jueves, febrero 06, 2025

47 P2 Historia maravillosa del espejo de las vírgenes - segunda de dos partes

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47 Historia maravillosa del espejo de las vírgenes




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Y cuando llegó la 727ª noche

Ella dijo:
"... Así es que con su aplomo de siempre salió a recorrer la ciudad, poniendo en juego sus argucias, en busca de jóvenes. Y efectivamente, no tardó en llevar al palacio de Mubarak un primer grupo muy considerable de jóvenes selectas, todas de quince años de edad, más bien menos que más, y todas intactas en cuanto a su virginidad. Y una tras otra, envueltas en sus velos, con los ojos modestamente bajos, las introdujo en la sala en que les esperaba el príncipe Zein, provisto de su espejo y sentado junto al mercader Mubarak. Y al ver todos aquellos párpados bajos y aquellos rostros cándidos y aquel gesto púdico, nadie hubiera podido dudar de la pureza y de la virginidad de las jóvenes que introducía la vieja. ¡Pero he aquí que existía el espejo, y nada podía engañar al espejo, ni párpados bajos, ni rostros cándidos, ni gesto púdico! En efecto, cada vez que entraba una joven, el príncipe Zein, sin pronunciar palabra, volvía el espejo hacia la joven que había que inspeccionar, y miraba. Y aparecía ella en el espejo toda desnuda, a pesar de las numerosas vestiduras que la cubrían; y no resultaba invisible ninguna parte de su cuerpo; y se reflejaba su historia con sus menores detalles, igual que si se la hubiese colocado en un cofrecillo de cristal diáfano.
Y he aquí que, cada vez que el príncipe Zein inspeccionaba en el espejo a las jóvenes que entraban, estaba lejos de ver una historia minúscula en forma de almendra sin cáscara; y se asombraba prodigiosamente al comprobar en qué abismo sin fondo habría podido arrojarse o arrojar desatentadamente al Anciano de las Tres Islas, a no ser por el recurso del espejo mágico. Y después del examen desechaba a todas las que entraban, sin explicar, empero, a la vieja el verdadero motivo de su abstención; porque no quería perjudicar a aquellas jóvenes descubriendo lo que había velado Alah y revelando lo que por lo común estaba oculto. Y se limitaba a limpiar con la manga cada vez el vaho denso que acababa de empañar el espejo al aparecer la imagen. Y sin desalentarse y excitada por la esperanza de la remuneración, la vieja le llevó un segundo grupo, más importante todavía que el primero, y un tercero, y un cuarto, y un quinto grupos, pero sin más resultado que la vez primera. ¡Y de tal suerte, ¡oh Zein! viste las historias de las egipcias, de las coptas, de las nubias, de las abisinias, de las sudanesas, de las maghrenias, de las árabes y de las beduinas! Y en verdad que, entre tantas, las había que eran excelentes hasta cierto punto, y pertenecían a propietarias incomparablemente bellas y deliciosas. ¡Pero ni una sola vez viste, entre todas aquellas historias, la historia requerida, virgen de todo contacto, semejante a una almendra mondada!
Y en vista de ello, sin haber podido encontrar en Egipto, lo mismo entre las hijas de los grandes que entre las del pueblo, una joven que tuviera las condiciones necesarias, el príncipe y Mubarak juzgaron que ya no les quedaba que hacer más que abandonar aquel país para ir a continuar sus pesquisas en Siria por el pronto. Y partieron para Damasco, y alquilaron un magnífico palacio en el barrio más hermoso de la ciudad. Y Mubarak se puso al habla con las viejas casamenteras y con las alcahuetas, y les expuso lo que tenía que exponerles. Y le contestaron todas con el oído y la obediencia. Y entraron en negociaciones con las jóvenes, hijas de grandes y pequeños, lo mismo con las musulmanas que con las judías y las cristianas. Y sin sospechar las virtudes del espejo mágico, del que ignoraban hasta la existencia las llevaron por turno a la sala reservada para la inspección. Pero con las sirias ocurrió exactamente igual que había ocurrido con las egipcias y las otras; pues, no obstante su apostura modesta y la pureza de sus miradas y sus mejillas ruborizadas de pudor y sus quince años, todas tenían la historia perforada. Y las alcahuetas y las demás viejas se vieron obligadas a volverse con las narices tan largas que les llegaban hasta los pies.
¡Y he aquí lo referente a ellas!
¡Pero he aquí ahora lo referente al príncipe Zein y a Mubarak! Cuando comprobaron que la Siria, como el Egipto, estaba completamente limpia de jóvenes con las historias todavía selladas, se quedaron muy estupefactos; y Zein pensó: "¡Es inconcebible!" Y dijo a Mubarak: "¡Oh Mubarak! creo que nada tenemos que hacer ya en este país, y que necesitamos buscar por otras comarcas lo que deseamos. ¡Porque mi corazón y mi espíritu están pendientes de la séptima joven de diamante, y me hallo dispuesto siempre a continuar las pesquisas para dar con la virgen de quince años que ha de entregarse al Anciano de las Islas a cambio de su regalo!" Y contestó Mubarak: "¡Escucho y obedezco!" Y añadió: "Mi opinión es que sería inútil ir a otra parte que no fuera el Irak. Porque sólo allí tenemos probabilidad de encontrar lo que buscamos. ¡Preparemos, pues, la caravana, y vamos a Bagdad, la ciudad de paz ...!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y cuando llegó la 728ª noche

Ella dijo:
¡... Preparemos, pues, la caravana y vamos a Bagdad, la ciudad de paz!"
Y Mubarak hizo los preparativos de marcha, y cuando la caravana estuvo completa, emprendió con el príncipe Zein el camino que a través del desierto conduce a Bagdad. Y Alah les escribió la seguridad; y no se encontraron con beduinos salteadores de caminos, y llegaron con buena salud a la ciudad de paz.
Empezaron, como habían hecho en Damasco, por alquilar un palacio situado a orillas del Tigris y que tenía unas vistas maravillosas y un jardín semejante al Jardín-de-las-Delicias del califa. Y mantuvieron un tren de casa extraordinario, gastando con esplendidez y dando festines sin igual. Y cuando sus invitados habían comido y bebido hasta la saciedad, mandaban distribuir las sobras entre los pobres y derviches. Y había entre aquellos derviches uno que se llamaba Abu-Bekr, y que era un desvergonzado, un canalla de lo más detestable, que odiaba a la gente rica por ser rica precisamente y él pobre. Pues la miseria endurece el corazón del hombre dotado de alma baja, en tanto que ennoblece el corazón del hombre dotado de alma elevada. Y como veía la abundancia y los bienes de Alah en la morada de los recién venidos, no necesitó más para tomar aversión a ambos. Y así es que un día entre los días, fué a la mezquita para la plegaria de la tarde, y exclamó en medio de la muchedumbre congregada allí: "¡Oh creyentes! habéis de saber que han venido a habitar en nuestro barrio dos extranjeros que a diario gastan sumas considerables y hacen alarde de sus riquezas, únicamente para deslumbrar los ojos de los pobres como nosotros. ¡Pero no sabemos quiénes son esos extranjeros e ignoramos si son unos malvados que se escaparon de un país con bienes considerables para venir a derrochar en Bagdad el producto de sus latrocinios y el dinero de viudas y de huérfanos! ¡Por el nombre de Alah y los méritos de nuestro señor Mohamed (¡con El la plegaria y la paz!), os conjuro, pues, a que os pongáis en guardia contra esos desconocidos y no aceptéis nada de su falsa generosidad! Además, si nuestro amo el califa llega a saber que en nuestro barrio hay hombres así, a todos nos hará responsables de sus hazañas y nos castigará por no haberle advertido. ¡Pero en cuanto a mí, he de declararos que retiro mis dos manos de ese asunto y que no tengo nada de común con esos extranjeros ni con los que aceptan sus invitaciones y entran en su casa!" Y todos los presentes contestaron a una: "Ciertamente, tienes razón ¡oh jeique Abu-Bekr! ¡Y quedas encargado de redactar una queja al califa acerca del particular para que examine el caso!"
Después salió de la mezquita toda la asamblea. Y el derviche Abu-Bekr regresó a su casa para meditar la manera de hacer daño a los dos extranjeros.
Entretanto, no tardó Mubarak en saber, por decreto del Destino, lo que acababa de ocurrir en la mezquita; y le atemorizaron mucho los manejos del derviche, y pensó que, como la cosa moviera ruido, no le sería posible inspirar confianza a las alcahuetas y casamenteras. Así es que, sin pérdida de tiempo, metió en un saco quinientos dinares de oro y corrió a casa del derviche. Y llamó a la puerta, y fué a abrirle el derviche, y al reconocerle, le preguntó con acento colérico: "¿Quién eres? ¿Y qué quieres?" Y el otro contestó: "Soy tu esclavo Mubarak, ¡oh imán Abu-Bekr, amo mío! Y vengo a verte de parte del emir Zein, que ha oído hablar de tu ciencia, de tus conocimientos y de tu influencia en la ciudad, y me ha enviado para que te rinda sus homenajes y le ponga por completo a tu disposición. Y a fin de demostrarte su buena voluntad, me ha encargado que te entregue esta bolsa con quinientos dinares, como homenaje de un leal a su soberano, excusándose contigo de no guardar proporción el regalo con la inmensidad de tus merecimientos. ¡Pero si Alah quiere, en días sucesivos no dejará de probarte más aún todo lo agradecido y lo perdido que se halla en el desierto sin límites de tu benevolencia!"
Cuando el derviche Abu-Bekr vió el saco de oro y computó su contenido, se le enternecieron mucho los ojos y se le endulzaron las intenciones. Y contestó: "¡Oh mi señor! ¡ardientemente imploro que me perdone tu amo el emir por lo que mi lengua haya podido decir acerca de él sin pensar, y me arrepiento hasta el límite del arrepentimiento por haber faltado a mis deberes para con su persona! Te ruego, pues, seas mi delegado acerca de él para exponerle mi contrición en cuanto a lo pasado y mis disposiciones en cuanto al porvenir. ¡Porque a partir de hoy, si Alah quiere, voy a reparar en público las desconsideraciones en que haya podido incurrir, y en vista de eso, me haré acreedor a los favores del emir!"
Y contestó Mubarak: "¡Loores a Alah, que llena de buenas intenciones tu corazón, oh amo mío Abu-Bekr! ¡Pero te suplico que después de la plegaria, no te olvides de ir a honrar nuestro umbral con tu presencia y a deleitar nuestro espíritu con tu trato! ¡Porque sabemos que la bendición acompañará los pasos de tu santidad en nuestra morada!" Y cuando hubo hablado así, besó la mano al derviche y retornó a la casa.
En cuanto a Abu-Bekr, no dejó de ir a la mezquita a la hora de la plegaria, e irguiéndose en medio de los fieles congregados, exclamó: "¡Oh creyentes, hermanos míos! ¡ya sabéis que no hay nadie que no tenga enemigos; y ya sabéis también que la envidia se ensaña principalmente en aquellos sobre quienes han descendido los favores y las bendiciones de Alah! Así, pues, para descargar mi conciencia, he de deciros que los dos extranjeros de quienes ayer os hablé desconsideradamente, son personas dotadas de nobleza, de tacto, de virtudes y de cualidades inestimables. Además, los informes que adquirí respecto a ellos me permiten afirmar que uno de los tales es un emir de alto rango y mucho mérito, y su presencia sólo bien puede hacer a nuestro barrio. Es preciso, por tanto,  que le honréis donde le encontréis, y que le rindáis los honores debidos a su rango y a su calidad. ¡Uassalam!"
Y el derviche Abu-Bekr destruyó así en el espíritu de sus oyentes el efecto de sus palabras de la víspera. Y los dejó para volver a su casa con objeto de cambiarse de ropa y vestirse con un capote nuevo, cuyos bordes le arrastraban y cuyas amplias mangas le llegaban hasta las rodillas. Y fué a visitar al príncipe Zein, y entró en la sala reservada a los visitantes...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 729ª noche

Ella dijo:
"... Y fué a visitar al príncipe Zein, y entró en la sala reservada a los visitantes. Y se inclinó hasta la tierra en presencia del príncipe, que le devolvió su zalema y le recibió con cordialidad y le invitó a sentarse en el diván al lado suyo. Luego mandó que le sirvieran de comer y de beber, y le hizo compañía, compartiendo la comida con él y con Mubarak. Y charlaron como dos excelentes amigos. Y el derviche, completamente conquistado por los modales del príncipe, le preguntó: "¡Oh mi señor Zein! ¿piensas iluminar por mucho tiempo nuestra ciudad con tu presencia?" y Zein, que, no obstante su tierna edad, era muy avisado y sabía sacar provecho de las ocasiones deparadas por el Destino, le contestó: "Sí, ¡oh mi señor imán! ¡Mi intención es vivir en Bagdad hasta que logre mi propósito!" Y Abu-Bekr dijo: "¡Oh mi señor emir! ¿cuál es el noble propósito que persigues? ¡Tu esclavo estará muy contento de poder ayudarte en algo, y se interesará por ti de todo corazón amistoso!" Y contestó el príncipe Zein: "Sabe entonces, ¡oh venerable jeique Abu-Bekr! que mi anhelo se cifra en el matrimonio. En efecto, deseo encontrar, para tomarla por esposa, una joven de quince años que sea a la vez excesivamente bella y virgen en absoluto. Y es preciso que su belleza sea tal, que no tenga ella par entre las jóvenes de su tiempo, y que su virginidad sea de buena ley, por fuera y por dentro. Y ése es el propósito que persigo y el motivo que me condujo a Bagdad tras de impulsarme a residir en Egipto y en Siria". Y contestó el derviche: "¡En verdad, ¡oh amo mío! que eso es cosa muy rara y muy difícil de encontrar! Y si Alah no me hubiera puesto en tu camino, tu estancia en Bagdad no habría visto jamás su término, y en vano hubieran perdido el tiempo en pesquisas todas las casamenteras. ¡Pero yo sé dónde podrás encontrar esa perla única, y te lo diré si es que me lo permites!"
Al oír estas palabras, Zein y Mubarak no pudieron por menos de sonreír. Y Zein le dijo: "¡Oh santo derviche! ¿estás bien seguro de la virginidad de la que me hablas? Y de ser así, ¿cómo te arreglaste para adquirir esa certeza? Si viste por ti mismo a esa joven lo que debe permanecer oculto, ¿cómo quieres que sea virgen? ¡Porque la virginidad reside tanto en la conservación del sello como en que permanezca invisible!" Y Abu-Bekr contestó: "¡Claro que no lo he visto! ¡Pero me cortaría la mano derecha si no estuviese como te he indicado! Y además, ¿cómo vas a arreglarte tú mismo, ¡oh mi señor! para tener una certeza tan completa antes de la noche de bodas?" Y contestó Zein: "¡Es muy  sencillo: sólo necesitaré verla un instante, toda vestida y completamente envuelta en sus velos!" Y el derviche no quiso echarse a reír, por consideración a su huésped, y limitóse a contestar: "¡Buen fisonomista debe ser nuestro amo el emir para adivinar de esa manera, sin ver más que los ojos tras el velo, el estado de la virginidad en una joven a quien no conozca!" Y dijo Zein: "¡Así es! ¡Y no tienes más que dejarme ver a la joven, si verdaderamente crees que es posible la cosa! ¡Y ten la seguridad de que sabré corresponder a tus servicios y estimarlos en más de su valor!" Y contestó el derviche: "¡Escucho y obedezco!" Y salió en busca de la consabida joven.
Porque Abu-Bekr conocía a una joven que podía llenar las condiciones requeridas, y que no era otra que la hija del jeique de los derviches de Bagdad. Y su padre habíala criado alejada de todas las miradas, haciéndola llevar una vida sencilla y recatada, con arreglo a los preceptos sublimes del Libro. Y creció ella en la morada ignorando la fealdad, y cuajó como una flor. Y era blanca y elegante y deliciosamente formada, pues había salido sin defecto del molde de la belleza. Y sus proporciones eran admirables, y negros sus ojos, y bruñidos como trozos de luna sus miembros delicados. ¡Y era toda redonda y finísima al mismo tiempo! En cuanto a lo que estaba situado entre las columnas, no sabría describirlo nadie, porque nadie lo había visto. ¡He aquí por qué el espejo mágico será el único que la refleje por primera vez y pueda permitir esta descripción con asentimiento de Alah!
El derviche Abu-Bekr fue, pues, a casa del jeique de la corporación, y tras de las zalemas y cumplimientos por una y otra parte, le espetó un largo discurso, basado en diversos textos del Libro santo acerca de la necesidad que del matrimonio tienen las jóvenes púberes, y acabó por exponerle la situación con todos sus detalles, añadiendo: "¡Porque ese emir tan noble, tan rico y tan generoso, está dispuesto a pagarte la dote que pidas por tu hija; pero en cambio, exige, como única condición,  posar una sola mirada en ella estando tu hija vestida por completo y enteramente envuelta en el izar!" Y el jeique de los derviches, padre de la joven, hubo de reflexionar durante una hora de tiempo, y contestó: "¡No hay inconveniente!" Y fué en busca de su esposa, madre de la joven, y le dijo: "¡Oh madre de Latifah! ¡levántate y coge a nuestra hija Latifah y echa a andar detrás de nuestro hijo, el derviche Abu-Bekr, que te conducirá a un palacio donde el destino de tu hija le espera hoy ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 730ª noche

