miércoles, septiembre 17, 2025

71 Historia de la rosa marina y de la joven china

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71 Historia de la rosa marina y de la joven china
            71.1 Historia que le sucedió a la hija de un rey de la india




HISTORIA DE LA ROSA MARINA Y DE LA JOVEN CHINA

Cuentan ¡oh rey del tiempo! que, en un reino entre los reinos del Scharkistán -¡pero Alah el Exaltado es más sabio!- había un rey llamado Zein El-Muluk, célebre en los horizontes, y hermano de los leones en bravura y generosidad. Joven aún, había tenido ya dos hijos dotados de cualidades, cuando, por efecto de la bendición de su Señor y de la bondad del Repartidor, le nació un tercer hijo, niño insigne, cuya belleza disipaba las tinieblas, como una luna de catorce noches. Y a medida que aumentaban sus tiernos años, sus ojos, copas de embriaguez, turbaban a los más cuerdos con los dulces destellos de sus miradas; cada una de sus pestañas brillaba como la hoja curva de un puñal; los bucles de sus cabellos de almizcle negro mareaban los corazones como el nardo; sus mejillas estaban lozanas, sin afeites, y daban vergüenza en todos sentidos a las mejillas de las vírgenes; sus sonrisas tentadoras eran dardos: su porte era noble y delicado a la vez; la comisura izquierda de sus labios estaba adornada de una manchita redondeada con arte; y su pecho blanco y liso era como una tableta de cristal, y albergaba un corazón despierto y arrojado.
Y el rey Zein El-Muluk, en el límite de la dicha, hizo ir a adivinos y astrólogos para que sacasen el horóscopo de aquel niño. Y éstos agitaron la arena, y trazaron las figuras astrológicas, y pronunciaron las fórmulas principales de la adivinación. Tras de lo cual dijeron al rey: "La suerte de este niño es fausta y su estrella le asegura una dicha infinita. Pero también está escrito en su destino que si tú, su padre, llegas a mirarle en la época de su adolescencia, perderás la vista al punto".
Al oír este discurso de los adivinos y de los astrólogos, el mundo se ennegreció ante el rostro del rey. Y mandó retirar de su presencia al niño, y ordenó a su visir que le llevara, así como a su madre, a un palacio alejado, de modo que jamás pudiese encontrarle en su camino. Y el visir contestó con el oído y la obediencia, y ejecutó puntualmente la orden de su amo.
Y pasaron años y años. Y el hermoso vástago del jardín del sultanato, que había recibido de su madre cuidados de una delicadeza perfecta, verdeó de salud, de virtud y de belleza.
Pero como jamás puede borrarse lo escrito por el Destino, el joven príncipe Nurgihán montó un día en su corcel y se lanzó al bosque de caza. Y el rey Zein El-Muluk también había salido aquel día a cazar gamos. Y quiso la fatalidad que, no obstante toda la inmensidad de aquella selva, pasara él junto a su hijo. Y sin reconocerle, se posó en el joven su mirada. Y al instante desapareció de sus ojos la facultad de ver. Y el rey hubo de tornarse prisionero del reino de la noche. Y comprendiendo entonces que su ceguera se debía al encuentro con el joven jinete, y que aquel joven jinete no podía ser más que su hijo, dijo llorando: "De ordinario los ojos del padre que mira a su hijo se tornan más luminosos. Pero los míos han cegado para siempre por voluntad de la suerte".
Tras de lo cual hizo convocar en su palacio a los médicos más eminentes del siglo, y a los que en el saber superaban a Ibn-Sina, y los consultó acerca del modo de curar su ceguera. Y todos, después de concertarse e interrogarse, convinieron en declarar al rey que aquella ceguera no era curable por los procedimientos ordinarios. Y añadieron: "El único remedio que te queda para recobrar la vista es tan difícil de obtenerse, que resulta preferible no pensar en él siquiera. Porque se trata de la rosa marina cultivada por la joven de China ...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 955ª noche

Ella dijo:
"... Porque se trata de la rosa marina cultivada por la joven de China".
Y explicaron al rey que, en el lejano interior del país de China, había una princesa, hija del rey Firuz-Schah, que en su jardín tenía el único arbusto de aquella rosa marina conocido, cuya virtud curaba los ojos y devolvía la vista, incluso a los ciegos de nacimiento.
Y el rey Zein El-Muluk, al oír estas palabras de sus médicos, hizo proclamar por los pregoneros, en todo su reino, que quien le llevara la rosa marina de la joven de China tendría en recompensa la mitad de su Imperio. Y luego aguardó el resultado, llorando como Jacob, consumiéndose como Job y empapándose en la sangre de su corazón separado en dos lóbulos.
Y he aquí que, entre los que partieron para el país de China en busca de la rosa marina, estaban los dos hijos mayores de Zein El-Muluk. Y también partió el joven príncipe Nurgihán. Porque habíase dicho: "Voy a probar en la piedra de toque del peligro, el oro de mi destino. Y ya que soy el causante involuntario de la ceguera de mi padre, justo es que por curarle exponga mi vida".
Y el príncipe Nurgihán, aquel sol del cuarto cielo, montó en su corcel, ágil como el viento, a la hora en que la luna, viajera montada en el negro palafrén de la noche, había vuelto las riendas hacia Oriente.
Y viajó durante días y meses, atravesando llanuras y desiertos, y soledades donde no había otra presencia que la de Alah y la de la hierba salvaje. Y acabó por llegar a una selva sin límites, más negra que el espíritu del ignorante, y tan oscura, que no se podía en ella distinguir la noche del día ni ver la diferencia entre lo blanco y lo negro. Y Nurgihán, cuyo brillante rostro iluminaba por sí solo las tinieblas; avanzaba con corazón de acero por aquella selva de árboles que, en ciertos parajes, ostentaban, a manera de frutos, cabezas de seres animados que se ponían a bromear y a reír y caían al suelo, en tanto que, en otras ramas, se abrían crujiendo unas frutas que parecían pucheros de barro, y dejaban escapar de su cavidad pájaros con ojos de oro.
Y he aquí que de pronto se encontró frente a frente con un viejo genni, semejante a una montaña, sentado en el tronco de un enorme algarrobo. Y le abordó con la zalema, e hizo salir de la caja de rubíes de su boca algunas palabras que se asimilaron al espíritu del genni como el azúcar a la leche. Y el genni, conmovido por la hermosura de aquella tierna planta del jardín de la elevación, le invitó a descansar junto a él. Y Nurgihán se apeó del caballo, y tomó de su alforja un pastel de manteca derretida con azúcar y harina flor, y se lo ofreció, en prueba de amistad, al genni, que lo aceptó y sólo tuvo con ello para un bocado. Y quedó tan satisfecho de aquel alimento, que saltó de alegría, y dijo: "Este alimento de los hijos de Adán me da más gusto que si me hubiesen regalado el azufre rojo que sirve de piedra al anillo de nuestro señor Soleimán. Y estoy tan entusiasmado, ¡por Alah! que si cada pelo mío se convirtiera en cien mil lenguas, y cada una de esas lenguas se dedicara a alabarte, aún no expresaría yo la gratitud que por ti siento. Pídeme, pues, en cambio, cuanto quieras, y lo cumpliré sin tardanza. De no hacerlo así, mi corazón parecería un plato que cayera desde lo alto de una terraza y se rompiera en añicos".
Y Nurgihán dió gracias al genni por sus amables palabras, y le dijo: "¡Oh jefe de los genn y corona suya! ¡oh guardián celoso de esta selva! puesto que me permites formular un deseo, helo aquí. Sencillamente pídote que me hagas llegar sin tardanza ni dilación, al reino del rey Firuz-Schah, donde cuento con coger la rosa marina de la joven de China".
Al oír estas palabras, el genni guardián de la selva lanzó un frío suspiro, se golpeó la cabeza a dos manos, y perdió el conocimiento. Y Nurgihán le prodigó los cuidados más delicados; pero, al ver que no daban resultado, le puso en la boca otro pastel de manteca derretida con azúcar y harina en flor. Y al punto recuperó la sensibilidad el genni, que salió de su desmayo, y conmovido todavía por el pastel y la demanda, dijo al joven príncipe: "¡Oh mi señor! la rosa marina de que hablas, y cuya dueña es una joven princesa de China, está guardada por genn aéreos que día y noche se dedican a impedir que ningún pájaro vuele en torno a ella, que no deterioren su corola las gotas de lluvia y que el sol no la queme con su lumbre. Por tanto, no veo manera de arreglarme, una vez que te haya transportado al jardín donde ella vive, para burlar la vigilancia de esos guardianes aéreos que están enamorados de ella. ¡En verdad que mi perplejidad es una perplejidad grande! Pero dame ya otro de esos excelentes pasteles que tanto bien me han hecho. Y quizás sus cualidades ayuden a mi cerebro a dar con la coyuntura que anhelo. Porque es preciso que cumpla mi promesa para contigo, haciéndote lograr la rosa de tus deseos".
Y el príncipe Nurgihán se apresuró a dar el pastel consabido al genni guardián de la selva, quien, tras de hacerlo desaparecer en el abismo de su gaznate, hundió su cabeza en su capucha de la reflexión. Y de repente alzó la cabeza, y dijo: "El pastel ha surtido efecto. Móntate en mi brazo y emprendamos vuelo hacia la China. Porque ya he dado con el medio de burlar la vigilancia de los guardianes aéreos de la rosa. Y consiste en arrojarles uno de esos asombrosos pasteles de manteca derretida con azúcar y harina de flor".
Y el príncipe Nurgihán, que empezó por inquietarse al ver que se desmayaba el genni de la selva, se tranquilizó y holgó; y reverdeció como el jardín y floreció como el botón de rosa. Y contestó: "No hay inconveniente".
Entonces el genni de la selva acomodó al príncipe en su brazo izquierdo y se puso en camino, con dirección al país de la China, resguardando de los rayos del sol al hijo de Adán con su brazo derecho. Y devorando en su vuelo la distancia, de aquel modo llegó sin contratiempo, gracias a la seguridad, encima de la capital del país de China. Y soltó dulcemente al príncipe a la entrada de un jardín maravilloso, que no era otro que el jardín donde vivía la rosa marina. Y le dijo: "Puedes entrar con el corazón tranquilo, porque voy a distraer a los guardianes de la rosa con el pastel que me has dado para ellos. Luego me encontrarás esperándote aquí mismo, dispuesto a conducirte adonde quieras".
Y acto seguido el hermoso Nurgihán dejó a su amigo el genni y penetró en el jardín. Y vió que aquel jardín, fragmento destacado del alto paraíso, surgía ante sus ojos tan hermoso como un crepúsculo granate...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 956ª noche

Ella dijo:
". . . Y vió que aquel jardín, fragmento destacado del alto paraíso, surgía ante sus ojos tan hermoso como un crepúsculo granate. Y en medio de aquel jardín había un anchuroso pilón de agua de rosas hasta los bordes. Y en el centro de aquel pilón precioso se alzaba, única en su tallo, una flor de color rojo de fuego muy abierta. Y era la rosa marina. ¡Oh! ¡qué admirable era! Sólo el ruiseñor podría hacer su verdadera descripción.
Y el príncipe Nurgihán, maravillado de su hermosura y embriagado con su olor, comprendió, desde luego, que una rosa semejante debía estar dotada de las más milagrosas virtudes. Y sin vacilar, se quitó sus vestidos, entró en el agua perfumada, y fué a arrancar el rosal entero con su única flor.
Luego, enriquecido con aquella delicada carga, el jovenzuelo volvió al borde del pilón, se secó y se vistió a la sombra de los árboles, y ocultó la planta bajo su manto, mientras las aves, escondidas en los cañaverales, contaban en su lenguaje a los arroyos el robo de la rosa milagrosa y de su arbolillo.
Pero no quiso él alejarse de aquel jardín sin haber visitado el encantador pabellón que se erguía a orillas del agua, y que estaba enteramente construido con cornalinas del Yemen. Y avanzó por el lado de aquel pabellón, y entró en él denodadamente. Y se encontró en una sala de la más armoniosa arquitectura, decorada con un arte perfecto y de hermosas proporciones. Y en medio de aquella sala había un lecho de marfil enriquecido de pedrerías alrededor del cual caían cortinas bordadas hábilmente. Y Nurgihán, sin vacilar, se dirigió al lecho, entreabrió las cortinas, y se quedó inmóvil de admiración al ver, acostada en los cojines, a una delicada jovenzuela, sin otro traje ni ornamento que su propia belleza. Y estaba sumida en un profundo sueño, sin sospechar que, por primera vez en su vida, unos ojos humanos la contemplaban sin el velo del misterio. Y sus cabellos aparecían en desorden; y su manita regordeta, con cinco hoyuelos, se posaba perezosamente en su frente. Y la negrura de la noche habíase refugiado en su cabellera color de almizcle, mientras las hermanas de las Pléyades se ocultaban detrás del velo de las nubes al ver el rosario luminoso de sus dientes.
Y el espectáculo de la belleza de aquella jovenzuela de China, que se llamaba Cara de Lirio, produjo tanto efecto en el príncipe Nurgihán, que se cayó privado de sentido. Pero no tardó en recobrar el conocimiento, y lanzando un profundo suspiro, se acercó a la almohada de la hermosa que le hechizaba, y no pudo por menos de recitar estos versos:
¡Cuando duermes en la púrpura, tu faz clara es como la aurora, y tus ojos cual los cielos marinos!
¡Cuando tu cuerpo, vestido de narcisos y de rosas, se pone de pie y se alarga estirado, no le igualaría la palmera que crece en Arabia!
¡Cuando tus finos cabellos, donde arden pedrerías, caen a plomo o se despliegan ligeros, ninguna seda valdría lo que su trama natural!
Tras de lo cual, queriendo dejar a la bella durmiente un indicio de su entrada en aquel lugar, le puso al dedo un anillo que llevaba, y le quitó del suyo la sortija que llevaba ella poniéndosela en su propio dedo. Y salió entonces del pabellón, sin despertarla, recitando estos versos:
¡Abandono este jardín llevando en mi corazón, como el tulipán sangriento, la herida del amor!
¡Desgraciado el que sale del jardín del mundo sin llevarse ninguna flor en la orla de su traje!
Y fué en busca del genni guardián de la selva, que le esperaba a la puerta del jardín, y le rogó que le transportara sin tardanza al reino del rey Zein El-Muluk, al Scharkistán. Y el genni contestó: "Oír es obedecer! ¡Pero no sin que antes me hayas dado otro pastel!" Y Nurgihán le dió el último pastel que le quedaba ya. Y al punto le tomó el genni en su brazo izquierdo, y partió con él, en carrera aérea, hacia el Scharkistán.
Y llegaron sin contratiempo al reino del rey ciego Zein El-Muluk. Y cuando aterrizaron, dijo el genni al hermoso Nurgihán: "¡Oh capital de mi vida y de mi alegría! no quiero abandonarte sin dejarte una prueba de mi abnegación. Toma este mechón de pelo que acabo de arrancarme de la barba para ti. Y cada vez que necesites de mí, no tendrás más que quemar uno de estos pelos. Y estaré inmediatamente entre tus manos". Y tras de hablar así, el genni besó la mano que le había alimentado, y se fué por su camino.
En cuanto a Nurgihán, se apresuró a subir al palacio de su padre, después de pedir audiencia y anunciar que llevaba la curación. Y cuando fué introducido a presencia del rey ciego, sacó de debajo de su manto la planta milagrosa, y se la entregó. Y no bien se acercó el rey a los ojos la rosa marina, de un olor y una hermosura que transportaban el alma de los espectadores, sus ojos se tornaron, en aquella hora y en aquel instante, luminosos como estrellas.
Entonces, en el límite de la alegría y de la gratitud, el rey besó en la frente a su hijo Nurgihán y le estrechó contra su pecho, manifestándole la más viva ternura. Y mandó publicar por todo el reino que para en adelante repartía el Imperio entre él y su hijo menor Nurgihán. Y dió las órdenes necesarias para que, durante un año entero, se celebrasen fiestas que tuviesen abierta para todos sus súbditos, ricos y pobres, la puerta de la alegría y del placer, y cerrada la de la tristeza y de la pena.
Después, Nurgihán, convertido en el preferido de su padre, que en lo sucesivo podría mirarle sin peligro de perder la vista, pensó en transplantar la rosa marina para que no muriese. Y a tal fin recurrió al genni de la selva, a quien llamó quemando uno de los pelos de la barba. Y el genni le construyó, en el espacio de una noche, un estanque de una profundidad de dos picas, con argamasa de oro puro y cimientos de pedrerías. Y Nurgihán se apresuró a plantar la rosa en medio de aquel estanque. Y fué un encanto para los ojos y un bálsamo para el olfato...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 957ª noche

