viernes, agosto 04, 2023

9.0 P2 Historia de la muerte del rey Omar Al Nemán - Segunda parte

Esta historia está compuesta de 

9.0 Historia de la muerte del rey Omar Al Nemán (de la noche 78 a la 95)
       9.1 Palabras de la primera joven (079)
       9.2 Palabras de la segunda joven (080 a 081)
       9.3 Palabras de la tercera joven (081)
       9.4 Palabras de la cuarta joven (081 – 082)
       9.5 Palabras de la quinta joven (082 – 083)
       9.6 Palabras de la anciana (083 – 084)




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Pero cuando llegó la 89ª noche

Ella dijo:
"Y ni el mismo Cheitán, con todas sus malicias, podrá desenredar los hilos en que voy a coger a nuestros enemigos. Y he aquí el plan que hay que seguir para aniquilarlos:
"Envía por mar cincuenta mil guerreros, que desembarquen al pie de la Montaña Humeante, donde acampan los musulmanes. Y envía por tierra a todo el resto del ejército, y de este modo se verán cercados por todas partes, y ninguno de ellos podrá escapar".
Y el rey Afridonios dijo: "Verdaderamente, tu idea es una gran idea, ¡oh reina de las ancianas e inspiradora de las más sapientes!" Y aceptó el plan, y lo puso en ejecución en seguida.
Y los navíos se dieron a la vela, y desembarcaron al pie de la Montaña Humeante los guerreros, que se apostaron silenciosamente detrás de las altas rocas. Y por tierra avanzó él resto del ejército, que no tardó en llegar frente al enemigo.
Las fuerzas combatientes eran éstas: el ejército musulmán de Bagdad y el Khorassán comprendía ciento veinte mil jinetes mandados por Scharkán. Y el ejército de los impíos cristianos se elevaba a seiscientos mil combatientes. Así es que cuando cayó la noche sobre las montañas y las llanuras, la tierra parecía una hoguera, con todos los fuegos que la alumbraban.
En aquel momento, el rey Afridonios y el rey Hardobios reunieron a sus emires y a sus jefes de ejército, y resolvieron dar la batalla al día siguiente: pero la Madre de todas las Calamidades, que los escuchaba, se levantó y dijo:
"Las batallas sólo pueden tener resultados funestos cuando las almas no están santificadas. ¡Oh guerreros cristianos! antes de luchar tenéis que aproximaros al Cristo y purificaron con el supremo incienso de las defecaciones patriarcales".
Y todos contestaron: "Benditas sean tus palabras, ¡oh venerable madre!"
Pero he aquí en qué consistía este supremo incienso de las defecaciones patriarcales:
Cuando el gran patriarca de Constantinia hacía sus defecaciones, los sacerdotes las recogían cuidadosamente en toallas de seda y las secaban al sol. Después las mezclaban con almizcle, ámbar y benjuí, pulverizaban la pasta, completamente seca, la metían en cajitas de oro, y la mandaban a todas las iglesias y a todos los reyes cristianos. Y este polvo de las defecaciones patriarcales servía de incienso supremo para santificar a los cristianos en todas las ocasiones solemnes, especialmente para bendecir a los recién casados, para fumigar a los recién nacidos y bendecir a los nuevos sacerdotes.
Pero como las defecaciones del gran patriarca apenas bastaban por sí solas para diez provincias, y no podían servir para tantos usos en todos los países cristianos, los sacerdotes tenían que falsificar aquel polvo mezclándolo con otras materias fecales menos santas, como por ejemplo, las de los otros patriarcas menores y las de los vicarios.
Hay que tener en cuenta que era muy difícil distinguirlas. Por consiguiente, aquel polvo era muy estimado a causa de sus virtudes, pues aquellos sucios griegos, además de las fumigaciones, lo empleaban en colirios para las enfermedades de los ojos y en estomaquicos para los intestinos. Y éste era el tratamiento a que se sometían los reyes y las reinas más grandes. Todo esto contribuía a que su precio fuese tan elevado, que el peso de un dracma se vendiera en mil dinares de oro. Y he aquí lo relativo al incienso de las defecaciones patriarcales...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 90ª noche

