martes, octubre 19, 2021

26.21 ¿Mujeres o jovenzuelos?

Hace parte de

26 El parterre florido del ingenio y el jardín de la galantería (de la noche 373 a la 393)
       26.1 Al-Raschid y el cuesco (noche 373)
       26.2 El jovenzuelo y su maestro (de la noche 373 a la 375)
       26.3 El saco prodigioso (de la noche 375 a la 376)
       26.4 Al-Raschid-justiciero de amor (noche 376)
       26.5 ¿Para quién la preferencia? ¿Para el joven o para el hombre maduro? (de la noche 376 a la 377)
       26.6 El precio de los cohombros (noche 377)
       26.7 Cabellos blancos (de la noche 377 a la 378)
       26.8 La cuestión zanjada (noche 378)
       26.9 Abu-Nowas y el baño de Sett-Zobeida (de la noche 378 a la 379)
       26.10 Abu-Nowas improvisa (noche 379)
       26.11 El asno (de la noche 379 a la 380)
       26.12 El flagrante delito de Sett-Zobeida (de la noche 380 a la 381)
       26.13 ¿Macho o hembra? (de la noche 381 a la 382)
       26.14 El reparto (noche 382)
       26.15 El maestro de escuela (de la noche 382 a la 383)
       26.16 La inscripción de una camisa (noche 383)
       26.17 La inscripción de una copa (de la noche 383 a la 384)
       26.18 El califa en el cesto (de la noche 384 a la 386)
       26.19 El mondonguero (de la noche 386 a la 389)
       26.20 La joven Frescura de los Ojos (de la noche 389 a la 390)
       26.21 ¿Mujeres o jovenzuelos? (de la noche 390 a la 393)

¿MUJERES O JOVENZUELOS?

Cuenta el sabio Omar Al-Homs:
"En el año quinientos sesenta y uno de la hégira hizo un viaje a Hama la mujer más instruida y más elocuente de Bagdad, la que todos los sabios del Irak llamaban la Maestra de los Maestros. Y he aquí que aquel año llegaron a Hama desde todas las comarcas de los países musulmanes los hombres más versados en las diversas ramas de los conocimientos; y todos se alegraban de poder oír e interrogar a esta mujer maravillosa entre todas las mujeres, que viajaba de aquel modo de país en país, en compañía de un joven hermano suyo, para sostener tesis públicas acerca de las cuestiones más difíciles, e interrogar y ser interrogada sobre todas las ciencias, la jurisprudencia, la teología y las bellas letras.
Deseoso de oírla, rogué a mí amigo el sabio jeique El-Salhaní que me acompañara al sitio donde argumentaba ella aquel día. El jeique El-Salhaní aceptó, y nos presentamos ambos en la sala donde Sett Zahía se mantenía detrás de una cortina de seda para no contravenir la costumbre de nuestra religión. Nos sentamos en un banco de la sala, y su hermano cuidó de nosotros, sirviéndonos frutas y refrescos.
Después de haberme hecho anunciar a Sett Zahía, declinando mi nombre y mis títulos, empecé con ella una discusión acerca de la jurisprudencia divina y acerca de las diferentes interpretaciones que a la ley dieron los más sabios teólogos de los tiempos antiguos. En cuanto a mi amigo el jeique El-Salhaní, desde el instante que divisó al joven hermano de Sett Zahía, jovenzuelo de una belleza extraordinaria de rostro y de formas, quedó maravillado de admiración en el límite del entusiasmo, y no separó de él ya sus miradas. Así es que no tardó Sett Zahía en darse cuenta de la distracción de mi compañero, y cuando la observó, acabó por comprender los sentimientos que le animaban. Le llamó de pronto por su  nombre, y le dijo: "Me parece ¡oh jeique! que eres de los que prefieren los jovenzuelos a las mujeres...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Pero cuando llegó la 391ª noche


Ella dijo:
"...de los que prefieren los jovenzuelos a las mujeres". Mi amigo sonrió, y dijo: "¡Así es!" Ella preguntó: "¿Y por qué? ¡oh jeique!"
El dijo: "¡Porque Alah ha modelado el cuerpo de los jovenzuelos con una perfección admirable, en detrimento de las mujeres, y mis gustos me impulsan a preferir en toda cosa lo perfecto a lo imperfecto!" Ella se rió detrás de la cortina, y dijo: "¡Pues bien; si quieres defender tu opinión, estoy dispuesta a responderte!" El dijo: "¡Con mucho gusto!"
Entonces le preguntó ella: "¡En tal caso, explícame cómo podrás probarme la superioridad de los hombres y de los adolescentes sobre las mujeres y las jóvenes!"
El dijo: "¡Oh mi señora! la prueba que me pides puede hacerse de una parte por la lógica del razonamiento y de otra parte por el Libro y por la Sunna.
"En efecto, dice el Corán: "Los hombres superan con mucho a las mujeres, porque Alah les ha dado la superioridad". También dice: "En cualquier herencia, la parte correspondiente al hombre debe ser el doble de la correspondiente a la mujer; así es que el hermano heredará dos veces más que su hermana". Estas palabras santas nos prueban, pues, y establecen de manera permanente, que a una mujer no se la debe considerar más que como a la mitad de un hombre.
"En cuanto a la Sunna, nos enseña que el Profeta (¡con él la plegaria y la paz!) estimaba el sacrificio expiatorio de un hombre como si tuviese dos veces más valor que el de una mujer.
"Si recurrimos ahora a la lógica pura, veremos que la razón confirma la tradición y la enseñanza. En efecto, si nos preguntamos sencillamente: "¿Quién tiene la prioridad, el ser activo o el ser pasivo?", la respuesta será sin duda alguna en favor del ser activo. Y el principio activo es el hombre, y la mujer es el principio pasivo. No hay que vacilar, por tanto. ¡El hombre se halla por encima de la mujer, y el joven es preferible a la joven!"
Pero Sett Zahía contestó: "¡Tus citas son exactas!, ¡oh jeique! Y contigo reconozco que en su Libro Alah ha dado a los hombres preferencia sobre las mujeres. Pero no especificó nada y habló de una manera general. ¿Por qué, pues, si buscas la perfección de las cosas, te diriges solamente a los jóvenes? ¡Deberías preferir a los hombres de barba, a los venerables jeiques de frente arrugada, pues que fueron más lejos en la vía de la perfección!"
El contestó: "Sí, por cierto, ¡oh mi señora! Pero no comparo ahora a los ancianos con las mujeres viejas, pues no se trata de eso, sino solamente de sacar deducciones de los jóvenes. En efecto, me concederás, ¡oh mi señora! que nada en la mujer puede compararse a las perfecciones de un joven hermoso, a su talle flexible, a la finura de sus miembros, al conjunto de colores tiernos que hay en sus mejillas, a la gentileza de su sonrisa y al encanto de su voz. Por cierto que para ponernos en guardia contra una cosa tan evidente, nos dice el propio Profeta: "¡No prolonguéis vuestras miradas sobre los mozuelos sin barba, porque tienen ojos más tentadores que los de las huríes!"
Además, ya sabes que la mayor alabanza que puede hacerse de la belleza de una joven es compararla con la de un mozuelo. Bien conoces los versos en que el poeta Abu-Nowas habla de todo eso, y el poema en que dice:
¡Tiene ella las caderas de un mozo, y se balancea al viento ligero como al soplo del Norte se balancea la rama del ban!
"Así, pues, si los encantos de los jóvenes no fueran notoriamente superiores a los de las jóvenes, ¿por qué se sirven de ellos los poetas como término de comparación?
"Además, no ignoras que el adolescente no se limita a estar bien formado, sino que sabe arrebatarnos los corazones con el encanto de su lenguaje y lo agradable de sus maneras. ¡Y es tan delicioso cuando un bozo incipiente comienza a sombrear sus labios y sus mejillas, donde anidan pétalos de rosa! ¿Y es que puede encontrarse en el mundo algo comparable al encanto que en aquel momento despide? ¡Qué razón tenía el poeta Abu-Nowas al exclamar:
Me dicen sus calumniadores envidiosos: "¡Ya empiezan los pelos a hacer rugosos sus labios!" Pero yo les digo: "¡Cuán grande es vuestro error! ¿Cómo puede pareceros un defecto ese adorno?
"¡Ese bozo realza la blancura de su cara y de sus dientes, como un engarce verde realza el brillo de las perlas! ¡Es un indicio encantador de las fuerzas nuevas que adquiere su grupa!
"Han hecho las rosas juramento solemne de no borrar jamás de las mejillas de él sus colores milagrosos! ¡Saben sus párpados hablarnos con lenguaje más elocuente que el de sus labios, y sus cejas saben contestar con precisión!
"¡Los pelos, objeto de vuestra maledicencia, sólo han crecido para preservar sus encantos y ponerlos al abrigo de vuestros ojos groseros! ¡Dan al vino de su boca un sabor más pronunciado; y el verde de su barba en sus mejillas de plata les añade un color más vivo para entusiasmarnos!”
"También ha dicho otro poeta:
Me dicen los envidiosos: "¡Cuán ciega es tu pasión! ¿No ves que ya los pelos cubren sus mejillas?"
Yo les digo: "¡Si no estuviera la blancura de su rostro atenuada por la sombra dulce de su bozo, sería imposible que sostuvieran su resplandor mis ojos!
"Y además, ¿cómo, después de haber cultivado una tierra mientras era fértil, voy a abandonarla cuando la fertiliza la primavera?"
"Por último, ha dicho otro entre mil:
¡Esbelto mozo! ¡Sus miradas y sus mejillas luchan entre sí por quién hará más víctimas entre los hombres!
¡Derrama sangre de corazones con una espada hecha de pétalos de narciso, y cuya vaina y cuyo tahalí se lo robaron a los mirtos!
¡Tantas envidias suscitan sus perfecciones, que la misma belleza desea convertirse en mejilla velluda!
"He aquí ¡oh mi señora! pruebas bastantes para demostrar la Superioridad de la belleza de los mozos sobre la de las mujeres en general."
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Pero cuando llegó la 392ª noche