Ella dijo:
"¡... Oh madre de Latifah! ¡levántate y coge a nuestra hija Latifah y echa a andar detrás de nuestro hijo, el derviche Abu-Bekr, que te conducirá a un palacio donde el destino de tu hija la espera hoy!" Y la esposa del jeique de los derviches obedeció en seguida y se envolvió en sus velos y fué al aposento de su hija, y le dijo: "¡Oh hija mía Latifah! ¡tu padre desea que salgas hoy por primera vez conmigo!" Y tras de peinarla y vestirla salió con ella y siguió, a diez pasos de distancia, al derviche Abu-Bekr; que las condujo al palacio donde les esperaban Zein y Mubarak sentados en el diván de la sala de audiencia.
Y entraste ¡oh Latifah! mostrando tus grandes ojos negros, muy asombrados tras el velillo de tu rostro. Porque en tu vida habías visto otra cara de hombre que la cara venerable de tu padre, el jeique de los derviches. ¡Y no bajaste los ojos, pues no conocías la falsa modestia, ni el falso pudor, ni ninguna de las cosas que de ordinario aprenden las hijas de los hombres para cautivar los corazones, sino que lo mirabas todo con tus hermosos ojos negros de gacela temblorosa, vacilante y  encantadora!
Y al verte aparecer, el príncipe Zein sintió que se le huía la razón, porque entre todas las mujeres de su palacio de Bassra y todas las jóvenes de Egipto y de Siria no había visto a ninguna que, de cerca o de lejos, se pudiera comparar a ti en belleza. Y el espejo te reflejó toda desnuda. Y así pudo ver él, acurrucada en lo alto de las columnas, semejante a una pequeñísima palomita blanca, una milagrosa historia sellada con el sello intacto de Soleimán (¡con El la paz y la plegaria!) Y la consideró más atentamente, y en el límite del júbilo comprobó que tu historia ¡oh Latifah! era de todo punto semejante a una almendra mondada. ¡Gloria a Alah que conserva los tesoros y los reserva a sus creyentes!
Cuando el príncipe Zein, gracias al espejo mágico, vió cómo estaba la joven que hubo de buscar, encargó a Mubarak que inmediatamente fuera a hacer la petición de matrimonio. Y Mubarak, acompañado de Abu-Bekr, el derviche, fué al punto a casa del jeique de los derviches, le transmitió  la petición de matrimonio y le pidió su consentimiento. Y le condujo al palacio; y se envió a buscar al kadí y a los testigos; y se extendió el contrato de matrimonio. Y se celebraron las bodas con una pompa extraordinaria; y Zein dió grandes festines e hizo muchas dádivas a los pobres del barrio. Y cuando se marcharon todos los invitados, Zein retuvo con él al derviche Abu-Bekr, y le dijo: "Has de saber, ¡oh Abu-Bekr! que esta misma tarde partimos para un país bastante lejano. Y mientras vuelvo a Bassra he aquí para ti diez mil dinares de oro, como remuneración por tus buenos servicios. ¡Pero Alah es más grande, y algún día podré probarte mejor mi gratitud!" Y le dió los diez mil dinares, pensando nombrarle un día gran chambelán, cuando llegara a su reino. Y después que el derviche le besó las manos, dió la señal de partida. Y colocaron a la joven virgen en una litera a lomos de un camello. Y Mubarak abrió la marcha, y Zein marchó el último. Y acompañados de su séquito, emprendieron el camino de las Tres Islas.
Como las Tres Islas estaban muy lejos de Bagdad, el viaje duró largos meses, durante los cuales el príncipe Zein se sentía a diario más prendado cada vez de los encantos de la maravillosa joven virgen convertida en su esposa legal. Y la amó con todo su corazón, porque ella atesoraba en sí dulzura, hechizos, gentileza y virtudes naturales. Y por primera vez experimentó él los efectos del verdadero amor, cuya existencia nunca hasta entonces hubo supuesto. Así es que, con gran amargura en el corazón, vió llegar el momento de entregar la joven al Anciano de las Tres Islas. Y varias veces estuvo tentado de desandar el camino y volverse a Bassra, llevándose a la joven. Pero le retenía el juramento que había hecho al Anciano de las Tres Islas, y no podía dejar de mantenerlo.
Entre tanto, llegaron al territorio vedado, y por el mismo camino y los mismos procedimientos de antes, arribaron a la isla en que residía el Anciano. Y tras de las zalemas y los cumplimientos, Zein le presentó a la joven toda tapada. Y al propio tiempo le entregó el espejo, y sus mismos ojos parecían dos espejos. Y al cabo de algunos instantes se acercó a Zein, y colgándose a su cuello, le besó con mucha efusión, y le dijo: "En verdad, sultán Zein, que estoy muy contento de tu diligencia  por complacerme y del resultado de tus pesquisas. ¡Porque la joven que me traes es tal y como yo la anhelaba! ¡Es admirablemente bella y supera en encantos y en perfecciones a todas las jóvenes de la tierra! Además, está virgen y con virginidad de buena ley, ya que se la diría sellada con el sello de nuestro señor Soleimán ben-Daúd (¡con ambos la plegaria y la paz!) ¡Por lo que a ti se refiere, no tienes más que volver a tus Estados; y cuando entres en la segunda sala de loza, en donde están las seis estatuas, encontrarás allí la séptima que te he prometido y que por sí sola vale más que otras mil juntas!" Y añadió: "¡Haz comprender ahora a la joven que me la cedes y que ya no tiene nada de común contigo!"
Al oír estas palabras la encantadora Latifah, que también sentía mucho afecto por el hermoso príncipe Zein, lanzó un profundo suspiro y se echó a llorar. Y Zein se echó a llorar asimismo. Y muy triste, le explicó todo lo concertado entre él y el Anciano de las Islas, desmayándose de dolor Latifah. Y tras de haber besado la mano al Anciano, el joven emprendió de nuevo con Mubarak el camino de Bassra. Y durante todo el viaje no cesaba de pensar en aquella Latifah tan encantadora y tan dulce, y se recriminaba amargamente por haberla engañado haciéndole pensar que era su esposa, y se creía causante de la desdicha de ambos. Y no podía consolarse de ello.
Y he aquí que llegó en aquel estado de desolación a Bassra, donde grandes y pequeños celebraron su regreso con muchos festejos. Pero el príncipe Zein se había puesto muy triste, sin tomar parte en aquellos regocijos, y a pesar de todos los requerimientos de su fiel Mubarak, se negaba a bajar al subterráneo en que debía encontrar a la joven de diamante, tanto tiempo anhelada. Por fin, cediendo a los consejos de Mubarak, a quien hubo de nombrar visir en cuanto llegó a Bassra, consintió en bajar al subterráneo. Y atravesó la sala de porcelana y de cristal, toda llena de dinares y polvo de oro, y penetró en la sala de loza verde incrustada de oro...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y cuando llegó la 731ª noche

Ella dijo:
"... Y atravesó la sala de porcelana y de cristal, toda llena de dinares y polvo de oro, y penetró en la sala de loza verde incrustada de oro. Y vió las seis estatuas en sus respectivos sitios; y lanzó una mirada distraída al séptimo pedestal de oro. Y he aquí que en él se erguía sonriente una joven desnuda, más brillante que el diamante, en la cual reconoció el príncipe Zein, en el límite de la emoción, la que había conducido a las Tres Islas. Y sólo supo abrir la boca, inmóvil, sin poder pronunciar una sola palabra. Y dijo Latifah: "¡Sí, yo soy Latifah, a quien no esperabas encontrar aquí! ¡Ay! ¡ya veo que venías en espera de poseer algo más preciado que yo!"
Y al fin pudo expresarse Zein, y exclamó: "¡No, por Alah, ¡oh mi señora! que bajé aquí sin que lo dictase el corazón, el cual sólo por ti latía! ¡Pero bendito sea Alah, que ha permitido nuestra unión!"
Y cuando pronunciaba estas palabras se dejó oír el fragor de un trueno, que hizo retemblar el subterráneo, y en aquel mismo momento apareció el Anciano de las Islas. Y sonreía con bondad. Y se acercó a Zein, y le cogió la mano y la puso en la mano de la joven, diciéndole: "¡Oh Zein! has de saber que desde que naciste te tuve bajo mi protección. Tenía, pues, que asegurar tu dicha. Y nada mejor que darte el único tesoro que es inestimable. Y ese tesoro, más hermoso que todas las jóvenes de diamante y todas las pedrerías de la tierra, lo constituye esta joven virgen. ¡Porque la virginidad, unida a la belleza del cuerpo y a la excelencia del alma, es la triaca que procura todos los remedios y vale por todas las riquezas! Y hablando así, besó a Zein y desapareció.
¡Y el sultán Zein y su esposa Latifah, en el límite de la dicha, se amaron con un amor grande, y vivieron largos años la vida más deliciosa y más selecta, hasta que fué a visitarles la Separadora inevitable de los amantes y de las sociedades! ¡Gloria al Único Viviente que no conoce la muerte!

47 P1 Historia maravillosa del espejo de las vírgenes - primera de dospartes

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47 Historia maravillosa del espejo de las vírgenes




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HISTORIA MARAVILLOSA DEL ESPEJO DE LAS VIRGENES

Y Schehrazada dijo al rey Schahriar:
He llegado a saber ¡oh rey afortunado! ¡oh dotado de ideas excelentes! que en la antigüedad del tiempo y el pasado de las edades y de los momentos, había en la ciudad de Bassra un sultán que era un joven admirable y delicioso, lleno de generosidad y de valentía, de nobleza y de poderío, y se llamaba el sultán Zein. Pero, a pesar de las grandes cualidades y de los dones de todas clases, que hacían que no tuviese par a lo largo ni a lo ancho del mundo, el tal joven y encantador sultán Zein era un extraordinario disipador de riquezas, un pródigo que no tenía freno ni orden, y que, con las liberalidades de su mano abierta a jóvenes favoritos glotones en extremo, y con lo que gastaba en las mujeres innumerables de todos colores y de todas estaturas que mantenía en palacios suntuosos, y con la compra no interrumpida de nuevas jóvenes que a diario le procuraban, en estado de virginidad, por precios exorbitantes, para que las metiese el diente, había acabado por agotar completamente los inmensos tesoros acumulados desde hacía siglos por sus abuelos los sultanes y los conquistadores. Y un día su visir fue a anunciarle, después de besar la tierra entre sus manos, que las arcas del oro estaban vacías y que no había con qué pagar al día siguiente a los proveedores del palacio; y no bien le hubo anunciado aquella mala noticia, por miedo al palo se apresuró a marcharse como había venido.
Cuando el joven sultán Zein se enteró así de que habíanse consumido todas sus riquezas, se arrepintió de no haber pensado en reservarse una parte para los días negros del destino; y se entristeció en el alma hasta el límite de la tristeza. Y se dijo: "Ya no te queda, sultán Zeid, más que huir de aquí y dejar el trono decadente del reino de tus padres, a quien quiera apoderarse de él, abandonando a su suerte a tus favoritos tan queridos, a tus concubinas jóvenes, a tus mujeres y tus asuntos de gobierno. Porque es preferible ser un mendigo en el camino de Alah, a ser un rey sin riquezas y sin prestigio, y ya conoces el proverbio que dice: "¡Más vale estar en la tumba que en la pobreza!"
Y así pensando, esperó que llegara la noche para disfrazarse y salir por la puerta secreta de su palacio sin ser visto por nadie. Y se disponía a coger un báculo y a ponerse en camino cuando Alah el Omnividente, el Omnioyente, le trajo a la memoria las últimas palabras y recomendaciones de su padre. Porque, antes de morir, su padre le había llamado, y entre otras cosas le había dicho: "¡Y sobre todo ¡oh hijo mío! no olvides que, si el destino se vuelve un día contra ti, encontrarás en el armario del archivo un tesoro que te permitirá hacer frente a todos los embates de la suerte!"
Cuando Zein recordó estas palabras, que habíanse borrado completamente de su memoria, corrió sin tardanza al armario del archivo y lo abrió, temblando de alegría. Pero por más que miró, hojeó y examinó, revolviendo papeles y registros y desordenando los anales del reino, no encontró en aquel armario ni oro, ni olor de oro, ni plata, ni olor de plata, ni joyas, ni pedrerías, ni nada que de cerca o de lejos se pareciese a aquellas cosas. Y desesperado hasta no poder contener más desesperación su pecho, y muy furioso por haber visto defraudada su esperanza, empezó a sacarlo todo y a tirar los papeles del reino en todas direcciones, y a pisotearlos con rabia, cuando de pronto sintió que resistía a su mano devastadora un objeto duro como de metal. Y lo cogió, y cuando lo hubo mirado, vio que era un pesado cofrecillo de cobre rojo. Y se apresuró a abrirlo; y no encontró dentro más que un billete doblado y sellado con el sello de su padre. Entonces, aunque estaba muy descorazonado, rompió el precinto y leyó en el papel estas palabras trazadas de puño y letra de su padre: "¡Ve, hijo mío, a tal sitio del palacio, llévate un azadón y cava por ti mismo la tierra con tus manos, invocando a Alah!"
Cuando hubo leído este billete, Zein se dijo: "¡He aquí que tengo que hacer ahora el trabajo penoso de los labradores! ¡Pero ya que tal es la voluntad de mi padre, no quiero desobedecerlo!" Y bajó al jardín, cogió el azadón que estaba apoyado contra el muro de la casa del jardinero y fué al sitio designado, que era un subterráneo situado debajo del palacio...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y cuando llegó la 721ª noche

