entre fiestas y regocijos. Pero al cabo de este tiempo, el príncipe Saleh se presentó al rey y besó la tierra entre sus manos. Y el rey le dijo: "Habla, ¡oh Saleh! ¿Qué deseas?" El príncipe contestó: "¡Oh rey del tiempo! en verdad que nos has anegado con tus favores, pero venimos a pedirte permiso para partir, ¡porque nuestra alma anhela vivamente volver a ver nuestra patria, a nuestros parientes y a nuestras moradas, de la que estuvimos alejados tanto tiempo! Y además, una estancia demasiado prolongada en tierra es dañosa para nuestra salud, pues estamos acostumbrados al clima submarino...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.

Pero cuando llegó la 534ª noche

Ella dijo:
"... una estancia demasiado prolongada en tierra es dañosa para nuestra salud, pues estamos acostumbrados al clima submarino." Y contestó el rey: "¡Qué pena es para mí eso!, ¡Oh Saleh!" Saleh dijo: "¡Y también para nosotros! Pero ¡oh rey! vendremos de cuando en cuando para rendirte nuestros homenajes y ver de nuevo a Flor-de-Granada y a Sonrisa-de-Luna". Y dijo el rey: "¡Sí, ¡por Alah! hacedlo, y con frecuencia! Por lo que a mí respecta, siento mucho no poder acompañarte, así como a la reina Langosta y a mis primas, a tu país submarino, ¡pero temo mucho al agua!"
Entonces despidieronse de él todos, y después de haber besado a Flor-de-Granada y a Sonrisa-de-Luna, se tiraron por la ventana uno tras otro y se sumergieron en el mar.
¡Y esto en lo que atañe a ellos!
¡Pero he aquí ahora lo referente al pequeño Sonrisa-de-Luna! Su madre, Flor-de-Granada, no quiso confiarle a nodrizas, y le dió el pecho ella misma hasta que llegó el niño a la edad de cuatro años, a fin de que con su leche chupase todas las virtudes marinas. Y como se había alimentado tanto tiempo con la leche de su madre, oriunda del mar, el niño se puso más hermoso y más robusto cada día; y a medida que avanzaba en edad, aumentaba en fuerza y en encantos; y cuando de tal suerte llegó a los quince años, fué el joven más hermoso, el más fuerte, el más diestro en los ejercicios corporales, el más sabio y el más instruido entre los hijos de los reyes de su tiempo. Y en todo el inmenso imperio de su padre no se hablaba en las conversaciones de otra cosa que de sus méritos, de sus encantos y de sus perfecciones, ¡porque era verdaderamente hermoso!
Y no exageraba el poeta que decía de él:
El bozo adolescente ha trazado dos líneas en sus mejillas encantadoras, ¡dos líneas negras sobre color de rosa, ámbar gris sobre perlas o azabache sobre manzanas!
¡Bajo sus lánguidos párpados, se alojan dardos asesinos, y a cada una de sus miradas, parten y matan!