Ella dijo:
"... la superioridad de la belleza de los mozos sobre la de las mujeres en general".
Al oír estas palabras, contestó Sett Zahía: "Alah perdone tus argumentos erróneos, si es que no hablaste solamente por hablar o en broma. ¡Pero ahora va a triunfar la verdad! No endurezcas tu corazón y prepara tu oído para escuchar mis argumentos.
¡Por Alah sobre ti! Dime dónde se halla el joven cuya belleza puede compararse con la de una joven. ¿Olvidas que la piel de una joven, no sólo tiene el resplandor y la blancura de la plata, sino también la  dulzura de los terciopelos y las sedas? ¡Su cintura es la rama del mirto y del ban! ¡Su boca es una manzanilla en flor, y sus labios dos anémonas húmedas! Sus mejillas, manzanas; calabacitas de marfil, sus senos.
Su frente irradia claridad, y de continuo dudan sus dos cejas, sin saber si deben reunirse o separarse. Cuando habla, se desgranan en su boca perlas finas; cuando sonríe, se escapan torrentes de luz de sus labios, que son más dulces que la miel y más suaves que la manteca. En el hoyo de su mentón está impreso el sello de la belleza. En cuanto a su vientre, ¡qué bonito es! Tiene a los lados líneas admirables y pliegues generosos que se superponen unos a otros. Sus muslos están hechos con una sola pieza de marfil y los sostienen las columnas de sus pies, formados con pasta de almendra.
¡Pero por lo que respecta a sus nalgas, son de buena ley, y cuando suben y bajan se las creería las olas de un mar de cristal o montañas de luz! ¡Oh pobre jeique!, ¿acaso pueden compararse los hombres a los genios? ¿No sabes que los reyes, los califas y los más grandes personajes de que hablan los anales fueron esclavos obedientes de las mujeres y consideran como una gloria soportar su yugo?
¡Cuántos hombres eminentes bajaron la frente, sojuzgados por sus encantos! ¡Cuántos abandonaron por ellas riquezas, país, padre y madre! ¡Cuántos reinos perdiéronse por ellas! ¡Oh pobre jeique!, ¿no es para ellas para quienes se levantan los palacios, se borda la seda y los brocados y se tejen las telas más ricas? ¿No es para ellas para quienes tan buscados son por su perfume agradable y dulce el ámbar y el almizcle? ¿Olvidas que sus encantos han condenado a los habitantes del paraíso, y han trastornado la tierra y el universo y han hecho correr ríos de sangre?
"Pero respecto a las Palabras que citaste del Libro, son más favorables a mi causa que a la tuya.
Son esas Palabras: "¡No prolonguéis vuestras miradas sobre los mozuelos sin barba, porque tienen ojos más tentadores que los de las huríes!" Ya ves que se trata de una alabanza directa a las huríes del  paraíso, que sirven de término de comparación, siendo mujeres y no mozos. ¡Y hasta vosotros, los aficionados a los adolescentes, cuando queréis describir a vuestros amigos, comparáis sus caricias con las de las jóvenes! No os da vergüenza de vuestros gustos corrompidos, os complacéis en ellos y los satisfacéis en público.
Olvidáis las palabras del Libro: "¿Por qué buscar el amor de los varones? ¿No ha creado Alah a las mujeres para satisfacción de vuestros deseos?' ¡Gozad, pues, con ellas a vuestro sabor! ¡Pero sois un pueblo terco!"
"Si a veces comparáis a las jóvenes con los mozuelos, únicamente se debe a vuestros deseos corrompidos y a vuestro gusto pervertido!
Sí, conocemos bien a vuestros poetas aficionados a los mozos! ¿No ha dicho el más grande de ellos, el jeique de los pederastas, Abu-Nowas, hablando de una joven:
¡Igual que un joven, no tiene caderas, y hasta se ha cortado los cabellos! ¡Y he aquí que un tierno bozo sombrea su rostro y da doble valor a sus encantos! ¡Así puede satisfacer al pederasta y al adúltero!
"Y en cuanto al supuesto atractivo que da la barba a los jóvenes...
En este momento de su narración. Schehrazada vió aparecer la mañana y calló discretamente.


Pero cuando llegó la 393ª noche

Ella dijo:
"... Y en cuanto al supuesto atractivo que da la barba a los jóvenes, ¿no sabes ¡oh jeique! los versos del poeta a este respecto?
Escucha:
¡He aquí que al nacer en su mejilla los primeros pelos, ha huido su amante!
¡Porque cuando el carbón de la barba ennegrece el mentón, convierte en humo los encantos del joven!
Y cuando la página en blanco del rostro se llena con lo negro de la escritura, ¿quién que no sea un ignorante querrá tomar la pluma todavía?
"Así, pues, ¡oh jeique! rindamos homenaje a Alah el Altísimo, que supo reunir en las mujeres todos los goces que pueden llenar la vida, y prometió a los profetas, a los santos y a los creyentes darles el paraíso como recompensa a las huríes maravillosas. Y claro que, si Alah el infinitamente bueno comprendiera que había en realidad fuera de las mujeres otras voluptuosidades, sin duda se las hubiese prometido y reservado a sus fieles creyentes. Sin embargo, Alah no habla nunca de los mozuelos más que para presentarlos como servidores de los elegidos en el paraíso; pero a nadie se los prometió ninguna vez con otros fines. ¡Y el mismo Profeta (¡con él la plegaria y la paz!) no se inclinó jamás en tal sentido, sino al contrario! Porque acostumbraba repetir a sus compañeros: "¡Tres cosas te hacen amar este mundo: las mujeres, los perfumes y la frescura que presta al alma la plegaria!".
Pero mejor de lo que yo sabría hacerlo, resumen mi opinión ¡oh jeique! estos versos del poeta:
¡Entre trasero y trasero hay diferencia! ¡Si os acercáis a uno, se os tizna de amarillo el traje; pero si os acercáis al otro se os perfuma!
¿Cómo hay quien compare al mozo con la moza? ¿Se atrevió nunca nadie a preferir la madera olorosa del nadd a los excrementos de los cetáceos?
"Pero veo que la discusión me excitó demasiado y me hace rebasar los límites de la conveniencia en que deben mantenerse las mujeres, principalmente en presencia de los jeiques y los sabios. Me apresuro, pues, a pedir perdón a quienes hayan podido molestarse u ofenderse, y cuento con su discreción para cuando salgan de esta entrevista, porque dice el proverbio:
"¡El corazón de los hombres bien nacidos es una tumba para los secretos!"




26.20 La joven Frescura de los Ojos

Hace parte de

26 El parterre florido del ingenio y el jardín de la galantería (de la noche 373 a la 393)
       26.1 Al-Raschid y el cuesco (noche 373)
       26.2 El jovenzuelo y su maestro (de la noche 373 a la 375)
       26.3 El saco prodigioso (de la noche 375 a la 376)
       26.4 Al-Raschid-justiciero de amor (noche 376)
       26.5 ¿Para quién la preferencia? ¿Para el joven o para el hombre maduro? (de la noche 376 a la 377)
       26.6 El precio de los cohombros (noche 377)
       26.7 Cabellos blancos (de la noche 377 a la 378)
       26.8 La cuestión zanjada (noche 378)
       26.9 Abu-Nowas y el baño de Sett-Zobeida (de la noche 378 a la 379)
       26.10 Abu-Nowas improvisa (noche 379)
       26.11 El asno (de la noche 379 a la 380)
       26.12 El flagrante delito de Sett-Zobeida (de la noche 380 a la 381)
       26.13 ¿Macho o hembra? (de la noche 381 a la 382)
       26.14 El reparto (noche 382)
       26.15 El maestro de escuela (de la noche 382 a la 383)
       26.16 La inscripción de una camisa (noche 383)
       26.17 La inscripción de una copa (de la noche 383 a la 384)
       26.18 El califa en el cesto (de la noche 384 a la 386)
       26.19 El mondonguero (de la noche 386 a la 389)
       26.20 La joven Frescura de los Ojos (de la noche 389 a la 390)
       26.21 ¿Mujeres o jovenzuelos? (de la noche 390 a la 393)