La pequeña Doniazada, hermana de Schehrazada, se levantó de la alfombra en que estaba acurrucada y exclamó: "¡Oh hermana mía! ¡cuán dulces y amables y sabrosas en su frescura son tus palabras!" Y dijo Schehrazada, besando en los ojos a su hermana: "¡Sí! pero ¿qué es lo anterior comparado con lo que voy a contar esta noche, siempre que me lo permita este rey bien educado y dotado de buenas maneras? Y dijo el rey Schahriar: "¡Permitido!"
Entonces Schehrazada continuó así:
"... El joven Zein cogió un azadón y fué al subterráneo, situado debajo del palacio. Y encendió una antorcha, y a aquella claridad empezó por golpear el suelo del subterráneo con el mango de su azadón, y de tal suerte acabó por percibir una resonancia profunda. Y se dijo "¡Ahí es donde tengo que cavar!" Y se puso a cavar de firme; y levantó más de la mitad de las baldosas del pavimento sin dar con la menor apariencia del tesoro. Y dejó la tarea para descansar, y apoyándose contra el muro, pensó: "¡Por Alah! ¿y desde cuándo, sultán Zein, necesitas correr detrás de tu destino y buscarlo hasta en las profundidades de la tierra, en vez de esperarlo sin preocupaciones, sin fatigas y sin trabajo? ¿Es que no sabes que lo que pasó, pasado está y lo que se escribió, escrito está y deberá ocurrir?"
Sin embargo, cuando descansó un poco, continuó su tarea, quitando las baldosas sin muchas esperanzas; y he aquí que de repente dejó al descubierto una piedra blanca, que hubo de levantar; y debajo encontró una puerta que tenía puesto un candado de acero. Y rompió aquel candado a azadonazos y abrió la puerta.
Entonces se vió en lo alto una magnífica escalera de mármol blanco que daba acceso a una amplia sala cuadrada, toda de porcelana blanca de China y de cristal, y cuyo artesonado y techo y columnata eran de lapislázuli celeste. Y vió en aquella sala cuatro estrados de nácar, sobre cada uno de los cuales había diez ánforas grandes de alabastro y de pórfido alternadas. Y se preguntó: "¿Quién sabe qué contendrán estas hermosas ánforas? ¡Es muy probable que mi difunto padre hiciera que las llenaran de vino añejo, el cual ahora debe alcanzar los límites extremos de la excelencia!" Y así pensando, subió uno de los cuatro estrados, se acercó a una de las ánforas y quitó la tapa. Y ¡oh sorpresa! ¡oh alegría! ¡oh danza! vió que estaba llena de polvo de oro hasta el borde. Y para cerciorarse de ello mejor, metió el brazo sin poder llegar al fondo, y lo sacó todo dorado y reluciente de sol. Y se apresuró a quitar la tapa a otra ánfora y vió que estaba llena de dinares de oro y de zequíes de oro de todos tamaños. Y examinó una tras otra las cuarenta ánforas, y vió que todas las de alabastro estaban repletas de dinares y de zequíes de oro.
Al ver aquello, el joven Zein se dilató y se esponjó y se tambaleó y se convulsionó; luego se puso a gritar de alegría, y dejando su antorcha en una cavidad de la pared de cristal, inclinó hacia él una de las ánforas de alabastro, y se echó por la cabeza, por los hombros, por el vientre y por todas partes polvo de oro; y se bañó en ello con una voluptuosidad que no sintió nunca en los hammams más deliciosos. Y exclamó: "¡Vaya, vaya, sultán Zein! ¿con que querías coger el báculo del derviche y ya te disponías a recorrer los caminos de Alah mendigando? ¡Y he aquí que la bendición ha descendido sobre tu cabeza, porque no dudaste de la generosidad del Donador y derrochaste a mano abierta los primeros bienes que te dió! Refréscate, pues, los ojos y tranquiliza tu alma. ¡Y no temas poder agotar de nuevo los dones incesantes de Quien te ha creado!" Y al mismo tiempo inclinó todas las demás ánforas de alabastro, y vertió en la sala de porcelana el contenido. E hizo lo propio con las ánforas de pórfido, cuyos dinares y zequíes hacían estremecerse con sus caídas sonoras y sus tintineos los ecos de la porcelana y el armonioso cristal. Y sumergió su cuerpo amorosamente en medio de aquel amontonamiento de oro, en tanto que, a la luz de la antorcha, la sala blanca y azul unía el resplandor de sus paredes milagrosas a las fulgurantes chispas y las llamaradas gloriosas que escapábanse del seno de aquel incendio frío.
Cuando el joven sultán se bañó en oro de aquel modo, recreándose en ello para olvidar el recuerdo de la miseria que había amenazado su vida y le tuvo a punto de abandonar el palacio de sus padres, se levantó chorreando cascadas inflamadas, y más calmado ya, se puso a examinarlo todo con extremada curiosidad, asombrándose de que su padre el rey hubiese hecho abrir aquel subterráneo y construir en él aquella sala admirable tan secretamente, que nadie en el palacio oyó nunca hablar de semejante cosa. Y sus ojos atentos acabaron por notar en un rincón, escondido entre dos columnas, un minúsculo cofrecillo, semejante en un todo, aunque más pequeño, al que había encontrado en el armario del archivo...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 722ª noche

Ella dijo:
"... Y sus ojos atentos acabaron por notar en un rincón, escondido entre dos columnas, un minúsculo cofrecillo, semejante en un todo, aunque más pequeño, al que había encontrado en el armario del archivo. Y lo abrió, y encontró dentro una llave de oro incrustada de pedrerías. Y se dijo: "¡Por Alah! ¡Esta llave debe ser la que abre el candado que he roto!" Luego reflexionó y pensó: "El caso es que ¿cómo iba a cerrarse entonces el candado desde afuera? Esta llave, por consiguiente, debe servir para otra cosa". Y se puso a buscar por todas partes a ver si descubría para qué servía la llave. Y examinó con atención extremada todas las paredes de la sala, y acabó por encontrar, en medio de un testero, una cerradura. Y pareciéndole que sería la correspondiente a la llave que tenía él, la probó, y al punto cedió y se abrió de par en par una puerta. Y así pudo penetrar en otra sala, todavía más maravillosa que la anterior. Porque toda ella, desde el suelo hasta el techo, era de loza verde con labrados de oro, y se la creería tallada en esmeralda marina. Y verdaderamente, era tan hermosa en su desnudez de todo adorno, que en ningún sueño se hubiera imaginado otra parecida. Y en medio de aquella sala se mantenían de pie, bajo la bóveda, seis jóvenes como lunas y brillando de por sí con un brillo que iluminaba toda la sala. Y se erguían sobre pedestales de oro macizo; y no hablaban. Y encantado, a la vez que estupefacto, avanzó Zein hacia ellas para verlas más de cerca y hacerles su zalema; pero advirtió que no estaban vivas, sino que cada cual estaba hecha de un solo diamante.
Al ver aquello, exclamó Zein, en el límite del asombro: "¡Ya Alah! ¿cómo se arreglaría mi difunto padre para poseer semejantes maravillas?" Y las examinó aun con más atención, y observó que, erguidas sobre sus pedestales, rodeaban al séptimo pedestal, el cual permanecía sin ninguna joven cubierto con una tapicería de seda en que había escritas estas palabras:
¡Has de saber ¡oh hijo mío Zein! que me ha costado mucho trabajo adquirir estas jóvenes de diamante. Pero por más que sean maravillosas de belleza, no creas que son lo más admirable de la tierra. Porque existe una séptima joven, más brillante e infinitamente más bella, que las supera, y ella sola vale más que mil como las que estás viendo. Si anhelas, pues, verla y hacerla tuya para colocarla encima del séptimo pedestal que la aguarda, no tienes más que hacer aquello que la muerte no me permitió llevar a cabo. Ve a la ciudad de El Cairo y busca en ella a uno de mis antiguos criados llamado Mubarak, a quien no te costará ningún trabajo descubrir. Y después de las zalemas, cuéntale lo que te ha sucedido. Y te reconocerá como hijo mío y te conducirá hasta el sitio  en que se halla esa incomparable joven. Y la adquirirás. ¡Y regocijará tu vista para el resto de tus días! ¡Uassalam, ya Zein!
Cuando el joven Zein hubo leído estas palabras, se dijo: "¡Ciertamente, me guardaré muy mucho de aplazar ese viaje a El Cairo! ¡Porque muy maravilloso ejemplar ha de ser la séptima joven para que mi padre me asegure que ella sola vale tanto como las reunidas aquí y otras mil análogas!" Y teniendo decidido partir, salió del subterráneo un instante para volver con una banasta que llenó de dinares y de zequíes de oro. Y la transportó a su aposento. Y se pasó parte de la noche llevando a sus habitaciones algo de aquel oro, sin que nadie notase sus idas y venidas. Y cerró la puerta del subterráneo, y subió a acostarse para descansar.
Pero al día siguiente convocó a sus visires, emires y grandes del reino, y les participó su intención de ir a Egipto para cambiar de aires. Y encargó para que gobernara el reino durante su ausencia a su gran visir, que era el mismo precisamente que tanto hubo de temer al palo en vista de la mala noticia anunciada. La escolta que debía acompañarle en el viaje estaba compuesta de un número reducido de esclavos, escogidos cuidadosamente. Y partió él sin pompa ni cortejo. Y Alah le escribió la seguridad, y llegó sin contratiempo a El Cairo.
Allí se apresuró a pedir noticias de Mubarak, y le dijeron que en El Cairo no conocían por este nombre más que a un rico mercader, síndico del zoco, que vivía con toda comodidad y holgura en su palacio, cuyas puertas estaban abiertas para los pobres y para los extranjeros. Y Zein se hizo conducir al palacio de aquel Mubarak, y se encontró a la puerta con gran número de esclavos y eunucos que, tras de avisar a su amo, se apresuraron a desearle la bienvenida. Y le hicieron pasar por un patio grande y atravesar una sala magníficamente adornada, en la cual le esperaba el amo de la casa sentado en un diván de seda. Y se retiraron.
Entonces avanzó Zein hacia su huésped, que levantóse en honor suyo y, después de las zalemas, le rogó que se sentara a su lado, diciéndole: "¡Oh mi señor! ¡La bendición entró en mi casa al mismo tiempo que tú!" Y le abrazó con gran cordialidad, y se guardó mucho de faltar a los deberes de hospitalidad y preguntándole su nombre y la causa que motivaba su presencia. Así es que fue Zein quien interrogó a su huésped, diciéndole: "¡Oh mi señor! aquí donde me ves, acabo de llegar de Bassra, que es mi país, en busca de un hombre llamado Mubarak, que en otro tiempo se contó entre los esclavos del difunto rey de quien soy hijo. Y si me preguntaras mi nombre, te diría que me llamo Zein. ¡Y ahora soy yo mismo el sultán de Bassra...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y cuando llegó la 723ª noche

Ella dijo:
"... Y si me preguntaras mi nombre, te diría que me llamo Zein. ¡Y ahora soy yo mismo el sultán de Bassra!"
Al oír estas palabras, el mercader Mubarak, en el límite de la emoción, se levantó del diván, y arrojándose a los pies de Zein besó la tierra entre sus manos, y exclamó: "¡Loores a Alah! ¡oh mi señor! que ha permitido la reunión del amo y del esclavo! ¡Ordena y te responderé con el oído y la obediencia! ¡Porque yo mismo soy ese Mubarak, esclavo de tu padre el difunto rey! ¡No muere el hombre que engendra! ¡Oh hijo de mi amo! ¡Este palacio es tu palacio, y yo soy propiedad tuya!" Entonces Zein, levantando del suelo a Mubarak, le contó cuanto le había sucedido, desde el principio hasta el fin, y sin omitir un detalle. Pero no hay utilidad en repetirlo. Y añadió: "¡Por tanto, vengo a Egipto para que me ayudes a encontrar esa maravillosa joven de diamante!" Y contestó Mubarak: "¡De todo corazón leal y como homenaje debido! Soy el esclavo no liberto, y mi vida y mis bienes te pertenecen por derecho propio. ¡Pero antes de ir en busca de la joven de diamante, ¡oh mi señor! conviene que descanses de las fatigas del viaje y que me permitas dar un festín en honor tuyo!" Pero Zein contestó: "Has de saber ¡oh Mubarak! que, por lo que afecta a tu calidad de esclavo, puedes considerarte libre en adelante, porque te liberto y excluyo tu persona de mis bienes y propiedades. ¡En cuanto a la joven de diamante, es preciso que vayamos en su busca sin tardanza, pues no me ha fatigado el viaje, y la impaciencia que me embarga me impediría disfrutar del menor reposo!"
Entonces, viendo lo firme que era la resolución del príncipe Zein no quiso contrariarle, y después de besar por segunda vez la tierra entre sus manos para darle gracias por el don que acababa de hacerle de su libertad, y tras de besarle la orla del manto y cubrirse con ella la cabeza, se levantó y dijo a Zein: "¡Oh mi señor! ¿pero has reflexionado acerca de los peligros que vas a correr en esta expedición? ¡Porque la joven de diamante está en el palacio del Anciano de las Tres Islas! Y las Tres Islas se hallan situadas en un país cuyo umbral no puede trasponer la generalidad de los hombres. Sin embargo, yo puedo conducirte, pues conozco la fórmula que hay que pronunciar para penetrar en él!" Y contestó el príncipe Zein: "Estoy pronto a afrontar todos los peligros con tal de adquirir esa joven de diamante, ya que no sucederá nada que no deba suceder. ¡Y heme aquí con el pecho hinchado por todo mi valor para ir en busca del Anciano de las Tres Islas!"
Entonces ordenó Mubarak a los esclavos que dispusieran todo lo necesario para la marcha. Y tras de hacer sus abluciones y la plegaria, montaron a caballo y se pusieron en camino. Y viajaron días y noches por llanuras y desiertos y por parajes solitarios en donde no había más que hierba y la presencia de Alah. Y durante aquel viaje se ofreció a ellos sin cesar el espectáculo de cosas, a cual más extraña, que encontraban por primera vez en su vida. Y acabaron por llegar a una pradera deliciosa, en donde se apearon de los camellos, y encarándose con los esclavos que les seguían, les dijo Mubarak: "¡Os quedaréis en esta pradera para guardar los camellos y las provisiones hasta nuestro regreso!" Y rogó a Zein que le siguiera, y le dijo: "¡Oh mi señor, no hay recurso ni poder más que en Alah el Omnipotente! Henos aquí en el umbral de las tierras prohibidas donde se halla la joven de diamante. Tenemos que avanzar completamente solos, sin vacilar en adelante ni por un momento. ¡Y ahora es cuando hemos de manifestar nuestra entereza y nuestro valor!" Y el príncipe Zein le siguió, y caminaron largo tiempo, sin detenerse, hasta que llegaron al pie de una alta montaña que tapaba todo el horizonte con una muralla inflexible.
Entonces el príncipe Zein se encaró con Mubarak, y le dijo: "¡Oh Mubarak! ¿y qué poder nos hará escalar ahora esta montaña inaccesible? ¿Y quién nos dará alas para llegar a su cúspide?" Y Mubarak contestó: "¡No tenemos necesidad de escalarla ni de llegar a su cúspide con alas que nos permitan ascender!" Y sacó del bolsillo un libro antiguo, en el cual había trazados al revés caracteres desconocidos, semejantes a patas de hormigas, y se puso a leer en voz alta ante la montaña, moviendo la cabeza, unos versículos en lengua incomprensible. Y al punto, girando sobre sí misma por ambos lados a la vez, se separó en dos partes la montaña, dejando junto al suelo un espacio lo bastante ancho para permitir pasar a un solo hombre. Y Mubarak cogió de la mano al príncipe, y resueltamente se aventuró el primero por aquel espacio angosto. Y anduvieron de tal suerte, uno detrás de otro, durante una hora de tiempo, y llegaron al otro extremo del pasadizo. Y en cuanto salieron se acercaron y unieron de una manera tan perfecta las dos mitades de la montaña, que no dejaron entre ellas ni un intersticio por el que pudiese penetrar siquiera la punta de una aguja.
Y a la salida se encontraron en la ribera de un lago tan grande como el mar y del seno del cual emergían a lo lejos tres islas cubiertas de vegetación. Y la ribera donde estaban recreaba la vista con árboles, arbustos y flores, que se miraban en el agua y embalsamaban el aire con los aromas más dulces, en tanto que los pájaros cantaban en diversos tonos melodías que arrebataban el espíritu y cautivaban el corazón.
Mubarak se sentó en la ribera, y dijo a Zein: "¡Oh mi señor! lo mismo que yo, estás viendo a lo lejos esas islas. ¡A ellas precisamente es adonde tenemos que ir!" Y Zein preguntó muy sorprendido: "¿Y cómo vamos a atravesar ese lago, tan vasto cual un mar, para ir a esas islas?" El otro contestó: "No te inquietes por eso, porque dentro de unos instantes vendrá por nosotros una barca para transportarnos a esas islas, hermosas cual las tierras prometidas por Alah a sus creyentes. Pero ¡oh mi señor! te suplico que, suceda lo que suceda y veas lo que veas, no hagas la menor reflexión. ¡Y sobre todo, ¡oh mi señor! por muy singular que te parezca la cara del barquero, y por muy extraordinario que le encuentres, guárdate de mover la lengua! ¡Porque si, una vez embarcados, tienes la desgracia de pronunciar una sola palabra, la barca se hundirá en las aguas con nosotros!" Y contestó Zein, extremadamente impresionado: "¡Me guardaré la lengua entre los dientes y mis reflexiones en el espíritu...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 724ª noche