¡En cuanto a la embriaguez, no la busquéis en los vinos! ¡No os la proporcionarían al igual de sus mejillas enrojecidas por vuestros deseos y su pudor!
¡Oh bordados, maravillosos y negros bordados dibujados en sus mejillas resplandecientes, sois un rosario de granos de almizcle alumbrados por una lámpara que arde en las tinieblas!
Así es que el rey, que quería a su hijo con un cariño muy grande y veía en él tantas cualidades reales, sintiéndose ya él mismo envejecer y acercarse al término de su destino, pensó asegurarle en vida la sucesión al trono. A tal fin, convocó a sus visires y a los grandes de su imperio, que sabían cuán digno de sucederle era por todos conceptos el joven príncipe, y les hizo prestar juramento de obediencia a su nuevo rey; luego descendió del trono ante ellos, se quitó de su cabeza la corona y la puso con sus propias manos en la cabeza de su hijo Sonrisa-de-Luna; y le alzó de los brazos y le hizo subir y sentarse en el trono en lugar suyo; y para afirmar bien que en adelante le entregaba toda su autoridad y su poderío, besó la tierra entre sus manos y levantándose le besó la mano y la orla de su manto real, y bajó a colocarse debajo de él, a la derecha, mientras a la izquierda se mantenían los visires y los emires.
Al punto el nuevo rey Sonrisa-de-Luna se puso a juzgar, a resolver los asuntos pendientes, a nombrar para empleos a los que merecían algún favor, a destituir a los prevaricadores, a defender los derechos del débil contra el fuerte y los del pobre contra el rico, y a administrar justicia con tanta prudencia, equidad y discernimiento, que maravilló a su padre y a los antiguos visires de su padre y a todos los circunstantes. Y no levantó el diwán hasta mediodía.
Entonces, acompañado de su padre el rey, entró en el aposento de su madre la reina oriunda del mar; y llevaba en la cabeza la corona de oro de la realeza, y de aquel modo estaba verdaderamente como la luna. Y al verle tan hermoso con aquella corona, su madre corrió a él, llorando de emoción, y se arrojó a su cuello, abrazándole con ternura y efusión; luego le besó la mano y le deseó un reinado próspero, larga vida y victorias sobre los enemigos.
De tal suerte vivieron los tres en medio de la dicha y el amor de sus súbditos, durante el transcurso de un año, al cabo del cual el viejo rey Schahramán sintió un día que le latía el corazón precipitadamente y sólo tuvo el tiempo justo para besar a su esposa y a su hijo y hacerles sus últimas recomendaciones. Y murió con mucha tranquilidad, y se albergó en la misericordia de Alah (¡exaltado sea...!)
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.