Ella dijo:
He aquí lo relativo al incienso de las defecaciones patriarcales. Pero en cuanto al rey Afridonios y a los cristianos, véase lo que ocurrió: Al llegar la mañana, el rey Afridonios, siguiendo el consejo de la Madre de todas las Calamidades, reunió a los jefes principales de su ejército y a todos sus tenientes, les hizo besar una gran cruz de madera, y los fumigó con el incienso supremo ya descrito y que estaba fabricado con defecaciones auténticas del gran patriarca, sin falsificación alguna. Así es que su olor era tan fuerte, que habríase matado a un elefante de los ejércitos musulmanes, pero aquellos puercos griegos ya estaban acostumbrados a él.
Entonces la Madre de las Calamidades se levantó y dijo: "¡Oh rey! antes de dar la batalla a esos descreídos, es necesario, para asegurar nuestra victoria, que nos deshagamos del príncipe Scharkán, que es el Cheitán hecho hombre y manda todo el ejército. El es quien guía a los soldados y el que les da valor. Muerto él, caerá fácilmente en nuestras manos el ejército musulmán. Enviémosle, pues, el guerrero más valeroso de nuestros guerreros, para que lo desafíe a combate singular y lo mate".
Cuando el rey Afridonios oyó estas palabras, mandó llamar en seguida al famoso guerrero Lucas, hijo de Camlutos, y con su propia mano lo fumigó con el incienso fecal. Después cogió un poco de aquella fenta, la humedeció con saliva, y le untó las encías, la nariz y las dos mejillas, le hizo aspirar un poco, y con el resto le frotó las cejas y los bigotes. ¡Y la maldición caiga sobre él!
Porque aquel maldito Lucas era el guerrero más espantoso de todos los países de los rumís, y ningún cristiano entre los cristianos sabía lanzar como él la azagaya, ni herir con la espada, ni atravesar con la lanza.
Pero su aspecto era tan repulsivo como grande era su valor. Su cara era extraordinariamente horrorosa, pues semejaba la de un burro de mala condición; pero mirado atentamente, se parecía a un mico, y observado con más cuidado, era como un espantoso sapo o como una serpiente entre las peores serpientes, y acercarse a él era más insoportable que separarse del amigo, pues había robado a las letrinas la fetidez de su aliento. Y por todas estas razones le llamaban Espada de Cristo.
Cuando este maldito Lucas quedó fumigado y ungido fecalmente por el rey Afridonios, besó los pies al rey y se quedó esperando. Entonces el rey Afridonios le dijo: "¡Quiero que retes a combate singular a ese bandido llamado Scharkán y nos libres de sus calamidades!" Y Lucas respondió: "¡Escucho y obedezco!"
Y habiéndole el rey hecho besar la cruz, Lucas se fué y cabalgó en un magnífico caballo alazán cubierto de una suntuosa gualdrapa roja, con una silla de brocado incrustada de pedrería. Y se armó con una larga azagaya de tres puntas, y de aquel modo se le habría tomado por el mismo Cheitán. Después, precedido de heraldos de armas y un pregonero, se dirigió hacia el campamento de los creyentes.
Y el pregonero, precediendo al maldito Lucas, gritó con toda su voz en lengua árabe: "¡Oh vosotros los musulmanes! he aquí al heroico campeón que ha puesto en fuga a muchos ejércitos de entre los ejércitos turcos, kurdos y deilamitas. ¡Es Lucas, el ilustre hijo de Camlutos! ¡Que salga de entre vuestras filas vuestro campeón Scharkán, señor de Damasco, y si se atreve, que venga a afrontar a nuestro gigante!"
Apenas se pronunciaron estas palabras, se oyó un gran temblor en el aire, un galopar que hizo estremecer el suelo, llevando el espanto hasta el corazón del maldito descreído, y haciendo que se volvieran las cabezas. Y apareció Scharkán, hijo del rey Omar Al-Nemán, que llegaba derechamente contra aquellos impíos, semejante a un león enfurecido, montado en un caballo más ligero que las más ligeras de las gacelas. Y llevaba arrogante la lanza en la mano, y declamaba estos versos:
¡El alazán más ligero que la nube que surca el aire, es mi alazán! ¡Y me sirve a mí!
¡La lanza de punta cortante, es mi lanza! ¡La blando, y sus relámpagos ondean como las olas!
Pero el embrutecido Lucas, que era un bárbaro sin cultura procedente de los países más oscuros, no entendía una palabra de árabe, y no podía gustar la belleza de aquellos versos ni el ordenamiento de las rimas. Así es que se contentó con tocarse la frente, que estaba marcada con una cruz, y llevarse en seguida la mano a los labios, por respeto a aquel signo.
Y súbitamente, más asqueroso que un cerdo, llevó el caballo hacia Scharkán. Detuvo bruscamente el galope y arrojó al aire muy alto el arma que llevaba en la mano, tan alto que desapareció a las miradas. Pero bien pronto volvió a caer. Y antes de que hubiese llegado al suelo, el maldito Lucas la cogió al vuelo como un brujo. Y entonces con toda su fuerza, arrojó la azagaya de tres puntas contra Scharkán. Y la azagaya partió rápida como el rayo. ¡Y ya estaba perdido Scharkán!
Pero Scharkán, en el mismo momento en que la azagaya pasaba silbando y le iba a atravesar, extendió el brazo y la cogió al vuelo. ¡Gloria a Scharkán! Y cogió la azagaya con mano firme, y la tiró al aire, tan alto que desapareció a las miradas. Y la volvió a coger con la mano izquierda en un abrir y cerrar de ojos. Y gritó: "¡Por Aquel que creó los siete pisos del cielo! ¡Voy a dar a ese maldito una lección eterna!" Y lanzó la azagaya.
Entonces el embrutecido gigante Lucas quiso repetir la hazaña realizada por Scharkán, y tendió la mano para coger el arma voladora. Pero Scharkán, aprovechando el momento en que el cristiano se descubrió, le tiró otra segunda azagaya, que le dió en la frente, en el mismo sitio en que tenía tatuada una cruz. Y el alma descreída de aquel cristiano se le salió por el trasero, y fué a hundirse en el fuego del infierno...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Pero cuando llegó la 91ª noche