Ella dijo:
... Y fué un encanto para los ojos y un bálsamo para el olfato. Sin embargo, a pesar de la curación del rey, los dos hijos mayores, que se habían vuelto con la nariz alargada, pretendieron que aquella rosa marina no estaba dotada de virtudes milagrosas, y que el rey había recobrado la vista sólo merced a la hechicería y a la intervención, en aquel asunto, del demonio lapidado.
Pero su padre el rey, furioso por sus alegatos y descontento de su falta de discernimiento, los reunió en presencia de su hermano Nurgihán, y les pronunció un discurso severo, y les dijo: "¿Por qué dudáis del efecto de esta rosa en mi vista? Entonces, ¿no creéis que Alah el Altísimo pueda poner la curación en el corazón de una rosa, cuando puede hacer de una mujer un hombre y de un hombre una mujer? Escuchad, por cierto, ahora que viene a punto, lo que le sucedió a la hija de un rey de la India". Y dijo:
"En la antigüedad del tiempo, había un rey de la India que poseía en su harén cien mujeres hermosas y jóvenes, cogidas entre millares de jovenzuelas que no tenían igual en los palacios de los reyes. Pero ninguna concebía de él ni paría. Y aquello tenía triste y apenado al rey de la India, que ya estaba viejo y encorvado por la edad. Pero al fin, por obra de la omnipotencia de Alah, la más joven de las esposas del rey se quedó encinta, y después de nueve meses, echó al mundo una hija muy hermosa y de un aspecto verdaderamente feérico. Y su madre, por temor a que el rey se apenara al ver que no tenía un hijo varón, hizo correr el rumor de que la niña recién nacida era un niño. Y se puso de acuerdo con los astrólogos para hacer creer al rey que no convenía viese aquel niño antes de los diez años. "Cuando la pequeña, que crecía en belleza, llegó a la edad en que su padre podía verla por fin, su madre le hizo las recomendaciones necesarias y le explicó cómo debía conducirse para hacerse pasar por un muchacho. Y la chiquilla, a quien Alah había dotado de listeza y de inteligencia, comprendió perfectamente las instrucciones de su madre, y se amoldó a ellas en toda ocasión. E iba y venía por los aposentos reales vestida de chico y comportándose como si fuese realmente del sexo masculino.
"Y su padre el rey, de día en día se regocijaba de la hermosura del niño, a quien creía varón. Y cuando aquel presunto hijo alcanzó la edad de quince años, el rey decidió casarle con una princesa hija de un rey vecino. Y se concertó el matrimonio.
"Y cuando llegó el término fijado, el rey hizo que vistieran a su hijo con traje masculino, le hizo sentarse a su lado en un palanquín de oro, llevado a lomos de un elefante, y le condujo con un gran cortejo al país de su futura esposa. Y en aquella circunstancia tan difícil, el joven príncipe, que era interiormente una princesa, tan pronto lloraba como reía.
"Una noche en que el cortejo se había detenido en una selva frondosa, la joven princesa salió de su palanquín, y se alejó entre los árboles para satisfacer una necesidad de que hasta las princesas son esclavas. Y he aquí que se encontró frente a frente con un genni muy hermoso que estaba sentado bajo un árbol y era el guardián de aquella selva. Y el genni, deslumbrado por la belleza de la joven, la saludó cortésmente y le preguntó quién era y dónde iba. Y ella, confiada en el aspecto simpático de él, le contó su historia toda con sus menores detalles, y le dijo cuán comprometida iba a verse en la noche de bodas al entrar en el lecho de la que le destinaban por esposa.
"Entonces el genni, conmovido por el apuro en que se encontraba ella, reflexionó un instante; luego le ofreció generosamente prestarle por entero su sexo y tomar el de la joven, pero a condición de que ella le devolviera fielmente el depósito en tiempo oportuno. Y la joven, llena de gratitud, aceptó la oferta y consintió en la proposición. Y por obra de la voluntad del Todopoderoso, al punto se efectuó el cambio sin dificultad ni complicación. Y entusiasmada ella hasta el límite del entusiasmo, cargada con aquel don nuevo y aquella mercancía, volvió con su padre y subió otra vez al palanquín. Y como todavía no estaba acostumbrada a sus nuevos apéndices, se sentó torpemente encima de ellos, y lanzó un grito de dolor. Pero se repuso en seguida para que no se lo notaran, y en lo sucesivo puso toda su atención y todos sus cuidados en no repetir el mismo movimiento, no solamente para no sufrir el mismo dolor, sino también para no estropear un depósito que le estaba confiado y que tenía que devolver en buen estado a su propietario.
"Y días después, el cortejo llegó a la ciudad de la novia. Y se celebró con gran pompa el matrimonio. Y el esposo supo servirse a maravilla del instrumento que graciosamente le había prestado el genni, y tan bien lo manipuló, que la recién casada quedó encinta de buenas a primeras. Y se puso contento todo el mundo.
"Al cabo de nueve meses, la recién casada parió un niño encantador. Y cuando salió del puerperio, su esposo le dijo: "Ya es tiempo de que nos vayamos a mi país, con objeto de que veas a mi madre, a mis parientes y mi reino". Le dijo eso, pero, en realidad, lo que quería era devolver sin más tardanza al genni de la selva el depósito intacto y en buen estado, tanto más cuanto que, durante aquellos nueve meses de vida agradable, aquel depósito había fructificado y se había hermoseado y desarrollado.
"Y como la joven esposa respondió con el oído y la obediencia, se pusieron en camino. Y no tardaron en llegar a la selva, residencia del genni dueño de la mercancía. Y el príncipe se alejó de la caravana y se presentó en el paraje donde habitaba el genni. Y lo encontró sentado en el mismo sitio, visiblemente fatigado y con la apariencia de una mujer a quien le hubiera engordado el vientre. Y después de las zalemas, le dijo: "!Oh jefe de los genn y corona suya! gracias a tu benevolencia, he realizado plenamente lo que tenía que hacer y he obtenido lo que deseaba. Y ahora, cumpliendo mi promesa, vengo a devolverte fielmente tu bien, que ha crecido y se ha hermoseado, y a recoger mi bien". Y así diciendo, quiso ponerle en la mano el depósito que llevaba.
"Pero el genni le contestó: "Ciertamente, tu formalidad es mucha formalidad y tu honradez es extremada. Pero, con gran sentimiento mío, debo decirte que ahora no tengo gana de recuperar lo que te he prestado ni de darte lo que llevo conmigo. Es cosa decidida, y el Destino lo ha dispuesto así. Porque, desde que nos separamos, ha ocurrido algo que impide para en lo sucesivo todo cambio entre nosotros". Y la antigua joven preguntó: "¿Y qué es ¡oh gran genni! lo que nos impide a ambos recuperar nuestro respectivo sexo?" El contestó: "Has de saber ¡oh antigua joven! que te he esperado aquí mucho tiempo, velando delicadamente por el depósito que me habías confiado a cambio del mío; y no perdoné nada para conservarlo en su estado encantador de virginidad y de candor, cuando he aquí que, un día, un genni, intendente de estos dominios, pasó por la selva y vino a verme. Y por mi nuevo olor comprendió que yo era portador de un sexo que él no sabía que tuviese. Y experimentó por mí un amor violento; y excitó en mí el mismo sentimiento, recíprocamente. Y se unió conmigo de la manera ordinaria, y rompió el sello de la virginidad que tenía en depósito. Y experimenté cuanto experimenta una mujer en circunstancia semejante; y hasta observé que el placer sentido por las mujeres es mucho más durable y de calidad más delicada que el sentido por los hombres. Y actualmente no puedo recobrar mi sexo, porque estoy encinta de mi esposo el intendente; y si, por desgracia, consintiera yo en volver a ser hombre y tuviese que parir, siendo hombre, al hijo que llevo en mi seno, sin duda moriría de dolor y con el vientre desgarrado. Y ya sabes el acontecimiento que me obliga de por vida a guardar lo que me has prestado. Así, pues, por tu parte, guarda lo que te he prestado yo. Y demos gracias a Alah que lo ha efectuado todo sin daño ni contratiempo, y que ha permitido se realice entre nosotros este cambio que no lesiona a nadie".
Y el rey, tras de contar esta historia a sus dos hijos mayores delante de su hermano Nurgihán, continuó: "Así, pues, nada es imposible para la omnipotencia del Creador. Y El, que de tal suerte ha podido convertir a una joven en un joven, y a un genni varón en mujer encinta, también ha podido poner la curación de mi vista en el corazón de una rosa". Y después de hablar así, echó de su presencia a sus dos hijos mayores y retuvo consigo al joven Nurgihán, colmándole de atenciones y pruebas de ternura. Y esto es lo referente a ellos.
Pero he aquí lo que atañe a la princesa Cara de Lirio, la joven de China, dueña de la rosa marina:
Cuando el perfumador del cielo puso en la ventana de Oriente la bandeja de oro del sol llena del alcanfor de la aurora, la princesa Cara de Lirio abrió sus ojos encantadores y salió de su lecho. Y arregló su peinado, anudó su cabellera, y se dirigió muy lentamente, balanceándose con gracia, al pilón en que se hallaba la rosa marina. Porque cada mañana su primer pensamiento y su primera visita eran para su rosa. Y cruzó el jardín, cuya atmósfera estaba tan perfumada como el almacén de un mercader de sahumerios, y cuyos frutos eran en los árboles otras tantas redomas de azúcar suspendidas al aire. Y por la mañana de aquel día era más hermosa que todas las mañanas, y el cielo alquimista tenía color de vidrio y de turquesa. Y a cada paso de la joven del cuerpo de rosa parecían nacer flores, y el polvo que alzaba la cola de su traje era un colirio para los ojos del ruiseñor...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 958ª noche

Ella dijo:
... y el polvo que alzaba la cola de su traje era un colirio para los ojos del ruiseñor. Y llegó de aquel modo al borde del pilón, y posó los ojos en el sitio que ocupaba su querida rosa. Pero no vió ni rastro de ella y no percibió su olor. Entonces, aniquilada de dolor, estuvo a punto de disolverse como el oro en el crisol, y de amustiarse como un capullo a impulso del simún de la pena. Y en el mismo momento, para colmo de desdicha, observó que el anillo que llevaba al dedo era un anillo extraño, y que había desaparecido la sortija que llevaba desde hacía años.
Así es que, acordándose de la desnudez en que se hallaba mientras dormía, y pensando que los ojos de un extraño habían violado impunemente todo el misterio encantador de su persona, quedó sumida en un océano de confusión. Y volvió a toda prisa a su pabellón de rubíes, y se estuvo llorando sola todo el día. Tras de lo cual, con la reflexión, le asaltaron pensamientos razonables, y se dijo: "Ciertamente, es falso el refrán que dice:
"No se pueden seguir las huellas de lo que no deja huellas; porque si se siguen, no se deja huella tras de sí mismo".
Y asimismo, nada hay tampoco más embustero que este otro refrán:
"Cuando se busca un objeto perdido, es preciso que uno mismo se pierda para encontrarlo".
Porque yo, tan débil y tan joven como soy, quiero desde este instante ¡por Alah! ponerme en busca del raptor de mi rosa y conocer el motivo de su latrocinio. Y le castigaré por haberse atrevido a posar la mirada de su deseo en mi virginidad de princesa adormecida".
Dijo, y al instante se puso en camino, agitando las alas de la impaciencia, seguida de sus jóvenes esclavas, a quienes había vestido de guerreros.
Y a fuerza de caminar, preguntando por doquiera durante el viaje, acabó por llegar sin contratiempo al Scharkistán, reino de Zein El-Muluk, padre de Nurgihán. Y al entrar en la capital vió por todas partes los paveses de fiesta, que debían durar un año entero; y a cada puerta oyó resonar instrumentos de música y manifestaciones de alegría. Y deseosa de saber el motivo de aquellos regocijos, preguntó, disfrazada siempre de hombre, cuál era la causa de la general alegría que reinaba entre los habitantes de la ciudad. Y le contestaron: "El rey estaba ciego; pero su hijo, el excelente, el hermoso Nurgihán, ha conseguido, después de trabajos infinitos, traerle la rosa marina de la joven de China. Y el simple contacto de esta rosa milagrosa con los ojos del rey le ha devuelto la vista. Y se le han tornado los ojos luminosos como estrellas. Y con este motivo, ha ordenado el rey que la gente se entregase al placer y al regocijo durante un año entero, a costa del tesoro del reino, y que a cada puerta se dejasen oír sin interrupción los instrumentos musicales, desde por la mañana hasta por la noche".
Y en el límite de la alegría por tener al fin noticias precisas de su rosa, Cara de Lirio empezó a tomar un baño en el río para reponerse de las fatigas del viaje. Luego, poniéndose otra vez sus ropas de hombre, se dirigió al palacio del rey, caminando con gracia por los zocos. Y quienes miraban a aquel joven quedaban borrados de admiración, como las huellas de pasos en la arena. Y los bucles acaracolados de sus cabellos retorcían el corazón de los espectadores.
Y así llegó al jardín, y vió, en el estanque de oro puro, su rosa marina abierta como antaño en medio de la preciosa agua de rosas, encanto de los ojos y bálsamo del olfato. Y tras de la alegría producida por aquel encuentro, se dijo: "Ahora voy a esconderme debajo de los árboles para ver al impúdico que ha arrebatado la rosa de mi jardín y la sortija de mi dedo".
Y en seguida llegó junto al estanque de la rosa el joven cuyos ojos, copas de embriaguez, turbaban a los más cuerdos con los dulces destellos de sus miradas; cada una de cuyas pestañas brillaba como la hoja curva de un puñal; cuyos bucles de almizcle negro mareaban los corazones como el nardo; cuyas mejillas, hermosas y lozanas, sin ningún afeite, superaban en todos sentidos a las mejillas empolvadas de las vírgenes, cuyas tentadoras sonrisas eran dardos; cuyo porte era noble y delicado a la vez; cuya comisura izquierda de los labios estaba adornada de una manchita redondeada con arte, y cuyo pecho, blanco y liso, era como una tableta de cristal y albergaba un corazón despierto y arrojado.
Y al verle, Cara de Lirio cayó en una especie de desvanecimiento y casi perdió la razón. Pues por algo ha dicho el poeta:
¡Si el arco de las cejas dispara en una asamblea las flechas de sus miradas, sólo hieren éstas con su punta al corazón digno de amor!
Y cuando Cara de Lirio recobró el sentido, se frotó los ojos miró a todos lados, y ya no vió al joven. Y se dijo: "He aquí que el ladrón de mi rosa también a mí acaba de robarme el alma y el corazón. No solamente ha roto con la piedra de la seducción la redoma preciosa de mi honor, sino que ha herido mi corazón solapadamente con la flecha del amor. ¡Ay! lejos de mi país y de mi madre, ¿adónde iré ahora y a quién me quejaré para pedir justicia por todos sus desaguisados?"
Y con el corazón abrasado de pasión, fué en busca de sus mujeres. Y poniéndose en medio de ellas, tomó un cálamo y un papel, y escribió a Nurgihán una carta, que lió, con el anillo, a su doncella favorita, encargándole entregara ambos objetos entre las propias manos del joven príncipe. Y la joven, en un abrir y cerrar de ojos, llegó junto a Nurgihán, y le encontró sentado y en actitud de soñar con su señora Cara de Lirio. Y después de zalemas respetuosas, le entregó la carta y el anillo de que la encargó la confianza de la princesa. Y Nurgihán, en el límite de la emoción, reconoció el anillo. Y abrió la carta y leyó lo que sigue:
"Después de la alabanza al Ser libre del "cómo" y del "por qué", que ha dado a las vírgenes la gracia y la belleza, y a los jóvenes los ojos negros de la seducción, encendiendo en el corazón de unos y otros la lámpara del amor, adonde va a abrasarse la cordura como una mariposa.
"He aquí que me muero de amor por tus ojos lánguidos y que el fuego de la pasión me devora por dentro y por fuera. ¡Ah! cuán falso es el proverbio que dice: "Los corazones se entienden". Porque yo me consumo y tú no sabes nada. ¿Qué respuesta me darías si te preguntara por qué me has asesinado con tu apostura encantadora?
"Pero no escribas más, ¡oh cálamo mío! que bastante me he entregado ya a un dolor amoroso".
Con la lectura de esta carta, el fuego del amor chispeó bajo la ceniza del corazón de Nurgihán, e impaciente como el mercurio, tomó él en su mano cálamo y papel y contestó con las líneas siguientes:
"¡A la que está por encima de todas las bellas de cuerpo de plata, y el arco de cuyas cejas es un sable entre las manos de un guerrero ebrio!”
"¡O mujer encantadora, cuya frente semejante al planeta Zohra, excita la envidia de las bellezas de la China! El contenido de tu carta aviva las heridas de mi corazón aislado, que palpitará por ti mientras aparezcan granos de belleza en el rostro de la luna llena.
"En mis heridas ha caído una chispa de tu corazón, y el relámpago de mi deseo ha brillado sobre tus mieses. Sólo quien ama conoce el encanto que se experimenta en consumirse. Y heme aquí como un pollo a medio degollar que se arrastra por el suelo día y noche, y no tardará en perecer si no se le remata pronto.
"¡Oh Cara de Lirio! no cae sobre tu rostro el velo, sino que tú misma eres ese velo para ti misma. Sal de ese velo y avanza. Porque es el corazón cosa admirable, y no obstante su exigüidad, el Creador ha establecido en él Su morada.
"Pero ¡oh encantadora! no debo hablar con más claridad ni confiar más secretos a mi cálamo, ya que no debe admitirse el cálamo en el harén de los secretos de amantes".
Luego el príncipe Nurgihán dobló la carta de amor, la puso el sello de sus ojos, y se la entregó a la joven portadora, encargándole que dijera de viva voz a su señora Cara de Lirio las cosas delicadas que no había podido expresar él por escrito. Y la favorita partió sin tardanza y llegó a presencia de su señora.
Y la encontró sentada, con sus ojos de narciso lánguido, y cada una de sus pestañas habíase convertido en una fuente...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 959ª noche