Y cuando llegó la 535ª noche

Ella dijo:
"... Y murió con mucha tranquilidad, y se albergó en la misericordia de Alah (¡exaltado sea!) Y fueron grandes el duelo y la aflicción de Flor-de-Granada y del rey Sonrisa-de-Luna, y lloraron al difunto un mes entero sin ver a nadie, y le erigieron una tumba digna de su memoria, dedicándole bienes de mano muerta a beneficio de los pobres, de las viudas y de los huérfanos.
Y en este intervalo presentaronse para tomar parte en la aflicción general la abuela del rey, la reina Langosta, y el tío del rey, el príncipe Saleh, y las tías del rey, oriundas del mar, que ya en vida del viejo rey, habían ido a visitar a sus parientes varias veces. Y lloraron mucho por no haber podido asistir a sus últimos momentos. E hicieron común su dolor; y se consolaban mutuamente por turno; y después de mucho tiempo, acabaron por conseguir que el rey olvidara un poco la muerte de su padre, y le decidieron a que reanudara sus sesiones del diwán y se ocupara de los asuntos de su reino. Y les escuchó él, y tras mucha resistencia, consintió en vestir de nuevo sus trajes reales, recamados de oro y constelados de pedrerías, y en ceñir la diadema. Y empuñó otra vez la autoridad e hizo justicia con la aprobación universal y el respeto de grandes y pequeños; y así se pasó otro año.
Pero una tarde, el príncipe Saleh, que desde hacía algún tiempo no había vuelto a ver a su hermana y a su sobrino, salió del mar y entró en la sala donde se hallaba en aquel momento la reina y Sonrisa-de-Luna. Y les hizo sus zalemas, y les besó; y Flor-de-Granada le dijo: "¡Oh hermano mío! ¿Cómo estás, y cómo está mi madre, y cómo están mis primas?" El príncipe contestó: "¡Oh hermana mía! ¡Están muy bien y viven en la tranquilidad y el contento, y no les falta más que ver tu rostro y el rostro de mi sobrino el rey Sonrisa-de-Luna!" Y se pusieron a charlar de unas cosas y de otras, comiendo avellanas y alfónsigos; y el príncipe Saleh empezó a hablar, con grandes alabanzas, de las cualidades de su sobrino Sonrisa-de-Luna, de su belleza, de sus encantos, de sus proporciones, de sus modales exquisitos, de su destreza en los torneos y de su sabiduría. Y el rey Sonrisa-de-Luna, que estaba allí acostado en el diván y con la cabeza apoyada en los almohadones, al oír lo que decían de él su madre y su tío, no quiso aparentar que les escuchaba, y fingió dormir. Y de aquella manera pudo oír cómodamente lo que seguían diciendo acerca de él.
En efecto, al ver dormido a su sobrino, el príncipe Saleh habló con más libertad a su hermana Flor-de-Granada, y le dijo: "¡Olvidas, hermana mía, que pronto va a cumplir tu hijo diez y siete años, y que ésa ya es edad de pensar en casar a los hijos! Por eso al verle tan hermoso y tan fuerte, como sé que a su edad se tienen necesidades que es preciso satisfacer de una manera o de otra, tengo miedo de que le sucedan cosas desagradables. ¡Es de todo punto necesario, pues, casarle, buscándole entre las hijas del mar una princesa que le iguale en encantos y en belleza!"
Y contestó Flor-de-Granada: "¡Ciertamente, es también ése mi íntimo deseo, porque no tengo más que un hijo, y ya es tiempo de que él tenga asimismo un heredero para el trono de sus padres! ¡Te ruego, pues, ¡oh hermano mío! que traigas a mi memoria las jóvenes de nuestro país, porque hace tanto tiempo que abandoné el mar, que ya no me acuerdo de las que son hermosas y de las que son feas!"
Entonces Saleh púsose a enumerar a su hermana las princesas más hermosas del mar, una tras otra, aquilatando cuidadosamente sus cualidades, y el pro y el contra, y las ventajas y desventajas. Y a cada  vez contestaba la reina Flor-de-Granada: "¡Ah! ¡No, no quiero a ésta por su madre, ni a ésa por su padre, ni a aquélla por su tía, que tiene la lengua muy larga; ni a aquélla otra por su abuela, que huele mal; ni a la de más allá, por su ambición y sus ojos vacíos!"
Así, sucesivamente, fué rehusando a todas las princesas que Saleh le enumeraba.
Entonces le dijo Saleh: "¡Oh hermana mía, razón te asiste para contentarte difícilmente al escoger esposa a tu hijo, que no tiene igual en la tierra ni debajo del mar! ¡Pero ya te he enumerado todas las jóvenes disponibles, y no me queda por proponerte más que una!"
Luego se interrumpió, y dijo, dudando: "Antes conviene que me cerciore de que mi sobrino está bien dormido; porque no puedo hablarte de esa joven delante de él: ¡tengo mis motivos para tomar esta precaución...!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.