LA JOVEN FRESCURA-DE-LOS-OJOS

Amrú ben-Mosseda nos cuenta la anécdota siguiente:
"Un día, Abú-Issa, hijo de Harún Al-Raschid, vio en casa de su pariente Alí, hijo de Hescham, una esclava joven, llamada Frescura-de-los-Ojos, de la cual quedó violentamente prendado. Con el mayor cuidado probó Abú-Issa ocultar el secreto de su amor y no participar a nadie los sentimientos que experimentaba; pero hizo cuanto pudo para decidir indirectamente a Alí a que le vendiera su esclava.
Al cabo de un largo transcurso de tiempo, comprendió que eran inútiles todos los trabajos encaminados a tal fin, y resolvió cambiar de plan. Fué en busca de su hermano el califa Al-Mamúm, hijo de Al-Raschid, y le rogó que le acompañara al palacio de Alí, con objeto de darle una sorpresa con su visita. El califa aprobó la idea; hicieron preparar los caballos y se presentaron en el palacio de Alí, hijo de Hescham.
Cuando Alí les vió entrar, besó la tierra entre las manos del califa, e hizo abrir la sala de los festines en la cual les introdujo. Se encontraron en una sala hermosísima, cuyos pilares y muros eran de mármoles de diferentes colores, con incrustaciones de estilo griego, que trazaban dibujos muy agradables a la vista; y el piso de la sala estaba cubierto por una estera de Indias, sobre la que se extendía una alfombra de Bassra, de una pieza, que ocupaba toda la superficie de la sala a lo largo y a lo ancho.
Al-Mamúm se detuvo primero un instante para admirar el techo, las paredes y el suelo, y luego dijo: "Bueno Alí, ¿a qué esperas para darnos de comer?" Al momento dió Alí una palmada, y entraron unos esclavos cargados con mil variedades de pollos, pichones y asados de todas clases, calientes y fríos; había también todo género de manjares líquidos y manjares sólidos, y especialmente mucha caza rellena con pasas y almendras, porque a Al-Mamúm le gustaba de una manera extraordinaria la caza, principalmente rellena con pasas y almendras. Acabada la comida, llevaron un vino asombroso extraído de unas uvas escogidas grano a grano y cocido con frutas perfumadas y nueces aromáticas comestibles; y en copas de oro, de plata y de cristal lo sirvieron unos jóvenes como lunas, que iban vestidos con ligeras telas ondulantes de Alejandría adornadas con delicados bordados de plata y oro; al mismo tiempo que presentaban las copas a los comensales, aquellos jóvenes les rociaban con agua de rosas almizclada, valiéndose de hisopos enriquecidos con pedrerías.
Tan encantado de todo aquello quedó el califa, que abrazó a su huésped, y le dijo: "¡Por Alah, oh Alí! ¡En adelante ya no te llamaré Alí, sino el Padre-de-la-Belleza!" Y Alí, hijo de Hescham, a quien desde  entonces llamaron, efectivamente, Abul-tamal, besó la mano del califa, y luego hizo una seña a su chambelán. Enseguida se descorrió al fondo de la sala un cortinaje, y aparecieron diez jóvenes cantoras, vestidas de seda negra y hermosas como un pensil de flores. Se adelantaron y fueron a sentarse en unos sillones de oro que habían puesto en corro en la sala diez esclavos negros. Y preludiaron algo en instrumentos de cuerda, con una ciencia perfecta, cantando luego a coro una oda de amor.
Entonces Al-Mamúm miró a la que más le había emocionado de las diez, y le preguntó: "¿Cómo te llamas?" Ella contestó: "Me llamo Armonía, ¡oh Emir de los Creyentes!" El dijo: "¡Sabes llevar muy bien el nombre, Armonía! ¡Deseo oírte cantar cualquier cosa!"
Entonces Armonía templó su laúd y cantó:

¡Mi dulzura
tiene miedo de las miradas,
y mi corazón sensible
teme
a los ojos de los enemigos!
¡Pero cuando se acerca el amigo
el placer
me hace estremecerme
y toda derretida
me entrego a él!
¡Pero si se aleja,
tiemblo de emoción,
como la gacela
que pierde a su cría!

Al-Mamúm le dijo encantado: "Triunfaste, ¡oh joven! ¿Y quién compuso esos versos?" Ella contestó: "Amrú Al-Zobaidí; y la música es de Mobed". El califa vació la copa que tenía en la mano, y su hermano Abú-Issa y Abul-tamal hicieron lo propio. Cuando ya dejaban las copas, entraron otras diez cantoras, vestidas de seda azul y ceñidas con cendales del Yamán bordados de oro; se acomodaron en los sitios de las diez primeras, que se marcharon entonces, y templando sus laúdes preludiaron un coro  con notable maestría.
A la sazón fijó sus miradas el califa en una de ellas, que era un cristal de roca, y le preguntó: "¿Cuál es tu nombre, ¡oh joven!?" Ella contestó: "Corza, ¡oh Emir de los Creyentes!"
El dijo: "¡Pues bien, Corza, cántanos cualquier cosa!" Entonces, la que se llamaba Corza templó su laúd y cantó...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Pero cuando llegó la 390ª noche
Ella dijo:
...Entonces la que se llamaba Corza, templó su laúd y cantó:
¡Libres huríes y vírgenes,
nos reímos de las sospechas!
¡Somos las gacelas de la Meca,
a las que está prohibido espantar!
¡La gente soez
nos acusa de vicios
porque tenemos los ojos lánguidos
y porque es encantador nuestro lenguaje!
¡Hacemos ademanes indecentes
que obligan a desviarse
a los musulmanes piadosos!

A Al-Mamúm le pareció deliciosa esta canción, y preguntó a la joven: "¿De quién es?" Ella contestó: "Los versos son de Jarir, y la música es de Ibn-Soraij". Entonces, el califa y los otros dos vaciaron sus copas, mientras se retiraban las esclavas para ser reemplazadas al punto por otras diez cantoras, vestidas de seda escarlata, ceñidas con cendales escarlata, y mostrando suelto el cabello, que les caía pesadamente por la espalda. Ataviadas con aquel color rojo, semejábanse a un rubí de múltiples reflejos. Se sentaron en los sillones de oro y cantaron a coro, acompañándose cada cual con su laúd.
Y Al-Mamúm se encaró con la que brillaba más en medio de sus compañeras, y le preguntó: "¿Cómo te llamas?" Ella contestó: "Seducción, ¡oh Emir de los Creyentes!" El dijo: "Entonces, ¡oh Seducción! date prisa a hacernos oír tu voz sola".
Y acompañándose con el laúd, Seducción cantó:
Los diamantes y los rubíes,
los brocados y las sedas,
importan poco a las bellas!
Sus ojos son de diamantes,
sus labios son de rubíes,
Y de seda es lo demás!
Extremadamente encantado, preguntó el califa a la cantora: "¿De quién es ese poema, ¡oh Seducción!?" Ella contestó: "Es de Adí ben-Zeid; en cuanto a la música, es muy antigua, y se desconoce al autor".
Al-Mamúm, su hermano Abú-Issa y Alí ben-Hescham vaciaron sus copas, y diez nuevas cantoras, vestidas de tisú de oro y con el talle oprimido por cinturones de oro resplandecientes de pedrerías, fueron a sentarse en los sillones y cantaron como las anteriores. Y el califa preguntó a la de cintura fina: "¿Tu nombre?"
Ella dijo: "Gota-de-Rocío, ¡oh Emir de los Creyentes!" Dijo él: "¡Pues bien, Gota-de-Rocío, esperamos de ti unos versos!" Y al punto cantó ella:
¡He bebido vino en su mejilla,
y se me huyó la razón!
¡Y vestida solamente
con mi camisa perfumada
de nardo y de aromas;
saldré a la calle
para dar fe de nuestros amores,
con mi camisa perfumada
de nardo y de aromas!
Al oír estos versos, exclamó Al-Mamúm: "¡Ya Alah! ¡Triunfaste, oh Gota-de-Rocío! ¡Repíteme los últimos versos!" Y pulsando las cuerdas de su laúd, Gota-de-Rocío los repitió en un tono más sentido:
¡Saldré a la calle
para darte fe de nuestros amores,
con mi camisa perfumada
de nardo y de aromas!
Y el califa le preguntó: " ¿De quién son esos versos, ¡oh Gota-de- Rocío? Ella dijo: "De Abu-Nowas, ¡oh Emir de los Creyentes! y la música es de Ishak".
Cuando acabaron de tocar las diez esclavas, el califa quiso dar por terminada la fiesta y levantarse. Pero se adelantó Alí ben-Hescham, y le dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! todavía tengo una esclava que he comprado por diez mil dinares y que deseo mostrar al califa; dígnese, pues, permanecer aún algunos momentos.
Si le gusta, podrá guardarla como suya; si no le gusta, no habré dejado de someterla a su opinión".
Al-Mamúm dijo: "¡Venga a mí, pues, esa esclava!" En el mismo momento apareció una joven de incomparable belleza, flexible y delgada como una rama de bambú, con ojos babilónicos llenos de hechizos, con cejas de arco riguroso y con tez robada a los jazmines; ceñía a su frente una diadema enriquecida con perlas y pedrerías, sobre la cual corría este verso en letras de diamantes:
¡Encantadora y educada por los genios, sabe punzar los corazones con las flechas de un arco sin cuerda!
La joven continuó avanzando lentamente, y fué a sentarse sonriendo en el sillón de oro que estaba reservado para ella. Pero apenas la vió entrar Abú-Issa, el hermano del califa, cambió de color de manera tan inquietante, que Al-Mamúm se dio cuenta de ello, y le preguntó: "¿Qué te pasa, ¡oh, hermano mío! para cambiar de color así?"
El interpelado contestó: "¡Oh, Emir de los Creyentes! ¡sólo es una molestia en el hígado, que ya me ha dado otras veces!" Pero Al-Mamúm insistió y le dijo: "¿Acaso conoces a esa joven y la viste antes de hoy?" Abú-Issa no quiso negarlo, y dijo: "¿Habrá ¡oh Emir de los Creyentes! quien ignore la existencia de la luna?"
El califa se encaró entonces con la joven, y le preguntó: "¿Cómo te llamas, joven?" Ella contestó: "Frescura-de-los-Ojos, ¡oh Emir de los Creyentes!"
Él dijo: "¡Pues bien, Frescura-de-los-Ojos, cántanos cualquier cosa!" Y cantó ella:
¿Sabe amar quien no lleva el amor más que en su lengua, y aloja la diferencia en su corazón?
¿Sabe amar aquel cuyo corazón es una roca, mientras finge pasión su rostro?
¡Me han dicho que la ausencia cura las torturas del amor! Pero ¡ay! ¡no nos curó la ausencia!
¡Nos dicen que volvamos junto al ser amado, pero el remedio no surte efecto, porque el ser amado desconoce nuestro amor!
Maravillado de su voz, le preguntó el califa: "¿Y de quién es esa canción, ¡oh Frescura-de-los-Ojos!?" Ella dijo: "Los versos son de El-Kherzaí y la música es de Zarzur". Pero Abú-Issa, a quien sofocaba la  emoción, dijo a su hermano: "¡Permíteme responderle, oh Emir de los Creyentes!"
Dio el califa su aprobación, y Abú-Issa cantó:
¡En mis ropas hay un cuerpo adelgazado, y un corazón torturado dentro de mi seno!
¡Si mantuve mi amor sin que me saliera a los ojos, fue por temor de ofender a la luna en quien se cifra!
Cuando Alí, Padre-de-la-Belleza, hubo oído esta respuesta, comprendió que Abú-Issa amaba locamente a su esclava Frescura-de-los-Ojos. Levantóse al punto, e inclinándose ante Abú-Issa, le dijo: "¡Oh huésped mío! no se dirá que nadie formuló en mi casa un anhelo, aunque fuera mentalmente, sin haberlo realizado al instante. ¡Así, pues, si el califa quiere permitirme que haga una oferta en su presencia, Frescura-de-los-Ojos se convertirá en tu esclava!"
Y como el califa dió su consentimiento, Abú-Issa se llevó a la joven.
¡Porque tanta era la generosidad sin par de Alí y de los hombres de su época!"