Ella dijo:

Y el alma descreída de aquel cristiano se le salió por el trasero, y fué a hundirse en el fuego del infierno.

Cuando los solados del ejército cristiano supieron de labios de los compañeros de Lucas la muerte de su campeón, se lamentaron y se golpearon rabiosamente, y se precipitaron sobre las armas, dando gritos de venganza. Y a la señal dada por los dos reyes, se colocaron en orden de batalla, precipitándose en masa sobre el ejército de los musulmanes. Y la pelea se trabó. Y los guerreros se enlazaron con los guerreros. Y la sangre inundó las mieses.

A los gritos sucedieron los gritos, los cuerpos quedaron aplastados bajo los cascos de los caballos. Los hombres, embriagados, no de vino, sino de sangre, se tambaleaban como borrachos. Los muertos se hacinaron sobre los muertos, y los heridos sobre los heridos. Así prosiguió la batalla, hasta que cayó la noche y separó a los combatientes.

Entonces Daul'makán, después de felicitar a su hermano por aquella hazaña, que había de ilustrar su nombre durante siglos enteros, dijo al visir Dandán y al gran chambelán: "Tomad veinte mil guerreros, y marchad hacia el mar, al pie de la Montaña Humeante, y cuando os dé la señal izando nuestro pabellón verde, os levantaréis para dar la batalla decisiva. Nosotros fingiremos que emprendemos la fuga, nos perseguirán los infieles y vosotros caeréis sobre ellos. Nosotros, volviendo grupas, los atacaremos, y así se verán cercados por todas partes; y ni uno de ellos se librará de nuestro alfanje cuando gritemos: ¡Alah akbar!

El visir y el gran chambelán pusieron inmediatamente en ejecución el plan que se les había ordenado. Y fueron a tomar posiciones en el valle de la Montaña Humeante, donde al principio se habían emboscado los guerreros cristianos procedentes del mar, que luego se habían juntado con el resto del ejército, lo cual había de ocasionar su pérdida, pues el plan de la Madre de todas las Calamidades era el mejor.

Y por la mañana, los guerreros de uno y otro bando estaban de pie y sobre las armas. Y por encima de las tiendas de ambos campamentos flotaban los pabellones y brillaban las cruces. Y los guerreros empezaron por rezar sus oraciones.

Los creyentes oyeron la lectura del primer capítulo del Corán, el capítulo de la Vaca; y los descreídos invocaron al Mesías, hijo de Mariam, y se purificaron con las defecaciones del patriarca, aunque seguramente falsificadas, dada la gran cantidad de soldados fumigados. ¡Pero tal fumigación no los había de salvar del alfanje!

En efecto, dada la señal, la lucha volvió a empezar más terrible. Las cabezas volaban como pelotas; los miembros alfombraron el suelo, y la sangre corrió a torrentes, de tal modo que llegaba hasta el pecho de los caballos.

Pero súbitamente, como a consecuencia de un pánico considerable, los musulmanes, que hasta entonces habían combatido como héroes, volvieron la espalda y huyeron todos, desde el primero hasta el último.

Al ver huir al ejército musulmán, el rey Afridonios de Constantinia despachó un correo al rey Hardobios, cuyas tropas no habían tomado hasta entonces parte de batalla. Y le decía: "He aquí que huye el enemigo porque nos ha hecho invencibles el incienso supremo de las defecaciones patriarcales con el cual nos habíamos fumigado, untándonos las barbas y los bigotes. Ahora, ¡a vosotros corresponde completar la victoria, emprendiendo la persecución de esos musulmanes y exterminándolos hasta el último! Y así vengaremos la muerte de nuestro campeón Lucas..."