Ella dijo:
... Y la encontró sentada, con sus ojos de narciso lánguido, y cada una de sus pestañas habíase convertido en una fuente. Y la abordó sonriendo, y le dijo: "¡Oh rosa del zarzal de la alegría! ¡ojalá recaiga sobre mí la causa que te impulsa a lavar con lágrimas preciosas la flor de tu rostro, de modo que estés siempre satisfecha y risueña! He aquí que te traigo una buena noticia". Y le entregó la respuesta de Nurgihán, acompañándola de las explicaciones amables que le había dado para su señora el hermoso joven.
Y cuando Cara de Lirio se enteró de la carta y oyó de boca de su favorita las cosas delicadas que no había podido expresar por escrito el hermoso raptor Nurgihán, se levantó consolada, y permitió a sus doncellas que la arreglaran y la aderezaran y la vistieran.
Entonces aquellas jóvenes encantadoras pusieron a contribución toda su habilidad para hacer brillar a su señora. La peinaron y la perfumaron, pasando los peines por su cabellera con tanto arte, que el  almizcle de Tartaria evaporábase de envidia ante el buen olor que exhalaba ella, y los corazones bailaban en los pechos al ver la trenza espléndida que le caía hasta los riñones, trenzada como las palmas en los días de fiesta. Y le pusieron luego al talle un ceñidor de muselina roja, cada hilo del cual estaba tejido para cazar corazones. Después la envolvieron en una gasa rosa que dejaba ver el color del cuerpo, y en un calzón de amplitud real, de tejido más espeso, a propósito para subyugar al mundo. Y adornaron de perlas la raya que separaba sus cabellos, de modo que al verlo las estrellas de la Vía Láctea quedaron cubiertas de confusión. Y en su frente pusieron una brillante diadema, que la tornó tan brillante que podría creerse en la aparición de una nueva luna en el cielo. Y la dejaron tan bella y tan maravillosa, que cualquiera se quedaría, contemplándola, inmóvil de asombro como ante las pinturas de un muro. Pero aún la embellecía más su propia belleza que todos estos adornos.
Y cuando estuvo ataviada de tal suerte, se presentó con el corazón palpitante, entre los árboles del jardín, allí donde la sombra era más densa. Y al verla, Nurgihán desmayóse por el pronto, de tan violenta como era la sensación que experimentó. Pero en seguida, por obra del olor del suave aliento de Cara de Lirio, Nurgihán abrió los ojos, y se irguió en el apogeo de la dicha, contemplando a su amiga. Y por su parte, Cara de Lirio encontró al joven tan conforme a la imagen que se había grabado ella en la hoja de su corazón, que no había entre uno y otra ni un asomo de diferencia. Y separó el velo de la retención, y puso ante su bienamado cuanto le había llevado en calidad de presente: las perlas de sus dientes, los rubíes de sus labios, preferibles a pétalos de rosa, sus brazos de plata, el rayo de luna de su sonrisa, el oro de sus mejillas, el almizcle de su aliento, superior al almizcle de Tartaria, las almendras de sus ojos, el ámbar negro de sus bucles, la manzana de su barbilla, los diamantes de sus miradas y las treinta y seis posturas plásticas de su cuerpo virginal. Y el amor apretó sus ligaduras sobre los dos encantadores pechos y sobre las dos frentes jóvenes. Y nadie supo lo que aquella noche sucedió, en la espesura de la sombra, entre aquellos dos jóvenes hermosos.
Pero como el amor y el almizcle no pueden permanecer ocultos, los padres no tardaron en estar al corriente de lo que ocurría entre ambos amantes, y se apresuraron a unirlos por el matrimonio. Y su vida transcurrió con dicha, compartida entre el amor y el espectáculo de la rosa marina.
¡Loores a Alah, que hace florecer las rosas y unirse los corazones de los enamorados, al Todopoderoso, al Altísimo! Y la bendición y la plegaria para nuestro señor y soberano Mahomed, príncipe de los Enviados, y para todos los suyos, Amén.

domingo, septiembre 14, 2025

70 P4 Historia de Baibars y las contadas por los capitanes de policía - cuarta de cuatro partes

Hace parte de 

70 Historia de Baibars y las contadas por los capitanes de policía       
       70,1 Historia del primer capitán de policía
       70,2 Historia del segundo capitán de policía
       70,3 Historia del tercer capitán de policía
       70,4 Historia del cuarto capitán de policía
       70,5 Historia del quinto capitán de policía
       70,6 Historia del sexto capitán de policía
       70,7 Historia del séptimo capitán de policía
       70,8 Historia del octavo capitán de policía
       70,9 Historia del noveno capitán de policía
       70,10 Historia del décimo capitán de policía
       70,11Historia del undécimo capitán de policía
       70,12 Historia del duodécimo capitán de policía




Ir a la tercera parte

Pero cuando llegó la 951ª noche

Ella dijo:
... Y al punto la joven salió de su desmayo, y se incorporó a medias, y sonrió al joven príncipe, y le dijo: "¿Dónde estoy?" Y él la estrechó contra sí, y contestó: "¡Conmigo!" Y la besó, y se acostó con ella. Y permanecieron juntos cuarenta días y cuarenta noches en el límite de la satisfacción.
Luego se despidió él de ella, diciéndole: "Me voy, porque el visir de mi padre está esperando a la puerta. Le llevaré al palacio y volveré". Y bajó en busca del visir. Y salió con él y atravesó el jardín. Y salieron a su encuentro rosas blancas y jazmines. Y le conmovió aquel encuentro, y dijo al visir: "¡Mira! ¡Las rosas y los jazmines blancos tienen la blancura de las mejillas de Sittukhán! ¡Oh visir! ¡espera tres días más para que vaya yo a ver por segunda vez las mejillas de Sittukhán!"
Y subió, y se quedó tres días con Sittukhán, admirando sus mejillas, que eran como las rosas blancas y los jazmines. Luego bajó y se reunió con el visir, y continuó su paseo por el jardín en pos de la salida. Y salió a su encuentro el algarrobo de largos frutos negros. Y le conmovió mucho aquel encuentro, y dijo al visir: "¡Mira! ¡Las algarrobas son largas y negras como las cejas de Sittukhán! ¡oh visir! ¡espera aquí tres días más para que vaya yo a ver por segunda vez las cejas de  Sittukhán!"
Y subió, y se quedó tres días con ella, admirando sus hermosas cejas, largas y negras como dos algarrobas en la rama.
Luego bajó a reunirse con el visir, y continuó con él sus paseos por el jardín en pos de la salida. Y le salió al encuentro una fuente corriente que tenía un surtidor hermoso y solitario. Y le conmovió aquel encuentro, y dijo al visir: "¡Mira! ¡El surtidor de la fuente es como el talle de Sittukhán! ¡oh visir! ¡espera aquí tres días más para que vaya yo a ver por segunda vez el talle de Sittukhán!"
Y subió, y se quedó tres días con ella, admirando su talle, que se parecía al surtidor de la fuente.
Luego bajó a reunirse con el visir para continuar con él su paseo por el jardín en pos de la salida. Pero he aquí que, cuando la joven vió a su enamorado subir por tercera vez en seguida de bajar, se dijo "Voy a ir ahora a ver por qué se va y vuelve en seguida". Y bajó del pabellón y se quedó detrás de la puerta que daba al jardín, para verle partir. Y el príncipe, al volverse, la vió asomar la cabeza por la puerta.
Y retrocedió hasta ella, que estaba pálida y triste, y le dijo: "¡Sittukhán, Sittukhán! ¡ya no te veré más! ¡oh! ¡nunca más!" Y se marchó y salió con el visir para no volver más.
Entonces Sittukhán se dedicó a vagar por el jardín, llorando por sí misma y sintiendo no haber muerto realmente. Y mientras vagaba de aquel modo, vió que algo brillaba sobre el agua. Y lo recogió y vió que era un sortija soleimánica. Y frotó la cornalina grabada que estaba engarzada en ella, y al punto le dijo la sortija: "Heme aquí a tus órdenes. Habla, ¿qué quieres?" La joven contestó: "¡Oh sortija de Soleimán! deseo de ti un palacio al lado del palacio del príncipe que me ha amado, y dame una belleza mayor que mi belleza". Y la sortija le dijo: "¡Cierra los ojos y ábrelos!" Y la joven cerró los ojos, y cuando los abrió, se encontró en un palacio magnífico erigido al lado del palacio del príncipe. Y se miró en el espejo, y quedó maravillada de su propia belleza.
Y fué a acodarse a la ventana en el momento en que pasaba por allá el príncipe a caballo. Y la vió sin reconocerla, y se fué enamorado. Y llegó al aposento de su madre, y le dijo: "¡Madre mía! ¿tienes alguna cosa muy hermosa para llevársela de regalo a la dama que se ha instalado en el nuevo palacio? ¿Y no podrías decirle al mismo tiempo: "¿Cásate con mi hijo?" Y su madre la reina le dijo: "Tengo dos piezas de brocado real. Iré a llevárselas y le haré la petición". El príncipe le dijo:  "Está bien. Llévaselas".
Y la madre del príncipe fué a la joven, y le dijo: "Hija mía, acepta este regalo, porque mi hijo desea casarse contigo". Y la joven llamó a su negra, y le dijo: "Toma estas dos piezas de brocado y haz con ellas rodillas para fregar las baldosas". Y la reina, enfadada, se fué en busca de su hijo, que le preguntó: "¿Qué te ha dicho, madre mía?" Ella contestó: "¡Ha dado a la esclava las dos piezas de brocado de oro y le ha ordenado que con ellas haga rodillas para fregar la casa!" El joven le dijo: "Te lo suplico, madre mía, ¿no tienes algo más precioso que puedas llevarle? Porque estoy enfermo de amor por sus ojos". La madre le dijo: "Tengo un collar de esmeraldas sin tara ni mácula". El príncipe le dijo: "Está bien. Pues llévaselo".
Y la madre del príncipe subió a ver a la joven, y le dijo: "Acepta de nosotros este regalo, hija mía, que mi hijo desea casarse contigo". Y la joven contestó: "Tu regalo queda aceptado, ¡oh señora!" Y llamó a la esclava y le dijo: "¿Han comido los pichones o todavía no?" La esclava contestó: "Todavía no, "¡ya setti!" La joven le dijo: "¡Entonces toma estos granos de esmeralda y dáselos a los pichones para que coman y se refresquen con ellos!"
Al oír estas palabras, la madre del príncipe dijo a la joven: "¡No nos humilles, hija mía! Te ruego solamente que me digas si quieres casarte con mi hijo o no". Ella contestó: "Si quieres que me case con tu hijo, dile que se haga pasar por muerto, envuélvele en siete sudarios, condúcele por la ciudad, y di a las gentes que no le entierren en más sitio que en el jardín de mi palacio".
Y la madre del príncipe dijo: "Está bien. Voy a exponer tus condiciones a mi hijo".
Y fué a decir a su hijo: "¡No puedes figurarte lo que pretende! Exige que, si quieres casarte con ella, te hagas pasar por muerto, que se te envuelva en siete sudarios, que se te conduzca por la ciudad con cortejo fúnebre y que te lleven a su casa para enterrarte. Y entonces se casará contigo". Y él contestó: "¿No es nada más que eso, madre mía? Entonces, desgarra tus vestiduras, grita y di: "¡Ha muerto mi hijo!"
Y la madre del príncipe se desgarró las vestiduras, y gritó con voz tan aguda como lamentable: "¡Qué calamidad la mía! ¡ha muerto mi hijo!"
Entonces, al oír el grito, todas las gentes del palacio acudieron y vieron al príncipe tendido en tierra como los muertos, y a su madre en un estado lamentable. Y cogieron el cuerpo del difunto, lo lavaron y lo metieron en siete sudarios. Luego se congregaron los lectores del Korán y los jeiques, y salieron en cortejo delante del cuerpo, cubierto de chales preciosos. Y después de conducir por toda la ciudad al muerto, fueron a depositarlo en el jardín de la joven, con arreglo a sus deseos. Allí lo dejaron, y se marcharon por su camino.
Cuando no quedó ya nadie en el jardín, la joven, que en otro tiempo había muerto a consecuencia de una brizna de lino, y que por sus mejillas se parecía a las rosas blancas y a los jazmines, por sus cejas a las algarrobas en la rama y por su talle al surtidor de la fuente, se inclinó sobre el príncipe amortajado con los siete sudarios. Y cuando le hubo quitado el séptimo sudario, le dijo: "¿Cómo? ¿eres tú? ¡Conque tu pasión por las mujeres te ha llevado a dejarte amortajar con siete sudarios!"
Y el príncipe quedó lleno de confusión, y se mordió un dedo, y se lo arrancó de vergüenza. Y ella le dijo: "Pase por esta vez". "Y vivieron juntos, amándose y deleitándose"
Y al oír esta historia, el sultán Baibars dijo al capitán Gelal Al-Din: "¡Ualahi, ua telahi, me parece que esto es lo más admirable que he oído!".
Entonces avanzó entre las manos del sultán Baibars el décimo capitán de policía, que se llamaba Helal Al-Din, diciendo: "¡Tengo que contar una historia que es hermana mayor de las anteriores!"
Y dijo:


HISTORIA CONTADA POR EL DÉCIMO CAPITÁN DE POLICÍA

"Había una vez un rey que tenía un hijo llamado Mohammad. Y el tal hijo dijo un día a su padre: "Quiero casarme". Y su padre le contestó: "Está bien. Espera a que vaya tu madre a los harenes para ver las jóvenes casaderas que hay y hacer la petición en tu nombre". Pero el hijo del rey dijo: "No, padre mío; quiero buscar novia con mis propios ojos, viendo a la joven". Y el rey contestó: "Está bien".
Entonces montó el joven en su caballo, que era hermoso como un animal feérico, y salió de viaje.
Y al cabo de diez días de viajar, encontró a un hombre sentado en un campo y ocupado en cortar puerros, mientras su hija, una jovenzuela, los ataba. Y el príncipe, después de las zalemas, se sentó junto a ellos, y dijo a la joven: "¿Tienes un poco de agua?" Ella contestó: "La tengo". El dijo: "Dámela a beber". Y ella se levantó y le trajo el cantarillo. Y bebió él.
Y he aquí que le gustó la joven, y dijo al padre: "¡Oh jeique ¿me darás en matrimonio a esta hija tuya?" El jeique contestó: "Somos tus servidores". Y el príncipe le dijo: "Está bien, ¡oh jeique! Quédate aquí con tu hija, mientras yo regreso a mi país a buscar lo necesario para la boda, y vuelvo".
Y el príncipe Mohammad fué a ver a su padre, y le dijo: "¡Me he hecho novio de la hija del sultán de los puerros!" Y su padre le dijo: "¿Es que los puerros tienen ahora un sultán?"
El joven contestó:
"¡Sí, y quiero casarme con su hija!" Y el rey exclamó: "¡Loores a Alah, ¡oh hijo mío! que ha dado un sultán a los puerros!" Y añadió: "Ya que te gusta la hija, espera por lo menos a que vaya tu madre al país de los puerros para ver el puerro padre, y a la puerra madre, y a la puerra hija".
Y dijo el príncipe Mohammad: "Está bien".
Y su madre fué, pues, al país del padre de la joven, y se encontró con que la que su hijo le había dicho que era la hija del sultán de los puerros era una jovenzuela de todo punto encantadora y hecha verdaderamente para ser esposa de un hijo de rey. Y le plugo en extremo; y la besó, y le dijo: "¡Querida, soy la reina madre del príncipe a quien has visto, y vengo para casarte con él!" Y la joven dijo: "¿Cómo? ¿tu hijo es hijo del rey?" La reina contestó: "¡Sí, mi hijo es hijo del rey, y yo soy su madre!" Y la joven dijo: "Entonces no me casaré con él". La reina preguntó "¿Y por qué?" La joven le dijo: "¡Porque no me casaré más que con un hombre de oficio!"
Entonces la reina se marchó enfadada, y dijo a su esposo: "¡La joven del país de los puerros no quiere casarse con nuestro hijo!" El rey preguntó: "¿Por qué?". La reina dijo: "Porque no quiere casarse más que con un hombre que tenga en la mano un oficioEl rey dijo: "Tiene razón". Pero el príncipe cayó enfermo al saberlo.
Entonces el rey se levantó y mandó buscar a todos los jeiques de las corporaciones; y cuando estuvieron todos entre sus manos, dijo al primero, que era el jeique de los carpinteros: "¿En cuánto tiempo enseñarías tu oficio a mi hijo?". El otro contestó: "Nada más que en dos años, pero no en menos". El rey dijo: "Está bien. ¡Échate a un lado!". Luego se encaró con el segundo, que era el jeique de los herreros, y le dijo: "¿En cuánto tiempo enseñarías tu oficio a mi hijo?". El otro contestó: "Necesito un año, día tras día". El rey le dijo: "Está bien. ¡Échate a un lado!" Y de tal suerte interrogó a todos los jeiques de las corporaciones, que exigieron unos un año, otros dos, y otros tres o hasta cuatro años. Y no sabía el rey por cuál decidirse, cuando vió que detrás de todos alguien saltaba y se inclinaba, y hacía señas con los ojos y con el dedo alzado. Y le llamó, y le preguntó: "¿Por qué te estiras y te agachas?" El aludido contestó: "Para hacerme notar por nuestro amo el sultán, pues soy pobre, y los jeiques de las corporaciones no me han advertido de su llegada aquí. Y yo soy tejedor, y enseñaré mi oficio a tu hijo en una hora de tiempo".
Entonces el rey despidió a todos los jeiques de las corporaciones, y retuvo al tejedor, y le llevó seda de diferentes colores y un telar, y le dijo: "Enseña tu arte a mi hijo". Y el tejedor se encaró con el príncipe, que se había levantado, y le dijo: "¡Mira! yo no voy a decirte: "¡Hazlo de este modo, y hazlo de este otro!", no; yo te digo: "¡Abre tus ojos y observa! Y mira cómo van y vienen mis manos". Y en nada de tiempo el tejedor tejió un pañuelo, en tanto que el príncipe le miraba atentamente. Luego dijo a su aprendiz. "Acércate ahora y haz un pañuelo como éste". Y el príncipe se puso al telar, y tejió un pañuelo espléndido, dibujando en la trama el palacio y el jardín de su padre...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 952ª noche

Ella dijo:
... Y el príncipe se puso al telar, y tejió un pañuelo espléndido, dibujando en la trama el palacio y el jardín de su padre.
Y el hombre cogió los dos pañuelos y subió al aposento del rey y le dijo: "¿Cuál de estos dos pañuelos es obra mía y cuál es obra de tu hijo?". Y el rey, sin vacilar, mostró con el dedo el de su hijo, señalando el hermoso dibujo del palacio y del jardín, y dijo: "¡Este es obra tuya y el otro es también obra tuya!" Pero el tejedor exclamó: "Por los méritos de tus gloriosos antecesores, ¡oh rey! que el pañuelo más hermoso es obra de tu hijo, y éste, el feo, es obra mía".
Entonces el rey, maravillado, nombró al tejedor jeique de todos los jeiques de las corporaciones, y le despidió contento. Tras de lo cual dijo a su esposa: "Coge el pañuelo obra de nuestro hijo, y ve a enseñárselo a la hija del sultán de los puerros, diciéndole: "Mi hijo tiene el oficio de tejedor en seda".
Y la madre del príncipe cogió el pañuelo y fué a ver a la joven, y le enseñó el pañuelo, repitiéndole las palabras del rey. Y la joven se maravilló del pañuelo, y dijo: "Ahora me casaré con tu hijo".
Y los visires del rey cogieron al Kadí y fueron a hacer el contrato de matrimonio. Y se celebraron las bodas. Y el príncipe penetró en la jovenzuela del país de los puerros, y tuvo de ella hijos que todos llevaban en los muslos la marca del puerro. Y cada uno de ellos aprendió un oficio. Y vivieron todos contentos y prosperando.
¡Pero Alah es más sabio!"

Luego dijo el sultán Baibars: "Esa historia de la hija del sultán de los puerros me ha gustado por su hermosa moraleja. Pero ¿no hay entre vosotros nadie que tenga todavía que contarme algo?" Entonces avanzó otro capitán de policía, que era el undécimo, y se llamaba Salah Al-Din. Y después de besar la tierra entre las manos del sultán Baibars, dijo: "¡He aquí mi historia!"

HISTORIA CONTADA POR EL UNDÉCIMO CAPITÁN DE POLICÍA

"Una vez le aconteció a un sultán que le naciera un hijo al mismo tiempo que una yegua de raza de las caballerizas reales echaba al mundo un potro. Y dijo el rey: "El potro que ha salido está escrito en la suerte de mi hijo recién nacido, y le pertenece en propiedad".
Cuando el niño se hizo mayor y avanzó en edad, murió su madre: y el mismo día murió la madre del potro.
Y pasaron los días, y el sultán se casó con otra mujer, a quien escogió entre las esclavas de palacio. Y llevaron al muchacho a la escuela, sin velar ya por él y sin quererle. Y cada vez que el huérfano de madre volvía de la escuela, entraba a ver a su caballo, le acariciaba, le daba de comer y de beber y le contaba sus penas y su abandono. Y he aquí que la esclava con quien el sultán se había casado  tenía un amante que era un médico judío (¡maldito sea!). Y para entrevistarse se veían muy apurados ambos, precisamente a causa de la presencia de aquel huérfano de madre en el palacio. Y se preguntaron: "¿Qué hacer?" Y reflexionaron sobre el particular y decidieron envenenar al joven príncipe.
Por lo que a él respecta, cuando volvió de la escuela fué a ver a su caballo, como de ordinario. Y le encontró llorando. Y le dijo: acariciándole: "¿Por qué lloras, caballo mío?". Y el caballo le contestó: "Lloro porque vas a perder la vida". El príncipe preguntó: "¿Y quién quiere que pierda yo la vida?". El caballo contestó: "La mujer de tu padre y ese maldito médico judío" El príncipe preguntó: "¿Cómo es eso?" El caballo dijo: "Te han preparado un veneno que han extraído de la piel de un negro. Y te lo echarán en la comida. Ten cuidado de no probarla"
Y el caso es que, cuando el joven príncipe subió al aposento de la mujer de su padre, ella le puso delante la comida. Y él cogió la comida y a su vez la puso delante del gato de la mujer del rey, que maullaba por allí. Y antes de que pudiese impedirlo su ama, el gato se tragó la comida y murió inmediatamente. Y el príncipe se levantó y salió sin decir nada.
Y la mujer del rey y el judío se preguntaron: "¿Quién se lo ha podido decir?" Y se contestaron; "nadie, excepto su caballo". Entonces dijo la mujer: "Está bien". Y fingió ponerse mala, y el rey hizo ir al maldito judío, que era su médico, para que examinase a la reina. Y la examinó el judío, y dijo: "Su remedio consiste en un corazón de potro de una yegua de raza, de tal y cual color". Y dijo el rey: "No hay en mi reino más que un potro que reúna esas condiciones, y es el potro de mi hijo huérfano de madre". Y cuando el muchacho volvió de la escuela, le dijo su padre. "Tu tía la reina está enferma, y no hay para ella otro remedio que el corazón de tu potro hijo de la yegua de raza". El muchacho contestó: "No hay inconveniente. Pero ¡oh padre mío! todavía no he montado ni una sola vez en mi potro. Quisiera montarle antes, y en cuanto lo haga, le degollarán y le sacarán el corazón". Y dijo el rey: "Está bien". Y el joven príncipe montó en su caballo ante toda la corte, y le lanzó a galope por el meidán. Y galopando de tal suerte, desapareció a los ojos de los hombres. Y echaron a correr jinetes detrás de él, pero no le encontraron.
Y así llegó a otro reino que el de su padre, acercándose al jardín del rey de aquel reino. Y el caballo le dió un mechón de sus crines y un pedernal, y le dijo: "Si me necesitas, quema una de esas crines, y al punto estaré a tu lado. Ahora vale más que me retire, ante todo porque tengo que comer, y además, para no importunarte en tus encuentros con tu destino". Y se besaron y se separaron.
Y el joven príncipe fué en busca del jardinero mayor, y le dijo: "Soy extranjero aquí. ¿Me tomarás a tu servicio?" El jardinero le contestó: "Está bien. Precisamente necesito una persona que guíe al buey que da vueltas a la noria de regar". Y el joven príncipe fué a la noria y se puso a guiar al buey del jardinero.
Aquel día se paseaban por el jardín las hijas del rey, y la más joven vió al muchacho que guiaba al buey de la noria. Y el amor se albergó en su corazón. Y sin exteriorizar nada, dijo ella a sus hermanas: "Hermanas mías, hasta cuándo vamos a estar sin maridos? ¿Acaso nuestro padre quiere dejarnos agriar? Se nos va a revolver la sangre". Y sus hermanas le dijeron: "¡Es verdad! Vamos camino de agriarnos, y se nos va a revolver la sangre". Y se reunieron y fueron las siete en busca de su madre, y le dijeron: "¿Nos va a dejar agriarnos en su casa nuestro padre? Se nos va a revolver la sangre. ¿O va a buscarnos por fin maridos que impidan cosa tan terrible?".
Entonces la madre fué en busca del rey, y le habló en este sentido. Y el rey hizo pregonar públicamente que todos los jóvenes de la ciudad debían pasar por debajo de las ventanas del palacio, porque las princesas tenían que casarse. Y todos los jóvenes pasaron por debajo de las ventanas del palacio. Y cada vez que le gustaba uno a una de las hermanas, tiraba ella sobre él su pañuelo. Y de tal suerte encontraron esposo de su agrado seis de ellas, y se mostraron satisfechas.
Pero la hija pequeña no tiró su pañuelo sobre nadie. Y advirtieron de ello al rey, que dijo: "¿No queda nadie más en la ciudad?". Le contestaron: "No queda más que un muchacho pobre que da vueltas a la noria del jardín". Y dijo el rey: "A pesar de todo, es preciso que venga, aunque sé que no va a escogerlo mi hija". Y fueron a buscarle, y le llevaron debajo de las ventanas del palacio. Y he aquí que sobre él cayó recto el pañuelo de la joven. Y la casaron con él. Y el rey, padre de la joven, cayó enfermo de pena.
Y se congregaron los médicos y le recetaron, como régimen y remedio, que bebiera leche de osa contenida en un odre de piel de osa virgen. Y dijo el rey: "Fácil es. Tengo seis yernos que son heroicos jinetes, y no se parecen en nada al maldito del séptimo, que es el boyero de la noria. ¡Id a decirles que me traigan esa leche!".
Entonces los seis yernos del rey montaron en sus hermosos caballos y salieron en busca de la consabida leche de osa. Y el muchacho casado con la hija menor montó en un mulo cojo y salió también mientras se burlaba de él todo el mundo. Y cuando llegó a un paraje retirado, golpeó el pedernal y quemó uno de los pelos. Y apareció su caballo, y se besaron. Y el muchacho le pidió lo que tenía que pedirle.
Al cabo de cierto tiempo volvieron de su expedición los seis yernos del rey, llevando consigo un odre de piel de osa lleno de leche de osa. Y se lo entregaron a la reina, madre de sus esposas, diciéndole: "¡Lleva esto a nuestro tío el rey!". Y la reina llamó con las manos, y subieron los eunucos, y les dijo: "Dad esta leche a los médicos para que la examinen". Y los médicos examinaron la leche, y dijeron: "Es leche de osa vieja, y está en un odre de piel de osa vieja. Sólo nocivo puede ser para la salud del rey".
Y he aquí que de nuevo subieron los eunucos al aposento de la reina, y le entregaron otro odre, diciendo: "¡Este odre de leche nos lo acaba de entregar un adolescente que va a caballo y es más hermoso que el ángel Harut!". Y la reina les dijo: "Llévaselo a los médicos para que lo examinen". Y los médicos examinaron continente y contenido, y dijeron: "He aquí lo que buscábamos. Es leche de osa joven en una piel de osa virgen". Y se la dieron a beber al rey, que curó en aquella hora y en  aquel instante, y dijo: "¿Quién ha traído este remedio?". Le contestaron: "Un adolescente que venía a caballo, y es más hermoso que el ángel Harut". El rey dijo: "Que vayan a entregarle de mi parte el  anillo del reino y que le hagan sentarse en mi trono. Luego me levantaré y haré divorciarse a mi hija menor del mozo de la noria.
Y la casaré con ese adolescente que me ha hecho volver del país de la muerte". Y se ejecutaron sus órdenes.
Luego se levantó el rey y se vistió y fué a la sala del trono. Y cayó a los pies del hermoso adolescente sentado en el trono, y se los besó. Y vió junto a él a su hija menor sonriendo. Y le dijo: "¡Bien, hija mía! ¡Ya veo que te has divorciado del mozo de la noria, y que has fijado libremente tu elección en este adolescente, que es más hermoso que el ángel Harut". Y ella le dijo: "Padre mío, el mozo de la noria, el adolescente que te ha traído la leche de osa virgen y el que ahora está sentado en el trono del reino no son más que una sola y misma persona".
Y el rey quedó asombrado al oír estas palabras, y se encaró con el adolescente real, y le preguntó: "¿Es verdad lo que dice?". El interpelado contestó: "¡Sí, es verdad! ¡Y si no me quieres por yerno, fácil es remediarlo, porque tu hija todavía está virgen!". Y el rey le besó y le estrechó contra su corazón. Luego hizo celebrar sus nupcias con la joven. Y al llegar la penetración, el adolescente se portó tan bien, que impidió para siempre a su joven esposa agriarse y tener la sangre revuelta.
Tras de lo cual regresó con ella al reino de su padre a la cabeza de un ejército numeroso. Y se encontró con que su padre había muerto, y que la mujer de su padre dirigía los asuntos del reino, de acuerdo con aquel maldito médico judío. Entonces los hizo prender a ambos, y los empaló encima de una hoguera. Y se consumieron en el palo. ¡Y se acabó lo concerniente a ellos!
¡Loores a Alah, que vive sin consumirse nunca!".