Pero cuando llegó la 536ª noche

Ella dijo:
"... no puedo hablarte de esa joven delante de él: ¡tengo mis motivos para tomar esta precaución!"
Entonces Flor-de-Granada se acercó a su hijo, y le tentó, y le palpó, y le escuchó respirar; y como parecía él sumido en un sueño pesado, pues había comido un guiso de cebollas que le gustaba mucho y que le procuraba de ordinario una siesta muy profunda, la reina dijo a Saleh: "¡Duerme! ¡Puedes explicar lo que tengas que proponer!"
El príncipe dijo: "Has de saber ¡oh hermana mía! que si tomo esta precaución es porque tengo que hablarte ahora de una princesa del mar que es extremadamente difícil de obtener en matrimonio, no por ella, sino por su padre, el rey. Por eso no conviene que mi sobrino oiga hablar de ella mientras no estemos seguros de la cosa; porque ya sabes ¡oh hermana mía! que el amor se transmite por el oído con más frecuencia que por los ojos entre nosotros los musulmanes, cuyas mujeres e hijas llevan tapado el rostro con el velo púdico". Y dijo la reina: "¡Oh hermano mío, tienes razón! ¡Porque el amor al principio es un poco de miel que no tarda en transformarse en un vasto mar salado de perdición! ¡Pero, por favor, dime pronto el nombre de esa princesa y de su padre!" Saleh dijo: "Es la princesa Gema, hija del rey Salamandra el marino".
Al escuchar este nombre, exclamó Flor-de-Granada: "¡Ah! ¡Ya me acuerdo ahora de esa princesa Gema! Cuando yo habitaba todavía en el mar, era una niña de un año apenas, pero hermosa entre todas las niñas de su edad. ¡Qué maravillosa debe estar ahora!" Saleh contestó: "¡Maravillosa es, en verdad, y ni sobre la tierra ni en los reinos que hay debajo de las aguas, se ha visto una belleza semejante! ¡Oh! ¡Es deliciosa y gentil y dulce y sabrosa y encantadora, hermana mía! ¡Y tiene un color! ¡Y unos cabellos! ¡Y unos ojos! ¡Y un talle! ¡Y una grupa! ¡Ah! pesada, tierna y firme a la vez y floja, y redonda por todas partes sin excepción. ¡Cuando se balancea, da envidia a la rama del van! ¡Cuando se vuelve hacia ellos, se ocultan los antílopes y las gacelas! ¡Cuando se descubre, avergüenza al sol y a la luna! ¡Cuando se mueve, derriba! ¡Cuando se apoya, mata! ¡Y cuando se sienta, es la huella que deja tan profunda, que no desaparece ya! ¿Cómo no llamarla entonces Gema, si es tan brillante y tan perfecta?"
Y contestó Flor-de-Granada: "¡En verdad que su madre estuvo bien inspirada por Alah el Omnisciente al darle ese nombre! ¡He ahí la que verdaderamente conviene para esposa a mi hijo Sonrisa-de-Luna!"
¡Eso fue todo! ¡Y Sonrisa-de-Luna fingía dormir, pero se deleitaba en su alma, y se estremecía pensando en poseer pronto a aquella princesa marina tan fina y opulenta!
Pero Saleh añadió en seguida: "¡Sin embargo, ¡oh hermana mía! el padre de la princesa Gema, el rey Salamandra, es un hombre brutal, 'grosero, detestable! ¡Ya negó a su hija a varios príncipes que se la pedían en matrimonio, y les expulsó ignominiosamente después de molerles los huesos! ¡Así es que no estoy seguro de la acogida que nos haga ni de cómo va a parecerle nuestra petición! ¡Y heme aquí en el límite de la perplejidad a causa de eso!"
La reina contestó: "¡Muy delicado es el asunto! ¡Y necesitamos pensarlo mucho antes y no sacudir el árbol antes de que la fruta esté madura!"
Y Saleh dijo en conclusión: "¡Sí, reflexionemos, y ya veremos luego!"
Después, como en aquel momento Sonrisa-de-Luna hacía ademán de despertarse, cesaron de hablar, pensando reanudar más tarde la conversación en el punto en que la dejaban. ¡Y he aquí lo referente a ellos!
En cuanto a Sonrisa-de-Luna, se levantó acto seguido, como si no hubiera oído nada, y se desperezó tranquilamente; pero dentro de sí su corazón se abrasaba de amor y se arrugaba cual si estuviese en un  brasero lleno de carbones ardiendo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.