Ella dijo:
"¡... me guardaré la lengua entre los dientes y mis reflexiones en el espíritu!"
Mientras hablaban así, vieron de repente aparecer en el lago una barca con un barquero, y estaba tan cerca de ellos, que no supieron si había salido del seno del agua o si había bajado del fondo del aire. Y aquella barca era de madera de sándalo rojo y en medio tenía un mástil del ámbar más fino, y jarcias de seda. En cuanto al barquero, poseía cuerpo de ser humano, hijo de Adán, pero su cabeza se parecía a la de un elefante y ostentaba dos orejas que le caían hasta tierra y arrastraban tras él como la cola de Agar.
Cuando la barca estuvo solo a cinco codos de la orilla, se detuvo, y el barquero con cabeza de elefante estiró la trompa y tomó con ella, uno tras otro, a ambos compañeros, y los transportó a la barca con tanta facilidad como si fuesen plumas, y les colocó con mucho cuidado. Y al punto sumergió en el agua su trompa, y utilizándola a la vez como remo y timón, se alejó de la orilla. Y alzó sus inmensas orejas rastreras y las desplegó por encima de su cabeza al viento, que hubo de henchirlas tumultuosamente como si fuesen velas. Y maniobró con ellas, volviéndolas hacia el lado de la brisa, con más seguridad con que un capitán haría maniobrar los aparejos de su barco. E impulsada de aquel modo, voló la barca cual un pájaro en el lago.
Cuando llegaron a orillas de una de las islas, el barquero les cogió de nuevo con la trompa, a uno tras de otro, y les dejó en la arena, sin lastimarles, para desaparecer al punto con su barca.
Entonces Mubarak cogió de la mano al príncipe y se internó con él en el interior de la isla, siguiendo un sendero pavimentado con pedrerías de todos colores en vez de guijarros. Y caminaron de aquella manera hasta que llegaron ante un palacio enteramente construido con piedras de esmeralda y rodeado de un ancho foso, en cuyos bordes había plantados de trecho en trecho árboles tan altos que cubrían todo el palacio con su sombra. Y frente a la puerta principal de entrada, que era de oro macizo, había un puente formado de conchas y que lo menos medía seis toesas de largo por tres de ancho. Y sin atreverse a franquear aquel puente, Mubarak se detuvo, y dijo el príncipe: "No podemos ir más adelante. ¡Pero si queremos ver al Anciano de las Tres Islas, podemos hacer un conjuro mágico!" Y extrajo de un saco que llevaba oculto entre la ropa cuatro tiras de seda amarilla. Y con una se rodeó la cintura, y se puso otra a la espalda. Luego dió las otras dos al príncipe, que hizo el mismo uso de ellas. Y entonces Mubarak extrajo del saco dos alfombras preciosas de seda fina, las extendió en el suelo y esparció encima algunos granos de almizcle de ámbar, murmurando fórmulas de encanto. Después se sentó, con las piernas cruzadas, en medio de una de aquellas alfombras, y dijo al príncipe: "¡Ponte en medio de la otra alfombra!" Y Zein ejecutó la orden, y Mubarak le dijo: "Ahora voy a conjurar al Anciano de las Tres Islas, que habita este palacio. ¡Haga Alah que venga a nosotros sin encolerizarse! Porque he de advertirte ¡oh mi señor! que no estoy muy seguro de la manera cómo va a recibirnos, y siento inquietud por las consecuencias de nuestra empresa; pues si no le agrada nuestra llegada a la isla, aparecerá bajo la forma de un monstruo espantoso, pero si no le molesta nuestra venida, se mostrará bajo la forma de un amable y noble Adamita.
En cuanto esté ante nosotros, tendrás que levantarte en honor suyo, y sin salirte de la alfombra le harás las zalemas más respetuosas, y le dirás: "¡Oh poderoso señor, soberano de soberanos! ¡henos aquí en el recinto de tu soberanía y habiendo entrado por la puerta de tu protección! Por lo que a mí se refiere, soy tu esclavo Zein, sultán de Bassra, hijo del difunto sultán a quien se llevó el ángel de la muerte después de que finara en la paz de su Señor. ¡Y vengo a solicitar de tu generosidad y de tu poder los mismos favores que dispensaste a mi difunto padre, servidor tuyo!" Y si te pregunta qué gracia quieres que te conceda, le contestarás: "¡Oh soberano mío! ¡lo que vengo a solicitar de tu generosidad es la séptima joven de diamante!"
Y contestó Zein: "¡Escucho y obedezco!"
Entonces, cuando acabó de instruir así al príncipe Zein, Mubarak empezó a hacer conjuros, fumigaciones, recitados, abjuraciones y ensalmos, que para Zein no tenían significación ninguna. E inmediatamente se ocultó el sol tras un montón de nubes negras, y toda la isla se cubrió de espesas tinieblas, y brilló un largo relámpago que fué seguido de un trueno. Y levantóse un viento furioso que sopló hacia ellos; y oyeron un grito espantoso que estremeció los aires; y hubo un temblor de tierra semejante al que el ángel Israfil ha de causar el día del juicio.
Cuando Zein vió y oyó todo aquello, se sintió poseído de una gran emoción, que tuvo cuidado de no dejar traslucir, sin embargo; y pensó para sí: "¡Por Alah, que esto es un presagio bastante malo!" Pero Mubarak, que le adivinó el pensamiento, empezó a sonreír, y le dijo: "No tengas miedo, ¡oh mi señor! ¡Estas señales, por el contrario, deben tranquilizarnos! ¡Todo va bien, con ayuda de Alah!"
Efectivamente, en el mismo instante en que él pronunciaba estas palabras...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.

Pero cuando llegó la 725ª noche

Ella dijo:
"... Efectivamente, en el mismo instante en que él pronunciaba estas palabras, apareció ante ellos el Anciano de las Tres Islas bajo la forma de un Adamita de aspecto venerable, ¡y tan hermoso, que no le superaría en perfección nadie más que Aquel a quien pertenecen toda hermosura, toda cualidad y toda gloria! (¡Exaltado sea!) Y se acercó a Zein, sonriéndole como sonreiría un padre a su hijo. Y Zein se apresuró a levantarse en honor suyo, sin abandonar, no obstante, el centro de la alfombra, para inclinarse luego ante él y besar la tierra entre sus manos. Y no dejó de hacerle las zalemas y los cumplimientos indicados por Mubarak. Y sólo entonces le expuso el motivo de su viaje a la isla.
Cuando el Anciano de las Islas hubo oído las palabras de Zein y comprendió bien su significación, sonrió con una sonrisa aun más atrayente, y dijo a Zein: "¡Oh Zein! en verdad que quise a tu padre con un cariño grande; y cada vez que venía a verme hacíale yo don de una joven de diamante; y me cuidaba de hacérsela transportar yo mismo a Bassra por temor de que la deterioraran los camelleros. Pero no creas que a ti te profeso menos amistad, ¡oh Zein! Pues has de saber que, por propio impulso, prometí a tu padre tomarte bajo mi protección, y le alenté a escribir las dos advertencias y a ocultarlas, una en el armario del archivo y otra en el cofre del subterráneo. Y heme aquí dispuesto a darte la joven de diamante, que por sí sola vale tanto como las demás reunidas y otras mil análogas. ¡Pero ¡oh Zein! no podré hacerte ese regalo maravilloso más que a cambio de otro que quiero pedirte!" Y contestó Zein: "¡Por Alah, ¡oh mi señor! que cuanto me pertenece es propiedad tuya, y yo mismo me hallo incluido ante lo que te pertenece!"
Y el Anciano sonrió, y contestó: "¡Está bien, ¡oh Zein! pero mi petición es muy difícil de satisfacer! ¡Y no sé si alguna vez lograrás complacerme!" El joven preguntó: "¿Y qué es ello?" El otro dijo: "¡Es preciso que me busques, para traérmela a esta isla, una joven de quince años que sea una virgen intacta y a la par una belleza sin rival!" Y exclamó Zein: "Si eso es todo lo que me pides, ¡oh mi señor! ¡por Alah, que me será fácil satisfacerte! ¡Porque nada en nuestro país es más corriente que las jóvenes de quince años vírgenes a la par que bellas!"
A estas palabras, el Anciano miró a Zein y se echó a reír de tal manera, que se cayó de trasero. Y cuando se hubo calmado un poco preguntó a Zein: "¿Tan fácil es encontrar lo que te pido, ¡oh Zein!?" Y Zein contestó: "¡Oh mi señor! ¡no solamente puedo procurarte una, sino diez jóvenes como la que pides! ¡En cuanto a mí, ya tengo en mi palacio un número considerable de jóvenes de esa clase, y están bien intactas, y me deleito arrebatándoles su virginidad!"
Al oír estas palabras, el Anciano no pudo menos de echarse a reír por segunda vez. Luego, con tono lleno de piedad, dijo a Zein: "Has de saber, hijo mío, que lo que te pido es una cosa tan rara, que nadie hasta hoy pudo traérmela. ¡Y si crees que son vírgenes las jóvenes que posees, te equivocas y te haces ilusiones! Porque ignoras que las mujeres disponen de mil medios para hacer creer en su virginidad, y consiguen engañar a los hombres más experimentados en asaltos. ¡Pero como por el aplomo de tus palabras veo que no sabes nada acerca de ellas, voy a suministrarte un medio de comprobar su estado de abertura o de cerrazón sin tocarlas con el dedo, sin desnudarlas y sin infundir en ellas sospechas! ¡Pues desde el momento que te pido una joven virgen, es indispensable que ningún hombre la haya tocado ni le haya visto con los ojos sus órganos más delicados!"
Cuando el joven Zein oyó estas palabras del Anciano de las Islas, se dijo: "¡Por Alah, que debe estar loco! Si tan difícil como pretende es saber si una joven está intacta, ¿cómo quiere que pueda yo encontrar una para él sin verla ni tocarla?" Y reflexionó durante un momento, y exclamó de pronto: "¡Por Alah, ya adivino! ¡Me guiaré por el olfato!" El anciano sonrió y dijo: "¡La virginidad no tiene olor!" El joven dijo: "¡Pues la miraré fijamente a los ojos!" El Anciano dijo: "¡La virginidad  no se lee en los ojos!" El joven preguntó: "Entonces, ¿cómo voy a arreglarme, ¡oh mi señor!?" El Anciano dijo: "¡Eso es precisamente lo que voy a indicarte!" Y de improviso desapareció a sus ojos; pero fué para volver al cabo de un momento, y llevaba un espejo en la mano. Y se encaró con Zein, y le dijo: "Debo decirte, ¡oh Zein! que a un hijo de Adán le es imposible conocer en la cara de una hija de Eva si está virgen o perforada. Ese conocimiento no pertenece más que Alah y a los elegidos de Alah. Así es que, como yo no te lo puedo enseñar de otro modo, para darte ese conocimiento te traigo este espejo, que ha de ser más seguro que todas las conjeturas de los hombres.
En cuanto veas a una joven de quince años perfectamente bella y a la que creas virgen, o a la que como tal te presenten, no tendrás más que mirar este espejo y al punto verás aparecer en él la imagen de la joven consabida. Y no temas examinar esta imagen, porque la contemplación de una imagen en un espejo no constituye ningún atentado a la virginidad de un cuerpo, como lo constituiría la contemplación directa del cuerpo mismo. Si la joven no está virgen, lo advertirás al examinar su historia, que se te aparecerá hinchada y abierta cual un abismo, y también verás que se empaña el espejo, como si tuviera vaho. Pero si, por el contrario, quisiera Alah que la joven haya permanecido virgen, verás aparecer una historia no mayor que una almendra mondada, y el espejo se conservará claro, puro y limpio de todo vaho...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 726ª noche
Ella dijo:
¡... Pero si, por el contrario, quisiera Alah que la joven haya permanecido virgen, verás aparecer una historia no mayor que una almendra mondada, y el espejo se conservará claro, puro y limpio de todo vaho!"
Y cuando hubo hablado así, el Anciano de las Islas entregó a Zein el espejo mágico, añadiendo: "Deseo ¡oh Zein! que el Destino te haga encontrar lo más pronto posible la virgen de quince años que te pido. ¡Y no olvides que es preciso sea perfectamente bella! Porque, ¿de qué sirve la virginidad sin belleza? ¡Y ten cuidado de este espejo, cuya pérdida sería para ti una lástima irreparable! Y contestó Zein con el oído y la obediencia; y tras de despedirse del Anciano de las Tres Islas, desanduvo con Mubarak el camino del lago. Y fué a ellos con su barca el barquero de la cabeza de elefante y les pasó de la misma manera que antes les había pasado. Y de nuevo se abrió la montaña para hacerles paso. Y se apresuraron a reunirse con los esclavos que guardaban los caballos.
Y regresaron a El Cairo.
Y he aquí que el príncipe Zein consintió por fin en tomarse algunos días de descanso en el palacio de Mubarak para reponerse de las fatigas y emociones del viaje. Y pensaba: "¡Ya Alah! ¡qué infeliz es el anciano de las Islas, que no vacila en darme la más maravillosa de sus jóvenes de diamante a cambio de una Adamita virgen! ¡Y se imagina que la raza de las vírgenes se ha extinguido sobre la faz de la tierra!" Luego, cuando le pareció que se había tomado el descanso necesario, llamó a Mubarak, y le dijo: "¡Oh Mubarak! levantémonos y vayamos a Bagdad y a Bassra, donde las jóvenes vírgenes son tan innumerables como la langosta. Y escogeremos la más bella entre todas. ¡Y vendremos a ofrecérsela al Anciano de las Tres Islas a cambio de la joven de diamante!" Pero contestó Mubarak: "¿Y para qué, ¡oh mi señor!? ¿No estamos en El Cairo, la ciudad de ciudades, lugar preferido por las personas deliciosas y punto de reunión de todas las bellezas de la tierra? ¡No te preocupes, pues, por eso, y déjame obrar en consecuencia!" El joven preguntó: "¿Y qué vas a hacer?" El otro dijo: "Entre otras, conozco a una vieja taimada, muy experta en jóvenes, y que nos proporcionará más de las que deseemos. Voy, pues, a encargarle que nos traiga aquí todas las jóvenes de quince años que se encuentren, no sólo en El Cairo, sino en todo Egipto. Y para que nos resulte más fácil la tarea, le recomendaré que haga por sí misma selección, no trayéndonos aquí más que las que juzgue dignas de ser ofrecidas como regalo a reyes y sultanes. Y a fin de estimular su celo, le prometeré un suntuoso bakhchich. Y de tal suerte, no dejará en Egipto una joven presentable sin traérnosla, con o sin consentimiento de sus padres. Y elegiremos la que nos parezca más bella entre las egipcias, y la compraremos; y si pertenece a una familia de notables, la pediré para ti en matrimonio, y te casarás con ella, solamente por fórmula, pues no has de tocarla, desde luego. Tras de lo cual iremos a Damasco, luego a Bagdad y a Bassra, y allí haremos las mismas pesquisas. Y en cada ciudad compraremos o nos procuraremos, por medio del matrimonio aparente, la que nos haya conmovido más con su belleza, después, claro está, de haber comprobado su virginidad valiéndonos del espejo. Y sólo entonces reuniremos a todas las jóvenes que nos hayamos proporcionado de ese modo, y escogeremos entre todas la que nos parezca indudablemente la más maravillosa. ¡Y de tal suerte, mi señor, habrás cumplido tu promesa al Anciano de las Tres Islas, quien, a su vez, cumplirá la suya, dándote a cambio de la maravillosa virgen de quince años la joven de diamante!" Y contestó Zein: "¡Tu idea ¡oh Mubarak! es de lo más excelente! ¡Y de tu boca acaban de salir las palabras de la sabiduría y de la elocuencia!"
Entonces Mubarak fué en busca de la consabida vieja taimada, que no tenía igual para argucias y artificios de todas clases, pues era capaz de dar lecciones de sagacidad, picardía y sutileza al propio Eblis. Y después de ponerle en la mano, para empezar, un bakhchich de cierta importancia, le expuso el motivo que le impulsaba a verla, y añadió "Porque esta joven que te pido, escogida entre todas las jóvenes de quince años que se encuentran en Egipto, y que ha de ser incomparablemente bella y virtuosa en absoluto, está destinada a ser la esposa del hijo de mi amo. Y ten la seguridad de que tus pesquisas y trabajos se te retribuirán liberalmente. ¡Y habrás de alabarte de nuestra generosidad!" Y contestó la vieja: "¡Oh mi señor! tranquiliza tu espíritu y refresca tus ojos, pues ¡por Alah! que voy a consagrarme a satisfacer tu deseo hasta más allá de lo que me pides. Porque has de saber que tengo en mi mano jóvenes de quince años vírgenes y que todas son hijas de hombres honorables y de notables. ¡Y te las llevarás todas, una tras otra, y te verás perplejo para elegir entre todas esas lunas a cual más maravillosa! "
Así habló la vieja taimada. Pero, a pesar de toda su sagacidad y su ciencia, no sabía nada en absoluto de lo referente al espejo. Así es que con su aplomo de siempre salió a recorrer la ciudad, poniendo en juego sus argucias, en busca de jóvenes...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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domingo, enero 26, 2025