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 92ª noche

Ella dijo:
"¡Y así vengaremos la muerte de nuestro campeón Lucas!" Entonces el rey Hardobios, que no aguardaba más que la ocasión de vengar la muerte de su hija, gritó a los soldados: "¡Sus a esos musulmanes que huyen como mujeres!" Pero no sabía que aquello era una estrategia del príncipe Scharkán, el valiente entre los valientes, y de su hermano Daul'makán.
Efectivamente, cuando los cristianos mandados por el rey Hardobios llegaron hasta los musulmanes, éstos se detuvieron, y Daul'makán les gritó:
"¡Oh musulmanes! ¡He aquí el día de la religión! ¡He aquí el día en que ganaréis el paraíso! ¡Porque el paraíso no se gana más que a la sombra de los alfanjes!" Entonces se precipitaron como leones, y aquel día no fué para los cristianos el día de la vejez, pues fueron segados sin haber tenido tiempo para verse encanecer el pelo.
Pero las hazañas realizadas por Scharkán en aquella batalla superaban a toda expresión. Y mientras destrozaba todo lo que se le ponía por delante. Daul'makán mandó izar el pabellón verde, y quiso lanzarse también a la pelea. Pero Scharkán se acercó velozmente a él, y le dijo: "¡Oh hermano mío! no debes exponerte a los azares de la lucha, pues eres necesario para el gobierno de tu imperio. Así es que desde ahora no me separaré de ti, y me batiré a tu lado defendiéndote contra todos los ataques".
Y los guerreros musulmanes mandados por el visir y el gran chambelán se desplegaron en semicírculo al ver la señal convenida, y cortaron al ejército cristiano toda probabilidad de salvarse embarcándose en sus naves. De modo que la lucha trabada en tales condiciones no podía ser dudosa. Y los cristianos fueron terriblemente exterminados por los musulmanes, kurdos, persas, turcos y árabes. Y fueron poquísimos los que pudieron escapar. Pues ciento veinte mil de aquellos cerdos encontraron la muerte, y los otros lograron escapar en dirección a Constantinia. Esto en cuanto a los griegos del rey Hardobios.
Pero en lo que se refiere a los del rey Afridonios, que se habían retirado a las alturas seguros del exterminio de los musulmanes, ¡cuál no sería su dolor al ver la fuga de sus compañeros!
Aquel día, además de la victoria, los creyentes ganaron una enorme cantidad de botín. Se apoderaron de todos los navíos, excepto veinte que pudieron volver a Constantinia para anunciar el desastre. Además cogieron todas las riquezas y todos los objetos de valor acumulados en aquellas naves; cincuenta mil caballos con sus jaeces; las tiendas, víveres, armas y una cantidad incalculable de cosas que no podría expresarse en guarismos. Así es que su alegría fué inmensa, y dieron las gracias a Alah por aquella victoria y por aquel botín. ¡Esto en cuanto a los musulmanes!
En cuanto a los fugitivos, acabaron por llegar a Constantinia con el alma atormentada por el cuervo de los desastres. Y la ciudad quedó sumida en la aflicción, y en todos los edificios y en las iglesias se pusieron colgaduras de luto. La población se sublevó, formando grupos y lanzando gritos sediciosos. Aumentó aquella desesperación al ver que sólo regresaban veinte naves y veinte mil hombres de todo el ejército. Entonces la población acusó de traidores a sus reyes. Y la confusión del rey Afridonios fué tan grande, y tal su terror, que la nariz se le alargó hasta los pies, y el saco del estómago se le volvió...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 93ª noche

Ella dijo:

La nariz se le alargó hasta los pies, y el saco del estómago se le volvió del revés, y el intestino se le aflojó, y el contenido se le salió. Entonces mandó llamar a la Madre de todas las Calamidades para pedirle consejo acerca de lo que le quedaba que hacer. Y la vieja llegó en seguida.

Y la Madre de todas las Calamidades, causa real de todas estas desdichas, era una vieja horrorosa, astuta, hecha de maldiciones; su boca era un basurero; sus ojos legañosos; su cara negra como la noche; sarnoso su cuerpo, su cabellera una suciedad; su espalda encorvada y su piel todo arrugas. Una plaga entre las peores plagas, y una víbora entre las víboras más venenosas.

Y esta vieja horrible pasaba la mayor parte del tiempo en el palacio del rey Hardobios, a causa del gran número de esclavos jóvenes que allí había, tanto varones como hembras. Obligaba a los esclavos a cabalgarla; y le gustaba también cabalgar a las esclavas; pues prefería a todo lo del mundo el cosquilleo de aquellas vírgenes y el roce de su cuerpo juvenil con el suyo.

