viernes, mayo 30, 2025

60 Palabras bajo las noventa y nueve cabezas cortadas

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60 Palabras bajo las noventa y nueve cabezas cortadas




PALABRAS BAJO LAS NOVENTA Y NUEVE CABEZAS CORTADAS

Se cuenta -¡pero Alah sabe distinguir lo real de lo irreal y diferenciarlo infaliblemente!- que, en la antigüedad del tiempo, había, en una ciudad entre las ciudades de los Rums (cristianos) antiguos, un  rey de alto rango y de señalado mérito, señor de vidas y haciendas, de fuerzas y ejércitos. Y este rey tenía en más aprecio que a sus tesoros todos, a un hijo adolescente que era perfectamente hermoso. Y el tal adolescente, hijo de rey, no sólo era hermoso a la perfección, sino que estaba dotado de una sabiduría que maravillaba a la tierra. Y por cierto que esta historia no será más que la confirmación de sabiduría tan admirable y de la belleza del joven príncipe.
Y para poner a prueba sus cualidades, Alah el Altísimo hizo que el tiempo se volviera hacia el lado nefasto, para los días del rey y de la reina, padre y madre del joven. Y rey y reina, que había llegado al colmo del poderío y de las riquezas, despertáronse un día en su palacio vacío, más pobres y más miserables que los mendigos en el camino de la generosidad. Porque nada es más fácil para el Altísimo que hacer desplomarse los tronos más sólidos y hacer que los animales rapaces y las aves nocturnas habiten los palacios…
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y cuando llegó la 845ª noche

Ella dijo:
... y más miserables que los mendigos en el camino de la generosidad. Porque nada es más fácil para el Altísimo que hacer desplomarse los tronos más sólidos y hacer que los animales rapaces y las aves nocturnas habiten los palacios.
Y he aquí que, ante aquel revés ofensivo del Destino y aquel golpe inesperado de la suerte, el joven sintió que el corazón se le templaba como la plancha humeante en el agua, y tomó a su cargo la tarea de levantar el ánimo de sus padres y de sacarles del estado en que se hallaban. Y dijo al rey pobre: "¡Oh padre mío! por Alah, dime si quieres inclinar tu oído hacia tu hijo, que desea hablarte". Y contestó el rey levantando la cabeza: "¡Oh hijo mío! ¡ya que eres el elegido de la inteligencia, habla y te obedeceremos!" Y dijo el joven: "Levántate, ¡oh mi señor! y partamos para las tierras de que ignoro hasta el nombre. Pues ¿a qué lamentarse ante lo irreparable cuando todavía somos dueños del presente? ¡En otros sitios encontraremos una vida nueva y alegrías renovadas!" Y el viejo rey contestó: "¡Oh admirable hijo mío, piadoso y lleno de deferencia! tu consejo es una inspiración del Dueño de la Sabiduría. ¡Y sea para Alah y para ti el cuidado de este asunto!"
Entonces se levantó el joven, y después de prepararlo todo para el viaje, cogió a su padre y a su madre de la mano y salió con ellos al camino del Destino. Y viajaron cruzando llanuras y desiertos, y no cesaron de andar hasta que llegaron a la vista de una ciudad grande y bien construida. Y el joven dejó a su padre y a su madre descansando a la sombra de las murallas, y entró solo en aquella ciudad. Y los transeúntes a quienes preguntó le informaron de que aquella ciudad era la capital de un sultán justo y magnánimo que hacía honor a reyes y sultanes. Entonces combinó él su plan y su proyecto, y al punto se volvió al lado de sus padres, a los cuales dijo: "Tengo intención de  venderos al sultán de esta ciudad, que es un gran sultán. ¿Qué os parece, ¡oh padres míos!? Y contestaron ellos: "¡Oh hijo nuestro! tú sabes mejor que nosotros lo que conviene y lo que no conviene, porque el Altísimo ha puesto la ternura en tu corazón y en tu espíritu toda la inteligencia. Y no podemos por menos de obedecerte con seguridad y confianza, pues hemos puesto nuestra esperanza en Alah y en ti, ¡oh hijo nuestro! ¡Y todo lo que a ti te parezca bien será de nuestro agrado!" Y de nuevo cogió el joven de la mano a sus viejos padres y se encaminó con ellos al palacio del sultán. Y les dejó en el patio del palacio y pidió que le introdujeran en la sala del trono para hablar al rey. Y como tenía un aspecto noble y hermoso, al punto fué introducido en la sala de audiencias. Y presentó sus homenajes al sultán, quien, cuando le miró, comprendió que, a no dudar, era hijo de grandes de la tierra, y le dijo: "¿Qué deseas, ¡oh joven esclarecido!?" Y el joven, tras de besar por segunda vez la tierra entre las manos del rey, contestó: "¡Oh mi señor! Traigo conmigo un cautivo, piadoso y temeroso del Señor, un modelo de honradez y de pundonor; y también traigo conmigo una cautiva, agradable de carácter, y dulce de maneras, y graciosa de lenguaje, y llena de todas las cualidades requeridas para esclava. Y ambos han conocido días mejores, y ahora se hallan perseguidos por el Destino. Por eso deseo venderlos a Tu Alteza, a fin de que sean servidores entre tus pies y esclavos a tu disposición, como los tres somos bienes inmobiliarios tuyos".
Cuando el rey hubo oído de labios del joven estas palabras, pronunciadas con delicioso acento, le dijo: "¡Oh joven sin par, que vienes a nos, caído del cielo acaso! siendo de tu propiedad los dos cautivos de que me hablas, no pueden por menos de complacerme. ¡Date prisa, pues, a ir a buscarlos, con objeto de que yo los vea y te los compre!" Y el joven volvió junto a su padre el rey pobre y junto a su madre la reina pobre, y cogiendo de las manos a ambos, que se prestaron a obedecerle, los llevó a presencia del rey.
Y el rey, a la primera mirada que echó al padre y a la madre del joven, se maravilló hasta el límite de la maravilla, y dijo: "Si éstos son esclavos, ¿cómo serán los reyes?" Y les preguntó: "¿Sois esclavos ambos y propiedad de este hermoso joven?" Y contestaron ellos: "Somos, en verdad, esclavos suyos y propiedad suya en todos sentidos, ¡oh rey del tiempo!" Entonces el rey se encaró con el joven, y le dijo: "Fija tú mismo el precio que te convenga para la venta de estos dos cautivos,  que no tienen igual en la morada de los reyes". Y dijo el joven: "¡Oh mi Señor! no hay tesoro que pueda indemnizarme de la pérdida de estos dos cautivos. Por eso no te los cederé a peso de oro ni de plata, sino que los dejaré entre tus manos en depósito hasta el día que designe la suerte. Y como precio de esta cesión temporal no quiero pedirte más que una cosa, tan preciosa en su género como lo son ambos entre las criaturas de Alah. En efecto, por la cesión del cautivo te pido el caballo más hermoso de tus cuadras, completamente ensillado, embridado y enjaezado, y por la cesión de la cautiva te pido un equipo como el que llevan los hijos de los reyes. Y pongo por condición que el día en que te devuelva el caballo y el equipo me devuelvas tú a los dos cautivos, que habrán sido una bendición para ti y para tu reino". Y contestó el sultán: "¡Sea como deseas!" Y en aquella hora y en aquel instante hizo que sacaran de las caballerizas y dieran al joven el caballo más hermoso que hubiese relinchado bajo la mirada del sol, un alazán tostado, de nasales palpitantes, de ojos a flor de cabeza, que venteaba el aire y golpeaba el suelo, pronto a la carrera y al vuelo. E hizo sacar del vestuario y entregárselo al joven, que se lo puso en seguida, el equipo más hermoso que llevó nunca un caballero en los torneos de justadores. Y estaba tan hermoso con todo ello el nuevo jinete, que el rey exclamó: "Si quieres quedarte conmigo, ¡oh caballero! te colmaré de beneficios!" Y dijo el joven: "Que Alah aumente el resto de tus días ¡ oh rey del tiempo! Pero no se encuentra aquí mi destino. Y es preciso que vaya yo a buscarlo donde me espera".
Y tras de hablar así dijo adiós a sus padres, se despidió del rey y partió al galope de su alazán. Y atravesó llanuras y desiertos, ríos y torrentes, y no cesó de viajar mientras no hubo llegado a la vista de otra ciudad mayor y mejor construida que la primera.
En cuanto entró en aquella ciudad se alzó a su paso un murmullo de extrañeza, y cada uno de sus pasos fué acogido con exclamaciones de sorpresa y de compasión. Y oía que decían unos: "¡Qué lástima para su juventud! ¿Por qué viene un jinete tan hermoso a exponerse a la muerte sin motivo?" Y decían otros: "¡Será el centésimo! ¡será el centésimo! ¡Es el más hermoso de todos! ¡Es un hijo de rey!" Y decían otros: "¡Un joven tan tierno no podrá tener éxito donde han fracasado tantos sabios!" Y el murmullo y las exclamaciones aumentaban conforme avanzaba él por las calles de la ciudad. Y acabó por hacerse tan densa la aglomeración en torno suyo y delante de él, que no pudo hacer avanzar a su caballo sin riesgo de atropellar a algún habitante. Y muy perplejo, se vió obligado a detenerse, y preguntó a los que le obstruían el camino: "¿Por qué ¡oh buenas gentes! impedís que un extranjero y su caballo vayan a reposar de sus fatigas? ¿Y por qué me rehusáis hospitalidad tan unánimemente?".
Entonces salió de en medio de la muchedumbre un anciano, que se adelantó hacia el joven, cogió de la brida al caballo, y dijo: "¡Oh hermoso joven! ¡ojalá te resguarde Alah de la calamidad! Que nadie puede evitar su destino, puesto que llevamos el destino atado al cuello, ningún hombre sensato podrá negarlo nunca; pero que en medio de una juventud en flor vaya alguien a arrojarse en la muerte, sin más ni más, es cosa que se halla en el dominio de la demencia. ¡Te suplicamos, pues,  y yo te lo suplico en nombre de todos los habitantes, ¡oh noble extranjero! que vuelvas sobre tus pasos y no expongas tu alma así a una perdición sin remedio!" Y contestó el joven: "¡Oh venerable jeique! ¡no entro en esta ciudad con intención de morir! ¿Cuál es, pues el acontecimiento singular que parece amenazarme, y cuál es ese peligro de muerte que voy a correr?" Y contestó el anciano: "Pues bien; si es cierto, como acaban de indicarnos tus palabras, que ignoras la calamidad que te espera en caso de seguir este camino, ¡voy a revelártela!" Y en medio del silencio de la muchedumbre, dijo: "Has de saber ¡ oh hijo  de reyes! ¡ oh hermoso joven sin par en el mundo! que la hija de nuestro rey es un princesa joven que, a no dudar, es la más bella entre todas las mujeres de este tiempo. Y he aquí que ha resuelto no casarse más que con el que responda de manera satisfactoria a todas las preguntas que ella le haga; pero a condición de que la muerte será el castigo de quien no pueda adivinar su pensamiento o deje pasar una pregunta sin contestarla como es debido. Y ya ha hecho cortar de tal suerte la cabeza a noventa y nueve jóvenes, todos hijos de reyes, de emires o de grandes personajes, entre los cuales había algunos que estaban instruidos en todas las ramas de los conocimientos humanos. Y la tal hija de nuestro rey habita de día en lo alto de una torre que domina la ciudad, y desde cuya altura hace las preguntas a los jóvenes que se presentan para resolverlas. ¡Así, pues, ya estás advertido! ¡Y por Alah sobre ti, ten piedad de tu juventud y apresúrate a volver con tu padre y tu madre, que te quieren, no vaya a ocurrir que la princesa oiga hablar de tu llegada y te haga llamar a su presencia! Y Alah te preserve de toda desgracia, ¡oh hermoso joven!"
Al oír estas palabras del anciano, el joven hijo de rey contestó: "Junto a esa princesa es donde me espera mi destino. ¡Oh vosotros todos! ¡indicadme el camino!" Entonces se exhalaron de toda aquella muchedumbre suspiros y gemidos, quejas y lamentos. Y alrededor del joven se alzaron gritos que decían: "¡Va a la muerte! ¡va a la muerte! ¡Es el centésimo! ¡es el centésimo!" Y se puso en marcha con él toda la marejada de circunstantes. Y le escoltaron miles de personas que habían cerrado sus tiendas y dejado sus ocupaciones por seguirle. Y de tal suerte avanzó por el camino que conducía a su destino.
Y no tardó en llegar a la vista de la torre, y en la terraza de aquella torre divisó a la princesa, que estaba sentada en su trono, revestida de la púrpura real y rodeada de sus esclavas jóvenes, vestidas de púrpura como ella. Y del rostro de la princesa, cubierto asimismo con un velo rojo, no se distinguían más que dos gemas sombrías, que eran los ojos, semejantes a dos lagos negros alumbrados por dentro. Y circundando toda la terraza, colgadas a igual distancia unas de otras por debajo de la princesa, se balanceaban las noventa y nueve cabezas cortadas.
Entonces el joven príncipe paró su caballo a alguna distancia de la torre, de manera que pudiese ver a la princesa y ser visto por ella, oír y ser oído. Y ante aquel espectáculo se acalló todo el tumulto de la muchedumbre. Y en medio de aquel silencio se hizo oír la voz de la princesa, que decía: "Puesto que eres el centésimo, ¡oh temerario joven! será porque sin duda estás pronto a responder a mis preguntas". Y el joven, orgullosamente erguido en su caballo, contestó: "Pronto estoy, ¡oh princesa!"
Y se hizo más completo el silencio, y dijo la princesa: "¡Empieza entonces por decirme sin vacilar, ¡oh joven! después de posar tus ojos en mí y en las que me rodean, a quién me asemejo y a quién se asemejan ellas, sentadas en lo alto de la torre!" Y después de posar los ojos en la princesa y en las que la rodeaban, el joven contestó sin vacilar:
"¡Oh princesa! tú te asemejas a un ídolo, y las que te rodean se asemejan a las servidoras del ídolo. Y también te asemejas al sol, y las que te rodean a los rayos del sol. Y asimismo te asemejas a la luna, y esas jóvenes a las estrellas que sirven de cortejo a la luna. ¡Y por último, te comparo con el mes de Nissán, que es el mes de las flores, y a todas esas jóvenes con las flores que vivifica él con su aliento!"
Cuando la princesa hubo oído esta respuesta, que la muchedumbre había acogido con un murmullo de admiración, se mostró satisfecha, y dijo: "Has acertado, ¡oh joven! y tu primera respuesta no merece la muerte. Pero ya que has resuelto mi primera pregunta, comparándonos, a mí y a estas jóvenes, primero con un ídolo y con las servidoras del ídolo y con las estrellas que dan cortejo a la luna, y por último, con el mes de Nissán y con las flores que nacen en el mes de Nissán, no te haré preguntas demasiado complicadas ni demasiado difíciles de resolver. Y por lo pronto, voy a exigirte que me digas al pie de la letra lo que significan estas palabras:
"Da a la desposada de Occidente el hijo del rey de Oriente, y nacerá de ellos un niño que será sultán de las caras hermosas".
Y el joven, sin vacilar un instante, contestó: "¡Oh princesa! esas palabras encierran todo el secreto de la piedra filosofal, y quieren decir místicamente lo que sigue:
"Haz corromper con la humedad que viene de Occidente la tierra sana adámica que viene de Oriente, y de esta corrupción se engendrará el mercurio filosófico, que es todopoderoso en la Naturaleza, y que engendrará el sol, y el oro hijo del sol, y la luna, y la plata hija de la luna, y que convertirá los guijarros en diamantes. ..
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y  cuando llegó la 846ª noche