46 Consejos de la generosidad y de la experiencia

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46 Consejos de la generosidad y de la experiencia      
       46,1 Saladino y su visir
       46,2 La tumba de los amantes
       46,3 El divorcio de Hind






CONSEJOS DE LA GENEROSIDAD Y DE LA EXPERIENCIA

SALADINO Y SU VISIR

Y dijo al punto:
He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que el visir del victorioso rey sultán Saladino tenía, entre los esclavos favoritos de su pertenencia, a un joven cristiano perfectamente hermoso, al cual quería en extremo, y tan agraciado como jamás le habían encontrado semejante los ojos de los hombres. Y he aquí que un día en que el visir se paseaba con aquel joven, del que no podía separarse, reparó en él el sultán Saladino, que le hizo seña para que se acercara. Y tras de echar una mirada entusiasta al joven, el sultán Saladino preguntó al visir. ";,De dónde te ha venido este joven?" Y el visir contestó un poco azorado: "¡De Alah!, ¡oh mi señor!" Y el sultán Saladino sonrió, y dijo prosiguiendo su camino: "¡He aquí cómo ahora ¡oh visir nuestro! has encontrado la manera de subyugarnos con la belleza de un astro y cautivarnos con los encantos de una luna!"
Esto impresionó mucho al visir, que se dijo: "¡Ya no puedo, en verdad, reservarme este joven, habiéndose fijado el sultán en él!" Y preparó un rico regalo, llamó al hermoso joven cristiano, y le dijo: "¡Por Alah, ¡oh joven! que de no haberse visto precisada a ello mi alma, no se habría separado de ti nunca!" Y le entregó el regalo, diciendo: "¡Llevarás este regalo en mi nombre a nuestro amo el sultán, y tú mismo formarás parte del obsequio, pues a partir de este instante te cedo a nuestro amo!" Y al propio tiempo le dió, para que se lo entregase al sultán Saladino, un billete en que había escrito estas dos estrofas:
¡He aquí ¡oh mi señor! una luna llena para tu horizonte; porque no hay en la tierra un horizonte más digno de esta luna!
¡Para serte agradable, no vacilo en separarme de mi alma preciosa, a fin de dártela, aunque ¡oh rareza sin par! no sé de ningún hombre que haya nunca consentido en deshacerse voluntariamente de su alma!
Y el regalo satisfizo muchísimo al sultán Saladino, el cual, generoso y magnánimo como de costumbre, no dejó de indemnizar a su visir por aquel sacrificio, colmándole de riquezas y favores, y haciéndole comprender en toda ocasión hasta qué punto había entrado en su gracia y en su amistad...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y cuando llegó la 717ª noche

Ella dijo:
"... Y mi alma y mi corazón están con ella. ¡Y mientras no me sea posible volver a verla, no disfrutaré de dicha alguna, aunque gozase de las delicias del paraíso!"
Habló así, y a medida que se coloreaban sus mejillas sombreadas, crecía mi cariño hacia él. Y le dije cuando calló: "¡Oh Otbah! ¡oh primo mío ¡pon tu esperanza en Alah, y ruégale que te otorgue el perdón de tus pecados! Por lo que a mí se refiere, heme aquí dispuesto a ayudarte con todo mi poder y con todos mis medios para que encuentres a la joven de tus pensamientos. ¡Porque al verte sentí que mi alma iba por sí misma en pos de tu persona, y lo que haga yo por ti en lo sucesivo será  únicamente por ver bajarse contentos hacia mí tus ojos!" Y así diciendo, le oprimí contra mí afectuosamente, y le besé como un hermano besaría a su hermano; y durante toda la noche no cesé de tranquilizar su alma querida. Y en verdad que en toda mi vida olvidaré aquellos momentos deliciosos e incompletos pasados al lado suyo.
Al día siguiente fui con él a la mezquita, y le dejé pasar el primero por consideración. Y estuvimos juntos allí, desde por la mañana hasta mediodía, hora en que las mujeres suelen ir a la mezquita. Pero, con gran desaliento por nuestra parte, observamos que ya estaban en la mezquita todas las mujeres, sin que entre ellas se encontrara la joven. Y al ver yo la pena que aquel descubrimiento producía en mi joven amigo, le dije: "¡No te inquietes por eso! ¡Voy a preguntar por tu bienamada a  estas mujeres que ayer estaban con ella!"
Y salí corriendo hasta llegar junto a ellas, y conseguí al fin que me enterasen de que la joven era una virgen de muy alta estirpe que se llamaba Riya, y era hija de Al-Ghitrif, jefe de la tribu de los Bani-Sulem. Y les pregunté: "¡Oh mujeres de bien! ¿por qué no ha venido ella hoy con vosotras?" Contestaron: "¿Cómo ha de hacerlo, si su padre, que custodió a los peregrinos durante la travesía por el desierto desde el Irak hasta la Meca, ha regresado ayer con sus jinetes a su tribu, que está a orillas del Eufrates, y ha llevado consigo a su hija Riya?" Y les di las gracias por sus informes, y volví al lado de Otbah; y le dije: "¡Las noticias que te anuncio ¡ay! no están de acuerdo con mis deseos!" Y le puse al corriente de la marcha de Riya con su padre hacia la tribu. Luego le dije: "Pero tranquiliza tu alma, ¡oh Otbah! ¡oh primo mío! porque Alah me ha concedido riquezas numerosas, y estoy dispuesto a gastarlas para hacerte llegar al logro de tus fines. ¡Y desde este momento voy a tomar parte en el asunto, y a llevarlo a buen término, con ayuda de Alah!" Y añadí: "¡Pero has de tomarte el trabajo de acompañarme!" Y se levantó y me acompañó hasta la mezquita de sus parientes los Ansaritas.
Allí esperamos a que se reuniese el pueblo, y saludé a la asamblea, y dije: "¡Oh creyentes Ansaritas reunidos aquí! ¿qué opinión tenéis acerca de Otbah y del padre de Otbah?" Y contestaron a la vez: "¡Todos creemos que son árabes, pertenecientes a una familia ilustre y de una noble tribu!" Y les dije: "Sabed, pues, que Otbah, hijo de Al-Hubab, está consumido por una pasión violenta. ¡Y vengo precisamente a rogaros que unáis vuestros esfuerzos a los míos para asegurar su dicha!" Contestaron: "¡De todo corazón amistoso!" Dije: "¡En este caso, tenéis que acompañarme a las tiendas de los Bani-Sulem para ver al jeique Al-Ghitrif, su jefe, a fin de pedirle en matrimonio a su hija Riya para vuestro primo Otbah, hijo de Al-Hubab!" Y todos contestaron con el oído y la obediencia. Entonces monté a caballo, y también Otbah; y la asamblea hizo lo mismo. Y pusimos a galope tendido nuestros caballos sin detenernos. Y de tal suerte conseguimos llegar a las tiendas de los jinetes del jeique Al-Ghitrif, a seis jornadas de Medina.
Cuando nos vió llegar el jeique Al-Ghitrif, salió a nuestro encuentro hasta la puerta de su tienda, y después de las zalemas, le dijimos: "Venimos a pedirte hospitalidad, ¡oh padre de los árabes!" El contestó: "Bienvenidos seáis a nuestras tiendas ¡oh nobles huéspedes!" Y así diciendo, al punto dió a sus esclavos las órdenes necesarias para recibirnos como era debido. Y los esclavos extendieron en honor nuestro esteras y alfombras, y mataron carneros y camellos para ofrecernos un espléndido festín...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y cuando llegó la 718ª noche

Ella dijo:
"... y mataron carneros y camellos para ofrecernos un espléndido festín. Pero cuando llegó el momento de sentarnos a tomar parte en el festín, nos negamos a ello; y en nombre de toda la asamblea, declaré yo al jeique Al-Ghitrif: "¡Por los merecimientos sagrados del pan y de la sal, y por la fe de los árabes, que no tocaremos ninguno de estos manjares mientras no hayas accedido a nuestra demanda!" Y dijo Al-Ghitrif: "¿Y cuál es vuestra demanda?" Contesté: "¡Venimos a solicitarte para el matrimonio de tu noble hija Riya con Otbah; hijo de Al-Hubab el Ansarita, hijo de Al-Mundhir, hijo de Al-Jamuh, el bravo, el bueno, el ilustre, el victorioso, el excelente!" Y cambiando repentinamente de color, el padre de Riya nos dijo inmediatamente con voz tranquila: "¡Oh hermanos árabes! dueña de su voluntad es la que me hacéis el honor de pedirme en matrimonio para el ilustre Otbah, hijo de Al-Hubab. Y no he de contrariar su voluntad. ¡Ella es, pues, quien tiene que hablar! ¡Y al mismo instante voy a buscarla para pedirle su opinión!" Y se levantó, alejándose de nosotros, muy pálido, llena de cólera la nariz y con una cara que por sí sola desmentía el sentido de sus palabras.
Se fué, pues, a su tienda en busca de su hija Riya, la cual, muy asustada por la expresión de su rostro, le preguntó: "¡Oh padre mío! ¿por qué la cólera altera de modo tan violento la tranquilidad de tu alma?" Y se sentó él en silencio junto a su hija; y según supimos más tarde, acabó por decirle: "¡Has de saber ¡oh Riya, hija mía! que acabo de dar hospitalidad a unos Ansaritas que vinieron a mí con el fin de pedirte en matrimonio para uno de ellos!"
Ella dijo: "¡Oh padre! ¡la familia de los Ansaritas es una de las más ilustres entre los árboles! ¡Y has hecho bien en darles hospitalidad! Pero dime, ¿para cuál de ellos acaban de pedirme en matrimonio?" El contestó: "¡Para Otbah, hijo de Hubab!" Ella dijo: "¡Se trata de un joven conocido! ¡Y es digno de entrar en tu raza!" Pero exclamó él, lleno de furor: "¿Qué palabras acabas de pronunciar? ¿Es que has entablado relaciones con él? ¡Porque ¡por Alah! he jurado a mi hermano en otro tiempo que te concedería en matrimonio a su hijo, y ninguno, a no ser el hijo de tu tío, es digno de entrar en mi familia!" Ella dijo: "¡Oh padre! ¿y qué vas a responder a los Ansaritas? ¡Son árabes llenos de nobleza y muy susceptibles en todas las cuestiones de preeminencia y honor! Y si me niegas en matrimonio a uno de ellos, vas a atraer sobre ti y la tribu su rencor y el efecto de su venganza. ¡Porque se creerán menospreciados por ti y no te lo perdonarán!"
El dijo: "¡Verdad dices! Pero voy a disimular mi negativa pidiendo para ti una dote exorbitante. Porque dice el proverbio: "¡Si no quieres casar a tu hija, exagera tu petición de dote!"
Dejó, pues, a su hija y volvió a nuestro lado para decirnos: "La hija de la tribu ¡oh huéspedes míos! no se opone a vuestra petición de matrimonio; pero exige una dote que sea digna de sus méritos. ¿Quién de entre vosotros podrá darme el valor de esa perla incomparable?" A estas palabras, se adelantó Otbah y dijo: "¡Yo!" El jeique dijo: "¡Pues bien; mi hija pide mil brazaletes de oro rojo, cinco mil monedas de oro del cuño de Hajar, un collar de cinco mil perlas, mil piezas de tela de seda indiana, doce pares de botas de cuero amarillo, diez sacos de dátiles del Irak, mil cabezas de ganado, una yegua de la tribu de Anazi, cinco cajas de almizcle, cinco pomos de esencia de rosas y cinco cajas de ámbar gris!"
Y añadió, encarándose con Otbah: "¿Eres hombre que se preste a esta demanda?" Y contestó Otbah: "¿Lo dudas, oh ¡padre de los árabes!? ¡No solamente accedo a pagarte la dote pedida, sino que añadiré a ella algo más aún!"
Entonces yo me volví a Medina con mi amigo Otbah, y no sin muchos esfuerzos y trabajos, logramos reunir todas las cosas pedidas. Y gasté sin tasa mi dinero, con más gusto que si hubiese hecho para mí todas aquellas compras. Y regresamos a las tiendas de los Bani-Sulem con todas nuestras compras, y nos apresuramos a entregárselas al jeique Al-Ghitrif. Y sin poder ya retirarse de su palabra, el jeique se vió obligado a recibir a todos sus huéspedes los Ansaritas, que se reunieron para cumplimentarle por el matrimonio de su hija. Y comenzaron los festejos y duraron cuarenta días. Y degolláronse camellos y corderos en gran número, y se guisaron en calderas manjares de todas clases, de los que cada individuo de la tribu podía comer a su antojo.
Al cabo de aquel tiempo, preparamos un palanquín suntuoso que pusimos al lomo de un tronco de camellos, y en él colocamos a la recién casada. Y partimos todos en el límite de la alegría, seguidos por una caravana entera de camellos cargados con presentes. Y mi amigo Otbah estaba lleno de gozo en espera del día de la llegada, en que por fin se encontraría a solas con su bienamada. Y durante todo el viaje no la abandonaba un instante, y le hacía compañía en su palanquín, de donde no bajaba más que para favorecerme con una conversación de amistad, confianza y gratitud...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 719ª noche

Ella dijo:
"... Y durante todo el viaje no la abandonaba un instante, y le hacía compañía en su palanquín, de donde no bajaba más que para favorecerme con una conversación de amistad, confianza y gratitud. Y yo me regocijaba con toda el alma y me decía: "¡Hete aquí ¡oh Abdalah! convertido en amigo de Otbah, porque, olvidando tus propios sentimientos, supiste conmover su corazón uniéndole a Riya! ¡No dudes de que algún día será recompensado con creces tu sacrificio! ¡Y también tú disfrutarás del cariño de Otbah hasta el límite de lo deseable y exquisito!"
Estábamos a una jornada de marcha de Medina, cuando al anochecer nos detuvimos para descansar en un oasis. Y la paz era completa; y la luz de la luna reía ante la alegría de nuestro campamento; y por encima de nuestras cabezas, doce palmeras, que parecían doce jóvenes, acompañaban con los susurros de sus ramas la canción de la brisa nocturna. Y como los autores del mundo en días antiguos, disfrutábamos de la hora llena de quietud, de la frescura del agua, de la hierba espesa y de la dulzura del aire.
Pero ¡ay! no se puede escapar al destino, aunque se tengan alas para rehuirle. ¡Y mi amigo Otbah tenía que apurar hasta las heces la copa inevitable! En efecto, de improviso turbó nuestro reposo el ataque de unos jinetes armados que cayeron sobre nosotros lanzando gritos y aullidos. Eran jinetes de la tribu de los Bani-Sulem, enviados por el jeique Al-Ghitrif para que raptaran a su hija. Porque no se había atrevido a violar en sus tiendas las leyes de la hospitalidad, y había esperado a que nos alejáramos para hacer que nos atacaran de aquel modo sin faltar ya a las costumbres del desierto. Pero no contaba con el valor de Otbah y de nuestros jinetes, que resistieron con gran valor el ataque de los Bani-Sulem, y tras de matar gran número de ellos, acabaron por derrotarles. Pero en medio de la refriega, mi amigo Otbah recibió una lanzada, y cuando estuvo de vuelta en el campamento, cayó muerto en mis brazos.
Al ver aquello, la joven Riya lanzó un grito angustioso y se desplomó sobre el cuerpo de su amante. Y se pasó toda la noche lamentándose. Y cuando llegó la mañana, nos la encontramos muerta de desesperación. ¡Que Alah les tenga a ambos en Su Misericordia! Y cavamos para ellos una tumba en la arena, y les enterramos uno junto al otro. Y con el alma dolorida, regresamos a Medina. Y cuando terminé lo que tenía que terminar, me volví a mi país.
Pero siete años más tarde, me invadió el deseo de hacer otra peregrinación a los santos lugares. Y mi alma anheló ir a visitar la tumba de Otbah y de Riya. Y cuando llegué a la tumba, la vi sombreada por un árbol hermoso de especie desconocida, que habían plantado piadosamente los de la tribu de los Ansaritas. Y me senté en la piedra, a la sombra del árbol, llorando y con el alma entristecida. Y pregunté a los que me acompañaban: "¡Oh amigos míos! ¿cuál es el nombre de este árbol que llora conmigo la muerte de Otbah y de Riya?" Y me contestaron: "Se llama el Árbol de los Amantes". ¡Ah! ¡ojalá, oh Otbah! reposes en la paz de tu Señor, a la sombra del árbol que se lamenta encima de tu tumba!