26.19 El mondonguero

Hace parte de

26 El parterre florido del ingenio y el jardín de la galantería (de la noche 373 a la 393)
       26.1 Al-Raschid y el cuesco (noche 373)
       26.2 El jovenzuelo y su maestro (de la noche 373 a la 375)
       26.3 El saco prodigioso (de la noche 375 a la 376)
       26.4 Al-Raschid-justiciero de amor (noche 376)
       26.5 ¿Para quién la preferencia? ¿Para el joven o para el hombre maduro? (de la noche 376 a la 377)
       26.6 El precio de los cohombros (noche 377)
       26.7 Cabellos blancos (de la noche 377 a la 378)
       26.8 La cuestión zanjada (noche 378)
       26.9 Abu-Nowas y el baño de Sett-Zobeida (de la noche 378 a la 379)
       26.10 Abu-Nowas improvisa (noche 379)
       26.11 El asno (de la noche 379 a la 380)
       26.12 El flagrante delito de Sett-Zobeida (de la noche 380 a la 381)
       26.13 ¿Macho o hembra? (de la noche 381 a la 382)
       26.14 El reparto (noche 382)
       26.15 El maestro de escuela (de la noche 382 a la 383)
       26.16 La inscripción de una camisa (noche 383)
       26.17 La inscripción de una copa (de la noche 383 a la 384)
       26.18 El califa en el cesto (de la noche 384 a la 386)
       26.19 El mondonguero (de la noche 386 a la 389)
       26.20 La joven Frescura de los Ojos (de la noche 389 a la 390)
       26.21 ¿Mujeres o jovenzuelos? (de la noche 390 a la 393)

EL MONDONGUERO

Cuentan que un día, en la Meca, en la época de la peregrinación anual, cuando la multitud compacta de los hadjs daba las siete vueltas alrededor de la Kaaba, se destacó del grupo un hombre, que se acercó a la pared de la Kaaba, y cogiendo con las dos manos el velo sagrado que cubría todo el edificio, se puso en actitud de orar, y exclamó con acento que le salía del fondo del corazón: "¡Haga Alah que de nuevo se enfade con su marido esa mujer, para que pueda yo acostarme con ella!"
Cuando los hadjs oyeron formular tan extraña plegaria en aquel lugar santo, se escandalizaron de tal manera, que se precipitaron sobre el hombre, lo arrojaron a tierra y lo molieron a golpes. Tras de lo cual lo arrastraron a presencia del emir el-hadj, que tenía amplios poderes para ejercer su autoridad sobre todos los peregrinos, y le dijeron: "Hemos oído a este hombre, ¡oh emir! proferir palabras impías mientras tenía cogido el velo de la Kaaba". Y le repitieron las palabras pronunciadas.
Entonces dijo el emir el-hadj: "¡Que le cuelguen! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.


Pero cuando llegó la 387ª noche

Ella dijo:
... Entonces dijo el emir el-hadj: “¡Que le cuelguen!” Pero el hombre se echó a los pies del emir y le dijo: “¡Oh emir! Por los méritos del Enviado de Alah (¡con él la plegaria y la paz) te conjuro que escuches mi historia, y luego harás de mí lo que juzgues equitativo hacer!" Accedió el emir con un signo de cabeza, y el condenado a la horca dijo:
"Has de saber ¡oh emir nuestro! que tengo por oficio recoger las inmundicias de las calles, y además limpio tripas de carnero, para venderlas y ganarme la vida. Pero he aquí que un día iba yo tranquilamente detrás de mi borrico, cargado con tripas sin vaciar aún, que acababa de sacar del matadero, cuando me encontré con una muchedumbre de personas asustadas que huían por todas partes o se ocultaban detrás de las puertas; y un poco más lejos vi unos esclavos armados con largas varas, para dispersar a su paso a todos los transeúntes. Me informé de lo que podría ser aquello, y me contestaron que iba a pasar el harén de un gran personaje, y era preciso que no subiese por la calle ningún transeúnte. Entonces, como sabía que me exponía a un verdadero peligro si me obstinaba en continuar mi camino, paré mi borrico y me metí con él en el rincón de una muralla procurando que no me advirtieran y volviendo la cara al muro para no sentir la tentación de mirar a las mujeres de aquel gran personaje. No tardé en oír que pasaba el harén, al cual no me atrevía a mirar, y ya pensaba en volverme y continuar mi camino, cuando me sentí cogido bruscamente por dos brazos de negro, y vi mi asno entre las manos de otro negro que se alejó con él. Y aterrado volví la cabeza, y vi en la calle, mirándome todas, treinta jóvenes, en medio de las cuales se hallaba otra, comparable por sus miradas lánguidas a una gacela a quien la sed hiciese menos huraña, y por su talle frágil y elegante a la rama flexible del bambú. Y con las manos atadas a la espalda por el negro, me arrastraron a la fuerza los otros eunucos, a pesar de mis protestas y a pesar de los gritos y testimonios de todos los transeúntes que me vieron adosado al muro y que decían a mis raptores: "¡Pero si no ha hecho nada! ¡Es un pobre hombre que barre basuras y limpia tripas! ¡Es ilícito ante Alah detener y maniatar a un inocente!" Pero sin querer escuchar nada, continuaron arrastrándome en pos del harén.
"En tanto, yo pensaba para mí: ¿Qué delito he podido cometer? Sin duda todo se debe al olor bastante desagradable de las tripas que ha herido el olfato de esa dama, la cual acaso esté encinta y haya sentido entonces algún trastorno interno. Creo que tal será el motivo, quizá también mi aspecto un tanto repugnante y mi traje roto, que deja ver las vergüenzas de mi persona. ¡No hay recurso más que en Alah!
"Siguieron, pues, arrastrándome los eunucos, entre las protestas de los transeúntes apiadados de mí, hasta que llegamos todos a la puerta de una casa grande, y me hicieron entrar en una antesala cuya magnificencia no sabría yo describir nunca.
Y pensé en mi ánima «He aquí el sitio que se reserva para mi suplicio. ¡Me matarán, y nadie de mi familia sabrá la causa de mi desaparición!» Y en aquellos instantes también pensé en mi pobre borrico, que era tan servicial y que jamás coceaba ni derribaba las tripas o las banastas de basura.
Pero pronto me sacó de mis aflictivos pensamientos la llegada de un guapo esclavito, que fué a rogarme dulcemente que le siguiera, y me condujo a un hammam, donde me recibieron tres hermosas esclavas, que me dijeron: «¡Date prisa a quitarte esos andrajos!» Así lo hice, y al punto me introdujeron ellas en la sala caldeada, en la cual me bañaron con sus propias manos, encargándose una de mi cabeza, otra de mis piernas, otra de mi vientre: me dieron masaje, me friccionaron, me perfumaron y me secaron. Tras de lo cual lleváronme ropas magníficas y me rogaron que me las pusiese. Pero yo estaba muy perplejo y no sabía por dónde cogerlas ni cómo ponérmelas, porque nunca en mi vida las había visto iguales; y dije a las jóvenes: «¡Por Alah, oh mis señoras! ¡Creo que voy a seguir desnudo, pues jamás conseguiré yo solo vestirme con estas ropas tan extraordinarias!»
Entonces se acercaron ellas a mí riendo, y me ayudaron a vestirme, haciéndome al mismo tiempo cosquillas, y pellizcándome, y tomando a peso mi mercancía, que encontraron enorme y de buena calidad...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Pero cuando llegó la 388ª noche