Y el sultán Baibars, al oír esta historia del capitán Salah Al-Din, dijo: "¡Qué lástima que no quede ya nadie que me cuente historias parecidas a ésta!". Entonces avanzó el duodécimo capitán de policía, llamado Nassr Al-Din, quien, tras de los homenajes al sultán Baibars, dijo: "Yo no he dicho nada todavía, ¡oh rey del tiempo! ¡Y por cierto que después de mí nadie dirá ya nada, porque nada habrá que decir ya!". Y Baibars se puso contento, y dijo: "¡Da lo que tienes!". Entonces dijo el capitán:

HISTORIA CONTADA POR EL DUODÉCIMO CAPITÁN DE POLICÍA

"Se cuenta -pero ¿hay otra ciencia que la de Alah?- que había en la tierra un rey. Y este rey estaba casado con una reina estéril. Un día fué a ver al rey un maghrebín, y le dijo: "Si te doy un remedio para que tu mujer conciba y para cuando quiera ¿me darás tu primer hijo?" Y el rey contestó: "Está bien, te le daré". Entonces el maghrebín dió al rey dos confites, uno verde y otro rojo, y le dijo: "Tú te comerás el verde, y tu mujer se comerá el rojo. Y Alah hará lo demás". Luego se marchó.
Y el rey se comió el confite verde, y dió el confite rojo a su mujer, que se lo comió. Y quedó encinta y parió un hijo, al que llamaron Mahomed (¡sea la bendición con este nombre!). Y el niño empezó a crecer y a desarrollarse, inteligente en las ciencias y dotado de hermosa voz.
Después la reina parió un segundo hijo, al que llamaron Alí, y que empezó a criarse torpe e inhábil para todo. Tras de lo cual aún quedó ella encinta, y parió un tercer hijo, llamado Mahmud, que empezó a crecer y a desarrollarse idiota y estúpido.
Al cabo de diez años, el maghrebín fué a ver al rey y le dijo: "Dame a mi hijo". Y dijo el rey: "Está bien". Y fué al aposento de su esposa, y le dijo: "Ha venido el maghrebín a pedirnos nuestro hijo mayor". Y ella contestó: "¡Jamás! Démosle a Alí el torpe". Y dijo el rey: "Está bien". Y llamó a Alí el torpe, le cogió de la mano, y se lo dió al maghrebín, que se lo llevó y se fué.
Y anduvo con él por los caminos, en medio del calor, hasta mediodía. Luego le preguntó: "¿No tienes hambre ni sed?". Y el muchacho contestó: "¡Por Alah, vaya una pregunta! ¿Cómo quieres que después de media jornada pasada sin comer ni beber, no tenga hambre ni sed?". Entonces el maghrebín hizo: "¡Hum!". Y cogió al chico de la mano y se lo llevó a su padre, diciéndole: "Este no es mi hijo". Y el rey le preguntó "¿Y cuál es tu hijo?". El otro contestó: "Déjamelos ver a los tres y yo cogeré a mi hijo". Entonces el rey llamó a sus tres hijos. Y el maghrebín extendió la mano y cogió a Mahomed, el mayor, que era precisamente el inteligente, el dotado de hermosa voz. Luego se marchó.
Y caminó con él media jornada, y le dijo: "¿Tienes hambre? ¿Tienes sed?". Y el Avispado contestó: "Si tú tienes hambre o sed, yo también tendré hambre y sed". Y el maghrebín le besó, y le dijo: "Muy bien dicho, Avispado. Verdaderamente, eres mi hijo".
Y le condujo a su país, en el fondo del Maghreb, y le hizo entrar en un jardín, donde le dió de comer y de beber. Tras de lo cual le llevó un libro mágico, y le dijo: "Lee en este libro". Y el muchacho cogió el libro y lo abrió; pero no supo descifrar ni una palabra siquiera. Y el maghrebín se enfadó, y le dijo: "¿Cómo? ¿eres mi hijo, y no sabes descifrar este libro mágico? Por Gogg y Magogg, y por el fuego de los astros giratorios, que como en un mes de treinta días no te sepas de memoria este libro entero, te cortaré el brazo derecho" Luego le dejó y salió del jardín.
Y el muchacho cogió el libro y se aplicó en su lectura durante veintinueve días. Pero, al cabo de este tiempo, aún no sabía cómo había que ponerlo para leerlo. Entonces se dijo: "Ya que no me queda más que un día, muerto por muerto voy a ir a pasearme al jardín antes que continuar agujereándome los ojos sobre este libro mágico".
Y se adelantó profundamente entre los árboles del jardín, y de pronto vió delante de él a una joven colgada por los cabellos. Y se apresuró a liberarla. Y ella le besó, y le dijo: "Soy una princesa caída en poder de ese maghrebín. Y me ha colgado porque no me he aprendido de memoria el libro mágico". Entonces dijo él: "También yo soy hijo de rey. Y el maghrebín me ha dado el libro mágico para que me lo aprenda de memoria en treinta días; y no falta para mi muerte más que el día de mañana". Y dijo la joven: "Voy a enseñarte el libro mágico; pero, cuando venga el maghrebín, dile que no te lo has aprendido".
"Acto seguido sentóse ella al lado de él, le besó mucho y le enseñó el libro mágico...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 953ª noche

Ella dijo:
"… Acto seguido, sentóse ella al lado de él, le besó mucho y le enseñó el libro mágico. Luego le dijo: "Es preciso que me cuelgues como estaba". Y él obedeció: Y llegó el maghrebín al final del trigésimo día, y dijo al muchacho: "Recita el libro mágico". El chico contestó: "¿Cómo voy a recitarlo si no he descifrado ni una palabra?" Y el maghrebín al punto le cortó el brazo derecho, y le dijo: "Todavía tienes un plazo de treinta días. Si al cabo de ese tiempo no te sabes el libro mágico, haré volar tu cabeza". Luego se marchó.
Y el muchacho fué en busca de la joven por entre los árboles, llevando en su mano izquierda su brazo derecho cortado. Y la libertó. Y ella le dijo: "Aquí tiene tres hojas de una planta que he encontrado, mientras el maghrebín la está buscando desde hace cuarenta años a fin de completar su conocimiento de los capítulos de la magia. Aplícatelas en los muñones de tu brazo, y sanará". Y así lo hizo el muchacho. Y se le quedó el brazo como estaba antes.
Hecho lo cual, la joven frotó otra hoja, leyendo el libro mágico. Y al instante salieron de la tierra dos camellos de carrera, y se arrodillaron para recibirlos. Y dijo ella al muchacho: "Volvamos cada cual a casa de nuestros padres. ¡Después irás tú al palacio de mi padre, que está en tal paraje y en tal país, a pedirme en matrimonio!".
Y le besó amablemente. Y tras de su recíproca promesa, cada cual se marchó por su lado.
Y Mahomed llegó a casa de sus padres al galope formidable de su camello. Pero no les dijo nada de lo que le había sucedido. Solamente entregó el camello al eunuco mayor, diciéndole: "Ve a venderle en el mercado de las acémilas; pero ten cuidado de no vender la cuerda que lleva al hocico". Y el eunuco cogió al camello por la cuerda, y fué al mercado de las acémilas.
Entonces se presentó un vendedor de haschisch que quiso comprar el camello. Y tras de largos debates y regateos, se lo compró al eunuco por un precio muy módico, pues generalmente los eunucos no conocen el oficio de la venta y de la compra. Y para rematar el negocio, le vendió con la cuerda.
Y el vendedor de haschisch llevó al camello ante su tienda, y lo dejó admirar por sus clientes acostumbrados, los comedores de haschisch. Y fué en busca de un cubo de agua para dar de beber al camello, poniéndoselo delante, en tanto que los haschachín miraban, riendo hasta el fondo del gaznate. Y el camello metió sus dos patas delanteras en el cubo. Y entonces el vendedor de haschisch le pegó, gritándole: "Recula, ¡oh alcahuete!". Y al oír esto, el camello levantó sus otras dos patas, y se sumergió de cabeza en el agua del cubo, y no volvió a aparecer.
Al ver aquello, el vendedor de haschisch se golpeó las manos una contra otra y se puso a gritar: "¡Oh musulmanes! ¡socorro! ¡que el camello se ha ahogado en el cubo! ". Y mientras gritaba así, mostraba la cuerda que se le había quedado en las manos.
Y se reunió gente de todos los puntos del zoco, y le dijeron: "Cállate, ¡oh hombre! ¡estás loco! ¿Cómo va a ahogarse un camello en un cubo?" El vendedor de haschisch le contestó: "¡Marchaos! ¿Qué hacéis aquí? Os digo que se ha ahogado de cabeza en el cubo. ¡Y aquí está su cuerda, que se me ha quedado en las manos! Preguntad a los honorables que están sentados en mi casa, a ver si digo la verdad o si miento". Pero los mercaderes sensatos del zoco le dijeron: "Tú y los que están en tu casa no sois más que haschachín sin crédito".
Mientras disputaban de tal suerte, el maghrebín, que había advertido la desaparición del príncipe y de la princesa, fué presa de un furor sin límites, y se mordió un dedo y se lo arrancó, diciendo: "¡Por Gogg y por Magogg, y por el fuego de los astros giratorios, que los atraparé, aunque estén en la séptima tierra!". Y corrió primero a la ciudad del Avispado; y entró precisamente en el fragor de la disputa entre los haschachín y las gentes del zoco. Y oyó hablar de cuerda y de camello y de cubo que había servido de mar y de tumba; y se acercó al vendedor de haschisch y le dijo: "¡Oh padre! ¡si has perdido tu camello, estoy dispuesto a indemnizarte de él, por Alah! Dame lo que de él te queda, o sea esa cuerda, y te daré lo que te ha costado, más cien dinares de propina para ti". Y quedó ultimado el trato en aquella hora y en aquel instante. Y el maghrebín cogió la cuerda del camello, y se marchó, saltando de alegría.
Y he aquí que aquella cuerda tenía el poder de atraer. Y el maghrebín no necesitó más que mostrársela de lejos al joven príncipe, para que éste fuese al punto por sí mismo a engancharse la cuerda a su propia nariz. Y en seguida quedó convertido en camello de carrera, y se arrodilló ante el maghrebín, que se le montó al lomo.
Y el maghrebín le guió en dirección a la ciudad donde habitaba la princesa. Y pronto llegaron al pie de los muros del jardín que rodeaba el palacio del padre de la joven. Pero en el momento en que el maghrebín manejaba la cuerda para que se arrodillase el camello y apearse, el Avispado pudo atrapar la cuerda con los dientes, y la cortó por la mitad. Y el poder que tenía la cuerda se destruyó con aquel corte.
Y el Avispado, para escapar del maghrebín, se convirtió en una granada grande, y bajo aquella forma, fué a colgarse de un granado en flor. Entonces el maghrebín entró a ver al sultán, padre de la princesa, y después de las zalemas y cumplimientos, le dijo: "!Oh rey del tiempo! vengo a pedirte una granada, porque la hija de mi tío está encinta, y su alma desea vivamente una granada. Y ya sabes el pecado que se comete al no satisfacer los antojos de una mujer encinta". Y el rey se asombró de la petición, y contestó: "¡Oh hombre! la estación actual no es la estación de las granadas, y los granados de mi jardín no han florecido hasta ayer". El maghrebín dijo: "Oh rey del tiempo! ¡si no hay granadas en tu jardín córtame la cabeza!".
Entonces el rey llamó a su jardinero mayor, y le preguntó: "¿Es verdad ¡oh jardinero! que hay ya granadas en mi jardín?". Y el jardinero contestó: "¡Oh mi señor! ¿es la estación de las granadas la estación actual?". Y el rey se encaró con el maghrebín, y le dijo: "Vaya, has perdido la cabeza...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 954ª noche

Ella dijo:
... Y el rey se encaró con el maghrebín, y le dijo: "Vaya, has perdido la cabeza". Pero el maghrebín contestó: "¡Oh rey! antes de hacer volar mi cabeza, da al jardinero orden de que vaya a mirar los granados". Y dijo el rey: "Está bien". E hizo una seña al jardinero para que fuera a ver en los árboles si había o no granadas tempranas. Y el jardinero bajó al jardín, y en un granado vió una granada tan gorda que no tenía igual entre todas las granadas conocidas. Y la cogió, y fué a llevársela al rey.
Y el rey cogió la granada y se asombró prodigiosamente; y no supo si guardarla para sí o entregársela a aquel hombre que la reclamaba para su mujer, atormentada por los antojos propios del embarazo.
Y dijo al visir: "¡Oh visir mío! ¡quisiera comerme esta granada tan hermosa! ¿Qué te parece?" Y el visir le contestó: "¡Oh rey! si no se hubiese encontrado la granada, ¿no habrías cortado la cabeza al maghrebín?". El rey dijo: "¡Claro que sí!" Y el visir dijo: "Entonces, la granada le pertenece por derecho".
Y el rey entregó por su propia mano la granada al maghrebín, pero, en cuanto la tocó el maghrebín, la granada estalló, y todos los granos saltaron y se esparcieron en todas las direcciones. Y el maghrebín se dedicó a recogerlos uno a uno hasta el último, que había caído en un agujerito, al pie del trono del rey. En aquel grano se escondía la vida de Mahomed el Avispado. Y el maghrebín estiró el cuello hacia aquel grano, y tendió la mano para cogerlo y aplastarlo. Pero de pronto salió del grano un puñal, y clavó su hoja cuan larga era en el corazón del maghrebín. Y murió éste al instante, escupiendo con su sangre su alma descreída.
Y el joven príncipe Mahomed apareció con su hermosura, y besó la tierra entre las manos del rey. Y en aquel preciso momento entró la joven, y dijo: "He aquí al joven que desató del árbol mis cabellos cuando estaba yo colgada". Y dijo el rey: "Ya que este joven es quien te ha desatado, no puedes dejar de casarte con él". Y dijo la joven: "Está bien". Y se celebró su boda como era debido. Y su noche fué bendita entre todas las noches.
Y desde entonces vivieron juntos, contentos y prosperando, y tuvieron una descendencia de hijos e hijas. Y se acabó.
"¡Gloria al Solo, al único que no tiene fin ni principio!".
Así habló el duodécimo capitán de policía, que se llamaba Nassr Al-Din. Y era el último. Y el sultán Baibars se tambaleó al oír el relato; y su contento llegó a los límites extremos. Y para demostrar a sus capitanes de policía el gusto que sentía, les nombró a todos chambelanes de palacio, con emolumentos de mil dinares al mes por cuenta del tesoro del reino. Y los tuvo como compañeros de copa, y no se separó de ellos ni en tiempo de guerra ni en tiempo de paz. Sea con todos ellos la misericordia del Altísimo!