EL DIVORCIO DE HIND

Cuentan que la joven Hind, hija de Al-Nemán, era la joven más bella entre las jóvenes de su tiempo, y sus ojos, su finura y sus encantos la hacían parecerse en todo a una gacela. Y he aquí que la fama de su belleza llegó a oídos de Al-Hajage, gobernador del Irak; y éste la pidió en matrimonio. Pero el padre de Hind no quiso concedérsela por menos de una dote de doscientos mil dracmas de plata, a pagar antes del matrimonio, con la condición de pagarle también, en caso de divorcio, otros doscientos mil dracmas. Y Al-Hajage aceptó todas las condiciones, y se llevó a Hind a su casa.
Pero Al-Hajage, para amargura y calamidad suyas, era impotente. Y había venido al mundo con un zib de lo más deforme y con el ano obstruido. Y como con aquella constitución no podía vivir el niño, el diablo se apareció bajo forma humana a la madre, y le previno que, si quería que viviese su hijo, tenía que darle de mamar, en vez de leche, sangre de dos cabritos negros, de un cabrón negro y de una serpiente negra. Y la madre siguió aquel consejo y obtuvo el efecto deseado. Sin embargo, la impotencia y la deformidad, que son dones de Satán y no de Alah el Generoso, continuaron siendo patrimonio del niño cuando se hizo hombre.
Así es que, cuando Al-Hajage se llevó a Hind a su casa, estuvo mucho tiempo sin atreverse a acercarse a ella más que de día y sin tocarla, a pesar de todo el deseo que tenía de hacerlo.
Y no tardó Hind en conocer el motivo de aquella abstinencia, y lo lamentó mucho con sus esclavas.
Y he aquí que un día fué a verla Al-Hajage, como de costumbre, para regocijarse los ojos con su belleza. Y estaba ella de espaldas a la puerta, distraída en mirarse al espejo, y cantando estos versos:
¡Hind, yegua de noble sangre árabe, hete aquí condenada a vivir con un miserable mulo!
¡Oh! ¡desembarazadme de estos ricos trajes de púrpura, y devolvedme mis ropas de pelo de camello!
¡Abandonaré este palacio odioso para volver a los lugares donde las tiendas negras de la tribu crujen al viento de mi desierto!
¡Allá donde la flauta y el céfiro se hablan con melodías a través de los agujeros de la tienda, melodías más dulces para mí que la música de laúdes y tambores!
Y donde los jóvenes de la tribu, criados con sangre de leones, son potentes y hermosos como leones!
¡Aquí, morirá Hind sin posteridad, al lado de un miserable mulo!
Cuando Al-Hajage oyó el canto en que Hind le comparaba con un mulo, salió de la habitación, lleno de desaliento, sin que su esposa advirtiese su presencia y su desaparición, y mandó al instante que buscaran al kadí Abdalah, hijo de Taher, para hacer pronunciar su divorcio. Y Abdalah se presentó a Hind, y le dijo: "¡Oh hija de Al-Nemán! ¡he aquí que Al-Hajage Abu-Mohammad te envía doscientos mil dracmas de plata, y al propio tiempo me encarga de llenar en nombre suyo las formalidades de su divorcio contigo!"
Y exclamó Hind: "¡Gracias a Alah, he aquí atendido mi ruego, y heme aquí en libertad para volverme con mi padre! ¡Oh hijo de Taher! no podías darme una noticia más agradable que la de que estoy libre de ese perro inoportuno. ¡Guárdate, pues, esos doscientos mil dracmas, como recompensa por la feliz noticia que me traes!

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 720ª noche

Ella dijo:
"¡... Guárdate, pues, esos doscientos mil dracmas, como recompensa por la feliz noticia que me traes!"
Entonces el califa Abd Al-Malek ben-Merwán, que había oído hablar de la incomparable belleza y del ingenio de Hind, la deseó, y envió a pedirla en matrimonio. Pero ella le contestó con una carta en que, después de las alabanzas a Alah y de las fórmulas de respeto, le decía: "¡Sabe ¡oh Emir de los Creyentes! que el perro ha manchado el vaso al tocarlo con el hocico para olerlo!"
Y cuando recibió esta carta, el califa se echó a reír a carcajadas, y al punto escribió esta respuesta: "¡Oh Hind! ¡si el perro manchó el vaso al tocarlo con el hocico, lo lavaremos siete veces, y con el uso que hagamos de él, lo purificaremos! "
Y al ver que el califa, a pesar de los obstáculos que ella le oponía, continuaba deseándola ardientemente, Hind no pudo por menos de inclinarse. Aceptó, pues, pero poniendo una condición, como se lo escribió en otra carta en que, después de las alabanzas y las fórmulas, decía: "¡Sabe ¡oh Emir de los Creyentes! que no partiré más que con una condición: que Al-Hajage, con los pies descalzos, conduzca de la brida, durante todo este viaje, mi camello hasta tu palacio!"
Esta carta hizo reír al califa aún más que la primera. Y transmitió a Al-Hajage la orden de conducir de la brida el camello de Hind. Y no obstante todo su despecho, como Al-Hajage sabía bien que no podía hacer más que obedecer las órdenes del califa, fué con los pies descalzos hasta la morada de Hind, y cogió al camello por la brida. Y montó Hind en su litera, y durante todo el camino no dejó de divertirse con toda el alma a costa de su conductor. Y llamó a su nodriza, y le dijo: "¡Oh nodriza mía! descorre un poco las cortinas del palanquín!" Y la nodriza separó las cortinas, y sacó Hind la cabeza por la portezuela, y tiró a tierra un dinar de oro que fué a caer en medio del barro. Y se encaró con su antiguo esposo, y le dijo: "¡Oh canciller, devuélveme esa moneda de plata!" Y Al-Hajage recogió la moneda y se la entregó a Hind, diciéndole: "¡Es un dinar de oro y no una moneda de plata!" Y echándose a reír, exclamó Hind: "¡Loores a Alah, que hace convertirse la plata en oro, a pesar de la suciedad del barro!" Y Al-Hajage, al oír estas palabras, comprendió que aquello era una nueva burla de Hind para humillarle. Y se puso muy colorado de vergüenza y de cólera. ¡Pero bajó la cabeza y se vió obligado a ocultar su rencor contra Hind, convertida en esposa del califa!

martes, enero 21, 2025

45 P3 Historia del joven Nur y de la franca heróica - tercera de tres partes

Hace parte de

45 Historia del joven Nur y de la franca heróica




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Pero cuando llegó la 707ª noche

Ella dijo:
"... Tras de lo cual se acostó en el camastro de la cuadra, y dejó a Alah el cuidado de la cura.
Al día siguiente por la mañana fué renqueando el visir tuerto a levantar el emplasto por sí mismo. Y su asombro y su alegría llegaron a los límites extremos cuando vió que el ojo del caballo estaba limpio como la luz de la mañana. Y llegaron a tanto sus transportes, que puso a Nur su propio manto y en el momento le nombró jefe de sus caballerizas y primer veterinario del palacio. Y le dió por habitación el aposento situado encima de las cuadras, enfrente del palacio en que se hallaban sus propios aposentos, que sólo estaban separados por el patio. Tras de lo cual se fué para asistir a las fiestas que se daban con motivo de sus bodas con la princesa. ¡Y no sabía que el hombre jamás escapa a su destino, y de cuanto prepara la suerte a quienes de antemano tiene reservado para servir de escarmiento a las generaciones!
Había llegado el séptimo día de las fiestas, y aquella misma noche el feo viejo debía entrar en posesión de la princesa. (¡Alejado sea el Maligno!) Y he aquí que precisamente la princesa estaba asomada a su ventana y oía los últimos tumultos y los gritos lanzados a lo lejos en honor suyo. Y pensaba, muy triste, en su bienamado Nur, el vigoroso y hermoso joven de Egipto, que había cortado la flor de su virginidad. Y a este recuerdo bañaba su alma una gran melancolía, y le subían las lágrimas a los ojos. Y se decía ella: "¡En verdad que nunca dejaré que se aproxime a mí ese viejo repulsivo! ¡Antes le mataré y luego me tiraré al mar por la ventana!" Y mientras dejábase impregnar por la amargura de estos pensamientos, oyó debajo de sus ventanas una hermosa voz de joven que en medio de la noche cantaba versos árabes acerca de la separación de los amantes. Era Nur, que en aquel momento, cuando terminó de cuidar a los dos caballos, había subido a su aposento y también se había asomado a su ventana para pensar en su bienamada. Y cantaba estas palabras del poeta:
¡Oh felicidad desaparecida; vengo a buscarte lejos de nuestras moradas, en un país cruel, o a hacerme, por lo menos, la ilusión de encontrarte! ¡Ay de mí!
¡Mis sentidos equivocados creen reconocerte en todo lo que tiene algo de gracia o algún encanto atrayente! ¡Ay de mí!
¡Si en la lejanía suspira sus melodías una flauta o un laúd le responde con sus acordes armoniosos, se me mojan de lágrimas los ojos al pensar en nosotros dos! ¡Ay de ambos!
Cuando la princesa Mariam hubo oído este canto con que el bienamado de su corazón expresaba los sentimientos de su amor fiel, reconoció su voz al punto y se emocionó hasta el límite de la emoción.
Pero como era prudente y avisada, supo dominarse para no hacerse traición ante las doncellas que la rodeaban, y empezó por mandarlas que se marchasen. Después cogió un papel y un cálamo, y escribió lo que sigue:
"¡En el nombre de Alah el Clemente, el Misericordioso! ¡Y ahora, que la paz de Alah sea contigo, ¡oh Nur! así como Su misericordia y Su bendición!
"¡Quiero decirte que tu esclava Mariam te saluda y arde en deseos de reunirse contigo! Escucha, pues, lo que te dice aquí, y haz lo que te ordena.
"A primera hora de la noche, hora propicia a los amantes, coge los dos corceles, Sabik y Lahik, y condúcelos fuera de la ciudad, detrás de la puerta del Sultán, donde me esperarás. ¡Y si te preguntan que adónde llevas los caballos, contesta que los sacas para que den un paseo!"
Luego dobló este billete, lo escondió en un pañuelo de seda, y agitó el pañuelo desde la ventana en dirección a Nur. Y cuando vió que él la había advertido y que estaba ya cerca, arrojó por la ventana el pañuelo. Y Nur lo recogió, lo abrió y se encontró con el billete, que hubo de leer para llevárselo después a los labios y a la frente en señal de asentimiento. Y se apresuró a volver a las cuadras, donde esperó con la más viva impaciencia la primera hora de la noche. Ensilló entonces a los dos nobles animales y salió de la ciudad con ellos, sin que nadie le estorbase el camino. Y esperó a la princesa detrás de la puerta del Sultán, teniendo de la brida a los caballos.
Precisamente en aquel momento, terminadas las fiestas y llegada la noche, el viejo tuerto tan feo y tan repugnante penetraba en la cámara de la princesa para cumplir lo que tenía que cumplir. Y la princesa, al verle entrar, se estremeció de horror, de tan repulsivo como era el aspecto de él. Pero como ella tenía que seguir un plan que no quería hacer fracasar, trató de dominar sus sentimientos de repulsión, y levantándose en honor suyo, le invitó a sentarse junto a ella en el diván. Y le dijo el viejo cojo: "¡Oh soberana mía! ¡eres la perla de Oriente y de Occidente, y a tus pies es donde debiera yo prosternarme!" Y contestó la princesa: "¡Está bien! pero dejémonos de cumplimientos. ¿Dónde está la cena? ¡Tengo mucha hambre, y ante todo debemos empezar por comer!"
Al punto llamó el viejo a las esclavas, y en un instante se sirvieron bandejas cubiertas de los manjares más raros y más exquisitos, que se componían de cuanto vuela por los aires, nada por los mares, anda por la tierra y crece en los árboles de los huertos y en los arbustos de los parterres. Y se pusieron ambos a comer juntos; y la princesa se desvivía por ofrecerle los mejores bocados; y el viejo estaba entusiasmado de tales atenciones y se le dilataba el pecho y se felicitaba de alcanzar sus propósitos con mucha más facilidad de lo que creía. Pero de pronto cayó de espaldas sin conocimiento, dando con la cabeza antes que con los pies. Porque la princesa había logrado echar disimuladamente en la copa un poco de bang marroquí capaz de derribar a un elefante y dejarle más ancho que largo. ¡Loores a Alah, que no permite que la fealdad mancille la pureza ...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 708ª noche

Ella dijo:
"... un poco de bang marroquí capaz de derribar a un elefante y de dejarle más ancho que largo. ¡Loores a Alah, que no permite que la fealdad mancille la pureza!
Cuando la princesa Mariam vió al visir rodar de tal modo como un cerdo hinchado, se levantó en aquella hora y en aquel instante, tomó dos sacos que llenó de pedrerías y de joyas, cogió un alfanje que tenía la hoja empapada en sangre de leones, se lo sujetó a la cintura, se cubrió con amplio velo, y valiéndose de una cuerda se descolgó por la ventana al patio para salir desde allí del palacio sin ser notada y correr en dirección a la puerta del Sultán, adonde llegó sin contratiempo. Y no bien divisó a Nur, se lanzó hacia él, y sin darle tiempo para besarla siquiera, saltó a lomos del caballo Lahik, y gritó a Nur: "¡Monta en Sabik, y sígueme!" Y renunciando a toda reflexión, Nur a su vez saltó a lomos del otro caballo y le puso a galope tendido para alcanzar a su bienamada, que estaba ya lejos. Y corrieron de tal suerte durante toda la noche hasta la aurora.
Cuando le pareció a la princesa que había puesto una distancia grande entre ellos dos y los que pudieran perseguirles, consintió en detenerse un momento para descansar y dar aliento a los dos nobles brutos. Y como el paraje a que habían llegado era delicioso y tenía prados verdes, boscajes, árboles frutales, flores y agua corriente, y la frescura de la hora les invitaba al placer tranquilo, quedaron encantados de poder sentarse por fin uno al lado del otro en la paz de aquellos lugares, y de contarse mutuamente lo que sufrieron durante su separación. Y después de beber hasta saciarse agua de arroyo y de refrescarse con frutas cogidas a discreción en los propios árboles, hicieron sus abluciones y se tendieron uno en brazos de otro, frescos, bien dispuestos y enamorados. Y de una vez se resarcieron de todo el tiempo perdido en abstinencia. Luego, halagados por la dulzura del aire y el silencio, se dejaron llevar del sueño bajo las caricias de la brisa de la mañana.
Estuvieron dormidos de aquel modo hasta mediar el día, y sólo se despertaron cuando oyeron resonar la tierra como si la golpearan millares de cascos de caballos. Y abrieron los ojos, y vieron el ojo del sol oscurecido por un torbellino de polvo, en medio de cuya densidad brillaban relámpagos como en un cielo tempestuoso. Y no tardaron en percibir galope de caballos y tintineo de armas. ¡Les perseguía un ejército entero!
En efecto, por la mañana de aquel día, el rey de los francos se había levantado muy temprano para ir a saber por sí mismo noticias de su hija la princesa y tranquilizarse con respecto a ella, porque estaba muy lejos de creer en el éxito del matrimonio de ella con un viejo que sin duda tenía la médula derretida desde hacía mucho tiempo. Pero su sorpresa llegó a los límites extremos al no encontrar a su hija y al ver al visir tendido en tierra, privado de sentido y con la cabeza entre los pies. Y como ante todo quería saber lo que había sido de la princesa, aplicó vinagre a la nariz del visir, quien recobró al punto el uso de sus facultades. Y con voz aterradora, le gritó el rey: "¡Oh maldito! ¿dónde está mi hija Mariam, esposa tuya? El viejo contestó:"¡Oh rey, no lo sé!" Entonces, lleno de furor, sacó el rey su sable, y de un solo tajo partió en dos la cabeza del visir; y salió el alma por las mandíbulas, brillando. ¡Alah aloje por siempre su alma descreída en el último piso del infierno!
Al mismo tiempo llegaron, temblando, los palafreneros, para anunciar al rey la desaparición del nuevo veterinario y de los dos caballos Sabik y Lahik. Y ya el rey no dudó de la fuga de su hija con el jefe de las caballerizas, y al punto hizo llamar a tres de sus primeros patricios y les ordenó que cada uno se pusiera a la cabeza de tres mil hombres y le acompañaran a ir en busca de su hija. Y agregó a este ejército los patriarcas y los grandes de su corte, se adelantó él mismo al frente de las tropas, y se puso en persecución de la fugitiva, a la cual alcanzó en la pradera consabida.
Cuando Mariam vió acercarse aquel ejército, montó a caballo, y gritó a Nur: "Deseo ¡oh Nur! que vayas a mi zaga, porque voy a atacar yo sola a nuestros enemigos, y a defenderte y defenderme de ellos, aunque sean innumerables como los granos de arena!" Y blandiendo su alfanje, improvisó estos versos:
¡Quiero mostrar hoy mi vigor y mi valentía, y aplastar yo sola a mis enemigos coaligados!
¡Demoleré hasta los cimientos los baluartes de los francos, y mi sable afilado partirá las cabezas de sus jefes!
¡Tiene mi caballo el color de la noche, y mi bravura es resplandeciente como el día!