Ella dijo:
"... el sol, y el oro hijo del sol, y la luna, y la plata hija de la luna, y que convertirá los guijarros en diamantes".
Y al oír esta respuesta la princesa hizo un signo de asentimiento; y dijo: "Ya que has sabido ¡oh joven! explicar el sentido oculto del matrimonio del hijo de Oriente con la hija de Occidente, también por esta vez escapas a la muerte suspendida sobre tu cabeza. ¿Pero podrás decirme ahora lo que da sus virtudes a los talismanes?"
Y el joven contestó desde su caballo: "¡Oh princesa! los talismanes deben sus virtudes sublimes y sus efectos maravillosos a las letras que los componen, porque las letras se relacionan con los espíritus. Y si me preguntaras qué es un espíritu, te diría que es un rayo o una emanación de las virtudes de la omnipotencia y de los atributos del Altísimo. Y los espíritus que residen en el mundo inteligible mandan en los que habitan en el mundo sublunar. ¡Y las letras forman las palabras, y las palabras componen las oraciones; y sólo los espíritus representados por las letras y reunidos en las oraciones escritas sobre los talismanes son los que hacen esos prodigios que asombran a los hombres vulgares, pero no turban a los sabios, que no ignoran el poder de las palabras y saben que las palabras gobiernan siempre al mundo, y que las frases escritas o proferidas pueden derribar a los reyes y arruinar sus imperios!"
Al oír esta respuesta del joven, que la multitud había acogido con exclamaciones de alegría y de asombro, la princesa dijo: "Has acertado ¡oh joven! a explicarme el poder de las palabras y de las frases que gobiernan el mundo y son más poderosas que los reyes todos. ¡Pero no sé si vas a poder responderme a la pregunta siguiente! ¿Sabrás decirme, en efecto, cuáles son los dos enemigos eternos?"
Y el joven, sobre su caballo, contestó: "¡Oh princesa! no diré que los dos enemigos eternos son el cielo y la tierra, porque la distancia que los separa no es una real, y el espacio que se abre entre ellos no es un espacio real, pues esa distancia y ese espacio, que parecen abismos, pueden llenarse en un instante, y el cielo puede unirse con la tierra en menos de un abrir y cerrar de ojos; que para operar esta unión no son necesarios ejércitos de genn y seres humanos, ni millares de alas, sino simplemente una cosa más poderosa que todas las fuerzas del genn y humanas, y más ligera y más dotada de virtud que las alas del águila y de la paloma, ¡y es la plegaria!
Y no te diré ¡oh princesa! que los dos enemigos eternos son la noche y el día, porque los une la mañana y los separa el crepúsculo, respectivamente. Y no te diré que los dos enemigos eternos son el sol y la luna, porque iluminan la tierra y están unidos por los mismos beneficios. ¡Y no te diré que los dos enemigos eternos son el alma y el cuerpo, porque si conocemos al uno, ignoramos completamente la otra, y no se puede emitir opinión acerca de lo que no se conoce! Pero sí te afirmo ¡oh princesa! que los dos enemigos eternos son la muerte y la vida, porque tan nefasta resulta la una como la otra, pues se sirven del ser creado como de un juguete que se disputan sin tregua a costa del tal juguete, y el juguete es quien acaba por ser la verdadera víctima de ese juego, en tanto que ellas no hacen más que crecer y prosperar. En verdad, he ahí a los dos enemigos eternos, enemigos de ellos mismos y enemigos de las criaturas".
Al oír esta respuesta del joven, la muchedumbre entera exclamó con una sola voz: "¡Loores a Quien te ha dotado de tanta prudencia y ha adornado tu espíritu con tanto raciocinio y saber!" Y la princesa, sentada en la torre en medio de las jóvenes vestidas, como ella, de púrpura real, dijo: "Has acertado ¡oh joven! en tu respuesta acerca de los dos enemigos eternos, enemigos de ellos mismos y enemigos de las criaturas. Pero no estoy segura de que contestes a la pregunta que voy a hacerte. ¿Puedes decirme, en efecto, cuál es el árbol de doce ramas que llevan cada una dos racimos, uno formado por treinta frutos blancos y otro por treinta frutos negros?"
Y el joven contestó, sin vacilar: "Esa pregunta ¡oh princesa! puede resolverla un niño. ¡Porque ese árbol no es otro que el año, que tiene doce meses, compuesto cada uno de dos partes, los dos racimos; pues cada racimo tiene treinta noches, que son los treinta frutos negros, y treinta días, que son los treinta frutos blancos!"
Y esta respuesta, acogida con admiración, como las anteriores, hizo decir a la princesa: "Has acertado, ¡oh joven! ¿Pero crees que podrás decirme cuál es la tierra que no ha visto el sol más que una vez?"
El contestó: "¡El fondo del mar Rojo al pasar por él los hijos de Israel por orden de Moisés! (¡Con El la plegaria y la paz!)".
Ella dijo: "¡Sí, por cierto! ¿Pero puedes decirme quién ha inventado el gong?"
El contestó: "Quien ha inventado el gong no es otro que Noé, cuando iba a bordo del arca".
Ella dijo: "¡Está bien! ¿Pero sabrás decirme cuál es la acción ilegal, hágase o no se haga?"
El contestó: "¡La plegaria de un hombre ebrio!"
Ella preguntó: "¿Y cuál es el lugar de la tierra que está más cerca del cielo? ¿Es una montaña o una llanura?"
El dijo: "¡La Kaaba santa, en la Meca!"
Ella dijo: "¡Acertaste ¿Pero puedes revelarme cuál es la cosa amarga que hay que tener oculta?"
El contestó: "La pobreza, ¡oh princesa! Porque, aunque joven, ya he probado la pobreza, y aunque soy hijo de rey, he experimentado su amargura. ¡Y me ha parecido que es más amarga que la mirra y que el ajenjo! Y hay que ocultarla a todos los ojos, pues los primeros que se reirían de ella serían los amigos y los vecinos; y las lamentaciones sólo desprecio traen consigo!"
Ella dijo: "Has hablado con precisión y de acuerdo con mi pensamiento. ¿Pero quieres decirme qué cosa es más preciosa después de la salud?"
El contestó: "La amistad cuando es tierna. Pero para encontrar el amigo capaz de ternura es preciso ponerle a prueba primero y escogerle luego. Y una vez que se haya escogido este primer amigo, no hay que renunciar a él nunca, pues no se conservará por mucho tiempo al segundo. Por eso, antes de escogerle, hay que examinarle bien para ver si es sabio o ignorante, porque más fácil sería que se volviera blanco el cuervo que hacer que el ignorante comprenda la sabiduría; pues las palabras del sabio, aunque nos pegue con un bastón, son preferibles a las alabanzas y a las flores del ignorante, que el sabio no deja escapar de su boca una palabra sin haber consultado a su corazón".
Ella preguntó: "¿Y cuál es el árbol más difícil de enderezar?" Y el joven contestó sin vacilar: "¡El mal carácter! Cuentan que había un árbol plantado a orillas del agua, en un terreno propicio, y no daba frutos. Y después de prodigarle toda clase de cuidados, sin obtener el menor resultado, su dueño quiso talarlo, y el árbol le dijo: "¡Transpórtame a otro paraje y te daré frutos!" Y su dueño le dijo: "Estás aquí a la orilla del agua y no has producido nada. ¿Cómo vas a ser fecundo si te transporto a otra parte?" ¡Y lo taló! Y el joven se interrumpió un momento, y dijo: "Cuentan también que un día se hizo entrar a un lobo en una escuela para enseñarle a leer. Y a fin de enseñarles los elementos de la lengua, le decía el maestro: "Alef, Ba, Ta..." Pero el lobo contestaba: "Carnero, cabrón, oveja ...", porque eso era lo que estaba en su pensamiento y en su naturaleza. Y también cuentan que se quiso acostumbrar a un burro a que fuera limpio e inspirarle gustos delicados. Y le hicieron entrar en el hammam, y le dieron un baño, y le perfumaron y le instalaron en una sala magnífica, y le hicieron sentarse sobre rica alfombra. Y he aquí que él hizo todo lo que de insólito puede hacer un burro en un herbazal, desde los ruidos más inconvenientes hasta las exhibiciones menos delicadas. Tras de lo cual derribó en la alfombra con la cabeza la estufa de cobre que estaba llena de ceniza, y se puso a revolcarse en la ceniza con las cuatro patas al aire, y las orejas hacia atrás, restregándose con ella el lomo y ensuciándose a su sabor. Y su amo dijo a los esclavos que acudieron para corregirle: "Dejadle que se revuelque; luego cogedle y dejadle en libertad en su cuadra. Porque no podríais cambiar su temperamento. Y por último, cuentan que un día decían a un gato: "Abstente de robar y te haremos un collar de oro, y a diario te daremos de comer hígado y pulmón y riñones y huevos de pollo y de ratón". Y el gato contestó francamente: "Si robar ha sido el oficio de mi padre y de mi abuelo, ¿cómo queréis que renuncie a él por daros gusto?"
¡Eso fué todo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 847ª noche

Ella dijo:
...Eso fue todo!
Y el joven príncipe, después de hablar así acerca del carácter del hombre y acerca de su naturaleza, dijo: "¡Oh princesa, nada más tengo que añadir!"
Entonces, del seno de aquella multitud aglomerada al pie de la torre, se elevaron al cielo gritos de admiración. Y dijo la princesa: "En verdad ¡oh joven! que has triunfado. ¡Pero no se han acabado las preguntas, y para cumplir las condiciones es preciso que te interrogue hasta la hora de la plegaria de la tarde!" Y el joven dijo: "¡Oh princesa! aun podrás hacerme preguntas, que te parecerán insolubles, pero yo las resolveré con ayuda del Altísimo. Por eso te suplico que no te canses la voz en interrogarme de ese modo, y permíteme que te diga que, sin duda alguna, sería preferible te hiciese yo mismo una pregunta. ¡Y si respondes a ella que me corten la cabeza como a mis predecesores; pero si no respondes a ella se celebrará sin tardanza nuestro matrimonio!" Y dijo la princesa: "¡Formula tu pregunta, pues acepto la condición!"
Y el joven preguntó: "¿Puedes decirme ¡oh princesa! cómo es posible que yo, esclavo tuyo, mientras estoy a caballo en este noble bruto, esté a caballo sobre mi propio padre, y cómo es posible que, mientras me hago visible a todos los ojos, esté arropado con las ropas de mi madre?"
Y la princesa reflexionó una hora de tiempo: pero no supo dar con ninguna respuesta. Y dijo: "¡Explícalo tú mismo!"
Entonces el joven, ante todo el pueblo congregado, contó a la princesa toda su historia, desde el principio hasta el fin, sin olvidar un detalle. Pero no hay utilidad en repetirla. Y añadió: "¡Y ve ahí cómo, habiendo cambiado por el caballo a mi padre el rey, y por este equipo a mi madre la reina, me encuentro a caballo sobre mi propio padre y arropado con las ropas de mi madre!"
¡Eso fué todo!
Y así fué como el joven hijo del rey pobre y de la reina pobre llegó a ser esposo de la princesa de los enigmas. Y así fue cómo, convertido en rey a la muerte del padre de su esposa, pudo restituir el caballo y el equipo al rey de la ciudad, que se los había prestado, y hacer ir a su lado a su padre y a su madre para vivir con ellos y con su esposa en el límite de los placeres y de las delicias. Y tal es la historia del joven que dijo palabras oportunas debajo de las noventa y nueve cabezas cortadas. ¡Pero Alah es más sabio!

martes, mayo 27, 2025

59 P4 Historia complicada del adulterino simpático - cuarta de cuatro partes

  59 Historia complicada del adulterino simpático           
       59,1 Historia del mono jovenzuelo
       59,2 Historia del primer loco
       59,3 Historia del segundo loco
       59,4 Historia del tercer loco




Ir a la tercera parte

Pero cuando llegó la 840ª noche

Ella dijo:
... Y pasé de mala manera toda aquella noche de mi destino, como si hubiese estado en medio de torturas en la prisión del Meda o del Deilamita.
Así es que, en cuanto llegó el alba, me apresuré a huir de la cámara de mis bodas y a correr al hammam para purificarme del contacto de aquella esposa de horror. Y después de hacer mis abluciones con arreglo a lo que establece para los casos de impureza el ceremonial del Ghosl, me dejé llevar del sueño un poco. Tras de lo cual me reintegré a mi tienda y me senté allí con la cabeza víctima del vértigo, ebrio sin haber bebido vino.
Y al punto mis amigos y los mercaderes que me conocían y los particulares más distinguidos del zoco comenzaron a presentarse a mí, unos separadamente y otros de dos en dos, o de tres en tres, o varios a la vez, e iban a felicitarme y a ofrecer sus respetos. Y me decían: "¡Bendición! ¡bendición! ¡bendición! ¡La alegría sea contigo! ¡la alegría sea contigo!" Y me decían otros: "¡Eh, vecino! ¡no sabíamos que érais tan poco espléndido! ¿Dónde está el festín, dónde están las golosinas, dónde están los sorbetes, dónde están los pasteles, dónde están los platos de halawa, dónde está tal cosa, dónde está tal otra? ¡Por Alah, vamos a creer que los encantos de tu joven esposa te han turbado el cerebro y te han hecho olvidar a tus amigos y perder la memoria de tus obligaciones elementales! ¡Pero no te importe! ¡Y que la alegría sea contigo! ¡que la alegría sea contigo!
Y yo, ¡oh mi señor! sin poder darme exacta cuenta de si se burlaban de mí o me felicitaban realmente, no sabía qué actitud adoptar, y me contentaba con hacer algunos gestos evasivos y contestar con palabras sin alcance. Y sentía que se me atascaba de rabia reconcentrada la nariz y que mis ojos estaban próximos a romper en lágrimas de desesperación.
Y de tal suerte duró mi suplicio desde por la mañana hasta la hora de la plegaria de mediodía, y ya se habían ido a la mezquita la mayor parte de los mercaderes o dormían la siesta, cuando he aquí que, a algunos pasos de mí, surge la joven del perfecto amor, la verdadera, la que era autora de mi desventura y causa de mis torturas. Y avanzaba hacia mí sonriendo en medio de sus cinco esclavas, y se inclinaba blandamente, y se contoneaba de derecha a izquierda voluptuosamente, con sus colas y sus sedas, flexible como una tierna rama de ban en medio de un jardín de olores. Y estaba ataviada más suntuosamente aún que el día anterior, y tan emocionantes eran sus andares, que, para verla mejor, los habitantes del zoco se pusieron en fila a su paso. Y con un aire infantil entró ella en mi tienda, y me dirigió la más graciosa zalema, y me dijo, sentándose: "¡Sea para ti este día una bendición, ¡oh mi señor Ola-Ed-Din, y que Alah sostenga tu bienestar y tu dicha y lleve al colmo tu contento! ¡Y que la alegría sea contigo! ¡la alegría contigo!"
En cuanto la oí, ¡oh mi señor! fruncí las cejas y mascullé maldiciones en mi corazón. Pero cuando vi con qué audacia se divertía ella conmigo y cómo iba a provocarme después de perpetuar su hazaña, no pude contenerme más tiempo; y toda mi grosería de antaño, de cuando era virtuoso, afluyó a mis labios; y estallé en injurias, diciéndole: "¡Oh caldera llena de pez! ¡oh cacerola de betún! ¡olla de perfidia! ¿qué te hice para que me tratases con esa negrura y me sumieras en un abismo sin salida? ¡Alah te maldiga y maldiga el instante de nuestro encuentro y ennegrezca tu rostro para siempre, ¡oh desvergonzada!"
Pero ella, sin conmoverse lo más mínimo, contestó sonriendo: "Pues qué, ¡oh estúpido! ¿has olvidado ya tus incorrecciones para conmigo, y tu desprecio por mi oda en verso, y el mal trato que hiciste sufrir a mi mensajera, la negrita, y las injurias que le dirigiste, y el puntapié con que la gratificaste, y los improperios que me transmitiste por conducto suyo?" Y tras de hablar así, la joven recogió sus velos y se levantó para partir.
Pero yo ¡oh mi señor! comprendí que no había recolectado más que lo que sembré, y sentí todo el peso de mi brutalidad pasada, y qué cosa tan odiosa de todo punto era la virtud áspera, y qué cosa tan detestable era la hipocresía de la religiosidad.
Y sin más tardanza me arrojé a los pies de la joven del perfecto amor, y le supliqué que me perdonara, diciéndole: "¡Estoy arrepentido! ¡estoy arrepentido! ¡en verdad que estoy de lo más arrepentido!"
Y le dije palabras tan dulces y tan enternecedoras como gotas de lluvia en un desierto ardoroso. Y acabé por decidirla a quedarse; y se dignó dispensarme, y me dijo: "¡Por esta vez te perdonaré, pero no vuelvas a empezar!" Y exclamé besándole la orla de su traje y cubriéndome con ella la frente: "¡Oh mi señora! ¡estoy bajo tu salvaguardia y soy tu esclavo que espera su liberación de lo que tú sabes por conducto tuyo!" Y ella me dijo sonriendo: "Ya he pensado en ello. ¡Y lo mismo que supe cogerte en mis redes sabré sacarte de ellas!" Y exclamé: "¡Yalah! ¡yalah! ¡date prisa! ¡date prisa!"
Entonces me dijo: "Atiende bien a mis palabras y sigue mis instrucciones. ¡Y podrás verte desembarazado de tu esposa sin trabajo!" Y me incliné: "¡Oh rocío! ¡oh refresco!" Y continuó ella: "¡Escucha! Levántate y ve al pie de la ciudadela en busca de los saltimbanquis, titiriteros, charlatanes, bufones, danzantes, funámbulos, bailarines, conductores de monos, exhibidores de osos, tamborileros, clarinetes, flautines, timbaleros y demás farsantes, y te concertarás con ellos para que sin tardanza vayan a buscarte al palacio del Jeique al-Islam, padre de tu esposa. Y cuando lleguen estarás sentado tomando refrescos con él en las gradas del patio. Y en cuanto entren te felicitarán y se congratularán, exclamando: "¡Oh hijo de nuestro tío! ¡oh sangre nuestra! ¡oh vena de nuestros ojos! ¡compartimos tu alegría en este bendito día de tus bodas! En verdad, ¡oh hijo de nuestro tío! que nos alegramos por ti del rango a que has llegado. Y aun cuando te avergüences de nosotros, tenemos el honor de pertenecerte; y aun cuando, olvidándote de tus parientes, nos eches, y aun cuando nos despidas, no te dejaremos, porque eres hijo de nuestro tío, sangre nuestra y vena de nuestros ojos".
Y entonces tú aparentarás estar muy confuso ante la divulgación de tu parentesco con tales individuos, y para librarte de ellos empezarás a repartirles a puñados dracmas y dinares. Y al ver aquello el Jeique al-Islam te preguntará, sin duda alguna; y le contestarás bajando la cabeza: "Es preciso que diga la verdad, puesto que están ahí mis parientes para traicionarme. Mi padre era, en efecto, un bailarín, exhibidor de osos y de monos, y tal es la profesión de mi familia y su origen. Pero más tarde el Retribuidor abrió para nosotros la puerta de la fortuna, y hemos adquirido la consideración de los mercaderes del zoco y de su síndico".
Y el padre de tu esposa te dirá: "Así, pues, ¿eres un hijo de bailarín de la tribu de los funámbulos y de los cabalgadores de monos?" Y contestarás: "No hay medio de que yo reniegue de mi origen y de mi familia por amor a tu hija y en honor suyo. ¡Porque la sangre no reniega de la sangre ni el arroyo de su manantial!" Y te dirá él, sin duda alguna: "En ese caso ¡oh joven! ha habido ilegalidad en el contrato de matrimonio, ya que nos has ocultado tu abolengo y tu origen. ¡Y no conviene que sigas siendo esposo de la hija del Jeique al-Islam, jefe supremo de los kadíes, que se sienta en la alfombra de la ley, y que es un cherif y un saied cuya genealogía se remonta a los padres del apóstol de Alah! Y no conviene que su hija, por muy olvidada que se halle en cuanto a los beneficios del Retribuidor, esté a merced del hijo de un titiritero".
Y tú replicarás: "¡Está bien! ¡está bien, ya entendí! tu hija es mi esposa legal y cada cabello suyo vale mil vidas. ¡Y por Alah, que no me separaré de ella aun cuando me dieras los reinos del mundo!" Pero poco a poco te dejarás persuadir, y cuando se pronuncie la palabra divorcio consentirás, a regañadientes, en separarte de tu esposa. Y por tres veces pronunciarás, en presencia del Jeique al-Islam y dos testigos, la fórmula del divorcio. Y de tal suerte, desligado, volverás a buscarme aquí. ¡Y Alah arreglará lo que haya que arreglar!"
Entonces yo, al oír este discurso de la joven del perfecto amor, sentí que se me dilataban los abanicos del corazón, y exclamé: "¡Oh reina de la inteligencia y de la belleza! ¡heme aquí dispuesto a obedecerte por encima de mi cabeza y de mis ojos ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y cuando llegó la 841ª noche