70 P3 Historia de Baibars y las contadas por los capitanes de policía - tercera de cuatro partes

Hace parte de 

70 Historia de Baibars y las contadas por los capitanes de policía       
       70,1 Historia del primer capitán de policía
       70,2 Historia del segundo capitán de policía
       70,3 Historia del tercer capitán de policía
       70,4 Historia del cuarto capitán de policía
       70,5 Historia del quinto capitán de policía
       70,6 Historia del sexto capitán de policía
       70,7 Historia del séptimo capitán de policía
       70,8 Historia del octavo capitán de policía
       70,9 Historia del noveno capitán de policía
       70,10 Historia del décimo capitán de policía
       70,11Historia del undécimo capitán de policía
       70,12 Historia del duodécimo capitán de policía




Ir a la segunda parte


Pero cuando llegó la 946ª noche

Ella dijo:
... Y se colgaron junto a la piel del piojo cuarenta pieles de hijos de Adán.
Entonces pasó un joven que era tan hermoso como la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar. Y preguntó a la gente: "¿A qué obedece esta aglomeración delante del palacio?"
Y le contestaron: "¡El que sepa de quién es esta piel se casará con la hija del rey!" Y el joven se acercó al visir, al portaalfanje y al jeique de los escribas, que estaban sentados bajo la piel, y les dijo: "¡Yo os diré qué piel es ésa!" Y le contestaron: "Está bien". El les dijo: "Es la piel de un piojo crecido en aceite".
Y ellos le dijeron: "¡Es verdad! Entra, ¡oh bravo! y haz el contrato de matrimonio en el aposento del rey". Y entró él a presencia del rey, y le dijo: "Es la piel de un piojo crecido en aceite". Y el rey dijo: "¡Es verdad! ¡Extiéndase el contrato de matrimonio de este bravo con mi hija Dalal!
Y se extendió el contrato en aquella hora y en aquel instante. Y se celebraron las bodas. Y el joven canopeano penetró en la cámara nupcial, y gozó a la virgen Dalal. Y Dalal quedó muy contenta en los brazos del joven que era hermoso como la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar.
Y estuvieron juntos en palacio cuarenta días, al cabo de los cuales entró el joven en el aposento del rey y le dijo: "Soy hijo de un rey y sultán, y quisiera llevarme a mi esposa y partir para el reino de mi padre, y quedarme en nuestro palacio". Y tras de insistir por retenerle todavía algún tiempo, el rey acabó por decirle: "Está bien". Y añadió: "Mañana, hijo mío, te daremos regalos, esclavos y eunucos". Y el joven contestó: "¿Para qué? Tenemos muchos, y no quiero nada más que a mi esposa Dalal".
Y el rey le dijo: "Está bien. Llévatela, pues, y márchate. Pero también te ruego que también te lleves con ella a su madre, para que sepa su madre dónde vive su hija, y vaya a verla de cuando en cuando". El joven contestó: "¿Para qué vamos a fatigar inútilmente a su madre, una mujer de edad? Yo me comprometo a traer aquí a mi esposa cada mes para que la veáis todos". Y el rey dijo: "Taieb". Y el joven se llevó a su esposa Dalal y partió con ella para su país.
Pero aquel joven tan hermoso no era otra cosa que un ghul entre los ghuls, y de la especie más peligrosa. Y llevó a Dalal a su casa, que estaba situada en soledad, en la cima de una montaña. Luego fué a batir el campo, a salir a los caminos, a hacer abortar a las mujeres encinta, a producir miedo a las viejas, a aterrar a los niños, a aullar con el viento, a ladrar a las puertas, a chillar en la noche, a frecuentar las ruinas antiguas, a sembrar maleficios, a gesticular en las tinieblas, a visitar las tumbas, a husmear muertos, y a cometer mil atentados y a provocar mil calamidades. Tras de lo cual volvió a tomar su apariencia de joven, y puso en manos de su esposa Dalal una cabeza de hijo de Adán, diciéndole: "Toma esta cabeza, Dalal, cuécela al horno, y pártela en pedazos para que nos la comamos juntos". Y ella le contestó: "Pero si es la cabeza de un hombre! Yo no las como más que de carnero".
El dijo: "Está bien". Y fué a buscar para ella un carnero. Y ella lo mandó guisar y se lo comió.
Y continuaron viviendo completamente solos en aquella soledad, entregada sin defensa Dalal a aquel ogro joven, y el ogro entregándose a sus fechorías para volver luego a ella con señales de matanza, de violación, de carnicería y de asesinato.
Y al cabo de ocho días de aquella vida, el joven ghul salió y se transformó, tomando la apariencia y la cara de la madre de su esposa; y se puso vestidos de mujer; y fué a llamar a la puerta. Y Dalal miró por la ventana y preguntó: "¿Quién llama a la puerta?" Y el ghul contestó con la voz de la madre, y dijo: "¡Soy yo! abre, hija mía". Y ella bajó de prisa y abrió la puerta. Y en ocho días se había puesto delgada, pálida y desmejorada. Y el ghul, bajo la forma de la madre, le dijo, después de los abrazos: "¡Oh hija mía querida! he venido a tu casa, a pesar de la prohibición, porque nos hemos enterado de que tu marido es un ghul que te hace comer carne de hijos de Adán. ¡Ah! ¿Cómo te va, hija mía? Ahora tengo mucho miedo de que también te coma a ti. ¡Ven, y huye conmigo!" Pero Dalal, que no quería hablar mal de su marido, contestó: "Calla, ¡oh madre mía! ¡Aquí no hay ni ghul ni olor de ghul! ¡No digas esas cosas para perdición nuestra! Mi esposo es un hijo de rey, tan hermoso como la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar. Y me da de comer todos los días un carnero cebado".
Entonces la dejó el joven ghul con el corazón regocijado porque no había descubierto ella su secreto. Y recuperó su hermosa forma primitiva, y fué a llevarle un cordero, y a decirle: "¡Toma, manda guisarlo, Dalal! Ella le dijo: "Ha venido aquí mi madre. Yo no tengo la culpa. Y me ha dicho que te salude en su nombre". El contestó: "¡Verdaderamente, siento no haber venido un poco antes para encontrar a la abnegada esposa de mi tío!" Luego le dijo: "Te gustaría también ver a tu tía, la hermana de tu madre?" Ella contestó: "¡Oh! ¡sí! El le dijo: "Está bien. Mañana te la mandaré".
Y he aquí que al día siguiente, cuando despuntó el día, salió el ghul, se transformó en tía de Dalal, y fué a llamar a la puerta. Y Dalal preguntó desde la ventana: "¿Quién es?" El le dijo: "¡Abre, que soy yo, tu tía! He pensado mucho en ti, y vengo a verte".
Y la joven bajó y le abrió la puerta. Y el ghul, disfrazado de tía, besó a Dalal en las mejillas, lloró largas y repetidas lágrimas, y dijo: "¡Ah! ¡oh hija de mi hermana! ¡ah! ¡qué dolores y calamidades!" Y Dalal preguntó: "¿Por qué? ¿cuándo? ¿cómo?" La tía dijo: "¡Ay! ¡ay! ¡ay! La joven preguntó: "¿Dónde te duele, tía mía?"
La tía dijo: "En ninguna parte, ¡oh hija de mi hermana! ¡Es que sufro por ti! ¡nos hemos enterado de que el individuo con quien te casaste es un ghul!" Pero Dalal contestó: "¡Calla, no digas esas cosas, tía! Mi esposo es hijo de un rey y sultán, como yo soy hija de un rey y sultán. Sus tesoros son mayores que los tesoros de mi padre. Y por lo que respecta a su hermosura, es comparable á la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 947ª noche

Ella dijo:
"... Y por lo que respecta a su hermosura, es comparable a la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar". Luego le hizo almorzar una cabeza de carnero, para demostrarle bien que en casa de su esposo se comía carnero y no hijo de Adán. Y el ghul se marchó, después de almorzar, contento y satisfecho. Y no dejó de volver bajo su apariencia de joven, con un carnero para Dalal, y con una cabeza de hijo de Adán, recién cortada, para sí mismo. Y Dalal le dijo: "Ha venido mi tía a visitarme, y me encargó que te saludara". El dijo: "¡Loores a Alah! Son muy amables tus parientes, que no me olvidan. ¿Quieres mucho a tu otra tía, la hermana de tu padre?"
Ella dijo: "¡Oh! ¡sí! El dijo: "Está bien. ¡Yo te la mandaré mañana, y después ya no volverás a ver a ninguno de tus parientes, porque tengo miedo a su lengua!" Y al día siguiente se presentó a Dalal bajo la forma de la tía, hermana de su padre. Y tras de las zalemas y los besos de una y otra parte, la tía lloró abundantemente y sollozó, y dijo: "¡Qué desgracia y qué desolación ha caído sobre nuestra cabeza y sobre la tuya, ¡oh hija de mi hermano! Nos hemos enterado de que el individuo con quien te casaste es un ghul. Dime la verdad, hija mía, por los méritos de nuestro Mahomed (¡con El la plegaria y la paz!)"
Entonces Dalal no pudo guardar por más tiempo el secreto que la ahogaba, y dijo en voz baja, temblando: "¡Calla tía, calla, no vaya a ser que nos deje él más anchas que largas! Figúrate que me trae cabezas de adamitas; y como los rehusé, se las come él solo. ¡Ah! ¡Tengo mucho miedo de que me coma el día menos pensado!"
En cuanto Dalal hubo pronunciado estas palabras, la tía tomó su verdadera forma, convirtiéndose en un ghul de aspecto espantoso que se puso a rechinar los dientes. Y a Dalal, viendo aquello, la poseyó el terror amarillo y el temblor. Y le dijo él, sin enfadarse: "¿Tan pronto descubres mi secreto, Dalal?"
Y ella se arrojó a sus pies, y le dijo: "¡Me pongo bajo tu protección! ¡perdóname por esta vez!"
El le dijo: "¿Me has perdonado tú delante de tu tía? ¿Y me dejaste con honor? ¡No! No puedo perdonarte. ¿Por dónde empezaré a comerte?"
Ella le contestó: "Ya que es absolutamente preciso que me comas, será porque ese es mi destino. Pero hoy estoy sucia; y será malo para tu boca el sabor de mi carne. Más vale, pues, que por de pronto me conduzcas al hammam para que me lave en honor tuyo. Y cuando salga del baño estaré blanca y dulce. Y el sabor de mi carne será delicioso para tu boca, y entonces podrás comerme, empezando por donde quieras". Y el ghul contestó: "¡Es verdad, oh Dalal!"
Y en aquella hora y en aquel instante le presentó una tina grande para baño, y ropas de hammam. Luego fué a buscar a un ghul amigo suyo, a quien convirtió en pollino blanco, transformándose él mismo en arriero. Y puso a Dalal en el pollino, y salió con ella en dirección al hammam del primer pueblo, llevando a la cabeza la tina de baño.
Y al llegar al hammam dijo a la celadora: "Aquí tienes para ti de regalo tres dinares de oro, a fin de que hagas tomar un buen baño a esta señora, que es hija de rey. Y me la devolverás como te la he confiado. Y entregó a Dalal a la portera, y se quedó afuera, ante la puerta del hammam.
Y Dalal entró en la primera sala del hammam, que era la sala de espera, y se sentó en el banco de mármol, muy sola y muy triste, junto a  su tina de oro y su envoltorio de vestiduras preciosas, mientras entraban en el baño todas las jóvenes, y se bañaban y se hacían dar masajes, y salían alegres, jugueteando entre ellas. Y Dalal, lejos de estar contenta como las demás, lloraba en silencio en su rincón. Y las jóvenes fueron hacia ella, y díjole cada cual: "¿Qué te ocurre, hermana mía, y por qué lloras? Levántate ya, desnúdate y toma un baño con nosotras".
Pero ella les contestó, después de darles gracias: "¿Acaso el baño puede lavar las preocupaciones? ¿Acaso puede curar las penas sin remedio?" Y añadió: "Siempre es tiempo de bajar al baño".
Entretanto, una vieja vendedora de altramuces y de alfónsigos tostados entró al hammam, llevando a la cabeza el cuenco de altramuces y alfónsigos tostados. Y las jóvenes le compraron de aquello, quién una piastra, quien media piastra, quién dos piastras. Y al fin, por distraerse un poco comiendo alfónsigos y altramuces, la entristecida Dalal también llamó a la vieja vendedora, y le dijo: "Ven, ¡oh tía mía! y dame solamente una piastra de altramuces". Y la vendedora se acercó y se sentó y llenó de altramuces la medida de cuerno de una piastra. Y Dalal, en vez de darle una piastra, le puso en las manos su collar de perlas, diciéndole: "Tía mía, toma esto para tus hijos". Y como la vendedora se deshiciera en cumplimientos y besamanos, Dalal le dijo: "¿Querrías darme tu cuenco de altramuces y los vestidos rotos que llevas, y tomar de mí, en cambio, esta tina de oro para baño, mis alhajas, mis trajes y este envoltorio de ropas preciosas?" Y la vieja vendedora, sin poder creer en tanta generosidad, contestó: "¿Por qué, hija mía, te burlas de mí, que soy pobre?" Y Dalal le dijo: "¡Mis palabras para contigo son sinceras, vieja madre mía!" Entonces la vieja se quitó sus vestidos y se los dió. Y Dalal se vistió con ellos en seguida, se puso el cuenco de altramuces a la cabeza, se envolvió con el velo azul hecho jirones, se ennegreció las manos con el barro del piso del hamman, y salió por la puerta en que estaba sentado su esposo el ghul, gritando con voz temblona: "¡Altramuces asados, que distraen! ¡Alfónsigos tostados que divierten", como hacen las vendedoras de profesión.
Cuando estuvo ella lejos, el ghul, que no la había reconocido, percibió el olor de la joven con su olfato de ghul, y se dijo: "¿Cómo es posible que el olor de Dalal resida en esa vieja vendedora de altramuces? ¡Por Alah, voy a ver a qué obedece!" Y gritó: "¡Eh, vendedora de altramuces! ¡eh, la de los alfónsigos!" Pero como la vendedora no volvía la cabeza, se dijo él: "¡Más vale que vaya a enterarme en el hammam!" Y fué a preguntar a la celadora: "¿Por qué tarda en salir la señora que te he confiado?" La celadora contestó: "En seguida saldrá con las demás señoras, que no se van hasta la noche, porque están ocupadas en depilarse, en teñirse los dedos con henné, en perfumarse y en trenzarse los cabellos".
Y el ghul se tranquilizó, y de nuevo fué a sentarse a la puerta. Y esperó que salieran del hammam todas las señoras. Y la celadora de la puerta salió la última, y cerró el hammam. Y el ghul le dijo: "¡Eh! ¿qué haces? ¿Vas a dejar encerrada a la señora que te he confiado?"
La mujer dijo: "Pero si ya no hay nadie en el hammam, a no ser la vieja vendedora de altramuces, a quien dejamos dormir todas las noches en el hammam, porque no tiene una yacija". Y el ghul cogió a la celadora por el cuello, y la zarandeó y estuvo a punto de estrangularla. Y le gritó: "¡Oh alcahueta! ¡tú responderás de la señora! ¡Y a ti te la exigiré!" Ella contestó: "Yo soy celadora de ropas y babuchas, pero no celadora de mujeres".
Y como le apretara él más fuerte el cuello, se puso a gritar: "¡Oh musulmanes, socorredme!" Y el ogro empezó a pegarla, mientras de todas partes acudían los hombres del barrio. Y gritaba: "Aunque esté en el séptimo planeta, me la tienes que devolver, ¡oh, instrumento de zorras viejas!" ¡Y esto es lo referente a la vieja celadora del hammam y a la vieja vendedora de altramuces!
¡Pero he aquí ahora lo que atañe a Dalal! Una vez que salió del hammam y consiguió burlar la vigilancia del ghul, siguió andando para volver a su país. Y cuando estuvo a bastante distancia de la ciudad, encontró un arroyuelo en donde se lavó manos, cara y pies, y se dirigió a una morada que se erguía muy cerca de allí, y que era el palacio de un rey.
Y se sentó junto al muro del palacio. Y una esclava negra, que había bajado para hacer un recado, la vió y subió a decir a su señora: "¡Oh mi señora! si no fuera por el miedo y el terror que te tengo, te diría sin temor a mentir, que abajo hay una mujer más bella que tú". La señora contestó: "Está bien. ¡Ve a decirle que suba!" Y la negra bajó y dijo a la joven: "Ven a hablar con mi señora, que te llama".
Pero Dalal contestó: "¿Acaso mi madre es una esclava negra, o mi padre un negro, para que suba yo con las esclavas?" Y la negra fué a contar a su señora lo que le había dicho Dalal. Entonces la señora envió a una esclava blanca, diciendo: "Ve tú a llamar a esa mujer que está abajo".
Y la esclava blanca bajó y dijo a Dalal: "Ven arriba ¡oh señora! a hablar con mi ama". Pero Dalal le contestó: "No soy una esclava blanca, ni soy hija de esclavos, para subir con una esclava blanca". Y la esclava se fué a contar a su señora lo que Dalal le había dicho. Entonces la dama llamó a su hijo, el hijo del rey, y le dijo: "Baja entonces tú y tráete a la dama que está abajo".
Y el joven príncipe, que por su hermosura era semejante a la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar, bajó en busca de la joven, y le dijo: "¡Oh señora! ten la bondad de subir al harén de mi madre la reina". Y a aquella vez contestó Dalal: "Contigo subiré, porque eres hijo de un rey y sultán, como yo soy hija de un rey y sultán". Y subió las escaleras delante de él.
Y he aquí que, no bien el joven príncipe vió a Dalal subir las escaleras, tan hermosa, el amor por ella le invadió el corazón...