Ella dijo:
"... haciéndome al mismo tiempo cosquillas, y pellizcándome, y tomando a peso mi mercancía, que encontraron enorme y de buena calidad. Y en medio de ellas no sabía yo lo que iba a ser de mí, cuando, después de vestirme y rociarme con agua de rosas, me cogieron del brazo, e igual que se conduce a un recién casado, me guiaron a una sala amueblada con una elegancia que nunca sabrá describir mi lengua, y adornada de pinturas con líneas entrelazadas y coloreadas de un modo muy agradable. Y apenas entré allí, vi tendida perezosamente en un lecho de bambú y marfil, y vestida con un traje ligero de tela de Mossul, a la propia dama consabida, que estaba rodeada por algunas de sus esclavas.
Al verme me llamó, haciéndome señas para que me acercara. Me acerqué, y me dijo que me sentase; me senté. Ordenó a las esclavas entonces que nos sirvieran la comida; y nos sirvieron manjares asombrosos, cuyo nombre no podré citar nunca, pues nunca en mi vida los vi semejantes. Comí de algunos para satisfacer mi hambre, y después me lavé las manos para comer frutas. Entonces trajeron las copas de bebidas y los pebeteros llenos de perfumes; y cuando nos perfumaron con vapores de incienso y benjuí, la dama me sirvió de beber con sus propias manos, y bebió conmigo en la misma copa, hasta que nos pusimos ebrios ambos.
Entonces hizo una seña a sus esclavas, que desaparecieron todas y nos dejaron solos en la sala. Al punto ella me atrajo hacia sí y me cogió en sus brazos. Y la serví la confitura para que se endulzase, dándola los pedazos de fruta a la vez que el escarchado. Y cuando la oprimía contra mí, me sentía embriagado por el perfume de almizcle y ámbar de su cuerpo, y creía soñar o tener en mis brazos alguna hurí del paraíso.
"Así estuvimos enlazados hasta por la mañana; luego me dijo ella que había llegado el momento de que me retirara, pero no sin preguntarme dónde vivía; y cuando le di las indicaciones necesarias acerca del  particular, me dijo que mandaría que me avisaran en el momento favorable, y me entregó un pañuelo bordado de oro y plata, en el cual había algo atado con varios nudos, diciéndome: “¡Para que compres un pienso a tu burro!" Y salí de su casa absolutamente en el mismo estado que si saliera del paraíso.
"Cuando llegué a la mondonguería donde tenía yo mi vivienda, desaté el pañuelo, diciéndome: «¡Tendrá cinco monedas de cobre, con las que al fin y al cabo habrá para comprar el almuerzo!» Pero ¡cuál no sería mi sorpresa al encontrar cincuenta mitkales de oro!
Me apresuré a hacer un agujero, enterrándolos allí, en previsión de días peores, y por dos monedas de cobre me compré un pan y una cebolla, con lo cual hice mi comida, sentado a la puerta de mi tripería y soñando con la aventura que me acaeció.
"A la caída de la tarde fué un esclavito a buscarme de parte de la que me amaba; y le seguí. Cuando llegué a la sala en que me esperaba ella, besé la tierra entre sus manos; pero me levantó ella enseguida y se echó conmigo en el lecho de bambú y de marfil, y me hizo pasar una noche tan bendita como la anterior. Y por la mañana me dió otro pañuelo de oro. Y seguí viviendo de tal suerte durante ocho días enteros, disfrutando cada vez un festín de confitura seca por una parte y otro de confitura húmeda por otra, y cincuenta mitkales de oro para mí.
"Y he aquí que una noche me había presentado en su casa, y estaba ya en el lecho dispuesto a desempaquetar mi mercancía, como de costumbre, cuando de pronto entró una esclava, dijo algunas palabras al oído de su ama, y me arrastró vivamente fuera de la sala para llevarme al piso de encima, donde me encerró con llave, y se fué. Y al propio tiempo oí en la calle patear de caballos, y por la ventana que daba al patio vi entrar en la casa a un joven como la luna, acompañado por un séquito numeroso de guardias y de esclavos.
Entró en la sala donde se hallaba la joven, y pasó con ella toda la noche, entre holgorios, asaltos y demás cosas parecidas. Y yo oía sus movimientos y podía contar con los dedos el número de clavos que sepultaban por el ruido asombroso que cada vez hacían.
Y pensaba en mi ánima: «¡Por Alah! ¡han instalado en la cama una herrería, y debe estar muy caliente la barra de hierro para que suene de esa manera el yunque! ...»
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Pero cuando llegó la 389ª noche

 Ella dijo:
«...debe estar muy caliente la barra de hierro para que suene de esa manera el yunque!
"Por fin cesó el ruido a la mañana, y vi al joven del martillo retumbante salir por la puerta grande y marcharse seguido de su escolta. Apenas desapareció, cuando fué a buscarme la joven, y me dijo: «¿Viste al joven que acaba de partir?» Contesté: «¡Sí, por cierto!» Ella me dijo: «¡Es mi marido! ¡Pero voy a contarte enseguida lo que ha pasado entre nosotros y a explicarte el porqué hube de escogerte por amante!
Has de saber que un día estaba yo sentada junto a él en el jardín, cuando me dejó de repente para desaparecer hacia la cocina. Primeramente creí que iba a satisfacer una necesidad apremiante; pero al cabo de una hora, como no le veía volver, fui en busca suya adonde pensaba encontrarle, mas no estaba allí. Volví sobre mis pasos entonces, y me dirigí a la cocina, para preguntar por él a los criados. Y al entrar le vi acostado en la estera con la servidora más ordinaria, la que fregaba los platos. Al ver aquello, me retiré a toda prisa e hice juramento de no recibirle en mi lecho mientras no me hubiese vengado de él entregándome a mi vez a un hombre de la condición más baja y del más repulsivo aspecto. Y al punto empecé a recorrer la ciudad en busca de aquel hombre.
Y he aquí que hacía ya cuatro días que recorría las calles con tal propósito, cuando te encontré, y tu aspecto sucio y tu olor infecto me decidieron a escogerte como el hombre más repugnante entre todos los que había visto. Ahora ha pasado lo que ha pasado, y yo cumplí mi juramento al no reconciliarme con mi marido más que después de haberme entregado a ti.
¡Ya puedes retirarte, por tanto, y ten la seguridad de que si mi marido volviera a acostarse con alguna de sus esclavas, no dejaría yo de hacer que te llamasen, para darle su merecido!»
Y me despidió, regalándome cuatrocientos mitkales más como gratificación. ¡Me marché entonces, y vine aquí a implorar de Alah que incitara al marido a volver al lado de la sirvienta, para que la mujer me llamase a su lado! Y tal es mi historia, ¡oh señor emir el-hadj!"
Y al oír estas frases, el emir el-hadj se encaró con los circunstantes, y les dijo: "Hay que perdonar sus palabras condenables a este hombre, porque la excusa su historia!"



26.18 El califa en el cesto

Hace parte de

26 El parterre florido del ingenio y el jardín de la galantería (de la noche 373 a la 393)
       26.1 Al-Raschid y el cuesco (noche 373)
       26.2 El jovenzuelo y su maestro (de la noche 373 a la 375)
       26.3 El saco prodigioso (de la noche 375 a la 376)
       26.4 Al-Raschid-justiciero de amor (noche 376)
       26.5 ¿Para quién la preferencia? ¿Para el joven o para el hombre maduro? (de la noche 376 a la 377)
       26.6 El precio de los cohombros (noche 377)
       26.7 Cabellos blancos (de la noche 377 a la 378)
       26.8 La cuestión zanjada (noche 378)
       26.9 Abu-Nowas y el baño de Sett-Zobeida (de la noche 378 a la 379)
       26.10 Abu-Nowas improvisa (noche 379)
       26.11 El asno (de la noche 379 a la 380)
       26.12 El flagrante delito de Sett-Zobeida (de la noche 380 a la 381)
       26.13 ¿Macho o hembra? (de la noche 381 a la 382)
       26.14 El reparto (noche 382)
       26.15 El maestro de escuela (de la noche 382 a la 383)
       26.16 La inscripción de una camisa (noche 383)
       26.17 La inscripción de una copa (de la noche 383 a la 384)
       26.18 El califa en el cesto (de la noche 384 a la 386)
       26.19 El mondonguero (de la noche 386 a la 389)
       26.20 La joven Frescura de los Ojos (de la noche 389 a la 390)
       26.21 ¿Mujeres o jovenzuelos? (de la noche 390 a la 393)