Ella dijo:
"... al oír este discurso de la joven del perfecto amor, sentí que se me dilataban los abanicos del corazón, y exclamé: "¡Oh reina de la inteligencia y de la belleza! ¡heme aquí dispuesto a obedecerte por encima de mi cabeza y de mis ojos!" Y tras de despedirme de ella dejándola en mi tienda, fui a la plaza que hay al pie de la ciudadela y me puse al habla con el jefe de la corporación de titiriteros, saltimbanquis, charlatanes, bufones, danzantes, funámbulos, bailarines, conductores de monos, exhibidores de osos, tamborileros, clarinetes, flautines, pífanos, timbaleros y demás farsantes; y me concerté con aquel jefe para que me ayudara en mi proyecto, prometiéndole una remuneración considerable. Y habiendo obtenido de él promesa de su concurso, le precedí en el palacio del Jeique al-Islam, padre de mi esposa, al lado del cual subí a sentarme en el estrado del patio.
Y no llevaría una hora de plática con él, bebiendo sorbetes, cuando de improviso, por la puerta principal que había yo dejado abierta, hizo su entrada, precedida por cuatro saltimbanquis que marchaban a la cabeza, y por cuatro funámbulos que caminaban con la punta de los dedos gordos de los pies, y por cuatro titiriteros que andaban con las manos, en medio de una algazara extraordinaria, toda la tribu tamborileante, ululante, galopante, aullante, danzante, gesticulante y abigarrada de la payasería que había sentado sus reales al pie de la ciudadela. Y estaban todos: los conductores de monos con sus animales, los exhibidores de osos con sus mejores ejemplares, los bufones con sus oropeles, los charlatanes con sus gorros altos de fieltro y los instrumentistas con sus ruidosos instrumentos, que producían una algarabía inmensa. Y se pusieron en fila por orden en el patio, los monos y los osos en medio, y cada cual haciendo lo suyo. Pero de pronto resonó un violento golpe de tabbl, y todo el estrépito cesó por ensalmo. Y el jefe de la tribu se adelantó hasta las gradas del palacio, y en nombre de todos mis parientes congregados me arengó con voz magnífica, deseándome prosperidad y larga vida y soltándome el discurso que yo le había enseñado.
Y, efectivamente, ¡oh mi señor! todo pasó como había previsto la joven. Porque el Jeique al-Islam, al tener, por boca del propio jefe de la tribu, la explicación de aquella barahúnda, me pidió su confirmación. Y yo aseguré que, en efecto, era primo, por parte de padre y de madre, de todos aquellos individuos, y que yo mismo era hijo de un titiritero conductor de monos; y le repetí todas las palabras del papel que me había enseñado la joven, y que ya conoces, ¡oh rey del tiempo! Y el Jeique al-Islam, poniéndose muy demudado y muy indignado, me dijo: "No puedes permanecer en la casa y en la familia del Jeique al-Islam, pues temo que te escupan al rostro y te traten con menos miramientos que a un perro cristiano o a un puerco judío".
Y empecé por responder: "¡Por Alah, que no me divorciaré de mi esposa aunque me ofrezcas el reino del Irak!" Y el Jeique al-Islam, que sabía bien que el divorcio a la fuerza estaba prohibido por la Schariat, me llamó aparte y me suplicó, con toda clase de palabras conciliadoras, que consintiera en aquel divorcio, diciéndome: "¡Vela mi honor y Alah velará el tuyo!"
Y acabé por condescender a aceptar el divorcio, y pronuncié ante testigos, refiriéndome a la hija del Jeique al-Islam: "¡La repudio una vez, dos veces, tres veces, la repudio!" Esta es fórmula del divorcio irrevocable. Y tras de pronunciarla, a insistentes requerimientos del propio padre, me encontré al mismo tiempo exento del tributo del rescate y de la viudedad y libre de la más espantosa pesadilla que ha pesado nunca sobre el pecho de un ser humano.
Y sin perder tiempo en saludar al padre de la que durante una noche fué mi esposa, salí corriendo, sin mirar atrás, y llegué sin aliento a mi tienda, donde seguía esperándome la joven del perfecto amor. Y con su más dulce lenguaje me deseó ella la bienvenida, y con toda la cortesía de sus modales me felicitó por el éxito, y me dijo: "Ahora ha llegado el momento de nuestra unión. ¿Qué te parece, ¡oh mi señor!?" Y contesté: "¿Será en mi tienda o en tu casa?"
Y ella sonrió y me dijo: "¡Oh pobre! ¿pero acaso no sabes cuánto tiene que cuidar su persona una mujer para hacer las cosas como es debido? ¡Habrá de ser en mi casa!" Y contesté: "Por Alah, ¡oh soberana mía! ¿desde cuándo los lirios van al hammam y la rosa al baño? Mi tienda es lo bastante grande para que quepas en ella, lirio o rosa. Y si ardiera mi tienda quedaría mi corazón". Y me contestó ella riendo: "¡Verdaderamente, prosperas! ¡Y hete aquí curado de tus antiguas maneras, tan ordinarias! Y sabes devolver un cumplimiento perfectamente". Y añadió: "Ahora levántate, cierra tu tienda y sígueme".
Yo, que no esperaba más que estas palabras, me apresuré a contestar: "Escucho y obedezco". Y saliendo de la tienda el último, la cerré con llave, y seguí a diez pasos de distancia al grupo formado por la joven y sus esclavas. Y de tal suerte llegamos ante un palacio cuya puerta se abrió al acercarnos. Y en cuanto entramos fueron a mí dos eunucos y me rogaron que les acompañara al hammam. Y decidido a hacerlo todo sin pedir explicaciones, me dejé conducir por los eunucos al hammam, donde me hicieron tomar un baño para limpieza y para frescura. Tras de lo cual, vestido con ropas finas y perfumado con ámbar chino, fui conducido a los aposentos interiores, donde me esperaba, perezosamente tendida en un lecho de brocato, la joven de mis deseos y del perfecto amor.
No bien nos quedamos solos me dijo ella: "Ven aquí, ven, ¡oh estúpido! ¡Por Alah, que se necesita ser un tonto hasta el último límite de la tontería, para haber rehusado hace tiempo una noche como ésta! Pero, para no azorarte, no te recordaré el pasado". Y yo, ¡oh mi señor a la vista de aquella joven toda desnuda ya, y tan blanca y tan fina, y de la riqueza de sus partes delicadas, y de la gordura de su trasero rollizo, y de la excelente calidad de sus diversos atributos, sentí que en mí se reparaban todos mis yerros anteriores y retrocedí para saltar. Pero ella me retuvo con un gesto y una sonrisa, y me dijo:
"Antes del combate, ¡oh Jeique! es preciso que yo sepa si conoces el nombre de tu adversario. ¿Cómo se llama?" Y contesté: "¡La fuente de las gracias!" Ella dijo: "¡No!" Yo dije: "¡El padre de la blancura!" Ella dijo: "¡No!" Yo dije: "¡El pasto dulce!" Ella dijo: "¡No!" Yo dije:"¡El sésamo descortezado!" Ella dijo: "¡No!" Yo dije: "¡La albahaca de los puentes!" Ella dijo: "¡No!" Yo dije: "¡El mulo terco!" Ella dijo: "¡No!" Yo dije: "Pues, por Alah, ¡oh mi señora! que no conozco ya más que un nombre, y es el último: ¡el albergue de mi padre Mansur!" Ella dijo: "¡No!" Y añadió "¡Oh estúpido! ¿qué te han enseñado entonces los sabios teólogos y los maestros de gramática?" Yo dije: "¡Nada absolutamente!" Ella dijo: "¡Pues escucha! He aquí algunos de sus nombres: el estornino mudo, el carnero gordo, la lengua silenciosa, el elocuente sin palabras, la rosca adaptable, la grapa a la medida, el mordedor rabioso, el sacudidor infatigable, el abismo magnífico, el pozo de Jacob, la cuna del niño, el nido sin huevo, el pájaro sin plumas, el pichón sin mancha, el gato sin bigotes, el pollo sin voz y el conejo sin orejas".
Y habiendo acabado de adornar de este modo mi entendimiento y de aclarar mi juicio, me tomó de pronto entre sus piernas y sus brazos, y me dijo: "¡Yalah! ¡yalah oh infeliz! sé rápido en el asalto, y pesado en el descenso, y ligero en el peso, y fuerte en el abrazo, y nadador de fondo, y tapón hermético, y saltador sin tregua. Porque el detestable es el que se levanta una vez o dos veces para sentarse luego, y el que alza la cabeza para bajarla, y el que se pone de pie para caer. Brío, pues, ¡oh valiente!" Y yo ¡oh mi señor! contesté: "¡Oye, por tu vida, ¡oh mi señora! procedamos con orden, procedamos con orden!" Y añadí: "¿Por quién vamos a empezar?" Ella contestó: "A tu gusto. ¡oh truhán!" Yo dije: "¡Entonces vamos a dar primero su comida al estornino mudo!" Ella dijo: "Ya está esperando! ¡ya está esperando!"
Entonces ¡oh mi señor sultán! dije a mi niño: "¡Satisface al estornino!" Y el niño contestó con el oído y la obediencia, y fué pródigo y generoso en la pitanza del estornino mudo, que, de repente, empezó a expresarse en el lenguaje de los estorninos, diciendo: "¡Alah aumente tu hacienda! ¡Alah aumente tu hacienda!
Y dije al niño: "¡Haz ahora una zalema al carnero gordo, que está esperando!" Y el niño hizo al carnero consabido la zalema más profunda. Y el carnero contestó en su lenguaje: "¡Alah aumente tu hacienda! ¡Alah aumente tu hacienda!"
Y dije al niño: "¡Habla ahora a la lengua silenciosa!" Y el niño frotó su dedo contra la lengua silenciosa, que al punto contestó con armoniosa voz: "¡Alah aumente tu hacienda! ¡Alah aumente tu hacienda!"
Y dije al niño: "¡Domestica al mordedor rabioso!" Y el niño se puso a acariciar con muchas precauciones al mordedor consabido, y lo hizo de modo que salió de sus fauces sin daño y sin rabia, y el mordedor, satisfecho de su valor y de su obra, le dijo: "¡Te rindo homenaje! ¡vaya una pócima que me has dado!"
Y dije al niño: "¡Llena el pozo de Jacob, ¡oh tú!, más paciente que Jacob!" Y el niño contestó al punto: "¡Que me traga! ¡que me traga!" Y el pozo consabido se llenó sin fatiga ni objeción y quedó tapado herméticamente.
Y dije al niño: "¡Calienta al pájaro sin plumas!" Y el niño contestó como el martillo al yunque; y el pájaro, caliente, contestó: "¡Ya echo humo! ¡ya echo humo!"
Y dije al niño: "¡Oh excelente! ¡da de comer ahora al pollo sin voz!" Y el excelente muchacho no dijo que no, y dió de comer con profusión al pollo consabido, que se puso a cantar, diciendo: "¡Bendición! ¡bendición!
Y dije al niño: "No te olvides de este buen conejo sin orejas, y sácale de su sueño, ¡oh padre de vista sin par!" Y el niño, siempre despierto, habló al conejo, por más que éste no tenía orejas, y le dió tan buenos consejos, que hubo de exclamar el aludido: "¡Qué maravilla! ¡qué maravilla...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 842ª noche

Ella dijo:
...Y el niño, siempre despierto, habló al conejo, por más que éste no tenía orejas, y le dió tan buenos consejos, que hubo de exclamar el aludido: "¡Qué maravilla! ¡qué maravilla!"
Y continué, ¡oh mi señor! alentando al niño a conversar de aquel modo con su adversario, cambiando cada vez de motivo de conversación, y haciéndole aludir a cada tributo, tomando y dando, sin olvidar al gato sin bigotes, ni al pichón sin mancha, ni a la cuna, que estaba muy caliente, ni al nido sin huevo, que estaba nuevecito, ni a la grapa a la medida, que encajó sin arañarse, ni al abismo magnético, donde se sumergió oblicuamente para permanecer púdico, e hizo pedir gracia a la propietaria, diciendo: "¡Abdico! ¡Abdico! ¡Ah! ¡qué garrote!", ni a la rosca adaptable, de la que salió más invulnerable y más considerable, ni, por último, al albergue de mi padre Mansur, más caliente que un horno, y del que salió más gordo y más pesado que una cotufa.
Y no cejamos en la lucha, ¡oh mi señor sultán! hasta la aparición de la mañana, en que hubimos de recitar la plegaria e ir al baño.
Y cuando salimos del hammam y nos reunimos para la comida de la mañana la joven del perfecto amor me dijo: "Por Alah, ¡oh truhán! que verdaderamente has sobresalido, y me favoreció la suerte que me hizo recuperarte. Ahora hay que hacer lícita nuestra unión. ¿Qué te parece? ¿Quieres seguir conmigo con arreglo a la ley de Alah, o quieres renunciar para siempre a volver a verme?" Y contesté: "Antes sufrir la muerte roja que no volver a regocijarme con ese rostro de blancura, ¡oh mi señora!" Y ella me dijo: "¡En ese caso, sean con nosotros el kadí y los testigos!" Y mandó llamar acto seguido al kadí y a los testigos y redactar sin tardanza nuestro contrato de matrimonio. Tras de lo cual tomamos juntos nuestra primera comida, y esperamos a hacer la digestión y evitar todo peligro de dolor de vientre, para recomenzar nuestros escarceos y diversiones y unir la noche con el día.
Y durante treinta noches y treinta días ¡oh mi señor! viví aquella vida con la joven del perfecto amor, cepillando lo que había que cepillar, limando lo que había que limar y rellenando lo que había que rellenar, hasta que un día, víctima de una especie de vértigo, se me escapó el decir a mi contrincante: "¡No sé a qué obedece; pero ¡por Alah! que no puedo clavar hoy el duodécimo clavo!" Y exclamó ella: "¿Cómo? ¿cómo dices? ¡Pues si precisamente el duodécimo es el más necesario! ¡Los demás no valen!" y le dije: "Imposible, imposible".
Entonces ella se echó a reír, y me dijo: "¡Necesitas reposo! ¡Ya te lo daremos!" Y no oí más, porque me abandonaron las fuerzas, ¡ya sidi! y rodé por el suelo como un burro sin ronzal.
Y cuando volví de mi desvanecimiento me vi encadenado en este maristán, en compañía de estos dos honorables jóvenes, camaradas míos. E interrogados los celadores, me dijeron: "¡Es para que reposes! ¡es para que reposes!" Y por tu vida, ¡oh mi señor! que ya me noto muy reposado y reanimado, y pido a tu generosidad que arregle mi reunión con la joven del perfecto amor. En cuanto a decir su nombre y su calidad, está más allá de mis conocimientos. Y te he contado todo lo que sabía".
Cuando el sultán Mahmud y su visir, el antiguo sultán-derviche, oyeron esta historia del segundo joven, se maravillaron hasta el límite de la maravilla del orden y de la claridad con que les había sido contada. Y el sultán dijo al joven: "¡Por vida mía! que aunque no hubiese sido ilícito el motivo de tu prisión, yo te habría libertado después de oírte". Y añadió: "¿Podrías conducirnos al palacio de la joven?" El interpelado contestó: "¡A ojos cerrados podría!" Entonces el sultán y el visir y el chambelán, que era el antiguo loco primero, se levantaron; y el sultán dijo al joven, después de hacer caer sus cadenas: "¡Precédenos en el camino que conduce a casa de tu esposa!" Y ya se disponían a salir los cuatro, cuando el tercer joven, que aún tenía las cadenas al cuello, exclamó: "¡Oh señores míos! ¡por Alah sobre todos nosotros, escuchad mi historia antes de marcharos, porque es tan extraordinaria como las de mis dos compañeros!"
Y le dijo el sultán: "Refresca tu corazón y calma tu espíritu, porque no tardaremos en volver".
Y anduvieron, precedidos del joven, hasta llegar a la puerta de un palacio, a la vista del cual exclamó el sultán: "¡Alahu akbar! ¡Confundido sea Eblis el Tentador! Porque este palacio ¡oh amigos míos es la morada de la tercera hija de mi tío el difunto sultán! Y nuestro destino es un destino prodigioso. ¡Loores a Quien reúne lo que estaba separado y reconstituye lo que estaba disuelto!" Y penetró en el palacio, seguido de sus acompañantes, e hizo anunciar su llegada a la hija de su tío, que se apresuró a presentarse entre sus manos.
¡Y he aquí que, efectivamente, era la joven del perfecto amor! Y besó la mano al sultán, esposo de su hermana, y se declaró sumisa a sus órdenes. Y el sultán le dijo: "¡Oh hija del tío! te traigo a tu esposo, este excelente mozo, a quien nombro ahora mismo mi segundo chambelán, y que en lo sucesivo será mi comensal y mi compañero de copa. Porque conozco su historia y el equívoco pasado que ha tenido lugar entre vosotros dos. Pero en adelante no se repetirá la cosa ya, porque está él ahora descansado y reanimado".
Y la joven contestó: "¡Escucho y obedezco! ¡Y desde el momento que está bajo tu salvaguardia y tu garantía, y que me aseguras que está restablecido, consiento en vivir de nuevo con él!" Y el sultán le dijo: "Gracias te sean dadas, ¡oh hija del tío! ¡Me quitas del corazón un peso muy grande!" Y añadió: "Permítenos solamente llevárnosle por una hora de tiempo. ¡Porque tenemos que escuchar juntos una historia que debe ser de lo más extraordinaria!" Y se despidió de ella y salió con el joven, convertido en su segundo chambelán, con su visir y con su primer chambelán.
Y cuando llegaron al maristán fueron a sentarse en su sitio frente al tercer joven que estaba en ascuas esperándoles, y que, con la cadena al cuello, comenzó al punto en estos términos su historia:


HISTORIA DEL TERCER LOCO

"Has de saber, ¡oh mi soberano señor! y tú, ¡oh visir de buen consejo! vosotros, honrados chambelanes, antiguos compañeros míos de cadena, sabed que mi historia no tiene ninguna relación con las que se acaban de contar, porque si mis dos compañeros han sido víctimas de unas jóvenes, a mí me ha ocurrido una cosa muy distinta. Ya comprobaréis mi aserto por vosotros mismos.
Es el caso ¡oh señores míos! que era yo un niño todavía cuando mi padre y mi madre fallecieron en la misericordia del Retribuidor. Y fuí recogido por vecinos misericordiosos, pobres como nosotros, que no podían gastar en mi instrucción por no tener lo necesario, y me dejaban vagabundear por las calles, con la cabeza al aire y las piernas desnudas, sin tener por todo vestido más que media camisa de cotonada azul. Y no debía ser yo repugnante a la vista, porque los transeúntes que me veían recocerme al sol, a menudo se paraban para exclamar: "¡Alah preserve del mal de ojo a este niño! Es tan hermoso como un trozo de luna". Y a veces algunos de ellos me compraban halawa con garbanzos o caramelo amarillo y flexible, de ese que se estira como un bramante, y al dármelo me acariciaban en la mejilla, o me pasaban la mano por la cabeza, o me tiraban cariñosamente del mechón que tenía yo en medio de mi cráneo pelado. Y yo abría una boca enorme y me tragaba de un bocado toda la confitura. Lo cual hacía prorrumpir en exclamaciones admirativas a los que me miraban y abrir lo ojos con envidia a los pilluelos que jugaban conmigo. Y de tal suerte llegué a los doce años de edad.
Un día entre los días había yo ido con mis camaradas habituales a buscar nidos de gavilán y de cuervo en los tejados de las casas ruinosas, cuando divisé dentro de una choza recubierta con ramajes de palmera, en el fondo de un patio abandonado, la forma indecisa e inmóvil de un ser vivo. Y como sabía que los genn y los mareds frecuentan las casas desiertas, pensé: "¡Este es un mared!" Y poseído de espanto, bajé a escape del tejado de la ruina y quise echar a correr para distanciarme de aquel mared. Pero de la choza salió una voz muy dulce, que me llamó, diciendo: "¿Por qué huyes, hermoso niño? ¡Ven a probar la sabiduría! Ven a mí sin miedo. No soy ni un genn ni un efrit, sino un ser humano que vive en la soledad y en la contemplación. Ven, hijo mío, que te enseñaré la sabiduría...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y cuando llegó la 843ª noche

Ella dijo:
"...Ven, hijo mío, y te enseñaré la sabiduría". Y retenido de pronto en mi fuga por una fuerza irresistible, volví sobre mis pasos y me dirigí a la choza, en tanto que la voz dulce continuaba diciéndome: "¡Ven, hermoso niño, ven!" Y entré en la choza y vi que la forma inmóvil era un viejo muy anciano que debía tener un número incalculable de años. Y a pesar de su mucha edad, su rostro era como el sol. Y me dijo: "Bienvenido sea el huérfano que viene a heredar mi enseñanza!" Y me dijo aún: "Yo seré tu padre y tu madre". Y me cogió de la mano y añadió: "Y tú serás mi discípulo". Y tras de hablar así me dió el beso de paz, y me hizo sentarme a su lado, y comenzó al instante mi instrucción. Y quedé subyugado por su palabra y por la hermosura de su enseñanza; y por ella renuncié a mis juegos y a mis camaradas. Y fué él para mí un padre y una madre. Y le demostré un respeto profundo, una ternura extremada y una sumisión sin límites. Y transcurrieron cinco años, durante los cuales adquirí una instrucción admirable. Y mi espíritu se alimentó con el pan de la sabiduría.
Pero ¡oh mi señor! toda sabiduría es vana si no se siembra en un terreno cuyo fondo sea propicio. Porque se borra al primer roce del rastrillo de la locura, que rae la capa fértil. Y debajo sólo quedan la sequía y la esterilidad.
Y pronto había de experimentar yo por mí mismo la fuerza de los instintos victoriosos de los preceptos.
Un día, en efecto, habiéndome enviado mi maestro, el viejo sabio, a mendigar nuestra subsistencia en el patio de la mezquita, me dediqué a esta tarea; y después de ser favorecido con la generosidad de los creyentes, salí de la mezquita y emprendí el camino de nuestro retiro. Pero por el camino ¡oh mi señor! me crucé con un grupo de eunucos en medio de los cuales se contoneaba una joven tapada, cuyos ojos tras el velo me parecieron encerrar el cielo todo. Y los eunucos iban armados de  largas pértigas, con las cuales daban en el hombro a los transeúntes para alejarles del camino seguido por su señora. Y por todos lados oía yo murmurar a la gente: "¡La hija del sultán! ¡la hija del sultán!"
Y volví al lado de mi maestro ¡oh mi señor! con el alma emocionada y el cerebro en desorden.
Y de una vez olvidé las máximas de mi maestro, y mis cinco años de sabiduría, y los preceptos de la renunciación. Y mi maestro me miró tristemente, en tanto que lloraba yo. Y nos pasamos toda la noche uno junto a otro sin pronunciar una palabra. Y por la mañana, tras de besarle la mano, como tenía por costumbre, le dije: "¡Oh padre mío y madre mía, perdona a tu indigno discípulo! Pero es preciso que mi alma vuelva a ver a la hija del sultán, aunque no sea más que para posar en ella una sola mirada! Y mi maestro me dijo: "¡Oh hijo de tu padre y de tu madre! ¡oh niño mío! ya que tu alma lo desea, verás a la hija del sultán! ¡Pero piensa en la distancia que hay entre los solitarios de la sabiduría y los reyes de la tierra! ¡Oh hijo de tu padre y de tu madre, alimentado con mi ternura! ¿olvidas cuán incompatible es la sabiduría con el trato de las hijas de Adán, sobre todo cuando son hijas de reyes? ¿Y has renunciado, por lo visto, a la paz de tu corazón? ¿Y quieres que muera yo persuadido de que a mi muerte desaparecerá el último observante de los preceptos de la soledad? ¡Oh hijo mío! ¡nada tan lleno de riqueza como la renunciación, y nada tan satisfactorio como la soledad!" Pero yo contesté: "¡Oh padre mío y madre mía! si no veo a la princesa, aunque no sea más que para posar en ella una sola mirada, moriré".
Entonces, al ver mi tristeza y mi aflicción, mi maestro, que me quería, me dijo: "Hijo. ¿Satisfaría todos tus deseos una mirada que posases en la princesa?" Y contesté: "¡Sin duda alguna!" Entonces mi maestro se acercó a mí suspirando, frotó el arco de mis cejas con una especie de ungüento, y en el mismo instante desapareció parte de mi cuerpo y no quedó visible de mi persona más que la mitad de un hombre, un tronco dotado de movimiento. Y mi maestro me dijo: "Transpórtate ahora a la ciudad. Y allá esperarás así lo que ansías". Y contesté con el oído y la obediencia, y me transporté en un abrir y cerrar de ojos a la plaza pública, donde, en cuanto llegué, me vi rodeado de una muchedumbre innumerable. Y todos me miraban con asombro. Y de todos lados acudían para contemplar a un ser tan singular que sólo tenía de hombre la mitad y que se movía con tanta rapidez. Y en seguida cundió por la ciudad el rumor de tan extraño fenómeno, y llegó hasta el palacio en que vivía la hija del sultán con su madre. Y ambas desearon satisfacer su curiosidad para conmigo, y enviaron a los eunucos para que me cogieran y me llevaran a presencia suya. Y fui conducido al palacio e introducido en el harén, donde la princesa y su madre satisficieron su curiosidad para conmigo, mientras yo miraba. Tras de lo cual hicieron que me cogieran los eunucos, y me transportaran al sitio de que me sacaron. Y con el alma más atormentada que nunca y el espíritu más trastornado regresé a la choza de mi maestro.
Y me le encontré acostado en la estera, con el pecho oprimido y la tez amarilla, como si estuviese en agonía. Pero tenía yo entonces demasiado ocupado el corazón para atormentarme por él. Y me preguntó con voz débil: "¿Has visto ¡oh hijo mío! a la hija del sultán?" Y contesté: "Sí, pero ha sido peor que si no la hubiera visto. ¡Y en adelante no podrá tener reposo mi alma si no consigo sentarme junto a ella y saciar mis ojos del placer de mirarla!" Y me dijo él, lanzando un profundo suspiro: "¡Oh bienamado discípulo mío! ¡cómo tiemblo por la paz de tu corazón! ¡Ah! ¿qué relación podrá existir jamás entre los de la Soledad y los del Poder?" Y contesté: "¡Oh padre mío! mientras no descanse mi cabeza junto a la suya, mientras no la mire y no toque con mi mano su cuello encantador, me creeré en el límite extremo de la desdicha y moriré de desesperación".
Entonces mi maestro, que me quería, inquieto por mi razón a la vez que por la paz de mi corazón, me dijo, mientras le sacudían dolorosamente las boqueadas: "¡Oh hijo de tu padre y de tu madre! -oh niño que llevas en ti la vida y olvidas cuán turbadora y corruptora es la mujer! vete a satisfacer todos tus deseos; pero como último favor te suplico que caves aquí mi tumba y me sepultes sin poner ninguna piedra indicadora del lugar en que yo repose. Acércate, hijo mío, para que te dé el medio de lograr tus propósitos".
Y yo ¡oh mi señor! me incliné sobre mi maestro, que me frotó los párpados con una especie de kohl en polvo negro muy fino, y me dijo: "¡Oh antiguo discípulo mío! hete aquí hecho invisible para los ojos de los hombres, gracias a las virtudes de este kohl. ¡Y que la bendición de Alah sea sobre tu cabeza y te preserve, en la medida de lo posible, de las emboscadas de los malditos que siembran la confusión entre los elegidos de la Soledad!"
Y tras de hablar así, mi venerable maestro quedó como si no hubiera existido nunca. Y me apresuré a enterrarle en una fosa que cavé en la choza donde había él vivido. ¡Alah le admita en Su misericordia y le dé un sitio escogido! Tras de lo cual me apresuré a correr al palacio de la hija del sultán.
Y he aquí que, como yo era invisible a todos los ojos, entré en el palacio sin ser notado, y prosiguiendo mi camino penetré en el harén y fui derecho al aposento de la princesa. Y la encontré acostada en su lecho, durmiendo la siesta, y sin llevar encima por todo vestido más que una camisa de tisú de Mossul. Y yo, que en mi vida había tenido todavía ocasión de ver la desnudez de una mujer, ¡oh mi señor! fui presa de una emoción que acabó de hacerme olvidar todas las sabidurías y todos los preceptos. Y exclamé: "¡Alah! ¡Alah!"
Y lo hice en voz tan alta, que la joven entreabrió los ojos, lanzando un suspiro, despierta a medias y dando media vuelta en su lecho. Pero aquello fué todo, felizmente. ¡Y yo ¡oh mi señor! vi entonces lo inexpresable! Y quedé asombrado de que una joven tan frágil y tan fina poseyese un trasero tan gordo. Y muy maravillado, me aproximé más, sabiendo que era invisible, y muy dulcemente puse el dedo en aquel trasero para tentarle y satisfacer aquel deseo de mi corazón. Y observé que era rollizo y duro y mantecoso y granulado. Pero no volvía de la sorpresa en que me había sumido su volumen, y me pregunté: "¿Para qué tan gordo? ¿para qué tan gordo?" Y tras de reflexionar acerca del particular, sin dar con una respuesta satisfactoria, me apresuré a ponerme en contacto con la joven. Y lo hice con precauciones infinitas para no despertarla. Y cuando me pareció que había pasado el primer momento de peligro me aventuré a hacer algún movimiento. Y poco a poco, poco a poco, el niño que tú sabes ¡oh mi señor! entró en juego a su vez. Pero se guardó mucho de ser grosero y de utilizar en modo alguno procedimientos reprobables; y también él se limitó a entablar conocimiento con lo que no conocía. Y nada más ¡oh mi señor! Y a ambos nos pareció que, para ser la primera vez, habíamos visto lo bastante para formar juicio.
Pero he aquí que, en el momento mismo en que iba a levantarme, el Tentador me impulsó a pellizcar a la joven, precisamente en medio de una de aquellas asombrosas redondeces cuyo volumen me tenía perplejo, y no pude resistir a la tentación, y ya ves, pellizqué a la joven en medio de aquella redondez. Y (¡alejado sea el Maligno!) fué tan viva la impresión que experimentó ella, que saltó del lecho, despierta ya del todo, lanzando un grito de espanto, y llamó a su madre a grandes Voces.. .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 844ª noche