Era extraordinariamente experta en este arte del cosquilleo. Sabía chuparles como un vampiro las partes delicadas, y titilarles agradablemente los pezones. Y para hacerlas llegar al último espasmo, les estrujaba la vulva con azafrán preparado, lo cual las arrojaba en sus brazos muertas de voluptuosidad. Así es que había enseñado su arte a todas las esclavas del palacio, y en otros tiempos a las doncellas de Abriza, pero no había logrado conquistar a la esbelta Grano de Coral, y también habían fracasado todos sus artificios con la arrogante Abriza, que la odiaba por la fetidez de su aliento, por el olor a orines fermentados que brotaba de sus sobacos y de sus ingles, por el pútrido desprendimiento de sus numerosos pedos, más hediondos que el ajo podrido, y por la rugosidad de su piel, peluda cual la del erizo, y más dura que las fibras de la palmera. Pues bien se le podían aplicar estas palabras del poeta:

¡Nunca la esencia de rosas con que se humedece la piel, apagará la pestilencia de sus pedos silenciosos!

Pero hay que decir que la Madre de todas las Calamidades era generosísima con todas las esclavas que se dejaban conquistar por ella, así como era muy rencorosa con las que se le resistían. Y por haberla rechazado odiaba tanto a Abriza aquella vieja.

Cuando la Madre de todas las Calamidades entró en el aposento del rey Afridonios, éste se levantó en honor suyo, y lo mismo hizo el rey Hardobios. Y dijo la vieja:

"¡Oh rey! ahora tenemos que dar de lado a todo ese incienso fecal y a todas las bendiciones patriarcales, que no han hecho más que atraer la desgracia sobre nuestras cabezas. Y pensemos más bien en obrar a la luz de la verdadera sabiduría. He aquí cómo ha de ser esto: los musulmanes se encaminan a marchas forzadas para sitiar nuestra ciudad, y hay que enviar heraldos por todo el imperio invitando a los habitantes a que se reúnan en Constantinia y nos ayuden a rechazar el asalto de los sitiadores. ¡Y que lo soldados de todas las guarniciones se apresuren a venir a encerrarse en estos muros, ya que el peligro es apremiante!

"En cuanto a mí, ¡oh rey! déjame obrar, y pronto la fama hará llegar hasta ti el resultado de mis artificios y el éxito de mis fechorías contra los musulmanes. En este momento me voy de Constantinia. ¡Y que el Cristo, hijo de Mariam, te tenga en su guarda!"

El rey Afridonios se apresuró a seguir los consejos de la Madre de todas las Calamidades, que, como había dicho, salió de Constantinia.

Ahora bien; he aquí la estratagema imaginada por aquella vieja tan astuta: salió de la ciudad con cincuenta de los mejores guerreros, que conocían la lengua árabe, y su primera diligencia fué disfrazarlos de mercaderes musulmanes. Llevó consigo cien mulos cargados de telas preciosas, sedas de Antioquia y Damasco, rasos de reflejos metálicos, brocados preciosos, y muchas otras cosas regias. Y había cuidado de obtener del rey Afridonios una carta a manera de salvoconducto, que decía lo siguiente:

"Los mercaderes tal y cual son comerciantes musulmanes de Damasco, extraños a nuestro país y a nuestra religión cristiana, pero como han comerciado en nuestro país, y el comercio constituye la prosperidad de una nación y su riqueza, y como no son hombres de guerra, sino hombres pacíficos, les damos este salvoconducto para que nadie los perjudique en su persona ni en sus intereses, y no se les reclame diezmo alguno, ni derecho de entrada ni salida por sus mercancías".

Y cuando los cincuenta guerreros se hubieron vestido de mercaderes, la pérfida vieja se disfrazó de asceta musulmán, poniéndose un gran ropón de lana blanca; se frotó la frente con un ungüento preparado por ella, que le daba un brillo y una radiación de santidad, y después hizo que le ataran los pies de modo que las cuerdas le entraran en la carne hasta hacerle sangre, y dejasen huellas indelebles. Entonces dijo a sus soldados:

"Ahora tenéis que darme de latigazos, de modo que me queden cicatrices imborrables en mi cuerpo. Y no tengáis ningún escrúpulo, pues la necesidad tiene sus leyes. Y me pondréis en un cajón semejante a esos cajones de mercancías, y lo colocaréis sobre un mulo. Inmediatamente os pondréis en marcha, hasta que lleguemos al campamento de los musulmanes, cuyo jefe es Scharkán. A cuantos quieran cerraros el camino, les mostraréis la carta del rey Afridonios, que os presenta como mercaderes de Damasco, y solicitaréis ver al príncipe Scharkán.