En este momento de su narración Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Entonces avanzó el séptimo, que se llamaba el capitán Fakhr Al-Din; y besó la tierra entre las manos del sultán Baibars, y dijo: "¡Yo ¡oh emir y rey nuestro! te diré una aventura que me ha sucedido a mí mismo, y que no tiene más mérito que el de ser corta! Hela aquí:

HISTORIA CONTADA POR EL SÉPTIMO CAPITÁN DE POLICÍA

"Un día entre los días, en la localidad donde yo me encontraba, un ladrón entre los árabes entró de noche en casa de un cortijero para robar un saco de trigo. Pero las gentes del cortijo oyeron ruido, y me llamaron a grandes gritos, diciendo: "¡Al ladrón!" Pero nuestro hombre consiguió esconderse tan bien, que, a pesar de todas nuestras pesquisas, no pudimos llegar a descubrirle. Y cuando yo emprendía el camino de la puerta para marcharme, pasé junto a un gran montón de trigo que había en el patio. Y encima del montón había una cazoleta de cobre que servía de medida. Y de pronto oí un cuesco espantoso que salía del montón de trigo. Y en el mismo momento vi la cazoleta de cobre volar por los aires a cinco metros de altura. Entonces, no obstante mi asombro, registré precipitadamente en el montón de trigo, y allí descubrí al árabe, que se había ocultado dentro, con el trasero en pompa. Y cuando le prendí y le maniaté, le interrogué acerca del extraño ruido que me había revelado su presencia.
Y me contestó: "Lo he hecho adrede, ¡oh mi señor!" Y le contesté: "¡Alah te maldiga! ¡Y alejado sea el Maligno! ¿Por qué ventosear así contra tu interés?"
Y me contestó: "Es verdad, ¡ya sidi! he obrado contra mi interés, eso es cierto. Pero precisamente lo hice en interés tuyo".
Y le pregunté: "¿Por qué, ¡oh hijo de perro!? ¿Y desde cuándo un cuesco, aunque sea de esa calidad, ha sido en interés de alguien en la tierra?" Y contestó: "No me injuries, ¡oh capitán! Sólo he ventoseado para ahorrarte el trabajo de más largas pesquisas, y la fatiga de recorrer inútilmente la ciudad y los campos en mi seguimiento. ¡Te ruego, pues, que me devuelvas bien por bien, ya que eres hijo de gentes de bien!"
Entonces ¡oh mi señor! no pude resistir a semejante argumento. Y le solté generosamente.
¡Y ésta es mi historia!"
Y al oír este relato del capitán Fakhr Al-Din, el sultán Baibars le dijo: "¡Ualah! ¡tu indulgencia estaba justificada!" Luego, como Fakhr Al-Din hubiera vuelto a su sitio, avanzó el octavo, que se llamaba Nizam Al-Din. Y dijo: "Lo que voy a contar yo no tiene nada que ver, de cerca ni de lejos, con lo que acabas de oír, ¡oh nuestro amo el sultán!"

Y Baibars le preguntó: "¿Se trata de una cosa vista o de una cosa oída?" El otro dijo: "No, ¡por Alah, ¡oh mi señor! se trata de una cosa que solamente he oído. ¡Hela aquí!" Y dijo:

HISTORIA CONTADA POR EL OCTAVO CAPITÁN DE POLICÍA

"Había una vez un tañedor de clarinete ambulante. Y estaba casado con una mujer. Y la dejó encinta, y parió ella un varón, con ayuda de Alah. Pero el tañedor de clarinete no tenía en su casa ni una moneda de plata con que pagar a la comadrona o comprar algo a su esposa, la recién parida. Y sin saber qué hacer, y hallándose en una situación embarazosa, se marchó desesperado, diciendo a su mujer: "Voy a ir al camino de Alah a mendigar dos monedas de cobre a las personas piadosas; y daré a cuenta una a la comadrona, y la segunda, también a cuenta, al pollero para comprarte un pollo con que te alimentes en este día de parto".
Y salió de su casa. Y cuando cruzaba un campo, encontró una gallina subida en una piedra. Y se acercó sigilosamente a la gallina, y la cogió antes de que el animal tuviese tiempo de escaparse. Y debajo de ella descubrió un huevo recién puesto. Y se lo guardó en el bolsillo, diciendo: "La bendición ha llegado hoy. Precisamente esto es lo que me hace falta, y ya no tengo necesidad de ir a mendigar. Porque voy a dar esta gallina a la hija del tío, después de guisarla para ella en este día en que ha salido del apuro; y venderé el huevo por una moneda de cobre, que daré a cuenta a la comadrona".
Y fué al zoco de los huevos, abrigando esta intención.
Al pasar por el zoco de los orfebres y de los joyeros, se encontró con un judío conocido suyo, que le preguntó: "¿Qué llevas ahí?" El hombre contestó: "¡Una gallina con su huevo!"
El judío le dijo: "¡Enséñamelo!" Y el tañedor de clarinete enseñó al judío la gallina y el huevo.
Y el judío le preguntó: "¿Quieres vender este huevo?" El hombre contestó: "¡Sí!" El judío le dijo: "¿En cuánto?"
El tañedor de clarinete contestó: "¡Habla tú el primero!" El judío dijo: "¡Te lo compro por diez dinares de oro! ¡No vale más!"
Y dijo el pobre, creyendo que el judío se burlaba de él: "Te burlas de mí porque soy pobre; demasiado sabes que no es ése su precio". Y el judío creyó que le pedía más, y le dijo: "¡Te ofrezco, como último precio, quince dinares!" El otro contestó: "¡Abra Alah!" Entonces el judío dijo: "Aquí tienes veinte dinares de oro nuevo. Los tomas o los dejas".
Entonces el tañedor de clarinete, al ver que la oferta era seria, entregó el huevo al judío a cambio de los veinte dinares de oro, y se apresuró a volver la espalda. Pero el judío echó a correr detrás de él, y le preguntó: "¿Tienes muchos huevos así en tu casa?"
El pobre hombre contestó: "Ya te traeré otro mañana, cuando haya puesto la gallina, y te lo daré en el mismo precio. ¡Pero a otro que tú no se lo vendería por menos de treinta dinares de oro!"
Y el judío le dijo: "Enséñame tu casa; y todos los días iré por el huevo para que no te molestes; y te daré los veinte dinares". Y el tañedor de clarinete le enseñó su casa, y se apresuró luego a buscar otra gallina en lugar de aquella tan ponedora, y la hizo guisar para su esposa. Y pagó liberalmente su trabajo a la comadrona.
Y al día siguiente dijo a su esposa: "¡Oh hija del tío! guárdate de degollar a la gallina negra que hay en la cocina. Es la bendición de la casa. Nos pone huevos que al precio corriente valen veinte dinares de oro cada uno...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y cuando llegó la 949ª noche

Ella dijo:
"... Nos pone huevos que al precio corriente valen veinte dinares de oro cada uno. ¡Y quien los compra a ese precio es el mercader judío!" Y, efectivamente, el judío se dedicó a ir todos los días por el huevo recién puesto, pagándole los veinte dinares de oro al contado. Y el tañedor de clarinete no tardó en vivir con mucha holgura y en abrir una hermosa tienda de mercader en el zoco.
Y cuando tuvo edad para ir a la escuela su hijo, que había nacido el día de la llegada de la gallina, el antiguo tañedor de clarinete hizo construir a expensas suyas una hermosa escuela, y reunió en ella a los niños pobres para que aprendiesen a leer y escribir con su propio hijo. Y escogió para todos ellos un excelente maestro de escuela que se sabía de memoria el Korán, y podía recitárselo, incluso empezando por la última palabra y terminando con la primera.
Tras de lo cual resolvió ir en peregrinación al Hedjaz, y dijo a su esposa: "¡Ten cuidado de que el judío no se burle de ti y no te coja la gallina!"
Luego partió con la caravana de la Meca.
Algún tiempo después de la marcha del antiguo tañedor de clarinete, el judío dijo un día a la mujer: "Si te doy una maleta llena de oro, ¿me darás a cambio la gallina?" Ella contestó: "¿Cómo voy a hacerlo, ¡oh hombre! si mi esposo, antes de partir, me ha recomendado que no te ceda más que los huevos?" El dijo: "Si se enfada, tú nada tienes que ver. Yo asumo la responsabilidad, y puede exigirme cuentas, que estoy en una tienda en medio del zoco".
Y le abrió la maleta, y le mostró el oro que contenía. Y la mujer se regocijó al ver tanto oro junto, y entregó la gallina al judío. Y la cogió él y la degolló acto seguido, y dijo a la mujer: "Límpiala y guísala que yo vendré por ella. Pero, como falte un pedazo, abriré el vientre a quien se lo haya comido, para sacárselo".
Y se marchó.
Y he aquí que a la hora de mediodía el hijo del tañedor de clarinete volvió de la escuela. Y vió que su madre retiraba de la lumbre una cacerola con la gallina y la ponía en un plato de porcelana y la cubría con una servilleta de muselina. Y su alma de colegial anheló vivamente comerse un trozo de aquella gallina tan hermosa. Y dijo a su madre: "Dame un poquito, madre mía". Ella le dijo: "¡Cállate! ¿acaso nos pertenece?"
Luego, como ella se ausentara un momento para hacer una necesidad, el muchacho levantó la servilleta de muselina, y de un solo mordisco, arrancó la curcusilla de la gallina y se la tragó, aunque estaba muy caliente. Y le vió una de las esclavas, y le dijo: "¡Oh amor mío! ¡qué desgracia y qué calamidad irremediable! ¡Huye de la casa, pues el judío, que va a venir por su gallina, te abrirá el vientre para sacarte la curcusilla que te has tragado!"
Y dijo el muchacho: "¡Es verdad, más vale que me marche que perder tan buena curcusilla!" Y montó en su mula y partió.
No tardó en ir por la gallina el judío, Y vió que faltaba la curcusilla. Y dijo a la madre. “Dónde está la curcusilla”.
Ella contestó: "Mientras salí para hacer una necesidad, mi hijo, a espaldas mías ha arrancado con sus dientes la curcusilla y se la ha comido". Y el judío exclamó: "¡Mal hayas! Yo te he dado mi dinero por esa curcusilla. ¿Dónde está el granuja de tu hijo, que voy a abrirle el vientre y a sacársela?" Ella contestó: "¡Ha huido de terror!" Y el judío salió a toda prisa, y empezó a viajar por ciudades y pueblos, dando las señas del muchacho, hasta que le encontró en el campo, dormido. Y se acercó sigilosamente a él para matarle; pero el muchacho, que no dormía más que con un ojo, se despertó sobresaltado. Y el judío le gritó: "Ven aquí, ¡oh hijo de la clarinetera! ¿Quién te mandó comerte la curcusilla? Por ella he dejado una caja llena de oro, y he impuesto condiciones a tu madre. ¡Y ahora voy a llevar a cabo una de las condiciones, que es tu muerte!" Y el muchacho le contestó, sin inmutarse, "Vete, ¡oh judío! ¿No te da vergüenza hacer todo este viaje por una curcusilla de gallina? ¿Y no es una vergüenza mayor aún querer abrirme el vientre a causa de esa curcusilla?" Pero el judío contestó: "Yo sé lo que tengo que hacer". Y sacó del cinto su cuchillo para abrir el vientre al muchacho. Pero el chico cogió al judío con una sola mano, y le alzó en vilo y le tiró contra el suelo, moliéndole los huesos y dejándole más ancho que largo. Y el judío (¡maldito sea!) murió al instante.
Pero el muchacho debía experimentar pronto los efectos de aquella curcusilla de gallina en su persona. Efectivamente, volvió sobre sus pasos para regresar a casa de su madre; pero se perdió en el camino y llegó a una ciudad en donde vió un palacio del rey, a la puerta del cual había colgadas cuarenta cabezas menos una. Y preguntó a la gente: "¿Por qué están colgadas ahí esas cabezas?" Le contestaron: "El rey tiene una hija muy fuerte en la lucha personal. Quien entre y la venza, se casará con ella; pero a quien no la venza, se le cortará la cabeza".
Entonces el muchacho entró sin vacilar al aposento del rey, y le dijo: "Quiero luchar con tu hija para medir mis fuerzas con las suyas". Y el rey le contestó: "¡Oh hijo mío! ¡si quieres hacerme caso, vete! ¡Cuántos hombres más fuertes que tú han venido y han sido vencidos por mi hija! Da lástima matarte".
A lo cual contestó el muchacho: "Quiero que me venza, que me corten la cabeza y que la cuelguen a la puerta". Y dijo el rey: "Está bien, escríbelo así y estampa tu sello en el papel". Y el muchacho lo escribió y lo selló.
Inmediatamente extendieron una alfombra en el patio interior, y la joven y el muchacho llegaron al terreno, y se cogieron uno a otro por en medio del cuerpo, y juntaron sus axilas. Y lucharon enlazados maravillosamente. Y pronto la cogía el muchacho y la derribaba en tierra, como se erguía ella, cual una serpiente, y le derribaba a su vez. Y continuó él derribándola y ella derribándole durante dos horas de lucha, sin que ninguno de los dos pudiera hacer que el adversario tocase con los hombros en el suelo. Entonces se enfadó el rey al ver que su hija no se distinguía aquella vez. Y dijo: "Basta por hoy. Pero mañana vendréis otra vez para luchar sobre el terreno".
Luego el rey los separó y volvió a sus habitaciones, y llamó a los médicos de palacio y les dijo: "Esta noche, mientras duerme, haréis aspirar bang narcótico al muchacho que ha luchado con mi hija; y cuando haya surtido efecto el narcótico, examinaréis su cuerpo para ver si lleva consigo un talismán que le hace tan resistente. Porque la verdad es que mi hija ha vencido a los más fuertes de todos los esforzados caballeros del mundo, y ha hecho morder el polvo a cuarenta menos uno de entre ellos. ¿Cómo, pues, no ha podido dar en tierra con un jovenzuelo cual ése? Tiene, por tanto, que ocultar él algo, y eso es lo que hay que descubrir. ¡Sin lo cual, caerá en falta vuestra ciencia y no tendré fe en vuestra asistencia, y os expulsaré de mi palacio y de mi ciudad!"
Así es que cuando llegó la noche y durmióse el muchacho, fueron los médicos a hacerle aspirar bang narcótico, y le amodorraron profundamente. Y examináronle el cuerpo punto por punto, golpeando encima como se golpea en las cubas, y acabaron por descubrir; dentro del pecho, envuelta en sus entrañas, la curcusilla de la gallina. Y buscaron sus tijeras e instrumentos, hicieron una incisión, y extrajeron del pecho del muchacho la curcusilla de la gallina. Luego recosieron el pecho, lo rociaron con vinagre heroico y lo dejaron en el estado en que se hallaba.
Por la mañana, el chico despertó del sueño narcótico, y notó que tenía cansado el pecho y que en general no gozaba ya de la misma robustez que antes. Porque se le habían ido las fuerzas con la curcusilla de la gallina, que estaba dotada de la virtud de hacer invencible al que la comiera. Y viéndose en estado de inferioridad para en lo sucesivo, no quiso exponerse a intentar una empresa peligrosa, y huyó por miedo a que la joven luchadora le venciese y le matase.
Y echando inmediatamente a correr, no se detuvo hasta que perdió de vista el palacio y la ciudad. Y se encontró a tres hombres que disputaban entre sí. Y les preguntó: "¿Por qué disputáis?" Le contestaron: "¡Por una cosa!" El les dijo: "¿Una cosa? ¿Cuál?" Le contestaron: "Tenemos esta alfombra que ves. A quien se ponga encima y la golpee con esta varita, pidiéndole que le lleve aunque sea a la cumbre de la montaña Kaf, la alfombra le transporta en un abrir y cerrar de ojos. ¡Y por poseerla nos disponíamos a matarnos en este momento!"
El chico les dijo: "En vez de mataros mutuamente por la posesión de esa alfombra volante, tomadme por árbitro y dictaminaré con justicia entre vosotros". Y contestaron ellos: "Sé nuestro árbitro en este caso".
El muchacho les dijo: "Extended en tierra esa alfombra para que vea su longitud y su anchura". Y se puso en medio de la alfombra, y les dijo: "Voy a tirar una piedra con toda mi fuerza y echaréis a correr los tres juntos. Y el primero que la coja, se llevará la alfombra volante". Ellos le dijeron: "Está bien". Entonces cogió el muchacho una piedra y la tiró; y los tres echaron a correr detrás. Y mientras corrían, el chico golpeó la alfombra con la varita, diciéndole: "¡Transpórtame en línea recta en medio del patio del palacio real!" Y la alfombra ejecutó la orden en aquella hora y en aquel instante, y dejó al hijo del tañedor del clarinete en el patio del palacio consabido en el sitio donde generalmente se efectuaban las luchas con la princesa.
Y el mozuelo exclamó: "¡Aquí está el luchador! ¡Que venga su vencedora!" Y en presencia de todos, bajó la joven al centro del patio, y se puso en la alfombra frente al muchacho. Y al punto golpeó él la alfombra con su varita, diciendo: "Vuela con nosotros hasta la cumbre de la montaña Kaf". Y la alfombra se elevó por los aires en medio del asombro general, y en menos tiempo del que se necesita para cerrar un ojo y abrirlo, los dejó en la cumbre de la montaña Kaf.
Entonces el mozuelo dijo a la joven: "¿Quién es el vencedor ahora? ¿La que me ha sacado del pecho la curcusilla de gallina o el que se ha apoderado de la hija del rey en medio de su palacio...?