Ella dijo:
... fue tan viva la impresión que experimentó ella, que saltó del lecho, despierta ya del todo, lanzando un grito de espanto, y llamó a su madre a grandes voces.
Al oír las señales de alarma de su hija y sus gritos de terror y sus voces pidiendo socorro, acudió la madre enredándose los pies en la ropa y seguida de cerca por la vieja nodriza de la joven y por los eunucos. Y la joven continuaba gritando, llevándose la mano al sitio de su pellizco: "¡En Alah me refugio del Cheitán lapidado!"
Y su madre y la vieja nodriza le preguntaron al mismo tiempo: "¿Qué ocurre? ¿qué ocurre? ¿Y por qué te llevas la mano al honorable? ¿Y qué tiene el honorable? ¿Y qué le ha sucedido al honorable? ¡Enséñanos el honorable!" Y la nodriza se encaró con los eunucos, lanzándoles una mirada atravesada, y les gritó: "¡Retiraos un poco!" Y los eunucos se alejaron, maldiciendo entre dientes a la vieja calamitosa.
¡Eso fué todo! y yo veía sin ser visto, merced al kohl de mi difunto maestro. (¡Que Alah le tenga en su gracia!)
El caso es que, al sentirse acosada por las preguntas apremiantes que en un instante le hicieron su madre y su nodriza, alargando el cuello para ver qué era la cosa, la joven, ruborosa y dolorida, acabó por pronunciar: "¡Es esto! ¡es esto! ¡el pellizco! ¡el pellizco!" Y las dos mujeres miraron y vieron en el honorable la huella roja y ya hinchada de mi pulgar y de mi dedo del corazón. Y retrocedieron asustadas y en extremo indignadas, exclamando: "¡Oh maldita! ¿quién te ha hecho eso? ¿quién te ha hecho eso?" Y la joven se echó a llorar, diciendo: "¡No lo sé! ¡no lo sé!" Y añadió: "¡Me han pellizcado mientras soñaba que me comía un cohombro muy gordo!" Y al oír estas palabras, las dos mujeres se inclinaron al mismo tiempo, y miraron detrás de las cortinas y debajo de las tapicerías y del mosquitero; y como no encontraron nada sospechoso, dijeron a la joven: "¿Estás bien segura de que no te has pellizcado tú misma durmiendo?"
Ella contestó: "¡Antes me moriría que pellizcarme tan cruelmente!"
Entonces dió su opinión la vieja nodriza, diciendo: "No hay recurso ni poder más que en Alah el Altísimo, el Omnipotente. ¡Quien ha pellizcado a nuestra hija es un innombrable entre los innombrables que pueblan el aire! Y ha debido entrar aquí por esa ventana abierta, y al ver a nuestra hija con el honorable al aire no ha podido resistir al deseo de pellizcarla ahí mismo. Y eso es lo que ha pasado por lo visto". Y tras de hablar así corrió a cerrar la ventana y la puerta, y añadió: "Antes de poner a nuestra hija una compresa de agua fresca y vinagre es preciso que nos apresuremos a ahuyentar al Maligno. Y no hay más que un medio eficaz, y consiste en quemar en la estancia estiércol de camello. Porque el estiércol de camello es incompatible con el olor de los genn, de los mareds y de todos los innombrables. ¡Y yo sé las palabras que hay que pronunciar al tiempo de esa fumigación!"
Y al punto gritó a los eunucos agrupados detrás de la puerta: "¡Traednos pronto un cesto con estiércol de camello!"
Y en tanto que los eunucos iban a ejecutar la orden, la madre se acercó a su hija, y le preguntó: "¿Estás segura ¡oh hija mía! de que el Maligno no te ha hecho nada más? ¿Y no has sentido nada que indique lo que quiero decirte?"
La joven dijo: "¡No sé!" Entonces la madre y la nodriza bajaron la cabeza y examinaron a la joven. Y vieron ¡oh mi señor! que, conforme te dije, todo estaba en su sitio y que no había ninguna huella de violencia por delante ni por detrás. Pero la nariz de la maldita nodriza, que era perspicaz, le hizo decir: "¡He sentido en nuestra hija el olor de un genni macho!" Y gritó a los eunucos: "¿Dónde está el estiércol, ¡oh malditos!?" Y en aquel momento llegaron los eunucos con el cesto; y se apresuraron a pasárselo a la vieja por la puerta entreabierta un instante.
Entonces, después de quitar las alfombras que cubrían el suelo, la vieja nodriza derramó el estiércol del cesto en las baldosas de mármol y le prendió fuego. Y no bien se elevó el humo se puso a murmurar sobre el fuego palabras desconocidas, trazando en el aire signos mágicos.
Y he aquí que el humo del estiércol quemado, que llenaba el aposento, atacó a mis ojos de una manera tan insoportable que se me llenaron de agua, y me vi obligado a secármelos repetidamente con los bajos de mi ropa. Y no se me ocurrió ¡oh mi señor! que, con esta maniobra, me iba quitando el kohl, cuyas virtudes me hacían invisible y del que había tenido la imprevisión de no llevarme un buen repuesto antes de la muerte de mi maestro.
Y efectivamente, oí que las tres mujeres lanzaron de pronto tres gritos simultáneos de espanto, señalando con el dedo el sitio donde yo estaba: "¡Ahí está el efrit! ¡ahí está el efrit! ¡ahí está el efrit!" Y pidiendo socorro a los eunucos, que al punto invadieron la habitación y se arrojaron sobre mí y quisieron matarme. Pero les grité con la voz más terrible que pude: "¡Si me hacéis el menor daño llamaré en mi ayuda a mis hermanos los genn, que os exterminarán y harán que se derrumbe este palacio sobre la cabeza de sus habitantes!"
Entonces se atemorizaron y se contentaron con sujetarme. Y me gritó la vieja: "¡Los cinco dedos de mi mano izquierda en tu ojo derecho y los cinco dedos de mi otra mano en tu ojo izquierdo!" Y yo le dije: "¡Cállate, ¡oh hechicera maldita! o llamo a mis hermanos los genn, que te dejarán más ancha que larga!" Entonces ella tuvo miedo y se calló. Pero fué para exclamar al cabo de un momento: "Como es un efrit no podemos matarle. ¡Pero podemos encadenarle para el resto de sus años!"
Y dijo a los eunucos: "Cogedle y conducidle al maristán, y echadle una cadena al cuello, y remachad la cadena en el muro. ¡Y decid a los celadores que, si le dejan escapar, su muerte será segura!"
Y al punto, ¡oh mi señor! me trajeron los eunucos, alargándoseme la nariz, y me metieron en este maristán, donde encontré a mis dos antiguos compañeros, que ahora son tus honorables chambelanes. ¡Y tal es mi historia! Y tal es ¡oh mi señor sultán! el motivo de mi encarcelamiento en esta prisión de locos y de esta cadena que llevo al cuello. Y ya te he contado todo de cabo a rabo, y por eso espero de Alah y de ti ser absuelto de mis errores, y que tu bondad me libre de estos cerrojos para llevarme adonde sea, pero quitándome esta argolla. Y lo mejor sería que yo llegara a ser el esposo de la princesa por quien estoy loco. ¡Y el Altísimo está por encima de nosotros!"
Cuando el sultán Mahmud hubo oído esta historia se encaró con su visir, el antiguo sultán-derviche, y le dijo: "¡Ve ahí como ha enlazado el Destino los acontecimientos de nuestra familia! ¡Porque la princesa de quien está enamorado este joven es la última hija del difunto sultán, padre de mi esposa! Y ya no nos queda por hacer más que dar a este suceso la continuación correspondiente".
Y se encaró con el joven, y le dijo: "¡En verdad que tu historia es una historia asombrosa, y aunque no me hubieras pedido en matrimonio a la hija de mi tío, yo te la habría concedido para demostrarte el contento que me producen tus palabras!" E hizo caer sus cadenas al instante, y le dijo: "En lo sucesivo serás mi tercer chambelán; y voy a dar las órdenes para la celebración de tus desposorios con la princesa cuyas ventajas conoces ya".
Y el joven besó la mano del generoso sultán. Y salieron del maristán todos y se presentaron en el palacio, donde se dieron grandes fiestas y grandes regocijos públicos con motivo de las dos reconciliaciones anteriores y del matrimonio del joven con la princesa. Y todos los habitantes de la ciudad, pequeños y grandes, fueron invitados a tomar parte en los festines, que debían durar cuarenta días y cuarenta noches, en honor del matrimonio de la hija del sultán con el discípulo del sabio y de la reunión de aquellos a quienes la suerte había desunido.
Y vivieron todos en las delicias íntimas y las alegrías de la amistad hasta la inevitable separación".

59 P3 Historia complicada del adulterino simpático - tercera de cuatro partes

  59 Historia complicada del adulterino simpático           
       59,1 Historia del mono jovenzuelo
       59,2 Historia del primer loco
       59,3 Historia del segundo loco
       59,4 Historia del tercer loco




Ir a la segunda parte

Y cuando llegó la 835ª noche

Ella dijo:
"... porque en este barrio de la ciudad hay más de un rostro de mujer casada o de virgen tan bello que seduciría al asceta más religioso. Y temo por la paz de tu corazón".
Y al escucharla pensé: "Por Alah, que es de buen consejo esta vieja". Y consentí en lo que me pedía. Entonces ella me vendó los ojos con el pañuelo, y me impidió así ver. Luego me cogió de la mano, y caminó conmigo hasta que llegamos ante una casa cuya puerta golpeó con la aldaba de hierro. Y nos abrieron desde dentro al instante. Y en cuanto entramos mi vieja conductora me quitó la venda, y advertí con sorpresa que me encontraba en una morada decorada y amueblada con todo el lujo de los palacios de los reyes, y ¡por Alah! , oh nuestro señor sultán, que en mi vida había visto yo nada parecido ni soñado cosa tan maravillosa.
En cuanto a la vieja, me rogó que la esperara en la habitación en que me hallaba, y que daba a una sala más hermosa aún y con galería. Y dejándome solo en aquella habitación, desde la cual podía yo ver cuanto pasaba en la otra, se marchó.
Y he aquí que, desde la puerta de la segunda sala, vi amontonadas negligentemente en un rincón todas las preciosas telas que había vendido yo a la vieja. Y al punto entraron dos jóvenes como dos lunas, cada una de las cuales llevaba un cubo lleno de agua de rosas. Y dejaron sus cubos en las baldosas de mármol blanco, y acercándose al montón de telas preciosas cogieron una al azar y la cortaron en dos pedazos, como hubiesen hecho con una rodilla de cocina. Cada una se dirigió luego  hacia donde estaba su cubo, y remangándose hasta los sobacos metió el trozo de tela preciosa en el agua de rosas, y se puso a humedecer y a lavar las baldosas y a secarlas después con otros retales de mis telas preciosas para frotarlas y sacarles brillo por último con lo que quedaba de las piezas que habían costado quinientos dinares cada una. Y cuando aquellas jóvenes hubieron acabado el tal trabajo y el mármol quedó como la plata, cubrieron el suelo con tejidos tan hermosos que el producto de la venta de mi tienda entera no daría la suma necesaria para la adquisición del menos rico de ellos. Y sobre estos tejidos extendieron una alfombra de pelo de cabra almizclada y cojines rellenos de plumas de avestruz. Tras de lo cual llevaron cincuenta alfombrines de brocato de oro, y los colocaron ordenadamente alrededor de la alfombra central; después se retiraron.
Y he aquí que entraron, de dos en dos y cogidas de las manos, unas jóvenes, que fueron a situarse cada una ante uno de los alfombrines de brocato; y como eran cincuenta, se colocaron por orden ante sus alfombrines respectivos.
Y he aquí que, bajo un palio llevado por diez lunas de belleza, apareció a la puerta de la sala una joven tan deslumbradora en su blancura y con tanto brillo en sus ojos negros, que mis ojos se cerraron por sí mismos. Y cuando los abrí vi junto a mí a mi conductora, la vieja dama, que me invitaba a acompañarla para presentarme a la joven, que ya estaba perezosamente acostada en la alfombra central, en medio de las cincuenta jóvenes erguidas sobre los alfombrines de brocato. Pero me alarmé mucho al verme convertido en blanco de las miradas de aquellos cincuenta y un pares de ojos negros, y me dije: "¡No hay poder ni recurso más que en Alah el Glorioso, el Altísimo! ¡Es evidente que desean mi muerte!"
Cuando estuve entre sus manos, la real joven me sonrió, me deseó la bienvenida y me invitó a sentarme junto a ella en la alfombra. Y muy confuso y azorado, me senté para obedecerla, y me dijo ella: "¡Oh joven! ¿qué opinas de mí y de mi belleza? ¿Crees que reúno condiciones para ser tu esposa?"
Al oír estas palabras contesté asombrado hasta el límite extremo del asombro: "¡Oh mi señora! ¿cómo me atrevería a creerme digno de tal favor? ¡En verdad que no estimo mi valer en tanto como para llegar a ser un esclavo, o menos todavía, entre tus manos!" Pero ella repuso: "No, por Alah, ¡oh joven! mis palabras no contienen ningún engaño, y nada de evasivo hay en mi lenguaje, que es sincero. ¡Respóndeme, pues, con toda sinceridad y ahuyenta todo temor de tu espíritu, porque mi corazón se desborda de amor por ti!"
Al oír estas palabras, ¡oh nuestro señor sultán! comprendí, a no dudar, que la joven tenía realmente intención de casarse conmigo, pero sin que me fuese posible adivinar por qué razón me había escogido entre millares de jóvenes y cómo me conocía. Y acabé por decirme: "¡Oh! lo inconcebible tiene la ventaja de no ocasionar pensamientos torturadores. No trates, pues, de comprenderlo y deja que las cosas sigan su curso". Y contesté: "¡Oh mi señora! si en realidad no hablas para que se rían de mí estas honorables jóvenes, acuérdate del proverbio que dice:
"¡Cuando la chapa está al rojo, está a punto para el martillo!"
Por otra parte, me parece que mi corazón está tan inflamado de deseo, que ya es hora de realizar nuestra unión. ¡Dime, pues, por tu vida, qué debo traerte como dote y la viudedad que debo señalarte!" Y contestó ella sonriendo: "Dote y viudedad están pagadas y no tienes que ocuparte de ello". Y añadió: "Puesto que ése es también tu deseo, voy al instante a enviar a buscar al kadí y a los testigos, a fin de que podamos unirnos sin dilación".
Y, efectivamente, ¡oh mi señor! no tardaron en llegar el kadí y los testigos. Y anudaron el nudo por la vía lícita. Y quedamos casados sin dilación. Y después de la ceremonia se marchó todo el mundo. Y me pregunté: "¡Oh! ¿estoy despierto o soñando?" Y aún me asombré más cuando ella mandó a sus hermosas esclavas que prepararan el hammam para mí y me condujeran allá. Y las jóvenes me hicieron entrar en una sala de baño perfumada con áloe de Comorín, y me confiaron a las bañeras, que me desnudaron, y me friccionaron y me dieron un baño que me dejó más ligero que los pájaros. Después vertieron encima de mi los perfumes más exquisitos, me cubrieron con un rico atavío y me presentaron refrescos y sorbetes de toda especie. Tras de lo cual me hicieron dejar el hammam y me condujeron al aposento íntimo de mi reciente esposa, que me esperaba ataviada sólo con su belleza.
Y al punto vino ella a mí, y se echó sobre mí, y se restregó conmigo con un ardor asombroso. Y yo ¡oh mi señor! sentí que mi alma se albergaba por entero donde tú sabes, y di cima a la obra para la que había sido requerido y a la tarea que se me pedía, y vencí lo que hasta entonces pertenecía al dominio de lo invencible, y abatí lo que estaba por abatir, y arrebaté lo que estaba por arrebatar, y tomé lo que pude y di lo que era necesario, y me levanté, y me eché, y cargué, y descargué, y clavé, y forcé, y llené, y barrené, y reforcé, y excité, y apreté, y derribé, y avancé, y recomencé, y de tal manera, ¡oh mi señor sultán! que aquella noche Quien tú sabes fué realmente el valiente a quien llaman el cordero, el herrero, el aplastante, el calamitoso, el largo, el férreo, el llorón, el abridor, el agujereador, el frotador, el irresistible, el báculo del derviche, la herramienta prodigiosa, el explorador, el tuerto acometedor, el alfanje del guerrero, el nadador infatigable, el ruiseñor canoro, el padre de cuello gordo, el padre del turbante, el padre de cabeza calva, el padre de los estremecimientos, el padre de las delicias, el padre de los terrores, el gallo sin cresta ni voz, el hijo de su padre, la herencia del pobre, el músculo caprichoso y el grueso nervio dulce. Y creo ¡oh mi señor sultán! que aquella noche cada remoquete fué acompañado de su explicación, cada cualidad de su prueba y cada atributo de su demostración. Y nos interrumpimos en nuestros trabajos sólo porque ya había transcurrido la noche y teníamos que levantarnos para la plegaria de la mañana.
Y continuamos viviendo juntos de tal suerte ¡oh rey del tiempo! durante veinte noches consecutivas, en el límite de la embriaguez y de la felicidad. Y al cabo de este tiempo vino a ofrecerse a mi memoria el recuerdo de mi madre, y dije a mi esposa la joven: "¡Ya setti! hace mucho tiempo que estoy ausente de casa, y mi madre, que no tiene noticias mías, debe sentir gran inquietud por mí. Además, los negocios de mi comercio han debido sufrir quebranto con haber estado cerrada mi tienda todos estos días pasados".
Y me contestó ella: "¡No te apures por eso! De buena gana consiento en que vayas a ver a tu madre y a tranquilizarla. Y hasta puedes ir allá a diario y ocuparte de tus negocios, si eso te gusta; pero exijo que te conduzca y te traiga aquí siempre la vieja dama". Y contesté: "¡No hay inconveniente!"
En vista de lo cual, fué la vieja, me puso un pañuelo a los ojos, me condujo al sitio donde me había vendado los ojos la vez primera, y me dijo: "Vuelve aquí esta noche a la hora de la plegaria y me hallarás en este mismo sitio para conducirte a casa de tu esposa". Y dichas estas palabras me quitó la venda y me dejó.
Y me apresuré a correr a mi casa, en donde encontré a mi madre sumida en la desolación y bañada en lágrimas de desesperación, dedicándose a coser ropas de luto. Y en cuanto me vió se abalanzó a mí y me estrechó en sus brazos, llorando de alegría; y le dije: "No llores, ¡oh madre mía! y refresca tus ojos, porque esta ausencia me ha llevado a disfrutar una felicidad a que nunca me hubiera atrevido a aspirar". Y la enteré de mi dichosa aventura, y exclamó ella en un transporte: "Pluguiera a Alah protegerte y resguardarte, ¡oh hijo mío! Pero prométeme que vendrás a visitarme a diario, pues mi ternura necesita ser pagada con tu afecto". Y no me negué a prometérselo, ya que mi esposa me había dejado en libertad de salir. Tras de lo cual invertí el resto de la jornada en mis negocios de venta y compra en la tienda del zoco, y cuando llegó la hora, regresé al lugar indicado, donde encontré a la vieja, que me vendó los ojos como de ordinario, y me condujo al palacio de mi esposa, diciéndome: "¡Más te vale esto; pues, como te he dicho ya, hijo mío, en esta calle hay una porción de mujeres, casadas y doncellas, que están sentadas en el portal de su casa y que no tienen más que un deseo todas y es aspirar el amor que pasa como se absorbe el aire y como se bebe el agua corriente! ¿Y qué sería de tu corazón si cayeras en sus redes?"
Al llegar al palacio en que yo habitaba a la sazón, mi esposa me recibió con transportes indecibles, y yo respondí como el yunque responde al martillo. Y mi gallo sin cresta ni voz no le anduvo a la zaga a aquella gallina apetitosa y no amenguó su reputación de valiente agujereador, pues, por Alah, ¡oh mi señor! el cordero no dió aquella noche menos de treinta topetazos a aquella oveja batalladora, y no cesó la lucha hasta que su contrincante hubo pedido gracia, dándose por vencida.
Y durante tres meses continué viviendo aquella vida tan activa, llena de combates nocturnos, de batallas matinales y de asaltos diurnos. Y en mi interior me maravillaba todos los días de mi suerte, diciéndome: "¡Qué suerte la mía que me ha hecho entablar conocimiento con esta ardiente jovenzuela y me la ha dado por esposa! ¡Y qué destino tan asombroso el que, al mismo tiempo que este rollo de manteca fresca, me ha deparado un palacio y riquezas como no las poseen los reyes!" Y no se pasaba día sin que me sintiese tentado de informarme, por las esclavas, del nombre y calidad de la que se había casado conmigo sin conocerla yo y sin saber de quién era hija o pariente. Pero un día entre los días, encontrándome a solas con una joven negra de entre las esclavas negras de mi esposa, le pregunté acerca del particular, diciéndole: "¡Por Alah sobre ti, ¡oh joven bendita! ¡oh blanca por dentro! dime lo que sepas con respecto a tu señora, y guardaré profundamente tus palabras en el rincón más oscuro de mi memoria!" Y temblando de miedo me contestó la joven negra: "¡Oh mi señor! la historia de mi señora es una cosa de lo más extraordinaria: pero temo, si te la revelo, ser condenada a muerte sin remisión ni dilación. Todo lo que puedo decirte es que ella se ha fijado en ti un día en el zoco, y te ha escogido por puro amor". Y no pude sacarle más que estas palabras. Y como insistiera yo, hasta me amenazó con ir a contar a su señora mi tentativa de provocación a las palabras indiscretas. Entonces la dejé irse por su camino, y me volví al lado de mi esposa para emprender una escaramuza sin importancia.
Y transcurría mi vida de tal suerte, entre placeres violentos y torneos de amor, cuando una siesta, estando yo en mi tienda, con permiso de mi esposa, al echar una mirada a la calle divisé a una joven tapada con el velo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 836ª noche