Cuando os veáis en su presencia y os interrogue acerca de vuestro oficio y de las ganancias realizadas en el país de los rumís, le diréis:

"¡Oh rey afortunado! la ganancia más saneada y meritoria de nuestro viaje al país de esos cristianos descreídos ha sido el rescate de un santo asceta que hemos arrancado de entre las manos de sus perseguidores, los cuales le torturaban en un subterráneo desde hacía quince años, queriendo que abjurase la santa religión de nuestro profeta Mahomed (¡sean con él la paz y la plegaria!) Y he aquí cómo ha ocurrido la cosa:

“Hacía algún tiempo que estábamos en Constantinia vendiendo y comprando, cuando una noche, mientras calculábamos las ganancias del día, vimos aparecerse en la pared de la sala la imagen de un hombre, cuyos ojos estaban llenos de lágrimas, que corrían a lo largo de sus venerables barbas blancas. Y los labios de aquel anciano se movieron lentamente, y pronunciaron estas palabras: "¡Oh musulmanes! Si hay entre vosotros alguno que teman a Alah y cumplan los preceptos de nuestro Profeta (¡sean con él la paz y la plegaria!) que salgan de este país de los descreídos y vayan en busca del príncipe Scharkán, cuyo ejército, según está escrito, ha de tomar algún día a los rumís la ciudad de Constantinia. Y en vuestro camino, al cabo de tres jornadas de marcha, encontraréis un monasterio. Y en este monasterio, en tal lugar, de tal sitio, hay un subterráneo en el cual hace quince años está encerrado un santo asceta llamado Abdalah, cuyas virtudes son agradables a Alah el Altísimo. Y ha caído en manos de los monjes cristianos, que lo han encerrado allí y lo atormentan horriblemente, por odio a su religión. Así es que el rescate de ese santo sería para vosotros la acción más meritoria ante el Muy Poderoso. ¡Y por sí misma es una hermosa acción! No os diré más. ¡Que la paz sea con vosotros!"

"Y dicho esto, la figura del anciano se borró ante nuestros ojos...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 94ª noche

Ella dijo:

"Y dicho esto, la figura del anciano se borró ante nuestros ojos.

"Entonces empaquetamos todas las mercaderías que nos quedaban y cuanto habíamos comprado en el país de los rumís, y salimos de Constantinia. Al cabo de tres jornadas de marcha, encontramos el monasterio en medio de un villorrio.

Para no llamar la atención sobre nuestros proyectos, desembalamos parte de las mercaderías en la plaza pública, según es costumbre entre los mercaderes, y nos pusimos a vender hasta que cayó la noche. Y a favor de las tinieblas, nos deslizamos en el monasterio, amordazamos al monje portero y penetramos en el subterráneo. Y como había dicho la aparición, encontramos al santo asceta Abdalah, que está ahora en uno de nuestros cajones, que vamos a poner en tus manos".

Y después de repetir estas palabras a sus soldados para que las aprendiesen bien, la Madre de todas las Calamidades, disfrazada de asceta, añadió: "¡Entonces yo me encargaré del exterminio de todos esos musulmanes!" Inmediatamente le dieron de latigazos hasta hacerle sangrar, y la encerraron en un cajón, que colocaron sobre un mulo, y emprendieron el camino para poner en ejecución el plan de aquella maldita vieja.

En cuanto al ejército de los creyentes, se repartió el botín después de la derrota de los cristianos, y glorificó a Alah por sus beneficios, Daul'makán y Scharkán se estrecharon las manos para felicitarse, y Scharkán, lleno de alegría dijo: "¡Oh hermano Daul'makán! deseo que Alah te conceda un hijo varón, para que se case con mi hija Fuerza del Destino". Y celebraron la victoria, hasta que el visir Dandán les dijo: "¡Oh reyes! es muy prudente que sin perder tiempo persigamos a los vencidos, antes de que puedan rehacerse, y vayamos a sitiarlos a Constantinia y a exterminarlos totalmente de la superficie de la tierra. Pues como el poeta dijo:

¡La delicia de las delicias es matar con la propia mano a los enemigos, y sentirse arrebatado por un corcel fogoso!

¡La delicia más pura es la que os trae un mensajero que os envía la muy amada, para anunciaros su llegada próxima!

¡Pero aún es más deliciosa la llegada de la muy amada, antes de que os la anuncie ningún mensajero!

¡Qué delicia matar con la propia mano a los enemigos! ¡Qué delicia sentirse arrebatado por un corcel fogoso!

Cuando el visir Dandán hubo recitado estos versos, los dos reyes aceptaron su parecer, y dieron la señal de la partida. Y todo el ejército se puso en marcha, con sus jefes a la cabeza.