EL CALIFA EN EL CESTO

Esta historia nos la transmitió el famoso cantor Ishak de Mossul.
Dice:
"Una noche había yo salido tarde de un festín en el palacio del califa El-Mamúm, y como estaba muy molesto a causa, de una retención de orina que padecía, me metí por una callejuela en la que no se veía luz, me acerqué a una tapia, aunque no me puse tan cerca de ella como para que me salpicaran mis propios orines, me agaché cómodamente y sentí un gran alivio meando cuanto pude. Apenas acabé y me sacudí, noté que en medio de la oscuridad me caía una cosa encima de la cabeza. Salté sobre mis piernas, muy sorprendido en verdad; atrapé el objeto, y después de palparlo por todos lados, observé con verdadero asombro que era un cesto grande atado por sus cuatro asas con una cuerda que pendía de la casa ante la cual me hallaba yo. Lo palpé más aún, y encontré que por dentro estaba forrado de seda y tenía dos cojines que olían bien.
Como había yo bebido un poco más que de costumbre, mi espíritu enervado me impulsó a sentarme en aquel cesto que me invitaba al reposo. No pude resistir a la tentación, y me senté en el cesto, y antes de que tuviera tiempo de echar pie a tierra, me vi elevado rápidamente hasta la terraza, donde me cogieron sin decir una palabra cuatro jóvenes, que me llevaron a la casa y me invitaron a seguirlas. Una de ellas echó a andar delante de mí con una antorcha en la mano, y las otras tres se mantuvieron detrás de mí, e hiciéronme bajar por una escalera de mármol y entrar en una sala de magnificencia comparable a la del palacio del califa. Y pensé para mi ánima: "¡Me deben tomar por otro a quien hayan dado cita esta noche! ¡Alah arreglará la situación!"
Estando yo aún en aquella perplejidad, se alzó un cortinaje de seda que ocultaba una parte de la sala, y vi a diez jóvenes arrebatadoras, y de talle frágil y andares exquisitos, llevando antorchas unas y las otras pebeteros de oro, donde ardían nardo y áloe de la mejor calidad. En medio de ellas avanzaba como una luna otra joven que hubiera dado celos a las estrellas todas. Se balanceaba al andar y miraba  graciosamente de soslayo, levantando las almas más pesadas. Y he aquí que al verla salté sobre ambos pies y me incliné hasta el suelo ante ella. Y me miró sonriendo, y me dijo: "¡Bienvenido sea el visitante!"
Luego se sentó y añadió con una voz encantadora: "¡Descansa, señor!"
Me senté, disipada ya la borrachera de vino, pero presa de otra embriaguez más fuerte. Entonces me dijo ella: "¿Y cómo se te ha ocurrido venir a nuestra casa y sentarte en el cesto?" Contesté: "¡Oh mi señora! es la molestia que me ocasionaba mi mal de orina la que solamente me ha impulsado a venir a esta calle; luego el vino me hizo sentarme en el cesto, y ahora es tu generosidad quien me introduce en esta sala, donde tus encantos reemplazaron en mi cerebro la borrachera con otra clase de embriaguez".
Al oír estas palabras, la joven pareció muy satisfecha, y me preguntó: "¿Qué oficio tienes?"
Me guardé bien de decirle que era cantor y músico del califa, y le contesté: "¡Soy tejedor del zoco de los tejedores de Bagdad!" Ella me dijo: "Pues tus maneras son exquisitas y honran al zoco de los tejedores. ¡Si a ellas unes el conocimiento de la poesía, no tendremos que arrepentirnos de haberte recibido entre nosotras! ¿Sabes versos?" Contesté: "¡Uno que otro!" Dijo ella: "¡Recítanos algunos, entonces!" Contesté: "¡Oh mi señora! siempre está el visitante un poco sobrecogido por el recibimiento que se le hace. ¡Aliéntame, pues, empezando tú la primera por recitarnos algunas poesías de tu agrado!"
Ella me contestó: "¡Con mucho gusto!" Y al punto me recitó admirables poemas escogidos de los poetas más antiguos, como Amri'lkais, Zohair, Antara, Nabigha, Amrú ben-Kalthum, Tharafa y Chanfara, y de los poetas más modernos, como Abu-Nowas, El-Rakaschí, Abu-Mossab y los demás. Y  estaba yo tan maravillado de su dicción como deslumbrado por su hermosura. Luego me dijo: "¡Creo que ya se te habrá pasado la emoción!"
Dije: "¡Sí, por Alah!" Y a mi vez escogí entre los versos que conocía los más delicados, y se los recité con mucho sentimiento. Cuando terminé, me dijo ella: "¡Por Alah!, que no sabía que hubiese individuos  tan exquisitos en el zoco de los tejedores...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Pero cuando llegó la 385ª noche

Ella dijo:
"...individuos tan exquisitos en el zoco de los tejedores!"
Tras de lo cual sirvieron un festín, en el que no escatimaron las frutas ni las flores; y ella misma me ofrecía los mejores bocados.
Luego, cuando levantaron el mantel, trajeron las bebidas y las copas, y ella misma me echó de beber, y me dijo: "He aquí el momento mejor de la conversación. ¿Sabes historias bonitas?" Me incliné y enseguida le conté una porción de detalles divertidos acerca de los reyes, de su corte y de sus maneras, hasta el punto de que me interrumpió de pronto ella para decirme: "¡En verdad que estoy sorprendida prodigiosamente de ver a un tejedor tan al corriente de las costumbres de los reyes!" Contesté: "¡Pues no tiene nada de particular, porque un vecino mío, que es un hombre delicioso, tiene entrada en el palacio del califa, y en sus momentos de ocio se complace en afinarme el ingenio con sus propios conocimientos!"
Ella me dijo: "¡En ese caso, no admiro menos la firmeza de tu memoria, que con tanta exactitud retiene detalles tan preciosos!"
¡Eso fué todo! Y aspirando los perfumes de nardo y áloe que aromaban la sala, y contemplando aquella belleza y escuchando cómo me hablaba con los ojos y los labios, me sentía yo en el límite del entusiasmo, y pensaba para mi ánima: "¿Qué haría el califa si estuviese aquí en mi caso? ¡Seguramente que no sería ya dueño de sí y estallaría de amor!"
La joven me dijo después: "En verdad, eres un hombre excesivamente distinguido; adornan tu espíritu conocimientos muy interesantes y tus maneras son en extremo refinadas. ¡Ya no me queda más que una cosa que pedirte!"
Contesté: "¡Sobre mi cabeza y sobre mis ojos!" Ella dijo: "¡Deseo oírte cantar algunos versos acompañándote con el laúd!" Pero a mí, como músico de profesión, no me agradaba cantar yo mismo; así es que contesté: "En otro tiempo cultivé el arte del canto, pero, como no llegué a obtener un resultado apetecible, preferí abandonarlo. Bien quisiera ejecutar algo; pero me sirve de excusa mi ignorancia. En cuanto a ti, ¡oh señora mía! todo me indica que debes tener una voz perfectamente hermosa. ¿Por qué no nos cantas algo, para hacernos la noche más deliciosa aún?"
Hizo ella entonces que le llevaran un laúd, y cantó. Y en mi vida hube de oír timbre de voz más lleno, más grave y más perfecto, unido a una ciencia de los efectos tan consumada. Vió ella mi delectación, y me preguntó: "¿Sabes de quién son los versos y de quién la música?" Aunque lo había notado, contesté: "Lo ignoro por completo, ¡oh mi señora!" Ella exclamó: "¿Pero es posible que pueda ignorar este aire alguien en el mundo? ¡Sabe, pues, que los versos son de Abu-Nowas, y la música, que es admirable, es del gran músico Ishak de Mossul!"
Yo contesté, sin descubrirme: "¡Por Alah! ¡Ishak no supone ya nada a tu lado!" Ella exclamó: "¡Bakh! ¡bakh! ¡en que error estás! ¿Hay en el mundo alguien que pueda igualarse a Ishak? ¡Bien se ve que no le oíste nunca!" Luego siguió cantando más todavía e interrumpíase para ver si no carecía yo de nada; y continuamos disfrutando de tal suerte hasta la aparición de la aurora.
Entonces, una vieja, que debía ser la nodriza de la joven, fue a prevenirla de que había llegado la hora de separarnos; y antes de retirarse, me dijo la joven: "¿Tendré que recomendarte discreción, ¡oh mi huésped!? ¡Las reuniones íntimas son como la prenda que se deja a la puerta antes de marchar!" Yo contesté, inclinándome: "¡No soy de quienes necesitan semejantes recomendaciones!" Y una vez que me despedí de ella, me metieron en el cesto y me bajaron a la calle.
Llegué a mi casa y recé la plegaria de la mañana, metiéndome luego en la cama donde estuve durmiendo hasta la tarde. Cuando me desperté, me vestí de prisa y me presenté en el palacio, pero los chambelanes me dijeron que el califa había salido y dejó para mí recado de que esperara su regreso, porque tenía por la noche un festín y le era necesaria mi presencia para que cantase. Le esperé un buen rato; pero como el califa tardaba en volver, me dije que sería una locura faltar a una velada como la de la víspera y corrí a la callejuela, donde encontré el cesto colgante. Me metí dentro, y ya arriba, me presenté a la dama.
Al verme, me dijo ella riendo: "¡Por Alah! ¡Me parece que tienes intención de aposentarte entre nosotras!"
Me incliné y contesté: "¿Y quién no lo anhelaría? Pero ya sabes ¡oh mi señora! que los derechos, de hospitalidad duran tres días, y no estamos más que en el segundo. ¡Si vuelvo después de pasado el tercero, podrás tomar mi sangre!"
Pasamos aquella noche muy agradablemente, charlando, contándonos historias, recitando versos y cantando, como la víspera. Pero en el momento de bajar dentro del cesto, pensé en la cólera del califa, y me dije: "No admitirá excusa ninguna, a no ser que le cuente la aventura. ¡Y no creerá la aventura, a no ser que la compruebe por sí mismo!" Me encaré entonces con la joven, y le dije: "¡Oh mi señora! ¡Veo que te gustan el canto y las buenas voces! ¡Y he aquí que tengo un primo mucho más guapo de cara que yo, mucho más distinguido de modales, con mucho más talento que yo y que conoce mejor que nadie en el mundo los aires de Ishak de Mossul! ¿Quieres, pues, permitirme que le traiga conmigo mañana, que es el tercero y último día de tu hospitalidad encantadora? ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.