Ella dijo:
... Y transcurría mi vida de tal suerte, entre placeres violentos y torneos de amor, cuando una siesta, estando yo en mi tienda, con permiso de mi esposa, al echar una mirada a la calle divisé a una joven tapada con el velo, que avanzaba hacia mí de manera ostensible. Y cuando llegó delante de mi tienda me dirigió la más graciosa zalema, y me dijo: "¡Oh mi señor! mira este gallo de oro adornado de diamantes y de piedras preciosas, que he ofrecido en vano, por el precio de coste, a todos los mercaderes del zoco. Pero son gentes sin gusto ni delicadeza de apreciación, pues me han contestado que una joya así no es de fácil venta y que no podrían colocarla ventajosamente. ¡Por eso vengo a ofrecértela a ti, que eres hombre de gusto, por el precio que quieras ofrecerme tú mismo!"
Y contesté: "Tampoco yo tengo ninguna necesidad de este joyel. Pero, para darte gusto, te ofreceré por él cien dinares, ni uno más ni uno menos". Y contestó la joven: "Tómalo. pues, y que sea para ti una compra ventajosa!" Y aunque realmente no tenía yo el menor deseo de adquirir aquel gallo de oro, pensé, no obstante, que aquella figura le gustaría a mi esposa por recordarle mis cualidades fundamentales, y fui a mi armario y cogí los cien dinares de trato. Pero cuando quise ofrecérselos a la joven, los rehusó ella, diciéndome: "En verdad que no tienen ninguna utilidad para mí, y no deseo otro pago que el derecho de darte un solo beso en la mejilla. Y éste es mi único deseo, ¡oh joven!" Y me dije para mí: "¡Por Alah, que un solo beso en mi mejilla por una alhaja que vale más de mil dinares de oro es un precio tan singular como barato!" Y no vacilé en dar mi consentimiento.
Entonces la joven ¡oh mi señor! avanzó hacia mí, y levantándose el velillo del rostro me dió un beso en la mejilla -¡ojalá le resultase delicioso!-; pero al mismo tiempo, como si se le hubiese abierto el apetito al probar mi piel, clavó en mi carne sus dientes de tigre joven, y me dió un mordisco cuya cicatriz tengo todavía. Luego se alejó riendo con risa de satisfacción, mientras yo me limpiaba la sangre que corría por mi mejilla. Y pensé: "¡Tu caso ¡oh! es un caso sorprendente! ¡Y pronto verás cómo todas las mujeres del zoco vienen a pedirte, quién una muestra de tu mejilla, quién una muestra de tu mentón, quién una muestra de lo que tú sabes, y quizás valga más, en ese caso, arrinconar tus mercancías para no vender ya más que pedazos de ti mismo!" Y llegada que fué la noche, medio risueño, medio furioso, salí al encuentro de la vieja, que me esperaba, como de ordinario, en la esquina de nuestra calle, y que, después de haberme puesto una venda en los ojos, me condujo al palacio de mi esposa. Y por el camino la oí que refunfuñaba entre dientes palabras confusas que me parecieron amenazas; pero pensé: "¡Las viejas son personas a quienes gusta gruñir y que pasan sus viejos días decrépitos murmurando de todo y chocheando!"
Al entrar en casa de mi esposa la encontré sentada en la sala de recepción, con los párpados contraídos y vestida de pies a cabeza de color rojo escarlata, como el que llevan los reyes en sus horas de ira. Y tenía el continente agresivo y el rostro revestido de palidez. Y al ver aquello dije para mí: "¡Oh Conservador, resguárdame!" Y sin saber a qué atribuir aquella actitud hostil, me acerqué a mi esposa, quien, en contra de su costumbre, no se había levantado para recibirme y me volvía la cabeza; y ofreciéndole el gallo de oro que acababa de adquirir, le dije: "¡Oh mi señora! acepta este precioso gallo, que es un objeto verdaderamente admirable, y que es curioso mirar; porque le he comprado para que te recrees con él". Pero al oír estas palabras se oscureció su frente y sus ojos se entenebrecieron, y antes de que yo tuviese tiempo de evadirme, recibí una bofetada tan terrible que me hizo girar como un trompo y por poco me rompe la mandíbula izquierda. Y me gritó: "¡Oh perro hijo de perro! si realmente has comprado este gallo, ¿a qué obedece ese mordisco que tienes en la mejilla?"
Y yo, aniquilado por la sacudida del violento bofetón, me sentí en peligro, y tuve que hacer grandes esfuerzos sobre mí mismo para no caerme cuan largo era. Pero aquello no era más que el principio, ¡oh mi señor! no era ¡ay! más que el principio del principio. Porque vi que a una seña de mi esposa, se abrían los cortinajes del fondo y entraban cuatro esclavas conducidas por la vieja. Y llevaban el cuerpo de una joven con la cabeza cortada y colocada en medio de su cuerpo. Y al instante reconocí en aquella cabeza la de la joven que me había dado la alhaja a cambio de un mordisco. Y la vista de aquella acabó de derretirme, y rodé por el suelo sin conocimiento. Cuando volví en mí, ¡oh señor sultán! me vi encadenado en este maristán. Y los celadores me enteraron de que me había vuelto loco. Y no me dijeron nada más.
Y tal es la historia de mi presunta locura y de mi encarcelamiento en esta casa de locos. Y Alah es quien os envía a ambos, ¡oh mi señor sultán! y tú, ¡oh prudente y juicioso visir! para sacarme de aquí. Y por la lógica o la incoherencia de mis palabras podréis juzgar si realmente estoy poseído por el espíritu, o si estoy siquiera atacado de delirio, de manía o de idiotez, o si estoy, en fin, sano de entendimiento".
Cuando el sultán y su visir, que era el antiguo sultán-derviche adulterino, oyeron la historia del joven, quedaron pensativos, con la frente baja y los ojos fijos en el suelo durante una hora de tiempo. Tras de lo cual el sultán fué el primero que levantó la cabeza, y dijo a su acompañante: "¡Oh visir mío! por la verdad de Quien me hizo gobernante de este reino, juro que no tendré reposo y no comeré ni beberé sin haber dado con la joven que se casó con este joven. Apresúrate, pues, a decirme qué tenemos que hacer para ello". Y contestó el visir: "¡Oh rey del tiempo! es preciso que nos llevemos sin tardanza a este joven, abandonando momentáneamente a los otros dos jóvenes encadenados, y que recorramos con él las calles de la ciudad de oriente a occidente y de derecha a izquierda, hasta que encuentre él la entrada de la calle en donde la vieja acostumbraba a vendarle los ojos. Y entonces le vendaremos los ojos, y se acordará él del número de pasos que daba en compañía de la vieja, y de tal suerte nos hará llegar ante la puerta de la casa, a la entrada de la cual le quitaban la venda. Y allá nos iluminará Alah acerca de la conducta que debemos observar en tan delicado asunto".
Y dijo el sultán: "Sea conforme a tu consejo, ¡oh visir mío lleno de sagacidad!" Y se levantaron ambos al instante, hicieron caer las cadenas del joven y se le llevaron fuera del maristán. Y todo sucedió según las previsiones del visir. Porque, después de recorrer gran número de calles de diversos barrios, acabaron por llegar a la entrada de la calle consabida, la cual reconoció sin dificultad el joven. Y con los ojos vendados como otras veces, supo calcular los pasos, e hizo que se parasen ante un palacio cuya vista sumió al sultán en la consternación. Y exclamó: "Alejado sea el Maligno, ¡oh visir mío! Este palacio está habitado por una esposa entre las esposas del antiguo sultán de El Cairo, el que me ha legado el trono a falta de hijos varones en su posteridad. ¡Y esta esposa del antiguo sultán, padre de mi mujer, habita aquí con su hija, que indudablemente será la joven que se ha casado con este joven! Alah es el más grande, ¡oh visir! ¡Por lo visto, está escrito en el destino de todas las hijas de reyes que se casen con cualquiera, como nosotros mismos lo hemos sido! ¡Los decretos del Retribuidor siempre están justificados; pero ignoramos los motivos a que obedecen!" Y añadió: "Apresurémonos a entrar para saber la continuación de este asunto". Y llamaron en la puerta con la aldaba de hierro, que hubo de resonar. Y dijo el joven: "¡Bien recuerdo este sonido!" Y al punto abrieron la puerta unos eunucos, que se quedaron absortos al reconocer al sultán, al gran visir y al joven, esposo de su señora...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente

Pero cuando llegó la 837ª noche

Ella dijo:
... Y llamaron con la aldaba de hierro, y al punto abrieron la puerta unos eunucos, que se quedaron absortos al reconocer al sultán, al gran visir y al joven, esposo de la joven. Y uno de ellos echó a correr para prevenir a su señora de la llegada del soberano y de sus acompañantes.
Entonces la joven se engalanó y arregló y salió del harén, y fué a la sala de recepción para rendir sus homenajes al sultán, esposo de su hermana de padre, pero no de madre, y besarle la mano. Y el sultán la reconoció, efectivamente, e hizo un signo de inteligencia a su visir. Luego dijo a la princesa: "¡Oh hija del tío! Alah me libre de hacerte reproches por tu conducta, pues el pasado pertenece al Dueño del cielo, y sólo el presente nos pertenece. Por eso deseo al presente que te reconcilies con este joven, esposo tuyo, que es un joven que posee preciosas cualidades fundamentales y que, sin guardarte rencor ninguno, no pide más que volver a tu gracia. Por otra parte, te juro por los méritos de mi difunto tío el sultán, tu padre, que tu esposo no ha cometido falta grave contra el pudor conyugal. ¡Y ya ha expiado bien duramente la debilidad de un momento!" Y contestó la joven: "Los deseos de nuestro señor sultán son órdenes y están por encima de nuestra cabeza y de nuestros ojos". Y el sultán se alegró mucho de aquella solución, y dijo: "Siendo así, ¡oh hija del tío! nombro a tu esposo mi primer chambelán. Y en adelante será mi comensal y mi compañero de copa. Y le enviaré a ti esta misma noche, a fin de que realicéis ambos, sin testigos molestos, la reconciliación prometida. ¡Pero permíteme que por el momento me le lleve, porque tenemos que escuchar juntos las historias de sus dos compañeros de cadena!" Y se retiró, añadiendo: "Desde luego, queda convenido entre vosotros dos que en lo sucesivo le dejarás ir y venir libremente, sin venda en los ojos, y por su parte promete él que jamás, bajo ningún pretexto, se dejará besar por una mujer, sea casada o doncella".
"Y éste es ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada- el final de la historia que contó al sultán y a su visir el primer joven, el que leía el libro en el maristán. ¡Pero en cuanto al segundo joven, uno de los dos que escuchaban la lectura, he aquí lo referente a él!"
Cuando el sultán, así como el visir y el nuevo chambelán, estuvieron de vuelta en el maristán, se sentaron en tierra frente al segundo joven, diciendo: "Ahora te toca a ti". Y el segundo joven dijo:

HISTORIA DEL SEGUNDO LOCO

"¡Oh nuestro señor sultán, y tú, juicioso visir, y tú, antiguo compañero mío de cadena! Sabed que el motivo de mi encarcelamiento en este maristán es todavía más sorprendente que el que conocéis ya, porque si este compañero mío fué encerrado como loco sin estarlo, fué por culpa suya y a causa de su credulidad y confianza en sí mismo. ¡Pero si yo he pecado ha sido precisamente por el exceso contrario, como vais a ver, siempre que queráis permitirme proceder con orden!" Y el sultán y su visir y su nuevo chambelán, que era el antiguo loco primero, contestaron de común acuerdo: "¡Desde luego!" Y el visir añadió: "Por cierto que, cuando más orden pongas en tu relato quedaremos mejor dispuestos para considerar que estás comprendido injustamente en el número de los locos y los dementes".
Y el joven comenzó su historia en estos términos:
"Sabed, pues, ¡oh señores míos y corona de mi cabeza! que también yo soy un mercader hijo de mercader, y que antes de que me arrojasen a este maristán tenía en el zoco una tienda, donde vendía brazaletes y adornos de todas clases a las mujeres de los señores ricos. Y en la época en que comienza esta historia no tenía yo más que dieciséis años de edad, y ya estaba reputado en el zoco por mi gravedad, mi honestidad, mi cabeza pesada y mi seriedad con los negocios. Y nunca trataba yo de entablar conversación con las damas clientes mías; y no les decía más que las palabras precisas para ultimar los tratos. Y además practicaba los preceptos del Libro, y nunca levantaba los ojos para mirar a una mujer entre las hijas de los musulmanes. Y los mercaderes me citaban como ejemplo a sus hijos cuando les llevaban consigo por primera vez al zoco. Y más de una madre se había ya puesto al habla con mi madre, pensando en mí para algún matrimonio honorable. Pero mi madre se reservaba la respuesta para mejor ocasión, y eludía la cuestión, pretextando mi poca edad y mi calidad de hijo único y mi temperamento delicado.
Un día estaba yo sentado ante mi libro de cuentas y repasaba el contenido, cuando vi entrar en mi tienda una remilgada negrita, que, después de saludarme con respeto, me dijo: "¿Es ésta la tienda del señor mercader Fulano?" y yo dije: "¡Esta es, en verdad!" Entonces ella, con precauciones infinitas y mirando prudentemente a derecha y a izquierda con sus ojos de negra, se sacó del seno un billetito, que me tendió, diciendo: "Esto de parte de mi señora. Y aguarda el favor de una respuesta". Y entregándome el papel se mantuvo a distancia en espera de mi contestación.
Y yo, después de desdoblar el billete, lo leí, y me encontré con que contenía una oda escrita en versos inflamados en loor y honor míos. Y los versos finales formaban con su trama el nombre de la que se decía enamorada de mí.
Entonces, ¡oh mi señor sultán! me mostré extremadamente enfadado por aquella audacia, y estimé que era un atentado grave a mi buena conducta, o acaso una tentativa para arrastrarme a alguna aventura peligrosa o complicada. Y cogí aquella declaración, y la rompí, y la pisotee. Luego avancé hacia la negrita, y la cogí de una oreja, y le administré algunos bofetones y algunos torniscones bien dados. Y rematé el correctivo dándole un puntapié que la hizo rodar fuera de mi tienda. Y la escupí en el rostro muy ostensiblemente, con objeto de que viesen mi acción todos mis vecinos y no pudiesen dudar de mi honradez y de mi virtud, y le grité: "¡Ah! ¡hija de los mil cornudos de la impudicia, ve a contar todo eso a tu señora, la hija de alcahuetes!" Y al ver aquello todos mis vecinos murmuraron entre sí con admiración; y uno de ellos me mostró con el dedo a su hijo, diciéndole: "¡Caiga la bendición de Alah sobre la cabeza de este joven virtuoso! ¡Ojalá ¡oh hijo mío! llegaras tú a saber a su edad rechazar las ofertas de las malignas y los perversos que acechan a los jóvenes hermosos!"
Y he aquí ¡oh señores míos! lo que hice a los dieciséis años. Y sólo ahora es cuando veo con lucidez todo lo que mi conducta tuvo de grosera, desprovista de discernimiento, llena de estúpida vanidad y de amor propio fuera de lugar, hipócrita, cobarde y brutal. Y aunque más tarde hube de experimentar sinsabores, como consecuencia de aquella tontería, considero que merecí más aún, y que esta cadena, que actualmente llevo al cuello por un motivo distinto en absoluto, debió serme infligida a raíz de aquel primer acto insensato. Pero, de todos modos, no quiero confundir el mes de Chabán con el mes de Ramadán, y continúo procediendo con orden en el relato de mi historia.
Pues bien, ¡oh mis señores! tras de aquel incidente transcurrieron días y meses, y me convertí en todo un hombre. Y hube de conocer a las mujeres y todo lo consiguiente, aunque era soltero; y sentía que había llegado en realidad el momento de elegir una joven que fuese mi esposa ante Alah y madre de mis hijos. Por cierto que había de quedar bien servido, como vais a oír. Pero no anticiparé nada, y procederé con orden.
En efecto, una siesta vi acercarse a mi tienda, entre cinco o seis esclavas blancas que la servían de cortejo, a una joven de amor, ataviada con las alhajas más preciosas, las manos teñidas de henné y las trenzas de sus cabellos flotando sobre sus hombros, que avanzó con gracia, contoneándose con nobleza y coquetería...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 838ª noche

Ella dijo:
... a una joven de amor, ataviada con las alhajas más preciosas, las manos teñidas de henné y las trenzas de sus cabellos flotando sobre sus hombros, que avanzó con gracia, contoneándose con nobleza y coquetería. Y como una reina, entró en mi tienda, seguida de sus esclavas, y se sentó después de favorecerme con una zalema graciosa. Y me dijo ¡Oh joven! ¿tienes un buen surtido de adornos de oro y plata?" Y contesté: "¡Oh mi señora! ¡los tengo de todas las especies posibles y de las demás!" Entonces me pidió que le enseñara anillos de oro para los tobillos. Y le llevé lo más hermoso y más pesado que tenía en anillos de oro para los tobillos. Y les echó una mirada distraída y me dijo: "¡Pruébamelos!" Y al punto se bajó una de sus esclavas y levantándole la orla de su traje  de seda descubrió ante mis ojos el tobillo más fino y más blanco que salió de los dedos del Creador. Y le probé los anillos; pero no pude encontrar en mi tienda ninguno bastante estrecho para la finura de sus piernas moldeadas en el molde de la perfección. Y al ver mi azoramiento ella sonrió y dijo: "No te importe, ¡oh joven! Ya te tomaré otra cosa. Pero el caso es que me habían dicho en mi casa que yo tenía las piernas de elefante. ¿Es verdad eso?" Y exclamé: "El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti y sobre la perfección de tus tobillos, ¡oh mi señora! ¡Al verlos se moriría de envidia la gacela!" Entonces me dijo ella: "¡Enséñame brazaletes!" Y con los ojos llenos todavía de la visión de sus tobillos adorables y de sus piernas de perdición, busqué lo más fino y más estrecho que tenía en brazaletes de oro y de esmalte, y se lo traje. Pero me dijo ella: "Pruébamelos tú mismo. Estoy muy cansada hoy".
Y al punto se precipitó una de sus esclavas a alzar las mangas de su señora. Y a mis ojos apareció un brazo ¡ay! ¡ay! como un cuello de cisne, más blanco y más liso que el cristal y rematado por una muñeca y una mano y unos dedos ¡ay! ¡ay! de azúcar cande, ¡oh mi señor! de dátiles confitados, una alegría para el alma, una delicia, una pura delicia suprema. E inclinándome, probé mis brazaletes en aquel brazo milagroso. Pero los más estrechos, los confeccionados para manos de niño, bailaban vergonzosamente en sus finas muñecas transparentes; y me apresuré a retirarlos, temeroso de que su contacto lastimase aquella piel cándida. Y sonrió ella de nuevo al ver mi confusión, y me dijo: "¿Qué has visto, ¡oh joven!? ¿Soy manca, o acaso tengo manos de pato, o quizá un brazo de hipopótamo?" Y exclamé: "El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti, y sobre la redondez de tu brazo blanco, y sobre la forma de tus dedos de hurí, ¡oh mi señora!" Y me dijo ella: "¿Verdad que sí? Pues, sin embargo, en casa me afirmaron lo contrario con frecuencia".
Luego añadió: "Enséñame collares y colgantes de oro". Y tambaleándome sin haber probado el vino, me apresuré a mostrarle lo más rico y ligero que tenía yo en collares y colgantes de oro.
Y al punto, con religioso cuidado, una de sus esclavas descubrió, al mismo tiempo que el cuello de su ama, parte de su pecho. Y los dos senos, ¡ah! ¡ah! los dos a la vez, ¡oh mi señor! los dos pechitos de marfil rosa, aparecieron redondos y erguidos sobre la nieve deslumbradora del pecho; y se dirían colgados del cuello de mármol puro, como dos hermosos niños gemelos colgados al cuello de su madre. Y al ver aquello no pude por menos de gritar, volviendo la cabeza: "¡Tapa, tapa! ¡Que Alah corra sus velos!" Y me dijo ella: "¿Es que no vas a probarme los collares y colgantes? ¡Pero no te importe! Ya te tomaré otra cosa. Sin embargo, dime antes si soy deforme, o tetuda como la hembra del búfalo, y negra y velluda. ¿O acaso estoy tan flaca y seca como un pescado salado, y tan lisa como el banco de un carpintero?" Y exclamé: "El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti, y sobre tus carnes ocultas, y sobre tus frutos ocultos, y sobre toda tu hermosura oculta, ¡oh mi señora!" Y dijo ella: "¿Entonces me han engañado los que me afirmaron a menudo que no podía encontrarse nada más feo que mis formas ocultas?" Y añadió: "Está bien; pero ya que no te atreves ¡oh joven! a probarme estos collares de oro y estos colgantes, ¿podrías, al menos, probarme cinturones?"
Y luego de traerle lo más flexible y ligero que tenía en cinturones de filigrana de oro, los puse a sus pies discretamente. Pero me dijo ella: "¡No, no! ¡por Alah, pruébamelos tú mismo!" Y yo ¡oh mi señor sultán! tuve que responder con el oído y la obediencia, y adivinando de antemano cuál sería la finura de aquella gacela, escogí el cinturón más pequeño y más estrecho, y por encima de sus trajes y velos se lo ceñí al talle. Pero aquel cinturón, confeccionado de encargo para una princesa niña, resultaba muy ancho para aquel talle tan fino que no proyectaba sombra en el suelo, y tan derecho que habría causado la desesperación de un escriba de la letra alef, y tan flexible que habría hecho secarse de despecho al árbol ban, y tan tierno que habría hecho derretirse de envidia a un rollo de manteca fina, y tan gracioso que habría puesto en fuga, avergonzado, a un tierno pavo real, y tan ondulante que habría hecho perderse al tallo del bambú. Y al ver que no lograba mi propósito,  me quedé muy perplejo y no supe cómo excusarme.
Pero me dijo ella: "Por lo visto, debo ser contrahecha, con una joroba doble por detrás y una joroba doble por delante, con un vientre de forma innoble y una espalda de dromedario!" Y exclamé: "El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti, y sobre tu talle, y sobre lo que le precede, y sobre lo que le acompaña, y sobre todo lo que le sigue. ¡oh mi señora!" Y ella me dijo: "Estoy asombrada, ¡oh joven! ¡Porque en casa me han confirmado a menudo esta opinión desventajosa de mí misma! i De todos modos, ya que no puedes encontrar cinturón para mí, creo que no te será imposible encontrar pendientes de anilla y un frontal de oro para sujetarme los cabellos!" Y así diciendo, se levantó por sí misma el velillo del rostro, e hizo aparecer a mi vista su cara, que era la luna llena en su decimocuarta noche. Y al ver aquellas dos piezas preciosas de sus ojos babilónicos, y sus mejillas de anémona, y su boquita, estuche de coral, que encerraba un brazalete de perlas, y todo su rostro conmovedor, se me paró la respiración y no pude hacer un movimiento para buscar lo que me pedía. Y sonrió ella, y me dijo: "Comprendo ¡oh joven! que te hayas asombrado de mi fealdad. Ya sé, porque me lo han repetido muchas veces, que mi rostro es de una fealdad espantosa, picado de viruela y apergaminado, que soy tuerta del ojo derecho y bizca del ojo izquierdo, que tengo una nariz gorda y horrible, y una boca fétida, con los dientes desencajados y movibles, y, por último, que estoy mutilada y rapada de orejas. ¡Y no hay para qué hablar de mi piel, que es sarnosa, ni de mis cabellos, que son lacios y quebradizos, ni de todos los horrores invisibles de mi interior!"
Y exclamé: "El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti, ¡oh mi señora! y sobre tu belleza invisible, ¡oh revestida de esplendor! y sobre tu pureza, ¡oh hija de los lirios! y sobre tu olor, ¡oh rosa! y sobre tu brillo y tu blancura, ¡oh jazmín! y sobre cuanto en ti puede verse, olerse o tocarse. ¡Y dichoso aquel que pueda verte, olerte o tocarte!"
Y me quedé aniquilado de emoción, ebrio con una embriaguez mortal.
Entonces la joven de amor me miró con una sonrisa de sus ojos rasgados, y me dijo: "¡Ay! ¡ay! ¿por qué, pues, me detesta mi padre hasta el punto de atribuirme todas las fealdades que te he enumerado? Porque es mi mismo padre, y no otro, quien me ha hecho creer siempre en todos esos presuntos horrores de mi persona. ¡Pero loado sea Alah, que me demuestra lo contrario por intervención tuya! Porque ahora estoy convencida de que no me ha engañado mi padre, sino que es presa de una alucinación que le hace verlo todo feo en torno mío. Y para desembarazarse de mi vista, que le pesa, está dispuesto a venderme como a una esclava en el mercado de esclavas de desecho". Y yo ¡ oh mi señor! exclamé: "¿Y quién es tu padre, ¡oh soberana de la belleza!?" Ella me contestó: "¡El jeique al-Islam en persona!"
Y exclamé inflamado: "Entonces, por Alah, mejor que venderte en el mercado de esclavas, ¿no consentiría en casarte conmigo?"
Ella dijo: "Mi padre es un hombre íntegro y concienzudo. ¡Y como se imagina que su hija es un monstruo repelente, no querrá tener sobre la conciencia la unión de ella con un joven como tú! Pero puedes, a pesar de todo, aventurar tu petición. Y a tal fin, voy a indicarte el medio de que te has de valer para tener más probabilidades de convencerle".
Y tras de hablar así, la joven del perfecto amor reflexionó un momento, y me dijo: "¡Escucha! Cuando te presentes a mi padre, que es el Jeique al-Islam, y le hagas tu petición de matrimonio, te dirá seguramente: "¡Oh hijo mío! conviene que abras los ojos. Has de saber que mi hija es una impedida, una lisiada, una jorobada, una. . ." Pero le interrumpirás para decirle: "¡Que me place! ¡que me place!" Y continuará él: "Mi hija es tuerta, desorejada, repugnante, coja, babosa, meona..." Pero le interrumpirás para decirle: "¡Que me place! ¡que me place!" Y continuará él: "¡Oh pobre! mi hija es antipática, viciosa, pedorrera, mocosa..." Pero le interrumpirás para decirle: "¡Que me place! ¡que me place!" Y continuará él: "¡Pero si no sabes ¡oh pobre! que mi hija es bigotuda, barriguda, tetuda, manca, contrahecha de un pie, bizca del ojo izquierdo, con nariz gorda y aceitosa, con la cara picada de viruela, con la boca fétida, con los dientes desencajados y movibles, mutilada por dentro, calva, espantosamente sarnosa, un horror absolutamente, una abominable maldición!"
Y tras de dejarle que acabe de verter sobre mí esta horrible cuba de dicterios, le dirás: "¡Vaya, por Alah, que me place, que me place…
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 838ª noche