Ya se comentará hoy lo que digo: ¡porque soy la amazona única entre los mortales!
Dijo, y se lanzó contra el ejército de su padre ...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 709ª noche

Ella dijo:
"... Cuando la princesa hubo improvisado estos versos, se lanzó contra el ejército de su padre. Y el rey la vió llegar, girando en sus órbitas unos ojos que parecían de azogue. Y exclamó: "¡Por la fe del Mesías, que es lo bastante insensata para atacarnos!" Y detuvo la marcha de sus tropas, y avanzó solo hacia su hija, gritándole: "¡Oh hija de la perversidad! ¡he aquí que te atreves a retarme y te dispones a atacar al ejército de los francos! ¡Oh insensata! ¿es que renunciaste a todo pudor y renegaste de la religión de tus padres? ¿E ignoras que, si no te confías a mi clemencia, te espera una muerte segura?" Ella contestó: "¡Lo que ha pasado es irrevocable, y consiste en el misterio de la ley  musulmana! ¡Creo en Alah el Único y en su Enviado Mahomed el Bendito, hijo de Abdalah! ¡Y jamás renunciaré a mi creencia y a la fidelidad de mi afecto por el joven de Egipto, aunque tuviera que apurar la copa de mi ruina!" Dijo, e hizo caracolear a su caballo espumeante a la vista del ejército de los francos, y cantó estas estrofas guerreras, hendiendo el aire con su sable centelleante:
¡Qué dulce es combatir en el día de la batalla! ¡Ven a mí, si te atreves, vil barahúnda! ¡Venid, cristianos, a afrontar mis golpes que aplastan!
¡Hundiré en el polvo vuestras cabezas cortadas, y heriré en el corazón a vuestro poderío! ¡Y los cuervos graznarán sobre vuestras moradas y anunciarán vuestra destrucción!
¡En el filo de mi alfanje beberéis tragos amargos como el jugo de la coloquíntida! ¡Y serviré a vuestro rey la copa de las calamidades para quitarle por siempre el sabor del agua clara!
¡Ea! ¡venid a mí, si existe un bravo entre vosotros! ¡Venid a aliviar mi pena y a curar mi dolor con vuestra sangre!
¡Adelantaos, si es que no está forjada con cobardía vuestra alma, y veréis cómo os acoge la punta de mi alfanje bajo la polvareda!
Así cantó la heroica princesa. Y se inclinó sobre el caballo, le besó en el cuello, le acarició con la mano, y le dijo al oído: "¡Ya te ha llegado ¡oh Lahik! el día digno de tu raza y de tu nobleza!" Y el hijo de árabes se estremeció y relinchó, y saltó más rápido que el viento Norte, echando lumbre por la narices. Y la princesa Mariam, lanzando un espantoso rugido, cargó sobre el ala izquierda de los francos, y al galope de su corcel segó con su alfanje diecinueve cabezas de jinetes. Luego volvió a colocarse en medio de la arena, y desafió a los francos con grandes gritos.
Al ver aquello, el rey llamó a uno de los tres patricios jefes de sus tropas, que se llamaba Barbut. Era un hábil guerrero, vivo como el fuego y el sostén más firme del trono del rey franco, y el primero de los grandes de su reino y de su corte por su fuerza y por su valentía; y la caballería era su fuerte. Y a la llamada de su rey, se adelantó el patricio Barbut, hirviendo de ardor, montado en un caballo de noble raza y jarretes robustos; y le resguardaba una cota de oro sobrecargada de adornos, con mallas apretadas como alas de langosta. Y consistían sus armas en un sable afilado y destructor, una lanza enorme semejante al mástil de un barco, y con un golpe de la cual hubiese derribado una montaña, cuatro javelinas aguzadas y una maza espantosa erizada de clavos. Y bordado así de hierro y de armas ofensivas y defensivas, era comparable a una torre.
El rey le dijo: "¡Oh Barbut! ¡Ya ves la matanza que ha hecho esta hija desnaturalizada! ¡A ti te incumbe someterla y traérmela viva o muerta!" Luego le hizo bendecir por los patriarcas, los cuales iban cubiertos con vestiduras abigarradas y enarbolando cruces por encima de sus cabezas, y leyeron sobre la cabeza del guerrero el Evangelio, implorando en favor suyo a los ídolos de su terror y de su impiedad. ¡Pero nosotros, musulmanes, invocamos a Alah el Único, que está lleno de  fuerza y majestad!
En cuanto al patricio Barbut acabó de besar el estandarte de la cruz, se lanzó a la arena bramando como un elefante furioso y vomitando su lengua horribles injurias para la religión de los creyentes. ¡Maldito sea! Pero la princesa, por su parte, le vió llegar a ella, y rugió cual una leona madre de leoncillos; y gruñendo, mugiendo y rápida como una ave de presa, lanzó su corcel Lahik contra su adversario. Y se entrechocaron ambos como dos montañas desquiciadas, y se acometieron con furor, aullando con la fuerza de los demonios. Luego se separaron e hicieron varias evoluciones, y volvieron a encontrarse con rabia en un nuevo asalto, parando los golpes mutuos con una destreza y una rapidez maravillosas que llevaban a los ojos la estupefacción. Y la polvareda que los cascos de los caballos levantaban les hurtaba a las miradas a veces; y era tan fuerte el calor abrumador, que las piedras llameaban cual tizones. Y duró la lucha una hora con igual heroísmo por una y otra parte.
Pero el patricio Barbut, que perdió alientos el primero, quiso acabar ya; y se cambió la maza de armas de la mano derecha a la mano izquierda, asió una de sus cuatro javelinas y la lanzó contra la princesa, acompañándola de un grito semejante al estrépito del trueno. Y se escapó de su mano el arma cual relámpago que cegase la mirada. Pero la princesa la vió venir, esperó a que estuviese próxima, y la desvió prestamente con un revés de su alfanje; y la javelina fué silbando a hundirse a lo lejos en la arena. Y cuando el ejército todo vió aquello, se sintió poseído de asombro.
Entonces Barbut cogió una segunda javelina, y la disparó con furor, gritando: "¡Hiera y mate!" Pero la princesa evitó el tiro y lo hizo inútil. Y la tercera y la cuarta javelinas corrieron la misma suerte. Entonces Barbut, tremendo de furor y loco de humillación, tomó otra vez su maza con la mano derecha, rugió como un león, y la lanzó con toda la fuerza de su brazo, apuntando a su adversaria. Y la enorme maza hendió pesadamente el aire y llegó hasta Mariam, la cual hubiese sido aplastada sin remedio, si la heroína no la cogiese al vuelo y la retuviese en la mano; pues Alah habíala dotado de destreza, de astucia y de fuerza. ¡Y la blandió ella a su vez! Y las miradas de quien la veía cegaban de admiración. Y como una loba, corrió hacia el patricio y le gritó, mientras su respiración silbaba cual la víbora cornuda: "¡Mal hayas, maldito! ¡Ven aquí para aprender a manejar una maza de armas ...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 710ª noche

Ella dijo:
"... Y como una loba, corrió hacia el patricio, y le gritó, mientras su respiración silbaba cual la víbora cornuda: "¡Mal hayas, maldito! ¡Ven aquí para aprender a manejar una maza de armas!"
Cuando el patricio Barbut vió que su adversaria blandía de aquel modo la maza en el aire, creyó que cielo y tierra desvanecíanse a su vista. Y desalentado, olvidando todo valor y toda presencia de ánimo, volvió la espalda, protegiéndose en su fuga con el escudo. Pero la princesa heroica le siguió de cerca, le apuntó, y haciendo voltear la pesada maza de armas, se la lanzó a la espalda. Y la maza voltigeante fué a caer sobre el escudo con más fuerza que una roca disparada por una máquina de guerra. Y derribó del caballo al patricio, rompiéndole cuatro costillas. Y rodó él por el polvo, se revolcó en su sangre y arañó la tierra con sus uñas. Y fué la suya una muerte sin agonía, porque Azrael, ángel de la muerte, se acercó a él a última hora, y le arrancó el alma, que fué a rendir cuenta de sus errores y de su descreimiento a Quien conoce los secretos y penetra los sentimientos.
Entonces la princesa Mariam, a galope tendido, hizo rozar la tierra el vientre de su caballo, recogió la enorme lanza de su enemigo muerto, y se alejó a alguna distancia. Y allá hundió en tierra profundamente la lanza, y haciendo cara a todo el ejército de su padre, detuvo bruscamente su caballo dócil, se apoyó en la larga lanza, y se mantuvo inmóvil en aquella actitud con la cabeza erguida y provocadora. Y de tal modo, formando un solo cuerpo con su caballo y su lanza clavada en el suelo, era inquebrantable como una montaña e inmutable como el Destino.
Cuando el rey de los francos vió sucumbir de tal suerte al patricio Barbut, en su dolor se golpeó el rostro, desgarró sus vestiduras y llamó al segundo patricio jefe de su ejército, que se llamaba Bartú y era un héroe reputado entre los francos por su intrepidez y su valor en los combates singulares. Y le dijo: "¡Oh patricio Bartú! ¡A ti te incumbe ahora vengar la muerte de Barbut, hermano tuyo en armas!" Y el patricio Bartú contestó, inclinándose: "¡Escucho y obedezco!" Y lanzando su caballo a la arena, corrió hacia la princesa.
Pero la heroína, siempre en la misma actitud, no se movió: y su corcel se mantuvo firme y apuntalado sobre sus patas como un puente. Y he aquí que llegó a ella el galope furioso del patricio, que había soltado las riendas a su caballo y acudía enristrando su lanza cuyo hierro se asemejaba al aguijón del escorpión. Y se verificó tumultuosamente el doble choque.
Entonces avanzaron un paso todos los guerreros para ver mejor las terribles maravillas de aquel combate, parecido al cual jamás lo habían presenciado sus ojos. Y corría por todas las filas un escalofrío de admiración.
Pero ya los adversarios, envueltos en espesa polvareda, se asaltaban de un modo salvaje, y hacían gemir el aire con los golpes que se distribuían. Y así combatieron durante mucho rato, con la rabia en el alma y lanzándose injurias espantosas. Y el patricio no tardó en reconocer la superioridad de su enemiga, y se dijo: "¡Por el Mesías, que llegó la hora de manifestar todo mi poder!" Y asió una pica mensajera de muerte, la enarboló y la lanzó apuntando a su adversaria, y gritando: "¡Para ti!"
¡Pero no sabía que la princesa Mariam era la heroína incomparable de Oriente y de Occidente, la amazona de tierras y desiertos, y la guerrera de llanuras y montañas!
Había ella observado el movimiento del patricio y comprendido su intención. Y cuando la pica enemiga partió al vuelo en dirección suya, esperó que rozase su pecho, la cogió al vuelo de pronto, y encarándose con el patricio estupefacto, le hirió en mitad del vientre con aquella arma, que le salió centelleante por las vértebras dorsales. Y cayó él cual una torre que se derrumba; y el ruido de sus armas hizo retemblar los ecos. Y su alma fué a reunirse para siempre con la de su compañero en las llamas inextinguibles encendidas por la cólera del Juez Supremo...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y cuando llegó la 711ª noche

Ella dijo:
"... Y cayó él cual una torre que se derrumba; y el ruido de sus armas hizo retemblar los ecos. Y su alma fué a reunirse para siempre con la de su compañero en las llamas inextinguibles encendidas por la cólera del Juez Supremo.
Entonces la princesa Mariam hizo de nuevo caracolear a su caballo en torno del ejército, gritando: "¿En dónde están los esclavos? ¿En dónde están los jinetes? ¿En dónde están los héroes? ¿En dónde está el visir tuerto, ese perro cojo? ¡Que se presente aquí, si tiene valor para ello, el más valiente de vosotros! ¡Vergüenza sobre vosotros, ¡oh cristianos! que tembláis ante el brazo de una mujer!
Al oír y ver todo aquello, el rey de los francos, extremadamente mortificado, y muy desesperado por la pérdida de sus dos patricios, hizo ir al tercero, que se llamaba Fassián, es decir, el Pedorro, ya que era famoso por sus follones y sus cuescos, y también era un pederasta ilustre, y le dijo: "¡Oh Fassián, cuya pederastia es tu principal virtud! ¡a ti te corresponde ahora combatir con esa maldita, y vengar con su muerte la de tus compañeros!" Y después de responder con el oído y la obediencia, el patricio Fassián lanzó su caballo al galope, soltando tras de sí un trueno de cuescos retumbantes, capaces de hacer blanquear de terror los cabellos de un niño en la cuna, y de henchir las velas de un navío.
Pero ya, por su parte, Sett Mariam había tomado campo, y había lanzado a Lahik en un galope más rápido que el relámpago que brilla y el granizo que cae. Y saltaron ambos uno sobre otro como dos carneros, y se encontraron con tanta violencia, que se hubiera creído el suyo el choque de dos montañas. Y el patricio, precipitándose sobre la princesa, dió un grito estridente y le tiró un derrote furibundo. Pero lo evitó ella con ligereza, paró diestramente la lanza de su adversario y la rompió en dos. Luego, en el momento en que el patricio Fassián, impulsado por la velocidad adquirida, pasaba junto a ella, se volvió de pronto, efectuando un giro rápido, y con el mango de su propia lanza le hirió ambos hombros con tanta violencia, que le hizo perder los estribos. Y acompañando aquel movimiento con un grito terrible, se precipitó sobre él, que yacía de espaldas, y le metió la lanza por la boca, y le clavó en el suelo la cabeza, hundiendo profundamente en tierra la punta del arma.
Al ver aquello, todos los guerreros quedaron mudos de estupefacción al pronto. Luego sintieron de improviso pasar sobre sus cabezas el escalofrío del pánico; porque ya no sabían si la heroína que acababa de realizar tales hazañas era una criatura humana o un demonio. Y volviendo la espalda, trataron de salvarse por medio de la fuga, azotando el viento con sus piernas. Pero Sett Mariam echó a correr tras ellos, devorando a su paso la distancia. Y les alcanzaba por grupos o separadamente, les hería con su alfanje, voltigeante, y les hacía beber de un trago la muerte, sumergiéndoles en el océano de los destinos.
¡Y estaba tan alegre su corazón, que parecíale que el mundo no podría contenerlo! Y mató a los que mató, e hirió a los que hirió, y cubrió de muertos la tierra en todos sentidos. Y con los brazos alzados al cielo en señal de desesperación, el rey de los francos huía con sus guerreros corriendo en medio de sus tropas desbandadas, de sus patriarcas y de sus sacerdotes, como correría en medio de un rebaño de carneros el pastor perseguido por la tempestad. Y la princesa no cesó de perseguirles de aquel modo, haciendo una gran matanza, hasta el momento en que el sol se cubrió por completo con el manto de la palidez.
Sólo entonces pensó Mariam en detener su carrera victoriosa. Volvió, pues, sobre sus pasos, y fué en busca de su bienamado Nur, que ya comenzaba a inquietarse por ella, y reposó en sus brazos aquella noche, olvidando con las caricias compartidas y las voluptuosidades del amor, los peligros que acababa de afrontar para salvarle y librarse por siempre de sus perseguidores cristianos. Y al día siguiente, después de discutir ampliamente acerca del paraje que habitarían mejor en adelante, decidieron probar el clima de Damasco. Y se pusieron en camino para aquella ciudad deliciosa.
¡Y he aquí lo referente a ellos!
En cuanto al rey de los francos, cuando estuvo de regreso en Constantinia, con la nariz bastante alargada y el saco de su estómago revuelto a causa de la muerte de sus tres patricios Barbut, Bartú y Fassián, y a causa también de la derrota de su ejército, convocó su Consejo de Estado, y después de exponer su desgracia con los menores detalles, preguntó qué partido debía tomar. Y añadió: "¡Ya no sé adónde habrá ido esa hija de los mil cornudos del impudor! Pero me inclino a creer que habrá ido a algún país musulmán de esos en que dice que los hombres son machos robustos e incansables! ¡Porque esa hija de zorra es un tizón inflamado del infierno! ¡Y los cristianos no le parecían lo bastante membrudos para calmar sus deseos incesantes! ¡Os pido, pues, que me digáis ¡oh patriarcas! qué debo hacer en tan enojosa situación!" Y tras de reflexionar durante una hora de tiempo, los patriarcas y los monjes y los grandes del reino contestaron: "Nosotros creemos ¡oh rey del tiempo! que, después de lo que ha pasado, ya no te queda más que un partido que tomar, y es enviar, con regalos, una carta al poderoso jefe de los musulmanes, al califa Harún Al-Raschid, que es señor de las tierras y de los países adonde van a llegar ambos fugitivos; y en esa carta que has de escribirle de tu puño y letra, le harás toda clase de promesas y juramentos de amistad para que acceda a detener a los fugitivos y a enviarlos con escolta a Constantinia. ¡Y no por eso te comprometerás ni nos comprometeremos a nada con ese jefe de descreídos, sino que, en cuanto nos devuelva a los fugitivos, nos apresuraremos a exterminar a los musulmanes de la escolta y a olvidar nuestros juramentos y nuestros compromisos, como tenemos costumbre de hacer cuantas veces celebramos un tratado con esos infieles, sectarios de Mahomed!" Así hablaron los patriarcas y consejeros del rey de los francos. ¡Malditos sean en esta vida y en la otra por su descreimiento y por su felonía...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 712ª noche