Y anduvieron sin descanso, atravesaron grandes llanuras abrasadas por el sol, en las cuales sólo crecía una hierba amarillenta, única vegetación de aquellas soledades habitadas por la presencia de Alah. Y al cabo de seis días de una marcha fatigosa por aquellos desiertos sin agua, acabaron por llegar a un país bendecido por el Creador. Delante de ellos se extendían unas praderas llenas de frescura, regadas por arroyos numerosos, y donde florecían árboles frutales. Esta comarca, por donde corrían las gacelas y en donde cantaban las aves, semejaba un paraíso con sus grandes árboles ebrios de rocío, y cuyas ramas estaban cuajadas de flores que sonreían, a la brisa, como dice el poeta:

¡Escucha, niño mío! El musgo del jardín se tiende dichoso bajo la caricia de las flores dormidas. Es una gran alfombra de esmeraldas, con reflejos adorables.

¡Cierra los ojos, niño mío! ¡Oye como canta el agua al pie de las cañas! ¡Ah! ¡Cierra los ojos!

¡Jardines! ¡Vergeles! ¡Arroyos! ¡Yo os adoro! ¡Oh arroyo querido! Bajo las sombras de los sauces inclinados, brillas al sol como una mejilla.

¡Agua del arroyo que te ciñes a los tallos de las flores, tus burbujas forman cascabeles de plata! ¡Y vosotras, flores exquisitas, coronad a mi amado...!

Y extasiado con aquellas delicias, Daul'makán dijo a Scharkán: "¡Oh hermano mío! no creo que hayas visto en Damasco jardines tan hermosos. Descansemos aquí dos o tres días, para que nuestros soldados respiren aire puro y beban esa agua tan dulce, a fin de que puedan luchar mejor con los descreídos". Y a Scharkán le pareció que la idea era excelente.

Y a los dos días, cuando iban a levantar las tiendas, oyeron voces a lo lejos. Y les dijeron que era una caravana de mercaderes de Damasco que regresaba a su tierra, y a quienes los soldados querían castigar por haber comerciado con los infieles.

Precisamente en aquel momento llegaban los mercaderes, rodeados por los soldados. Y se echaron a los pies de Daul'makán, y le dijeron: "¡Venimos del país de los infieles, que nos han respetado no perjudicándonos en nuestras personas ni en nuestros bienes, y he aquí que ahora nuestros hermanos nos saquean y nos maltratan en país musulmán!"

Y sacaron el salvoconducto del rey de Constantinia, y se lo alargaron a Daul'makán, que lo leyó, lo mismo que Scharkán. Y Scharkán dijo: "Lo que os hayan quitado se os devolverá en el acto. Pero ¿por qué habéis ido a comerciar con los infieles?" Entonces los falsos mercaderes contestaron: "¡Oh señor nuestro! ¡Alah nos ha llevado al país de los cristianos para obtener una victoria más importante que las de tus ejércitos y que cuantas has ganado!" Y Scharkán preguntó: "¿Cuál es esa victoria, ¡oh musulmanes!?" Y ellos replicaron: "No podemos hablar de ella más que en un sitio seguro, libres de todo oído indiscreto; pues si llegara a extenderse esta nueva, ningún musulmán podría, ni en tiempo de paz, poner los pies en el país de los cristianos".

Al oír estas palabras, Daul'makán y Scharkán llevaron a los mercaderes a una tienda aislada. Entonces los mercaderes...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 95ª noche

Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que entonces los mercaderes contaron a los dos hermanos la historia inventada por la Madre de todas las Calamidades. Y los dos hermanos se conmovieron profundamente al saber los suplicios del santo asceta y cómo pudieron salvarle del subterráneo. Pero preguntaron a los mercaderes: "¿Dónde está ese santo asceta? ¿Lo habéis dejado en el monasterio?" Y ellos contestaron: "Cuando matamos al monje guardián del monasterio, nos apresuramos a encerrar al santo en un cajón, lo cargamos en uno de nuestros mulos, y huimos en seguida. Y ahora lo vamos a poner en vuestras manos. Y antes de huir del monasterio, pudimos comprobar que encerraba quintales y quintales de oro, y de plata, y de pedrerías, y joyas de todas clases. Pero de todo esto os podrá hablar mejor que nosotros el santo asceta dentro de unos instantes".
Entonces los mercaderes se apresuraron a descargar el mulo, abrieron el cajón, y presentaron al santo asceta ante los dos hermanos. Y apareció tan negro como una cañafístula, por lo mucho que había enflaquecido y se había arrugado, y llevaba en la piel las cicatrices de los latigazos, que parecían huellas de cadenas hundidas en la carne. Al verlo (¡en realidad era la vieja Madre de todas las Calamidades!), los dos hermanos se convencieron de que tenían delante al más santo de los ascetas, sobre todo cuando vieron que su frente brillaba como el sol, gracias al ungüento misterioso con que se había untado la piel. Y adelantaron hacia la vieja maldita, y le besaron fervorosamente las manos y los pies, pidiéndole su bendición, y hasta se pusieron a sollozar, por lo mucho que les conmovían los padecimientos sufridos por la que creían que era un santo asceta. Entonces la Madre de todas las Calamidades les hizo seña de que se levantaran, y les dijo: "¡Cesad de llorar, y oíd mis palabras!" Los dos hermanos obedecieron en seguida, y ella dijo:
"Sabed que en lo que se refiere a mi persona, me someto a la voluntad del Señor, puesto que los males que me envía no son más que pruebas a que someto mi paciencia y mi humildad. ¡Sea bendito y glorificado! Porque el que no sabe soportar las pruebas del Muy Bueno, no llegará nunca a gustar las delicias del Paraíso. Y si ahora me alegro de verme libre, no es porque se hayan acabado mis sufrimientos, sino por verme junto a mis hermanos los musulmanes y porque confío en morir entre los guerreros que luchan por la causa del Islam. ¡Y los creyentes que sucumben en la guerra santa no mueren, pues su alma es inmortal!"
Entonces los dos hermanos volvieron a besarle las manos fervorosamente, y quisieron ordenar que le dieran de comer, pero ella se negó. Y les dijo: "Estoy ayunando desde hace quince años. Ahora que Alah me ha otorgado tantas mercedes, no he de ser tan impío que corte mi ayuno y mi abstinencia, pero acaso al ponerse el sol tome un bocado".
Al oír esto ya no insistieron más, pero al anochecer mandaron preparar manjares y se los llevaron personalmente, pero la maldita se negó otra vez, diciendo: "¡No es hora de comer, sino de rezar al Muy Poderoso!" Y en seguida hizo como que rezaba en medio del mihrab. Y así estuvo orando toda la noche, y lo mismo las dos siguientes. Entonces los dos hermanos sintieron hacia ella una gran veneración, y seguían creyéndola un hombre, tomándola por un santo asceta. Y le dieron una tienda magnífica para ella sola, con servidores especiales y cocineros. Y al tercer día, como insistiera en no probar alimento, fueron personalmente los dos hermanos a servirla, y mandaron traer cuantas cosas agradables podían desear la vista y el alma. Pero la vieja maldita no quiso tocar nada, y sólo comió un pedazo de pan y un poco de sal. Así es que el respeto de los dos hermanos se acrecentó hasta el límite del respeto, y Scharkán dijo a Daul'makán: "¡Este hombre ha renunciado a todos los goces del mundo! ¡Si la guerra no me obligase a combatir a los descreídos, me consagraría por completo a su devoción y le seguiría toda mi vida para atraerme sus bendiciones! Pero vamos a rogarle que nos diga algo, pues mañana tenemos que marchar contra Constantinia, y será una buena acción para aprovecharnos de sus palabras".
Entonces el gran visir Dandán dijo: "También quisiera oír a ese santo asceta y rogarle que rece por mí, a fin de que pueda encontrar la muerte en la guerra santa y presentarme al Señor, pues estoy ya cansado de esta vida.
Y los tres se dirigieron hacia la tienda en que estaba la Madre de todas las Calamidades. Y la hallaron sumida en el éxtasis de la oración. Entonces esperaron a que terminase. Pero como después de tres horas de espera, y a pesar de las lágrimas y de los sollozos que les arrancaba su admiración, ella seguía arrodillada y no les hacía el menor caso, se adelantaron humildemente y besaron el suelo.
Entonces ella se levantó, les deseó la paz, y les dijo: "¿Qué venís a hacer aquí a esta hora?" Y ellos contestaron: "¡Oh santo asceta entre los ascetas! hace ya varias horas que estamos aquí. ¿Es posible que no hayas oído nuestro llanto?" Ella repuso: "¡El que se encuentra en presencia de Alah, no puede oír ni puede ver lo que pasa en este mundo miserable!"
Y ellos dijeron: "Venimos, ¡oh santo asceta! a pedirte tu bendición antes del gran combate, y quisiéramos oír de tus labios el relato de tu cautiverio entre los descreídos, a los cuales exterminaremos completamente mañana con la ayuda de Alah". Entonces la maldita vieja contestó: "¡Por Alah! ¡Si no fuerais los jefes de los creyentes, nunca os contaría lo que voy a contaros! Porque las consecuencias de ello con la ayuda de Alah, serán muy ventajosas para vosotros. ¡Escuchad, pues!"

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