Ella dijo:
... a una joven de amor, ataviada con las alhajas más preciosas, las manos teñidas de henné y las trenzas de sus cabellos flotando sobre sus hombros, que avanzó con gracia, contoneándose con nobleza y coquetería. Y como una reina, entró en mi tienda, seguida de sus esclavas, y se sentó después de favorecerme con una zalema graciosa. Y me dijo ¡Oh joven! ¿tienes un buen surtido de adornos de oro y plata?" Y contesté: "¡Oh mi señora! ¡los tengo de todas las especies posibles y de las demás!" Entonces me pidió que le enseñara anillos de oro para los tobillos. Y le llevé lo más hermoso y más pesado que tenía en anillos de oro para los tobillos. Y les echó una mirada distraída y me dijo: "¡Pruébamelos!" Y al punto se bajó una de sus esclavas y levantándole la orla de su traje  de seda descubrió ante mis ojos el tobillo más fino y más blanco que salió de los dedos del Creador. Y le probé los anillos; pero no pude encontrar en mi tienda ninguno bastante estrecho para la finura de sus piernas moldeadas en el molde de la perfección. Y al ver mi azoramiento ella sonrió y dijo: "No te importe, ¡oh joven! Ya te tomaré otra cosa. Pero el caso es que me habían dicho en mi casa que yo tenía las piernas de elefante. ¿Es verdad eso?" Y exclamé: "El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti y sobre la perfección de tus tobillos, ¡oh mi señora! ¡Al verlos se moriría de envidia la gacela!" Entonces me dijo ella: "¡Enséñame brazaletes!" Y con los ojos llenos todavía de la visión de sus tobillos adorables y de sus piernas de perdición, busqué lo más fino y más estrecho que tenía en brazaletes de oro y de esmalte, y se lo traje. Pero me dijo ella: "Pruébamelos tú mismo. Estoy muy cansada hoy".
Y al punto se precipitó una de sus esclavas a alzar las mangas de su señora. Y a mis ojos apareció un brazo ¡ay! ¡ay! como un cuello de cisne, más blanco y más liso que el cristal y rematado por una muñeca y una mano y unos dedos ¡ay! ¡ay! de azúcar cande, ¡oh mi señor! de dátiles confitados, una alegría para el alma, una delicia, una pura delicia suprema. E inclinándome, probé mis brazaletes en aquel brazo milagroso. Pero los más estrechos, los confeccionados para manos de niño, bailaban vergonzosamente en sus finas muñecas transparentes; y me apresuré a retirarlos, temeroso de que su contacto lastimase aquella piel cándida. Y sonrió ella de nuevo al ver mi confusión, y me dijo: "¿Qué has visto, ¡oh joven!? ¿Soy manca, o acaso tengo manos de pato, o quizá un brazo de hipopótamo?" Y exclamé: "El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti, y sobre la redondez de tu brazo blanco, y sobre la forma de tus dedos de hurí, ¡oh mi señora!" Y me dijo ella: "¿Verdad que sí? Pues, sin embargo, en casa me afirmaron lo contrario con frecuencia".
Luego añadió: "Enséñame collares y colgantes de oro". Y tambaleándome sin haber probado el vino, me apresuré a mostrarle lo más rico y ligero que tenía yo en collares y colgantes de oro.
Y al punto, con religioso cuidado, una de sus esclavas descubrió, al mismo tiempo que el cuello de su ama, parte de su pecho. Y los dos senos, ¡ah! ¡ah! los dos a la vez, ¡oh mi señor! los dos pechitos de marfil rosa, aparecieron redondos y erguidos sobre la nieve deslumbradora del pecho; y se dirían colgados del cuello de mármol puro, como dos hermosos niños gemelos colgados al cuello de su madre. Y al ver aquello no pude por menos de gritar, volviendo la cabeza: "¡Tapa, tapa! ¡Que Alah corra sus velos!" Y me dijo ella: "¿Es que no vas a probarme los collares y colgantes? ¡Pero no te importe! Ya te tomaré otra cosa. Sin embargo, dime antes si soy deforme, o tetuda como la hembra del búfalo, y negra y velluda. ¿O acaso estoy tan flaca y seca como un pescado salado, y tan lisa como el banco de un carpintero?" Y exclamé: "El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti, y sobre tus carnes ocultas, y sobre tus frutos ocultos, y sobre toda tu hermosura oculta, ¡oh mi señora!" Y dijo ella: "¿Entonces me han engañado los que me afirmaron a menudo que no podía encontrarse nada más feo que mis formas ocultas?" Y añadió: "Está bien; pero ya que no te atreves ¡oh joven! a probarme estos collares de oro y estos colgantes, ¿podrías, al menos, probarme cinturones?"
Y luego de traerle lo más flexible y ligero que tenía en cinturones de filigrana de oro, los puse a sus pies discretamente. Pero me dijo ella: "¡No, no! ¡por Alah, pruébamelos tú mismo!" Y yo ¡oh mi señor sultán! tuve que responder con el oído y la obediencia, y adivinando de antemano cuál sería la finura de aquella gacela, escogí el cinturón más pequeño y más estrecho, y por encima de sus trajes y velos se lo ceñí al talle. Pero aquel cinturón, confeccionado de encargo para una princesa niña, resultaba muy ancho para aquel talle tan fino que no proyectaba sombra en el suelo, y tan derecho que habría causado la desesperación de un escriba de la letra alef, y tan flexible que habría hecho secarse de despecho al árbol ban, y tan tierno que habría hecho derretirse de envidia a un rollo de manteca fina, y tan gracioso que habría puesto en fuga, avergonzado, a un tierno pavo real, y tan ondulante que habría hecho perderse al tallo del bambú. Y al ver que no lograba mi propósito,  me quedé muy perplejo y no supe cómo excusarme.
Pero me dijo ella: "Por lo visto, debo ser contrahecha, con una joroba doble por detrás y una joroba doble por delante, con un vientre de forma innoble y una espalda de dromedario!" Y exclamé: "El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti, y sobre tu talle, y sobre lo que le precede, y sobre lo que le acompaña, y sobre todo lo que le sigue. ¡oh mi señora!" Y ella me dijo: "Estoy asombrada, ¡oh joven! ¡Porque en casa me han confirmado a menudo esta opinión desventajosa de mí misma! i De todos modos, ya que no puedes encontrar cinturón para mí, creo que no te será imposible encontrar pendientes de anilla y un frontal de oro para sujetarme los cabellos!" Y así diciendo, se levantó por sí misma el velillo del rostro, e hizo aparecer a mi vista su cara, que era la luna llena en su decimocuarta noche. Y al ver aquellas dos piezas preciosas de sus ojos babilónicos, y sus mejillas de anémona, y su boquita, estuche de coral, que encerraba un brazalete de perlas, y todo su rostro conmovedor, se me paró la respiración y no pude hacer un movimiento para buscar lo que me pedía. Y sonrió ella, y me dijo: "Comprendo ¡oh joven! que te hayas asombrado de mi fealdad. Ya sé, porque me lo han repetido muchas veces, que mi rostro es de una fealdad espantosa, picado de viruela y apergaminado, que soy tuerta del ojo derecho y bizca del ojo izquierdo, que tengo una nariz gorda y horrible, y una boca fétida, con los dientes desencajados y movibles, y, por último, que estoy mutilada y rapada de orejas. ¡Y no hay para qué hablar de mi piel, que es sarnosa, ni de mis cabellos, que son lacios y quebradizos, ni de todos los horrores invisibles de mi interior!"
Y exclamé: "El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti, ¡oh mi señora! y sobre tu belleza invisible, ¡oh revestida de esplendor! y sobre tu pureza, ¡oh hija de los lirios! y sobre tu olor, ¡oh rosa! y sobre tu brillo y tu blancura, ¡oh jazmín! y sobre cuanto en ti puede verse, olerse o tocarse. ¡Y dichoso aquel que pueda verte, olerte o tocarte!"
Y me quedé aniquilado de emoción, ebrio con una embriaguez mortal.
Entonces la joven de amor me miró con una sonrisa de sus ojos rasgados, y me dijo: "¡Ay! ¡ay! ¿por qué, pues, me detesta mi padre hasta el punto de atribuirme todas las fealdades que te he enumerado? Porque es mi mismo padre, y no otro, quien me ha hecho creer siempre en todos esos presuntos horrores de mi persona. ¡Pero loado sea Alah, que me demuestra lo contrario por intervención tuya! Porque ahora estoy convencida de que no me ha engañado mi padre, sino que es presa de una alucinación que le hace verlo todo feo en torno mío. Y para desembarazarse de mi vista, que le pesa, está dispuesto a venderme como a una esclava en el mercado de esclavas de desecho". Y yo ¡ oh mi señor! exclamé: "¿Y quién es tu padre, ¡oh soberana de la belleza!?" Ella me contestó: "¡El jeique al-Islam en persona!"
Y exclamé inflamado: "Entonces, por Alah, mejor que venderte en el mercado de esclavas, ¿no consentiría en casarte conmigo?"
Ella dijo: "Mi padre es un hombre íntegro y concienzudo. ¡Y como se imagina que su hija es un monstruo repelente, no querrá tener sobre la conciencia la unión de ella con un joven como tú! Pero puedes, a pesar de todo, aventurar tu petición. Y a tal fin, voy a indicarte el medio de que te has de valer para tener más probabilidades de convencerle".
Y tras de hablar así, la joven del perfecto amor reflexionó un momento, y me dijo: "¡Escucha! Cuando te presentes a mi padre, que es el Jeique al-Islam, y le hagas tu petición de matrimonio, te dirá seguramente: "¡Oh hijo mío! conviene que abras los ojos. Has de saber que mi hija es una impedida, una lisiada, una jorobada, una. . ." Pero le interrumpirás para decirle: "¡Que me place! ¡que me place!" Y continuará él: "Mi hija es tuerta, desorejada, repugnante, coja, babosa, meona..." Pero le interrumpirás para decirle: "¡Que me place! ¡que me place!" Y continuará él: "¡Oh pobre! mi hija es antipática, viciosa, pedorrera, mocosa..." Pero le interrumpirás para decirle: "¡Que me place! ¡que me place!" Y continuará él: "¡Pero si no sabes ¡oh pobre! que mi hija es bigotuda, barriguda, tetuda, manca, contrahecha de un pie, bizca del ojo izquierdo, con nariz gorda y aceitosa, con la cara picada de viruela, con la boca fétida, con los dientes desencajados y movibles, mutilada por dentro, calva, espantosamente sarnosa, un horror absolutamente, una abominable maldición!"
Y tras de dejarle que acabe de verter sobre mí esta horrible cuba de dicterios, le dirás: "¡Vaya, por Alah, que me place, que me place…
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Y cuando llegó la 839ª noche

Ella dijo:
"... Y tras de dejarle que acabe de verter sobre mí esta horrible cuba de dicterios, le dirás: "¡Vaya por Alah, que me place, que me place!"
Y yo, ¡oh mi señor! al oír estas palabras, y nada más que a la idea de que tales apelativos pudiesen aplicarse por su padre a aquella joven del perfecto amor, sentía que la sangre se me subía a la cabeza de indignación y de cólera. Pero, en fin, como había que pasar por semejante prueba para llegar a casarme con aquel modelo de gacelas, le dije: "Dura es la prueba, ¡oh mi señora! y puede que muera yo al oír a tu padre tratarte de tal suerte. ¡Pero Alah me dará las fuerzas y el valor necesarios!" Luego le pregunté: "¿Y cuándo podré presentarme entre las manos de tu padre el venerable Jeique al-Islam para hacer mi petición?" Ella me contestó: "Mañana a media mañana sin falta".
Tras estas palabras, se levantó y me abandonó, seguida de sus jóvenes esclavas, saludándome con una sonrisa. Y mi alma siguió sus huellas y quedó atada a sus pasos, por más que yo permaneciese en mi tienda presa de las angustias de la ausencia y de la pasión.
Así es que al día siguiente, a la hora indicada, no dejé de correr a la residencia del Jeique al-Islam, al cual pedí audiencia, diciendo que era para un negocio urgente de suma importancia. Y me recibió sin tardanza, y me devolvió mi zalema con consideración, y me rogó que me sentara. Y observé que era un anciano de aspecto venerable, de barba blanca inmaculada y de una actitud llena de nobleza y grandeza; pero en su rostro y en sus ojos tenía una sombra de tristeza sin esperanza y de dolor sin remedio. Y pensé: "¡Ya apareció aquello! Tiene la alucinación de la fealdad. ¡Ojalá le cure Alah!"
Luego, sin sentarme hasta que me invitó la segunda vez, por respeto y deferencia para su edad y su alta dignidad, de nuevo le hice mis zalemas y cumplimientos, y los reiteré por tercera vez, levantándome siempre. Y habiendo demostrado de tal suerte mi cortesía y mi mundanidad, volví a sentarme, pero en el mismo borde de la silla, y esperé a que iniciase él la conversación y me interrogara sobre lo que me llevaba allí.
Y, efectivamente, después que el agha de servicio nos hubo ofrecido los refrescos de rigor, y el Jeique al-Islam hubo cambiado conmigo algunas palabras sin importancia acerca del calor y la sequía, me dijo:
"¡Oh joven mercader! ¿en qué puedo satisfacerte?" Y contesté: "¡Oh mi señor! ¡me he presentado entre tus manos para implorarte y solicitarte con respeto a la dama escondida tras la cortina de castidad de tu honorable casa, la perla sellada con el sello de la conservación y la flor oculta en el cáliz de la modestia, tu hija sublime, la virgen insigne a la cual yo, indigno, anhelo unirme por los lazos lícitos y el contrato legal!"
A estas palabras, vi ennegrecerse y amarillear luego el rostro del venerable anciano e inclinarse su frente hacia el suelo con tristeza. Y se quedó por un momento sumido en penosas reflexiones relativas a su hija, sin duda alguna. Luego levantó la cabeza lentamente y me dijo con acento de tristeza infinita: "Alah conserve tu juventud y te favorezca siempre con sus gracias, ¡oh hijo mío! ¡Pero la hija que tengo en mi casa detrás de la cortina de castidad es una calamidad! Y nada se puede hacer con ella, y nada se puede sacar de ella. Porque ..."
Pero yo ¡oh mi señor sultán! le interrumpí de pronto para exclamar: "¡Que me place! ¡que me place!" Y el venerable anciano me dijo: "¡Alah te colme con sus gracias, ¡oh hijo mío! Pero mi hija no le conviene a un joven tan hermoso como tú, lleno de amables cualidades, de fuerza y de salud. Porque es una pobre criatura enfermiza, parida por su madre antes de tiempo a consecuencia de un incendio. Y es tan contrahecha y fea como hermoso y bien formado eres tú. ¡Y como debes saber el motivo que me hace negarme a tu petición, te la describiré tal y como es, si quieres, pues en mi corazón reside el temor de Alah, y no quisiera contribuir a inducirte a error!"
Pero exclamé: "¡Yo la admiro con todos los defectos y estoy satisfecho de ella, de lo más satisfecho!" Pero él me dijo: "¡Ah hijo mío, no obligues a un padre que tiene la dignidad de su vida privada a hablarte de su hija en términos penosos! Pero tu insistencia me fuerza a decirte que, casándote con mi hija, te casarás con el monstruo más espantoso de este tiempo. Porque es una criatura cuya sola contemplación ..."
Pero temiendo yo la espantosa enumeración de los horrores con que se disponía a afligir mi oído, le interrumpí para exclamar con un acento en que puse toda mi alma y todo mi deseo: "¡Que me place! ¡que me place!" Y añadí: "¡Por Alah sobre ti, ¡oh padre nuestro! ahórrame el dolor de hablar de tu honorable hija en términos penosos, pues, sea cual sea lo que puedas decirme y por muy odiosa que sea la descripción que me hagas, seguiré solicitándola en matrimonio, porque tengo una afición especial a los horrores cuando son del género de los que afligen a tu hija, y repito que la acepto tal como es, y que estoy satisfecho, satisfecho, satisfecho!"
Cuando el Jeique al-Islam me hubo oído hablar de tal suerte; y comprendió que mi resolución era inquebrantable y mi deseo inmutable, se golpeó las manos una contra otra con sorpresa y asombro, y me dijo: "He librado mi conciencia ante Alah y ante ti, ¡oh hijo mío! y sólo a ti podrás culpar de tu acto de locura. Pero, por otra parte, los preceptos divinos me prohíben impedir el deseo de satisfacerlo, y no puedo por menos que darte mi consentimiento". Y en el límite de la dicha, le besé  la mano, y anhelé que se llevase a cabo el matrimonio y se celebrase aquel mismo día. Y me dijo él suspirando: "¡Ya no hay inconveniente!"
Y se extendió y legalizó por los testigos el contrato de matrimonio; y quedó estipulado que yo aceptaba a mi esposa con sus defectos, sus deformidades, sus achaques, sus malas hechuras, su conformación, sus dolencias, sus fealdades y otras cosas parecidas. Y también quedó estipulado que si, por una u otra razón, me divorciaba de ella tendría que pagarle, como rescate del divorcio y como viudedad, veinte bolsas de mil dinares de oro. Y desde luego acepté de todo corazón las condiciones. E incluso hubiese aceptado cláusulas mucho más desventajosas.
Y he aquí que, después de la redacción del contrato, mi tío, padre de mi esposa, me dijo: "¡Oh joven! mejor te será consumar en mi casa el matrimonio y establecer aquí tu domicilio conyugal. Porque el transporte de tu esposa inválida desde aquí a tu casa presentaría graves inconvenientes". Y contesté: "¡Escucho y obedezco!"
Y en mi interior ardía de impaciencia, y me decía: "¡Por Alah ¿es verdaderamente posible que yo, el oscuro mercader, haya llegado a ser dueño de esa joven del perfecto amor, la hija del venerado Jeique al-Islam? ¿Y soy yo verdaderamente el que va a regocijarse con su belleza, y a disfrutarla a su antojo, y a comer y a beber lo que tenga gana en sus encantos ocultos, y a endulzarme con ellos hasta la saciedad?"
Y cuando por fin llegó la noche penetré en la cámara nupcial después de recitar la plegaria de la noche, y con el corazón latiendo de emoción me acerqué a mi esposa y levanté el velo que cubría su cabeza y le destapé el rostro.
Y miré con mi alma y mis ojos.
Y (¡que Alah confunda al Maligno ¡oh mi señor sultán! y nunca te haga testigo de un espectáculo semejante al que se ofreció a mis miradas!) vi la criatura humana más deforme, la más repulsiva, la más repelente, la más detestable, la más repugnante y la más nauseabunda que se puede ver en la más penosa de las pesadillas. Y en verdad que era de una fealdad mucho más espantosa que la que me había descrito la joven, y un monstruo de deformidad, y un guiñapo tan lleno de horror, que me sería imposible ¡oh mi señor! hacerte su descripción sin sentir arcadas y caer a tus pies sin conocimiento. Pero bástame decirte que la que era esposa mía con mi propio consentimiento encerraba en su persona nauseabunda todos los vicios legales y todas las abominaciones ilegales, todas las impurezas, todas las fetideces, todas las aversiones, todas las atrocidades, todas las fealdades y todas las repugnancias que pueden afligir a los seres sobre quienes pesa la maldición. Y tapándome las narices y volviendo la cabeza dejé caer otra vez su velo, y me alejé de ella hasta el rincón más retirado de la estancia, pues, aun cuando hubiese sido yo un tebaico comedor de cocodrilo, no habría podido inducir a mi alma a una aproximación carnal con una criatura que hasta  tal punto ofendía a la paz de su Creador.
Y sentándome en mi rincón con la cara vuelta a la pared sentía yo invadir mi entedimiento de todas las preocupaciones y subirme por los riñones todos los dolores del mundo. Y gemí en el fondo del núcleo de mi corazón. Pero no tenía derecho a decir una sola palabra o a emitir la menor queja, pues la había aceptado por esposa por propio impulso. Porque yo era, con mis propios ojos, quien había interrumpido al padre siempre para exclamar: "¡Que me place! ¡que me place!" Y me decía: "¡Sí, sí! ¡ahí tienes a la joven del perfecto amor! ¡Ah! ¡muérete! ¡muérete! ¡muérete! ¡ah idiota! ¡ah buey estúpido! ¡oh cerdo pesado!" Y me mordía los dedos y me pellizcaba los brazos en silencio. Y por momentos fermentaba en mí una cólera contra mí mismo, y pasé de mala manera toda aquella noche de mi destino, como si hubiese estado en medio de torturas en la prisión del Meda o del Deilamita ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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