Pero cuando llegó la 386ª noche

Ella dijo:
"...el tercero y último día de tu hospitalidad encantadora?" Ella me contestó: "Ya empiezas a ser indiscreto. ¡Pero, puesto que tan agradable es tu primo, puedes traérmele!" Le di las gracias y me fuí por el mismo camino que la víspera.
Al llegar a mi casa, encontré allí a los guardias del califa, que me abrumaron con injurias, se apoderaron de mí y me arrastraron a la presencia de El-Mamúm. Le vi sentado en el trono como en sus peores días de cólera, con los ojos llameantes y terribles. Y apenas me divisó, exclamó: "¡Ah hijo de perro, osaste desobedecerme!" Yo le dije: "¡No, por Alah! ¡Oh, Emir de los Creyentes! ¡Puedo justificarme!" Dijo él: "¿Y cómo?" Yo contesté: "¡No te lo puedo decir más que en secreto!" Ordenó al punto a todos los circunstantes que se retiraran, y me dijo: "¡Habla!" Entonces le conté la aventura con todos sus detalles y añadí: "¡Y ahora la joven nos espera a los dos para esta noche, porque así se lo he prometido!"
Cuando oyó El-Mamúm estas palabras, se serenó y me dijo: "¡Cierto que es excelente la razón que alegas! ¡Y estuviste muy inspirado al pensar en mí para esta noche!" Y desde aquel instante ya no supo qué hacer para esperar con paciencia la llegada de la noche. Y le recomendé mucho que tuviese cuidado de no descubrirse y descubrirme llamándome por mi nombre delante de la joven. Me lo prometió formalmente, y en cuanto llegó el momento oportuno se disfrazó de mercader y me acompañó a la callejuela.
Encontramos en el sitio de costumbre dos cestos en lugar de uno, y cada cual nos colocamos en uno de ellos. Subimos así, y ya en la terraza, bajamos a la magnífica sala consabida, donde fue a reunirse con nosotros la joven, más bella que nunca aquella noche.
Al verla, noté que el califa quedaba locamente prendado de ella. Pero cuando se puso a cantar, llegó él al delirio, tanto más cuanto que los vinos que nos servía la joven graciosamente nos habían ya turbado la razón. En su alegría y su entusiasmo, el califa olvidó de pronto la resolución tomada, y me dijo: "Bueno, Ishak, ¿a qué esperas para responderle con algún cántico basado en un aire nuevo de tu invención?"
Entonces, muy azorado, me vi en la obligación de contestar: "¡Escucho y obedezco, oh Emir de los Creyentes!"
No bien hubo oído estas palabras la joven, nos contempló un instante y se levantó a toda prisa para cubrirse el rostro y desaparecer, como cumple a cualquier mujer que se halle en presencia del Emir de los Creyentes. Entonces, El-Mamúm, un poco contrariado por la marcha de la joven a causa del olvido que tuvo él, me dijo: "¡Infórmate al instante quién es el dueño de esta casa!" Entonces hice llamar a la vieja nodriza y se lo pregunté de parte del califa. Me contestó ella: "¡Qué calamidad cae sobre nosotros! ¡Qué oprobio se cierne sobre nuestra cabeza! ¡Esa joven es la hija del visir Hassán ben-Sehl!" Enseguida dijo El-Mamúm: "¡A mí el visir!" La vieja desapareció temblando, y algunos momentos después hacía su entrada entre las manos del califa el visir Hassán ben-Sehl en el límite de la estupefacción.
Al verle, se echó a reír El-Mamúm, y le dijo: "¿Tienes una hija?" El otro contestó: "¡Sí! ¡Oh Emir de los Creyentes!" el califa preguntó: "¿Cómo se llama?" El visir contestó: "¡Khadiga!" El califa preguntó: "¿Está casada o es virgen?" El visir contestó: "Es virgen, ¡oh Emir de los Creyentes!" El califa dijo: "¡Quiero que me la des por esposa legítima!"
El visir exclamó: "¡Mi hija y yo somos los esclavos del Emir de los Creyentes!" El califa dijo: "¡Le asigno cien mil dinares de dote, que tú mismo cobrarás del tesoro en palacio mañana por la mañana! ¡Y al propio tiempo harás conducir a tu hija a palacio, con toda la magnificencia adecuada a la ceremonia del matrimonio, y sortearás entre todas las personas del cortejo de la recién casada mil poblados y mil tierras de mis propiedades particulares, como regalo de mi parte!"
Tras de lo cual se levantó el califa, y le seguí. Salimos por la puerta principal aquella vez, y me dijo él: "Guárdate bien, Ishak, de hablar de la aventura a nadie. ¡Tu cabeza me responderá de tu discreción!"
Y guardé el secreto hasta la muerte del califa y de Sett Khadiga, que sin duda era la mujer más bella que han visto mis ojos entre las hijas de los hombres. ¡Pero Alah es más sabio!"


26.17 La inscripción de una copa

Hace parte de

26 El parterre florido del ingenio y el jardín de la galantería (de la noche 373 a la 393)
       26.1 Al-Raschid y el cuesco (noche 373)
       26.2 El jovenzuelo y su maestro (de la noche 373 a la 375)
       26.3 El saco prodigioso (de la noche 375 a la 376)
       26.4 Al-Raschid-justiciero de amor (noche 376)
       26.5 ¿Para quién la preferencia? ¿Para el joven o para el hombre maduro? (de la noche 376 a la 377)
       26.6 El precio de los cohombros (noche 377)
       26.7 Cabellos blancos (de la noche 377 a la 378)
       26.8 La cuestión zanjada (noche 378)
       26.9 Abu-Nowas y el baño de Sett-Zobeida (de la noche 378 a la 379)
       26.10 Abu-Nowas improvisa (noche 379)
       26.11 El asno (de la noche 379 a la 380)
       26.12 El flagrante delito de Sett-Zobeida (de la noche 380 a la 381)
       26.13 ¿Macho o hembra? (de la noche 381 a la 382)
       26.14 El reparto (noche 382)
       26.15 El maestro de escuela (de la noche 382 a la 383)
       26.16 La inscripción de una camisa (noche 383)
       26.17 La inscripción de una copa (de la noche 383 a la 384)
       26.18 El califa en el cesto (de la noche 384 a la 386)
       26.19 El mondonguero (de la noche 386 a la 389)
       26.20 La joven Frescura de los Ojos (de la noche 389 a la 390)
       26.21 ¿Mujeres o jovenzuelos? (de la noche 390 a la 393)

LA INSCRIPCION DE UNA COPA

El califa El-Motawakkel cayó un día enfermo, y su médico Yahia le recetó remedios tan excelentes, que se disipó la enfermedad y sobrevino la convalecencia. Entonces afluyeron a él de todas partes regalos de felicitación. Y he aquí que, entre otros obsequios, el califa recibió de Ibn-Khatán, como presente, una joven intacta, cuyos senos desafiaban por su hermosa forma a los senos de todas las mujeres de su época.
Al propio tiempo que su belleza, la joven llevaba para el califa, al presentarse a él, una botella de cristal llena de un vino selecto. Tenía en una mano la botella y en la otra mano una copa de oro, sobre la cual aparecía grabada en rubíes esta inscripción...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.


Pero cuando llegó la 384ª noche

Ella dijo:
... Tenía en una mano la botella y en la otra mano una copa de oro, sobre la cual aparecía grabada en rubíes esta inscripción:
¿Qué filtro o qué tríaca, qué bálsamo o qué díctamo vale lo que este licor purpúreo, de sabor exquisito, remedio universal para los males del cuerpo y para el fastidio?
Y he aquí que el sabio médico Yahia encontrábase en aquel momento junto al califa, y al leer esta inscripción se echó a reír, y dijo al califa: "¡Por Alah, ¡oh Emir de los Creyentes! esta joven y la medicina que te trae te harán recuperar las fuerzas mejor que todos los remedios antiguos y modernos!"