Ella dijo:
"... Así hablaron los patriarcas y consejeros del rey de los francos. ¡Malditos sean en esta vida y en la otra por su descreimiento y por su felonía!
Y he aquí que el rey de los francos, que tenía un alma tan mala como la de sus patriarcas, no dejó de seguir aquel consejo lleno de perfidia. ¡Pero ignoraba que, tarde o temprano, la perfidia se vuelve siempre contra sus autores, y que el ojo de Alah vela siempre por sus creyentes y les defiende contra las emboscadas de sus inmundos enemigos!
Tomó, pues, un papel y un cálamo y escribió en caracteres griegos al califa Harún Al-Raschid una carta en que, después de las fórmulas más respetuosas y más llenas de admiración y de amistad, le decía
"¡Oh poderoso emir de nuestros hermanos los musulmanes! tengo una hija desnaturalizada, llamada Mariam, que se ha dejado seducir por un joven egipcio de El Cairo, el cual me la raptó y la condujo a los países que se hallan bajo tu reino y tu dominación. Por consiguiente, te suplico ¡oh poderoso emir de los musulmanes! que te sirvas hacer las pesquisas necesarias para dar con ella, y me la envíes cuanto antes con una escolta de seguridad.
"¡Y yo, en cambio, colmaré de honores y consideraciones a esa escolta que has de enviarme con mi hija, y haré todo lo que pueda serte grato! Por tanto, para mostrarte mi agradecimiento y darte prueba de mis sentimientos de amistad, te prometo, entre otras cosas, mandar edificar una mezquita en mi capital por los arquitectos que tú mismo escojas. Y además, te enviaré riquezas indiscutibles, como jamás las ha visto parecidas el hombre: jóvenes comparables a huríes, jóvenes imberbes como lunas, tesoros que no podrá destruir el fuego, perlas, pedrerías, caballos, yeguas y potros, camellas y crías de camello, y mulas con cargas preciosas conteniendo los mejores productos de nuestro clima. ¡Y si no te bastara todo eso, disminuiré los confines de mi reino para aumentar tus dominios y tus fronteras! ¡Y sello con mi sello estas promesas yo, César, rey de los adoradores de la Cruz!"
Y después de sellar esta carta, el rey de los francos se la entregó al nuevo visir que había nombrado en lugar del viejo tuerto y cojo, y le dirigió estas palabras: "Si obtuvieras audiencia de ese Harún, le dirás: "¡Oh poderosísimo califa! vengo a reclamar cerca de ti a nuestra princesa: porque tal es el motivo de la importante misión que nos está confiada: ¡Si acoges favorablemente nuestra demanda, puedes contar con el agradecimiento de nuestro señor el rey, que te mandará los más ricos presentes!" Luego, para excitar aun más el celo de su visir, a quien enviaba como embajador, el rey de los francos le prometió a él también, si tenían un feliz éxito su embajada, darle a su hija en matrimonio y colmarle de riquezas y de prerrogativas. Después le despidió, y le recomendó expresamente que entregara la carta al propio califa. Y tras de besar la tierra entre las manos del rey, se puso en camino el visir.
Y he aquí que, después de un largo viaje, llegó con su séquito a Bagdad, donde empezó por tomarse un descanso de tres días. Luego preguntó dónde estaba el palacio del califa, y cuando se lo indicaron, se presentó en él para pedir audiencia al Emir de los Creyentes. Y cuando se le introdujo en el diwán de las recepciones, el visir, postrándose a los pies del califa, besó por tres veces la tierra entre sus manos, le dijo en pocas palabras el objeto de la misión que le estaba confiada, y le entregó la carta de su señor el rey de los francos, padre de la princesa Mariam. Y Al-Raschid desprecintó la carta, la leyó, y tras de darse cuenta de todo su alcance, se mostró propicio a la demanda que contenía la esquela, aunque procedía de un rey descreído. E hizo escribir inmediatamente a los gobernadores de todas las provincias musulmanas para darles las señas de la princesa Marian y de su acompañante, con orden expresa de hacer todas las pesquisas necesarias para dar con ambos, amenazándoles con los peores castigos en caso de fracaso o negligencia, encargándoles que los enviaran a su corte sin tardanza y con buena escolta tan pronto como los descubrieran. Y a caballo o a lomos de dromedarios de carrera, partieron correos en todas direcciones, llevando cada cual una carta para un walí de provincia. Y mientras tanto, el califa retuvo consigo en el palacio al embajador franco y a todo su séquito. ¡Y he aquí lo referente a estos diversos reyes y a sus negociaciones!
¡Pero he aquí ahora lo referente a ambos amantes! Cuando la princesa hubo derrotado por sí sola al ejército de su padre el rey de los francos, y dejó para pasto de buitres a los tres patricios que midieron sus fuerzas con ella, se encaminó a Siria con Nur, y llegó felizmente a las puertas de Damasco. Pero como viajaban por etapas pequeñas, deteniéndose en los sitios hermosos para entregarse a las manifestaciones de su amor, y no se preocupaban de las emboscadas que pudieran tenderles sus enemigos, llegaron a Damasco algunos días más tarde que los veloces correos del califa, los cuales les habían precedido y comunicaron al walí de la ciudad las órdenes concernientes a ambos. Y como no sospechaban lo que les esperaba allí, dieron su nombre sin desconfianza a los espías de la policía, que les reconocieron al punto y los mandaron detener por los guardias del walí. Y sin pérdida de tiempo, los guardias les hicieron retroceder en su camino, sin permitirles la entrada en la ciudad, y rodeándoles de armas amenazadoras les obligaron a acompañarles a Bagdad, adonde llegaron extenuados de fatiga al cabo de diez días de marcha forzada a través del desierto. Y fueron introducidos en el diwán de audiencias por los guardias del palacio...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 713ª noche

Ella dijo:
"... Y fueron introducidos en el diwán de audiencias, rodeados por los guardias del palacio. Y cuando estuvieron en la presencia augusta del califa, se prosternaron ante él, y besaron la tierra entre sus manos. Y dijo el chambelán que estaba de servicio entonces: "¡Oh Emir de los Creyentes! he aquí a la princesa Mariam, hija del rey de los francos, y a Nur, su raptor, hijo del mercader Corona, de El Cairo. ¡Y siguiendo órdenes del walí de la ciudad, se les ha detenido a ambos en Damasco!"
Entonces el califa posó sus ojos en Mariam, y quedó entusiasmado de la elegancia de su figura y de la belleza de sus facciones; y le preguntó: "¿Eres tú la que se llama Mariam y es hija del rey de los francos?"
Ella contestó: "Sí, yo misma soy la princesa Mariam, esclava tuya únicamente, ¡oh Emir de los Creyentes, protector de la Fe, descendiente del príncipe de los enviados de Alah!" Y el califa, muy asombrado de aquella respuesta, se encaró luego con Nur, y también quedó encantado de los hechizos de su juventud y de su hermosura; y le dijo: "¿Y tú eres el joven Nur, hijo de Corona, el mercader de El Cairo?" El aludido contestó: "Sí, soy yo, tu esclavo, ¡oh Emir de los Creyentes, sostén del imperio, defensor de la Fe!"
Y le dijo el califa: "¿Cómo te has atrevido a raptar a esta princesa franca, con menosprecio de la ley?" Entonces Nur, aprovechándose del permiso para hablar, contó toda su aventura con los menores detalles al califa, que escuchó su relato con mucho interés. Pero no hay utilidad en repetirlo.
Entonces Al-Raschid se encaró con la princesa Mariam, y le dijo: "Has de saber que tu padre, el rey de los francos, me ha enviado a este embajador que ves aquí, con una carta escrita de su puño y letra. ¡Y me afirma su gratitud y su intención de levantar una mezquita en su capital si consiento en mandarte a sus Estados! ¿Qué tienes que responder a eso?" Y Mariam levantó la cabeza, y con voz segura y deliciosa a la vez, contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! eres el representante de Alah sobre la tierra y el que mantiene la ley de Su Profeta Mahomed (¡con El por siempre la paz y la plegaria!) Yo me he vuelto musulmana, y creo en la unidad de Alah, y la profeso en tu augusta presencia, y digo: ¡No hay más Dios que Alah, y Mahomed es el Enviado de Alah! ¿Podrás, pues, ¡oh Emir de los Creyentes! enviarme al país de los infieles que buscan competidores a Alah, creer en la divinidad de Jesús, hijo del hombre, adorar a los ídolos, reverencian la cruz y rinde un culto supersticioso a toda clase de criaturas muertas en la impiedad y precipitadas en las llamas de la cólera de Alah? Si obrases así, entregándome a esos cristianos, yo en el día del Juicio, en que nada valdrán todas las grandezas y sólo se mirará a los corazones, te acusaré, por tu conducta ante Alah y ante nuestro Profeta, primo tuyo (¡con El la plegaria y la paz!) "
Cuando el califa hubo oído estas palabras de Mariam y su profesión de fe, se entusiasmó con toda el alma al saber que era musulmana semejante heroína, y exclamó con lágrimas en los ojos: "¡Oh Mariam, hija mía! ¡ojalá no permita nunca Alah que yo entregue a los infieles una musulmana que cree en la unidad de Alah y en Su Profeta! ¡Que Alah te guarde y te conserve y esparza sobre ti su misericordia y sus bendiciones, aumentando la convicción de tu fe! ¡Y ahora, en vista, de tu heroísmo y tu bravura, puedes reclamarlo todo de mí; y juro que no te rehusaré nada, aunque sea la mitad de mi imperio! ¡Alegra, pues, tus ojos, dilata tu corazón y desecha toda inquietud! Y para que a tal fin haga yo lo que sea preciso, dime si te gustaría que se convirtiese en tu esposo legal ese joven, hijo de nuestro servidor Corona, el mercader de El Cairo".
Y contestó Mariam: "¿Cómo no voy a desearlo, ¡oh Emir de los Creyentes!? ¿No es él quien me ha comprado? ¿No es él quien ha tomado lo que había que tomar en mí? ¿No es él quien ha expuesto por mí su vida con frecuencia? ¿Y no es él, en fin, quien ha dado paz a mi alma revelándome la pureza de la fe musulmana?"
Al punto el califa hizo llamar al kadí y a los testigos, y extender inmediatamente el contrato de matrimonio. Luego mandó acercarse al visir, embajador de los francos, y le dijo: "Ya ves con tus propios ojos y oyes con tus propios oídos que no puedo acceder a la demanda de tu señor, ya que la princesa Mariam nos pertenece al hacerse musulmana. ¡De no obrar así, cometería yo una acción de la que tendría que dar cuenta a Alah y a su profeta el día del Juicio! Porque está escrito en el Libro de Alah: "¡Nunca será posible a los infieles prevalecer sobre los creyentes!" ¡Vuelve pues, al lado de tu señor, y entérale de lo que viste y oíste...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 714ª noche

Ella dijo:
"¡Nunca será posible a los infieles prevalecer sobre los creyentes!" ¡Vuelve, pues, al lado de tu señor, y entérale de lo que viste y oíste!"
Cuando el embajador, en vista de aquello, comprendió que el califa no quería entregarle la hija del rey de los francos, se atrevió a indignarse, lleno de despecho y de soberbia, porque Alah no le había  dejado entrever las consecuencias de sus palabras; y exclamó: "¡Por el Mesías, que aunque sea veinte veces más musulmana, habré de llevársela a mi señor su padre! Si no vendrá él a invadir tu reino y cubrirá con sus tropas tu país desde el Eufrates hasta el Yaman!"
Al oír estas palabras, exclamó el califa en el límite de la indignación: "¿Cómo se entiende? ¿es que este perro cristiano se atreve a proferir amenazas? ¡Que le corten la cabeza y que la pongan a la entrada de la ciudad, crucificando su cuerpo, para que sirva de escarmiento a los embajadores de los infieles!"
Pero la princesa Mariam exclamó: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡no manches tu alfanje glorioso con la sangre de ese perro! ¡Yo misma le trataré como se merece!" Y habiendo dicho estas palabras, tiró del sable que el visir franco llevaba al costado, y enarbolándolo, le quitó de un solo tajo la cabeza y la arrojó por la ventana. Y rechazó el cuerpo con el pie, haciendo seña a los esclavos de que se lo llevaran.
Al ver aquello, el califa quedó maravillado de la prontitud con que la princesa había procedido a semejante ejecución, y la puso su propio manto. Y también hizo que pusieran a Nur un ropón de honor, y les colmó a ambos de ricos presentes; y de acuerdo con el deseo que manifestaron, les dió una magnífica escolta para que les acompañara hasta El Cairo, y les entregó cartas de recomendación para el walí de Egipto y los ulemas.
De tal suerte regresaron Nur y la princesa Mariam a Egipto, a casa de los ancianos padres. Y al ver el mercader Corona que su hijo le llevaba a su casa una princesa en calidad de nuera, llegó al límite del orgullo y perdonó a Nur por su conducta de antes. E invitó a una gran fiesta que hubo de dar en honor suyo a todos los grandes de El Cairo, que colmaron de presentes a los jóvenes esposos, rivalizando en obsequiosidad unos con otros.
¡Y el joven Nur y la princesa Mariam vivieron largos años en el límite de la dilatación y el desahogo sin privarse de nada en absoluto, y comiendo bien, y bebiendo bien, y copulando mucho, a su antojo y durante largo tiempo, en medio de los honores y de la prosperidad, llevando la vida más tranquila y más deliciosa, hasta que fué a visitarles la Destructora de felicidades, la Separadora de amigos y sociedades, la que derriba casas y palacios y llena el vientre de las tumbas! ¡Pero gloria al Único Viviente que no conoce la muerte y que tiene en Sus manos las llaves de lo Visible y de lo Invisible! ¡Amín!

Las historias completas del podcast de las mil noches y una noche.

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