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 950ª noche

Ella dijo:
"... ¿Quién es el vencedor ahora? ¿La que me ha sacado del pecho la curcusilla de gallina, o el que se ha apoderado de la hija del rey en medio de su palacio?" Ella contestó: "¡Bajo tu protección! ¡Perdóname! Y si quieres conducirme otra vez al palacio de mi padre, me casaré contigo, diciendo: "¡Me ha vencido!" Y ordenaré a los médicos que vuelvan a meterte en el pecho la curcusilla de gallina". El dijo: "Está bien. Pero dice el proverbio: "¡Hay que amasar el barro cuando está blando!" Y antes de transportarte, quiero hacer contigo lo que sabes".
Ella dijo: "Está bien". Entonces la cogió y se echó encima de ella, y como la encontraba a punto, se dispuso a amasarla donde era necesario mientras estuviese blanda. Pero de repente le asestó ella un puntapié que le hizo rodar fuera de la alfombra.
Y golpeó la alfombra con la varita, diciendo: "¡Vuela, ¡oh alfombra! y transpórtame al palacio de mi padre!"
Y la alfombra echó a volar con ella en el mismo instante y la llevó al palacio. Y el hijo del tañedor de clarinete ambulante quedó solo en la cumbre de la montaña, expuesto a morir de hambre y de, sed, sin que dieran con sus huellas ni las hormigas. Y empezó a bajar la montaña, mordiéndose de rabia las manos. Y se estuvo bajando, sin parar, un día y una noche, y por la mañana llegó a la mitad de la montaña. Y para suerte suya, encontró allí dos palmeras que se doblaban bajo el peso de sus dátiles maduros.
Y he aquí que una de las dos palmeras tenía dátiles rojos, y la otra dátiles amarillos. Y el muchacho se apresuró a coger una rama de cada especie. Y como prefería los amarillos, empezó por comerse con delectación uno de aquellos dátiles amarillos. Pero al punto sintió en la cabeza una cosa que le arañaba la piel; y se llevó la mano al sitio de la cabeza donde le arañaba, y sintió que le salía con rapidez en la cabeza un cuerno que se enroscaba a la palmera. Y por más que quiso libertarse, quedó sujeto por el cuerno a la palmera. Entonces se dijo: "¡Muerte por muerte!, prefiero satisfacer antes mi hambre, y morir luego!" Y comenzó a comer dátiles rojos. Y he aquí que, en cuanto se comió uno de los rojos, sintió que el cuerno se desenroscaba de la palmera y que se quedaba libre su cabeza. Y en un abrir y cerrar de ojos, fué como si nunca hubiera existido el cuerno. Y ni rastros de él le quedaron en la cabeza.
Entonces se dijo el muchacho: "Está bien". Y se puso a comer dátiles rojos hasta que satisfizo su hambre. Luego se llenó el bolsillo de dátiles rojos y amarillos, y continuó viajando día y noche durante dos meses enteros, hasta que llegó a la ciudad de su adversaria, la hija del rey.
Y se puso debajo de las ventanas del palacio, y empezó a pregonar: "¡Dátiles tempranos y maduros, dátiles! ¡Dedos de princesas, dátiles! ¡Compañía de los jinetes, dátiles!"
Y la hija del rey oyó el pregón del vendedor de dátiles tempranos, y dijo a sus doncellas: "Bajad pronto a comprar dátiles a ese vendedor y escogedlos bien frescos, ¡oh jóvenes!" Y bajaron ellas a comprar dátiles, sin que se les dejara, dada su rareza, en menos de un dinar a cada uno. Y compraron dieciséis por dieciséis dinares, y subieron a dárselos a su ama.
Y la hija del rey observó que eran dátiles amarillos, los que más le gustaban precisamente. Y se comió los dieciséis, uno tras de otro, en el tiempo justo para llevárselos a la boca. Y dijo: "¡Oh corazón mío, cuán deliciosos son!" Pero apenas había pronunciado estas palabras, sintió una fuerte desazón, picándole en dieciséis sitios distintos de la cabeza. Y se llevó inmediatamente la mano a la cabeza, y sintió que le agujereaban el cuero cabelludo dieciséis cuernos en dieciséis sitios distintos y simétricos. Y ni tiempo de gritar había tenido, cuando ya los dieciséis cuernos se habían desarrollado, y de cuatro en cuatro habían ido a clavarse en la pared fuertemente.
Al ver aquello, y a los gritos penetrantes que ella se puso a lanzar a coro con sus doncellas, acudió el padre, jadeando, y preguntó: "¿Qué ocurre?" Y las doncellas le contestaron: "¡Oh amo nuestro! Alzamos los ojos y hemos visto que de repente salían esos dieciséis cuernos en la cabeza de nuestra ama, e iban a clavarse de cuatro en cuatro en la pared, como lo estás viendo".
Entonces el padre congregó a los médicos más hábiles, los que habían extraído del pecho del mozuelo la curcusilla de gallina. Y llevaron sierras para serrar los cuernos; pero no podían serrarse. Y emplearon otros medios, pero sin obtener resultado y sin lograr curarla. Entonces el padre recurrió a procedimientos extremos, y mandó gritar por la ciudad a un pregonero: "¡Quien dé a la hija del sultán un remedio que la libre de los dieciséis cuernos, se casará con ella y será designado para la sucesión al trono!"
¿Y qué sucedió?
Pues que el hijo del tañedor de clarinete, que sólo esperaba aquel momento, entró al palacio y subió al aposento de la princesa, diciendo: "Yo haré que le desaparezcan los cuernos". Y en cuanto estuvo en su presencia, cogió un dátil rojo, lo partió en pedazos, y lo puso en la boca de la princesa. Y en el mismo instante se separó de la pared un cuerno, y a ojos vistas, se fué encogiendo y acabó por desaparecer enteramente de la cabeza de la joven.
Al ver aquello, todos los presentes, con el rey a la cabeza, prorrumpieron en gritos de alegría, y exclamaron: "¡Oh, qué gran médico!". Y dijo él: "¡Mañana haré desaparecer el segundo cuerno!" Entonces le retuvieron en el palacio, donde estuvo dieciséis días, haciendo desaparecer cada día un cuerno, hasta que la libró de los dieciséis cuernos.
Así es que el rey, en el límite de la maravilla y de la gratitud, hizo extender al punto el contrato de matrimonio del mozalbete con la princesa. Y se celebraron las bodas, con regocijos e iluminaciones.
Luego llegó la noche de la penetración.
Y he aquí que, en cuanto el mozuelo entró con su esposa en la cámara nupcial, le dijo: "Y ahora, ¿quién de nosotros dos es el vencedor? ¿La que me quitó del pecho la curcusilla de gallina y me robó la alfombra mágica, o el que hizo crecer dieciséis cuernos en una cabeza y los hizo desaparecer en nada de tiempo?".
Y ella le dijo: "¿Pero eres tú? ¡Ah, efrit!
El le contestó: "¡Sí, soy yo, el hijo del tañedor de clarinete!" Ella le dijo: "¡Por Alah! ¡me has vencido!".
Y ambos se acostaron juntos, y demostraron una fuerza igual y una potencia igual. Y llegaron a ser rey y reina. Y vivieron todos juntos en plena felicidad y en perfecta dicha.
"¡Y ésta es mi historia!"
Cuando el sultán Baibars hubo oído esta historia del capitán Nizam Al-Din, exclamó "Ualahí, ¡no sé si decir que ésta es la historia más hermosa que oí!" Entonces avanzó el noveno capitán de policía, que se llamaba Gelal Al-Din; y besó la tierra entre las manos del sultán Baibars, y dijo: "Inschalah, ¡oh rey del tiempo! la historia que voy a contarte te gustará indudablemente". Y dijo:


HISTORIA CONTADA POR EL NOVENO CAPITÁN DE POLICÍA

"Había una mujer que, a pesar de todos los asaltos, no concebía ni paría. Así es que un día se levantó e hizo su plegaria al Retribuidor, diciendo: "¡Dame una hija, aunque deba morir con el olor del lino!"
Y al hablar así del olor del lino, quería pedir una hija, aunque fuese tan delicada y tan sensible como para que el olor anodino del lino la incomodase hasta el punto de hacerla morir.
Y el caso es que concibió y parió, sin contratiempo, a la hija que Alah hubo de darle, y que era tan hermosa como la luna al salir, y pálida como un rayo de luna, y como él delicada. Y la llamaron Sittukhán.
Cuando ya era mayor y tenía diez años de edad, el hijo del sultán pasó por la calle y la vió asomada a la ventana. Y en el corazón se le albergó el amor por ella; y se fué malo a casa.
Y se sucedieron los médicos ante él, sin dar con el remedio que necesitaba. Entonces, enviada por la mujer del portero, subió a verle una vieja, que le dijo después de mirarle: "¡Oh! ¡estás enamorado o tienes un amigo a quien amas!" El contestó: "Estoy enamorado". Ella le dijo: "Dime de quién, y seré un lazo entre tú y ella". El dijo: "De la bella Sittukhán". Ella contestó: "Refresca tus ojos y tranquiliza tu corazón, que yo te la traeré".
Y la vieja se marchó, y encontró a la joven tomando el fresco a su puerta. Y después de las zalemas y cumplimientos, le dijo: "¡La salvaguardia con las hermosas como tú, hija mía! Las que se te parecen y tienen dedos tan bonitos como los tuyos deberían aprender a tejer lino. Porque no hay nada más delicioso que un huso en dedos fusiformes". Y se marchó.
Y la joven fué a casa de su madre, y le dijo: "Llévame, madre mía, a casa de la maestra". La madre le preguntó: "¿Qué maestra?" La joven contestó: "La maestra del lino". Y su madre contestó: "¡Cállate! El lino es peligroso para ti. Su olor es pernicioso para tu pecho. Si lo tocas, morirás". Ella dijo: "No, no moriré". E insistió y lloró de tal manera, que su madre la envió a casa de la maestra del lino.
Y la joven estuvo allá todo un día aprendiendo a hilar lino. Y todas sus compañeras se maravillaron de su belleza y de la hermosura de sus dedos. Y he aquí que se le metió en un dedo, entre la carne y la uña, una brizna de lino. Y cayó ella al suelo, sin conocimiento.
Y la creyeron muerta, y enviaron recado a casa de su padre y de su madre, y les dijeron: "¡Venid a llevaros a vuestra hija, y que Alah prolongue vuestros días, pues ha muerto!"
Entonces su padre y su madre, cuya única alegría era ella, se desgarraron las vestiduras, y azotados por el viento de la calamidad, fueron, con el sudario, a enterrarla. Pero he aquí que pasó la vieja, y les dijo: "Sois personas ricas, y resultaría un oprobio para vosotros enterrar a esa joven en el polvo". Ellos preguntaron: "¿Y qué vamos a hacer?" Ella dijo: "Construidle un pabellón en medio del río. Y la acostaréis en un lecho dentro de ese pabellón. E iréis a verla todos los días que lo deseéis".
Y le construyeron un pabellón de mármol, sostenido por columnas, en medio del río. Y lo rodearon de un jardín alfombrado de césped. Y pusieron a la joven en un lecho de marfil, dentro del pabellón, y se marcharon llorando.
¿Y qué aconteció?
Pues que la vieja fué al punto en busca del hijo del rey, que estaba enfermo de amor, y le dijo: "Ven a ver a la joven. Te espera, acostada en un pabellón, en medio del río".
Entonces se levantó el príncipe y dijo al visir de su padre: "Ven conmigo a dar un paseo". Y salieron ambos, precedidos de lejos por la vieja, que iba enseñando al príncipe el camino. Y llegaron al pabellón de mármol, y el príncipe dijo al visir: "Espérame a la puerta. No tardaré".
Luego entró en el pabellón. Y encontró a la joven muerta. Y se sentó a llorarla, recitando versos alusivos a su belleza. Y le cogió la mano para besársela, y vió aquellos dedos tan finos y tan bonitos. Y mientras la admiraba, observó en uno la brizna de lino entre la uña y la carne. Y le chocó la brizna de lino, y la arrancó delicadamente.
Y al punto la joven salió de su desmayo...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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Las historias completas del podcast de las mil noches y una noche.

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