26.16 La inscripción de una camisa

Hace parte de

26 El parterre florido del ingenio y el jardín de la galantería (de la noche 373 a la 393)
       26.1 Al-Raschid y el cuesco (noche 373)
       26.2 El jovenzuelo y su maestro (de la noche 373 a la 375)
       26.3 El saco prodigioso (de la noche 375 a la 376)
       26.4 Al-Raschid-justiciero de amor (noche 376)
       26.5 ¿Para quién la preferencia? ¿Para el joven o para el hombre maduro? (de la noche 376 a la 377)
       26.6 El precio de los cohombros (noche 377)
       26.7 Cabellos blancos (de la noche 377 a la 378)
       26.8 La cuestión zanjada (noche 378)
       26.9 Abu-Nowas y el baño de Sett-Zobeida (de la noche 378 a la 379)
       26.10 Abu-Nowas improvisa (noche 379)
       26.11 El asno (de la noche 379 a la 380)
       26.12 El flagrante delito de Sett-Zobeida (de la noche 380 a la 381)
       26.13 ¿Macho o hembra? (de la noche 381 a la 382)
       26.14 El reparto (noche 382)
       26.15 El maestro de escuela (de la noche 382 a la 383)
       26.16 La inscripción de una camisa (noche 383)
       26.17 La inscripción de una copa (de la noche 383 a la 384)
       26.18 El califa en el cesto (de la noche 384 a la 386)
       26.19 El mondonguero (de la noche 386 a la 389)
       26.20 La joven Frescura de los Ojos (de la noche 389 a la 390)
       26.21 ¿Mujeres o jovenzuelos? (de la noche 390 a la 393)

LA INSCRIPCION DE UNA CAMISA

Cuentan que habiendo ido un día El-Amín, hermano del califa ElMamúm, de visita a casa de su tío El-Mahdí, vió a una esclava muy bella que tocaba el laúd, y quedó enamorado de ella al punto. Como El-Mahdí no tardó en notar la impresión que la esclava había producido en su sobrino, con objeto de darle una sorpresa agradable esperó a que se marchase para enviarle la esclava con alhajas y ricos trajes. Pero a El-Amín le pareció que ya su tío habría gustado las primicias de la joven y se la daba desflorada, porque sabía que su tío era excesivamente aficionado a la fruta verde aún. No quiso, pues, aceptar la esclava, y se la devolvió con una carta en que le decía que una manzana mordida por el jardinero antes de madurar, no endulzará nunca la boca del comprador.
Entonces El-Mahdí hizo desnudarse por completo a la joven, la puso en la mano un laúd, y se la envió de nuevo a El-Amín vestida solamente con una camisa de seda, en la cual aparecía esta inscripción con letras de oro:
¡El botín oculto en la sombra de mis pliegues está virgen de todo tocamiento!
¡Sólo lo ha examinado la mirada para admirar sus perfecciones!
Al ver los encantos de la esclava vestida con aquella camisa tan gentil, y al leer la inscripción, El-Amín no tuvo ya motivo para rehusar, y aceptó el regalo, honrándolo particularmente.

26.15 El maestro de escuela

Hace parte de

26 El parterre florido del ingenio y el jardín de la galantería (de la noche 373 a la 393)
       26.1 Al-Raschid y el cuesco (noche 373)
       26.2 El jovenzuelo y su maestro (de la noche 373 a la 375)
       26.3 El saco prodigioso (de la noche 375 a la 376)
       26.4 Al-Raschid-justiciero de amor (noche 376)
       26.5 ¿Para quién la preferencia? ¿Para el joven o para el hombre maduro? (de la noche 376 a la 377)
       26.6 El precio de los cohombros (noche 377)
       26.7 Cabellos blancos (de la noche 377 a la 378)
       26.8 La cuestión zanjada (noche 378)
       26.9 Abu-Nowas y el baño de Sett-Zobeida (de la noche 378 a la 379)
       26.10 Abu-Nowas improvisa (noche 379)
       26.11 El asno (de la noche 379 a la 380)
       26.12 El flagrante delito de Sett-Zobeida (de la noche 380 a la 381)
       26.13 ¿Macho o hembra? (de la noche 381 a la 382)
       26.14 El reparto (noche 382)
       26.15 El maestro de escuela (de la noche 382 a la 383)
       26.16 La inscripción de una camisa (noche 383)
       26.17 La inscripción de una copa (de la noche 383 a la 384)
       26.18 El califa en el cesto (de la noche 384 a la 386)
       26.19 El mondonguero (de la noche 386 a la 389)
       26.20 La joven Frescura de los Ojos (de la noche 389 a la 390)
       26.21 ¿Mujeres o jovenzuelos? (de la noche 390 a la 393)

EL MAESTRO DE ESCUELA

Una vez, un hombre cuyo oficio consistía en vagabundear y vivir a costa de los demás, tuvo la idea de hacerse maestro de escuela aunque no sabía leer ni escribir, porque aquel era el único oficio capaz de  permitirle ganar dinero sin tener que hacer nada porque es notorio que se puede ser maestro de escuela, e ignorar completamente las reglas y rudimentos de la lengua; basta con ser un taimado que haga creer a los demás que es un gran gramático; y ya se sabe que el gramático sabio es, por lo general, un pobre hombre de ingenio corto, mezquino, humillante, incompleto e impotente. Así, pues, nuestro vagabundo se erigió en maestro de escuela sin necesitar más que aumentar el número de vueltas y el volumen de su turbante, y de esta guisa abrió al final de una callejuela una sala que decoró con muestras de escritura y otras cosas semejantes, y esperó allá a que llegasen los clientes.
Y he aquí que al ver un turbante tan imponente, los vecinos del barrio no dudaron por un instante de la ciencia de su convecino, y se apresuraron a enviarle sus hijos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discreta.


Pero cuando llegó la 383ª noche

Ella dijo:
...y se apresuraron a enviarle sus hijos.
Pero como no sabía leer ni escribir, se valió él de un medio muy ingenioso para salir del compromiso; consistía este medio en hacer que los chicos que sabían leer y escribir un poco dieran la lección a los que no sabían nada absolutamente, en tanto que él hacía como que vigilaba, aprobando y desaprobando. De este modo prosperó la escuela, y los negocios del maestro iban viento en popa.
Un día que estaba con su varita en la mano y lanzaba miradas terribles a los pobres niños, cohibidos por el espanto, entró en la sala una mujer llevando en la mano una carta, y se dirigió al maestro para rogarle que se la leyese, lo cual es muy corriente en las mujeres que no saben leer. Al verla, el maestro de escuela no supo qué hacer para evitar semejante prueba, y de pronto se levantó muy presuroso para  salir. Pero la mujer le detuvo, suplicándole que antes de salir le leyera la carta.
El contestó: "¡No puedo esperar más, porque el muecín acaba de anunciar la plegaria del mediodía y tengo que ir a la mezquita!" Pero la mujer no le dejó, y le dijo: "¡Por Alah sobre ti! ¡Acaba de llegarme  esta carta de mi esposo, que está ausente hace cinco años, y sólo tú en el barrio puedes leérmela!" Y le obligó a coger la carta.
El maestro de escuela se vió obligado entonces a coger la carta; pero la había puesto invertida, y en vista del apuro en que se encontraba, empezó a fruncir las cejas, mirando la escritura, y a golpearse la  frente y a quitarse el turbante, sudando de angustia.
Al ver aquello, pensó la pobre mujer: "¡No cabe duda! ¡Cuando el maestro de escuela se pone tan agitado, debe estar leyendo malas noticias! ¡Qué calamidad! ¡Tal vez haya muerto mi esposo!" Luego, llena de ansiedad, preguntó al maestro de escuela: "¡Por favor, no me ocultes nada! ¿Ha muerto?" Por toda respuesta, levantó la cabeza con un gesto vago y guardó silencio. Ella exclamó entonces: "¡Qué calamidad ha caído sobre mi cabeza! ¿Debo desgarrarme los vestidos?"
El contestó: "¡Desgárratelos!" Ella preguntó, en el límite de la ansiedad: "¿Debo abofetearme y arañarme las mejillas?" El contestó: "¡Abofetéate y aráñate!"
Al oír estas palabras, la pobre mujer, enloquecida salió de la escuela y corrió a su casa, llenándola con sus gritos de dolor. Entonces acudieron a ella todos los vecinos, y se pusieron a consolarla; mas en  vano. En aquel momento entró uno de los parientes de la desdichada, vió la carta, y cuando la leyó, dijo a la mujer: "¿Pero quién ha podido anunciarte la muerte de tu esposo? En la carta no se habla de semejante cosa. Mira lo que dice: "Después de las zalemas y los votos, ¡oh hija de mi tío! continúo gozando de una salud excelente, y espero estar de vuelta a tu lado dentro de quince días. Pero antes, para probarte mi solicitud, te enviaré una tela de lino envuelta en una manta. ¡Uassalam!"
La mujer cogió entonces la carta y volvió a la escuela para reprochar al maestro que la hubiese engañado de aquel modo. Le encontró sentado a la puerta, y le dijo: "¿No es para ti una vergüenza engañar de esta manera a una pobre mujer anunciándola la muerte de su esposo, cuando en la carta se dice que mi esposo ha de volver muy pronto y que me envía de antemano una tela y una manta?"
Al oír estas palabras, contestó el maestro de escuela: "Ciertamente ¡oh pobre mujer!, que tienes razón para reprocharme. Pero perdóname, pues en el momento en que yo tenía tu carta entre las manos estaba muy preocupado, y al leer un poco de prisa y de cualquier modo, creí que la tela y la manta eran un recuerdo que te enviaban por haber pertenecido a tu esposo muerto."


Las historias completas del podcast de las mil noches y una noche.

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