Pero cuando llegó la 537ª noche

Ella dijo:
"... pero dentro de sí su corazón se abrasaba de amor y se arrugaba cual si estuviese en un brasero lleno de carbones ardiendo.
No obstante, se guardó mucho de decir a su madre y a su tío la menor palabra acerca del particular, y se retiró temprano y pasose solo toda aquella noche, poseído por aquel tormento tan nuevo para él; y también a su vez reflexionó sobre el medio mejor para llegar más pronto al término de sus deseos. Y no hay para qué decir que estuvo sin cerrar los ojos un instante hasta por la mañana.
Así es que se levantó al alba y fué a despertar a su tío Saleh, que había pasado la noche en el palacio, y le dijo: "¡Oh tío mío, deseo pasearme esta mañana por la playa, pues tengo oprimido el pecho, y me lo dilatará el aire del mar!" Y contestó el príncipe Saleh: "¡Escuchar es obedecer!" Y saltó sobre ambos pies, y salió a la playa con su sobrino.
Caminaron juntos mucho tiempo, sin que Sonrisa-de-Luna dirigiese la palabra a su tío. Y estaba pálido, con lágrimas en el ángulo de los ojos. Y he aquí que de pronto se detuvo, y sentándose en una roca, improvisó estos versos y los cantó, mirando al mar:
Si me dijeran
En medio del incendio, mientras llamea mi corazón,
Si me dijeran:
"¿Prefieres verla O beber un sorbo de agua fresca y pura?
¿Qué responderías?"
"¡Verla y morir!"
¡Oh corazón que tan tierno te volviste!
¡Desde que se incrustó en ti la Gema de Salamandra!
Cuando el príncipe Saleh hubo oído estos versos cantados tristemente por su sobrino el rey, se golpeó las manos una contra otra en el límite de la desesperación, y exclamó: "¡La ilah ill'Alah! ¡ua Mahomed rassul Alah! ¡Y no hay majestad y poderío más que en Alah el Glorioso, el Magno! ¡Oh hijo mío! ¿Oíste la conversación que ayer sostuve con tu madre, respecto a la princesa Gema, hija del rey Salamandra el marino?
¡Oh qué calamidad para nosotros! ¡Porque yo veo ¡oh hijo mío! que ya se preocupan mucho de ella tu espíritu y tu corazón, aunque no se ha conseguido nada todavía y la cosa es difícil de arreglar!"
Sonrisa-de-Luna contestó: "¡Oh tío mío, necesito a la princesa Gema, y no a otra! ¡Sin ella, moriré!"
El príncipe dijo: "¡Entonces, ¡oh hijo mío! volvamos a ver a tu madre a fin de que la ponga yo al corriente de tu estado, y le pida permiso para llevarte conmigo al mar e ir al reino de Salamandra el marino a pedir para ti en matrimonio a la princesa Gema!"
Pero Sonrisa-de-Luna exclamó: "¡No, ¡oh tío mío! no quiero pedir a mi madre un permiso que sin duda ha de negarme! Porque temerá por mí, ante el rey Salamandra, que tiene malos modales; y también me dirá que mi reino no puede permanecer sin rey, y que los enemigos del trono se aprovecharán de mi ausencia para usurparme el puesto. ¡Conozco a mi madre, y de antemano sé lo que ha de decirme!"
Luego Sonrisa-de-Luna se echó a llorar copiosamente delante de su tío, y añadió: "¡Quiero ir contigo en seguida a ver al rey Salamandra, sin prevenir a mi madre! ¡Y volveremos muy pronto, antes de que tenga ella tiempo de advertir mi ausencia!"
Cuando el príncipe Saleh vió que su sobrino se obstinaba en aquella determinación, no quiso afligirle más, y dijo: "¡Pongo mi confianza en Alah, y venga lo que venga!" Luego se quitó del dedo una sortija en la cual había grabados algunos nombres entre los nombres, y se la puso en el dedo a su sobrino, diciéndole:
"¡Esta sortija te protegerá más aún contra los peligros submarinos y acabará por otorgarte nuestras virtudes marítimas!"
Y añadió en seguida: "¡Haz lo que yo!" Y saltó con ligereza en el aire, abandonando la roca. Y Sonrisa -de-Luna le imitó, golpeando el suelo con el pie, y abandonó la roca para elevarse por los aires con su  tío. Y describieron una curva descendente en dirección al mar, en el cual se sumergieron ambos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.

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